AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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La misión del hombre sombra [Privado]
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La misión del hombre sombra [Privado]
Una persona que quiere venganza guarda sus heridas abiertas
Sir Francis Bacon
Sir Francis Bacon
La música se escuchaba cada vez más alta y real conforme a sus pasos le guiaban, la oscuridad en la parte de afuera le entregaba la paz que la algarabía de la celebración desaparecería, cerró los ojos inspirando fuertemente mientras se preparaba desde las sombras, en la parte de atrás donde nadie podría verlo, llevaba puesto un traje negro confeccionado con finas telas y hechizo su cabello para que se viese corto justo al largo de la servidumbre, con los guantes puestos tomo la máscara de entre su ropa colocándosela en el rostro, era de color rojo con un par de plumas multicolores adornando la parte izquierda, justo en la punta, aquella noche esperaba conseguir un mechón de su pelo, eso era todo lo que necesitaba para lograr su cometido.
Avanzo hacia la puerta de servicio escuchando las risas provenientes del gran salón y rápidamente se encargó de hechizar a uno de los sirvientes para que saliera por su propio pie quedándose dormido entre los arbustos que adornaban los jardines de palacio. Juan de La Cruz aceptaba cualquier trabajo sin importar las implicaciones morales que estos tuviesen, no deseaba hacer una remembranza de todas las personas a las que hirió con su magia porque a pesar de todo él vivía con el sueño de que sus acciones no eran malas, sino necesarias. La orden había sido simple, deshazte del noble, ese culpable de las desgracias de su cliente debía pagar con sangre la cordura que le arrebato con su belleza, y Juan de La Cruz seria la daga que atravesaría su pecho entregándole a la muerte.
Su sentido de la moral se dobló durante el paso de los años en los que el muchacho había visto innumerables actos conducidos por el amor, odio, lujuria o tristeza, y todos había parecido justificados ante sus ojos, porque después de todo ¿Qué persona a quien han herido no desea cobrar el favor al doble? Los juicios humanos se deterioraban con el paso de los años hasta que las leyes no eran capaces de cubrir todos los hoyos que las situaciones cotidianas causaban haciéndolas ver demasiado rectas o demasiado blandas. La falta de eficacia de las leyes eran la razón por la que su nombre sonaba entre susurros en la corte, el hombre sombra o la sombra susurrante, alguien que no pedía dinero, joyas o fortuna por cumplir un deseo, solamente un poco de información le complacía.
Sus ojos se afilaron cuando las puertas hacia el salón principal se abrieron mostrando la hermosa habitacion repleta de falsa luz y calidez humana, las parejas bailaban en el centro de la pista siguiendo un mismo patrón. A los alrededores de la pista las mujeres se dividían en grupos de amigas o rivales que se pavoneaban ataviadas de increíbles y extravagantes trajes, de igual manera los hombres buscaban sus intereses tratando de llegar hasta algún trato de conveniencia con sus iguales o superiores, en esas fiestas se veía de todo tipo de nobles, los que se jactaban de su título, los que preferirían no tenerlo, los solitarios, los libertinos y los artistas, los déspotas, los rebelde, los que si no fuese por sus obligaciones vivirían sus vidas en un convento, los que estaban ahí solo por un golpe de suerte, la nobleza empobrecida que se negaba a salir de escena, y aquellos que se ensuciaron las manos para obtener un título, todo concentrado en un mismo sitio.
