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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Oscar Llobregat Sáb Mayo 19, 2012 11:06 pm


Via Con Me (Paolo Conte) by Paolo Conte on Grooveshark


Via, via, vieni via con me,
entra in questo amore buio,
non perderti per niente al mondo...


No supo en qué momento el puente le pareció una buena idea. Por saber, no sabía muchas cosas, no las referentes a su persona, las que respondían todas las preguntas en base a una mayor facilidad a la hora de saber quién y por qué. No sabía exactamente el motivo que lo llevaba a que arrojar piedras al río Sena se convirtiera en un pasatiempo, tampoco sabía exactamente cómo explicar su insistencia a la hora de coleccionar cajas de cerillas. Si Oscar se paraba a pensarlo bien (lo que era la mayor parte de su tiempo, incluso cuando no lo parecía), su vida, la vida que había decidido direccionar desde su marcha de Polonia, estaba conformada por un mar nebuloso de ignorancia. Adorable e inquietante ignorancia.

Mientras el joven recadero estuvo acabando con sus tareas, Oscar se dedicó a probar el colchón de su habitación del burdel una vez más, no en compañía de nadie, pues esa noche había sido un total fracaso para los que vendieran un aparato reproductor masculino y, agradecidamente para él ahora que tenía una especie de… cita, el fracaso proseguía. Antes de dejarse caer sobre la cama, el cortesano dio unos lacónicos pasos por el lugar reservado para su entrega carnal al local (y para las pocas veces en las que la lívido de París amanecía y se merecía ser un humano de carne y hueso con su propio rincón personal) y no fue hasta que se descubrió mirando través de la ventana -como era usual en el polaco cada vez que se alejaba del mundo- que cayó en la cuenta de que algo estaba gestándose más allá de donde quisiera recluirse. Y aquello era un problema, teniendo en cuenta que estaba mirando hacia fuera, pero lo estaba sintiendo dentro de él. Una paradoja que volvía a situarlo entre la línea de dos extremos, interior y exterior, que se divertían a costa de lo que alcanzaba a saber y de lo que no. Otra vez eso, siempre se trataba de eso, de hasta qué punto podía aguantar sin cuestionarse algo a sí mismo. A esas alturas de su vida ya no le quedaba más que eso: ser un mero reflejo de lo que nunca podría controlar. Pues a lo largo de toda su existencia, ¿qué había llegado a sostener en sus manos, a fin de cuentas?

No supo en qué momento el puente le pareció una buena idea, pero sí que la mirada de Kharalian fue suficiente para llevarle hasta allí de nuevo.

Después de terminar con su ración de existencialismo habitual, Oscar bajó a encontrarse directamente con el muchacho más joven, pasando por alto lo que sería apropiado en esa situación, como avisar a la madame de su intención de abandonar el local por lo que quedara de noche en base a la total pérdida de tiempo que suponía seguir insistiendo con la venta de su género en esas condiciones. No obstante, corría el riesgo de que le dijera que no, que todavía quedaban esperanzas antes de que se pusiera el sol, y él ya había decidido qué hacer con esa porción de sus horas, así que no iba a permitirse un no por respuesta, incluso si era a costa de un riesgo tan grande como perder su empleo. El presentimiento de una revelación que quizá se tratara de lo más innato del mundo, como la comodidad de una compañía desinteresada (Kharalian mirándole fijamente a los ojos sin comprender el hervidero de sensaciones que había en los de Oscar), precisaba de algo más que permanecer sentado sin hacer nada, y partes del deambular del cortesano por la tierra ya podían definirse como estáticas; el juego de dar vueltas y más vueltas sobre uno mismo hasta detenerse y comprobar el caos a tu alrededor, producto del voluntario mareo. Muy bien, de eso ya había tenido suficiente.

De camino al puente donde quería llevarle, no supo realmente si hubo conversación como tal para amenizarlo, todo se resumió a ojeadas furtivas que consistían en contener el nerviosismo por parte de Kharalian y persistir en contemplárselo por parte de Oscar. En especial cuando finalmente llegaron al lugar concreto y el modo en que reaccionara la expresión del rumano iba a forjar parte del primer ritual. A esas horas no había absolutamente nadie, tampoco estaban realmente a merced del peligro de los callejones, la acera que conducía al viaducto del río transmitía cierto deje lúgubre, bañado por la insistencia de las farolas que se perdían una vez de cara al agua oscura, mecida por la luz de la luna que descubría sus cristalinos temblores (cualquier río estaba completamente limpio en la oscuridad). Una vez allí acomodados, Oscar le invitó a colocar sus brazos en la barandilla y asomarse paulatinamente hasta recibir de cara la brisa pre-marina. Aquel lugar significaba muchas cosas, todas relegadas al área sensitiva que despedazaba las palabras en suaves emociones de amparo y certeza, y dado que era la forma invasora más inofensiva que el polaco conocía, algo en su interior había querido situar a Kharalian en ese mapa personal, para así iniciar el pacto de una amistad con perspectivas de… ir más allá, como el aire húmedamente agradable que ahora respiraban.

Seguro que no te lo esperabas –comentó con una leve sonrisa y al cabo de unos minutos de contemplación al frente, comenzó a ojear el suelo que pisaban entonces para ver si divisaba alguna piedra. Dio con una y nada más volver a erguirse después de recogerla, se la puso a Kharalian en la mano y contempló el río, sin alejarle todavía los dedos de la piel-. Vengo casi todas las mañanas a tirar piedras aquí. Me relaja, supongo, tan pronto como he de reunir fuerzas para arrojarlas, se acaban perdiendo todas con alivio segundos después del lanzamiento… No te soluciona la vida, pero desde luego, otorga un pase ligeramente más digerible –suspiró, pero no de un modo cansado, sino más bien en extraña armonía-. ¿Te apetece probarlo tú?


Via, via, non perderti per niente al mondo,
lo spettacolo d'arte varia
di uno innamorato di te...



Última edición por Oscar Llobregat el Miér Jul 11, 2012 8:57 pm, editado 2 veces


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Mensaje por Mihail Kharalian Balcêscu Miér Jul 11, 2012 7:22 pm

¿Por qué había dicho que si? ¿Qué lo había llevado a aceptar esa invitación? Todo lo que momentos antes había pasado sin mayor gloria que la de un efímero segundo, se había vuelto borroso hasta desvanecerse de su memoria. Todo excepto aquello que le dejaba el leve amargor del rechazo en los labios y la confusión aflorando en su mente. Porque lo cierto era que no tenía ningún motivo para esperar nada, ni una nimia sonrisa, de alguien que apenas conocía, pero lamentablemente poner su alma en la primera persona que mostraba un poco de interés en él era tan común como las estrellas en una noche despejada. Por eso era herido una y otra vez, cual cachorro callejero mendigando con los ojos llorosos y que no recibe más que unos cuantos gritos y otro par de patadas, eso hasta que alguien le tiende una caricia para luego seguir su camino. Pero Kharalian siempre estaba ahí, esperando.

Era esa misma malsana ingenuidad la que lo había traído a París en primer lugar, esa virtud que al parecer tenía más de defecto seguramente sería lo que acabaría por lapidar su existencia. Pero hasta que ese día no llegara, seguiría siendo él.

Luego el silbido, aquella señal de que las cajas con botellas ya vacías lo esperaban para ser estivadas. Supuso que no había nada mejor que un trabajo agotador para hacerle despertar de esos pensamientos sin sentido que amenazaban con deprimirlo más de lo usual. Pero tal y como venían siendo sus planes últimamente, solo logro un andar atolondrado y un actuar despistado que le hicieron merecedor de varios regaños y músculos fatigados.

