Victorian Vampires
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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Marion Vaughn Vie Ago 03, 2012 9:12 pm

Renacimiento


// Gales. Febrero del año 1665 //

La mano cual garra de ella se prendió a la garganta del cazador, hundiendo las largas uñas hasta el tope con las yemas, tan fácilmente como si se tratase de mantequilla. Aquel hombre, que bañado de su propia sangre había intentando escapar de su destino, ahora estaba nuevamente preso; sus ojos desorbitados ante la sorpresa de haber sido descubierto, su cuerpo torpe falto ya de fuerza, y su palpitante dolor, era todo lo que se veía, todo lo que quedaba de su osadía. En contraparte, la vampiresa lo mantenía con la espalda presionada en el grueso tallo de un árbol, en un bosque a pocos metros del Canal de Bristol. Con suma lentitud apretaba cada vez más, sintiendo la ligera vibración de cada fibra de carne al ser cortada por sus pequeñas dagas al extremo de cada dedo. Ella lo miraba fijamente, penetrante, de algún modo el azul de sus ojos parecía encenderse con el gozo de ir consumiendo su vida y él ya ni siquiera tenía la fuerza para retirar esa mano de sí, a pesar de tenerla sujeta con las dos propias, todo intento era sólo un reflejo que se resistía ante el miedo de lo que creyó que no conocería: el mundo de los muertos.

La dama comenzó a esbozar una sonrisa torcida, mientras veía la palidez llenar el rostro del hombre, lánguido a raíz de las múltiples heridas que atravesaban su cuerpo. Lo detuvo justo así para ver de cerca su cara mientras su abdomen se vaciaba a grandes chorros, goteando de las roídas entrañas que le asomaban luego de un encuentro hostil contra ella, tierra más adentro. Hasta antes de caer la noche, él no imaginó que la molesta dama que había llegado al castillo de su amo iba a voltear la balanza y erradicaría a su grupo de perseguidores ella sola.

—Espero que al pretencioso de tu amo le quede claro que no estoy en venta —le habló susurrante, mas con rudeza en su tono, haciendo que su aliento se estrellara en la tez del sujeto.

Ella tensó las facciones y entonces fue cuando su mano comenzó a cerrarse, ahora decidida a convertirse en un puño con el cual envolvería por completo la laringe. El grito de dolor y desesperación del sujeto quedó ahogado ante el brutal abrazo que comenzó a desgarrarlo, provocando la hemorragia que de inmediato se coló por su tracto para inundar los pulmones, mismos que emitieron una serie de borboteos de agonía; su cuerpo se estremeció por reacción, pero ya era sólo un guiñapo al que le quedaban segundos de vida. La vampiresa imprimió más fuerza y de un tirón hacia atrás arrancó el trozo de carne que había empuñado, salpicando copiosamente de sangre el derredor con su rudo movimiento. Sintió que innumerables gotas cayeron sobre ella, en su rostro y ropa, pero le fue como una lluvia de placer ante el éxito de una matanza más.

El cazador cayó de rodillas, llevándose las manos al gran hueco de su cuello, como si tratara de cubrir de algún modo la carencia de carne; sus manos se llenaron de inmediato de rojo, y, mudo, sólo pudo mirar hacia arriba, a la mujer, arrepentido de haber cruzado sus caminos antes de desplomarse sobre la tierra. Marion arrojó el trozo sin darle importancia, como una basura, y en ese momento sintió el profundo silencio que venía al final de una batalla, ese momento ingrato que no la vitoreaba, al contrario, la dejaba a solas con un montón de desechos.

Soltó una profunda respiración que ayudó para apaciguar su emocionado corazón y levantó la mirada al cielo. La luna brillaba en lo más alto y a lo lejos podía verse su platinado reflejo sobre las tenues ondas del canal. Al menos la luna, aunque fuese “madre” de los lobos, estaba allí para verla.

Pero… el coraje de pronto comenzó a arder en su interior… ¿por qué se sentía así? ¿Por qué le importaba estar sola? Tenía poder, riqueza, fama… sus vidas. ¿Por qué sentía la absurda necesidad de ser alabada?