Juan de La Cruz curvo los labios mientras se perdía como la sombra que era entre la gente cargando una bandeja en las manos con vino y copas comenzó a andar imitando al pez en el agua, buscando con los ojos a su objetivo, no había almas blancas ni veneno, solamente la magia a la que llamaba su mejor amiga y su fiel concejera
Última edición por Juan de la Cruz el Lun Nov 26, 2012 3:37 pm, editado 1 vez
Juan de la Cruz- Hechicero Clase Media
- Mensajes : 82
Fecha de inscripción : 22/05/2012
Re: La misión del hombre sombra [Privado]
El sello real me había sorprendido, aun mas cuando no era el de la monarquía francesa sino de la Italiana, pase saliva con algo de nerviosismos mientras mis ojos quedaban anonadados con lo que leían, ¡La Reina Sophia corría Peligro! Sonreí de lado mientras continuaba leyendo cada uno de los pasos de aquella carta venia con un deje de misterio cosa que alimento mi curiosidad, mis ganas de matar, de sacar a la fiera en mi interior…
Aquello había sido un extracto de la gran misiva que me había enviado, adjunto a esta carta venia una entrada al gran baile que darían la noche próxima, un baile de mascaras el lugar justo donde le reina pudiera estar más desprotegida. No podía llegar como felino así que sería mejor que buscara alguna mascara y un vestido de fiesta…
Aun faltaban horas para que las puertas del palacio Royal se abrieran, mi vestido de un rosa pálido, con varios pliegues ajustado a mi figura, mi cabellera dorada estaba tomada y mi Mascara de un color violeta con detalles en dorado cubría lo justo para que mi identidad no fuera reconocida, mis labios perfectamente pintados y con un maquillaje de fantasía me encontraba lista para ir tras los pasos de quien quisiera dañar a la Reina.
Mis pasos se hicieron ligeros cuando entre por el gran umbral del palacio que se vestía de etiqueta, una escolta me llevo hasta el gran salón donde entre aromas y colores la fiesta ya comenzaba, la multitud bailaba feliz, las damas coqueteaban, los hombres cortejaban y mi vista estaba en busca de la Reina que aun no llegaba, había preguntado en el entrada si había arribado y una negativa me habían dado. Tome de un mesero que tenía una máscara roja una copa de vino tinto, mi mirada se cruzo con la de él, nada mas hizo falta para que mi piel como cual felina que era se erizara, lo deje pasar… necesitaba el blanco primero luego iría tras quienes quisieran dañar a la dama que me habían encargado.
Un jovencito con una máscara bastante frondosa tomo de mi mano y sin pedir de mi permiso me llevo a la pista de baile, no pude rehusarme y comencé con los movimientos típicos, sin despegar mi vista de la entrada necesitaba ver los ojos de ella para que nunca la olvidara, para que mi instinto animal me guiara más rápido que el humano.
La reina corre peligro, aun cuando ella va con escoltas reales que son de toda mi confianza necesito alguien externo que vigile desde lejos los pasos de mi amada, las amenazas hacia ella han sido innumerables y repetitivas, no creo que sea alguien conocido, ya mande a investigar a toda Italia, alguien de Paris, esta cegado por ella, quiere su vida, dudo que quiera ensuciarse sus manos así que enviara a alguien, como yo… Confió en usted…
El rey de Italia.
El rey de Italia.
Aquello había sido un extracto de la gran misiva que me había enviado, adjunto a esta carta venia una entrada al gran baile que darían la noche próxima, un baile de mascaras el lugar justo donde le reina pudiera estar más desprotegida. No podía llegar como felino así que sería mejor que buscara alguna mascara y un vestido de fiesta…
Aun faltaban horas para que las puertas del palacio Royal se abrieran, mi vestido de un rosa pálido, con varios pliegues ajustado a mi figura, mi cabellera dorada estaba tomada y mi Mascara de un color violeta con detalles en dorado cubría lo justo para que mi identidad no fuera reconocida, mis labios perfectamente pintados y con un maquillaje de fantasía me encontraba lista para ir tras los pasos de quien quisiera dañar a la Reina.
