Las apariencias. [Dmitry Romanov]

Aquella tarde parecía ser una de las más frías que podría haberse visto en París, aunque Alyss estaba acostumbrada a climas menos agradables que una bajada de temperatura, tenía que reconocer que se estaba acostumbrando a Francia con rapidez y no le agradaba demasiado la idea. No era que detestara aquel lugar, al contrario, la chica suspiraba con los paisajes que veía por la ventana del coche cada vez que salía por algún deber para con las costumbres que su tía la hacía mantener con tal de simular que ella era toda una dama.
Alyss sonrió. Nunca llegaría a ser una de esas señoritas de porcelana que se paseaban con grácil encanto por las calles o esas que se desmayaban en la esquina cuando un apuesto caballero les hacía una veina. La pelirroja encontraba tan cómicos esos comportamientos, tan teatrales, que la obra de ese día incluso no se le iba a antojar algo fuera de lo que vería en un baile de sociedad.
- ¿Qué obra es? - preguntó Giselle con un aire de aburrimiento impreso en su rostro. Laurent, a su lado, contestó sin desviar los ojos de una libreta que sostenía en sus manos:
- Fausto.
Alyss suspiró con decepción, a lo que Camille atajó con un arqueamiento de ceja, típico gesto familiar.
- Ya la he visto varias veces - explicó la pelirroja, aunque tragó saliva por el rostro de su tía. Definitivamente era mejor callarse la boca después del susto que le dió el otro día en el parque. Un milagro de que Giselle mantuviera silencio ante el detalle de haber llegado a la casa empapada de arriba a abajo por haber caído a una fuente en la persecución del perro más idiota que había en esa ciudad. - Pero no importa, no la he escuchado en francés - añadió con tal de solventar su queja.
Giselle le echó un vistazo a su prima mientras se arreglaba los pliegues de su vestido amarillo, pensando que quizá Alyss comenzaba a entender que la situación en la que estaba ya era bastante delicada y que si no quería que Camille la torturara más, tendría que vigilar sus comentarios delante de la pomposa mujer. Y Alyss sabía bien que no podría soportar más reuniones de clubes y a saber qué cosas más tramaría su tía, ya bastante tenía con ocultar su identidad como para ocuparse de aquellas cursilerías.
En cuanto quiso darse cuenta, el carruaje se detuvo frente al gran teatro. Había varios coches más, comprobó la joven cuando su primo la ayudó a bajar y encontrarse con multitud de asistentes. Camille no había perdido el tiempo en empezar a saludar mientras se encaminaban puertas adentro del lujoso edificio.
Como siempre, Alyss tenía la costumbre de aminorar el paso para observar lo que la rodeaba; el corredor por el que caminaba era de un sorprendente esplendor, y no es que no estuviera acostumbrada a esos detalles, simplemente detenía los ojos en cada voluta decorativa de las columnas, las miniaturas que representaban una escena de La Divina Comedia...
Y pronto, se encontró sola.
Maldición, había perdido a su familia entre el gentío y no sabía en qué parte de aquel inmenso lugar se sentarían. Bueno, tampoco era tan grave al saber que luego los encontraría, pero seguramente le caería otra reprimenda por quedarse sola con la excusa de admirar cómo el suelo brillaba.
Resignada al ver las puertas de acceso a la sala cerradas, arrugó su vestido violeta con los puños y se limitó a pasearse por la galería contigua, donde las paredes acristaladas flanqueaban su paso junto con la tenue luz de las velas.

La damita de violeta se sobresaltó al oír una voz a sus espaldas, volviéndose hacia una figura que se asomaba por el mismo corredor que ella cruzaba distraídamente. Alyss fijó sus ojos en el hombre con sorpresa; no se esperaba encontrar a alguien más deambulando por ahí por aburrimiento o x causas que llevaran al caballero a no asistir a la obra cuando poco más vas a hacer en un teatro.
- En realidad no, gracias - respondió la joven con un intento de sonreír. Tenía que reconocer que mantener una fachada distante con todos los caballeros que conociera no era algo racional, más allá de la impulsiva necesidad de llevar la contraria a todo lo que le decía Camille.- Supongo que me he despistado demasiado y he perdido a mis familiares antes de entrar- explicó ella con algo de incomodidad por el silencio. No estaba acostumbrada a estar con desconocidos y menos a solas sin (si, irónicamente en su mente apareció ese pensamiento) su dama de compañía. Aun así, no era para exagerar.
- Deduzco que no es su misma situación, señor...-dijo ella, pretendiendo que él dijera su nombre. Si lo miraba mejor, el muchacho de castaño cabello era bastante joven, seguramente también habría venido acompañado, nadie solía ir a esos sitios solo, y menos para pasearse mientras la obra ya ha comenzado. Al menos, quizá tendría compañía durante ese periodo antes del descanso de la primera parte, donde podría volver a reunirse con sus primos.