Ya era bastante tarde, incluso para su jornada normal, que ya terminaba bastante tarde, por lo que pensó que lo más probable era que el señor Llobregat se hubiese cansado de esperar ¿O tal vez hubiese encontrado algún… cliente? Eso último en parte aliviaba su consciencia, pero al mismo tiempo le producía una agónica desesperación a la que ciertamente no tenía derecho.

No había acabado de secarse el sudor de la frente con la propia manga de su camisa cuando aquel hombre volvió a hacer acto de presencia ante él, rompiendo con todas esas elucubraciones y excusas que su mente había construido para autocompadecerse en caso de que no llegara. Pero no hicieron falta, y simplemente lo siguió en silencio y con la mirada baja.

No sabía a donde iban, y lejos de toda su lógica normal, la curiosidad no mostró sus narices en ningún momento, tal vez porque estaba demasiado ocupado tratando de mantener su imaginación dentro los parámetros de lo aceptable y su lengua encerrada para no decir alguna de las barbaridades que pasaban por su cabeza. ¿Por qué lo había invitado? ¿Qué interés podía tener una persona como él en un muchacho tan poco interesante?

Pudo seguir construyendo preguntas imposibles de responder, pero sin previo aviso la misma brisa que jugueteaba con las aguas del Sena le dio un suave bofetón que acabó por hacerlo volver a la realidad, una realidad en que el cortesano le invitaba a reposar sobre el barandal que los separaba del vacío. El muchacho apoyó su abdomen en la madera y deseó por un momento sumergir su cabeza en lo que debían ser unas gélidas aguas para despertar tanto del cansancio como de este sueño que era tener la compañía de alguien.

Entonces volvió a despertar, pero esta vez debido a las palabras ajenas a las que a medias pudo prestarles atención, misma razón por la que no supo responder ¿Habría dicho algo más? Bajó la cabeza en una íntima señal de disculpa hasta se vio a si mismo con una piedra en la mano, aunque lo que más lo alteró fue la forma en que llegó hasta ahí. Luchó para no sonrojarse, para no parecer un idiota, pero solo cerró los ojos y estrechó con fuerza aquel pequeño presente.

- Nunca lo he intentado antes – admitió, aunque las palabras correctas eran “nunca he tenido tiempo para intentarlo”. Era un chico al que le habían arrebatado más que la memoria y la infancia, le habían privado siquiera la posibilidad de crearlas, por eso apenas conocía el significado del tiempo libre, y cuando excepcionalmente se encontraba con un poco de aquello se desesperaba y volvía a buscar cualquier cosa que pudiese hacer para no sentirse asediado por esas vocecitas que lo llamaban inútil.

Suspiró y le sonrió fugazmente al señor Llobregat, como tratando de conseguir un poco más de valor, pero al mismo tiempo casi resignado. Dio un par de pasos para alejarse de la baranda, y lanzó la piedra con todas sus fuerzas, o al menos las que le quedaban después de un largo día de trabajo. Y como si el suspiro no fuese más que un presagio, la piedra se hundió pesadamente en el agua, sin dar ninguno de aquellos esperados brincos.

- Lo siento… - dijo al tiempo que evitaba cualquier contacto visual – No soy bueno con estas cosas, supongo – agregó al tiempo que se inclinaba a recoger un par de piedras para volver a intentarlo.

Las lanzó en el aire un par de centímetros, haciéndolas caer nuevamente en su mano, como si con ello pudiese conseguir que las piedras le ayudaran a mejorar en aquel juego. Pero al final su timidez ganó y no se atrevió a volver a lanzar, sino que le tendió las piedras a Oscar para que lo intentara, con la esperanza de aprender una nueva lección.



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Mensaje por Oscar Llobregat Vie Nov 02, 2012 9:57 pm

No sabía qué clase de lecciones podía impartir alguien como él, que muchas veces pensaba que había nacido para contradecirse hasta el hartazgo. Mientras que el polaco se veía como una personita levemente cerrada al mundo exterior, demasiado conocedor de los mayores defectos de la humanidad porque todos parecían concentrarse en torno a su camino, también se había acabado por convertir en un fiero reconocedor de la verdad y sus más allegados. Honestidad y buenas intenciones escaseaban en su extenso recorrido por la tierra (porque a pesar de ser visiblemente joven, lo cierto era que de tanto en tanto se reía ante la idea de aproximarse más a la definición de un señor mayor, cercano, pero gruñón y que no podía evitar criticarlo todo en silencio desde la ventana). Y, como aunque estuviera seguro de su pesimismo siempre volvía la vista atrás cuando le parecía divisar algo (a alguien) que rompía con la norma, Oscar se trataba a día de hoy del perfecto catador de la condición humana. O, al menos, necesitaba mucho menos tiempo que los demás para detectar quiénes tenían más posibilidades de sorprenderle. Si al final no acababa siendo en ese sentido tan utópico, cualquier otro serviría como premio de consolación.

La ampulosa realidad de caminar entre gente sin entrañas era lo último que estaba sintiendo entonces en la compañía de Kharalian, ni siquiera reaparecía el mecanismo de pensar que siempre existiría la posibilidad de equivocarse. O que con el tiempo, el error se gestara en el corazón del joven rumano hasta que cualquier cosa demostrara que Oscar hacía bien en pensar tan mal, y mal en contradecirse tan bien. No, de verdad que le estaba resultando imposible experimentar algo negativo en su presencia y el sentimiento se deslizaba con tanta comodidad en su interior, sin que los reparos ni experiencias fallidas que allí habitaban opusieran resistencia, que el cortesano llegaba a abandonar el temor por la naturalidad, de un modo envidiable en realidad. De saber que podía llegar a bajar la guardia así… bueno, lo más probable es que hubiera entrado en un bucle infinito, tratando de añadirse más capas para que no penetraran en él sin dejar por eso de darle una oportunidad a hombres como aquel rumano. Quizá por ese motivo, el destino había querido que lo descubriera sólo en ese instante y de la mano de Kharalian. Para que el presentimiento de estar apostando por algo grande le embistiera con las ganas y la entereza suficientes. Y ahí residía el quid de la cuestión: venía tan implícito que no le estaban haciendo falta ninguna de las dos cosas.

Supón más bien que no eres bueno valorándote –replicó sin apartarle la mirada y aproximándose más a su posición, ladeando un poco su figura y agarrando una de las piedras que le ofrecía, tal vez para que la sonrisa de medio lado tuviera compañía-. Con ‘estas cosas’ no hay que leerse un manual más largo que un sermón de la Biblia, sólo tienes que querer descargar tensiones… O ni eso, joder, ni siquiera yo que lo hago todos los días debo dictar unas normas. Sencillamente lánzalas… y conforme lo hagas, puede que encuentres lo que necesites expresar con ellas.

Y a lo mejor seguía llevándose la contraria con ese comentario que, a fin de cuentas, portaba una recomendación, pero Kharalian no era el único en querer aprender algo de aquel encuentro, el polaco también deseaba irse a la cama o ver amanecer con la sensación… no, con la certeza de que sería un poco más distinto al Oscar de hacía unas horas sólo gracias a las que estaba pudiendo pasar junto a su acompañante. Conociéndole y conociéndose a sí mismo junto a él.

