AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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In the Weight of Night [Emily Defoe]
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In the Weight of Night [Emily Defoe]
Y aunque el alcohol había representado uno de los problemas más grandes que lo condujeron a donde estaba, el poeta Marek Bártok no dejaba de beber, casi todo el dinero (el poco dinero) que ganaba trabajando de mozo en el Hotel De Arenes era destinado a comprar bebidas alcohólicas, ya fuese para tener en su casa o una taberna maloliente. Claro que extrañaba el lujo al que pudo acceder cuando era un artista de renombre allá en Cracovia, pero todo aquello lo sabía ajeno, era sólo un intruso al que se le permitía tocar, pero nunca llevarse nada a casa, el títere de Wałęsa, su niño dorado, su gran hallazgo aunque aquel hombre no poseía ninguna de las características de Marek, no era talentoso y no era encantador. A pesar de todo, a pesar de, de hecho, echar de menos todo aquello, ahora que era un pobre diablo, con un pasado brillante, un escritor aún reconocido a pesar de lo hundido que estaba, creía que finalmente era libre; tres relaciones fallidas le dejaron e claro que eso del amor no era su fuerte, pero tampoco renegaba de él, le gustaba enamorarse –más jóvenes si se podía- y escribir, escribir sobre eso aunque su visión estuviese lejos del romanticismo y se tratara más de versos incendiarios y provocativos.
Ahora que tenía esa libertad, que la sentía empaparlo en todo el cuerpo, la sabía aprovechar. Claro, Marek no era tonto, podía ya no desenvolverse en el circuito burgués y esnob, esto que tenía ahora era mejor, era desnudo y tácito y golpeaba en la cara, no daba espacios a segundas lecturas, era como eran las cosas y punto final. Una vida, una actitud de «lo tomas o lo dejas», una conversación entre el hombre y lo que le deparaba, ambos contrincantes con ese mismo afán retador. La vida del poeta era ahora eso, una constante batalla consigo mismo, con el desafío de continuar o mandarlo todo al diablo, sabiendo que al final, no marcaría ninguna diferencia.
Una vez que se hartó de la conversación de otros parroquianos en aquella taberna (y que el dinero comenzó a escasear en su bolsillo, al grado de debatirse si seguir bebiendo comer al día siguiente) se puso de pie, pagó la cuenta, que tratándose de él nunca era corta y sin embargo esa noche, había sido menos y no se encontraba ebrio y salió del lugar. Miró al cielo, cuando era más joven y comenzaba a escribir dedicó innumerables líneas a la bóveda celestial, a las estrellas y sus líneas imaginarías que dibujaban constelaciones, al movimiento de las nubes, al azul del medio día, el dorado de las tardes y la negrura de la noche. Rio al recordar, tantos lugares comunes, tantos poemas cursis y sin técnica, pero sin ellos jamás hubiese logrado llegar a lo que escribía ahora, metáforas de una vida podrida, y una sociedad aún más putrefacta, odas sexuales explícitas a mujeres de la mitad de su edad, sobre su tristeza también, sobre su alcoholismo, sobres sus viajes.
Echó a andar entonces, quiso caminar un rato por las mudas calles parisinas antes de llegar a su cuchitril y descansar, casi como si no tuviera que despertarse temprano dentro de un par de horas y largarse a trabajar. Estuvo deambulando por ahí aun sabiendo de los peligros que acechaban, vampiros, hombres lobo y un motón de cosas más que muchos creían puros mitos y él sabía verdad. Entonces escuchó gritos, gritos de dos hombres, algo como «¡deténganla!» pero no pudo escuchar con claridad, y unos pasos a toda velocidad se oyeron a lo largo de la calle perpendicular a la que él transitaba. Vio una ráfaga pasar y luego dos más lentas, con claros trajes de policías ir tras ese manchón que no logró distinguir, se escondió entre las sombras esperando el desenlace de tan peculiar escena, parecía que ambos gendarmes perseguían a una ladrona que era demasiado hábil para ellos dos. Marek sonrió ante la incompetencia ajena y aguardó en su sitio, no quería verse involucrado.
Ahora que tenía esa libertad, que la sentía empaparlo en todo el cuerpo, la sabía aprovechar. Claro, Marek no era tonto, podía ya no desenvolverse en el circuito burgués y esnob, esto que tenía ahora era mejor, era desnudo y tácito y golpeaba en la cara, no daba espacios a segundas lecturas, era como eran las cosas y punto final. Una vida, una actitud de «lo tomas o lo dejas», una conversación entre el hombre y lo que le deparaba, ambos contrincantes con ese mismo afán retador. La vida del poeta era ahora eso, una constante batalla consigo mismo, con el desafío de continuar o mandarlo todo al diablo, sabiendo que al final, no marcaría ninguna diferencia.
Una vez que se hartó de la conversación de otros parroquianos en aquella taberna (y que el dinero comenzó a escasear en su bolsillo, al grado de debatirse si seguir bebiendo comer al día siguiente) se puso de pie, pagó la cuenta, que tratándose de él nunca era corta y sin embargo esa noche, había sido menos y no se encontraba ebrio y salió del lugar. Miró al cielo, cuando era más joven y comenzaba a escribir dedicó innumerables líneas a la bóveda celestial, a las estrellas y sus líneas imaginarías que dibujaban constelaciones, al movimiento de las nubes, al azul del medio día, el dorado de las tardes y la negrura de la noche. Rio al recordar, tantos lugares comunes, tantos poemas cursis y sin técnica, pero sin ellos jamás hubiese logrado llegar a lo que escribía ahora, metáforas de una vida podrida, y una sociedad aún más putrefacta, odas sexuales explícitas a mujeres de la mitad de su edad, sobre su tristeza también, sobre su alcoholismo, sobres sus viajes.
Echó a andar entonces, quiso caminar un rato por las mudas calles parisinas antes de llegar a su cuchitril y descansar, casi como si no tuviera que despertarse temprano dentro de un par de horas y largarse a trabajar. Estuvo deambulando por ahí aun sabiendo de los peligros que acechaban, vampiros, hombres lobo y un motón de cosas más que muchos creían puros mitos y él sabía verdad. Entonces escuchó gritos, gritos de dos hombres, algo como «¡deténganla!» pero no pudo escuchar con claridad, y unos pasos a toda velocidad se oyeron a lo largo de la calle perpendicular a la que él transitaba. Vio una ráfaga pasar y luego dos más lentas, con claros trajes de policías ir tras ese manchón que no logró distinguir, se escondió entre las sombras esperando el desenlace de tan peculiar escena, parecía que ambos gendarmes perseguían a una ladrona que era demasiado hábil para ellos dos. Marek sonrió ante la incompetencia ajena y aguardó en su sitio, no quería verse involucrado.
