Past in present {Kharalian}

por **Dauphine Terrié** Lun Mayo 21, 2012 4:53 am

"With sadness so real that it populates
The city and leaves you homeless again
Steam from the cup and snow on the path
The seasons have changed from present to past"

Cuando muchos de los inmortales que a lo largo de su existencia conoció manifestaban verse agobiabos por el sentimiento propio de la soledad, ella parecía haber encontrado un gusto particular por el mismo. Hacía mucho tiempo había aniquilado por completo la nostalgia de los momentos en los que solía encontrarse rodeada de personas.
Internándose en el pasado, su mente se percató que ese desapego se había dado incluso antes de su conversión. Si, el gusto por la compañía había perdido su gracia en aquellas blancas y silenciosas paredes del Instituto mental en el que sus padres la internaron contra su propia voluntad.
Jamás comprendieron su forma de ser, así tampoco muchos otros. Posiblemente en ese detalle radicaba por qué Dauphine no se veía afectada en lo más mínimo por la carencia de afecto en su vida. Pasó conscientemente a encontrar placer en pequeñeces generalmente provenientes de la naturaleza. Minuciosidades a las que los humanos no solían poner atención por el apresurado vivir que llevaban consigo. Pero cuando el tiempo no tiene importancia ni valor alguno como en su caso, todas y cada una de las simplezas del mundo comienzan a revelar su encanto, su exquisita y apreciativa singularidad.

La melancolía que su pasar por tantas épocas diferentes podría generarse se veía aplacada por un sentimiento más reconfortante y menos dañino; el placer.
La rubia encontraba goce en hacerse con sus víctimas, conocerlas, sumergirse en sus pútridas mentes a través de su angelical e inocente exterior, mismo que luego les daría muerte, observando la sorpresa, la incredulidad de aquellos que perecían ante la oculta fuerza inhumana de aquella sanguinaria, de la cua jamás hubiesen sospechado tal conducta.
Degustándose con ese peculiar accionar, la soledad no era una molestia para Dauphine, sino algo tan cotidiano y asumido como la necesidad de alimentarse en la noche para continuar subsistiendo.

Su piel manifestaba una vivacidad atípica, rosácea, resplandeciente, sin rastro de la cotidiana lividez que le caracterizaba. No había transcurrido siquiera una hora desde que se hizo con hasta la última gota de sangre del cuerpo de un estúpido trabajador del puerto que ingenuamente creyó poder sobrepasarse con ella. El patán termino encontrándose con su destino mucho antes de lo esperado. Y ella con el alimento necesario para transcurrir una noche más abocada en alguna otra cosa.

Sumergida en la noche como tanto disfrutaba, se adentro en uno de los tantos callejones de la ciudad, aquellos que a dichas horas se encontraban completamente desolados. La niebla, el silencio y los peligros propios de París se encargaban de generar en las personas ese temor que les sometía a no salir de sus casas luego de ciertas horas. Pocos valientes -sin nombrar a los cortesanos que por obligación deambulaban por cualquier sitio- eran los que se atrevían a surcar las calles en las madrugadas.
Los adoquines se encontraban humedecidos, haciendo que sus pasos resonaran de una forma extraña, llamativa. O tan solo era una tonta percepción de su mente ante tanto sigilo. Avanzaba sin apuro alguno, más no aletargando sus movimientos. El frío le era indiferente, su cuerpo se veía invadido en aquellos momentos por el deleite de la cálida sangre ajena que recorría su sistema. Sus sentidos, atentos como siempre le advirtieron de algo. Involuntariamente decidió detener su andar de forma brusca.

Una presencia.

Su mente, su cuerpo podía percibir esa emanación cálida, envolvente, característica de los mortales. Dauphine creía hasta escuchar en sus oídos el recorrido de la sangre de aquella persona a través de las venas templadas, hinchadas del manjar tono carmesí.
Pero no era la necesidad de hacerse con más alimento la que le había llevado a detenerse. No, ella conocía su punto de saciedad. La gula, la ansiedad jamás la habían cegado. Era algo en su olfato, una sensación aromática que remontaba su mente a tiempos pasados.
Cerró sus ojos por un instante, tratando de enfocarse en aquel olor que la transportaba hacia años atrás, pero sin precisión a un suceso en concreto.
Relamió sus labios inevitablemente, como si también su gusto fuese afectado, recordándose el sabor de aquella sangre.