Mis pasos se hicieron ligeros cuando entre por el gran umbral del palacio que se vestía de etiqueta, una escolta me llevo hasta el gran salón donde entre aromas y colores la fiesta ya comenzaba, la multitud bailaba feliz, las damas coqueteaban, los hombres cortejaban y mi vista estaba en busca de la Reina que aun no llegaba, había preguntado en el entrada si había arribado y una negativa me habían dado. Tome de un mesero que tenía una máscara roja una copa de vino tinto, mi mirada se cruzo con la de él, nada mas hizo falta para que mi piel como cual felina que era se erizara, lo deje pasar… necesitaba el blanco primero luego iría tras quienes quisieran dañar a la dama que me habían encargado.
Un jovencito con una máscara bastante frondosa tomo de mi mano y sin pedir de mi permiso me llevo a la pista de baile, no pude rehusarme y comencé con los movimientos típicos, sin despegar mi vista de la entrada necesitaba ver los ojos de ella para que nunca la olvidara, para que mi instinto animal me guiara más rápido que el humano.
Última edición por Destiny Dupriê el Sáb Nov 24, 2012 4:23 pm, editado 1 vez
Destiny Dupriê- Cambiante Clase Alta
- Mensajes : 66
Fecha de inscripción : 03/12/2011
Re: La misión del hombre sombra [Privado]
Zarek había insistido que tenía que ir a ese bailes de mascaras, por mi parte no tenia ánimos de ir sin él, pero su respuesta había sido clara y concisa, más bien era una orden y ni yo ni nadie podía negarse cuando el Rey hablaba con ese tono. El había manejado los hilos para que esa misma noche arribara en Paris, asistiera a esa fiesta y volviera a mi tierra a Italia. El tenia asuntos pendientes, cosas políticas con todo esto de las nuevas monarquías los países habían entrado en conflictos y el necesitaba tener todo en orden si es que llegaba a surgir una guerra. Lo comprendía y era por esa razón que no quería alejarme de mi amado. Mas mis intentos todos fueron en vano, logro convencerme y me mando de vuelta al lugar del cual no quería saber ya mas nada.
Mis doncellas me arreglaban el cabello en el hotel mientras que otras pintaban mis uñas, mientras las mas jovencitas preparaban el vestido rojo como la sangre que había sido hecho a mi figura, con hilo de oro que resaltaba en las costuras, con un bordado hecho delicadamente que iba a fin con la Mascara dorada de la cual sobresalían unas plumas rojas, era una fiesta pero no me sentía cómoda con aquellos lujos, no me gustaban y él lo sabía. Mientras las doncellas alababan el vestido mis ojos permanecían cerrados , podía sentir la presencia de tres de los guardias de Zarek, nunca me había mandado tan escoltada no lo había notado hasta ese momento que todos parecían estar de acuerdo que yo asistiera sola –¿ Me acompañaran ustedes cierto? – asintieron con la cabeza, mientras una de mis doncellas a cada uno le pasaba una máscara completamente negra con los bordes dorados que de alguna forma hacía juego con mi atuendo, todos en su saco tenían grabada el escudo real Di Zforsa, no había duda… algo andaba mal…
De pie me pusieron mientras por mi cuerpo se deslizaba aquel bellísimo pero exagerado vestido, mis cabellos eran tomados dejando caer solo dos risos improvisados mientras mis ojos pintados de un perfecto negro y mis labios completamente rojos hacían ver a una mujer diferente a la cual era yo realmente, las amarras del vestido fueron apretadas y de mis brazos guantes hasta la altura del codo fueron puestas, moví la cabeza cuando quisieron ponerme la corona y apunte a la pequeña tiara que había a un lado, una diferente, no me gustaba se ostentosa y como Zarek me había dicho no podía negarme a algo que por amor se me había sido otorgado… el titulo máximo de la nobleza.
