Skin Of The Moon [Galatea Mozambique]

por **Nosferatu L. de Beauchamp** Jue Jul 26, 2012 4:53 am

¿De verdad tenía que pasar por esto de nuevo? Bien se lo había buscando, pero era demasiado, más de lo que su pobre estómago podría soportar. Porque si algo había que destruía la pasión que podía sentir por el género femenino eran aquellas mujeres que usaban el arte, su arte, como una forma de retenerlo.

Sus esporádicos trabajos como pintor eran especiales porque no lo hacía por dinero, porque podía darse el lujo de escoger lo que sus manos plasmarían en el lienzo. Pero forzarlo de aquella forma era un insulto. Conocía bien a ese tipo de mujeres. Debía rondar las cuatro décadas, con esposo que le prestaba poca atención pero que le otorgaba una pensión suficiente como para gastar en caprichos ¡Y uno de sus cuadros no era un capricho! Eran… especiales.

Citarlo al atardecer a uno de esos simpáticos cafés que adornaban las aceras de París, y aun más, ofrecerle una aberrante suma de dinero a cambio de un retrato no hacían más que agravar la falta, pero aunque esta vez estuviese realmente enfadado por dentro, en sus facciones era imposible notar siquiera un atisbo de ello.

Trató de convencerla de que no podía realizar aquello que ella llamó trabajo, busco y busco excusas hasta que su genio se vio superado y la creatividad de su lengua inventó una cita con una muchacha a quien ya había comenzado a retratar, pero la estoica insistencia de la mujer se merecía un premio, porque ni él veía forma de rehuirle esta vez.

Eso hasta que en el rabillo de su ojo vislumbró a una de aquellas criaturas de Dios con unos preciosos cabellos rojizos caminando cerca de las mesitas que se encontraban en plena calle. No pudo más que esbozar una sonrisa ladina y levantarse rápidamente antes de que la muchacha siguiera su camino.

- Llega demasiado temprano, Madeimoselle – dijo mientras la tomaba de la muñeca y prácticamente la arrastraba a la mesa que compartía con la insistente mujer – Le presento a la señorita Amélie, es de quien le hablaba hace unos momentos – dijo mirando a la mujer mayor por unos segundos para luego trasladar su mirada a la chica pelirroja, pero ya no con seguridad, sino que con unos ojos que suplicaban que le siguiera aquel juego al menos por un rato – ¿No es verdad? – le preguntó para confirmar si le ayudaría en la farsa.

Pese a esperar respuesta, el enojo de su anterior interlocutora podía sentirse en el aire, incluso tal vez mezclado con algo de indignación ¿Qué cosa podría dolerle más a una mujer así ser cambiada por alguien más joven? Sería suficiente como para que dejara de molestarlo una temporada. Eso si la joven corroboraba su improvisada historia.

por **Galatea Mozambique** Sáb Jul 28, 2012 1:19 pm

Una noche oscura que transcurría con una triste chispa de las flamas de sus lamparillas de parafina que se escurrían consumidas por el tiempo. Una a una se acababan sollozando al viento, lamiendo los últimos vestigios de su vida productiva y con una llama azulada se escapaban cual fugitivos del tiempo. Era ese un final del día, el inicio de una noche y la esperanza de un nuevo amanecer. Una llama que veía constantemente desaparecer pero que en lugar de ésta, una más venía a reemplazarle, un triste suceso como el de la vida misma.

Su mirada verde se clavó en las sombras, una vez desapareciendo aquellos rastros de luz, las escabrosas y alargadas formas regresaban engullendo todo escenario. Una vez había tenido miedo de ellas, ahora solo la hacían sentir muy cansada y como fiel prisionera de morfeo, sucumbió a sus placeres del sueño. Dormir, ya era la realidad latente a la que se cobijaba cada día como una humana más. Pese a ello, el nuevo día se acercaba acechante de la pelirroja y con haces de luz le despertaban. Un vez más presa de sus instintos matinales, se levantaba a comerzar un día más. ¿Qué tenía que perder? Absolutamente nada.