Era imposible. Jamás había dejado con vida a ninguno de aquellos que tomaba como proveedores de plasma. Pero estaba segura de conocer, de haber bebido aquel liquido que activaba todos sus sentidos pese a la lejanía.
Inhaló sonoramente al momento en que sus parpados se retrajeron bruscamente en símbolo de sorpresa. Una imagen, un rostro en particular se había presentado en su cabeza y con ello, la incredulidad en toda su persona.
No pronunció su nombre, porque eso sería invocarle y le detestaba.
¿Cómo era posible que su ser estuviese catando a distancia la sangre de aquella maldita que había ardido al Sol tantos años atrás a miles de kilómetros de distancia?

Volteó curiosa, llevada por aquel sentimiento que invadía ahora su interior. Debía hacerse con una respuesta que esclareciera su incomprensión ante aquello que sus sentidos percibían con tanta facilidad, pero que su mente se negaba a procesar, a asumir debidamente.

por **Mihail Kharalian Balcêscu** Sáb Mayo 26, 2012 9:28 pm

I wish that this night would never be over
There's plenty of time to sleep when we die
So let's just stay awake until we grow older
If I had my way we'd never close our eyes, our eyes, never!

Estaba cansado, mucho, no era para menos después de un día de trabajo como aquel. Los lunes no eran especialmente agotadores si se contrastaban con el resto de los días de semana, sobre todo porque él nunca descansaba, pero el hecho de saber que era el comienzo ya ponía cierta carga sugestiva que le hacía pesar un par de kilogramos más a cada una de las cestas y cajas que iba moviendo de un lugar a otro. Pero independiente de ello la tonta sonrisa no podía borrársele de la cara, la cual obviamente tenía un motivo que se había guardado para él, tanto porque no quería compartirlo con nadie como porque no tenía realmente nadie más con quien conversarlo.

Y es que aquella salida, a falta de un nombre mejor ya que se resistía a llamarlo una cita, con Oscar le había sentando tan bien como un baño con agua caliente. Un pequeño lujo que aliviaba tanto la mente como el cuerpo debido a efectos psicosomáticos. Por primera vez en mucho tiempo había dejado de autocastigarse por no estar seguro de qué género era el que le hacía latir más rápido el corazón, y es que el haber crecido en un orfanato de la iglesia le había impuesto ciertos prejuicios que en su docilidad fueron difíciles de rechazar. Hasta ahora. Porque ya no importaba, se sentía tontamente feliz simplemente por el hecho de que alguien le gustaba.

Con ello trataba de alejar los peligrosos sentimientos “malos”, en especial el de saberse nuevamente solo cuando las luces del mercado se acabaran para dar a un siniestro escenario de cajas vacías y basura regada por doquier, tendría que volver a esa pequeña habitación que arrendaba para encontrarse con la fría compañía de una cama y una vela a medio consumir.

Pero nada de eso importaba ahora, por unos momentos debía disfrutar lo que tenía. Así que aprovechando aquellos últimos impulsos de fuerza que le daba ese ánimo cargó las últimas cajas de manzanas hasta la carreta del dueño del puesto de frutas, pero en ello, uno de los clavos que sobresalían de la mal construida estructura de madera le hizo un considerable rasguño en la mano derecha, haciendo que algunas tímidas gotas de aquel líquido carmesí se perdieran en la manga de su camisa.

Como un animal herido lo habría hecho, se lamió la mano para ver qué tal mal estaba la herida, llegando a la conclusión de que era algo profunda, pero no lo suficiente como para tener que vendarla, principalmente porque no tenía con qué hacerlo y no podía darse el luego de sacrificar una de las pocas prendas que aun le quedaban intactas.

Suspiró, tratando de esconder su decepción cuando recibió su paga del día, pero agradeciendo de todos modos aquellas monedas. Las cosas iban cada vez peor económicamente, y seguían así más pronto que tarde echaría mano completamente a aquel pequeño saquito que había ahorrado con la ilusión de encontrar un mejor lugar donde vivir. Pero no era más que eso, una ilusión, porque incluso se estaba volviendo difícil poder pagar el alquiler de ese pequeño altillo al que llamaba hogar.

