Get Out Of My Way [Adonia Loughty]

por **Isabella Di Visconti** Sáb Mayo 19, 2012 3:18 am

Hambre. Moría de hambre. Desde que el inútil de mi amo, es decir, el humano que me recogió hace un tiempo, se fue sin avisarme, había estado viviendo en su casa, o lo que quedaba de ella. Por un tiempo fue genial tener todo ese espacio para mi solita porque podía correr por todas partes, dormir en los sillones y arañar cortinas y cojines sin que nadie me regañara o me enviara a dormir afuera, pero las cosas comenzaron a ponerse feas cuando vagabundos comenzaron a colarse constantemente. Y yo ya no podía echarlos por la sencilla razón que para mantener mi forma felina más grande necesitaba tener energía, y mi pancita iba vacía porque ya no quedaba nada en la cocina de la enorme casona.

Fue entonces que me vi en la necesidad de salir a por algo de comer, dejando la casa a merced de esos animales de dos patas que dormitaban y destruían el sitio que creí era mi hogar. Pero no. Hogar era una palabra demasiado pequeña como para hacer caer algo. Mi único hogar de verdad había sido aquel altillo en Marsella, aquel en que…

No, eso no importaba. Solo debía preocuparme de buscar en las casas cercanas, tal vez podría escabullirme por ahí, en alguna cocina, y encontrar un buen trozo de pescado o carne que tomar prestada para acallar a mi estomago que no dejaba de gruñirme ¡Cómo si fuera mi culpa! Porque no lo era. Era la de ese cazador que había prometido hacerse cargo de mí en cuanto lo ayudara, pero no, me había abandonado como todos los demás. Por eso no confiaba en esas viles criaturas, y cada una de las que entraba en mi universo no había más que confirmarme aquella premisa de que no eran seres buenos.

Entonces fue que un aroma conocido llegó a mi nariz. Podía distinguirlo a la perfección, era una de esas aves grandotas, pavo creo que le llaman los humanos, y olía un poco rostizada. Instintivamente comencé a caminar al origen de tan divino aroma, encontrándome que provenía de una de las ventanas de esas casas gigantes en que vivían los seres de dos patas.

Debí haber sido más precavida, lo sé, pero tenía mucha hambre, así que simplemente salté por la ventana para caer en el mesón en que reposaba el ave rostizada. Me disponía a darle unas cuantas mordidas en uno de los muslos, pero me di cuenta de que había algo raro, porque de sus entrañas parecía salir un olor a castañas y otras cosas. Así que me decidí a investigarlo. Mordisqueando uno de sus costados, hasta que por fin fui a dar con una especie de relleno… ¿Habría sido su última comida? Si era así, la envidiaba. Porque parecía haber comido más que yo en todo el mes.

En fin. Seguía comiendo casi desesperadamente, desgarrando la jugosa carne hasta dejar a lo que quedaba del ave toda desfigurada. Eso hasta que escuché el abrirse de la puerta de la cocina… Rogué por que fuera el viento, pero yo no tenía tan buena suerte.