Joseph Henri

Nombre: Joseph Henri.

Edad: 28 años

Especie: Vampiro.

Tipo y clase social: Media.

Orientación Sexual: Asexual.

Lugar de Origen: Paris, Francia

Habilidad.

Agilidad y reflejos sobrehumanos: Habilidad para moverse con más soltura por un sitio, utilizando brazos y piernas reaccionando más rápido que un humano normal.
Sentidos aumentados: Aumento de percepción en los sentidos de la vista, el olfato, el gusto, el tacto y la audición.

Persuasión: Capacidad de hacer que otras personas realicen acciones, sin que éstas puedan negarse, mediante palabras con entonación imperativa, es decir, ordenándolas.
Sentido del peligro: Habilidad para percibir el peligro personal. Es una forma limitada de precognición.
Sanación acelerada: Habilidad para curar rápidamente de cualquier lesión. El tiempo de recuperación varía según el personaje.

Descripción Física.

Lánguido, pero no te confundas, es la lombriz de tierra más dura de roer en todo el orbe. ¿Has escuchado hablar de Vlad el Empalador? Ese sujeto usaba a gente como Joseph para espetar gente como tú. De piel blanca, casi amarillenta, enfermiza; si has ido al mercado a comprar pollo, te darás una idea. Pómulos muy marcados, no sé qué esperabas, no tiene carne, su piel está aferrada a puro hueso. En medio de su rostro hay una recta nariz que contrasta perfecto con las dos cuencas (yo diría abismos) que la enmarcan y allí muy en el fondo de esas cuencas encontrarás unos pequeños ojos marrón llenos de inteligencia y astucia, malicia; que a veces se pierden en el vacío de sus propios pensamientos y si le miras con detalle pareciera que de un momento a otro te tragará con la mirada. Sus brazos son larguiruchos y bizarros, a primera vista se ven tan frágiles. Es su mejor arma ¿Sabes?, el tiempo que pasas pensando cual patético y debilucho se ve ese muchacho de mirada fría, él lo habrá aprovechado para darte a comer los excrementos de los caballos que yacen en las calles parisinas. Tiene una cabellera corta y rubia sin brillo, a veces opaca, sin chiste, despeinada, hay cosas más importantes que preocuparse por tu cabello, ¿o no? Aunado a su andar lento y encorvado, que le da un aire de loco maníaco, de no ser porque siempre pasa desapercibido a primera vista. Si lo vieras pasar por la calle pensarías que es un pobre anciano decrepito.


Descripción Psicológica.

En pocas palabras es un sujeto extraño y curioso, silencioso y reservado aunque es caballeroso y tiene modales, socializa por obligación y no por gusto, cuando lo conoces por primera vez, pensarás que es amigablemente frío. La verdad el preferiría adentrarse en su laboratorio para dedicarse a la tortura y al asesinato, aunque su retorcida cabeza no lo ve de esa manera: ¡él tiene una responsabilidad para con la ciencia! No obstante sabe que su “trabajo” es poco menos que ortodoxo y prefiere darlo a conocer hasta que consiga resultados tangibles y no hacer una algarabía innecesaria ya que el mundo aún no está preparado para ciertos acontecimientos, así que se anda con cuidado, además de que no le gusta que le plagien algo por lo que ha trabajado toda su vida. Este argumento hace que se vuelva demasiado arrogante a veces tomando una postura defensiva hacia expresar lo que ve y siente, encontraste a que si logras que hable sobre física o matemáticas descubrirás que es imposible pararlo. Considera a las personas como seres inferiores, que solo dedican su vida en pavonearse, peor aún, las personas que se hacen llamar sus colegas pasan a ser lo mismo o menos que mugre, siendo para él simples bufones de plaza que se dedican a hablar de sí mismos y de sus efímeros logros. Sabe que la sociedad es una masa enorme, pensante y es imposible moverse fuera de sus límites, así que cuando hablas con él fingirá cierto interés en tu conversación, llenándote de preguntas acerca de lo que le estas diciendo; por dentro, claro, estará pensando en la estructura cerebral de la víctima de anoche. Vaya pues, tiene un cascarón, la máscara que muestra al mundo. Por dentro, encontrarás a un ser implacable, a un tipo que si quiere algo lo obtiene y se irrita mucho cuando no lo obtiene, se irrita tanto que se vuelve una bestia; no ocurre seguido, a un científico racional y metódico no le gusta perder los estribos, y cuando se da cuenta que ha perdido el control de sí mismo, adivina, se vuelve un monstruo. Sin embargo ahora se encuentra un poco confundido, desde que sucedió la “transfusión” como lo ha llamado él. Por un lado está la gama de nuevas sensaciones que llegaron con su transformación. Hace unos días se gastó una noche entera viendo funcionar uno de esos relojes de bolsillo y solamente el letargo de la mañana, la salida del sol, lo pudieron alejar de su hipnosis. Y por otro lado no sabe cómo reaccionar al hecho de que su trabajo acaba por mezclarse con el placer. Antes era solo estudio, académico, serio: Consigues un objeto de estudio, abres a tu objeto de estudio, lo estudias, tomas notas, te frustras, lo llevas lejos antes de que empiece a apestar. Su mente hila contradicciones, quiere ya llegar a resultados científicos importantes, pero como desperdiciar de ese elixir tan delicioso, la sangre. ¡Merde, otro objeto de estudio contaminado! Oh si, ha perdido el control, lo quiere de vuelta.