Minutos más tarde me encontraba siendo acompañada de tres guardias reales, mas las escoltas del palacio, yo iba en medio caminando lento mirando el lugar con la máscara colgada en mi rostro, muchos me reconocieron e hicieron una venia de respeto sonreí y seguí caminando como la reina que intentaba ser. Dos de mis guardias abrieron la gran puerta de donde emanaba aquellas melodías, un verdadero espectáculo había ahí dentro, las miradas se posaron en mi cuando di un paso hacia adentro a cada uno de mis lados quedaron los dos guardias y el otro tras mío, estaba en mi propia jaula, me sentía insegura entre tanta gente, camine rodeando la pista de baile, observando como muchos se divertían y yo parecía estar sufriendo en ese momento, se acerco un mesero hacia mí y tome una copa de un vino burbujeante agradecí y gire mi cuerpo hacia la pista mientras miradas curiosas se posaban en mis guardianes quienes como estatuas permanecían quietos a mis lados sin decir ni gesticular nada. Bebí un poco mientras comenzaba a sentirme sofocada ahí, con ese vestido, con esa mascara y entre tantas personas… ¿Dónde estaba mi verdadero yo? Esa fue a pregunta en ese momento en el que comencé a caminar con rapidez en busca de algún balcón o ventanal del cual poder tomar aire fresco…
Mis doncellas me arreglaban el cabello en el hotel mientras que otras pintaban mis uñas, mientras las mas jovencitas preparaban el vestido rojo como la sangre que había sido hecho a mi figura, con hilo de oro que resaltaba en las costuras, con un bordado hecho delicadamente que iba a fin con la Mascara dorada de la cual sobresalían unas plumas rojas, era una fiesta pero no me sentía cómoda con aquellos lujos, no me gustaban y él lo sabía. Mientras las doncellas alababan el vestido mis ojos permanecían cerrados , podía sentir la presencia de tres de los guardias de Zarek, nunca me había mandado tan escoltada no lo había notado hasta ese momento que todos parecían estar de acuerdo que yo asistiera sola –¿ Me acompañaran ustedes cierto? – asintieron con la cabeza, mientras una de mis doncellas a cada uno le pasaba una máscara completamente negra con los bordes dorados que de alguna forma hacía juego con mi atuendo, todos en su saco tenían grabada el escudo real Di Zforsa, no había duda… algo andaba mal…
De pie me pusieron mientras por mi cuerpo se deslizaba aquel bellísimo pero exagerado vestido, mis cabellos eran tomados dejando caer solo dos risos improvisados mientras mis ojos pintados de un perfecto negro y mis labios completamente rojos hacían ver a una mujer diferente a la cual era yo realmente, las amarras del vestido fueron apretadas y de mis brazos guantes hasta la altura del codo fueron puestas, moví la cabeza cuando quisieron ponerme la corona y apunte a la pequeña tiara que había a un lado, una diferente, no me gustaba se ostentosa y como Zarek me había dicho no podía negarme a algo que por amor se me había sido otorgado… el titulo máximo de la nobleza.
Minutos más tarde me encontraba siendo acompañada de tres guardias reales, mas las escoltas del palacio, yo iba en medio caminando lento mirando el lugar con la máscara colgada en mi rostro, muchos me reconocieron e hicieron una venia de respeto sonreí y seguí caminando como la reina que intentaba ser. Dos de mis guardias abrieron la gran puerta de donde emanaba aquellas melodías, un verdadero espectáculo había ahí dentro, las miradas se posaron en mi cuando di un paso hacia adentro a cada uno de mis lados quedaron los dos guardias y el otro tras mío, estaba en mi propia jaula, me sentía insegura entre tanta gente, camine rodeando la pista de baile, observando como muchos se divertían y yo parecía estar sufriendo en ese momento, se acerco un mesero hacia mí y tome una copa de un vino burbujeante agradecí y gire mi cuerpo hacia la pista mientras miradas curiosas se posaban en mis guardianes quienes como estatuas permanecían quietos a mis lados sin decir ni gesticular nada. Bebí un poco mientras comenzaba a sentirme sofocada ahí, con ese vestido, con esa mascara y entre tantas personas… ¿Dónde estaba mi verdadero yo? Esa fue a pregunta en ese momento en el que comencé a caminar con rapidez en busca de algún balcón o ventanal del cual poder tomar aire fresco…
Sophia D'Luca- Cambiante/Realeza
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Localización : en la oscuridad de mi castillo
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Re: La misión del hombre sombra [Privado]
- ¡Edouaaard!