El mismo callejón de siempre. ¿Cuántas cosas le habían pasado en él? Tantos encuentros con gente que para bien o para mal habían marcado su nombre a fuego en la piel de su memoria, por eso respetaba aquellas callejuelas, porque nunca sabía que podían depararle, convirtiendo cada regreso a casa en una especie de aventura que comenzaba como aquellas en los libros, aunque nunca terminara como tales.

Caminaba con un paso cansado, casi arrastrando los pies y con la frente aun perlada en sudor, cuando una sensación extraña le provocó un largo escalofrío. Quiso atribuírselo al frío del invierno, incluso a los agotados músculos de su cuerpo, pero no, aquello tenía un origen diferente. Tal vez el humano instinto de peligro lo estaba alertando, así que por hoy al menos, decidió hacerle caso. Cerró los ojos con fuerza y comenzó a apurar el paso, tratando de salir de aquello que se le antojaba más bien un oscuro túnel.

Eso era típico de los niños pequeños, cerrar los ojos hasta que todo lo malo pasara, pero él ya no era un niño, o eso quería pensar, tanto que obligó a sus parpados a replegarse para dar paso a la escasa luz que aun quedaba. Y justo a tiempo para ver, pero no lo suficiente como para reaccionar y esquivar a aquel frío cuerpo con el que se estrelló, haciéndolo caer en el mugroso suelo. No podía ser una persona ¿Verdad? No… no lo creyó, es más, ni siquiera se lo cuestionó, ya que de hacerlo antes siquiera de autocompadecerse del golpe se hubiese deshecho en disculpas.

Solo atinó a intentar apoyar las manos en el suelo para incorporarse, pero en eso fue que se percató de aquella presencia ajena e imponente. ¿Habría chocado con… ella? Pensó al momento en que abría los ojos sorprendido por haber pensado que se había estrellado solo con una pila de peso inerte. Aunque no sabía en que parte tenía razón, y que aquello acabaría por desembocar un pequeño infierno que removería hasta la fibra más íntima de su ser.

por **Dauphine Terrié** Vie Jun 08, 2012 6:13 am

"The enjoyment of the meeting
The strength of the look
And the reaction of unwelcome surprise!"

Aquel mínimo, brusco y enérgico contacto bastó para confirmar lo que su mente le obligaba a no creer. Lo que podía vislumbrarse como un simple choque de dos cuerpos, para ella fue ni más ni menos que una precisa reminiscencia de la última noche que vio a aquella despreciable condenada con vida, alejándose de Dauphine tras una larga discusión que finalizaba con una partida que dejaba como recuerdo un amenazante choque de hombros entre ambas féminas.

Maldita esa esencia y ese aroma, que generadoras de una molesta sensación aún hacían parecer que pese tras la inminente muerte bajo el letal y majestuoso brillo del astro Rey, la recordada mujer continuaba subsistiendo de forma invisible pero perceptible en cada milímetro del cuerpo de aquel torpe, iluso y descuidado mancebo.

Los ojos de la rubia se clavaron en aquella anatomía delgada, agotada y herida.
Pese a la fragilidad externa que hacía de Dauphine una persona ciertamente no peligrosa en primera instancia, en torno a su persona era inevitable el no percibir aquel palpable dejo de maliciosa intriga, de curioso misterio que advierte no tener un final ameno.
Continuaba viéndole, casi sin parpadear mientras su olfato continuaba haciéndose con la envolvente fragancia de aquella sangre enlazada a hostilidades y vivencias pasadas.

Entre numerosas similitudes, sus ojos resaltaban por ser tan idénticos a los de ella, proyectantes de una inocencia singular ¿Pero sería el desgraciado igual a su madre, que osaba al igual que la misma Dauphine en proyectar una delicadeza vacía, que no existía en el interior? Hubiese gustado darse un tiempo para responderse debidamente aquella tontería, pero lo cierto era que había un cuestionamiento mucho más confuso que repercutía sin cese en los pensamientos de la inmortal.
¿Por qué razón había dejado que aquel niño viviese, si era consciente de que al hacerlo aseguraba que éste tomase un puesto en la realeza rumana, alargando así la existencia de otra pútrida línea de nobleza? Una y otra vez la pregunta resonaba cuan campanas en aquella mente que no encontraba explicación certera sino un sentimiento de sorpresa al denotarse tan estúpida como para haber dejado aquel hilillo suelto sin siquiera notarlo.

