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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Bárbara Destutt de Tracy Mar Jul 10, 2012 11:29 pm

Se encontraba embargada de una profunda emoción. Había esperado ese día desde hacía un año. Encontrarse con Frauke Neumann había resultado más complejo de lo que parecía a simple vista. Descubrió la existencia de la mujer a través de unas cartas que ella y su marido intercambiaron; amigos desde hacía décadas, a pesar de los diez años de diferencia. Allí se encontró con que la señora en cuestión, era tutora de damiselas en Inglaterra, motivo por el cual, terminó enviándole un escrito para saber si era posible reunirse. La respuesta llegó semanas después, de parte de un notario, en donde le explicaba que la señora se encontraba fuera del país, Bárbara debió explicarle al hombre el motivo por el cual necesitaba hablar con ella, a lo que el profesional respondió que el paradero era en París. La muchacha le agradeció, y se percató que pasaron seis meses, sin embargo, dar con la mujer, no fue tan sencillo como creía, ya que su entorno era sumamente discreto. Pero el círculo de la alta sociedad europea era extremadamente cerrado, las personas se terminaban cruzando.

Partió en su carruaje sin compañía de una doncella. Lucía un sencillo atuendo de invierno en color negro, como indicaba el luto, el cabello recogido en una trenza que formaba un rodete en la coronilla, algunos bucles caían sobre su rostro. En sus manos apretaba suavemente el sobre sellado, donde la citaba esa tarde a tomar el té a las cinco en el "Hotel Des Arenes". Había sido muy cuidadosa al elegir su vestido, se trataba de algo que a ella le importaba, su imagen era esencial, y la cuidaba en extremo. Además, ofrecerle lo que había pensado no era tarea fácil, no sabía si la mujer aceptaría, en sus escritos no había especificado nada, sólo que le interesaba tener una charla con ella, agradeció que no mostrara curiosidad, y sólo hubiera respondido con la fecha y la hora del encuentro. Quizá pensó que querría saber de su marido, ¿estaría al tanto de que la esposa de su antiguo amigo fuera tan joven? Muchos conocidos del viejo Turner se sorprendían al verla, algunos, hasta bromeaban diciendo que murió durante la celebración porque no soportaría tener a una niña como esposa, que le exigiría una energía que ya no tenía. Bárbara sólo respondía con un “permiso, hasta luego” a esas faltas de respeto, el dinero no siempre daba la educación y el buen gusto, es algo que había aprendido durante esos dos años viviendo en completa soledad y negociando con todo tipo de personas.

El coche se detuvo frente al imponente edificio. Era una maravilla arquitectónica, un sitio exclusivo y lujoso, donde se reunían y hospedaban sólo personas de renombre de las altas castas sociales. La joven había asistido a varias reuniones allí, la atención le parecía magnífica, por lo cual, no puso objeción para el punto de encuentro. Se colocó los guantes negros y sujetó en su muñeca izquierda el diminuto bolso. Un empleado del lugar le abrió la puertecilla, colocó la escalinata y la ayudó a descender. Le dio la propina al muchacho y se encaminó hacia el interior del hotel. Allí, otro de los trabajadores del lugar le preguntó qué necesitaba, le explicó que tenía una cita con mademoiselle Neumann. Rápidamente, la acompañaron hacia el vestíbulo y le indicaron que esperara, que anunciarían su llegada. Bárbara tomó asiento en un sillón de un cuerpo, forrado por dos almohadones en color bordó. Un par de conocidos se acercaron a saludarla, pero no se quedaron a conversar, lo cual, era maravilloso. Esperó, simulando su nerviosismo con un manto de completa armonía.



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Mensaje por Frauke Neumann Miér Jul 11, 2012 5:03 am

Los fantasmas del pasado vuelven. Y no precisamente para mal…


Llevaba aproximadamente un mes y dos semanas desde que su arribo en París. Su primera tarea la cumplió sin problema alguno. Si ella había llegado hasta ese país era por mandato de su esposo, no lo había hecho precisamente para tomar unas vacaciones. La esposa de Horst Neumann no podía tomarse tales privilegios si ni siquiera el mismo portador principal del apellido lo hacía. Para una familia tan prestigiada, con un imperio tan grande, imponente y turbio no existía el descanso. El trabajo era elemental, además que, no era un matrimonio rebosante de amor, no necesitaban viajar para darse tiempos solos, quizás lo más sensato era la distancia, por eso la mujer de entrada edad gozaba aquel pequeño lapso de tiempo como el mejor que había tenido desde antes de su matrimonio. Removiendo aquellos detalles de su vida entonces si, podía tomarlo como unas merecidas vacaciones, las que siempre había deseado. La imponente rubia gozaba de tiempo de introspección, de gozo, de dicha pero sobre todo saboreaba una libertad abrazadora que le inflaba el pecho, y la hacía sentir después de veinte años con vida. Era extraño que una mujer con todo los privilegios materiales se sintiera tan pobre, pero lo material no era todo, y teniendo un corazón tan noble como el de ella, quizás su pobreza radicaba en la carencia de amor, y dado que su edad ya era avanzada, nunca podría llegar a presumir que lo había conocido… Aún.

Días atrás, la mujer de rubios y sedosos cabellos había recibo dos cartas. La primera informaba que la ex esposa de uno de los antiguos socios de Horst la estaba localizando, lo que le sorprendió fuera que su esposo no le negara el contacto, que le permitiera verla. La segunda carta se trataba de la mujer, quien portaba el nombre de Bárbara y decía ser esposa del viejo Turner, un hombre de los pocos a los que la señora consideraba su amigo, y eso radicaba en los parámetros que Horst le indicaba. Su esposo había permitido aquel encuentro simplemente para quedar bien ante los demás hombres de la sociedad, para que los demás vieran que su mujer tenía una vida social como cualquier otra mujer de clase alta, todo se trataba de engaños que a la familia Neumann los hacían ver, ante los ojos de los demás, como la pareja perfecta, a quienes todos envidiaban.

La señora De Neumann había fijado una fecha, una hora, y un lugar. Dispuesta a recibir a la viuda de Turner. Le daba vergüenza tener que recibirla en un hotel, pero dado que no vivía en esa ciudad podía poner de pretexto su corta estadía. La mansión que había comprado se estaba tardando en ser amueblada, por eso mismo prefería recibirla en aquella excelente habitación del hotel que en una casa a medias, eso sería el doble de reprochable. Pidió que abrieran el balcón, adoraba la vista de ese lugar, la sala continua se había adornado de flores, bocadillos, y teteras, todo era puesto de manera simetría, todo de colores que combinaran, tenía que estar perfecto para recibirla. En el balcón, una mesita con dos sillas frente a frente se encontraba, y un pequeño jarrón con flores color rosa pálido. Su arreglo personal constaba de un vestido verde oscuro, ese color ayudaba a resaltar el color de su piel, y también el de sus ojos. Lo único que faltaba era terminar de acomodar ese cabello, a mitad del peinado una mujer le hizo saber que su invitada estaba en la recepción del edificio. - Manda por ella, que la escolten dos de mis hombres, asegura que nadie los siga, es una persona valiosa, cariño - Quizás era poderosa, y su esposo era un hombre despiadado, pero si sus trabajadores aguantaban tanto era por ella, por el buen trato que les daba.

En la entrada del cuarto, todos los subordinados de Frauke formaron una fila, esperando a que Bárbara llegara, recibiéndola como si se tratase de la misma reina. Así era la señora De Neumann siempre dando las mejores de las presentaciones. La mujer estaba parada hasta el final de todos, incluso apartada unos pasos de distancia, con dos de sus doncellas a los lados. - Pasa querida, pasa, no te detengas - Extendió una de sus manos haciendo un movimiento para invitarla a acercarse, cuando estuvieron frente a frente, la rubia hizo una reverencia, prosiguió dando dos besos en cada mejilla, sonreía radiante - Lamento tanto tener que recibirte en este lugar, pero como sabrás tengo poco tiempo, y las mansiones parisinas tardan en ser adornadas al gusto propio - Su disculpa era sincera. La condujo por el lugar. Aquel hotel no era como cualquiera, incluso parecía el primer piso de una casa promedio, aquel cuarto que le habían asignado, por eso tenían la libertad de caminar a su antojo. La guió hasta el balcón, y ambas se sentaron con la ayuda de los trabajadores. - Es un placer tenerte conmigo querida, tú marido me hablaba maravillas de ti, como ya lo sabes soy la señora de Neumann pero puedes decirme Frauke - Le guiñó un ojo con elegancia, no estaba siendo confianzuda, más bien amena. - Dime querida. ¿Qué es lo que necesitas de mi? - La miraba a los ojos ¿Cuántos años tendría Bárbara? Seguramente de haber podido tener hijos, tendría aquella edad.


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Mensaje por Bárbara Destutt de Tracy Vie Jul 13, 2012 1:49 am

Se puso de pie en cuanto dos elegantes hombres se detuvieron frente a ella. Le explicaron que la señora la estaba esperando, que los acompañara. Con uno de cada lado, se sentía lo suficientemente incómoda para obligarse a caminar, ambos eran de una altura más de lo normal y su contextura física se agigantaba ante su escasa estatura. Ella los siguió en silencio por el amplio vestíbulo, cruzaron el hall y subieron una escalera en forma de espiral que los guiaba hasta los pisos superiores, se preguntó cuántos tendría que avanzar para llegar a destino. Sostenía el faldón con una sola mano, mientras con la otra se aferraba a la baranda de oro. Ahora, uno caminaba frente a ella y el otro detrás. Bárbara había fijado su vista en los escalones para no sentir esa intimidación, eran sólo dos profesional, se repetía una y otra vez, obligándose a alejar la paranoia, debía estar en pleno uno de sus facultades y con su mente tranquila para dar una buena impresión, no sabía qué clase de persona era Frauke Neumann, y no quería parecer ante ella una joven trastornada o fuera de sus cabales.

A pesar de estar acostumbrada a las grandes presentaciones, jamás imaginó el recibimiento que la esperaba. El séquito de empleados formando una hilera perfecta, impecables y enfundados en sus uniformes, mientras la elegante y radiante madeimoselle Neumann extendía sus manos alentándola a ingresar. La admiró profunda e infinitamente, su porte de reina, su cabellera rubia como el Sol, la delicadeza de sus movimientos y la calidez de su aura. Era mucho más de lo que esperaba. Sobrepasaba sus expectativas como pocas personas lo conseguían, a pesar de su tendencia a no rotular ni a generarse prejuicios, había intuido que esa señora era alguien extremadamente serio y hasta la había imaginado baja y regordeta, no espléndida como lo era en realidad. Pidió permiso y caminó a paso firme, al contrario de lo que podía parecer, Frauke Neumann no la intimidaba, si no, que le transmitía una seguridad que pocos había conseguido en su corta vida. Correspondió tanto a su reverencia como a su sonrisa.

Lo comprendo perfectamente, madeimoselle. A mí tampoco me fue fácil instalarme en París, y eso que la residencia de mi difunto esposo ya se encontraba amueblada. No quiero imaginar los contratiempos por los cuales ha pasado —comentó mientras era guiada por ella hacia el balcón —Pero éste hotel es un sitio muy ameno, tanto en comodidades como en atención.

Observó la mesa y cada uno de los elementos que la conformaban de manera armónica. Nada había allí que no coordinara y no complementara al otro, era un perfecto compás de colores, formas y sabores, si lo óptimo existía, sin dudas, era el gusto exquisito de la señora de Neumann. Le entregó su diminuto bolso a un empleado que la escoltaba, y agradeció cuando otro le corrió la silla para sentarse. Ambas damas parecían haber premeditado el movimiento, no hubo un segundo de diferencia entre una y la otra, detalle que no pasó por alto para Bárbara, que era una gran observadora y, difícilmente, alguna particularidad, por más exigua que fuera, dejaba de ser importante a su mirada. Acostumbrada como estaba a analizar a la gente y al entorno que la rodeaba, se percató de la sintonía en la que todo se movía, hasta la casi imperceptible brisa primaveral que soplaba parecía ser controlada por su anfitriona. Que alguien le dijera que el finado Lord Turner había hablado de ella, le llamó poderosamente la atención, él había sido muy discreto a la hora de planear el matrimonio, sólo algunas pocas personas más familiarizadas a él eran las que estaban al tanto de aquella celebración. En ese momento, algunas respuestas de las cartas cobraban sentido.

Admito, madeimo —se interrumpió con una sonrisa— Admito, Frauke —se corrigió— que me toma por sorpresa que Lord Turner le haya hablado de mi. No tuve la suerte de conocerlo en profundidad, se que era un buen hombre, y que también hubiera sido un marido ejemplar —no estaba segura de haber comentado aquella mentira, lo cierto era que la diferencia de treinta años hubiera sido el hazmerreír de toda Europa, y el hecho de haber tenido que compartir el lecho le aterraba por aquel entonces, y le seguía aterrando.