Invitado- Invitado
Re: In the Weight of Night [Emily Defoe]
Venia de la corte de los milagros, había alcanzado algo de la cena en realidad esos días no tenía tanta hambre como de costumbre tal vez era por el encuentro con ese animal medio muerto que me había encontrado en el bosque, como fuera no andaba de ánimos para comer ni siquiera para idear alguna historia para los pequeños, Jeanne me había notado extraña y por más que intente contarle lo que había realmente ocurrido no podía. ¿Pero qué había pasado en realidad? Seguí caminando con mi traje de niño que me habían regalado, era mas cómodo que aquellos vestidos que ocupaban las niñas adineradas, me senté sobre el escalón de una casa, o tienda en realidad solo me senté y me puse a pensar… recordar… cerré mis ojos…
¡NO! Te dije que NO! – el grito de la mujer sonó decidido, yo oculta tras unos troncos permanecí en silencio mientras el hombre llegaba y le acariciaba el rostro, ella parecía disfrutar de aquello pero… se resistía – Vamos… que nadie se enterara – dijo la voz del hombre y en eso un pequeño animal hizo crujir las ramas bajo su peso, mis ojos se abrieron bien grandes al notar, que el hombre había cambiado de semblante y sin mas había tomado un arma y había disparado a sangre fría a la pequeña liebre, que quedo echa pedazos, le… había reventado la cabeza mi grito al escuchar el disparo se oyó en todo el bosque y ahora el venia por mi….
Hasta ahí era lo que recordaba… no sabía cómo pero cuando vuelvo a recordar solo me encuentro sentad en las escaleras de la cocina de Jeanne esperando que me dé de comer, aquello causo un revoltijo en mi interior, no podía explicarlo, en realidad no le encontraba explicación alguna. Suspire mientras miraba como unas damas se bajaban de un carruaje, de seguro iban a un gran baile, claro, estaba sentada cerca del palacio con todos esos brillos, luces, y gente bien vestida y del buen vivir, todos tenían una máscara cubriendo su rostro mostrando solo sus ojos de muchos apagados de otros llenos de vida. Me levante de un salto y me puse a caminar, dirección hacia la multitud donde todos se saludaban de manera extraña que según decían era elegante, los policías aguardaban cerca, mi cuerpo delgado y pequeño pasaría desapercibida entre los grandes vestidos, me tome el cabello y camine con el pecho erguido sonriendo a las damas y caballeros, hasta que vi esa hermosa mascara, que según note tenia incrustaciones de oro, algunos brillantes rubíes y de bello color negro que hacían resaltar el antifaz en sí. Lo quería para mi colección de, cosas brillantes y mientras me acercaba a la tan elegante mujer espere que los polizontes no estuvieran mirando y se lo arrebate de las manos y tan solo corrí, escuchando como los gritos se hacían escuchar por cuadras, dos policías me perseguían lentos como ellos mismos, gordos por dejarse estar, corrí, corrí con todas mis fuerzas como si escapara del mismo demonio, pero no dejaría que me llevaran de nuevo a los calabozos.
Tropecé con varias personas hasta que me hicieron una cerrada otros dos polizontes me guardaban por la otra dirección, me devolví y venían los otros, sentí como mi cuerpo volvía a sentir esa adrenalina, ese miedo, esa angustia, ¿Dónde estaba Gianella para socorrerme? Ahí fue cuando pensé que no, que tenía que valerme por mi misma. Me detuve mirando a los cuatro polizontes mi cabellera larga se había soltado y mientras entre risas reconocí a una de las voces, Douglas, dije en mi mente y me vinieron esas ganad de vomitar, ese asqueroso hombre había intentado… intentado… abusar de mi. –¡Esto…. Esto es lo que quieren! – dije gritando de miedo, porque en realidad le temía a ese hombre, me había tratado muy mal, entre manoseo, forcejeo, y… cosas que no quería recordar saque el antifaz , los polizontes se acercaron mas y mas – Les entrego esto y todos quedamos felices – mi voz temblaba y viendo que seguían acercándose lance la máscara hacia arriba e intentando salir corriendo la mano de Douglas tomaba mi frágil brazo – Déjame… déjame… - dije angustiada mientras el polizonte posaba su nariz por mi cabellera, por mi cuello, - ¡Mugriento! – le grite y uno de los otros policías me pegaba una bofetada –¡ Déjenme! Les di lo que querían – y entre risas, sarcásticas y entre palabras morbosas me jalaron entre los cuatro a un callejón oscuro… Mis gritos fueron omitidos por gran parte de los pocos transeúntes, y entre el desespero, uno me quito el saco que cubría mi cuerpo, dos vigilaban mientras Douglas con el otro intentaban… Violarme… - ¡Ayuda! – dije entre llanto, desespero, ira forcejeando como podía… pero todo… era en vano…
¡NO! Te dije que NO! – el grito de la mujer sonó decidido, yo oculta tras unos troncos permanecí en silencio mientras el hombre llegaba y le acariciaba el rostro, ella parecía disfrutar de aquello pero… se resistía – Vamos… que nadie se enterara – dijo la voz del hombre y en eso un pequeño animal hizo crujir las ramas bajo su peso, mis ojos se abrieron bien grandes al notar, que el hombre había cambiado de semblante y sin mas había tomado un arma y había disparado a sangre fría a la pequeña liebre, que quedo echa pedazos, le… había reventado la cabeza mi grito al escuchar el disparo se oyó en todo el bosque y ahora el venia por mi….
Hasta ahí era lo que recordaba… no sabía cómo pero cuando vuelvo a recordar solo me encuentro sentad en las escaleras de la cocina de Jeanne esperando que me dé de comer, aquello causo un revoltijo en mi interior, no podía explicarlo, en realidad no le encontraba explicación alguna. Suspire mientras miraba como unas damas se bajaban de un carruaje, de seguro iban a un gran baile, claro, estaba sentada cerca del palacio con todos esos brillos, luces, y gente bien vestida y del buen vivir, todos tenían una máscara cubriendo su rostro mostrando solo sus ojos de muchos apagados de otros llenos de vida. Me levante de un salto y me puse a caminar, dirección hacia la multitud donde todos se saludaban de manera extraña que según decían era elegante, los policías aguardaban cerca, mi cuerpo delgado y pequeño pasaría desapercibida entre los grandes vestidos, me tome el cabello y camine con el pecho erguido sonriendo a las damas y caballeros, hasta que vi esa hermosa mascara, que según note tenia incrustaciones de oro, algunos brillantes rubíes y de bello color negro que hacían resaltar el antifaz en sí. Lo quería para mi colección de, cosas brillantes y mientras me acercaba a la tan elegante mujer espere que los polizontes no estuvieran mirando y se lo arrebate de las manos y tan solo corrí, escuchando como los gritos se hacían escuchar por cuadras, dos policías me perseguían lentos como ellos mismos, gordos por dejarse estar, corrí, corrí con todas mis fuerzas como si escapara del mismo demonio, pero no dejaría que me llevaran de nuevo a los calabozos.
