Amor Constante [Kerevan Flouritte]

por **Stéphane Moreau** Miér Mayo 30, 2012 3:01 am

Hace ya algunos meses que encuentro nublada mi razón a consecuencia de un misterioso amante, hace ya dos meses que fugaz cual centella coartó mi libertad, y apresó mi ánimo recluyendo consigo cada partícula de ferviente amor que es capaz hoy solo de recodar aquella noche… La noche en que tomó mi cuerpo y mi corazón, mi juventud y mi simpleza, y clamó por ello apoderándose como si de su propiedad se tratase.

Ningún hombre fue capaz en mi corta existencia hacerme experimentar las cosas que sentí por él ese día… Jamás pensé que tendría la facultad para hacerlo, la felicidad era algo vago y difícil de visualizar en mis recuerdos, pero sin embargo, esa noche junto a él excedió a cualquier vestigio de falsa dicha en mi alma barriendo aquellas antiguas memorias como el viento que se dilata para morir entre los juncos.

Esa noche corrí el mejor de los caminos, montado en cuerpo garrido, sin bridas ni estribos. Esa noche no era muy diferente a ésta… Esa noche; es la que narraré a continuación, la noche en la que un hombre cautivó eternamente mi corazón…:

La tarde ya era pasada, el sol ya trasponía los montes vecinos y se asentaba sobre el horizonte invocando su característico color bermejo entintando con su velo las calles en donde las sombras comienzan a cobrar ya poderío, y las irregulares edificaciones parecían adquirir nueva altura para fundirse con el espacio. Pasaron las cinco, las seis… Y desperté de mi letargo, separé las almidonadas mantas del lecho y me dispuse a salir a la ciudad; las ráfagas gemían en los vidrios de mi ventana, sin razones aparentes no suelo conciliar el sueño por las noche, el silencio de ésta y el murmuro del viento traían paz a mi conciencia.

Me adentré en las tortuosas callejas de la capital en mi infinita búsqueda por el incierto propósito de esta vida ¿Qué hago aquí? ¿Cuándo me iré? Anhelaba con toda mi esencia explorar el exterior, viajar a los confines de la tierra y perderme en sus paraísos, pero no, un muchacho plebeyo y miserable como yo ¿Cómo podría permitirse tal cometido? Esas grandes hazañas eran dignas de caballeros y de la alta alcurnia… No era yo merecedor de tal clase de lujos, puesto que ni familia ni sus apellidos poseo, ni sus recuerdos albergo.

Vagué y vagué por algunas horas de un lado a otro de la ciudad, fuera de mí, ya parándome para escuchar el murmullo de las hojas en los árboles, ya precavido por no tropezar uno y otra vez en los mismos errores, ya desesperado por intentar idealizar un mundo diferente.

Pasaron una, dos horas… Un siglo, porque la tarde pareció eterna, y para cuando ya la medianoche tocaba su punto, la luna, que se había ido remontando lentamente, estaba ya en lo más alto del húmedo cielo. Los árboles con luz de plata en sus copas se erguían altivos en los parques, los cánticos de las aves habían cesado ya esa noche, y las farolas estaban encendidas. La brisa cobraba un nuevo sentido y se arremolinaba produciendo un lamento largo y crispado… Y yo, pedía y pedía absorto aquí en la imaginación, aquí dentro de mi cabeza… Pedía que llegara el momento en que un valiente, un amor, un hombre, mí hombre… Viniera a rescatarme, y que me llevare consigo un blanco día. Un hombre que sin hacer mofa de mi sueño adolescente, me ame como yo lo amaré él sobre toda ponderación… Un hombre a quién amaré, seguramente, con todas las facultades de mi alma.

Así de improvisto arribé a una pequeña plaza. Lo que se presentó a mis ojos cautivó mi atención y la suspendió por algún tiempo; las viviendas dibujaban un juego de formas en derredor, por un lado la cerraba una hilera de casas oscuras y pequeñas, y por otro lado, una serie de faroles, que su tenue luminiscencia alcanzaba apenas para contrastar con la lúgubre penumbra de la fría noche, cuyo silencio solo era interrumpido por el monótono rumor del agua que brotaba de una fuente que yacía en su seno.

