Enzo Krugman's files.

Herencia de su padre, Enzo es alguien muy seguro de sí mismo y de sus posibilidades, con una alta autoestima y autoconfianza. Esto no significa que sea altanero, orgulloso o prepotente, pero sí que no se amilanará a las primeras de cambio.

Además de esto y como la mayoría de los vampiros es un seductor nato, elocuente y en general una agradable compañía. No suele mostrarse ni belicoso ni cruel frente a humanos u otros vampiros a no ser que su vida corra peligro. Es más, normalmente tratará de convertir a los enemigos en sus aliados y buscar una ayuda mutua. En cuanto a la alimentación, no le agrada la idea de matar a la víctima y más de una vez se ha encariñado de algún recipiente.

Es también alguien discreto, al que no le gusta llamar la atención de las multitudes o de la sociedad, lo que no significa que sea alguien tímido. Simplemente ha aprendido que muchas veces es mejor pasar desapercibido, sobre todo si hay inquisidores cerca.

Suele ser alguien curioso y con ganas de aprender, que ha aceptado la maldición del vampirismo como un don. Ha hecho planes desde que abandonó Praga para ver el mundo y disfrutar del regalo de la Eternidad que se presenta ante él.

Su padre era Victor Von Krugman, miembro de la nobleza prusiana y embajador en Florencia. Su madre fue Gloria Paralesco, la hija menor de unos acaudalados comerciantes florentinos. Se conocieron en una fiesta de la alta sociedad, se casaron y poco después nació Enzo como muestra de unión de dos mundos diferentes. Éste sería su único hijo.

El joven heredó la recia actitud de su padre y su fuerza de voluntad, mientras que de su madre aprendía a ser alguien agradable, amable y compasivo. En la escuela destacó en materias como Historia o Botánica y, como todo buen prusiano, su padre le envió a su hogar natal para que sirviera algunos años en el ejército, donde llegó a tener el puesto de capitán.

Para cuando se hubo graduado de la escuela de oficiales viajó hasta Praga, donde habían destinado a su padre desde el gobierno prusiano. Recién llegado, con poco más de veinticinco años, una carrera militar a su espalda y cierto atractivo, el mundo se abría a sus pies.

Con la ayuda económica de su padre y los contactos de la familia de su madre, así como los que había hecho él mismo en el ejército, estableció un pequeño puesto comercial en Praga. Traía especies y objetos de lujo desde Grecia, Turquía y Egipto hasta el Imperio Austríaco, Prusia o Italia; para llevar luego manufacturas elaboradas hasta allí; tanto por tierra como por mar.

El éxito de su empresa pronto atrajo inversores deseosos de aportar su capital, y con menos de treinta años era ya alguien respetable y a tener en cuenta entre la alta sociedad de Praga. El éxito comercial se tradujo en que Enzo fue estableciendo puestos comerciales en los reinos italianos, Francia o la lejana Rusia.

Y entonces, cuando todo iba tan bien, conoció a Marianne…

Sí, Marianne. A pesar de los años todavía siente un cosquilleo en la nuca cuando recuerda su nombre. Cuando algún olor le recuerda su cuerpo desnudo en la cama o ve un mechón pelirrojo entre la multitud.

Ella fue su sire. La conoció una noche en Praga, en una de las numerosas fiestas a las que le invitaban para ganarse su favor. Enzo ni siquiera recuerda quién se la presentó, pues enseguida se quedó prendado de ella. De su fragancia, su pelo o su rostro. Visto en perspectiva y analizando sólo el físico, la verdad es que no era tan bella. Pero tenía un algo indescriptible (posiblemente estaría haciendo uso de alguno de sus poderes vampíricos) que la hacía aún más hermosa a ojos de Enzo.

Dos semanas después de haberla conocido, cuando el comerciante cumplía ya los treinta y dos años, Marianne le convirtió en vampiro. Nunca le llegó a decir el porqué y, al principio, a Enzo no le importó; estaba tan enamorado de ella que aquella pregunta le parecía insignificante.

Durante unos años todo fue bien, los negocios de Enzo se extendieron aún más (gracias sobre todo a sus nuevas habilidades) y la compañía de su sire era todo lo que necesitaba para ser feliz y disfrutar de la eternidad.

Pero la felicidad no podía ser eterna y una buena noche Marianne desapareció, sin más. Sólo dejó una nota donde le informaba que se marchaba, que no la buscara y que esperaba que fuera feliz. Abatido y con el corazón roto, Enzo apenas volvió a ver la luz de la noche y le dio la espalda a todo; sus negocios, a la bella Praga… Sólo salía de su guarida para alimentarse de las alimañas o para intentar ver un último amanecer que se llevara su existencia y su dolor para siempre.

Durante veinte años la melancolía le invadió. Hasta que una buena noche decidió que no. Que no merecía la pena seguir así. Que si era Inmortal debía disfrutar de la eternidad. Debía hacer valer la sangre de los inocentes que corría por sus venas. Debía volver a ser lo que había sido…

Y eso hizo. Moviéndose entre las sombras recaudó el pequeño capital que le quedaba (la mayoría de sus negocios habían quebrado ya) y puso dirección a París, donde empezaría de nuevo. En Praga además ya no le quedaba nadie, pues durante sus veinte años de encierro sus padres murieron y casi todos a los que había conocido eran ya demasiado viejos y verían extraño la apariencia de Enzo.

Al llegar a la capital francesa estableció un nuevo puesto comercial y comenzó a tejer una red de contactos, como hicieran antaño. Y en no mucho tiempo la fortuna volvió a aliarse con él…