Lo tenía más que comprobado, cuando Madame lo llamaba así alargando la "a" de su nombre era porque tenían que salir y estaba contenta, le gustaba ponerse sus mejores galas y pavonearse en los salones abarrotados donde toda su ambición consistía en llamar la atención de caballeros y damas por igual. Ya rozando la cuarentena su señora seguía siendo muy coqueta, aunque tampoco parecía realmente interesada en llegar a contraer matrimonio a aquellas alturas de su vida donde las mujeres se consideraban poco más que solteronas. Tampoco necesitaba un marido para nada, su condición le permitía ser dueña del capital que había heredado por nacimiento y gastarlo a su conveniencia, teniendo que repartirlo únicamente con sus dos hermanas y no con un esposo que le controlara los ingresos y dispendios. En cuanto al afecto de una persona amada tampoco lo echaba en falta, puesto que era demasiado vanidosa como para aprender a amar y demasiado independiente como para ceder en la convivencia con otro ser humano que no se doblegara a su voluntad. Esa era la razón por la que Madame estaba sola en su caserón inmenso con los criados de su elección, entre los cuales contaba el joven Edouard Fréderic Carrouges. Nadie diría que tras semejante nombre rimbombante se ocultaba alguien cuya única misión en la vida era la de satisfacer todos los caprichos de aquella mujer de armas tomar.
- Edouard, querido, he sido invitada a un baile de máscaras esta noche y quiero que vengas conmigo. Llevaré el vestido verde que mandé confeccionar el otro día a Gaspard, ese con el ribete dorado. La chaqueta a juego está sobre tu cama. ¡Ah! Y no olvides ponerte el lazo de raso negro. Tú no tienes máscara, por supuesto, no queremos que nadie te confunda con uno de los invitados. ¿Te imaginas? - Sonrisa burlona. - Corre a vestirte, querido. No queremos llegar tarde.
Y así, una vez más, el muchacho tuvo que ponerse aquel traje compuesto por unos pantalones negros y chaqueta verde a conjunto con la ropa de Madame como tantas otras veces había hecho. La que se avecinaba no prometía ser una buena noche para él.
Al descender del carruaje lo primero que vio fue a un hombre dormido en el jardín delantero. No sabía por qué había ido a fijarse precisamente en eso, pero allí estaba el pobre sujeto medio recostado en uno de los bancos, prácticamente invisible porque quedaba oculto detrás de un seto frondoso. No pudo entretenerse mucho contemplándolo porque Madame descendió detrás de él y como ya era costumbre quiso que le tendiera el brazo para entrar los dos juntos al salón donde ya había comenzado el baile de máscaras. Hacía mucho tiempo que Edouard había dejado de sentir vergüenza al cumplir con su misión de hombre-complemento, pero eso no quería decir que tal situación hubiera llegado a gustarle. El rencor que sentía contra Madame crecía un poco más en su interior cada vez que lo obligaba a vestirse como un muñeco y a quedarse de pie a su lado en cualquier celebración, mirando al infinito y pensando en las musarañas hasta que ella decidía volver a casa. Si tenía suerte ahí terminaba su cometido porque su señora estaba cansada. Si la fortuna no le sonreía le tocaba también compartir el lecho de Madame.
- Tráeme una copa. - Le ordenó ella nada más entrar.
Edouard se separó de su lado y avanzó como pudo entre las parejas que danzaban y los grupos de invitados que conversaban en la habitación hasta que encontró a un camarero que portaba una bandeja. Iba a coger una copa de la misma cuando una mujer se le adelantó. Llevaba un vestido rojo brillante y una tiara sobre la melena castaña, pero no fue eso lo que le llamó la atención al criado. En los labios de ella se esbozaba una sonrisa casi de disculpa, ¿o fue su imaginación? Por un momento le pareció haber encontrado a otra persona que se sentía fuera de lugar allí. Se quedó algo embobado viéndola marchar con toda su escolta hacia uno de los balcones, y tanto era así que no sintió acercarse a Madame hasta que la tuvo justo detrás.