Un sencillo vestido adornaba sus encantos. Un corpiño de brocado fino de hilos de seda envolvían sus blancos pechos, tan ceñido que pudiera parecer atrevido, más sin en cambio en su complexión menuda servía para dejar entrever que bajo esos espesos ropajes una silueta femenina se escondía. Un lienzo verde sujetaba sus cabellos en un moño alto y traviezos rizos se divertían en sus sienes. Largas faldas verde malaquita que apenas y se movían con el viento, su encaje eran finas líneas, como los senderos que la bruja siempre seguía. Un vestido que resaltaba aquella mirada perdida en el tiempo y resaltaba su vitalidad.

Muy temprano partió a sus deberes, hacia el mediodía satisfecha se permitió caminar por las calles de París, tenía dos semanas que no se daba lujos como esos, a veces prefería estar sola en casa, la idea de estar acompañada ya significaba un lujo en si que no estaba dispuesta a tener. Siempre, bajo algunas circunstancias, algo, salía mal. Como fuese, hoy no parecía ser uno de aquellos días oscuros. Contenta de tener todo listo en casa, partió a su café favorito. Unas monedas y un pequeño bolso le acompañaban felices mientras que ella peleaba con sus cabellos que poco a poco escapaban complacidos por a la bruja molestar.

Molestia que sin duda se vio opacada por la sorpresa al ser cogida por un caballero. Un poco asustada miró al joven hombre -vampiro si no se equivocaban sus instintos- de cabellos castaños dorados y aspecto simpático. La sorprendida Galatea fue transladada de un lugar a otro sin saber qué estaba ocurriendo. Apenas unos segundos estaba paseando en las calles, degustando del aroma del café recién servido, cuando un hombre sin presentaciones ni más la había, ¿cómo lo definiría? ¿secuestrado? No, eso sería exagerar el asunto.

¿Llega demasiado temprano? ¿A qué se refería con eso? Mozambique ni siquiera lo conocía. Miró a la mujer de edad madura con un rostro peculiar quien enarcaba las ceja de una manera evaluativa y casi grosera hacia la bruja. "¿Amélie?" Algo extraño ocurría aqui y la pelirroja era incapaz de proferir palabra ni hacía intento de salir. Podría haber hecho una escena con el caballero que se había atrevido a tomarle del brazo y presentarla como otra persona. "Oh no, se ha equivocado" pensó. Sí eso debía ser, la estaba confundiendo. Esta vez Galatea sonrió un poco más aliviada, solo les haría saber que se equivocaban de dama, o, lo hubiese hecho hasta que el caballero la miró con ojos suplicante, entonces Galatea lo entendió. La usaba como salida de escape. Casi se le salió una risita. Solo a ella podían pasarle esa clase de cosas en el día en que decidió salir de casa.

—Así es— dijo con voz suave haciendo una leve reverencia con la cabeza hacia la mujer —soy Amélie Dufort— mintió tomando el apellido de un joven a quien había conocido hace poco. No iba a molestarse si no sabía que había hurtado su apellido por una mentirilla. Se giró hacia el hombre de quien no sabía nada, con una sonrisa de disculpa —siento haber llegado antes de la hora pactada y haber incomodado su reunión con la señora— ahora miró a la mujer con complicidad —pero ya sabe cómo somos las mujeres, siempre nos ha de ganar la curiosidad y ansiedad— "por saber quién es él" pensó haciendo un gesto inocente, calló justo antes de que pudiera arruinarlo. No sabía que clase de hombre era él, a qué se dedicaba y porqué hablaba con una mujer que a primera vista se veía adinerada.