Tropecé con varias personas hasta que me hicieron una cerrada otros dos polizontes me guardaban por la otra dirección, me devolví y venían los otros, sentí como mi cuerpo volvía a sentir esa adrenalina, ese miedo, esa angustia, ¿Dónde estaba Gianella para socorrerme? Ahí fue cuando pensé que no, que tenía que valerme por mi misma. Me detuve mirando a los cuatro polizontes mi cabellera larga se había soltado y mientras entre risas reconocí a una de las voces, Douglas, dije en mi mente y me vinieron esas ganad de vomitar, ese asqueroso hombre había intentado… intentado… abusar de mi. –¡Esto…. Esto es lo que quieren! – dije gritando de miedo, porque en realidad le temía a ese hombre, me había tratado muy mal, entre manoseo, forcejeo, y… cosas que no quería recordar saque el antifaz , los polizontes se acercaron mas y mas – Les entrego esto y todos quedamos felices – mi voz temblaba y viendo que seguían acercándose lance la máscara hacia arriba e intentando salir corriendo la mano de Douglas tomaba mi frágil brazo – Déjame… déjame… - dije angustiada mientras el polizonte posaba su nariz por mi cabellera, por mi cuello, - ¡Mugriento! – le grite y uno de los otros policías me pegaba una bofetada –¡ Déjenme! Les di lo que querían – y entre risas, sarcásticas y entre palabras morbosas me jalaron entre los cuatro a un callejón oscuro… Mis gritos fueron omitidos por gran parte de los pocos transeúntes, y entre el desespero, uno me quito el saco que cubría mi cuerpo, dos vigilaban mientras Douglas con el otro intentaban… Violarme… - ¡Ayuda! – dije entre llanto, desespero, ira forcejeando como podía… pero todo… era en vano…
Amy Defoe- Humano Clase Baja
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Re: In the Weight of Night [Emily Defoe]
Aguardó, lo que Marek menos necesitaba eran más problemas cuando su vida misma era un océano de estos: deudas, amores fallidos, alcoholismo, un trabajo insatisfactorio y que aun así consideraba que era necesario para seguir su labor de escritor, casi como si necesitara la insatisfacción para poder continuar el sinsentido de su vida. Observó todo desde la obscuridad, a los dos primeros policías se le unieron dos más e identificó a la ladrona aunque no lo que había robado, ¿importaba? Marek creía que no, sólo quería que pasara lo que pasara, aquella escena tuviera un desenlace y los hombres uniformados se marcharan, no quería que lo detuvieran por su aliento alcohólico aunque distaba mucho de estar ebrio, conocía a esos actores del sistema, buscaban cualquier pretexto para incriminar a quien se dejara.
Le gustó la actitud de la muchacha, tenía las de perder y ahí estaba, frente a esos cuatro cerdos; el polaco sonrió, casi rio aunque tuvo que acallarse para no ser descubierto como el indiscreto testigo que era, pero de pronto la actitud de la joven cambió y no supo por qué, una alarma se encendió dentro de él, lo mejor era irse, no era problema suyo, cuando él estaba embaucado nadie nunca le tendió la mano, ¿por qué iba a hacerlo él por otras personas? Pero esa sensibilidad de artista, de la que él renegaba, le provocaba tener un corazón débil. No quiso apresurarse, miró al otro lado de la calle para medir y prever sus salidas de emergencia y fue durante esa distracción que la joven mujer era conducida a otro sitio más obscuro, más permisivo a las fechorías.
Conocía a la gente que supuestamente representaba la ley, los conocía bien. Durante su viaje pasó muchas noches en prisión bajo cargos soberanamente ridículos, más de una vez la sentencia era dada bajo el pretexto de subversión por sus escritos escandalosos. Marek no jugaba con el morbo, ni a provocar por provocar, era un poeta inteligente, crítico y mordaz, y era por eso mismo que a la gente le ofendían sus líneas, porque lo leían y no entendían ni una décima parte de lo que trataba de decir y a la gente no le gustaba que se les hiciera ver lo estúpidos que eran. Sí, conocía a “la ley”, misma que le negaba su propia libertad de expresión, misma que acallaba toda voz que dijera lo contrario a lo que ellos querían que dijera, misma que no dudaría en cometer más delitos de los que detenían en un día. No era su problema, esa chica no era su problema, apretó los puños pensando en el terrible destino que le deparaba y salió de su escondite: debía irse, ya, lo más pronto y rápido posible y sin embargo sus pies lo condujeron a ese callejos del que emanaban los gritos mudos de la joven y las risas gorrinas de los verdugos.
Él no iba a poder hacer gran cosa contra ellos, además de qué el heroísmo no era algo que lo caracterizara. No iba a entrar a escena con el pecho inflado, las fosas nasales dilatadas, el mentón levantado y los brazos en jarra; él no era el caballero de brillante armadura que salvaba a la damisela en peligro. Si acaso era algo, era el juglar beodo que narra lo que ve. Aquellos sujetos parecían bastante entretenidos en tratar de someterla así que no notaron su presencia, miró a su alrededor para ver qué tenía a la mano y un tablón pesado pero delgado y macizo, probablemente parte de alguna caja de madera que antes contuvo frutas o verduras, estaba ahí tirado, mojado y sucio, lo tomó con ambas manos y asestó dos golpes, uno en la cabeza de uno de los gendarmes a quien dejó inconsciente de inmediato y el otro en las costillas de otro de ellos que lo dejó doliéndose en el suelo, quiso seguir golpeando pero la tabla se rompió. Sin embargo, su pequeña intervención había causado desconcierto, ideal para huir.
-Me agradeces luego –le dijo a la joven, la tomó de la muñeca y la jaló fuera de ahí, corrió jalándola para alejarla, no sabía hacia dónde demonios corría y no era como si conociera demasiado bien París, no dejaba de ser un extranjero en tierra desconocida, pero lo importante en ese instante era poner una distancia considerable entre ellos y sus persecutores que seguro no se iban a quedar con los brazos cruzados. Corrió, corrió y corrió con ella, sin mirar atrás. Se había metido en problemas innecesarios… una vez más.
Le gustó la actitud de la muchacha, tenía las de perder y ahí estaba, frente a esos cuatro cerdos; el polaco sonrió, casi rio aunque tuvo que acallarse para no ser descubierto como el indiscreto testigo que era, pero de pronto la actitud de la joven cambió y no supo por qué, una alarma se encendió dentro de él, lo mejor era irse, no era problema suyo, cuando él estaba embaucado nadie nunca le tendió la mano, ¿por qué iba a hacerlo él por otras personas? Pero esa sensibilidad de artista, de la que él renegaba, le provocaba tener un corazón débil. No quiso apresurarse, miró al otro lado de la calle para medir y prever sus salidas de emergencia y fue durante esa distracción que la joven mujer era conducida a otro sitio más obscuro, más permisivo a las fechorías.