—Si deseabas enviar un mensaje, al menos hubieras dejado a uno vivo —la profunda voz fue emitida desde las sombras que hacían los árboles, y ella le reconoció en seguida, interrumpiendo su momento de flaqueza.

Enardecida por ello, únicamente esperó que el marqués no hubiese notado su cavilante actitud. Giró para encararlo y se mantuvo inmóvil con el mentón en alto, dispuesta a continuar con el vertedero de sangre de ser necesario, aunque supiera que ante él las probabilidades no estaban del todo a su favor. El nuevo personaje se detuvo a unos metros frente a la dama y le devolvió la mirada, pero en sus ojos no había reto, no había señal de alerta, parecía más bien satisfecho de algún modo, a la vez que desilusionado por otro.

—Pero sabe señorita Vaughn, bastaba con decir “no” —habló en lo referente a un asunto que ambos habían tratado previamente, pues Marion no se encontraba en Gales por casualidad.

Como era cotidiano, la noble había asistido a una invitación al castillo Winterborough para tratar un tema que concernía a ambas casas, mas al descubrir que su anfitrión tenía intenciones más allá de las políticas, ella se había sentido burlada en su orgullo, por lo que rompió toda negociación y se dispuso a volver a Devonshire. Pero un grupo de perseguidores abordaron su caravana e intentaron disuadirla, y ahora, de todos los participantes, sólo ella quedaba en pie frente a quien organizó todo.

—Creí que lo había hecho —se mostraba tan altiva como siempre, como él mismo se veía.

Vincent sonrió mordaz y se le acercó con pasos lentos, extrayendo un pañuelo blanco de la manga de su elegante saco obscuro. Se asumió el derecho de llevar el pañuelo en dirección al rostro de la mujer, pero Marion se mostró recelosa y quiso detener la mano de él antes de que la tocase, aunque su movimiento fue anticipado por el vampiro y la sujetó por la muñeca, apretándola. Ella tiró de su brazo, pero eso se convirtió en un breve forcejeo entre los dos, que terminaron por intercambiar rudas miradas en silencio. Un instante después, pese a la resistencia previa, el caballero colocó el trozo de tela contra la mejilla de la dama, quien a penas movió la cabeza hacia un lado, pero finalmente permitió el gesto; así, el pañuelo absorbió rápidamente la sangre que le había salpicado, cambiando su claridad por un carmín intenso.

—La sangre te sienta bien, pero, ¿no crees que es mejor tomarla de la copa? —ahí estaba ese sarcasmo que le había escuchado desde la primera vez, desde la vez en que la convirtió hacía poco más de treinta años. Ella bufó con ligera risa y apartó la cabeza de pronto, perdiendo el contacto con el pañuelo de modo brusco, aunque Vincent parecía extrañamente complacido por su reacia actitud—. Tienes un espíritu inigualable. No sólo eres hermosa y brillante… tu corazón posee fuego. No me equivoqué contigo aquella vez, eres todo y más de lo que esperé. Pero quería verlo, por eso no me quedé contigo —para ese momento ya había vuelto a guardar el trozo de tela, ahora impregnado de rojo y del aroma mismo de la vampiresa; ésta por su parte, permaneció observándolo en espera de que llegara al punto—. Pero ahora te ofrezco algo más, por eso te llamé.

—¿Era necesaria toda esa farsa aristocrática que me hiciste pasar en tu castillo? —se le notaba aún resentida por eso.

—Estaba siendo hospitalario —replicó él, mientras que Marion soltó una suave risa irónica—, pero eres impaciente y demasiado impulsiva —echó un vistazo al cuerpo de su sirviente, el hombre que yacía boca abajo, con su desgarrada carne recubierta de una plasta de polvo humedecido—. Ya lo superarás —la noble reprobó la expresión con otra breve risa mordaz, pero no lo contravino. Vincent le ofreció la mano con cortesía y esperó confiado en que ella la tomaría; pasaron varios pensamientos por ella, orgullo y necesidad, curiosidad y desinterés, pero ya tenía dos de cuatro, ¿por qué no satisfacer las otras dos emociones?—. ¿Acaso no tuvimos una velada agradable? —remató, seguro de lo que había notado horas atrás en los marinos ojos de esa letal mujer.