Una de las domésticas había tomado la tetera y les servía la infusión, Bárbara tomó nota de lo pulcras que estaban las manos y las uñas de la mujer, no era fácil mantener a la servidumbre con esa pulcritud. Pensó que ella y Frauke Neumann tenían más en común de lo que podía parece a simple vista entre dos mujeres que se doblaban en años. Su interlocutora fue al grano con rapidez, realmente no imaginó que las cartas se echaran sobre la mesa con tan poco tiempo, le agradó. Se notaba que no le gustaban las vueltas y que las cosas serían claras entre ellas. Otro punto a favor, había perdido la cuenta de la cantidad de aspectos que le complacían. Alisó la servilleta sobre su regazo y habló.

Seguramente usted es una mujer de grandes ocupaciones, pero el motivo que me trajo aquí es hacerle una propuesta de trabajo. Específicamente, que sea mi tutora. Por las correspondencia de mi marido supe que oficiaba como tal en su país. Le pagaré la suma que usted me pida y me adaptaré a los horarios que crea conveniente —respondió con simpleza, al fin y al cabo, era una reunión de negocios, y a eso era a lo que se dedicaba.



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Mensaje por Frauke Neumann Vie Jul 13, 2012 10:17 pm

"Toda mujer necesita de alguien sincero para poder verdaderamente confiar... "


Y ahí estaban, dos desconocidas jugando a hacer negocios. ¿Acaso las mujeres podían hacer negocios? Por regla social eso no estaba permitido, pocas mujeres tenían el permiso (sin llegar a ser juzgadas) para tomar rienda suelta de los negocios familiares. La señora De Neumann creía que la jovencita que tenía enfrente era muy afortunada, demasiado por poder hacerse cargo de sus negocios, gracias (o por desgracia) a la muerte de esposo. Quien las viera desde lejos seguramente imaginaria que sólo se trataba de un encuentro causal, donde dos mujeres se disponían a tomar sólo un té y hablar de banalidades de la vida, la realidad es qué, por más restringidas que tuvieras las ocupaciones la rubia, su vida no podía ser vana, su conocimiento, elegancia, y ese apellido que portaba se lo prohibía, pues el ser una esposa modelo también la había forzado a ser una mujer culta, y eso no le molestaba, al contrario, adoraba tener que leer grandes libros, empaparse del mundo que había al exterior de ese castillo de cristal dónde había vivido los últimos 20 años junto a su "amado esposo". La señora de entrada edad buscaría sacar sonrisas a su invitada, la haría sentirse cómoda, y como cualquier anfitriona, la haría sentirse mejor que en cualquier otro lugar u otra reunión, no precisamente por sentirse forzada, pero la felicidad que podía otorgarle a los demás se volvía la propia, dado que en contadas ocasiones tenía oportunidades como esas, dónde su pensamiento y habla eran tomados en cuenta como algo importante, y no cómo el adorno para hacer resaltar a un hombre.

Le sorprendía la manera en que Bárbara caminaba, en la forma en que su figura se movía, elegante y al mismo tiempo sensual, claro sin pasar a ser obsceno o vulgar, la forma en que sus cabellos negros caían en forma de ondas, esos cabellos demasiado largos y bien cuidados, pero también le sorprendía la juventud que la ex esposa de su antiguo amigo poseía. No dudaba de sus gustos, pues la viuda de Turner poseía una belleza deslumbrante, y agradecía que no fuera de esas damas obsesionadas con la figura raquítica que hoy en día las jovencitas tenían obsesión en tener. La joven poseía caderas, y un cuerpo de ensueño, así deberían ser todas, pero la prueba de fuego vendría en el habla, y en sus modos de desenvolverse frente a ella, si se convencía lo haría sin chistar.

- Como bien lo debe saber, compartía algunas cartas que mi marido me dejaba mandar y recibir con su esposo. Era un hombre bastante agradable para conmigo, siempre atento y mandando regalos para llenar nuestra ostentosa fortuna en joyas, siempre para mi por supuesto. Estos hombres de ahora creen encantar a una mujer con joyas y no con detalles como el abrazo cálido o al habla, sin embargo el señor Turner siempre lograba encantarme con sus palabras, un hombre que poseía el don de la palabra, o la escritura, como quieras llamarlo, querida - Le sonrió de manera amena. La esposa de Horst Neumann no adornaba sus palabras para quedar bien con ella, no eran sus intensiones, en ese aspecto no era de las que decían algo bueno para ganarse a las personas, y llevárselas en la bolsa, simplemente hablaba con sinceridad, su sinceridad, la verdad que ella conocía. - Espero que haya sido de la misma manera con usted, sino lo fue sus pecados deberá estar pagando en este momento, no es que lo desee, pero bien dice la iglesia que el que obra mal, allá abajo enfrentará sus pecados - Suspiró observando el humo proveniente de su taza caliente de té - No me tomé como una atrevida, no me gusta tener ataduras al hablar, y menos con alguien con quien compartiré muchas tardes amenas de enseñanzas - Esperó entonces a que entendiera sus últimas palabras, pues le había puesto un énfasis especial.

- No se ofenda señorita, pero no puedo recibir pago alguno por las enseñanzas que los años y la vida me ha dado, eso se comparte sin necesidad de recibir algo a cambio, y cómo puede notar, no me hace falta tales ingresos económicos, puedo hacer de su tutora, sería un ofensa para mi que me extendiera monedas de esa manera - Frauke Neumann no podía recibir pagos ¿Qué pensaría su marido su eso pasara? Seguramente recibiría un castigo demasiado severo, y había llegado a Paris para poder evitar esos maltratos, para relajarse y evitar castigos que nadie podría imaginar que Horst le hacía a su mujer, pero eso Bárbara no lo podía saber, o al menos no por el momento, menos estando aquel hombre fuera de esa ciudad, más valía intentar quitárselo de su mente, aunque eso fuera evidentemente imposible. Horst seria su verdugo incluso cuando no se encontrara presente. Esa sería su cruz el resto de su vida, de un pecado que no había cometido, o quizás el pecado de dar el "si" en el altar. - Dime querida. ¿Qué es lo que necesitas comprender de la vida? Debes saber bien que muchas cosas te las dará la experiencia de la misma, pero cualquier rama que necesites la expondré para ti, modales, costura, la casa… Lo que sea… Y si deseas otras cosas más también, yo te abriré las puertas de mi casa… Cuando la tenga claro, pero también de cosas que quizás te pediré guardar a discreción o las dos podríamos tener problemas ¿Te parece bien? - Debía avisarle que de saberse rumores sobre la señora de Neumann las dos correrían peligro pues contra las leyes de Horst, ni el mismísimo rey de Francia podría salir mal parado.


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Mensaje por Bárbara Destutt de Tracy Lun Jul 23, 2012 11:36 pm

A Bárbara, literalmente, le aterraba la idea de perder su libertad. Con los años experimentaba esa sensación de no deber dar explicaciones ni rendir cuentas de nada, ni siquiera de los movimientos financieros que realizaba, era a ella a quien le debían respeto y a quien obedecían, nadie digitaba su vida, ella digitaba la de sus subordinados; por eso, ante las seguidas menciones de madeimoselle Neuman sobre el permiso que su marido le otorgaba para intercambiar correspondencia con Lord Turner o el pedido de discreción sobre aquello que le estaba proponiendo, un resquemor le comenzaba a raspar la mente. Para Destutt de Tracy, era un disparate, pero era consciente de que era lo normal, que las convenciones sociales lo admitían y lo exigían, ella misma había vivido la mayor parte de su existencia bajo el yugo de su padre y luego de su abuelo, y tras enviudar e independizarse, ese contacto tan íntimo con la autonomía se le antojaba la gloria misma. A menudo reflexionaba que no se casaría, que jamás contraería segundas nupcias, no sólo por aquella aversión al sexo opuesto, si no, porque eso significaría tener a alguien inmiscuyéndose en sus asuntos, opinando sobre los negocios, distribuyendo directrices a diestra y siniestra, y, como peor opción, terminaría arrastrándola en sus marea de mandatos, a los cuales no podría negarse porque sus valores, aunque hubiera querido extirparlos de su ser, no se lo hubieran permitido.

La cadencia de la voz de aquella mujer era cautivante, a pesar de que la francesa podía percibir que un muro de tristeza se cernía sobre ella, eso no le impedía desplegar su encanto, feminidad y elegancia. Era una dama contundente, de palabras correctas, modos exquisitos y de ideas concretas. Le pareció realmente extraño que no aceptara su propuesta de dinero, Bárbara estaba dispuesta a desembolsar la cantidad de dinero que la blonda pidiera, por eso, fue toda una sorpresa la negativa. Claro estaba que no le hacía falta enriquecerse, pero lo que le encomendaba no era una tarea fácil, no porque ella fuera una pésima pupila, si no, porque su labor consistiría en ayudarla en idiomas, protocolo, asesoría de imagen, entre otras cosas, y eso demandaba tiempo. Bárbara había aprendido que el tiempo valía, no sólo moralmente, si no, que tenía un precio monetario, que nada era gratuito en éste mundo. Hubiera preferido que la señora dijera una suma disparatada y no aquello, y a pesar de su minúscula mueca de asombro, pudo volver en sí y sonreír levemente, aunque mirándola, todavía, con extrañez. Tomó entre su índice y su pulgar la taza y bebió el té, en un pequeño sorbo para no hacer ruido al tragar, y luego la devolvió al platito que sostenía a la altura del pecho, el sonido de la acción fue casi inaudible. Tras dejar la vajilla en la mesa, le sostuvo la mirada por unos instantes, sin afán de desafío, si no, con cierta interrogación.

Frauke —le costaba tratarla con tanta familiaridad, acababan de conocerse— realmente me sorprende, una vez más —agregó en clara referencia a lo que habían hablado del difunto esposo— con su decir. Usted, mejor que nadie, sabe que las institutrices cobran un sueldo alto, uno de los más altos que nuestra sociedad está dispuesta a pagar, por ello, no quisiera ser descortés, pero me veo en la necesidad de insistir con esto. Por supuesto que contará con mi discreción, eso no debe ni dudarlo.

No quería ofenderla, era lo último que deseaba, pero la etiqueta la obligaba a una reiteración más, sabía que esa especie de duelo lo ganaría la señora De Neuman, pero no cometería la terrible grosería de aceptar inmediatamente. Desde el balcón la vista era maravillosa, y a pesar de tener su atención concentrada en la anfitriona, Bárbara podía admirar los maravilloso árboles que se erigían por detrás de ella, con sus copas perfectamente redondeadas, los pájaros que surcaban las ramas las ramas de uno y otro sin cesar, podía escucharse el parloteo de algunas damas que pasaban realizando una caminata por el exterior. La expectativa que le generaba aquello, era demasiada, imaginaba que las cosas serían de otra manera, era el hecho de que encontró en su acompañante, un ser impredecible, de esos que ella no veía a diario, se había acostumbrado a analizar tanto a las personas, que, de pronto, alguien como Frauke Neuman, era, por más, satisfactorio. Sabía que aprendería mucho de ella, a pesar de que la educación de su abuela fue excelente, jamás podía preguntar, mucho menos objetar, y se terminó convirtiendo en una autómata, como la gran mayoría de las damas encumbradas. Presentía que junto a la señora, ella entendería el por qué de muchas cosas o situaciones que se le tenía vedado, algo le dictaba que no habría prejuicios en quien tenía frente a sí.

En Marsella mi principal Institutriz fue mi abuela, y junto a ella, dos mujeres más. Mi educación fue muy estricta —se sinceró—, no es una queja —se apuró a aclarar, aunque su tono de voz sonaba relajado—, sin embargo, al venir aquí, debí dejar mis lecciones de arpa, piano y de idiomas. Además… —vaciló unos instantes—, mi padre tuvo gran influencia en mi, quizá usted lo conozca, el general Destutt de Tracy siempre vio a todos como sus soldados, y yo recibí eso también, sin contar que como filósofo y político, inculcó en mi, ideas que muchos tildarían de descabelladas. Por eso, puede parecerle extraño que yo me maneje libremente, no crea que mis abuelos están conformes, claro que no, opinan que debo dejar todo en manos de mi padre o de mi abuelo —hubiera querido no nombrar a éste último—, pero no podría, jamás, estoy acostumbrada a ésta vida, en la que soy una igual a los hombres con los cuales me codeo, por ello, no podría ponerme bajo el mando de alguien. Usted puede tildarlo de incorrecto, pero es lo que elijo, Frauke, necesito de su ayuda para no perder el eje de las costumbres, yo se que los hombres y las mujeres no somos iguales, aunque considero que lo único que nos distingue son nuestras anatomías y no nuestra capacidad intelectual —dio un leve suspiro, no acostumbraba a hablar tanto, pero debía poner en claro la situación—. Usted escuchará muchas cosas sobre mi —Bárbara sabía bien sobre los rumores que se tejían sobre su persona, si tenía o no amantes, de lo malo que se veía que una dama fuera cabecilla de su empresa, entre otras cuestiones—, en su mayoría no son ciertas, y el porcentaje que resta, están tergiversadas, pero me siento en la obligación de decírselo, no es fácil ser vinculada con una señorita de veinte años que se maneja con independencia —dicho eso, la visitante, volvió a tomar la taza y a beber otro sorbo de la deliciosa infusión. Una vez más, las cartas estaban sobre la mesa.