Conocía a la gente que supuestamente representaba la ley, los conocía bien. Durante su viaje pasó muchas noches en prisión bajo cargos soberanamente ridículos, más de una vez la sentencia era dada bajo el pretexto de subversión por sus escritos escandalosos. Marek no jugaba con el morbo, ni a provocar por provocar, era un poeta inteligente, crítico y mordaz, y era por eso mismo que a la gente le ofendían sus líneas, porque lo leían y no entendían ni una décima parte de lo que trataba de decir y a la gente no le gustaba que se les hiciera ver lo estúpidos que eran. Sí, conocía a “la ley”, misma que le negaba su propia libertad de expresión, misma que acallaba toda voz que dijera lo contrario a lo que ellos querían que dijera, misma que no dudaría en cometer más delitos de los que detenían en un día. No era su problema, esa chica no era su problema, apretó los puños pensando en el terrible destino que le deparaba y salió de su escondite: debía irse, ya, lo más pronto y rápido posible y sin embargo sus pies lo condujeron a ese callejos del que emanaban los gritos mudos de la joven y las risas gorrinas de los verdugos.
Él no iba a poder hacer gran cosa contra ellos, además de qué el heroísmo no era algo que lo caracterizara. No iba a entrar a escena con el pecho inflado, las fosas nasales dilatadas, el mentón levantado y los brazos en jarra; él no era el caballero de brillante armadura que salvaba a la damisela en peligro. Si acaso era algo, era el juglar beodo que narra lo que ve. Aquellos sujetos parecían bastante entretenidos en tratar de someterla así que no notaron su presencia, miró a su alrededor para ver qué tenía a la mano y un tablón pesado pero delgado y macizo, probablemente parte de alguna caja de madera que antes contuvo frutas o verduras, estaba ahí tirado, mojado y sucio, lo tomó con ambas manos y asestó dos golpes, uno en la cabeza de uno de los gendarmes a quien dejó inconsciente de inmediato y el otro en las costillas de otro de ellos que lo dejó doliéndose en el suelo, quiso seguir golpeando pero la tabla se rompió. Sin embargo, su pequeña intervención había causado desconcierto, ideal para huir.
-Me agradeces luego –le dijo a la joven, la tomó de la muñeca y la jaló fuera de ahí, corrió jalándola para alejarla, no sabía hacia dónde demonios corría y no era como si conociera demasiado bien París, no dejaba de ser un extranjero en tierra desconocida, pero lo importante en ese instante era poner una distancia considerable entre ellos y sus persecutores que seguro no se iban a quedar con los brazos cruzados. Corrió, corrió y corrió con ella, sin mirar atrás. Se había metido en problemas innecesarios… una vez más.
Invitado- Invitado
Re: In the Weight of Night [Emily Defoe]
Si algo tenia Paris, es que nadie se metía con nadie todos se hacían los ciegos, los sordos y mudos cuando les convenían, gente egoísta que por no meterse en problema pasaba de largo y al otro día cuando saliera a la luz se lamentarían por la pérdida de otra joven, que seguramente no tendría familia. Mientras mi cabeza ponía ideas de cómo salvarme, me cubría lo que más podía, ya tenía claro que si salía de esa a salvo le avisaría a Gianella para que acabara con la vida de tan despreciables personas, mi vida valía mas, no me aprovechada de los pobres sino más bien de los ricos. La oscuridad me envolvía, mientras las manos de un hombre bruto buscaban jalarme la ropa entre forcejeos y tirones, no me quedaría quieta, nada era fácil y entre gritos los escupí, mordí y todo lo que estuvo a mi alcance.
No alcanzo a pasar un minuto cuando el golpe en la oscuridad hizo que uno callera y luego otro, ¿Qué era esto? Y mi cuerpo fue sacudido, mis piernas se movieron para no caer de boca al suelo y tan solo deje que como cual pluma aquel me guiara, no falto que dijera mucho, mi vida la pasaba arrancando así que corrí sin alegar porque me llevaba tomada, no había porque. A final de cuentas me había ayudado. Corrimos en cualquier dirección, pensé que la idea no era mala los polizontes primero se ayudarían entre ellos y luego irían a por nosotros. El hombre no era lento pero tampoco muy rápido, mis piernas avanzaban casi a la par con él, mi cuerpo era sin lugar a dudas más pequeño pero conservaba esa fuerza en mi interior que no me permitía rendirme.
Minutos más tarde ya no había peligro, nuestros pasos se fueron deteniendo lo más probable era que aquel se había cansado, yo aun sentía la adrenalina correr por mi cuerpo, agitada mi pecho se inflaba y desinflaba el ruido de mi respiración era notorio, maldita primavera que me daba alergia como las flores polinizaban. Respire fuertemente para no caer ahí mismo en un colapso, me detuve por completo y lleve mis manos a las rodillas, mis pulmones ardían, mi garganta tenía ese sabor a sangre que tanto aborrecía – Gracias – la palabra salió con dificultad, mientras me enderezaba y miraba al cielo oscuro – Se salvaste de una muy grande – con tan solo aquello el hombre ya se había ganado mi respeto.
Tenía que decir que sus ropajes y el aroma azumagado de él solo me decía que compartíamos la misma condición monetaria, o tal vez solo era un ebrio mas en esta gran ciudad pero en realidad no me importaba ¿Quién era yo para hacer un esquema del? Nadie. Trague saliva y comencé a buscar mi morral, donde había escondido y luego tirado la mascarilla – Rayos – dije molesta me lo habían arrebatado, en pocas palabras esta noche no tendría que cenar. No volvería, le tenía miedo y de seguro ahora estarían buscándonos y ya muchos problemas por un día.
¿Le había agradecido? Si, parece pensé, me sentía un poco mareada y el aire a un continuaba faltándome pero no me preocuparía solo por mi – ¿Estas bien? – arrugue la frente, descarte la idea que fuera alguno de esos monstruos de la noche por que se veía cansado como yo, y ya mi mentora me había explicado cómo funcionaban las cosas en el mundo sobrenatural. Yo era una simple niña él un caballero, vaya cuadro que mostrábamos, la ladrona nuevamente había sido pillada por la policía parisina. Malditos engendros, rabie en mi cabeza mientras con la manga de mi blusa me limpiaba el sudor que había aparecido por la corrida campal que habíamos tenido. Al final me apoye en la pared esperando alguna reacción por parte ajena.
No alcanzo a pasar un minuto cuando el golpe en la oscuridad hizo que uno callera y luego otro, ¿Qué era esto? Y mi cuerpo fue sacudido, mis piernas se movieron para no caer de boca al suelo y tan solo deje que como cual pluma aquel me guiara, no falto que dijera mucho, mi vida la pasaba arrancando así que corrí sin alegar porque me llevaba tomada, no había porque. A final de cuentas me había ayudado. Corrimos en cualquier dirección, pensé que la idea no era mala los polizontes primero se ayudarían entre ellos y luego irían a por nosotros. El hombre no era lento pero tampoco muy rápido, mis piernas avanzaban casi a la par con él, mi cuerpo era sin lugar a dudas más pequeño pero conservaba esa fuerza en mi interior que no me permitía rendirme.