Allí decidí detener mi andanza, en el epicentro del lugar, me acerqué entonces a la fuente y me arrodillé ante ella, me humillé en pos de su imponente esplendor, y me atreví a consolar mis pesares en sus templadas aguas… Asomé mi cabeza sobre su copa, uno de mis brazos, apoyado en su lecho sujetaba mi rostro, y con el otro, hundí uno de mis dedos en su haz... Entonces, ondas de plata comenzaron a ensancharse, y a ensancharse… Para expirar en las orillas, turbando mi reflejo y mis memorias; allí sentado esperé, y esperé...

por **Kerevan Flouritte** Sáb Jun 09, 2012 3:45 pm

No era la primera vez que lo sentía. Ni sería la última en que ese olor dulzón invadiera sus fosas nasales, embriagándolo hasta el punto de hacerlo cerrar los ojos con gesto deseoso. Se llevó los dedos a los labios, dejando escapar el aire por estos a modo de suspiro, casi de jadeo, mientras retenía en su nariz ese olor que el viento le había traído, un olor que casi podía saborear en la parte trasera de su lengua, una sangre pura, una sangre deliciosa, una sangre que deseaba por encima de cualquier otra de todo París.

Al volver a abrir los ojos, estos brillaron como preludio de lo que se disponía a hacer, de su caza. Salió del callejón en el que se encontraba parado para caminar por las calles. Una noche en la que no acudiría a su trabajo, a pesar de que su esposa así pudiera pensarlo. No era la necesidad de alimento lo que lo movía en aquella ocasión, era el simple deseo del sabor de la sangre, la gula y más aun, la lujuria. Sabía a quién pertenecía ese aroma, lo había visto antes vagando por las calles, pero nunca se decidió a acercarse. Sus motivos eran incontables, entre ellos el miedo a encontrar un punto débil por el que pudieran atacarlo, un pilar maestro que pudiera venirse abajo de su perfecta vida preparada.

Sin embargo esa noche no lo resistió más. Ya se le había cruzado demasiadas veces esa tentación, le habían puesto la manzana muy cerca de los labios. Sus zapatos no resonaban en la calle porque esa noche no quería que así fuera, quería llegar de forma silenciosa, quería ser una sombra más para que él no lo sintiera acercarse. Caminó con él hasta que decidió que era hora de detenerse y los ojos del vampiro observaron los alrededores, cerciorándose de que nadie podía verlos, de que ningún otro ser podría reconocer su rostro para delatarlo posteriormente.

Vio al muchacho arrodillarse y supuso que ya era hora de ir a por él, a por su presa. Se colocó tras su figura y se acuclilló, porque él no era de arrodillarse. Llevó una mano al hombro del muchacho, rodeando su cuello despacio y subiendo hasta sujetar su mentón, mientras sus labios se pegaban a su oreja y dejaba escapar un suspiro tras olerlo.

- Si el destino tuviera cuerpo y rostro, acabaría con su vida por haberse atrevido a esconderos de mi durante tanto tiempo. - no, no lo conocía de nada, era la primera vez que lo veía tan de cerca en realidad, pero sus palabras no se referían a eso. Eran una clara alusión a que llevaba toda la vida esperando a ese muchacho. Palabras vacías para hacerlo suyo, aunque en realidad no bastase más que una mirada - Decidme vuestro nombre y yo os regalaré una noche que ningún otro ser os podrá brindar jamás.

Realmente al vampiro no le importaba su nombre ni tampoco le importaba que él le diera su permiso para hacerle lo que tenía planeado. Ese olor seguía metiéndose en su cabeza, consiguiendo que deseara recorrer cada centímetro de esa piel con la lengua, con los dedos, con su propio cuerpo. Deseaba arrebatarle mil y un gemidos, mil y una súplicas...de repente la idea de tomar su sangre quedaba a un segundo plano, pero ni mucho menos olvidada.

por **Stéphane Moreau** Mar Jun 12, 2012 9:38 pm

Allí de rodillas me imaginé por momentos lo que alguna vez podría llegar a ser mi vida, en dónde no tendría que mendigar para comer, quizás en el futuro, no muy lejano, alcanzara con tan solo sentir el afecto de un amor, que me inspirase a seguir derribando barreras y obstáculos para poder estar junto a él, después de todo ¿De eso se trata la vida o no? No estoy muy seguro, y tampoco sé del todo porque siento esta insaciable necesidad por tenerlo cerca.