Prueba a coger más impulso, a ver –indicó y volvió a separarse unos centímetros antes de echar la mano hacia atrás en la postura adecuada y arrojar de nuevo la balsámica munición al río, en esa ocasión logrando que llegara más, mucho más lejos. El eco de la piedra gorgojando bajo el agua fue la respuesta satisfactoria que los dos muchachos recibieron y Oscar no pudo evitar hacer un mohín con los labios antes de silbar alegremente, muestra de que estaba dejándose llevar hasta el punto de reaccionar prácticamente como un crío- ¡Algo así! Venga, concéntrate y piensa en algo que te aflija –se descubrió dándole indicaciones otra vez, y entonces tocando temas más hondos que la senda que recorrían aquellos guijarros hasta hundirse en el Sena. Lejos de auto-limitarse, no le dio más vueltas a lo que hacía y retuvo en un puño todos los pedruscos que Kharalian aún sostenía dejándole sólo uno y le agarró seguidamente de la mano para instarle a que la cerrara con el objeto dentro-. No pierdas tiempo adivinando hasta dónde vas a conseguir lanzarla, sólo trata que todo lo malo que has estado reteniendo antes de hacerlo llegue hasta la piedra y se largue con ella –dijo y para eso último se colocó detrás de él, guiándole el brazo hacia atrás también y preparándole para el momento final.

Esperó a que Kharalian hiciera lo propio, de repente poniendo los ojos en blanco y chistando con incredulidad. Sin mover ni un músculo, miró hacia el cielo, no supo por qué, y desde ahí negó con la cabeza, pero también con otra sonrisa, ante el hecho insólito de no saber cómo cojones había acabado protagonizando una escena tan… curiosa como aquella. Preferiría no pararse a pensar en que sería ideal de escribir en una novela de romance estúpido.

Tómate todo el tiempo que te apetezca –añadió al cabo de unos segundos, próximo a su oreja, y se apartó de él únicamente unos pasos porque no quería ponerle nervioso e interferir en lo que pretendía que comprendiese-. Por aquí no hay nadie más que yo y me encanta ver cómo sale el sol, así que… –concluyó dejando aquella frase a medio hacer que daba a entender que no le importaba esperar siglos.

Si así fuera, jamás habría llegado hasta París. Y el uso de aquella palabra, ‘jamás’, se estaba convirtiendo en algo de lo que poner como ejemplo cuando le hablara a Kharalian sobre las cosas que tenían menos importancia de la que el mundo creía.


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Mensaje por Mihail Kharalian Balcêscu Miér Dic 05, 2012 2:23 am

Todo amago de sonrisa que pudo haber estado esbozado en su rostro desapareció cuando el señor Llobregat se refirió a su autoestima. Tal vez tenía razón. Por eso rápidamente intentó esconder su rostro mirando al suelo, ya que más que comentario aquello tenía el sabor de un regaño, sabor que conocía hasta el hastío, y al que le tenía más miedo que al de la soledad. ¿Tanto se podía decir de él solo con el acto de lanzar una piedra al río? Quizás era como eso de que la gente conocía mejor a otros mirándolos a los ojos, o tanteando la fuerza con que estrechaba las manos al saludar. Y si era así, creía haber dejado una pésima impresión que podría borrar cualquier cosa positiva que hubiese dejado la primera.

Tan ensimismado se había puesto, que apenas sintió cuando una de las piedras había dejado de estar en su mano, y de no ser porque él volvió a hablar, se hubiese cernido un silencio aterrador al menos hasta que el sol comenzara a mostrar la punta de su nariz. Con la mano libre se rascó la cabeza, un poco más arriba de la sien, signo de que no acababa de entender a lo que se refería con aquella indicación sobre que no existían indicaciones.

Su rostro tendía a ser demasiado transparente, a demostrar lo que había dentro sin pasar por ningún filtro, dándole a cualquiera que pasara frente a él la facultad de leerlo como si de un cartel con letras enormes se tratara. Y lo que mostraba ahora era la más pura e infantil confusión, la que se vio acrecentada cuando le dio una nueva indicación respecto al impulso que debía darle al improvisado proyectil.

Pero pese a la nueva explicación, y a que volviese a destinar una piedra al fondo del río, luego de varios exitosos rebotes en el agua, seguía pensando en lo primero que había dicho, sobre aquello de las tensiones y lo de expresarse. Entendía el motivo, y probablemente también el efecto que se buscaba con ello, pero si se ponía a buscar ¿Tenía algo a lo que llamar tensión? ¿O había algo que necesitara expresar? Era algo así como esperar las primeras palabras del mudo que milagrosamente recuerda cómo hablar. ¿Cómo alguien que estaba acostumbrado a la miseria de no tener nada que decir, nada importante al menos, podía expresar algo? De hecho, aun más, podría cuestionarse de que hubiese algo dentro que querer sacar.

Porque no se consideraba especialmente afortunado, pero sabía que había quienes lo pasaban aun peor que él, o que bien teniendo más creían ser desdichados. La pasividad del muchacho para con sí mismo debía ser frustrante para cualquiera, y sacarlo a relucir ahora no haría más que espantar al señor Llobregat.

Por eso cuando le dijo que pensara en algo que lo afligiera, no encontró nada digno de cargarle a la piedra, solo las cosas más mundanas que podrían existir, como aquella manzana que hace ya un par de días había caído detrás de uno de los muebles del altillo, y que ahora debería ya estar fermentando; o quizás el hecho de sospechar los planes de su casera de alquilarle la habitación a alguien que pagará unos cuantos francos más. Pero aquello no era suficiente lo suficientemente importante como para mencionarlo.

Entonces una mueca extraña se coló en su rostro. Quizás si había algo, pero algo que ni la roca más grande que hubiese en todo Francia podría cargar, y que de poder hacerlo, ni él pudiese levantar. Aunque… quizás lo más grave es que aun pudiendo, el muchacho no querría hacerlo. El recordar constantemente que había perdido la memoria, era prácticamente lo único que lo unía a su pasado, como el niño que para recordar lo bien que lo pasó jugando en el jardín mira una y otra vez sus rodillas magulladas. Sí. Era algo que él no podía dejar ir. Era la aflicción que lo mantenía vivo y que lo hacía quien era.

Aquel semblante de extraña contradicción se desvaneció cuando sintió una mano ajena sobre la suya. Abrió los ojos de sobremanera, y trató de decirle a su cuerpo que fuese dócil, que no comenzara a temblar como si aún fuese invierno. Sus labios temblaron ligeramente mientras su brazo era guiado para conseguir la postura óptima para el lanzamiento, y solo se permitió sonrojarse cuando tuvo la certeza de que su interlocutor no pudiese verlo. Ni siquiera pudo suspirar de alivio cuando lo soltó, dejándole el espacio suficiente para lanzar por si mismo, de hecho, aquello lo puso aún más nervioso.

- Más impulso – dijo cerrando los ojos para intentar recordar cada uno de los pasos – Y… dejar que lo malo… se vaya – dijo con la voz ya quebrada, sin atreverse a abrir los ojos, y acumulando una inusitada fuerza que al momento de actuar no sirvió de nada.

Lanzó con toda la fuerza de su cuerpo, pero la de la cabeza jugaba para el bando contrario, y como resultado, el viaje que la piedra hizo por aquella brisa no duró demasiado. Incluso no fue capaz de llegar más lejos que la anterior. Entonces abrió los ojos y se quedó mirando las aguas, esperando en vano escuchar algún “clap clap” provocado por los rebotes, pero no fue más que el sonido seco de un plomo cayendo al agua.

