¡Ya había travestidos en el s.XIX!

Cuentan que en el mundo también hay gente afortunada. Gente a la que las cosas le salen bien, que tiene motivos para reír de verdad hasta que se queda ronca. Nunca han probado el sabor de las lágrimas ni han notado en el pecho la sensación de que algo se desgarraba tan hondo que jamás podría ser reparado. Dicen que se los reconoce porque tienen la mirada franca y limpia y porque sus besos saben a sinceridad. Porque no temen que llegue la noche, sus sueños no traen angustia. Porque no tienen un cajón con llave en el corazón donde guardan los pequeños recuerdos que matan el alma. Robin no es de esa clase de persona pero se esfuerza para aparentarlo porque la vida no regala nada a los que no luchan para merecerlo. Es simpático, alegre y jovial cuando está en el trabajo. En su comportamiento se observan a veces ciertas incoherencias, ¿cómo describirlo? como si tuviera que pensar siempre cómo sentarse o cómo caminar. Es un muchacho algo peculiar en sus maneras, algo teatral, pero nadie sospecha que esconda nada raro. Simplemente a su edad todos los chicos tienen la cabeza llena de pájaros, ya ves tú, todavía sueñan con cambiar el mundo y empiezan a darse cuenta de que les hierve la sangre cuando se cruzan con alguna joven bonita. Seguramente Robin será un buen reportero algún día porque es muy constante en sus tareas y muy entregado, siempre sale el último de la redacción y entra el primero por las mañanas. Su madre debe de echarlo de menos en casa.

Pero Robin sí esconde algo y no tiene familia que lo añore, solo un padre que si lo encuentra lo matará. Cuando llegó a París era un muchacho inquieto y de mirada huidiza que caminaba rápido y con el cuello de la chaqueta subido, procurando no hacer ruido y no llamar la atención. Alquiló una habitación en una casa de huéspedes donde vive desde entonces y poco a poco se ha ido acomodando, relajando su talante a ojos vistas y tornándose un poco más confiado. Es muy perspicaz y celoso de su vida privada, pero eso no es de extrañar teniendo en cuenta sus circunstancias... porque Robin Ballard es una mujer. Un buen día decidió que no podría salir adelante sola si no se disfrazaba de hombre, y por eso cogió ropas masculinas, se cortó el pelo y se encaminó a París a empezar de nuevo allí donde nadie le conoce. Su nombre es unisex y por eso existe en los registros, no ha tenido que inventarse otro, pero todas las mañanas se venda el pecho y reza para que nadie lo note bajo la camisa. De momento tiene una edad en la que aún no es raro que no le salga barba, así que ya se preocupará por ese detalle a su debido tiempo. El caso es que Robin está sola porque no puede confiarle a nadie toda la verdad sobre sí misma, y eso la aísla de los demás y le impide hacer amistad estrecha con nadie. Tener que cuidar sus modales constantemente acaban por amargar a cualquiera, y por eso la chica se siente muchas veces triste y cansada de su situación. Podría decirse pues que tiene dos caras: el hombrecito despreocupado aprendiz de periodista y la muchacha arisca y melancólica.