Minutos más tarde ya no había peligro, nuestros pasos se fueron deteniendo lo más probable era que aquel se había cansado, yo aun sentía la adrenalina correr por mi cuerpo, agitada mi pecho se inflaba y desinflaba el ruido de mi respiración era notorio, maldita primavera que me daba alergia como las flores polinizaban. Respire fuertemente para no caer ahí mismo en un colapso, me detuve por completo y lleve mis manos a las rodillas, mis pulmones ardían, mi garganta tenía ese sabor a sangre que tanto aborrecía – Gracias – la palabra salió con dificultad, mientras me enderezaba y miraba al cielo oscuro – Se salvaste de una muy grande – con tan solo aquello el hombre ya se había ganado mi respeto.
Tenía que decir que sus ropajes y el aroma azumagado de él solo me decía que compartíamos la misma condición monetaria, o tal vez solo era un ebrio mas en esta gran ciudad pero en realidad no me importaba ¿Quién era yo para hacer un esquema del? Nadie. Trague saliva y comencé a buscar mi morral, donde había escondido y luego tirado la mascarilla – Rayos – dije molesta me lo habían arrebatado, en pocas palabras esta noche no tendría que cenar. No volvería, le tenía miedo y de seguro ahora estarían buscándonos y ya muchos problemas por un día.
¿Le había agradecido? Si, parece pensé, me sentía un poco mareada y el aire a un continuaba faltándome pero no me preocuparía solo por mi – ¿Estas bien? – arrugue la frente, descarte la idea que fuera alguno de esos monstruos de la noche por que se veía cansado como yo, y ya mi mentora me había explicado cómo funcionaban las cosas en el mundo sobrenatural. Yo era una simple niña él un caballero, vaya cuadro que mostrábamos, la ladrona nuevamente había sido pillada por la policía parisina. Malditos engendros, rabie en mi cabeza mientras con la manga de mi blusa me limpiaba el sudor que había aparecido por la corrida campal que habíamos tenido. Al final me apoye en la pared esperando alguna reacción por parte ajena.
Amy Defoe- Humano Clase Baja
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Re: In the Weight of Night [Emily Defoe]
Definitivamente el aire frío golpeando contra su cara, la carrera para huir de algo que en principio no era su problema y la sorpresa en general habían cortado la mucha o poca ebriedad que el cuerpo de Marek tenía esa noche. Trató de ser confuso a la hora de dirigir el camino, meterse por callejuelas estrechas, por callejones llenos de basura, trató de no dejar rastro, parecía un experto en el arte de escaparse, pero no era así, casi siempre que se metía en problemas y los afrontaba, en sus noches en la cárcel había aprendido tanto o más que en sus días en las "libres” calles.
Poco a poco fue disminuyendo la velocidad de sus pasos, porque supuso que ya estarían a una distancia considerable de los acosadores de la chica y porque ya no estaba para eso, su cuerpo resintió la pequeña carrera que había pegado, y aunque estaba en forma por el duro trabajo al que siempre se veía sometido, lo suyo no era correr con el aire frío silbándole cerca de los oídos. Llegaron a una plazuela desierta y descuidada, no se notaba como un lugar lleno de vida durante las tardes, más bien un rincón olvidado en una ciudad repleto de éstos. Trató de recuperar aliento, estaba un poco inclinado hacia adelante, con las manos en las rodillas y observando el empedrado del suelo, pero la voz de la chica llamó su atención, alzó la mirada y luego se irguió.
-No es nada –dijo y caminó hasta una jardinera que tenía un árbol que pese a las dificultades, estaba frondoso y verde, ahí se sentó –supongo que cualquiera hubiese hecho lo mismo –pero no estuvo seguro de sus palabras, pocos hubiesen antepuesto la seguridad de una desconocida por sobre la integridad física propia, pero qué más daba, evidentemente el polaco no actuaba de manera normal la mayoría del tiempo.
-Yo estoy bien, ¿tú estás bien? –continuó hablando, después de todo él no había sido al que habían jalando a un callejón obscuro con quién sabe qué truculento propósito-. Debiste haber robado algo realmente grande para meterte en semejante lío –apuntó después sin ningún propósito ulterior, no quería cuestionarla demasiado porque eso podía convertirlo en un cómplice, aunque estuvo seguro que de ser atrapados, no la echaría de cabeza, estaría con ella hasta las últimas consecuencias aunque se tratara de una desconocida. Se puso de pie y se acercó a ella, le sonrió.
-Muero de hambre –cambió abruptamente de tema, porque así era él -¿quieres comer algo? –no tenía mucho dinero como para invitarla y sobrevivir el resto de la semana, pero dadas las circunstancias supuso que podía tomarse esa libertad y ya vería que haría luego, jugar a las cartas con otros mozos del hotel y estafarlos tal vez, algo se le ocurriría –no creo que sea buena idea quedarnos aquí parados de todos modos –se llevó la mano a la nuca –deben estar buscándonos, hay que seguir moviéndonos –propuso y miró a ambos lados de la calle y rio para sí mismo –me gustaría saber dónde estoy –admitió algo apenado, esperando que ella estuviera mejor enterada de las calles parisinas. La observó después para ver qué decía ante toda la retahíla que él había soltado, si aceptaba su invitación o no, o si ella sabía dónde se encontraban parados o no.
Aunque todo era un embrollo, a Marek le gustaban ese tipo de situaciones, esas historias nocturnas e insignificantes que dotaban de significado al absurdo de la vida. Todas las noches contaban historias diferentes y no siempre tenía los mismos protagonistas, él como escritor lo sabía, pero si esa noche le tocaba a él y a esa chica –cuyo nombre desconocía- estelarizar esa puesta en escena, le gustaba la idea.
Poco a poco fue disminuyendo la velocidad de sus pasos, porque supuso que ya estarían a una distancia considerable de los acosadores de la chica y porque ya no estaba para eso, su cuerpo resintió la pequeña carrera que había pegado, y aunque estaba en forma por el duro trabajo al que siempre se veía sometido, lo suyo no era correr con el aire frío silbándole cerca de los oídos. Llegaron a una plazuela desierta y descuidada, no se notaba como un lugar lleno de vida durante las tardes, más bien un rincón olvidado en una ciudad repleto de éstos. Trató de recuperar aliento, estaba un poco inclinado hacia adelante, con las manos en las rodillas y observando el empedrado del suelo, pero la voz de la chica llamó su atención, alzó la mirada y luego se irguió.
-No es nada –dijo y caminó hasta una jardinera que tenía un árbol que pese a las dificultades, estaba frondoso y verde, ahí se sentó –supongo que cualquiera hubiese hecho lo mismo –pero no estuvo seguro de sus palabras, pocos hubiesen antepuesto la seguridad de una desconocida por sobre la integridad física propia, pero qué más daba, evidentemente el polaco no actuaba de manera normal la mayoría del tiempo.