Él no podía dejar ir sus aflicciones, lo malo, lo que dolía, porque solo así sabía quién era, ya que podía aferrarse a lo poco que tenía. Sus pocas pertenencias y el recuerdo de que no había perdido sus recuerdos. Y por más masoquista que aquello sonara, era lo que le hacía feliz.

Un par de lágrimas se le escaparon por las mejillas, pero no estaba llorando, se negaba a ello, pero aquellas rebeldes no le hacían caso, por lo que se volteó para mirar al señor Llobregat, y buscar algún atisbo de decepción. Pero nada. Más bien, no tuvo tiempo para ver nada, porque antes de ser asediado por aquel calambre en la nariz que anticipaba el llanto, pegó su frente al pecho ajeno, llegando a una extraña mezcla de suave brusquedad. Solo entonces pudo llorar en paz.

- No puedo dejar que esas cosas se vayan – dijo al tiempo que frotaba su rostro en él, sin querer secando sus lágrimas en su camisa – Porque no hay nada más que esas cosas – terminó por musitar lleno de angustia, sin entender como un pequeño y sano juego había desencadenado tantos sentimientos que se arremolinaban en su interior, algunos de los cuales no había tenido consciencia hasta hoy, gracias a él.



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Mensaje por Oscar Llobregat Miér Dic 26, 2012 11:37 pm

Había creído, incluso fervientemente, empleando una forma de emoción que rara vez surgía a flote tan pronto y sin tanta poca desconfianza, que todo aquello apuntaba a una conclusión feliz, al estar enseñando a una persona tan inocente como ese chico lo que él mismo nunca había podido ver para empezar a creérselo a través de sus ojos, de sus actos y el resultado que mostrasen ante Oscar.

Sin embargo, después de presenciar aquella reacción de Kharalian, no tardó en sacudirle el pesimismo que lo arrollaba desde que había aprendido a andar mejor por su cuenta que con las directrices de su padre, apáticas y sin una atención real, que antes debían de estar pensando en la nueva pesca que en los intentos por que el niño se sostuviera sobre sus propios pies.

La humedad reveladora de los ojos del muchacho sobre su torso le trasladaron momentáneamente horas atrás, a su accidental encuentro en el burdel que habían dejado de lado para empezar a respirar un ambiente menos carcelero… Sólo que entonces no se debía al agua que rociaba la frente de Kharalian después de haberlo reanimado del alcohol, sino a que estaba llorando… y era la segunda vez que veía sus lágrimas desde que lo había conocido en una sola noche. Sin duda alguna, aquello no se presentaba como un preludio muy esperanzador.

De repente, en aquel preciso instante, sosteniendo un cuerpo sin pasado ni expectativas de futuro que gemía en ese presente compartido con el polaco, Oscar se vio así, sujeto a Kharalian mientras contemplaba la lejanía más allá de aquel puente donde tantas mañanas acudía para satisfacer su desidia, su estrés, su resignación… La ventisca de los resquicios marítimos que había allí cerca le envolvió junto al contacto del otro chico, y a lomos de aquella imagen tan irreal como íntima, se dejó llevar por una corriente que ni siquiera debía de saber lo que allí estaba pasando, pero él tampoco lo sabía, así que le bastaba.

Al mismo tiempo que los empujones puntuales del viento, Oscar sintió una sacudida que bien podría haber sido equivalente a que la espiral de los movimientos del aire lo arrojara al gélido Sena. De repente y durante aquellos instantes de asimilación, todo se fue por la borda; sus intenciones, sus expectativas, sus anhelos, el motivo por el cual había llevado allí a otro ser humano del que sólo sabía el nombre. Volvió a ser el Oscar de siempre, resignado a sobrevivir, siempre con fuerzas, siempre al pie del cañón, pero resignado. A sobrevivir. No entendía qué demonios hacía engañándose y engañando a los demás, él no era nadie para enseñar, ni para consolar, ni para ver el lado luminoso de las cosas. No sabía por qué cojones había querido intentarlo, y encima por otra persona… cuando su vida ya había evidenciado que aunque fuera con buena fe, siempre recibiría rechazo a cambio. A veces, pensaba que en sus relaciones interpersonales sólo podría aspirar a escasas amistades, algunas auténticas, gracias a Dios (algo positivo finalmente), pero otras, infundadas por la lástima. Y a pesar de que Oscar no buscaba nada más y dudaba de que su destino fuese terminar 'comprometido', ¿no llegaría un momento de su existencia en que se volvería preocupante? Vivir juntos, morir solos.

Quizá se debiera a las palabras que pronunció Kharalian, a que por fin encajaron en su mente y en su pecho como algo más que lamentos en una calle vacía, cuando se revelaron como la confesión de soledad y olvido de un muchacho diez años menor, que tenía la oportunidad de escuchar… Kharalian podría haberse tropezado con cualquier otro en el burdel, Oscar podría haber decidido encasquetárselo a cualquier otra de sus compañeras y desentenderse de él, incluso el otro podría haberle dicho que no tras hacerle la propuesta de cambiar de lugar… y ya no estaría allí, en un sitio exento de ruido que entorpeciera la comunicación humana, en un sitio familiar para el cortesano donde poder atender a la historia de un desconocido que, aun así, le parecía igual de cercana que su costumbre de arrojar guijarros al río. No obstante, allí estaba, allí estaba, y tenía que ser por algo, tenía que ser por algo menos desalentador que los sollozos de aquel chico. Aunque al principio doliera, como todo, tenía que ser por algo. Algo bueno. Algo esperanzador.

En fin… –pronunció de una vez por todas, con un ligero deje de risa en su tono de voz, como si se burlara de sí mismo y del propio firmamento, entonces cómicamente presente- Puede que yo sólo venga a tirar piedras aquí porque me da la gana. Y ya –sin tener que usarlo como ritual de ninguna cosa, sin que por ello hubiera que extraerle malas sensaciones a un aprendiz de algo indefinido. Sólo porque le apetecía, y le apetecía hacerlo con él. Sin más- ¿Sabes? Mi vida tampoco está llena de momentos dignos de recordar por su especial alegría, y aunque en la mayoría de ocasiones también pienso que son lo único que tengo, de pronto pasan cosas como éstas y me doy cuenta de que no es cierto –confesó ahora Oscar y suavemente le agarró de uno de los hombros con una mano y con la otra le sostuvo el mentón y le invitó a separar el rostro lentamente de su pecho para poder mirarle directamente a los ojos. Suspiró lo menos potente que pudo, nuevamente en modo de mofa por acordarse de cuando habían estado en esa misma corta distancia hacía unas horas… Sin comerlo ni beberlo, parecía querer poner a prueba la resistencia de sus instintos. Lo peor (¿o lo mejor?) era cuando no sólo los instintos movían su cuerpo-. Si son lo único que tienes tú, puedes empezar a conservar lo que está pasando ahora mismo como nuevos recuerdos. Enteramente tuyos, Kharalian. Dime, ¿acaso te parecerían malos?

Y si no optó por secarle las lágrimas todavía fue porque las quería ahí, bien asidas a sus pupilas, húmedas como todo el entorno, sólo para que tanto el uno como el otro tuvieran bien claro que por muy pronunciada que fuera la agonía, de vez en cuando no bastaba para hundir a las personas.