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Un trato con el pasado [Privado] Empty Re: Un trato con el pasado [Privado]

Mensaje por Frauke Neumann Jue Ago 02, 2012 2:18 am

Querida mía, seamos amigas...

Las mujeres de sociedad deben guardar silencio, sólo hablar cuando se les solicite, las verdaderas mujeres de sociedad claro, las que obedecen por completo esas reglas absurdas que les son enseñadas, sin embargo no por eso deben pasar por alto cualquier pequeño detalle, no, al contrario. Ellas deben ser observadoras, muy curiosas, tanto que en ocasiones pase del limite pero claro, con maestría en el disimulo. Quizás parte de su curiosidad la había formado, le había enseñado como comportarse, que colores utilizar en cada salón de la casa, que tipo de vestido debía utilizar en cada ocasión tanto fuera como dentro de casa. Era cierto que la rubia había tenido a las mejores institutrices, pero Horst Neumann, su marido, después de unos años de casados se las había quitado, espetando que su mujer no necesitaba rodearse de mucha servidumbre. La esposa de Neumann sabía que esa no era la verdadera razón, sabía que la razón principal se basaba en que nadie podía descubrir que acontecía en esas paredes, nadie excepto la servidumbre que trabajarían hasta la muerte con él, y que le habían firmado un contrato de confidencialidad, su marido no era tonto, sabía que de tener a personas a su alrededor, Frauke podría flaquear ante sus mandatos, y podrían convencería de dejarlo, era un hombre tan posesivo. Por esa misma razón también la señora de Neumann tenía que pedirle discreción a Bárbara, sumando que no deseaba que algo malo pudiera ocurrirle. Nadie podía entenderla, nadie que no supiera su historia, y por primera vez en la vida deseaba compartir sus secretos oscuros con alguien, quizás compartiéndolos podría sacarse un poco de dolor y peso de encima.

La rubia pasaba con delicadeza la yema de los dedos por los bordes de la servilleta de tela que tenía en el regazo. La fina tela era una complacencia al tacto. No es que le pusiera menos atención a Bárbara, pero le gustaba tener todos sus sentidos alerta. El tacto en la servilleta, el gusto con el té, la vista con la delicada señorita que tenía enfrente, el olfato con las fragancias de las flores mezcladas con el té y los perfumes femeninos, y sentido de su corazón, uno que sólo ella tenía, y que claro, se dejaba guiar por él, sintiendo como se le hinchaba el pecho a sabiendas que había tomado una magnifica decisión, ella sería su pupila, y alguien con quien pudiera hablar. Aunque la viuda de Tracy no supiera, ella estaba siendo una especie de bálsamo para las heridas de la rubia, y se sentía bastante bien, la mujer de entrada edad sentía una frescura en el pecho, después de veinte años no había experimentado esa sensación, y vaya que estaba agradecida, y lo compensaría con creces en un futuro. Asentía a cada palabra que la joven de cabellos largos y negros le otorgaba, comprendiendo un poco lo que esa cabecita interpretaba de la vida, y también lo que podía llegar a sentir en su corazón, como siempre ella curioseando, observando, no dejando detalles sueltos. Frauke se veía radiante, sus cabellos brillaban a causa del sol, era como tener al hermosos sol, la vida, la vitalidad sobre sus hombros. ¿Quién podría asimilar lo magnifico de una dama como ella? Pues claro, Bárbara, y ella se encargaría de que así fuera, de que su pupila fuera magnifica, que su nombre retumbara por toda Francia e incluso fuera de ella siendo una mujer solicitada y respetada. "Al diablo la sociedad, y sus leyes". Pensó, y se reprendió sola por sus palabras altisonantes en su cabeza.

- Igualdad, hablas de igualdad como si de verdad la conocieras - Le sonrió de forma calidad, no pretendía hacerla sentir incomoda, mucho menos que supiera no la comprendía, pero Frauke Neumann se codeaba con uno de los hombres más poderosos del mundo, y sabía de los pensamientos de sus socios, y allegados, si escucharan hablar a Bárbara seguramente la mandarían a la horca, o a algún lugar a redimirse con la peor de las torturas. - Querida mía, aprenderás a callar cuando es debido, y a asentir cuando te lo piden solamente, y eso no quiere decir que seas menos que ellos, muchas veces creen que tienen más intelecto que nosotras, pero ¿Sabes dónde se encuentra el secreto? - Le dedico una sonrisa amplia, de esas que sólo entre cómplices pueden identificar la travesura dentro de las palabras adornadas - Aquellas damas que saben mover sus pestañas con elegancia y ligera sensualidad logran que los caballeros hagan sólo sus deseos, ellos no pueden ver nuestra desdicha, mucho menos cuando están acompañados ¿Qué clase de caballeros podrían ser si entristecen el corazón de una dama? - Soltó una risita, una traviesa y cómplice, pero cantarina y embriagante - Le enseñaré todo lo que desee querida mía, no se preocupe, me gustan las señoritas con decisión, y por mi parte tendrá todo mi apoyo - Se encogió de hombros con naturalidad. Estaba bastante cómoda con ella.

- Si me disculpa - Colocó la servilleta de seda en la mesa y se puso de pie. La esposa de Horst Neumann caminó, se adentró a su cuarto, el cual se encontraba ordenado y limpio. En la esquina encontró una pequeña caja, dónde varios cepillos de cabellos estaban guardados, los dejo ordenados de mayor a menos en la cama, y salió con la caja cerrada en manos. Volvió hasta el encuentro con Bárbara - Lamento mi demora querida, pero dado que sino acepto los pagos se sentirá incomoda, entonces podremos hacer un trato - Empujó la caja hasta situarla en medio de la mesa - Usted traerá un sobre con mi pago cada semana, y lo colocará en está caja, ninguna de las dos podrá verlos hasta que sea una fecha prudente, y entre las dos decidiremos después que hacer con ese dinero ¿Está bien? - Amplió su sonrisa, y volvió a sentarse de manera correcta, suspiró profundamente - ¿Cuándo desea empezar querida mía? - Tomó su plato, y la pequeña taza de té para dar un sorbo pequeño, delicado, y delicioso que corrió hasta su estomago.


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Mensaje por Bárbara Destutt de Tracy Dom Dic 23, 2012 3:39 pm

La joven se había sumido en una relajación absoluta tras ese discurso que había dado. No estaba acostumbrada a esos grandes despliegues sinceros de oratoria, ni siquiera en las reuniones de negocios hacía uso de la palabra como método de convencimiento. Ella era más bien de las miradas, los gestos, y sólo cuando era estrictamente necesario, se vestía de aquella damisela prepotente y decidida para hacer conocer su opinión respecto a tales o cuales asuntos. Sin embargo, ante aquella imponente mujer, no pudo fingir, las palabras brotaron como la sangre de un corte profundo, y se agolparon en su lengua revolviéndole las entrañas. Frauke Neumann tenía el extraño don de facilitar en su interlocutor la palabra. Quizá era su mirada penetrante o su gesto de interés lo que hacía que el otro se sintiera cómodo al hablar. Así había hecho sentir a Bárbara desde que cruzó el umbral de la habitación: cómoda. La francesa raramente experimentaba esa sensación en compañía, y podía contar con los dedos de una mano a los seres humanos que lograban sacarla de la reclusión a la que se autocondenaba. Los altísimos muros que erigía en su corazón y en su cabeza, se convertían en impenetrables si ella se lo proponía. Sólo un hombre había logrado quebrarla hasta la humillación y la propia compasión, y juró entre lágrimas que nunca más alguien la arrastraría hacia aquel campo minado. ¿Algún día tendría el coraje para contarle a alguien sobre su oscuro pasado? ¿Sería la inglesa quien le inspiraría la confianza necesaria? Las preguntas brotaron involuntariamente en su mente, y lejos de llenarla de miedo, como en cualquier otro momento de su vida, la satisfacía, y no era esa satisfacción externa como cuando lograba un negocio redituable, o llenaba las arcas de su herencia, era algo más profundo, más inexplicable, que no podría traducir en un lenguaje conocido. ¿Así se sentiría tener una madre?

Las primeras palabras de la rubia las recibió como un leve cachetazo. Creyó que la reprendería, que la echaría de su casa por esos pensamientos tan poco ortodoxos. Su gesto, de todas maneras, se mantuvo imperturbable, dispuesta a escuchar lo que ella tuviera para decir. Dios mío… ¿Lo decía enserio? Sus pensamientos comenzaron a dar vueltas y más vueltas, y se tradujo las palabras de Neumann a una pregunta, ¿de verdad conoces la igualdad, Bárbara? No, claro que no. Ella quería ser igual, intentaba comportarse como tal, pero no lo era, jamás los hombres cerrados del círculo en el que se manejaba lograría verla como un par de ellos, se lo demostraban cuando se dirigían a alguno de sus abogados en lugar de a ella, cuando en los momentos que ella hablaba, algunos tenían la falta de educación de bostezar o de sonreír como si fuera una niña haciendo morisquetas. Por supuesto, Bárbara Destutt de Tracy, no eres ni jamás serás igual a ellos. Los consejos de Frauke comenzaron a retumbar en sus oídos, como un mosquito zumbando en plena madrugada, molestando, inquiriendo hasta el hartazgo, para, finalmente, despertar a su pobre víctima. Ella había visto a tantas señoritas casamenteras o esposas déspotas –entre ellas a su abuela- manejar a sus pretendientes o maridos con un simple movimiento de pestañas, que aquella apreciación no era para nada errada, simplemente, ella jamás se había planteado tal cosa, por el simple hecho de que no tenía pensado volver a casarse, nunca más. Quiso interrumpir el discurso de la rubia para explicarle que había entendido mal, que ella no deseaba contraer nuevas nupcias ni muchos menos utilizar su inexistente sensualidad para lograr sus cometidos en los negocios. ¿Sería capaz de una acción seductora con tal de conseguir que alguno de sus socios firmara un cheque abultado? La idea le aterraba, y se hubiera puesto a dar vueltas como una loca si su educación no se lo hubiera impedido. El único cambio que su cuerpo manifestó fue una leve aceleración en su pulso, que controló con bastante esfuerzo. Un disimulado suspiro brotó de sus labios cuando la inglesa le dijo que le enseñaría todo lo que deseara, podría decirle que salteen aquellas partes de la lección que involucraran directamente al sexo opuesto. Sonrió, ligeramente.

Asintió con su cabeza cuando Frauke se levantó. Durante el lapso que duró su ausencia, Bárbara se dedicó a alinear su interior. Se alisó los pliegues de la falda, acomodó los guantes, se revisó el peinado y por último fijó su vista en algún punto lejano del paisaje. Veía sin mirar y sólo se concentró en las tonalidades que tomaba el Cielo en ese horario. Alguna que otra nube corrompía la pureza del brillo dorado del Sol, y las manchas de la sombra se reflejaban en el firmamento para darle paso un nuevo halo de luz, que se filtraba lentamente hasta volver a ser pleno. Eran pasajeras, no llovería, pero seguro que en algunos días se cargarían lo suficiente para darle rienda suelta a un temporal. Algunas charlas se colaban, y una que otra frase llegaba traída por el leve viento, todas sin sentido, imposibles de hilvanar. No escuchó a la mujer llegar hasta que le habló y la sacó de su ensimismamiento, le sonrió levemente y espero que se sentara. La escuchó con atención, algo en la postura y en la voz de Neumann le decían que aquello era importante. Miró con seriedad la caja que la mujer acercó a ella y asintió, con que de eso se trataba. ¿La metería en problemas ser su institutriz? ¿Su marido le recriminaría que ganara dinero? No lo había pensado antes y se había dejado llevar por aquel impulso de contactarla y reunirse. Bárbara no le daba crédito a los rumores, pero a sus oídos habían llegado algunos sobre el esposo de ella, nada favorables. Dejó las conjeturas de lado y tomó el objeto entre sus manos, una pequeñísima alarma de peligro se encendió dentro de ella, si debía haber tantos reparos en realizar una simple paga, es porque aquellos no podía traer cosas buenas. Como fuere, no podía echarse atrás, ya había hecho perder el tiempo a aquella dama tan distinguida y encantadora y había insistido en el aspecto económico, que sería una descortesía inmensa volver sobre sus pasos.