por **Nosferatu L. de Beauchamp** Dom Ago 19, 2012 2:30 am

El rostro de confusión de la joven, que era en parte comprensible y algo gracioso, no era un buen presagio. En cualquier momento se esperaba una bofetada, un empujón o un insulto, cosas que claramente se merecía por haber sacado a la inocente chica de sus quehaceres. Pero la desesperación era una mala e egoísta consejera que por el momento le había torcido la mano. Aunque de todos modos, no podía mentir, era algo que él haría, sabía perfectamente que era un problemático imprudente, sino no estaría en tan ridícula situación en primer lugar, y a pesar de que se sentía culpable de arrastrar a alguien más al escenario, ya no podía dar marcha atrás.

“Así es” ¡Así es! Fueron las dos palabras más hermosas de su día, unas que prácticamente eran un buen vaso de limonada fría en un día horrendamente caluroso. El suspiro de alivio fue evidente y no se hizo esperar, y esa mirada que otrora había sido suplicante ahora mostraba un profundo agradecimiento que era fácilmente adivinable.

Pero ¿Dufort? El nombre le sonaba de algo, aunque tal vez no fuese más que un alcance de apellido, porque llevaba mucho tiempo “vivo” como para recordar a gente con ese apellido que ya debería llevar bastante tiempo unos cuantos metros bajo la tierra. En fin. Ese asunto no merecía una mayor atención de momento.

Volvió a suspirar y peinó hacia atrás uno de esos mechones de cabello que caían sobre su rostro, signo de que había recuperado la confianza en sí mismo y en que podría salir de aquel embrollo. Entonces sonrió. De nuevo con esa sonrisa peligrosamente encantadora mientras movía la silla en la que había estado sentado, para ofrecérsela a su improvisada Amélie, miraba deliberadamente de reojo a la mujer mayor, de modo que entendiese que ya le habían robado su atención.

Y es que no, la verdad es que no le gustaba en absoluto destrozar la poca autoestima que había conseguido restaurar en ella, pero situaciones desesperadas requerían medidas desesperadas y esta se la había ganado a pulso. No le importaba mucho que no le volviese a hablar, que hablara pestes de él y cosas por el estilo, porque tenía una reputación que una mancha así no podría dañar, sino que solo le daba más matices interesantes.

- No hay nada que disculpar, aunque de todos modos podría perdonarle lo que fuese – dijo al tiempo que se ubicaba en una de las sillas que quedaban libres en la mesa, quedando en medio de ambas, aunque no por mucho, porque era evidente lo que tal agravio iba a generar.

Su acompañante primigenia, con un también evidente rostro de enfado, no hizo más que levantarse y largarse con una desganada reverencia a ambos. Pero no fue hasta que salió completamente del campo visual del muchacho de ojos almendrados, que pudo deshacerse en alivio sobre la simpática sillita en que estaba.

Dejó caer la cabeza hacia atrás, cerró los ojos e inhaló todo el aire que le era posible para luego dejar escapar el suspiro más largo del día. Casi podría haberse olvidado de que había gente alrededor, de que tenía ahora una improvisada compañía, pero no, esas viejas mañas jamás se perdían, ni siquiera en los momentos más peculiares.

- Bueno señorita Dufort, le debo la vida, así que debo compensárselo – dijo recuperando la compostura, y alisando en la medida de lo posible su abrigo – Pero creo que antes debería disculparme por hacerla pasar por eso de antes¬ – dijo mirando de reojo la calle por la que se había ido su anterior acompañante, como queriendo asegurarse de que no fuese a volver, y posteriormente llamando a uno de los camareros del café – De momento, permítame invitarle un café –

Ahora que con más calma pudo reparar mejor en la joven de cabellos pelirrojos, con unas facciones clásicas pero perfectas y angelicales… ¡Eso era! No es que fuese a aliviar su consciencia con saber que en parte no había mentido, pero conseguiría que lo dejase pintarla, aunque tuviese que usar artimañas más allá de su encanto natural.

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