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Mensaje por Mihail Kharalian Balcêscu Mar Ene 15, 2013 6:21 am

¿Era eso lo que quería decir? Que era alguien tan obsesivo y pesimista que pese a estar frente a un mundo lleno de maravillas lo único que podía, y hacía, era lamer sus heridas para compadecerse de sí mismo, sin intentar curarlas realmente por el miedo de que aparte de aquel dolor no hubiese nada más que sentir, nada más que temer o disfrutar ¿Era un muchacho así de insípido? Desmemoriado sí, ¿Pero más que insípido, amargado? No.

Aunque quizás suene mal, él era la clase de persona que iba por la vida con una tonta sonrisa aunque las cosas no fueran bien, simplemente porque creía que así todo sería más ameno, para él, para resto. Y no por ello eran sonrisas superficiales, no lo eran cuando terminaba por olvidar a momentos qué era lo que estaba mal… era como si el mundo fuese un poco más brillante y con colores más vívidos que hacían que todo fuese mejor. Por eso es que vivía el día a día de un paso a la vez, no yendo demasiado rápido para no perder detalles importantes, detalles que se le olvidarían luego.

Era eso último lo que incluso ahora lo aquejaba. No porque él quisiese ir lento, el mundo se iba a mover del mismo modo, pero el miedo a olvidar de nuevo siempre estaba presente ¿Qué hacer entonces? Varias veces se había cuestionado el irse a lugares en que las cosas giraran más despacio, algo así como el campo, pero era demasiada tranquilidad para un alma curiosa. Esa dicotomía le frustraba, pero de sus roces salían ciertas chispas que se podían mezclar para formar tan hermoso como inestable.

No se sentía demasiado fuerte, mucho menos ahora que aquel mecanismo de su cabeza que le dejaba pasar de lo malo parecía haberse trabado, percutiendo una y otra vez el aroma de su recuerdo más triste. Por eso era que no podía parar de llorar, pese a estar medio consciente de que casi estaba usando la camisa del señor Llobregat como un pañuelo, y no debía, aunque el saber que estaba ahí era reconfortante. Sí, habían cosas buenas y sabía que su entera existencia no se basaba únicamente en la pérdida de su pasado, pero en este preciso momento le era difícil pensar en esas otras cosas buenas, de hecho, no se le ocurría ninguna lo suficientemente fuerte como para ayudarle a sostener una sonrisa. Eso le hacía sentirse una pésima compañía.

“¿Eh?” Fue lo único que pudo pensar cuando una voz que no era la suya, ni siquiera la de sus pensamientos, se alzó rompiendo la charla entre en agua del río y la brisa. Ahora sí que no entendía nada, porque si el lanzar aquellas piedras al río no era más que eso, sin nada seudo-profundo detrás… ¿Qué sentido tendría? Definitivamente no entendía nada. A cada palabra suya más se confundía, generando que en su interior comenzaran a bullir tantas preguntas como para fastidiar a la más noble de las enciclopedias.

¿Qué era digno de recordar para él? ¿Qué era lo que le hacía feliz? ¿Qué era lo que le hacía ponerse triste? ¿Cuáles eran sus recuerdos buenos? ¿Los podía recordar con claridad? ¿Cuáles eran los importantes? ¿Cuáles eran los que odiaba? ¿Qué pensaba realmente cuando destinaba esas piedras al fondo del río? ¿Y a qué se refería con cosas como éstas?

Cosas como éstas… Fue esa la pregunta que hizo palidecer al resto de la interrogantes, haciéndolas tan pequeñas como para poder ser puestas en el cajón en el que la curiosidad no alcanzaba a llegar porque estaba poniendo su esfuerzo en algo más. ¿A qué cosa se refería? ¿Había sido algo que había dicho? ¿Algo que había hecho? ¿O ambas?

Prácticamente no sintió cuando aquella mano en su hombro le había separado del torso ajeno, sino que fue solo cuando la brisa que revoloteaba por ahí sin sentido le había golpeado el rostro, casi secándole las lágrimas, que se dio cuenta de que aquel pequeño momento de cruda conexión había terminado. Como era obvio, trató de inmediato de bajar la cabeza, pero la mano que le cogía del mentón hizo imposible cualquier intento por desviar la mirada a algo que no fuesen aquellos orbes ajenos tan parecidos a los suyos propios.

Entonces, fue como si le hubiese abofeteado con una gran verdad, una que tal vez conocía pero no acababa por practicar. Su trabajo, más allá de todas las pequeñas labores en el mercado, era coleccionar recuerdos nuevos, pero éstos siempre se veían opacados por aquellos que por más que intentaba hacer yacer en el fondo volvían a la superficie. Pero él tenía razón. No todo podía ser siempre tan malo, ni la vida tan cruel, ni la mañana tan oscura, ni el sopa tan insípida, porque muchas veces había algo de sal y pimienta que poder ponerle.

Sus ojos aun llorosos, ahora destellaban de un modo diferente, aunque bien podía ser solo por el efecto de las gotitas saladas. Era porque lo entendía. Por fin, lo entendía. No todo necesitaba desesperadamente tener un sentido para ser digno de recordar, así como lanzar una roca al río solo porque sí.

Un nuevo par de gotitas refrescaron el camino que se iba secando por sus mejillas, yendo a parar seguramente a la mano que le sostenía con una suave firmeza. Su mano derecha dejó caer el resto de las piedras al suelo, y fue a parar a la muñeca del señor Llobregat, ejerciendo una ligera presión para que le soltara. Esa mano acabó quedando cerca de su pecho ¿Sentiría cómo latía ahora su corazón?

Ya libre pudo bajar la cabeza un par de centímetros. Cerró los ojos con fuerza y contuvo la respiración. Su mente hizo una cuenta imaginaria, que primero debía llegar hasta el tres… luego hasta el cinco… No, mejor hasta el diez… ¡No podía aguantar la respiración para siempre!

Así que simplemente lo hizo.

Lo besó. O bueno, técnicamente lo robó. O intentó.

Cuando se alzó, no tuvo la ocurrencia de abrir los ojos para ver si iba encaminado, de hecho, tampoco es que tuviese ni la menor idea de qué hacer cuando consiguiera llegar hasta sus labios. Pero… ¿Había… fallado? Aquello terminó no siendo más que un infantil y torpe roce en la comisura de los labios del señor Llobregat, cosa de la que solo se dio cuenta en el momento en que por fin volvió a respirar, obviamente agitado, avergonzado, sin el suficiente valor como para apartarse de él y enfrentarse a una mirada de reproche, odio, o quizás una bofetada. Por eso se quedó ahí, quieto, con los labios rozando terreno incierto por un motivo que no existía, pero que tampoco tenía necesidad de existir.



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Mensaje por Oscar Llobregat Dom Mar 03, 2013 6:32 pm

Pensaba muchas veces en cómo sería sentirse plenamente cómodo en 'esa clase de situaciones', aunque muchas otras, borrara esa disertación de su mente, demasiado sencilla para lo que solía ocupar sus pensamientos. Claro que, a decir verdad, Oscar vivía de cosas sencillas, porque ¿Qué había más sencillo que buscar apego del mundo exterior, ya fuera amando, odiando o pagando por el contacto físico? ¿O, como él, persiguiendo la respuesta a una vida que, quizá, no debió haber seguido empujando? Un viaje que significó tanto y ahora tan poco… Precisamente porque ahora todo parecía más sencillo. Sólo un poco más sencillo, pero suficiente.