Oui, madame, está bien —pasó sus dedos por los costados de la caja y activó el mecanismo que la abrió, el interior olía a flores. Levantó su vista y reflexionó escasos segundos antes de responder —Lo antes posible, Frauke, es decir, lo antes que puedas, y en el horario que te parezca conveniente. Creo que eres tu quien debe dictar el ritmo y la que debe decidir cuándo es mejor, me adaptaré perfectamente—un tono entre cómplice y ¿temeroso? marcó su frase. Quería que la inglesa comprendiera que ella sabía o, levemente sospechaba, a qué se debían todas aquellas medidas de seguridad. —Si consideras que sea mejor aquí, así no te trasladas, está bien. Aunque, si es posible algún día, me sentiré muy afortunada si visitas mi hogar —dejó el recipiente de madera y fue su turno de sorber té.



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Mensaje por Frauke Neumann Mar Ene 08, 2013 11:27 pm

La señora de Neumann, estaba en un momento de total tranquilidad, cómo pocas veces en su vida, se sentía plena, cómoda, y caminaba como si en realidad estuviese flotando, ella había sacado muchas penas de encima aquellos escasos días de soledad, pues el silencio de las habitaciones, sin un marido enrabiado era mucho mejor. Incluso el peso de sus hombres era cada vez menos conforme los segundos pasaba. La mujer de cabellera rubia, dejaba que los silencios entre ellas incluso fueran largos, daba permiso a que Bárbara se tomara el tiempo de reflexionar, e incluso pensar otras posibilidades entre cada palabra que ambas daban, lo irónico del caso, es que teniendo a alguien diferente a su esposo, lo único que quería era el ruido, o la melodía de la voz que la persona que le acompañaba podría ofrecerle. Por lo regular, siempre estaba entretenida en hablas que poco comprendía, o que quizás si lo hacía pero se rehusaba a hilar, pues no era una mujer completamente entregada a los negocios, no porque no le interesaran, más bien porque poco tiempo la dejaban tener presencia, comprender, y era nula su participación. La castaña era una esperanza, un rayo de luz en medio de sus días nublados, algo que ella sola podría entender, y que, aunque se lo explicara a la joven, sabía no lo entendería, o al menos así creía.

Frauke dejó que el silencio se apoderara del lugar, peor para hacerse cómplice de sus propios pensamientos. No podía quitarla la mirada de encima a Bárbara, pues de verdad le hacía sentir que de haber tenido una hija, la quería exactamente como ella. Se preguntó si su hija habría tenido los ojos de ella o los de su padre, o su cabello, se preguntó si Horst la habría dejado ser completamente sumisa o la habría impuesto frente a todos los demás como una mujer que valía al igual que los hombres. Se preguntó su Bárbara habría sido feliz con su madre, si aun tendría una, y sino había tenido ese privilegio. Quiso hacerle mil preguntas sobre su infancia, y también de su adolescencia, preguntas sobre su vida de casada, muchas cosas que deseaba saber, y deseaba sentir que podían compartirse, pero se aguardaba, se mantenía en silencio para no hacerse ver como una loca desesperada. Aunque en realidad lo estaba. Sólo una vez en su vida se sintió como una verdadera madre, cuando atendía con amor, y curaba las heridas de un pequeño rubio que Horst entrenaba como trabajador. Hunter ante sus ojos era lo más cercano a un hijo, a un amor puro, transparente y único, pero por alguna razón, y sin importar su edad, ella deseaba sentir ese amor a una hija, quizás con el tiempo ambas podrían verse como tal, sólo el tiempo se lo diría.

- Querida - Le dijo parpadeando para alejarse de aquellos pensamientos, pero sobre todo de la imaginación de cría que estaba teniendo. Pues entre sus cavilaciones, había observando un abrazo lleno de amor con Bárbara, algo bastante tierno, pues pocos detalles así, incluso en su mente, le habían sido prohibidos. Más le valía volver a la realidad. - No, no me hagas ver como la mujer que impone las reglas simplemente por ser de una edad más entrada y tener un marido cascarrabias. - No era un pecado que la rubia confiara algunos detalles de su vida, o de su esposo - Estamos en total confianza Bárbara, y una de las lecciones, y de las más importantes es esa, la confianza y la confidencialidad ¿Sabes a lo que me refiero verdad? Se que lo sabes, pues no eres una tonta, cariño - Se movió un poco, pues a su edad, tener una misma posición siempre era muy molesto, debía estirarse aunque fuera un palmo para que sus músculos no la comenzaran a molestar. - Hay cosas de mi vida, manías mías, y secretos escondidos y guardados que solo mis sirvientes saben, y ellos porque trabajan para mi con fidelidad y cariño, pero que ahora tú sabrás, y te pediré prudencia, aunque en realidad no pensaba pero en realidad no pensaba pedirlo, pues estoy segura que por su parte busca lo mismo, y eso, querida, para mi es sagrado - Concluyó, sin apartar esa sonrisa cálida de su rostro.

- Pero ahora, si me insiste, podemos ajustar horarios, las mañanas puedes ocuparlas para avanzar con todo aquel deber que tienes encima, los negocios y ordenes que puedas dar en tu hogar, incluso puedes comer en un lugar apartado, pero si deseas, puedes compartir conmigo un plato caliente, que nunca te faltará, entonces he de pedir que llegues puntualmente a las cuatro de la tarde, avanzaremos dos horas diarias, tomáremos el té, y también haremos algo que ninguna institutriz se permite, y que por supuesto, yo me permitiré hacer contigo - Le sonrió de forma cómplice, tomó un suspiró largo y prosiguió - Después no seremos sólo clases, sino también amigas, pues tal parece nos hace falta un poco de eso, y las mujeres necesitamos no sólo una mano dura, sino también una que nos enseñé a amar - Y con eso, Frauke simplemente le dejaba en claro ese amor que había deseado, el de una familia, sin importar si tuviera o no su sangre.


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Mensaje por Bárbara Destutt de Tracy Dom Ene 13, 2013 1:07 pm

Junto a Frauke, los silencios no eran incómodos. Para Bárbara, una solitaria por elección, se convertía en una extraña pero no por ello dura realidad, encontrar una compañera de soledad. Podía ver en la mujer la misma falta de compañía sincera que ella poseía, no le interesaba conocer las circunstancias que la habían llevado a convertirse en esa imagen inalcanzable que transmitía, pero tuvo una pizca de deseo de que esa dama tan distinguida, compartiera con ella alguna de sus penas, alguna de sus ataduras. Le hubiera tomado la mano y se la hubiera apretado, pero recién se conocían, aunque, en su interior, creía haber estado con esa dama durante toda su vida. La observó con detenimiento, y pudo reconocer algunas características que recordaba de su madre: el porte estoico, el tono pausado de voz luchando con la pasión de sus pupilas, los modos elegantes y las manos delicadas y pulcras. Los escasos y delgados hilos de memoria que se aferraban a Francesca, iban desapareciendo con el tiempo, y le aterraba el hecho de que algún día se levantara y ya sólo fuera su nombre lo que identificara a quien la había albergado en su vientre. Cuando la muerte se había cruzado con su progenitora, ella era muy pequeña, pero le gustaba traer a su mente el sentir su caricia sobre su cabello y su voz diciéndole “Barbarita mia, amore mio”, en un italiano tan cadencioso que sus ojos se llenaban de lágrimas de lo real que era, de lo nítido del timbre de su voz, de la dulzura con que lo pronunciaba y del amor que le había transmitido. Todo había terminado demasiado rápido, ante sus ojos de niña inocente e incomprendida, ante su mirada perpleja. Había temblado dentro del placard mientras su padre adentraba a su madre a las fauces de la muerte, él nunca se enteraría de lo que ella vio, ni él ni nadie, aunque habría querido tener alguien a quien contárselo, con quien compartir aquella pena…aquel horror. Pero nadie, nunca, le había transmitido la suficiente confianza para tal confesión, y ese preciso instante en que tenía a la señora de Neumann cara a cara, tuvo la creciente necesidad de hablar, de compartir ese gran peso. Estaba volviéndose loca, Frauke, por más encantadora que fuera, era una total desconocida, sin embargo, a Bárbara le era inevitable proyectar esa carencia materna que se esmeraba en rehuir, que enterraba en lo profundo de su alma y que escondía en lo más remoto de sus pensamientos. La barrera volvía a levantarse, y dejó de flaquear, volvió a su habitual frialdad, reprimiendo sus emociones como le habían enseñado, como ella misma se imponía.

Sorbió otro trago de té, uno que apenas le mojaba los labios. Recordaba las lecciones de Leonor en las que le repetía sin cesar que no debía nunca ingerir un trago largo, puesto que haría ruido o se notaría que estaba tragando. “Abuela, pero moriré de sed” le había respondido la niña, y la anciana le corregía diciéndole que, primero, debía decirle “señora” ya que no oficiaba de abuela en ese momento, segundo, que no moriría de sed y, tercero, que si no le hacía caso a lo que le explicaba, dormiría con la luz apagada. De pequeña le había tenido mucho miedo a la oscuridad, a tal punto, que luego de que se dormía iba un criado a apagarle las velas. Cuando pensaba en aquello, le parecía que su vida había estado siempre signada por la falta de luz, ya que, en la adultez, era su alma la que se había sumergido en la penumbra, y no había nadie que ayudara a encender los candelabros. A menudo se recordaba que sólo se tenía a sí misma, y así vivía desde hacía varios años, valiéndose de sus propios recursos para permanecer, para no caer. Caviló que Frauke también era una mujer que hacía uso de los medios que tenía para sobrevivir, imaginó que no debía ser fácil estar bajo la sombra de un marido, y menos de uno como el que sospechaba que tenía. Bárbara jamás conocería aquella sensación, su vida de casada duró menos de cinco horas y no estuvo ni un minuto a solas con el finado Turner, y no sólo eso, si no, que terminó haciéndose cargo de todo lo que éste había dejado. Ella había sido educada para otra cosa, era algo que le recordaba a menudo la madre de su padre en cada correspondencia que intercambiaban, y le sugería contraer un nuevo matrimonio para aunar fortunas y delegar la tarea administrativa a un hombre. La sola lectura de esas palabras le erizaba la piel. Cada frase de la inglesa se colaba en su mente y la hacía reflexionar sobre diversas partes de su vida, tenía una profunda injerencia en ella, algo que era la primera vez que le sucedía. “¿Así se sentirá cuando una hija habla con una madre amorosa?” se preguntó, volviendo a aquel tema que se había colado en un primer momento. Y sonrió cuando la rubia le sonrió, y se sintió dichosa.

Por Dios, Frauke, puedes contar con mi entera discreción y prudencia sobre éste y cualquier asunto. No es mi intención invadirte, ni arrastrarte hacia situaciones que te comprometan —le dijo en un tono de voz pausado aunque firme— Yo…también tengo mis secretos, mis manías, como toda dama —aseguró y acompañó con un asentimiento—, y creo que si nos respetamos, podemos llegar a llevarnos muy bien. No te veo como a una señora de edad más entrada como sugieres, te ves espléndida —debía comentárselo, actitud rara en Bárbara, que siempre evitaba las adulaciones—. Para ser sincera, no creí encontrarme con alguien como tú. Imaginé que serías una señora mucho mayor, algo rolliza —sonrió ante aquello—, demandante y exigente. Pero mira, aquí estamos, charlando como si fuéramos dos amigas de mucho tiempo, compartiendo y mostrando ciertos aspectos de nuestra intimidad que no seríamos capaces de darle a conocer a cualquiera —estiró la servilleta que descansaba en su regazo, sin dejar de mirar a los ojos a su anfitriona — Te agradezco, infinitamente, que me des éste lugar en tu vida. Entiendo que lo nuestro es un negocio, te contrato y me brindas un servicio, pero tengo el presentimiento de que llegaremos a estrechar un poco más nuestra relación meramente comercial, como dices…amigas—. Se llevó hacia atrás un bucle que tuvo la sensación de que descansaba sobre su hombro.

A las cuatro de la tarde me parece un horario conveniente, ya que raramente suelo hacer cosas productivas durante la siesta, más que organizar un poco la limpieza de la mansión. Es demasiado grande para una sola persona, y hay demasiados empleados para atender a tan sólo un habitante, pero es increíble cómo se llena de polvo todo. Y soy bastante obsesiva con la limpieza y la pulcritud —se ruborizó levemente, y en aquellos gestos que eran esporádicos, todavía se mostraba a la niña que obligaron a crecer y que vivía en su interior — Gracias, Frauke, por ofrecerme tu amistad…no tengo muchos amigos, no llevo una vida social muy activa —de hecho, no tenía ninguna amiga— y valoro mucho tu compañía. Tampoco recuerdo mucho a mi madre —¿por qué estaba diciendo eso? — pero tú tienes algunas cosas que identifico con ella —sonrió con timidez, esperando que su comentario no sea mal recibido.