- No la mires así o te detendrán por impertinente. Es Sophia D'Luca, tonto. ¿Por qué no te juntas mejor con las de tu clase? Mira, querido, allí hay una camarera...
Edouard la odió un poco más por aquel tono sarcástico.
Lo tenía más que comprobado, cuando Madame lo llamaba así alargando la "a" de su nombre era porque tenían que salir y estaba contenta, le gustaba ponerse sus mejores galas y pavonearse en los salones abarrotados donde toda su ambición consistía en llamar la atención de caballeros y damas por igual. Ya rozando la cuarentena su señora seguía siendo muy coqueta, aunque tampoco parecía realmente interesada en llegar a contraer matrimonio a aquellas alturas de su vida donde las mujeres se consideraban poco más que solteronas. Tampoco necesitaba un marido para nada, su condición le permitía ser dueña del capital que había heredado por nacimiento y gastarlo a su conveniencia, teniendo que repartirlo únicamente con sus dos hermanas y no con un esposo que le controlara los ingresos y dispendios. En cuanto al afecto de una persona amada tampoco lo echaba en falta, puesto que era demasiado vanidosa como para aprender a amar y demasiado independiente como para ceder en la convivencia con otro ser humano que no se doblegara a su voluntad. Esa era la razón por la que Madame estaba sola en su caserón inmenso con los criados de su elección, entre los cuales contaba el joven Edouard Fréderic Carrouges. Nadie diría que tras semejante nombre rimbombante se ocultaba alguien cuya única misión en la vida era la de satisfacer todos los caprichos de aquella mujer de armas tomar.
- Edouard, querido, he sido invitada a un baile de máscaras esta noche y quiero que vengas conmigo. Llevaré el vestido verde que mandé confeccionar el otro día a Gaspard, ese con el ribete dorado. La chaqueta a juego está sobre tu cama. ¡Ah! Y no olvides ponerte el lazo de raso negro. Tú no tienes máscara, por supuesto, no queremos que nadie te confunda con uno de los invitados. ¿Te imaginas? - Sonrisa burlona. - Corre a vestirte, querido. No queremos llegar tarde.
Y así, una vez más, el muchacho tuvo que ponerse aquel traje compuesto por unos pantalones negros y chaqueta verde a conjunto con la ropa de Madame como tantas otras veces había hecho. La que se avecinaba no prometía ser una buena noche para él.
Al descender del carruaje lo primero que vio fue a un hombre dormido en el jardín delantero. No sabía por qué había ido a fijarse precisamente en eso, pero allí estaba el pobre sujeto medio recostado en uno de los bancos, prácticamente invisible porque quedaba oculto detrás de un seto frondoso. No pudo entretenerse mucho contemplándolo porque Madame descendió detrás de él y como ya era costumbre quiso que le tendiera el brazo para entrar los dos juntos al salón donde ya había comenzado el baile de máscaras. Hacía mucho tiempo que Edouard había dejado de sentir vergüenza al cumplir con su misión de hombre-complemento, pero eso no quería decir que tal situación hubiera llegado a gustarle. El rencor que sentía contra Madame crecía un poco más en su interior cada vez que lo obligaba a vestirse como un muñeco y a quedarse de pie a su lado en cualquier celebración, mirando al infinito y pensando en las musarañas hasta que ella decidía volver a casa. Si tenía suerte ahí terminaba su cometido porque su señora estaba cansada. Si la fortuna no le sonreía le tocaba también compartir el lecho de Madame.
- Tráeme una copa. - Le ordenó ella nada más entrar.