Desde que vivía en París, que había pasado por diversas experiencias ante las cuales reflexionar sobre 'esa clase de situaciones'. Y resultaba curioso usar palabras tan difusas y quisquillosas teniendo un trabajo tan tajante y poco evasivo como lo era el comercio del sexo. Oscar diferenciaba muy bien entre la carne y la mente, y seguramente que debido a eso, llegaban momentos como aquel y los dotaba de una complejidad mayor de la que sería lógica o, por lo menos, sana. Sí, en París había llegado a 'confraternizar' con otra gente fuera del burdel y un par de veces pensó, incluso, que estaban tratando con su corazón. En ambos casos había sido inútil y había sido efímero, pero aun sin compararlos con la escena que estaba presenciando ahora, con ninguna otra persona había compartido tal sensación de intimidad. Sabía lo que estaba ocurriendo, sabía que la situación con Kharalian era especial (¿qué hacía una noche laboral allí y no en el prostíbulo, si no?), quería hacerlo bien (fuera lo que fuera), quería llevar cuidado y, sin embargo, se sentía cómodo. Se sentía encajar.

No tenía problema alguno en reconocer la atracción que los había chocado desde el principio, ni tenía intención de disimularla, a pesar de que el otro muchacho fuese tan cándido como para no entenderlo siempre. No obstante, algo le decía que no es que no lo entendiera, simplemente nadie le había enseñado antes con qué nombre llamar a las cosas para volver a ellas y acordarse de que eran inherentes en el ser humano. Aun así, horas atrás en las afueras del burdel, había preferido guardar silencio ante la lección más ineludible de todas y esperar a que Kharalian pasara de la teoría a la práctica por su cuenta, sin necesidad de pensarlo para comprenderlo. Y por una vez en muchísimo tiempo, Oscar veía cumplida una esperanza desinteresada y por primera vez en toda su vida, tenía una consecuencia inequívoca, pura, únicamente para él.

El roce de los labios del rumano tuvo una capacidad de transporte más liviana y atemporal incluso que el descenso de los guijarros en el agua o la indómita vastedad del río que desaparecía a lo lejos. La confusión se apoderó del mayor de ambos tanto como lo había hecho con el menor y durante esos segundos de impulso, ni siquiera respondió, pero tampoco se apartó y recibió su tímida llegada con una mezcla de sorpresa, bienvenida e inevitable recelo. Saboreó a su manera ese avance en la expresión corporal de Kharalian, esa revelación que dotaba de sentido a haberlo llevado hasta el simbólico puente donde lanzaba piedras al amanecer. Quiso hacerlo parte de sí mismo sin mover un solo dedo, sin perturbar aquella titubeante honestidad para guardarla en su memoria con la seguridad de que no había sucedido sólo por su culpa. Ahí no había culpas y también era algo nuevo. Nuevo y purgador.

Oscar movió las manos finalmente, pasándolas por los hombros de su acompañante hasta detenerlas a la mitad de éstos, donde apretó con algo más de fuerza, sujetándolos bien a la hora de mostrarle a Kharalian aquello que estaba queriendo pedir. Más contacto. Tal vez hubiera reaccionado por fin ante la epifanía de que Oscar le gustaba lo bastante como para iniciar ese acercamiento y desear aprender algo que hasta entonces había evitado, pero Oscar seguía siendo su guía por aquellos parajes y, desinhibido o no, se sentía responsable de lo que Kharalian estaba conociendo. Sobre todo cuando la duda tenía fácil resolución.

¿No era que todo estaba pareciendo más sencillo? Debía empezar a predicar con el ejemplo, rallar su cabeza con lo existencial era bonito hasta cierto punto.

Oscar se inclinó, de una vez por todas, sobre Kharalian y completó el espacio entre sus bocas de un modo tan suave que hasta él mismo se sorprendió. Sus labios presionaron con una caricia del todo contundente y no se privó de intensificar el efecto cuando sus pulgares le arrugaron lentamente la camisa. La brisa cálida que intercambiaron durante aquellos segundos volvió todavía más íntimo ese pequeño espacio creado en mitad de sus rostros y ni siquiera las marinas e insistentes ventiscas de su alrededor distrajeron el pilar central de sus escalofríos. Oscar le devolvió el beso o le terminó de besar o le besó directamente, no le importaba. No le importaba porque fuera lo que fuera, Kharalian había hecho algo sólo por él, y Oscar le estaba correspondiendo. Así de sencillo.

Después de alejar definitivamente el contacto, en busca de un aire natural o simplemente para comprobar cómo continuaba la historia, el polaco se echó hacia atrás, mas sólo recuperó la distancia tan comedida como íntima de cuando había estado amparando su llanto. Se permitió sentir algo de frío desde que había tenido cerca los labios de Kharalian y así de paso conseguía reordenar las pocas ideas cuerdas que restaban en su cabeza. Entre otras, el asombro de hacer memoria y no recordar haber tenido un beso tan inocente como ése en toda su vida. No sabía si su irónica faceta de cortesano poco superficial le hacía apreciar ese aspecto o cagarse en él con mucha inquina, porque en su interior no le habría importado explayarse más y, aun así, aquel beso le había dejado plenamente satisfecho. Una satisfacción que no podía pagarse ni encontrarse en un orgasmo.

Y aquí tienes otro recuerdo.


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Mensaje por Mihail Kharalian Balcêscu Vie Oct 25, 2013 2:25 am

Estaba mal, muy mal… No entendía cómo el mar de contradicciones interna le permitió acercarse de aquel modo, dejando de lado aquel adagio de que ante la duda lo mejor era abstenerse de actuar. Pero él no solo ya tenía la piedra en la mano, si no que ya la había lanzado ¿Cómo iba a excusarse ahora? Unos cuantos “lo siento” no serían suficientes, a pesar de que imaginaba que el trabajo del señor Llobregat seguramente le tenía curado de todo espanto frente a los impulsos de un chiquillo imprudente.

Cuando tomó consciencia de que había fallado, sintió un injustificado alivio que se manifestó en forma de un suave suspiro, porque aunque quedarse como un tonto a los ojos ajenos, aquel vano intento no había consumado nada. Pero… ¿Acaso hacía alguna diferencia? Fue ahí donde sintió que un balde de agua fría le recorría de pies a cabeza. Enfadarse era lo mínimo que Óscar podía hacer, de hecho, cabía que posibilidad de que con aquella imprudente acción terminase siendo odiado por él, al punto de que la prometedora amistad de desvaneciera al igual que unas horas lo haría la bruma que revoloteaba por la ciudad.

Nuevamente estaba paralizado, esperando mínimo una bofetada o que lo apartara de forma brusca, por eso cuando sintió sus manos en los hombros cerró los ojos con fuerza, anticipándose a un merecido castigo, tanto así que incluso volteó ligeramente el rostro, como si con ello estuviese entregando su mejilla para ser abofeteada. Pero nada de ello pasó. Ese pequeño instante se le antojó eterno, tanto que al no sentir movimiento alguno tuvo el atrevimiento de abrir un poco los ojos, apenas lo justo para verle acercándose a él.

Esta vez sus ojos se abrieron de sobremanera, al tiempo que sentía su corazón estallar dentro de su pecho, sensación que lejos de lo que habría de esperarse duró apenas unos segundos. Porque cuando tuvo plena consciencia del certero roce de sus labios sobre los suyos, todo él se volvió calma. Casi podía sentir el palpitar de los labios de Óscar, aunque seguía siendo incapaz de hacer movimiento alguno, incluso para corresponderle, aunque fuese de forma torpe e inexperta. Lo único que atinó a hacer fue a cerrar los ojos y dejar que su cuerpo se dejase de lado toda la tensión en la que se encontraba.