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Mensaje por Frauke Neumann Lun Feb 18, 2013 6:10 pm

La discreción era un tema verdaderamente importante, pero más que eso, la confianza que se puede otorgar o no a una persona. Frauke Neumann conoce a un hombre de toda la vida, desde que son pequeños compartir incluso sonrisas, esas mismas que se fueron con el paso de los años, y que fueron sustituidas por muecas, llantos y bofetadas lastimeras. Conocía a ese pequeño que le regalaba flores por mandato de sus padres, y que le gustaba jugar cerca del lago, pero como a cualquier pequeño Alemán, con padres tan exigentes, la niñez le es interrumpida, y con ella la exigencia, la amargura y la falta de amor se hizo presente. Ella le conocía sus manías, gua gustos y disgustos, incluso podía comprender con un movimiento superficial de sus facciones, todo lo que el hombre deseaba en ese momento. Era curioso que conociera tan bien a alguien, y al mismo tiempo en vez de amarle, pudiera aborrecerlo. La vida había jugado mal sus cartas con ella. Después de veinte años de matrimonio, aquel hombre de entrada edad, de atractivo aún prevaleciente, y de convicciones firmes, era un completo extraño, a alguien a quien simplemente no podía tenerle confianza, porque esa se gana, y en vez de eso prevalecía un miedo profundo. Frauke le tenía miedo a su esposo, y no confiaba en él, Frauke deseaba escapar de Horst Neumann.

Le dolía reconocer, o quizás confirmar de su parte, que el tiempo no implicaba la seguridad y la confianza depositada en una persona. De Bárbara por ejemplo, estaba al tanto desde hace un tiempo gracias a la comunicación y amistad que ella llevó con el viejo Turner, poco conocía de la muchacha, apenas era su primer encuentro, y sentía que podía confiar en ella. El tiempo no importaba en ese momento, sólo las ganas inmensas de sentirse parte de alguien, y creerse indispensable para una mujer, aunque solo fuera un simple negocio. Frauke nunca antes había trabajado, a duras penas se le había dado el permiso de enseñar a señoritas para ser unas correctas damas frente a la sociedad. Hacía cosas que según su marido, eran las ideales para poner en alto su apellido, y también para crear nuevas relaciones, pues si bien, el hombre no era el más sociable, al menos tenía una mujer que enamoraba incluso a mujeres con su trato, y aceptaban hacer negocios con él, gran parte de los negocios que el hombre tenía, habían sido todo un éxito gracias a la rubia, claramente él lo negaría para siempre, porque ante todo, su hombría iba por encima de todo lo demás, y nadie lo podría contradecir.

- Es muy común ver a mujeres con esas actitudes ¿No lo crees? - Soltó una risa discreta, para nada molesta o sarcástica, simplemente llena de complicidad. - Pero creo que ellas padecen… Incluso mucho más que nosotras… Déjeme plantearlo de otra manera, usted y yo tenemos una educación demasiado peculiar, que no cualquiera alcanza con demasiada naturaleza, esas mujeres están tan aferradas en convertirse en lo que no son, en lo que simplemente la sociedad les demanda, lo que sus maridos quieren que sean, y aunque no lo niego, mi marido también desea e impone cosas de mi, en las cuales no estoy muy de acuerdo, siento que todo nace del interior… Que todo sale a la perfección por qué lo hago con amor propio… ¿Acaso no cree que el mundo se maneja del amor? Incluso la pobreza genera amor… Ve como se ayudan aquellos que no tienen… Eso es amor - Terminó sonriendo, era cierto, quizás esas mujeres no tenían amor, quizás ella misma no tenía amor de su marido, pero tenía amor de Hunter, quien era lo más parecido a un hijo, al menos no lo cargo en el vientre, pero lo vio crecer, y le impartió valores.

- Bárbara… - Frauke se llevó una mano al pecho cuando escuchó las palabras de la castaña. Sus ojos se cristalizaron, lo cual la hizo sentir un poco de vergüenza, pues ante todo debía comportarse como la dama que era. - Es un honor para mi aquello que acabas de decir - Sonrió, y la servilleta que tenía en el regazo ahora estaba enredada entre sus dedos, la llevó a los costados de sus ojos, limpiando los residuos que aquel liquido cristalino que la mayor parte del tiempo iniciaba penas, pero que en ese caso llamaba a la felicidad misma - Nunca tuve la fortuna de poner llevar a un pequeño en mi interior, siempre lo quise, siempre lo deseé, aquello era lo que más anhelaba, un bebé, un hijo que pudiera ser mío, simplemente mío, Dios sabe porque hace las cosas, él sabe porque no me otorgó tal beneficio, pero si de algo estoy segura, es que de haber tenido una hija, habría querido que fuera idéntica a usted… ¡Me transmite tanto Bárbara! - Comentó eso último con una emoción imposible de ocultar. - ¿Acaso estaría mal que el tiempo me llegue a creer que usted es parte de mi familia? ¿Cómo a una hermosa hija? - Sonrió de forma amplia, y se atrevió a verla a los ojos, con sumo agradecimiento, con profunda felicidad.


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Un trato con el pasado [Privado] Empty Re: Un trato con el pasado [Privado]

Mensaje por Bárbara Destutt de Tracy Dom Jul 14, 2013 12:05 am

El amor… La sola mención de esa palabra asociada a una pareja, le erizaba la piel, le era tan ajena como repugnante. Estaba convencida de que el amor en los matrimonios no existía, todo era un simple contrato como esos que ella firmaba casi a diario, un trámite, un mandato burocrático e inútil, que sólo servía para conferirles un título más a las personas. El ser humano, desde que llega al mundo, es rotulado. Hijo, nieto, sobrino, padre, madre, abuelo, abuela, todos son motes que no sólo lo identifican, si no, que lo ubican en una condición de inferioridad o de superioridad, pero que en nada se relacionan con el verdadero sentimiento, con aquella pureza de la que se jactan muchos y que poseen pocos. Bárbara fue muy amada por Francesca, la mujer que le dio la vida, de una forma u otra, amada por Antoine, pero entre ellos, no existía aquel vínculo romántico, sólo largos silencios, órdenes cortas e imperativas, asentimientos de cabeza y sometimiento, igual que el vínculo entre sus abuelos. El protocolo los enfundaba para aparentar ser aquellas grandes parejas, pero que en su fuero íntimo, defenestraban la gran moral y se convertían en bestias, o en simples hombres. Ella estuvo a punto de verse atrapada en aquel páramo desolador, pero para bien o para mal, enviudó en el mismo momento en que se casó. No podía negar que la situación de su flamante esposo muriendo a su lado era triste y hasta premonitoria de su vida en soledad, pero agradecía nunca haber tenido que consumar su matrimonio. Lord Turner no parecía una mala persona, pero era hombre, y con eso bastaba para que a Bárbara le provocara desesperación. Había sido respetuoso en el altar, y sólo le había rozado la mejilla con los labios cuando el cura los consagró, y ella se lo había agradecido con una mirada, que él había sabido interpretar, pues asintió. Quizá, el ya difunto, olía o presentía que el alma de su joven esposa estaba atormentada, a veces, a Bárbara, cuando se le presentaba la situación en su cabeza, creía que su marido había logrado ver un poco más que la estampa elegante e impoluta de ella. Lo valoraba, y le hubiera gustado conocerlo como amigo, se habrían llevado bien en los negocios y apoyándose el uno en el otro, habrían logrado ser una dupla casi invencible. Se notaba la mente brillante del inglés en todas y cada una de sus anotaciones privadas.

Frauke, espero no se moleste con éste comentario, pero… —hizo una pausa y levantó imperceptiblemente el mentón— No creo en el amor. He tenido pruebas suficientes para saber que el amor es una construcción racional, lucubrada por mentes que necesitan dominar, e inventaron un mecanismo irracional para justificar reacciones desmedidas. —tomó una galletita de un pequeño plato que había a su izquierda, se limpió con la servilleta que descansaba en su regazo, y luego se mojó los labios con el té. — La solidaridad, el compañerismo, son valores a parte, que nada tienen que ver con el amor que se prodigan los hombres y las mujeres por su condición de tal, esa pasión que los mueve no existe, es, simplemente, una reacción física que se acaba con la misma rapidez con la que termina. Eso explica tantas mujeres maltratadas, desdichadas, abandonadas, y tantos hombres solitarios y errantes, que descartan las familias que construyeron durante años. —esa historia era tan de Bárbara como de tantas personas que habitaban el mundo. La joven bebió su infusión con tranquilidad, como si sus palabras fueran la verdad más pura e irrefutable, y, en cierta manera, era su verdad, nadie le haría cambiar de parecer. Hacía muchos años que vivía y pensaba de aquella manera, y no existía poder que la cambiase. Bárbara estaba desilusionada de las personas, de los sentimientos, de todo lo que la rodeaba. Un día, a esa niña alegre, le apagaron la esperanza y la dejaron sin sueños.

Había sonado dura, muy lejos de lo que quería ser con la adorable Frauke. Se notaba en lo opaco de su mirada su profunda soledad. Le había confesado un dolor hondo y eternamente oscuro. La viuda no deseaba tener hijos, nunca los tendría a pesar de estar capacitada para ello. ¡Cuánto hubiera deseado poder darle su salud y que ella concibiera en su vientre un niño! No tenía dudas de que la mujer hubiera sido una gran madre, con la dulzura característica, las manos delicadas que acariciarían al retoño con profundo amor y ese corazón que se notaba a leguas, albergaba una nobleza sin precedentes. Sintió una punzada de angustia al saber que ese anhelo de Frauke nunca sería cumplido, que su cuerpo no estaba capacitado para engendrar vida. Bárbara no se imaginaba padeciendo alguna enfermedad, era una muchacha fuerte, difícilmente contraía un resfriado, y nunca se había planteado el hecho de no tener su periodo cada mes, ni siquiera sentía dolor con él, muchas mujeres se quejaban de eso, pero, viéndolo desde la perspectiva de la anfitriona, estar incompleta –porque así era visto por la sociedad-, debía ser una gran frustración. Difícilmente alguien se detenía a pensar en el dolor ajeno, en las discapacidades de los demás, en las ausencias irremediables. No hay quien no tenga un pasado, no existe el hombre sin historia, todos cargan sobre sus hombros las pesadas cruces, amarrados a cadenas de las cuales es imposible la liberación. La joven pudo percibir que la dama que tenía frente a ella, necesitaba la libertad, salir de la jaula de oro, desplegar sus alas y, simplemente, volar. Deseó que alguien, algún día, abriera la portezuela de la jaula de Frauke, y le brindara momentos de felicidad, de plenitud, de dicha, de consuelo. <<¿Y para ti, Bárbara, qué deseas?>> se preguntó a sí misma. <<Ya no tengo salvación>>, y la respuesta que su propio inconsciente le regaló, fue un cachetazo de realidad, se empapó de su propia amargura. Bárbara Destutt de Tracy era una pobre mujer.

Lamento tanto que no haya podido cumplir su deseo de ser madre. Pero Dios, querida Frauke —estiró su mano para tomar la de la mujer—, estoy segura, le ha compensando o le compensará de otra manera. Él hará que a su vida llegue alguna bendición tan grande que se le inflará el pecho por no saber dónde guardarla —levantó las comisuras, apretó los dedos suavemente, y la soltó. Se había sentido tan agradable la tibieza de su piel y su suavidad. —Ha compartido conmigo algo muy profundo, algo de lo que gran parte de las mujeres de nuestra posición se avergonzarían de admitir. Ya somos familia, Frauke, ya lo somos —y la perspectiva le pareció extraña. ¡Acababan de conocerse! Hacía poco más de una hora, eran completas desconocidas que sólo habían cruzado correspondencia, y en ese momento, ambas parecían viejas y mejores amigas. Bárbara recordó la cabellera renegrida de Francesca, su piel de porcelana, sus enormes ojos negros, sus labios gruesos y rosados, sus uñas pulcras, y si bien no existía parecido físico, sin dudas, la analogía que había hecho minutos antes, era completamente justificable. La mamá de la francesa tenía la misma mueca de infelicidad que Frauke. Quizá, el denominador común de las mujeres casadas con hombres poderosos y de dudosa reputación, era el mismo, una vida tirada a un abismo de sumisión y desdicha, de sometimiento y desgracia. Bárbara se daría un tiro en la boca antes de caer presa de algo así.