Volvió en sí bruscamente, aun con los punzantes y claros ocelos en su objetivo. Antes de que la reacción ajena se generase, no tardó en flexionar sus piernas para acercarse a la humanidad del joven. Su delicada y fría mano tomó sin permiso alguno aquel rostro inocente por la tensa y asustada mandíbula. Sus ojos se arrimaron a aquella cara que parecía ser analizada minuciosamente. Cada poro de aquella piel despojaba el sucio nombre de su fallecida madre.

- Mi mente se sumerge en la indecisión de si creer que esta noche le arribara beneficios o mas perdidas irrecuperables, Mihail - la primera pista había sido despojada con aquella característica forma de expresarse de la vampireza, que mezclaba la gracia innata con cierta malicia camuflada.
Reflejar el conocimiento de aquella identidad de tan juguetona manera le parecía algo admirable. Sin dudas algo útil, exquisito y de ocurrente aplicación.
Sus dedos ejercieron presión sobre el hueso facial por donde aprisionaba al muchacho, hundiéndose levemente aquellas uñas incoloras en la piel templada, viva, fragante.

La noche continuaba su transcurso y lentamente la tensión ante el acontecimiento se sentía cada vez más, así como el tajante frío invernal, mismo que de todas formas no se comparaba con el frio mortuorio que yacía en cada recoveco de la existencia de una Dauphine silente y hasta cierto punto ocultamente incrédula ante aquel suceso propio y conformante de la mas simple casualidad.

- Su madre no encontraría mucho regocijo en presenciar este encuentro. Pero de todas formas ambos sabemos que el estado emocional de un muerto de nada vale ¿Cierto? - despojó, manifestando en su rostro mediante el leve curvamiento de sus exquisitos labios un medido deleite ante los que a sus ojos no era más que el comienzo de un juego que seguramente le entretendría tanto como el meticuloso y largo tormento por el que había hecho transitar a la progenitora de aquel jovencito.
Sin titubeo alguno liberó el rostro del muchacho, quería oírle, escuchar como sus palabras reflejaban los nervios propios de la sorpresa, de la sorpresa negativa.

por **Mihail Kharalian Balcêscu** Sáb Jul 14, 2012 1:50 am

El corazón que hace apenas unos instantes entonaba una feliz canción en su latir, ahora desbocado, trataba de huir de su pecho. A primera vista lo más probable es que haya sido solo el susto de encontrarse con alguien más en ese oscuro callejón, en segunda instancia, la vergüenza por no haberse disculpado apropiadamente, y finalmente el miedo y la desesperación cuando su vista se cruzó con la de aquella mujer. Sintió el casi irresistible de salir corriendo con poco más que un par de “lo siento”, pero su cuerpo pareció adquirir una voluntad propia que había escogido ponerse a temblar bajo el imponente semblante ajeno.

Lo único que pudo hacer fue tragar algo de saliva, movimiento suficiente como para sentir que había cometido otro groso error pues la mujer comenzó a hablar con palabras que, al menos para él, carecían de sentido.

¿Mihail? Una fuerte punzada en el pecho acompañó a los fonemas de ese nombre. Sabía que estaba equivocada, quiso atribuirle a la oscuridad del lugar el hecho de que ella lo hubiese confundido con alguien más. Pero… ¿Por qué él si podía ver perfectamente los rasgos fríos… tan cerca? ¿En qué momento se había acercado?

El gélido tacto de su mano se hizo presente de forma retardada en un escalofrío que recorrió cada uno de los poros de su piel. Tal vez estuviese enfadada por la pequeña colisión, tal vez porque aun no se había disculpado ¿O podría estar enfadada con ese tal Mihail? El muchacho de nuevo dejaba que su mente tejiese razonamientos para intentar hacerlos calzar en el puzle en que se había convertido ahora esa incomoda situación.

¡Disculparse! ¡Eso era lo que debía hacer! O al menos esa era su intención cuando sintió como esa fuerza, desproporcionada para una criatura que parecía tan frágil, le impedía gesticular palabra alguna. Entonces esa otra palabra y una nueva punzada, pero esta vez en las sienes, como siempre. Era una palabra que él mismo había vetado de su vocabulario por el dolor psicológico que terminaba volviéndose físico. No recordaba nada de ella, ni siquiera recordaba haber tenido una alguna vez, porque sus recuerdos más antiguos se reducían a esos horribles días de orfanato en Rumania. Sí, la única pieza que calzaba era la que decía que la mujer lo estaba confundiendo con alguien más.