No se dio cuenta de que aquel contacto había llegado a su final sino hasta que el aire frío le dio de lleno en el rostro. Nunca había sentido algo ni siquiera parecido a aquello, de hecho, nunca se había interesado siquiera en ese tipo de contactos con… nadie.

Sintió como su sangre parecía agolparse en su cabeza, y pese a que pudo escuchar perfectamente unas condescendientes palabras de quien le había dado su primer beso, un profundo terror lo invadió. Estaba mal, muy mal. El señor Llobregat era un hombre, y al mismo Kharalian se le había alienado en aquel orfanato en Rumania, hasta el punto que nunca había llegado a cuestionarse lo que se consideraba bueno o malo, y sabía en su cabeza que aquel beso había sido algo malo. ¿Pero por qué no se sentía así en su corazón?

Dio un par de pasos atrás y sintió sus piernas debilitarse, tanto que sin previo aviso cayó de bruces en los fríos adoquines ¿O se había dejado caer? La verdad es que cualquier cosa que pusiese algo de distancia entre ellos ayudaba a que la guerra en su interior hiciera amagos de cesar. Con los ojos vidriosos, y juntando el poco valor que le iba quedando, levantó el rostro para mirarle con una expresión casi suplicante, pero no fue capaz de sostenerle la mirada.

Se llevó las palmas de las manos a los ojos, restregándolos frenéticamente como si quisiera despertar – No está bien – susurró a duras penas – Ellos… la gente… se supone que esto no está bien – volvió a decir más para sí mismo, aunque aquel lamento podría ser claramente audible por el señor Llobregat – Lo siento mucho – dijo por millonésima vez en lo que iba de la noche.

Se dijo también a sí mismo que él se lo había buscado, que toda la culpa era suya, estaba del todo convencido de ello, pese a que cualquiera que lo viese desde fuera probablemente le tildaría de exagerado. Tenía casi dieciocho años, y sabía tanto y tan poco de la vida que la verdad era difícil decir si era ingenuo o solo algo tonto. Quizás ambas cosas. Porque pese a que muchas cosas en su cabeza estaban catalogadas como correctas, normales o buenas, lo estaban desde la teoría, porque jamás había demostrado un real interés y mucho menos se las había cuestionado hasta ahora.

Era asombroso ver como aquel beso había revuelto su alma hasta los cimientos, como había hecho que su vida alejada de mayores sobresaltos y con ideas que parecían claras se revolucionara por completo, al punto de comenzar, por primera vez en toda su vida, a cuestionar lo que le habían inculcado desde siempre – Está mal, pero no quiero que esté mal – fueron las últimas palabras que sus cuerdas vocales le permitieron decir antes de hacer que su voz se quebrara por completo.



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Mensaje por Oscar Llobregat Jue Nov 07, 2013 9:26 pm

Decir que su primera reacción no fue enfadarse habría sido mentir para los más clásicos, pero para Oscar, era algo totalmente bizarro. Convertirse de la noche a la mañana (o a la noche también, si tenía en cuenta que casi todo había sucedido con el cielo oscuro) en un maestro de la vida que la miraba con optimismo, cuando la dignidad y la supervivencia eran prácticamente lo único que le quedaba al cortesano que había llegado desde Polonia para vivir de lo que nunca planeó. Y que a pesar de todo eso, de su escasa práctica en ser el tipo que optaba por ver el vaso medio lleno, tuviera que presenciar de nuevo cómo nada de eso era suficiente para la persona a quien trataba de sostener, la misma por la que intentaba salvaguardar lo más esperanzador que había dentro de él. Kharalian no se habría percatado, pero allí no había sólo una confusión, ni sólo una resistencia, sino dos, haciéndose una compañía perfecta. Muchas convicciones y palabras de ánimo se estaban manifestando en boca de Oscar por primera vez, y con ellas, además de convencer al joven recadero, también se convencía a sí mismo.

Justamente por eso, la caída de Kharalian también podía simbolizar su propia caída. Que, a pesar de todo, el de edad menor continuara lamentándose no le daba más alternativa que irse por donde había venido y encerrarse más en su desengaño. No obstante, ya había salido muy quemado con esa clase de dinámica y no únicamente no estaba dispuesto a consentirla, ni siquiera sentía al muchacho como una causa perdida. Y es que a fin de cuentas, Kharalian era incluso más niño de lo que aparentaba y en él estaba encerrada toda la verdad que otros, con astucia y vileza, se habían encargado de marear y marear y marear hasta dejarla aturdida. Falsamente aturdida, porque hasta de la parte más manipulada de sus pensamientos se asomaba la inocencia. La prometedora inocencia que había atraído al polaco hacia él.

Por mucho que hubiese que repetir, o suspirar, o reprochar, mientras Kharalian tuviera honestidad incluso en sus dudas, Oscar nunca atisbaría la posibilidad de rendirse.

Eres estúpido –habló por fin, sin moverse de su posición y mirando al rumano desde arriba. Con un tono de voz natural y sencillo, perfectamente conocedor de lo que estaba saliendo de sus labios-. Y no, no te confundas, no lo digo por tu ingenuidad ni por todas las cosas que no sabes –se apresuró a aclarar, previniendo las  reacciones del otro hombre en su falta de autotestima, como si ya lo conociera de toda la vida-. Hay personas que saben más que tú y, a pesar de todo, cometen el mismo error.

No sabía en qué clase de sitios se habría educado Kharalian, pero dado que había dicho que no tenía a nadie y que el cortesano sabía lo que era ser pobre cerca del centro de Europa, se lo imaginaba perfectamente como pasto de los orfanatos y su repugnante y mezquina gestión. Generalmente, cómo no, a manos de la 'tolerante' Iglesia. Si a pesar de algo semejante, el joven había terminado en París con un mínimo de independencia y dispuesto a hacerse amigo de un hombre que comerciaba con su cuerpo, no estaba todo perdido.

'Ellos', 'la gente', también dicen que está mal lo que yo hago para vivir, eso sí que lo sabes, ¿no? Y aun así, ¿te parezco un ser malvado? –apuntó, y acto seguido se puso de cuclillas frente a él, quedando sus caras a la misma altura- ¿Tan difícil es de entender que los que tildan de 'monstruos' a quienes solamente son diferentes por sus gustos en la cama lo hacen porque la única maldad está en ellos mismos? –tomó aire con reprimenda, antes de negar con la cabeza y embestirle con la mirada- Tú eres un hombre, yo soy un hombre. ¿Y qué? ¿Este beso que hemos tenido ha herido a alguien? ¿Ha matado a algún niño, anciano o perrito? No, ¿verdad? –chistó, tras una media sonrisa que aunque cansada, también se percibió cariñosa, igual que si estuviera explicándole a un crío algo que sencillamente estaba ahí, en sus hiperactivos morros- ¿Qué les importa? –y es que en realidad, no tenía más misterio que el color de sus ojos o el piar de los pájaros- ¿Qué te importan a ti? –echó la cabeza ligeramente hacia atrás para que no se sintiera intimidado y la cercanía pudiera distraerle de aquel nuevo sermón- Si no quieres que esté mal es porque en el fondo sabes que no es así. Porque es algo tan básico como ir al baño, joder.

Dejó pasar unos cuantos segundos entre sus rostros y después se levantó con el brazo de Kharalian en la mano para ayudarlo a ponerse en pie. Le dejó cuidadosamente recostado contra el barandal del puente, y alejó la mirada de él antes que el contacto de sus dedos.