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Mensaje por Frauke Neumann Sáb Ago 03, 2013 3:03 pm

Escuchar a los demás era una tarea completamente difícil, más cuando tu interior está plagado de secretos que, de ser revelados, probablemente terminarías por cavar tu tumba y no salir de ella jamás, pero ella podía hacerlo, tener la paciencia para saberse hacer del oído para el bien de los demás y del suyo propio. La hermosa rubia miraba directamente a los ojos de aquella castaña. No es que quisiera ofenderla, pero Bárbara no parecía una flor rebosante de colores, por el contrario, parecía una planta marchita, que ni siquiera buscaba ser revivida con el riegue y los cuidados adecuados. A su corta edad parecía incluso tener un alma más vieja que la suya, incluso más arrugada, eso era lamentable. Alguien que posee toda una vida por delante debería tener otras aspiraciones, no centrarse únicamente en el pesado mundo de los negocios, aunque eso, sin duda, podía alimentar también el alma, distraer la mente, y mantener tranquilo al corazón. Una vez había escuchado a un amigo de Horst, su esposo, decir que el trabajo no lo era tu, que sus lujos eran gracias a él, pero la carencia de tiempo para con su familia lo estaban hundiendo ¿Sería eso cierto? Quizás, aunque ella sólo podía emitir una opinión de ideologías tomadas por ajenos, pues suya propia no, ya que jamás había trabajado, más que para lucir como el hermoso trofeo que adornaba la mejor vitrina de su marido.

Podría comprender que alguien perdiera las esperanzas del amor, pero lo que no podía concebir era que alguien fuera tan egoísta, como para decir que el amor no existía, solo por no haberlo experimentado. El amor no sólo se encerraba en el de una pareja, también por una madre, una hermana, un hijo, o incluso un desconocido que llega a apoderarse de su corazón. La mujer negó, pero ella no era nadie para llevarle la contraria a la muchacha, si ella deseaba creer en eso, entonces bien, y no es porque Frauke Neumann no tuviera la posibilidad de demostrar lo contrario, pese a tener toda una vida llena de penas o tristezas, ella aún creía, porque incluso el amor a Dios podía estar a su alrededor, inflando el pecho de unos u otros. ¿No lo veía ella? La castaña misma hablaba de Dios y entonces se contradecía en sus palabras ¿qué pasaba con todo el entorno entonces? Incluso se hay amor a los negocios, a las riquezas, a la codicia misma, un amor bizarro, interesado, pero existía. Suspiró con pesadez. ¿Qué más podía hacer? Nada.

- No lamentes lo que yo no lamento - Comentó, porque era cierto, aunque ella hubiera deseado con todas sus fuerzas tener un hijo, daba gracias a que eso no hubiera pasado, pues llevar a un bebé a esa vida de dolor, tristeza y desgracia no era más que egoísmo, que ni ella misma se iba a poner perdonar nunca, sería una condena que jamás podría sacar de sobre sus hombros. - No espero recompensas, por que la vida no se debe vivir solo para ver que te puede caer de bueno, Bárbara, lo único malo que hacemos los seres humanos es esperar lo bueno, sin ni siquiera aprender a gozar del dolor que cargamos en su momento, cuando me casé con Horst sentí que era lo mejor que me había pasado, y ese momento, ese recuerdo sigue siendo el mismo, sigo pensando que así lo fue, porque en su momento lo gocé, lo que vino después ya es otro tema - Se encogió de hombros con naturalidad, sin ser ordinaria, aun con ese porte de reina, y de mujer recatada. Ella incluso en el llanto no perdía la compostura, porque así se le había educado.

- Cuéntame un poco, ¿tu familia sanguínea? ¿qué hay de ella? ¿No hay historias fantásticas para contar? - Su sonrisa se mostró de forma delicada, ella siempre sabía que los lazos familiares dejaban en claro también conductas de las demás personas. Los relatos, las muecas de una expresión, si le preguntaba por su padre por ejemplo, ella mostraría tristeza por más que intentara portarse normal, serena, por eso buscaba conocer un poco más de Bárbara, así sabría que cosas no abordar o cuales comenzar a trabajar, no sólo se trataban las cosas de los modales, también del alma, de como sanar heridas para también actuar al natural.


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Mensaje por Bárbara Destutt de Tracy Mar Abr 29, 2014 8:00 pm

No había necesitado demasiadas explicaciones para comprender las ilusiones rotas de una joven Frauke que se casaba con el hombre elegido para compartir el resto de sus días. Un extraño cosquilleo le recorrió el cuerpo, ya que jamás tuvo ni la oportunidad de poder elegir sobre su matrimonio, simplemente, la habían obligado a contraer nupcias con un desconocido que casi la triplicaba en edad. Había creado, en la víspera de la boda, cientos y cientos de fantasmas sobre su persona, había inventado historias que lo convertían en un monstruo que la ataría a la completa infelicidad, si era posible ser más infeliz que Bárbara en aquellos turbulentos tiempos. Si bien siempre se había negado a tal lazo, Lord Turner, el poco tiempo que compartió con ella, aquellos escasos momentos frente al altar y la fiesta de celebración, borraron por completo la imagen satánica que la muchacha había erigido. Terminó siendo amable, un hombre correcto, un caballero de verdad, que no tuvo ni una mirada de lascivia hacia ella como tantas veces había visto reflejada en los ojos de su abuelo. Bárbara supo que ese día acabaría el lazo con los Destutt de Tracy, que su marido sería capaz de devolverle las esperanzas en la humanidad, pues había sido más comprensivo y amable que todos aquellos a los cuales conocía. Pero Lord Turner terminó muriendo ese mismo día, sin haber consumado con ella el matrimonio, sin haberle otorgado si quiera un instante de disfrute en toda aquella jornada. Frauke era una verdadera afortunada si podía tener momentos de su vida en los cuales había placer y alegría. Los de la viuda estaban enterrados tan profundamente, en la tierna inocencia de la infancia, que difícilmente los recordara alguna vez; y cuando lo hacía, sólo melancolía y una honda tristeza se apoderaban de ella, abatiéndola y mostrándole su miserable realidad.

Sabias palabras —reflexionó en voz baja para no interrumpir su relato. Era bueno saber que su anfitriona no lamentaba el hecho de no haber tenido niños. Ella tampoco los tendría, pero no por obra de la naturaleza, pues su sangrado bajaba regularmente cada mes, recordándole una fertilidad de la que nunca haría uso. Si fuera posible, la hubiera cambiado con Frauke. Ella hubiera merecido su descendencia. —Los hijos suelen acarrear responsabilidades demasiado grandes. No es sabio traer niños al mundo sólo porque se tiene la capacidad o se está casada. Si de mi depende, jamás tendré uno, la maternidad no ha sido hecha para mí. Usted debe haberlo percibido, no disfruto —si es que así podía llamarse— de las cosas comunes, tengo una vida distinta, y sería imprudente y hasta diría insensato condenar a un hijo a que viva a mi ritmo. De todas maneras, considero que los momentos de goce son efímeros, hemos venido a sufrir, a purgar los pecados de Adán y Eva. ¡Una verdadera ironía! Ellos ni deben haber existido y el cuento nos condena a todos. Y lo dice una mujer católica —aclaró tras su herejía. Si alguien que no fuese la rubia la escuchara, sabía que tendría serios problemas.

Hablar de su familia era algo que a Bárbara la incomodaba demasiado. Su postura, otrora relajada, pero no por ello menos elegante, se tensó automáticamente. Sí que había historias fantásticas que contar. Muertes trágicas, asesinatos, violaciones, corrupción, secretos, mentiras, evasiones de la ley, un sinfín de cuentos de terror que pondrían los pelos de punta hasta aquellos menos impresionables. Claro, es que nadie podía dudar de la intachable moral de los Destutt de Tracy; sin embargo, la viuda era la muestra viva de aquel eslabón siniestro que componían la cadena que conformaban sus parientes. Su posición la convertía en cómplice, en partícipe necesaria. ¿Por qué no ventilaba de una vez todas las miserias que la rodeaban? Por vergüenza, nunca más sería respetada –algo que dudaba que fuera, pero que, al menos, podía intentar ser- de saberse sobre los abusos a los que fue sometida. Eso había sido hacía mucho tiempo, quizá una eternidad, y llorar sobre la leche derramada, a esas alturas, ya era necesario. Además, no dudaba de que sus familiares echarían mano a recursos de dudosa ética para defenderse de sus acusaciones. Ella había continuado su camino, marcada por la bestia, con el alma sangrante de desilusión, desamor y abandono, pero lo había hecho, y allí radicaba su mayor orgullo.

Una familia tradicional —fue su simple contestación. Supo que debía dar alguna explicación más— Mi madre falleció cuando era muy pequeña, tengo escasos recuerdos de ella. Por el trabajo de mi padre, su carrera militar y sus estudios, fui llevada a vivir con mis abuelos. Ellos están casados hace muchos años, y tienen las costumbres propias de la gente de su edad —su expresión no transmitió ni un deje de afecto por los que la habían criado, ni por su progenitor, principal causante de sus desgracias— Si hay historias fantásticas, jamás me han sido reveladas —hizo un intento de sonar graciosa. Supo que no lo consiguió, el humor no contaba entre sus virtudes. —Mi educación fue muy estricta, no hubo tiempo para  cuentos o juegos —mojó sus labios con té— ¿Y de usted qué puede contarme? ¿En su familia sí hubo historias fantásticas? —preguntó tras dejar el pocillo sobre el platito, sin hacer un mínimo ruido al apoyarlo.

PD: No tengo perdón de Dios por la demora. Mil disculpas.



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Mensaje por Frauke Neumann Jue Jun 05, 2014 7:40 pm

La intuición femenina resultaba ser una ventaja para ese tipo de ocasiones. Frauke, quien la mayoría de las veces guardaba silencio, no pudo evitar querer soltar un sin fin de frases, sin embargo se detuvo, correcta cómo su educación firme, elegante y tranquila cómo se suponía debía mostrarse en ese momento. Sintió el cambió de humor de Bárbara, quizás ligero, probablemente poco perceptible, pero a fin de cuentas lo había notado, y debía respetar el espacio de Bárbara, sus recuerdos, sus desgracias, sus dolores internos, ella tenía un par, claro, de esos que le avergonzaban porque en sus manos no se encontraban, porque no había forma que pudiera evitarlos. Se limitó a estirar su mano para tomar la ajena, a darle una caricia superficial en el dorso a la señorita, y a sonreírle con ánimo, o al menos intentar dárselo. Traer malos recuerdos a una memoria podría llegar a ser perjudicial, hasta el más helado de los corazones necesitaba privarse de esas malas sensaciones, porque incluso el hielo se derrite, ante el sol, y la noche termina con el inicio del día. Más valía intentar zanjar el tema; uno de los problemas que también recaían, es que intentar evitar un tema no se olvidaba, por el contrarío, se iba lentamente clavando en el fondo del corazón, y no precisamente para mantenerlo a raya, sino que afectaba como una daga clavada en el centro del mismo. ¿Y si buscaba llegar a lo que era? Podría ser imprudente. Lo más probable.

Mucha amargura se encuentra alojada en su corazón, Bárbara, y espero no se ofenda a que lo diga. Que posea mucha responsabilidad sobre sus hombros no indica que deba privar su vida de los placeres. Nadie debe de saberlo, incluso la pasión de un amante se encierra en cuatro paredes, y se debe ser lo suficientemente inteligente para que las paredes no transmitan lo que hay dentro — En confianza se encontraban, por eso se atrevía a hablar con tanta naturalidad — No me refiero a que busque simple placeres carnales, para nada, pero incluso podría ir a la montaña, a relajar su cuerpo, su alma, leer un buen libro, tomar una taza de té, querida Bárbara, tiene usted los ingresos para darse los lujos, no los desaproveche, la vida es muy corta cómo para desperdiciarla, y nosotros no hemos venido a cargar pecados ajenos, Dios no nos juzga de esa manera, sólo coloca sobre nosotros la cruz que sabe podemos llevar, no lo olvides, después de eso las recompensas llegan, Bárbara, además eres joven — Sentenció sin dejar de mirarla a los ojos, dándole de nuevo un apretón en aquella unión de manos que no se había interrumpido.

Ella no era el mejor ejemplo de vida, tampoco de esperanza, mucho menos de que todo fuera mejorando, sin embargo podía dar el consejo que creía conveniente, ese que soñaba y sentía con el corazón que podía funcionar. Porque Frauke podría ser controlada por una estatua (porque carecía de sentimientos), pero eso no la alejaba a ser buena, a pensar y desear el bien, y creer que lo que su corazón dictaba, era lo que debía ocurrir. Las mujeres se debían regir por el amor, por las corazonadas que el corazón otorgaba, no por reglas frívolas de la sociedad. Lamentablemente la sociedad la mandaban los hombres, quienes se suponían eran el sexo fuerte, quienes protegerían a los suyos sin importar nada. Aunque claro, ellos eran los principales en ocasionar daño. ¿Podría ser más irónica la vida? Por supuesto que si, sin embargo era lo que había.