Pero a pesar de convencerse a si mismo de ello, cuando vio aquella sonrisa en el rostro ajeno, no pudo más que corresponderle con otra, esbozando casi a la fuerza un gesto similar debido a la mano que presionaba sus mejillas. Una sonrisa carente de sentido que se acompañó de un par de lágrimas causadas por esa palabra. Madre. Incluso en parte podían ser en honor de la persona con quien fue confundido, Mihail, porque si estaba en lo correcto al interpretar sus palabras, significaba que su madre estaba muerta. Sintió pena por él. Por ambos.

Se tragó el suspiro de alivio cuando dejó de sentir esa presión y se limitó a secar esas lágrimas que seguramente habían limpiado en su trayecto el sucio rostro del muchacho. Entonces por fin su cuerpo obedeció.

- Por favor, discúlpeme, es mi culpa por ir tan distraído – dijo al tiempo que bajaba la vista por reflejo, añadiéndole más solemnidad al hecho, como si con ello su disculpa valiese el doble – Y… lo lamento mucho, pero me confunde con alguien más – agregó al tiempo que torpemente trataba de incorporarse del mugroso suelo del callejón – Mi nombre es Kharalian – dijo con la misma sonrisa boba de antes, sin darse cuenta de que por primera vez en toda su vida, o lo que recordaba de ella, había pronunciado su nombre sin vergüenza alguna.

Spoiler:

por **Dauphine Terrié** Dom Ago 19, 2012 6:16 pm

"What part of your memory is selective
and tends to forget?
What with this distance it seems so obvious?"

La mente, como objeto inmensamente poderoso que es pese a no ser alcanzada jamás su completa capacidad por diversos motivos que a un par de hombres codiciosos ha de convenirles, tenia entre muchas tantas otras características la habilidad de generar una especie de “bache” psíquico cuando las emociones de su poseedor se viesen colmadas a niveles excesivos, traumáticos. Eso era precisamente lo que Dauphine comenzaba a sospechar que le había ocurrido a la memoria del jovencito. La otra posibilidad era mucho menos posible pero si existente; que el mancebo fuese un hombre de bien a tal punto de renunciar a sus recuerdos y con ello, a la herencia noble que le pertenecía. Tras siete siglos conociendo a personas tan distintas unas de las otras, la inmortal se veía obligada a volcarse enteramente a la primera de sus deducciones.

- ¿Deci, nu-mi amintesc nimic, băiete? -* cuestionó en el idioma materno del desalineado jovenzuelo, testeando indirectamente si por lo menos éste tenia noción presente sobre su verdadera nacionalidad al menos. Además de que sí todo era entendido como se debiese, el muchacho no podría pasar por alto la inmensa casualidad de que la rubia tuviese sabido que él hablase rumano. La vampiresa chasqueó su lengua contra el paladar, como si notase que esperaba mucho de alguien que reflejaba todo, menos suspicacia. Miro al cielo por un instante y tras un gélido suspiro reincorporó su delicada anatomía. Aquel par de ópalos claros e intrigantes estaban nuevamente sobre su objeto de momentánea atención.

- Jamás me confundo, ni tampoco olvido… Nada, jamás - comentó con una ceja alzada, dejando atrás la molestia por el choque de ambos cuerpos, adquiriendo cierta molestia por aquel comentario que ponía en tela de juicio ni mas ni menos que su inmaculada memoria, que cuan enciclopedia universal resguardaba incontables sucesos a lo largo de una existencia mayor a los setecientos años. Dauphine tenía grabados en su mente dichos, imágenes, situaciones enteras que de una forma u otra conformaban parte de su historia, de su vida y no vida también. Y aquel mozo de cara sucia y lagrimas ridículas estaba poniendo en cuestión justamente aquello de lo que él no contaba en absoluto; ¡Memoria!

Mientras observaba a su inesperado acompañante entre las penumbras típicas de los callejones, la mente inquieta e incisiva de la inmortal maquinaba silenciosamente sobre algo que podría llegar a ser para ella de gran beneficio. Y aunque no gustase de utilizar a otros a la hora de ejercer sus planes –pues contra eso mismo luchaba, entre otras cosas- sentía que el muchacho se lo debía, porque su madre se lo debía a ella. Esa maldita la había hecho sufrir como ninguna otra y su muerte no fue suficiente para saciar el dolor de la francesa. Su hijo sería quien saldaría por completo la deuda generada tantos años atrás. Solo faltaba encontrar la forma de convencer al mozuelo de que ella era la única capaz de devolverle la memoria que éste había perdido… O que le habían hecho perder.