De todas maneras, han sido muchas lecciones por hoy, así que mejor les ponemos freno ya –concluyó, en tanto observaba hacia la dirección del mar con las pupilas ausentes-. Si eso te hace sentir mal a ti, no a 'ellos', entonces no volveré a acercarme de esa manera. Tendrás que ser tú quien dé el primer paso. Porque recuérdalo bien, has sido tú quien ha empezado el beso, no yo –Transcurrieron unos cuantos segundos más de silencio y entonces volvió a fijar la vista en él-. Me gustaría ser tu amigo, Kharalian. Y no es algo que le diga a todo el mundo. De hecho, creo que es la primera vez que se lo digo a alguien directamente. Conozcámonos, sólo eso para empezar. ¿Te parece bien?

El sol empezaba a desperezarse en la lejanía, y dio la impresión de que con él, también se iluminaban los esfuerzos de ambos jóvenes.

Se está haciendo de día, no sé dónde vivirás, pero deberías descansar y mi piso está justo en frente de esta parte del río -propuso, al tiempo que se hacía con la última piedra de la noche y la lanzaba tan lejos que sólo por su sonido supieron que había caído al agua-. Tengo dos camas y ningún invitado desde hace mucho tiempo.

Oscar le dio la espalda al Sena de una vez por todas y se volcó completamente en la visión de Kharalian, ensanchando los labios como si, de repente, lo más complicado del mundo fuera reposar tras un duro día de encuentros- ¿Vamos?


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Mensaje por Mihail Kharalian Balcêscu Vie Ene 01, 2016 10:59 am

Él tenía razón. Simplemente tenía razón. Era un estúpido en tantos sentidos diferentes que resultaba frustrante incluso para él mismo. No es como si lo hubiese elegido voluntariamente, pero era culpable de no haber hecho nada para cambiarlo, pues ya hacía bastante tiempo que estaba libre, al menos materialmente, de esa institución y su yugo adoctrinador. Y es que era tan fácil, tan cómodo, solo seguir caminando el línea recta y no pensar. Dormir, correr, no pensar. Así todos los días, porque había algo adictivo en esa pasividad, no por la pereza sino por el pequeño placer de evitar los quebraderos de cabeza. Quizás era tiempo de empezar por cambiar eso, y parecía que el señor Llobregat estaba más que dispuesto a colaborar, pero por más que lo apreciara y quisiera abrirle su mente por completo para que escribiese en ella nuevas ideas, la vergüenza de su ignorancia acababa por detenerle.

Quería creerle, y en el fondo sabía que tenía razón respecto a la importancia de esa dicotomía entre carácter y reputación, entre lo que él honestamente pensara y lo que la gente, esa masa de personas sin rostro ni nombre, creyese. El ejemplo sobre su oficio había sido una perfecta bofetada. El cortesano no robaba, dañaba o asesinaba a nadie, solo se ganaba la vida, igual que él todos los días. Pero había gente que aun sosteniendo esa moralidad o, aun peor, justificándose en ella si lo habían hecho. Kharalian lo sabía, pero de manera inconsciente cerraba los ojos.

Como ahora, que tendía a abstraer el asunto principal para evitar pensar en ello, para no tener que cuestionarse, por un lado, esa especie de atracción aun sin nombre hacia individuos de su mismo género, y por otro, a ese repelús que recorría su espalda cuando una mujer se le acercaba demasiado. Un observador externo no tardaría en ponerle nombre a la situación, uno que por lo demás el rumano conocía perfectamente pero parecía incapaz de pronunciar aun en su cabeza. Por eso cuando sintió de nuevo el roce de la mano ajena, con la intención de ayudarle a levantarse, todo su cuerpo se encrespó como si fuese un gato asustado, lo que le ayudó a incorporarse rápidamente.

Era como si el mundo se moviese a diferentes velocidades según la persona, porque a simple vista, del lenguaje corporal de Óscar no parecía desprenderse ninguna turbación especialmente violenta, no como la que se había dibujado en el rostro del muchacho. Mismo que trató de ocultar, curiosamente, empinando la vista hacia lo que quedaba del cielo nocturno. Un agradable cambio si se consideraba que su primera reacción era siempre bajar la cabeza y clavar la vista en el suelo - Los amigos no hacen esa clase de cosas - fue lo único con que consiguió romper ese mutismo que se le hacía casi eterno y que se le antojaba como el haber aguantado la respiración bajo el agua por más tiempo del posible - Y entiendo lo que debe pensar de mí. Solo… lo entiendo - agregó mientras tomaba consciencia de que el nudo en su garganta se tensaba cada vez más - Debe ser difícil tratar de explicar ese tipo de cosas a alguien como yo - dijo reprimiendo cualquier amago de sonrisa amarga, ya que no tenía claro a qué se refería con “alguien como él”.

Ya había perdido la cuenta de la cantidad de veces que alguien le había llamado estúpido, tanto con palabras como con la mirada, y en su entender, no les faltaba razón. Sabía que no conocía el mundo, que había un montón de palabras que no conocía y otras cosas a las que no podía darles un nombre - Se lo agradezco - dijo por fin volteándose, solo para encontrarse con su mirada fija en él - Por explicarme esas cosas y… - torció los labios unos instantes, sin querer, mientras buscaba la expresión adecuada para responder a aquel ofrecimiento de amistad, pero era como si su cerebro de pronto se hubiese trabado, aunque claramente sabía lo que quería responder - Por no rendirse conmigo, y el tiempo… seguro tenía otras cosas por hacer - dijo con insatisfacción en la lengua - Y por no darme una bofetada - agregó, maldiciéndose a sí mismo por no encontrar las palabras exactas - Lo quiero decir, también quisiera… conocerlo - dijo a tropezones, pero al fin conforme. Quizás no había mucho que conocer, o tal vez había más de lo que ninguno de los dos pudiese imaginar, pero el tiempo diría. Tiempo que hace unos instantes parecían tener de sobra, pero del que ahora quedaba un agonizante hilo.

El muchacho volvió la vista al agua por unos instantes, soltando un pesado suspiro, parte por resignación, parte por alivio. Pese a la confusión en su interior y al vacío en su estómago, se sentía ligero y con energía, por eso no pudo evitar volver a mirar al Señor Llobregat con una sonrisa - Se supone que debo estar en el mercado apenas acabe de amanecer - respondió, dejando un pequeño atisbo de duda que se apresuró a esclarecer - Pero gracias - dijo mientras se separaba de la baranda que lo separaba de una posible caída, para que los músculos de sus extremidades asumieran que era tiempo de trabajar - Ya lo veré por ahí - fue probablemente la primera frase en toda la noche en que ninguna palabra dejaba un resabio de duda. Estaba seguro de que lo vería, aunque no existiese un plan o un acuerdo, ya que si bien París era una metrópolis enorme, era al mismo tiempo muy pequeña para ellos - Descanse - dijo a modo de despedida para luego inclinarse recoger una de las piedras que momentos antes había dejado caer debido a la impresión. Aun no era lo suficientemente valiente como para intentar lanzarla de nuevo, pero si sería perseverante y la guardaría hasta que tuviese el valor de hacer algo con ella.

Kharalian le regaló una última sonrisa antes de decidir echarse a andar por la mitad del puente que, de cierto modo, le pertenecía a Óscar. Se resistió a voltear para ver si, a su vez, él se había volteado para verlo, y se limitó a comenzar a correr cuando sintió que sus piernas estaban listas para ese esfuerzo, dejando que el puro aire frío llenase sus pulmones casi tanto como su cabeza con nuevas lecciones.


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