Compass [Aleksandra Kuznetsova]

Ahí estaba él, parado en aquel gigantesco vestíbulo, en un lugar que jamás creyó conocer. Permanecía firme como si se tratara de un soldado, con las manos unidas a su espalda, observándolo todo, capturando todo a ojos abiertos, agudizando cada sentido del que podía echar mano, quería conservar todo lo que valía la pena de aquel lugar. Jamás había puesto un pie en Rusia, pero eso no era el meollo de ese asunto, ya había imagino estar ante aquel gigante, había imaginado que algún día visitaría la ciudad natal de su amigo, con o sin él, pero aquello no había sucedido como esperaba, el más atinado de los sueños premonitorios hubiera estado errado ante aquella situación. Llevaba unos días en territorio ruso y no había pisado Veliki Nóvgorod ni un solo segundo, en cambio se habían dirigido directamente a Moscú donde tendría lugar la ceremonia de coronación. ¿Ceremonia de coronación? Qué obtuso y lejano se oía aquello, ninguno de ellos merecía ser rey de algo, menos de Rusia, Daniil debía de haber ofendido a todos los dioses, de todos los panteones como para que en él recayera aquella enorme responsabilidad, aquel ser quien era sometido a nuevas e inesperadas clases de tortura, él más que ninguno.

Ahí estaba él, parado en una de las grandes salas de aquel palacio, no puso atención de cuantas eran, ni siquiera puso atención en sus nombres. Daniil se había marchado a la habitación donde, sin dudad, pasaría una de las noches más largas de toda su vida, al verlo marcharse creyó que derrumbaría pero no fue así, la mejor forma de romperse a pedazos es en el anonimato que te brindan la soledad y cuatro paredes.

Ahí estaba él, rodeado de gente desconocida que pronto se marcharía para regresar de nuevo mañana y presenciar la ceremonia de coronación, la ceremonia donde su amigo abrazaría oficialmente aquella sentencia que cargaría sobre sus hombros hasta que lo creyera necesario. Él haría lo mismo que todos ellos, se marcharía y regresaría. Todos ellos gente importante, no había realeza extranjera pero sí se encontraba toda la corte rusa.

Ahí estaba él, simulando una respiración de cadencia tranquila y pausada, observaba de reojo como la gente se marchaba murmurando cosas que a él poco le importaban, buscó con disimulo al joven, hijo del barón que le había cedido su titulo a Daniil, él los había alcanzado a medio entre la frontera rusa y aquella ciudad, no encontró al muchacho. Negó ligeramente reprobando su conducta.

Ahí estaba él, rompiendo aquella posición de estatua en la que había permanecido vigilando a toda aquella gente, relajó los músculos y caminó dispuesto a marcharse, a vagar por las calles de Moscú, a descubrir la noche Rusa mientras se preocupaba por todo este asunto, mientras se preocupaba por la situación de Daniil, mientras pensaba de que manera pelear y aligerarle la carga.

Caminó hacía la salida con paso sonoro y firme cuando algo llamó su atención, más bien alguien que para él resaltaba entre todo aquel lujo y luminiscencia. Una voz tintineante que conversaba con otros dos caballeros, se detuvo y se quedó mirando fijamente a la dama de cabellera de fuego, a la dueña de aquella vibrante voz.

Seguramente ya habían sido presentados, él había sido presentado a tanta gente aquel día.