La vampiresa miró la palma extendida cuando su defensa fue desarmada por las palabras, no se lo podía negar, su “maestro” tendría mucho que mostrarle, tal vez la vida que ella anhelaba. En ese momento soltó una suave pero profunda respiración, con la cual su cuerpo se relajó, dejando fluir el soporífero cosquilleo de la adrenalina al diluirse en las venas, y se alineó frente a frente perfectamente, levantó la mano y tomó la que el noble le ofrecía, comenzando a caminar hacia donde él quiso guiarle.
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Mensaje por Marion Vaughn Lun Ago 27, 2012 12:05 am

El último beso de amor


El íñigo de su mirada dejó de brillar en cuanto cerró los párpados, sacudió suavemente la cabeza y quiso deshacerse de aquel antiguo recuerdo que nuevamente la asaltaba, amenazando con robarle la calma que había conseguido en ese momento de retiro, en París. Las gruesas gotas de lluvia se estrellaban contra el cristal del ventanal y quien viese la escena desde el otro lado, probablemente no hubiese podido notar si la humedad solamente resbalaba por la transparente superficie o lo hacía también por la piel de sus mejillas. Sin embargo, él, ese caballero sediento que la miraba a prudente distancia desde el exterior de la casona, sabía que hacía mucho tiempo que las gotas de rocío se habían evaporado del interior de la obscura dama.

Mirarse en silencio, separados por el tiempo y la distancia, era una vieja rutina entre ellos. A pesar de los años ¿por qué sigue él encontrándola? Simplemente se posa y contempla los nuevos recintos en espera de que la dama coincida, y asome desde la alcoba. No siempre es así, pero al ocurrir ya no hay sorpresa. ¿Acaso la observa por el simple hecho de mantener registro de ella? ¿Goza con no permitirle olvidar lo que tuvieron? ¿Espera que ella rectifique y entregue de nuevo su voluntad? ¿O es algo distinto y es él quien ahora desea el afecto que ella alguna vez mendigó? Cada vez esas preguntas han pasado por el pensamiento de Marion, pero no hay respuesta, simplemente no desea dejar pasar al marqués de nuevo en su vida.

__________________________________



// Gales, 1725. Residencia de campo Winterborough //


En la habitación casi obscura, el gozo se manifestaba gutural de la garganta del vampiro, quien con el vigor de su ardiente e insaciable arte de amar, efusivamente se abría paso entre los pliegues de la bella mujer, devorando a la vez trozos del alma de esta compañera al rozar los blancos colmillos sobre la delicada piel del cuello, hombros y pecho de ella. Pero esta vez, la joven no correspondía las caricias con el clásico abandono y pasión que le caracterizaba, sentía el placer que nacía en su bajo abdomen y la recorría en el interior, pero ese deleite llegaba a su cabeza para pelear contra una pesada idea que no le había dado sosiego desde el día anterior. El hombre bajó el ritmo hasta detenerse y con un poco de jadeo recargó el mentón en el hombro femenino de su izquierda, dejando el cuerpo entero reposar sobre ella. Aquello había quedado inconcluso a los pocos minutos de comenzar, pues era obvio para él que no tenía caso danzar con una pareja sin humor para hacerlo.

—¿Qué ocurre? —el varón giró ligeramente el rostro para hablar al oído de la hembra y entonces salió de su cuerpo rodando un poco para quedar a su lado sobre la cama, de costado y viéndola.

Ésta situó la mirada en el techo por un momento y suspiró profundamente antes de virar el rostro hacia él, levantó su mano izquierda y pasó delicadamente la yema de los dedos por el contorno de esa mandíbula viril que tenía cerca.