-Yo estoy bien, ¿tú estás bien? –continuó hablando, después de todo él no había sido al que habían jalando a un callejón obscuro con quién sabe qué truculento propósito-. Debiste haber robado algo realmente grande para meterte en semejante lío –apuntó después sin ningún propósito ulterior, no quería cuestionarla demasiado porque eso podía convertirlo en un cómplice, aunque estuvo seguro que de ser atrapados, no la echaría de cabeza, estaría con ella hasta las últimas consecuencias aunque se tratara de una desconocida. Se puso de pie y se acercó a ella, le sonrió.
-Muero de hambre –cambió abruptamente de tema, porque así era él -¿quieres comer algo? –no tenía mucho dinero como para invitarla y sobrevivir el resto de la semana, pero dadas las circunstancias supuso que podía tomarse esa libertad y ya vería que haría luego, jugar a las cartas con otros mozos del hotel y estafarlos tal vez, algo se le ocurriría –no creo que sea buena idea quedarnos aquí parados de todos modos –se llevó la mano a la nuca –deben estar buscándonos, hay que seguir moviéndonos –propuso y miró a ambos lados de la calle y rio para sí mismo –me gustaría saber dónde estoy –admitió algo apenado, esperando que ella estuviera mejor enterada de las calles parisinas. La observó después para ver qué decía ante toda la retahíla que él había soltado, si aceptaba su invitación o no, o si ella sabía dónde se encontraban parados o no.
Aunque todo era un embrollo, a Marek le gustaban ese tipo de situaciones, esas historias nocturnas e insignificantes que dotaban de significado al absurdo de la vida. Todas las noches contaban historias diferentes y no siempre tenía los mismos protagonistas, él como escritor lo sabía, pero si esa noche le tocaba a él y a esa chica –cuyo nombre desconocía- estelarizar esa puesta en escena, le gustaba la idea.
Invitado- Invitado
Re: In the Weight of Night [Emily Defoe]
Aun sentía la agitación en mi cuerpo mientras me enderezaba y seguía los consejos que una vez me había dado mi tutora, Gianella, comencé a caminar en círculos con la cabeza hacia arriba para que las vías respiratorias pudieran hacer su trabajo inspire y exhale varias veces hasta que por fin pude estar mejor en cuanto al tema de la agitación, escuche atenta cada palabra que decía el hombre, que por la forma de ser supuse que no era de aquí, su aspecto era algo viejo y su aroma ha guardado me sorprendía – No, no cualquier parisino haría eso, en realidad no lo hacen así que tú no eres de aquí ¿ o me equivoco? – esperaba no hacerlo, conocía las calles mejor que nadie, y mejor a los parisinos que la misma realeza, sabia de todas las falencias publicas y de lo que hacía falta. También conocía a los polizontes así que ya tendría tiempo de vengarme con mis propias manos.
Me detuve para mirarlo algo curiosa – Ponte derecho así el aire entrara mejor – dije para ayudarle con la respiración - me robe una máscara enchapada en oro y estoy segura que tenía algunas piedras preciosas – levante los hombros de manera inocente mientras observaba el lugar, ahí venia cuando recién me había escapado del orfanato eso no pudo ponerme más contenta y solté una enorme sonrisa mientras miraba por las esquinas a ver si me encontraba alguien conocido o peor alguno de los policías. – ¿Hambre? Si yo también, en mi bolso tenía algo para comer ahora no tengo nada – dije con un poco de molestia clara hacia las autoridades que me habían apresado por escasos minutos.
Me acerque a la esquina donde había un gran árbol – nunca se rinden, de seguro están perdidos por la ciudad pero si, aun nos buscan los conozco – hice una mueca y lo volví a mirar – Conozco Paris como la palma de mi mano – me sentí orgullosa por decir aquellas palabras, era un poder que muy pocos parisinos podías decirse conocedores, me acerque al hombre con las manos atrás y le quede mirando con una enorme sonrisa – Dime donde quieres ir y yo te llevo a ese lugar además si puedo coger algo de comer mejor para mi – dulce, así siempre era con las personas que me trataban bien y mejor aun con las personas que habían arriesgado su vida por ayudarme, lo mismo había pasado con Gianella y hasta ahora aun éramos amigas, vi las ropas del hombre y ya tenía una idea más clara que él no era un ricachón mas eso me gustaba más de él, en ese momento – Me llamo Emily pero puede decirme Emy como todos mis amigos – Era una niña aun, así que mi forma de ser siempre era la misma, traviesa, ingenua y a pesar de ser una ladrona eso no me hacia más madura, al contrario robar para mí era un juego del gato y el ratón.
Tome un elástico que colgaba de mi muñeca y haciéndome una coleta escuché los pasos de alguien corriendo – Mejor vámonos, de seguro son ellos – dije un poco asustada, pero más que nada era adrenalina lo que comenzaba a sentir por mi cuerpo. – Además si el hambre es mucha luego nos fatigamos – bromee, en realidad ya la habíamos escapados pero entre más lejos y ocultos mejor, daba igual qué camino tomar podía llegar al lugar que fuera de Paris, era mi ciudad y vivir en las calles me había enseñado de calles ocultas, túneles escondidos, de casas abandonadas, y de gente en quien confiar y en quienes no.
Me detuve para mirarlo algo curiosa – Ponte derecho así el aire entrara mejor – dije para ayudarle con la respiración - me robe una máscara enchapada en oro y estoy segura que tenía algunas piedras preciosas – levante los hombros de manera inocente mientras observaba el lugar, ahí venia cuando recién me había escapado del orfanato eso no pudo ponerme más contenta y solté una enorme sonrisa mientras miraba por las esquinas a ver si me encontraba alguien conocido o peor alguno de los policías. – ¿Hambre? Si yo también, en mi bolso tenía algo para comer ahora no tengo nada – dije con un poco de molestia clara hacia las autoridades que me habían apresado por escasos minutos.
Me acerque a la esquina donde había un gran árbol – nunca se rinden, de seguro están perdidos por la ciudad pero si, aun nos buscan los conozco – hice una mueca y lo volví a mirar – Conozco Paris como la palma de mi mano – me sentí orgullosa por decir aquellas palabras, era un poder que muy pocos parisinos podías decirse conocedores, me acerque al hombre con las manos atrás y le quede mirando con una enorme sonrisa – Dime donde quieres ir y yo te llevo a ese lugar además si puedo coger algo de comer mejor para mi – dulce, así siempre era con las personas que me trataban bien y mejor aun con las personas que habían arriesgado su vida por ayudarme, lo mismo había pasado con Gianella y hasta ahora aun éramos amigas, vi las ropas del hombre y ya tenía una idea más clara que él no era un ricachón mas eso me gustaba más de él, en ese momento – Me llamo Emily pero puede decirme Emy como todos mis amigos – Era una niña aun, así que mi forma de ser siempre era la misma, traviesa, ingenua y a pesar de ser una ladrona eso no me hacia más madura, al contrario robar para mí era un juego del gato y el ratón.