Edouard se separó de su lado y avanzó como pudo entre las parejas que danzaban y los grupos de invitados que conversaban en la habitación hasta que encontró a un camarero que portaba una bandeja. Iba a coger una copa de la misma cuando una mujer se le adelantó. Llevaba un vestido rojo brillante y una tiara sobre la melena castaña, pero no fue eso lo que le llamó la atención al criado. En los labios de ella se esbozaba una sonrisa casi de disculpa, ¿o fue su imaginación? Por un momento le pareció haber encontrado a otra persona que se sentía fuera de lugar allí. Se quedó algo embobado viéndola marchar con toda su escolta hacia uno de los balcones, y tanto era así que no sintió acercarse a Madame hasta que la tuvo justo detrás.
- No la mires así o te detendrán por impertinente. Es Sophia D'Luca, tonto. ¿Por qué no te juntas mejor con las de tu clase? Mira, querido, allí hay una camarera...
Edouard la odió un poco más por aquel tono sarcástico.
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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Localización : La mansión Destutt de Tracy
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Re: La misión del hombre sombra [Privado]
Las manos diestras del brujo sostenían suavemente la bandeja, sus nudillos se encontraban levemente blancos por debajo de los guantes debido al esfuerzo que representaba sostener todas las bebidas con solo la palma de su mano, sin embargo su postura no reflejaba para nada la rigidez de sus músculos, parecía mas bien un hombre acostumbrado a servir en las grandes fiestas del palacio, un mesero por de fault que nadie se molestaría en notar, pero que seguramente formaba parte de un gran equipo de trabajo que servia a la corona desde hacia años, sin embargo su experiencia y la fluidez de sus movimientos se debía mas bien a su increíble capacidad para adaptarse a cualquier situación que se le presentase, la mascara ayudaba lo suficiente como para que el mismo se tomase completamente en serio su papel de mesero dedicado.
Sus ojos siguieron los pasos de cada dama en medio de la fiesta tratando de encontrar a aquella elegida de entre el montón, esa que seguramente terminaría teniendo un fatal destino a menos que el mismo se arrepintiese de darle una tijerada a su hilo de vida, sus labios se curvaron en una sonrisa torcida cuando encontró dos gemas brillantes que se posaron en el, un par de pupilas habían comenzado a escudriñar dentro de su alma como los animales que reconocía a su los de su propia raza, los segundos parecieron volverse mas lentos hasta que el brujo asintió con la cabeza en modo de saludo siguiendo su camino, muchos caminos se enredaban esa noche sin que nadie se diese cuenta, los pasos de cada uno de los presentes comenzaban a guiarlos a un interesante desarrollo de los hechos.
El silencio se hizo presente cuando las puertas del palacio se abrieron de par en par recibiendo a la invitada de honor de esa noche, Sophia D´Luca, la reina de Italia, la presa de la noche había llegado complaciendo de sobremanera a Juan de La Cruz quien llevaba un buen rato esperando a que la estrella de la noche se dignara a brillar en el cielo, pensó en acercarse a ella pasado un tiempo prudente desentendiéndose de la parecencia peligrosa de la mujer que acababa de ser arrastrada segundos antes a la pista de baile, sin embargo su presa camino directamente a el como esperando ser cazada, como si no oliera la muerte en el ambiente, inclino la bandeja notando como la mujer tomaba una de las copas mientras un invitado inesperado se interponía en su camino justo del lado donde estaba su mano libre, chasqueo los labios cuando la mujer se alejo abriendo la mano donde sostenía un delgado y corto cabello castaño, un único cabello con el que podría llevar a cabo sus hechizos pero que seguramente terminaría con la persona equivocada pues el que sostenía entre sus dedos era de de un joven mozo de ojos azules.