Deberíamos poder tomarnos ese tiempo, sin que nada más nos importara, créame, sus negocios jamás se irán, no se perderían, cuando un apellido es importante, el resto lo respeta, se sienten incapaces de tocarlos — Lo decía por experiencia, lo sabía de memoria por lo que pasaba con los negocios sucios de su marido.

Vamos, Bárbara, tenemos una vida para poder contarnos la realidad de nuestra vida, ¿por qué esta noche? — Le sonrió, y soltó su mano — Deberíamos planear una salida al campo, las buenas mujeres dicen debían aprender del cultivo, así se podía escoger con precisión los mejores alimentos — Le guiñó un ojo, ellas no necesitaban saber eso, pero un pretexto así podría ayudarlas a salir de lo que vivían. Lo cierto es que no se necesitaba mucha ciencia para poder convencer a un hombre para poder salir a tomar aire libre. Al menos su marido se lo concedería no porque le pareciera lo más adecuado, pero si para seguir manteniendo esas apariencias que tanto le gustaba tener.


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Mensaje por Bárbara Destutt de Tracy Lun Jul 28, 2014 12:00 am

Bárbara no recordaba la última muestra de afecto que había recibido en su vida. Quizá una felicitación sobria y escueta de su abuela ante un aprendizaje, pero no una caricia, un mínimo aliento, un pequeño gesto que le recordase que en su vida aún podía sentir la calidez del aprecio ajeno, que alguien veía en ella algo más que una máquina de generar conocimientos y ganancias. Estuvo a punto de retirar su mano, más sorprendida que por una ofensa, pero la tensión del primer segundo, le dio paso a lo más parecido a una sonrisa que su boca podía dibujar. Por pocos momentos, su expresión se relajó, abandonando su habitual seriedad, y cayó en la cuenta que con Frauke podía estar tranquila. Hacía mucho tiempo que no podía ser ella misma, que no podía expresarse con total libertad; permanentemente buscaba las formas, el protocolo, la mejor manera de decir algo para conseguir lo que deseaba. Había ido allí a conocer a una amiga de su difunto esposo, a conseguir un favor de ella, más guiada por el qué dirán –pues conocía las habladurías de que no se instruía como una dama debía hacerlo- que por una intención personal. Sabía a ciencia cierta que las mujeres tenían fuerte influencia en las decisiones de sus maridos, y prefería mantener la cordialidad con las esposas de sus socios, potenciales inversores o posibles asociados, a que ellas soslayaran en los oídos de sus respectivos compañeros, alguna frase que perjudicara su vida de negocios. A pesar de sus intereses frívolos, terminó encontrando aquella maravillosa figura, que parecía sacada de algún cuento de hadas más que de la vida real. Frauke Neumann representaba todo a lo que una mujer de bien debía aspirar, y si Bárbara hubiera sido otra clase de muchacha, hubiera sentido una gran tristeza de saber que nunca llegaría a rozarle si quiera los talones a la envergadura de la rubia.

No soy dada a los placeres, Frauke —de hecho, había perdido el sentido del goce. Bárbara no disfrutaba de nada, a veces, ni siquiera de acertar en una inversión o que un emprendimiento se encauzara y le devolviera su esfuerzo con creces. —Y la juventud es relativa. Hay personas de corta edad que han vivido mucho —<<tal como yo>> pensó, pero no agregó— y tienen alma de ancianos, y ancianos que tienen alma de jóvenes. Es realmente de admirar aquellos pertenecientes a la tercera edad, pero que son dueños de una vitalidad asombrosa —se sentía incómoda hablando de sí misma, que la atención se centrase en ella en una charla que comenzaba a indagar en temas escabrosos y en terrenos para nada seguros, le generaba la sensación de querer huir, de correr hasta un lugar donde nadie la conociese, donde fuese una completa extraña, sin pasado, sin futuro, que tuviera en sus manos sólo un presente que controlar, y nada más. Lo que más hubiera querido en la vida, era ser dueña de ella misma.

Su existencia, desde la niñez, había girado en torno a sus metas y las expectativas que los demás tenían puesta en ella. En su adultez, ya su círculo íntimo, aquel que conformaba su familia de dudosos sentimientos y de moral inexistente, no tenía injerencia directa; pero eran los propios objetivos y las propias exigencias lo que la mantenían aferrada, atada al ajetreo de una cotidianidad acelerada. Pasaba sus horas buscando la manera de no pensar en su persona, de olvidarse de lo que la había llevado hasta allí. Para su pesar, Bárbara era demasiado conocedora de sus puntos débiles, aquellos que tanto se esmeraba en ocultar de todos, pero de los cuales no podía desprenderse. Había intentado una y mil maneras, y la única forma que encontró de sobrellevar su pasado, era envolverse en la vorágine de los negocios que heredó y armar una capa protectora a la que nadie tendría acceso. Por ello, no le agradaba en lo más mínimo la veta sensible que comenzaba a tocar la sencillez y la ternura de su anfitriona. Algo le decía que aquel aspecto pacífico y angelical, era una máscara; al igual que ella, Bárbara sospechaba que Frauke había decidido cubrir sus miserias con un caparazón de dama honorable y amorosa. Coincidían en dos puntos: ocultar lo que las dañaba y en ser dos damas. Claro que la empresaria, no era encantadora como la rubia, pero sí sus modales eran exquisitos y sus virtudes podrían ponderarse en el tribunado romano.

El apellido no es nada si una no lo construye. En mis negocios estoy sola, dependo de mí. Uno de mis mayores defectos es el no poder delegar ciertas responsabilidades. Usted conoce éste mundo, para las mujeres nada es fácil, todos nos cuesta no el doble, si no el triple en algunos casos —meneó suavemente su cabeza, en un gesto de resignación. Le pareció poco cordial su actitud negativa, y asintió con cortesía ante la sugerencia de Frauke. Le aterraba la idea de lanzar al viento por un día entero todas sus obligaciones, para perderse en el campo, en una salida de ocio, recibiendo la calidez del sol y aprendiendo sobre cultivos, que en nada le ayudaría para sus empresas. Sin embargo, le parecía realmente espantoso rechazar la invitación.

Me parece una estupenda idea. Entre las propiedades que heredé de Lord Turner, se encuentra una hacienda a las afueras de la ciudad. Es un lugar apacible, los trabajadores son dedicados y amables. No voy mucho allí, pero ésta es época de siembra, hay una gran actividad, creo que le gustará. Le puede parecer muy interesante un emprendimiento joven, apenas tiene dos meses, pero decidí hacer una pequeña inversión en apicultura, y es realmente extraordinario el trabajo de esas pequeñas criaturas en sus panales. Espero que no sea alérgica, nunca falta la abeja traviesa que deja su aguijón en algún humano, lo cual es lamentable, porque significa una menos —bromeó con toda la gracia de la que era capaz— Podríamos ir, siempre y cuando no piense en un destino mejor. Quizá ya tiene algo en mente —Bárbara estaba decidida a seguir lo que Frauke le dijese, y estaba segura que, más allá de la afinidad que tenían, aquel paseo, tenía algún fin especial. Se preguntó cuál.


OFF: ¡Feliz cumple! Te quiero con todo el corazón.



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Mensaje por Frauke Neumann Mar Ago 19, 2014 1:34 pm

La vida de Frauke se modifico rotundamente de un día para otro. Todo fue distinto desde el día de su matrimonio. La felicidad que creía tener se le había esfumado, se coló de entre sus dedos cómo el agua misma queriendo ser capturada. Los primeros años le habían costado mucho trabajo. Debía atender a un marido que la veía siempre con el semblante serio y los ojos inquisitivos. Por sino fuera poco eso, sus caricias no eran esos, sino que parecía le pasaban una lija por el cuerpo. Además de eso, tenía que soportar que le hiciera "el amor" de una forma enfermiza, violenta, y casi depravada. Cuando Horst se marchaba de casa y la dejaba en soledad, se la pasaba horas enteras llorando, lamentando su situación, y buscando remedios para ocultar su tristeza, pues la hora de regreso del señor Neumann se apresuraba en aparecer, y según Horst, lo menos que podía hacer por él era verse perfecta, hermosa y radiante, de esa forma recordaba porqué debía seguir a su lado cómo mujer, y no desecharla. Todo en un principio había pasado de tonalidades de colores, a sólo el negro y el blanco, pero el tiempo le ayudó, la hizo sabía, firme y también le enseñó a apreciar lo que verdaderamente valía la pena de la vida. Dejó a un lado su careta superficial y supo ser feliz a su manera.

Frauke se refugió en Dios primero que nada. Aquello tenía sus ventajas, no por que Horst fuera un hombre religioso, para nada. Sino que, ante los ojos sociales, tener a una mujer tan pegada a aquel ser supremo era sinónimo de confianza, y muchas veces eso ayudaba a que su marido pactara grandes negocios. Se dio cuenta que refugiada en el altísimo, y en ella misma muchas cosas podían cambiar. Gracias a eso llegó Pierrot en su momento, y Hunter después, ambos pequeños le habían iluminado, y gracias a ese brillo propio, que su marido no pudo apagar, la señora de Neumann se había hecho importante en la sociedad inglesa, a tal grado que habían solicitad de su conocimiento, de su elegancia, de su sabiduría. Pudo formar una academia prestigiosa (en su propio hogar), de jovencitas, y saberse generadora de grande ganancias en el hogar la hacía sentir orgullosa. Aprendió que la vida le daba lo que perdía, y que no se debía sentir nunca mal por lo que acontecía a su alrededor, todo eran grandes lecciones. Sin embargo, a muchas cómo Bárbara, no les llegaba aún esa iluminación. Seguían lamentándose por todo, y amargando su lindo corazón. Porque Frauke Neumann estaba segura que dentro de esa coraza existía una mujer maravillosa, y no precisamente por sus logros económicos.

La rubia bebió un poco más de té escuchando las pocas palabras que le dirigía la muchacha, y asentía repetidas veces para que se diera cuenta que le estaba poniendo atención. A veces se sentía estúpida haciendo esos gestos, pero eran normas de etiqueta que se había aprendido desde su infancia. Simplemente existían cosas bien aprendidas que no se podían borrar, que surgían en automático.

En realidad para las mujeres es más fácil, claro, si sabemos utilizar el encanto, no hay hombre o incluso mujer que no se resista a eso, y no hablo de los encantos sexuales, muchas personas relacionan el éxito a eso, y quizás en parte tienen razón, pero la sociedad está tan maltrecha que lo que buscan en el otro, por muy negocio turbio o correcto que sea, un poco de comprensión, comprensión en pensamientos, en ideologías, o incluso comprensión por falta de aprecio, si lo analiza un poco se dará cuenta, madame — Ella había sido clave en muchas cosas de la vida de su marido, a tal grado que el negocio más grande que habían tenido lo obtuvieron por la perfecta sonrisa que la mujer le entregaba a gente llamada "nuevos-ricos". Se debía ser inteligente no sólo para las firmas y para los números.

Puedo asegurarle que no soy alérgica a muchas cosas, gracias a Dios, y que tampoco tiendo enfermar rápido, mi alimentación y el ejercicio que me ponen diario me mantiene bien, por lo que un piquete de abeja puedo aguantar sin problema, la edad no importa en este caso — Frauke podría tener cuarenta años, pero se sentía demasiado viva, en plena etapa de vida, así que le importaba poco si la notaban débil o fuerte, ella sabía hasta cuanto resistía — Además, no creo que vayamos a ver a las traviesas amigas, sino a enseñarle a disfrutar vivir — Mencionó con firmeza, porque no estaba bromeando, y porque se empeñaría en guiar a Bárbara e iluminar su camino, en enseñarle que no todo estaba perdido.


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Un trato con el pasado [Privado] Empty Re: Un trato con el pasado [Privado]

Mensaje por Bárbara Destutt de Tracy Vie Dic 19, 2014 8:38 am

Comprensión. Aquella palabra la abofeteó con fuerza, le sacudió el alma. Había ido en busca de aquello, tiempo atrás, en un acto de rebeldía que sólo la llevó a convertirse en la persona que era en ese preciso instante. Si no hubiera sido por aquel extraño accionar, tan contrario a lo que ella había sido desde la infancia, no estaría en ese momento conversando con Frauke Neumann, ya que el castigo de su padre fue unirla en matrimonio con un hombre que casi la triplicaba en años, el finado Lord Turner. Él había muerto dejándole un imperio, con los lingotes de oro que guardaba en la bóveda secreta del banco, podría construir la imitación del Palacio de Versalles, y agregarle habitaciones. Seguramente, en su familia, creyeron que le habían aplicado un correctivo, pero la mala fortuna había doblado su camino, y el inglés terminó muriendo sin haberle tocado un pelo, algo que los Destutt de Tracy se encargaron de ocultar, para que nadie fuese capaz de posar sus manos en tremenda e incalculable fortuna, con la idea de que serían ellos los que terminarían haciéndose cargo de la misma, debido a la supuesta incapacidad de Bárbara para manejarla. Pero, una vez más, el camino se torció para la patricia familia, y la más joven y única heredera, les demostró que estaba más que preparada para la tarea que le habían puesto en frente. Primero, lo tomó como una afrenta hacia su padre y abuelos, hasta que el gustito dulce del éxito y la avidez de conocimientos que incorporaba diariamente, se convirtieron en el consuelo a su humillante y maltrecha existencia. Sabía que no necesitaba nada más.