Tome un elástico que colgaba de mi muñeca y haciéndome una coleta escuché los pasos de alguien corriendo – Mejor vámonos, de seguro son ellos – dije un poco asustada, pero más que nada era adrenalina lo que comenzaba a sentir por mi cuerpo. – Además si el hambre es mucha luego nos fatigamos – bromee, en realidad ya la habíamos escapados pero entre más lejos y ocultos mejor, daba igual qué camino tomar podía llegar al lugar que fuera de Paris, era mi ciudad y vivir en las calles me había enseñado de calles ocultas, túneles escondidos, de casas abandonadas, y de gente en quien confiar y en quienes no.
Amy Defoe- Humano Clase Baja
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Re: In the Weight of Night [Emily Defoe]
Siguió su consejo para lograr tranquilizar su respiración y luego la escuchó. Sintió muchas cosas al captar sus palabras y al verla comportarse, un alivio tremendo al saber que ella conocía muy bien París, una alegría sincera por verla bien y una tranquilidad enorme por percibirla tan desenvuelta junto a él, normalmente solía intimidar a algunas mujeres, sobre todo las más jóvenes como ella, pues tenía esa imagen de hombre duro que algunos podrían confundir con las de un maleante, porque a pesar de las vicisitudes de su vida, Marek se mantenía honesto, trabajaba para ganar una miseria y con eso sobrevivir, no criticaba, desde luego, a gente que, como esa joven, robaban, tenía la idea de que muchos ricos merecían ser asaltados, y no tanto porque su abundancia le molestara, sino porque su copiosidad los hacía insensibles a los problemas que acontecían al exterior de sus enormes casa, el poeta tampoco se creía Robin Hood o alguna clase de héroe, sólo pensaba que debía existir una especie de balance.
-No –negó con la cabeza –yo soy de Cracovia, eso está en Polonia –y al decir aquello se dio cuenta de lo realmente lejano que eso era, de lo mucho que había viajado, de todo lo que había dejado y perdido, miró la calle desierta como si ésta lo condujera directo al corazón de su ciudad natal y luego la miró de nuevo a ella quitando esa expresión de tonta melancolía-. Emily –repitió-, mucho gusto Emy –la llamó por ese diminutivo que ella había sugerido –yo soy Marek –dijo y omitió el apellido, a veces lo incluía porque sus libros seguían siendo muy leídos y apreciados, pero dudaba que Emily hubiese leído algo que él hubiese escrito, así que le gustaba más ser Marek el mozo del Hotel Des Arenes, así de sencillo, un hombre simple, un habitante más de las calles rácanas. Fue a decir algo más, el lugar a donde se le antojaba ir, aunque no lo tenía muy claro, pero no importó, ella dijo con seguridad que aún los buscaban y reanudaron la huida.
-Yo te sigo –le alcanzó a decir y sus piernas, apenas habían recorrido un par de metros, comenzaron a quemar, los músculos estaban resintiendo todo ese ejercicio, estaba acostumbrado a levantar mucho peso, a trabajar por horas, a soportar temperaturas extremas, pero no a correr tanto. Recorrieron más cales, más callejones, puentes (por arriba y por abajo), pasadizos y plazuelas, Marek pensó que París era una ciudad eterna, y no lo decía como alguna clase de metáfora, sino literal, que nunca acababa, que sus calles se extendían por lo que restaba de mundo, entonces doblaron en una esquina y reconoció un café de mala muerte en donde sólo asistían seres como él o peores, porque sí, existían peores, y luego, más allá estaba la esquina en la que un joven se detenía a tocar el violín algunos días de la semana, seguramente tenía un horario, pero Marek no lo recordaba.
-Espera –le dijo y se detuvo, giró 360° para ver bien el lugar -reconozco por aquí, vivo cerca –expresó y la miró, estuvo a punto de ofrecerle ir a su humilde hogar, pero en primera no tenía mucho que ofrecerle y segunda no quería sonar como un maldito pervertido, entonces recordó algo-, más allá –señaló el otro lado de la calle –hay un bar, es muy tranquilo, y muy accesible de precio, sé que es tarde pero debe estar abierto, lo conozco bien, a veces, de regreso del trabajo, voy ahí a cenar, vamos –invitó y comenzó a caminar en aquella dirección, resguardados en ese sitio sería mucho más difícil que los policías los pudieran encontrar.
-Y dime, esa máscara que robaste, ¿tiene algo en especial o sólo la robaste porque vale mucho? –preguntó con la naturalidad que se narra un evento ecuestre, sin ningún tipo de juicio, con la simple y llana curiosidad como único tren motriz de aquella interrogante, aunque le gustaba creer –como poeta que era- que el objeto poseía un valor mayor al que se le asignaba monetariamente, un significado, un contexto. Eso le gustaba creer.
-No –negó con la cabeza –yo soy de Cracovia, eso está en Polonia –y al decir aquello se dio cuenta de lo realmente lejano que eso era, de lo mucho que había viajado, de todo lo que había dejado y perdido, miró la calle desierta como si ésta lo condujera directo al corazón de su ciudad natal y luego la miró de nuevo a ella quitando esa expresión de tonta melancolía-. Emily –repitió-, mucho gusto Emy –la llamó por ese diminutivo que ella había sugerido –yo soy Marek –dijo y omitió el apellido, a veces lo incluía porque sus libros seguían siendo muy leídos y apreciados, pero dudaba que Emily hubiese leído algo que él hubiese escrito, así que le gustaba más ser Marek el mozo del Hotel Des Arenes, así de sencillo, un hombre simple, un habitante más de las calles rácanas. Fue a decir algo más, el lugar a donde se le antojaba ir, aunque no lo tenía muy claro, pero no importó, ella dijo con seguridad que aún los buscaban y reanudaron la huida.
-Yo te sigo –le alcanzó a decir y sus piernas, apenas habían recorrido un par de metros, comenzaron a quemar, los músculos estaban resintiendo todo ese ejercicio, estaba acostumbrado a levantar mucho peso, a trabajar por horas, a soportar temperaturas extremas, pero no a correr tanto. Recorrieron más cales, más callejones, puentes (por arriba y por abajo), pasadizos y plazuelas, Marek pensó que París era una ciudad eterna, y no lo decía como alguna clase de metáfora, sino literal, que nunca acababa, que sus calles se extendían por lo que restaba de mundo, entonces doblaron en una esquina y reconoció un café de mala muerte en donde sólo asistían seres como él o peores, porque sí, existían peores, y luego, más allá estaba la esquina en la que un joven se detenía a tocar el violín algunos días de la semana, seguramente tenía un horario, pero Marek no lo recordaba.
-Espera –le dijo y se detuvo, giró 360° para ver bien el lugar -reconozco por aquí, vivo cerca –expresó y la miró, estuvo a punto de ofrecerle ir a su humilde hogar, pero en primera no tenía mucho que ofrecerle y segunda no quería sonar como un maldito pervertido, entonces recordó algo-, más allá –señaló el otro lado de la calle –hay un bar, es muy tranquilo, y muy accesible de precio, sé que es tarde pero debe estar abierto, lo conozco bien, a veces, de regreso del trabajo, voy ahí a cenar, vamos –invitó y comenzó a caminar en aquella dirección, resguardados en ese sitio sería mucho más difícil que los policías los pudieran encontrar.
