Los susurros del Ángel {Ornela}

por **Leelee R. Elsveta** Miér Mayo 30, 2012 7:07 am

La velas se consumían lentamente en el silencio de la catedral mas hermosa de Paris, la cera que se derretía caía formando dibujos que Leelee miraba fijamente desde el primer gran banco, justo enfrente de el altar. Había algunos otros feligreses que pululaban por la inmensa sala, creando eco con sus pisadas. La joven de cabellos rubios apretaba con fuerza las manos contra su pecho, y murmuraba plegarias inteligibles con los ojos entrecerrados.

Alzó los ojos que se cruzaron con los de la gran imagen esculpida de un ángel, que miraba hacia el cielo con lagrimas de cristal en las mejillas, a la muchacha se le antojo nostálgico y se acercó temerosa a besarle los pies.

-No mas lagrimas salvador…- susurro Leelee.- Prometo que hare cumplir tu palabra, los salvare… aunque se resistan…

El vaho de su aliento había impregnado de humedad los pies de mármol frio, ella se alejó sin dejar de mirar los ojos suplicantes del ser alado volviendo exactamente al lugar donde había descansado antes. La madera del asiento aun continuaba caliente, aunque el aire era frio.

Un rugido atronador salió del estomago de la chica que enrojeció y pidió perdón en voz baja mil veces mirando a su alrededor. “Espero que no me haya visto ningún Inquisidor… ya es difícil que se fijen en mi…” pensó retorciéndose las manos heladas que empezaban a adquirir un tono azulado.

A sus pies el estuche negro guardaba la viola antigua que solía tocar por las calles, normalmente para entretenerse y divertir al resto de niños de clase baja, y otras tantas para ganar algunos francos. Junto a su instrumento destacaba una gran bolsa cruzada, era de esparto y estaba llena de remiendos de distintos colores, la joven rebusco en ella y saco un pequeño saquito para las monedas.

-Uno…medio…- suspiro, otro día sin poder probar bocado.- ¿Solo uno y medio?

Sonrió con amargura, aquel día había logrado ganar cuatro francos y medio, pero había gastado casi todas sus ganancias en ropa que había donado al orfanato, no quería dárselas de Santa, por eso solía hacerlo anónimamente. Se juraba a si misma que cuando ingresara finalmente como Inquisidora podría hacer el bien mayor, de momento aquello era todo lo que podía aportar.