Dicen las voces más experimentadas, que mi juventud no me deja ver con claridad las cosas, que me ciega y me aborda con falsas esperanzas… Ilusamente tal vez me aboqué a negar necias palabras, sin embargo, ¿Por qué no puedo parar de sentirme así, cómo puedo llenar este vacío?… ¿Cómo?
Millones de cosas más gobernaron mi mente alternadamente mientras no podía evitar que mis ojos se humedecieran como el agua que tocaba, así que antes de que pudiera maquinarme aun más reclamos, el ras de la superficie de la fuente se dilató y enalteció como si vida cobrase y espantase de una misteriosa presencia… O al menos me pareció sentir, observé entonces perplejo lo que acontecía, y cuándo me dispuse a espiar por encima de mi hombro, ya estaba ahí; una mano me había cogido por éste, y a continuación se hizo con mi barbilla la cual sujetó firmemente a la par de unos labios que dejaron escapar un susurro grave en mi oído…

Me quedé estático unos segundos, estupefacto, intentando descifrar a quién pertenecía esa masculina voz, y queriendo seguramente, no entrar en pánico, pero no, miedo no le tuve, en cambio, sentí como si mi corazón, que latía cada vez con más violencia, desgarraba y vertía por mis venas un sentimiento casi divino, el cual se apoderaba de mi cuidado y nublaba mi juicio. Pude distinguir cómo preguntaba por mi nombre, sus palabras se difuminaron una a una en mi oreja como una pieza musical, y su dulce aroma inundó salvajemente mi sentido del olfato.
Así que, incliné apenas mi cabeza para mirar su rostro, nuestras narices casi hicieron contacto cuando lo hice, y entonces lo vi, parcialmente oculto entre las sombras; tenía unas pupilas que brillaban como luces en un mar oscuro, parecían azules, azules y húmedas como la noche, y una cabellera negra que flotaba con cada soplo del viento.

Muy cerca de mí se hallaba ¿Será él a quién he esperado toda mi vida? No pude evitar preguntarme, parecía un tonto, me quedé un rato mirándolo sin emitir el más mínimo sonido, con mis labios ligeramente entreabiertos; ya cuando volví a mis cabales carraspeé en un intento por decir algo - Stéphane… Ese es mi nombre. - débilmente correspondí a su petición sin quitarle la mirada de encima, estaba como ya mencioné, atrapado irremediablemente en un encantador embrujo, cuyo creador era aquel sujeto.

Me acomodé sentándome lentamente al borde de la fuente, alejándome de su hipnótica esencia, lo tenía frente a mí, en cuclillas, las palmas de mis manos se mojaron, y mis sentidos parecían aumentar con cada aliento que tomaba, sin duda, se trataba de un hombre fornido y esbelto, pude distinguir a simple vista, mas lo que cautivó toda mi atención en él, no fue solo su efigie, sino que su presencia me inspiraba algo que hace algunas horas medité en mi camino hacia aquí ¿Coincidencia? No lo sé. - ¿Quién eres? - Le pregunté en un hilo de voz, nunca estuve tan intrigado por alguien así en mi vida, hice una pequeña pausa pero la sorpresa y la ansiedad se asomaron rápidamente en mi rostro nuevamente - ¿Qué haces aquí conmigo? ¿Cómo te llamas? ¿Cómo es que nunca te he visto? ¿Quién eres? - Repetí ésta ultima sin siquiera notar que ya la había formulado, una lluvia de interrogantes deje caer sobre él de esta forma, sin poder contenerme, pero luego callé, y procupré guardar un profundo y prolongado silencio en espera de sus respuestas.

Mis dedos se enredaban entre sí, al igual que mis rodillas que se movían inquietas, estaba curioso y mordía mis labios involuntariamente, mirándolo, queriendo saber más de él, queriendo en mi imaginación, que se tratara de aquel hombre a quién tantas noches esperé en sereno por estas calles.

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