- Su copa my lady...-susurro en un sonido bajo y oscuro extendiendo con galantería la copa frente a la señora de aquel muchacho que sin quererlo se interpuso en su camino, sus manos se habían vuelto tan expertas que nadie sabia cuanto o que perdía cuando estaba cerca de el, la mascara cubría su rostro pero la sonrisa en sus labios y el brillo en sus pupilas demostraba algún sentimiento incierto dirigido hacia la patrona, el liquido rojo en la copa se torno de un color un poco mas oscuro, uno de los hechizos cayo sobre el vino que estaba ofreciendo, sin embargo como siempre dejo que la suerte de la mujer decidiese su destino, de modo que no supo si lo que dejo caer en la copa fue un veneno mortal, un afrodisíaco o un simple somnífero. Con sus intenciones ocultas bajo el disfraz desvió casi imperceptiblemente la vista hacia abajo encontrando su mirada con la del muchacho para después, casi inmediatamente, moverla pasando sobre la pista donde una de las damas bailaba y finalmente terminar en la delicada figura de la reina que se alejaba de ellos a paso lento e inocentemente ignorante.
Sus ojos siguieron los pasos de cada dama en medio de la fiesta tratando de encontrar a aquella elegida de entre el montón, esa que seguramente terminaría teniendo un fatal destino a menos que el mismo se arrepintiese de darle una tijerada a su hilo de vida, sus labios se curvaron en una sonrisa torcida cuando encontró dos gemas brillantes que se posaron en el, un par de pupilas habían comenzado a escudriñar dentro de su alma como los animales que reconocía a su los de su propia raza, los segundos parecieron volverse mas lentos hasta que el brujo asintió con la cabeza en modo de saludo siguiendo su camino, muchos caminos se enredaban esa noche sin que nadie se diese cuenta, los pasos de cada uno de los presentes comenzaban a guiarlos a un interesante desarrollo de los hechos.
El silencio se hizo presente cuando las puertas del palacio se abrieron de par en par recibiendo a la invitada de honor de esa noche, Sophia D´Luca, la reina de Italia, la presa de la noche había llegado complaciendo de sobremanera a Juan de La Cruz quien llevaba un buen rato esperando a que la estrella de la noche se dignara a brillar en el cielo, pensó en acercarse a ella pasado un tiempo prudente desentendiéndose de la parecencia peligrosa de la mujer que acababa de ser arrastrada segundos antes a la pista de baile, sin embargo su presa camino directamente a el como esperando ser cazada, como si no oliera la muerte en el ambiente, inclino la bandeja notando como la mujer tomaba una de las copas mientras un invitado inesperado se interponía en su camino justo del lado donde estaba su mano libre, chasqueo los labios cuando la mujer se alejo abriendo la mano donde sostenía un delgado y corto cabello castaño, un único cabello con el que podría llevar a cabo sus hechizos pero que seguramente terminaría con la persona equivocada pues el que sostenía entre sus dedos era de de un joven mozo de ojos azules.
- Su copa my lady...-susurro en un sonido bajo y oscuro extendiendo con galantería la copa frente a la señora de aquel muchacho que sin quererlo se interpuso en su camino, sus manos se habían vuelto tan expertas que nadie sabia cuanto o que perdía cuando estaba cerca de el, la mascara cubría su rostro pero la sonrisa en sus labios y el brillo en sus pupilas demostraba algún sentimiento incierto dirigido hacia la patrona, el liquido rojo en la copa se torno de un color un poco mas oscuro, uno de los hechizos cayo sobre el vino que estaba ofreciendo, sin embargo como siempre dejo que la suerte de la mujer decidiese su destino, de modo que no supo si lo que dejo caer en la copa fue un veneno mortal, un afrodisíaco o un simple somnífero. Con sus intenciones ocultas bajo el disfraz desvió casi imperceptiblemente la vista hacia abajo encontrando su mirada con la del muchacho para después, casi inmediatamente, moverla pasando sobre la pista donde una de las damas bailaba y finalmente terminar en la delicada figura de la reina que se alejaba de ellos a paso lento e inocentemente ignorante.
Juan de la Cruz- Hechicero Clase Media
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