Historia.

-¿Qué ocurre contigo, Joseph? ¡Por dios, siempre tienes que destruir todo lo que tocas!-
A Joseph desde niño le ha gustado descomponer cosas, analizarlas hasta obtener las partes más elementales, lo cual hacía enfadar a su madre quién se la pasaba la mayor parte del día golpeándolo. Joseph nunca fue tonto, siempre buscaba modos de escaparse de las adversidades, se adapta fácilmente, se convirtió en un experto en el arte del subterfugio para librarse de los golpes de su madre.

La rutina que había logrado con su primer experimento (su madre) se rompió un día que ella había ido de compras muy temprano por la mañana y jamás volvió. Joseph no se dio cuenta, hasta que notó un poco de hambre, horas después llegaron unos sujetos con uniforme, le dijeron que todo estaría bien, que no llorara. No entendía, el no lloraba, solo tenía un poco de hambre.

En el orfanato le dijeron que su padre había naufragado y que su madre no volvería porque alguien la acuchilló. El niño permaneció impasible mientras recibía las noticias. No conocía a su padre y siempre había huido lo mejor posible de su madre.

Su vida en el orfanato fue demasiado problemática. Su falta de apego a un ser humano y su violenta forma de ser (aprendida de su madre) lo excluyeron de la población general, no le importaba mientras pudiera colarse algún objeto y estudiarlo.

Pasaron cuatro meses, hasta que el director del orfanato le dijo a Joseph que habían encontrado a un familiar suyo, el tío abuelo Jean-Leon Henri, dueño de una hacienda en las afueras de París, de facciones bonachonas una tupida cabellera blanca y un porte elegante, orgulloso.
Pasó su adolescencia y pubertad al cuidado de su tío abuelo, quién alimentó con alegría el deseo de conocimientos de Joseph comprándole herramientas, libros y hasta pagándole sus estudios, Jean-Leon veía un gran potencial en Joseph y lo consideraba el hijo que jamás tuvo y vivió feliz.

Jean-León Henri murió a los 83 años de edad en su hacienda, dejándole toda la herencia a su sobrino, su único hijo. Acongojado por la pérdida de la única persona que ha podido a llegar a amar en su vida, Joseph vendió la hacienda y se instaló en la ciudad de París, donde consiguió un empleo de ingeniero civil y dónde seguía haciendo investigaciones en el campo de la física. Desarrollando una compulsión enfermiza por su pasión la cual era descubrir el motor de la vida, ¿Qué hacía mover al mundo? Realizó obsesivos estudios y experimentos, que en ocasiones le llevarían a prácticas cuestionables llevándole incluso a descuidar su empleo hasta perderlo.

Podía pasar semanas estudiando el comportamiento de su víctima, registrando rutinas, siendo su sombra. Ese estudio metódico y cansado le permitía descubrir en que momentos era más vulnerable su “objeto de estudió” para “transportarlo” al laboratorio.

Pronto se dio la voz, en periódicos y en susurros entre los habitantes sobre las misteriosas desapariciones de personas, que posteriormente eran encontradas a las afueras de la ciudad mutiladas en zonas arbitrarias del cuerpo. Ésta noticia llegó a oídos del Sanatorio Mental, más específicamente los oídos de un misterioso doctor del turno nocturno. Misterioso, sin duda, doctor, lo dudo. En realidad era un anciano vampiro que veía la vida de los locos como una forma fructífera de pasar la no-vida. Le llevó un par de años encontrar a Joseph, quien con el paso del tiempo se volvía en un cazador más implacable, más sigiloso, más insaciable. Lo encontró in fraganti, en los callejones de la ciudad, escabulléndose con su víctima, lo siguió hasta su hogar, lo observo hacer su rito, y lo encontró fascinante. Lo que siguió después fue un relámpago.

Joseph garabateaba la última anotación de la noche cuando fue embestido por una fuerza que hizo girar la habitación, el aire le faltó, sus oídos martillearon. Silencio. El vampiro tenía sus colmillos en el cuello de Joseph, quién estaba perdido en el éxtasis, fragmentos de la memoria del loquero pasaban por sus ojos como puñetazos y los asimilaba y los aferraba. Joseph yacía en el piso con los ojos entreabiertos, la respiración frágil, la visión en su mente perforaba sus velos de percepción y la mortalidad, destruyendo sus sentidos. El misterioso (¿doctor?) divertido, se cortó la muñeca derecha y le dio de beber. No había nada más en el mundo que el sabor metálico en su boca y el calor que iba inflando su pecho. Visiones. Quedó tendido en su habitación.