Bárbara se había convertido en una dama fría y calculadora. Tenía la certeza que la “comprensión” le había sido extirpada el día que el jefe de su familia, la obligó a desnudarse para él. Sólo sentía tibieza en su alma con los animales, y en alguna que otra ocasión con los niños desnutridos que pululaban por los barrios pobres de París. Pero ella vivía en su frasco de finanzas, en la impenetrable muralla que suponía su reinado económico. Era una mujer extremadamente recta, jamás había estafado ni conseguido algo de una manera dudosa, y todo lo que tenía tras la muerte de su esposo, había sido logrado con esfuerzo y dedicación, sin echar mano de artilugios, sin necesitar un marido. Aquellos hombres que utilizaban a sus esposas para alcanzar una meta –los había, y muchos- le parecían puercos débiles y cobardes. Si ella, como una simple mujer, con los prejuicios de una pacata sociedad, era capaz de estar al frente de empresas exitosas, de haberse vuelto competitiva en el mercado, de ser la cabeza del Banque de France, una de las primeras instituciones bancarias que tenía Europa, y que mantenía al hilo hasta los más poderosos, ¿por qué ellos no habrían de hacer lo mismo, siendo hombres, y teniendo su sexo a su favor?

Lamento disentir con usted, Frauke, pero creo en la razón y no en el encanto. El ser humano, no se resiste al brillo, a la fortuna, al dinero; conozco personas encantadoras, que dilapidan el trabajo de años o que no logran acertar en un negocio, por más que sonrían y empaticen con el resto. El mundo, tal y como lo concibo, tal y como lo conozco, es para los valientes y los inteligentes, para aquellos que están un paso por delante de sus competidores, y si es necesario, dos. Es una tarea agotadora, no hay descanso posible, no hay margen de error, es encarnizado, pero, permítame que le diga, es maravilloso. Yo encontré mi lugar, sin la necesidad de ser, precisamente, encantadora —entre las tantas virtudes de Bárbara, ésta, justamente, no se contaba entre ellas. Pero la naturaleza la había dotado con la belleza, y si bien se negaba a aceptar que eso le jugaba a favor, sabía que, en muchas ocasiones, una mirada perdida en su escote, una suave relamida de labios, habían conseguido lo que horas y horas de debate no lo habían logrado. Pero eso era algo que se lo reservaba, para lo más profundo de sus pensamientos, ya que se sentía humillada ante ello.

Se nota, a leguas, que es usted una mujer sumamente vital y maravillosa, Frauke. Además de que aún es joven y hermosa —la doblaba en edad, pero eso no era símbolo de vejez- En dos semanas, tengo planeada una visita a la hacienda –la viuda siempre sabía de memoria sus planes dentro de los treinta días posteriores-, viajaría un sábado antes del amanecer, para llegar y degustar los manjares de los campesino. Si gusta, podemos concretar para ese día, haríamos el trayecto en mi carruaje, si no le parece inconveniente —decidió no emitir comentario sobre la última frase de la anfitriona, y sólo elevó suavemente sus comisuras. —Admito que me entusiasma la idea de que conozca la hacienda, es un lugar verdaderamente placentero. Si decide que irá, mañana mismo envío una nota para que pongan en condiciones los aposentos, y quede en perfectas condiciones cada rincón de la residencia. En ocasiones he llegado de sorpresa, para ver si el trabajo estaba haciéndose correctamente, pero ésta es una visita especial, con una persona especial.



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Mensaje por Frauke Neumann Lun Ene 05, 2015 5:50 pm

Frauke, esposa de Horst Neumann había vivido una vida de infierno. Constantes represiones, encerrada las veinticuatro horas, comiendo sólo lo que se le ordenaba, apretujando más de la cuenta su cintura para verse más espléndida para su marido, con constantes gritos, insultos, y agresiones. Ella no perdía esa llama de la esperanza, ni mucho menos el amor al mundo, a la humanidad. Entendía que su vida había sido dura por alguna razón, y que quizás en medio de los dolores debía tener una enseñanza positiva. Había tenido lapsos buenos, incluso personas especiales que la llevaron a sonreír y no caer. No se veía amargada; no lo era. La mayor parte del tiempo brindaba paz, armonía, y justicia a los demás. Con sus notables cuarenta años se podía decir que le faltaba el tiempo para reconstruir su camino, no por eso lloraba, se reprochaba o se sentía por encima de los demás, y tampoco por los números éxitos que le había ofrecido a su esposo, creía que lo sabía todo. Debía acepta, no amarse, no reprochar, y tampoco echar culpa a sus desgracias por su amargura. Eso era lo que menos haría. Aunque quisiera, estaba consciente que ser así no implicaba que los demás lo serían o debían de serlo, le hubiera gustado, pero no pasaba ni pasaría eso.

Sentía tristeza por las formas de Bárbara. Se le notaba en demasía su amargura. Su rostro hermoso y bello apenas y sonreía, mejor dicho, ni siquiera lo hacía. La juventud la tenía a su favor, y su tuviera ganas de ver la vida de otra manera, tenía la edad y el tiempo para poder empezar de cero. El dinero, los negocios y ser alguien de renombre no te daba felicidad, para nada. Te otorgaban una vida llena de riquezas, una vida cómoda, una buena alimentación, salud e higiene, pero la felicidad no dependía de eso, nunca lo dependió, ni lo dependerá. Frauke quiso saber todo de ella en ese momento, aunque al mismo tiempo prefería guardarse sus reservas, no era una mujer indiscreta, y tampoco sería una entrometida, lo que ella quisiera compartirle lo recibiría con mucho gusto, pero sólo eso. De sus labios nunca saldría información recibida por la joven. Quiso darle un poco de su positivismo, pero no valía la pena, las personas que no se quieren ayudar, no pueden ser ayudadas, ella lo sabía de sobre. En su situación ella sabía como escapar, pero aún no daba los primeros pasos.

La invitación me tienta demasiado — Y era verdad, hacía muchísimo tiempo  no se daba lujos, de hecho no se los daba nunca, su mundo giraba al rededor de lo que su marido le mandaba, no podía rechistar, mucho menos pedir. Ella debía conformarse con aquello que se le daba, que se permitía tuviera, ¿Por qué? La sociedad lo mandaba de esa forma, no sólo eso, Frauke había crecido con una educación ruda, imponente e irrompible. La mujer de Neumann había presenciado numerosos asesinatos a mujeres que desafiaban la naturaleza tan machista del hombre. ¿Por qué ellos debían mandar? ¿Por qué ellos debían gobernar? ¿En realidad lo hacían? La sonrisa elegante apareció en su rostro al cuestionarse aquello.

Sin embargo no puedo irme de forma tan apresurada. Mi vida no puede interrumpirse así. Cómo ves me encuentro viviendo en un hotel, debo encontrar una residencia acogedora y sobretodo llamativa para cuando llegue mi marido. Tengo hasta este fin de semana para poder encontrar una. Amueblarla a mi gusto, y también encontrar sirvientes. Digo una semana porque es el tiempo suficiente para poder tener todo listo en caso de su visita, y para poder informarte si puedo o no acompañarla. ¿Qué le parece? — Llamó a uno de sus sirvientes personajes para que se acercara a ellas, les retirara las tazas que se habían enfriado y las remplazaran.

No dude que estaré más que encantada en acompañarla — Estiró de una cuenta la mano para tomar la ajena — Y para enseñarle que el encanto y el corazón es lo que manda en este mundo, muy por encima de las riquezas — Articuló con seguridad antes de soltarla y recibir su nueva taza de te.


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Mensaje por Bárbara Destutt de Tracy Mar Mar 24, 2015 11:12 pm

Una profunda desilusión acometió contra el ánimo de Bárbara. En su mente, sitio donde todo lo planificaba y donde todo lo trazaba, había armado la jornada que compartiría junto a Frauke. No era una mujer ansiosa, no podía darse el lujo de serlo, pero la idea de departir y aprender de tan distinguida dama, la entusiasmaba como hacía mucho tiempo algo no lo hacía. Pero comprendía la situación y la condición de esposa que ostentaba la rubia, que la limitaba en sus acciones, como al común de las féminas; aunque sospechaba que su anfitriona tenía mayores presiones que simplemente esperar a su esposo. No se quitaba de la mente las referencias que había recibido de Neumann, que lejos estaban de pintarlo como un caballero merecedor de una compañera de vida como lo era Frauke, pero a Bárbara esas cosas la tenían sin cuidado, pues si ella permanecía junto a él, seguramente algo los unía. Jamás osaba opinar sobre las decisiones de demás, y no comenzaría en ese momento. Se limitó a asentir con la cabeza ante las explicaciones completamente coherentes que la dama le estaba dando. Sintió cierta vergüenza ante su actitud, que más parecía la de una niña que la de la mujer hecha y derecha que era. Es que la idea de tener que pedir autorización para actuar le provocó tanto rechazo que, por unos segundos, sintió un nudo en la garganta.

Comprendo, Frauke. Puedo contactarla con personas de mi confianza, si es que lo necesita. Estoy segura que le encontrarán la morada perfecta para que, junto a su esposo, erijan su hogar aquí en París. La zona residencial será de su agrado, es amplia y cómoda, aunque hay algunas mansiones que están muy descuidadas —se lamentó. Había visto más de un jardín repleto de mala hierba, flores marchitas y pastizales altos. —Mi difunto marido fue muy minucioso con el cuidado de la residencia en la que actualmente vivo, me sorprendió la prolijidad y el orden, no sólo en cuanto a lo arquitectónico, sino los empleados. Todos saben lo que deben hacer, y si bien hay que tenerlos vigilados, es muy difícil que se desvíen de sus labores. Disculpe la intromisión, pero deberá elegir celosamente el personal, ambas sabemos lo fundamental de su competencia —le parecía sumamente extraño departir sobre cuestiones domésticas, eso era algo que sólo hacía con sus trabajadores de mayor confianza, y era sólo para hacer observaciones referentes a los pasos a seguir, no como un tema de conversación entre amigos. Le devolvió el suave apretón, acompañado de una curvatura leve en sus comisuras.

Agradeció la nueva taza de té que habían colocado en su platito, y procuró mojarse los labios. Temperatura justa, tal como le gustaba. Degustó un bocadillo, dándole mordiscos pequeños, como las caricias de un ángel, sin que una miga rodara por el mantel, sin la necesidad de limpiarse los dedos. Su abuela había sido extremadamente rigurosa a la hora de su educación, en especial cuando se trataba de las diversas comidas del día. Bárbara siempre consideró que la más anciana de la familia hubiera sido una excelente agente de la Santa Inquisición, pues sus métodos de tortura tanto física como mental, podían quebrar hasta el espíritu más férreo. Desde pequeña había sido testigo de las constantes humillaciones a las que sometía al personal o a sus propias amigas; pero como era poseedora de un encanto natural, con la misma facilidad con la que destrozaba la moral de terceros, era capaz de ensalzar a un simplón de clase baja. Quizá por ello seguía siendo invitación obligada a cualquier evento, y quizá por ello Bárbara no podía negarse cuando ésta le hacía hasta las peticiones más descabelladas, aunque la viuda era consciente de que algún día debía acabar con la relación tóxica que la unía a la madre de su padre.

El tiempo ha pasado volando —se sorprendió cuando descubrió al Sol coqueteando con el horizonte. Las agujas del reloj parecían haberse acelerado, y se lo atribuyó a la excelente compañía que significaba la presencia de Frauke Neumann, la mujer más maravillosa que le había tocado conocer en su corta pero no insignificante vida. Se puso de pie lentamente, y en cuestión de segundos una doncella ya le llevaba su mantilla, sus guantes y su sombrero. —Ha sido un verdadero placer compartir con usted tan exquisitas horas —aseguró con sinceridad. —Estaré esperando su confirmación para visitar mi residencia campestre, piense en lo mucho que disfrutará del aire puro, saldrá de la vorágine cuasi perversa que poseen las grandes ciudades —una pequeña sonrisa apareció en sus labios. —Le estoy profundamente agradecida por ésta maravillosa tardes juntas, está invitada a mi hogar cuando lo desee, siempre será bienvenida —finalizó su despedida. Recordó en la noche complicada que le esperaba, recibiría una visita importante de un antiguo socio de su esposo, y estaba completamente segura de que sería una conversación áspera, en total contraste con las horas junto a Frauke.



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