-Y dime, esa máscara que robaste, ¿tiene algo en especial o sólo la robaste porque vale mucho? –preguntó con la naturalidad que se narra un evento ecuestre, sin ningún tipo de juicio, con la simple y llana curiosidad como único tren motriz de aquella interrogante, aunque le gustaba creer –como poeta que era- que el objeto poseía un valor mayor al que se le asignaba monetariamente, un significado, un contexto. Eso le gustaba creer.
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Re: In the Weight of Night [Emily Defoe]
-Crocavia… crovaquia… cro – Hice un puchero mientras caminaba a un lado del hombre de nombre Marek, nombres raros que me costaba pronunciar y temía que al decir su nombre dijera cualquier barbaridad, aunque siempre le cambiaba el nombre a las cosas para mí era algo normal, pero sabía que muchos se molestaban con aquellos pequeños detalles de mi persona, realmente a mi no me importaba, así era y no cambiaria a menos que tuviera a una institutriz enseñándome día y noche lo que aun me faltaba por aprender, que si lo mirábamos de lejos era mucho. Sabia contar hasta ¿mil? Me habían enseñado a sumar y restar con eso me bastaba pero Jeanne, me estaba enseñando a dividir y multiplicar… cosa que era en realidad difícil pero me dijo que era necesario si quería seguir vendiendo manzanas en el mercado. ¿Leer? No sabía, así que todas las direcciones que me sabia eran a mi manera, nombres semejantes o mejor dicho con mi propia manera de ver el mundo - ¿Queda muy lejos ese lugar cierto? – pregunte mientras yo guiaba de momento el camino, perdiéndonos por las callejuelas de Paris.
Me detuve cuando él me lo pidió y abriendo mis ojos a más no poder hice lo mismo que el gire en mis talones mirando el lugar, no encontré nada extraño estábamos por los callejones donde la bohemia Parisina era escasa por la falta de luminosidad del lugar, sabía que si seguíamos en aquella dirección llegaríamos a unas de las vertebras de Paris, pero guarde silencio. Entre cerré los ojos cuando él comenzó hablar – ¿El del letrero degastado con números raros? – pregunte, sabía que había un bar lo había visto varias veces me había llamado la atención, recordé, la forma en cómo tenia dispuesto el nombre en el letrero, según yo tenía números porque letras no eran. Avance en la dirección al bar – Yo vivo – dije mirando el cielo – diez calles mas allá, doblando en la florería hay un edificio que está a punto de caerse, vivo en el techo – dije casi con orgullo de mi pequeño hogar, que había construido con mis propias manos y pocos sabían cómo llegar aquel lugar.
Llegamos al bar y apunte al cartel con gesto entusiasta, no tenía idea si el sabía lo que significaba o no, pero esperaba que pudiera darme al menos una pista de lo que decía ahí, entramos y el humo de los cigarrillos me envolvió, hice un gesto de desagrado y mire el lugar, de poca luz, las velas iluminaban las mesas dispuestas desordenadamente, tenía una barra no muy grande y las personas que trabajaban ahí parecían sacada de un libro viejo, refregué mis ojos y gire mi cabeza para mirar a mi nuevo amigo suspire y comencé hablar – La robe porque me pareció digna de mi colección de cosas brillantes, normalmente robo para adornar mi casita – solté una risita cómplice, porque en realidad todo lo que me robaba y brillara lo dejaba sobre un almohadón inmenso, le ponía un poco de luz que se reflejaba en las piedras y me daba un pequeño espectáculo de colores en el techo improvisado del lugar donde dormía. - ¿Dónde nos sentamos? – levante mis cejas mirando nuevamente el lugar, en realidad no había mucha gente pero las pocas que habían solo se preocupaban de sus asuntos. Avance entre las mesas intentando de no chocar ni tropezar con nada ni nadie hasta que llegue a una mesa con dos sillas – Aquí está bien ¿o no? – la mesa estaba un poco alejada de todas las demás personas, pero en realidad me daba igual quería sentarme y tener mis piernas relajadas ya mucho ejercicio por hoy – Y tu Merak – ¿Así era el nombre cierto? – ¿Que haces?- me quede pensativa si en realidad había dicho bien su nombre o me había equivocado y ahí me quede aguardando silencio…
Me detuve cuando él me lo pidió y abriendo mis ojos a más no poder hice lo mismo que el gire en mis talones mirando el lugar, no encontré nada extraño estábamos por los callejones donde la bohemia Parisina era escasa por la falta de luminosidad del lugar, sabía que si seguíamos en aquella dirección llegaríamos a unas de las vertebras de Paris, pero guarde silencio. Entre cerré los ojos cuando él comenzó hablar – ¿El del letrero degastado con números raros? – pregunte, sabía que había un bar lo había visto varias veces me había llamado la atención, recordé, la forma en cómo tenia dispuesto el nombre en el letrero, según yo tenía números porque letras no eran. Avance en la dirección al bar – Yo vivo – dije mirando el cielo – diez calles mas allá, doblando en la florería hay un edificio que está a punto de caerse, vivo en el techo – dije casi con orgullo de mi pequeño hogar, que había construido con mis propias manos y pocos sabían cómo llegar aquel lugar.
Llegamos al bar y apunte al cartel con gesto entusiasta, no tenía idea si el sabía lo que significaba o no, pero esperaba que pudiera darme al menos una pista de lo que decía ahí, entramos y el humo de los cigarrillos me envolvió, hice un gesto de desagrado y mire el lugar, de poca luz, las velas iluminaban las mesas dispuestas desordenadamente, tenía una barra no muy grande y las personas que trabajaban ahí parecían sacada de un libro viejo, refregué mis ojos y gire mi cabeza para mirar a mi nuevo amigo suspire y comencé hablar – La robe porque me pareció digna de mi colección de cosas brillantes, normalmente robo para adornar mi casita – solté una risita cómplice, porque en realidad todo lo que me robaba y brillara lo dejaba sobre un almohadón inmenso, le ponía un poco de luz que se reflejaba en las piedras y me daba un pequeño espectáculo de colores en el techo improvisado del lugar donde dormía. - ¿Dónde nos sentamos? – levante mis cejas mirando nuevamente el lugar, en realidad no había mucha gente pero las pocas que habían solo se preocupaban de sus asuntos. Avance entre las mesas intentando de no chocar ni tropezar con nada ni nadie hasta que llegue a una mesa con dos sillas – Aquí está bien ¿o no? – la mesa estaba un poco alejada de todas las demás personas, pero en realidad me daba igual quería sentarme y tener mis piernas relajadas ya mucho ejercicio por hoy – Y tu Merak – ¿Así era el nombre cierto? – ¿Que haces?- me quede pensativa si en realidad había dicho bien su nombre o me había equivocado y ahí me quede aguardando silencio…
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