Pero no sería de la forma más amena… Todo lo contrario. Dauphine aún veía en él todas las características que hacían a su madre una persona peculiar, por ende, él recibiría el mismo o peor trato de lo que aquella dama de la noche una vez recibió. Al joven no podía aniquilarlo bajo la luz del Sol, pero si torturarlo incontables ocasiones mientras sacaba algún beneficio de su persona, que contaba con honores que el mancebo siquiera podría llegar a imaginarse. Una realidad completamente diferente a la que su semblante y estado físico proyectaban a primera vista.

*En español: "¿Así que no recuerdas nada, muchacho?"

por **Mihail Kharalian Balcêscu** Vie Sep 21, 2012 3:48 am

Coincidencia, coincidencia, ¡Coincidencia! Eso era lo que debía ser todo. Sino… ¿Quién habría de gastar su tiempo trazando para un pobre miserable una serie de encuentros bajo la hilada de un mismo destino? Primero Mara… Winnie, y ahora la imponente mujer que tenía frente a sí. Si nunca nadie se había preocupado por él antes, aunque se le tildara de hereje, mucho menos podía creer que alguien había dibujado y planeado para él, encontrarse con personas que de un modo u otro habían formado parte de su vida, o que lo harían de la forma más insospechada.

Cuando se tuvo de pie por fin, y bajo el manto de la ingenuidad que parecía nunca dejar de cubrir sus ojos, se dispuso a responderle en el mismo idioma, porque claramente luego de sopesada la sorpresa, había comprendido cada una de las palabras. Pero en ese intento desesperado de querer atribuirle todo a las coincidencias trató de reparar en cómo era posible que ella supiese sobre su memoria y recuerdos perdidos ¿Quizás de la misma forma que esa gitana en la biblioteca? Después de todo había escudriñado en sus ojos al igual que ella, solo que de forma un tanto más aterradora. ¡Sí, eso debía ser! O bien, era el pensamiento que le dejaba tranquilo.

Apenas abrió los labios para responderle con renovados ánimos, la mujer volvió a hablarle, esta vez con un tono que al muchacho le sonaba a enfado. ¿Y quién no lo estaría al ver cuestionadas sus palabras? Nerviosamente bajó la mirada tan rápido como pudo, a pesar de que era obvio que con ello no encontraría la expiación. Menos con lo que haría a continuación.

Lo que se esperaría de él, lo que el mismo esperaría de sí, era que reconociera que le había entendido y que admitiera que tenía razón, que no recordaba nada sino hasta los horribles días de orfanato. Pero no podía. El inminente miedo que comenzaba a recorrerle cada fibra del cuerpo decidió hacer que su cabeza negara aquello a lo que sus labios debieron haber contestado con honestidad.

- Discúlpeme, de verdad – dijo levantando ligera y temerosamente la mirada hacia la mujer – No era mi intención decirle que se equivocaba… pero no tampoco entendí aquello que dijo – mintió, tratando de usar su mejor francés.

Sabía que algo estaba mal, más bien lo intuía, y ante las fuerzas cruzadas de su curiosidad y su sentido del peligro, terminó prevaleciendo este último que además le susurraba al oído una y otra vez que huyera, si ya había mentido una vez, podía inventar una excusa para correr – Yo… casa… tenía prisa, lo siento – medio pudo modular, ahora no tanto a causa del miedo, sino que de la culpa que siente un primerizo en aquel arte de las mentirillas blancas – Buenas noches –

Fueron las últimas dos palabras que salieron de sus labios antes de dar un par de pasos al costado, seguido de una cuenta en su cabeza. Uno… Dos… Tres. Y echaría a correr, aunque fuese de la forma menos educada y más cobarde posible, pero que en una ponderación de males era soportable con tal de volver a casa a jugar con sus infantiles sueños.

En su cabeza la cuenta llegó hasta tres, pero el cuerpo no se movió y los pies no se despegaron del suelo. Volvió a contar, esta vez hasta cinco, solo pudo dar dos pasos antes de detenerse ¿Voluntariamente? No. El miedo ya lo había acorralado.

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