—Discúlpame —profirió sentidamente—, hay algo en mi cabeza que no me ha permitido concentrarme…

—¿Qué terrible suceso puede ser ese que secuestra tu pasión? —entonó con reclamo a un tercero—. Si tiene nombre, pronto lo haré desaparecer para que no vuelva a interferir en nuestra cama…

En otra situación eso hubiera motivado a Marion a sonreír, pero sólo le nació cerrar los ojos un instante y negar tenuemente con la cabeza. Entonces, buscando el modo de decirlo, se incorporó un poco y permaneció sentada sin inmutarse por dejar el esbelto torso expuesto al aire y a merced de las sombras que dibujaban sus redondos relieves. Él siguió su ejemplo y contempló su perfil, expectante por aquella noticia que lograba crear preocupación en su dama de hierro.

—El día de ayer —su voz era a penas poco más que un susurro—… cuando tu padre me escoltó al carruaje y esperábamos por ti, comentó algo que casi le da certeza a… mis crecientes dudas —lo miró por fin, con la incertidumbre y el anhelo de alguien que desea borrar una mala verdad, mientras que él permaneció con el rostro inflexible esperando el resto del relato—. Sonriendo, no dejó pasar la oportunidad de repetirme lo buena y fina esclava que soy para ti, eso no me perturbó, sabes que si quisieras que usara ese título lo haría —hizo una pausa y mantuvieron las miradas en las mismas actitudes—, pero agregó lo orgulloso que estaba de que ahora hubieras sometido a todos los Vaughn y sus “banales” propiedades —entonces fue cuando un largo silencio entre ambos les remitió a un viejo y sensible tema, y ella no pudo contener más la pregunta—. Dime, ¿fuiste tú?

Él sonrió cínicamente de lado y se giró para bajar las piernas por el borde del lecho, se puso en pie dejando resbalar las sábanas que quedaron atrás y se dirigió a un taburete donde se encontraba una fina bata de reposo para hombre con la que comenzó a vestirse.

—Vincent —como nunca, la noble dejó colar una entonación suplicante, inclinándose un poco en dirección de él en busca de respuesta—. Lo último que supe es que mi padre fue llamado por un noble Señor para forjar una alianza y luego su cuerpo fue enviado de regreso, sin ninguna herida. Siempre creí que el miserable que lo había hecho era alguien sin honor ni orgullo, a quien no le daría la mínima misericordia —se calló y sostuvo la vista en la fornida espalda del marqués, quien en ese momento terminó de atarse el cinturón—… ¡Vincent!

Esa elevación de la voz, aunque sólo por un par de notas, exacerbó el carácter del vampiro y giró a mirarla con severidad, para inmediatamente abalanzarse hacia ella y sujetarle rudamente parte del mentón y mejillas con una mano, así mismo, acercó la cara para hablarle tan cerca que sus siguientes palabras cargadas de molestia golpearon con su respiración la delicada piel de la joven.

—¿Qué sabes de mi honor y mi orgullo? Si piensas juzgarme es porque naciste de una raza débil e ingenua que no ve más allá de sus pretenciosos e ignorantes “preceptos de vida” —se detuvo un momento y prosiguió con más convicción y firmeza—. Pero olvídalo, por tus venas ahora corre una sangre en verdad noble y poderosa… eres mi mejor creación... no puedes pensar en una venganza. Eso no es nada, no puede significar nada para alguien como tú. No seas absurda… me decepcionarás —la soltó entonces con hosquedad, empujándola un poco.

La vampiresa se recuperó del impulso casi en el acto pero permaneció callada y pensativa, sin poder evitar que sus vísceras ardieran al sentir su propio orgullo pisoteado, el “orgullo Vaughn” que resurgió en ese instante y que era diferente al de la casta que la protegía desde hacía algunas décadas, esa por la que había dejado de lado toda su vida anterior. En ese tiempo junto a Vincent había matado, cazado, emboscado, alimentado, luchado contra todo enemigo de los Winterborough… hasta lo inimaginable, y nada de eso le había pesado ni remordido, pero ahora, un hecho muy antiguo la atañía y no podía dejar de sentirse vulnerada. Tal vez él tenía razón y se debía a su raza de nacimiento, llegó a pensarlo, aunque…

Por otro lado, conocía el carácter de su compañero pero nunca antes éste le había hablado de modo tan crudo y entendió que probablemente el tema lo perturbaba más de lo que quisiera admitir, mas en ese momento no estaba dispuesta a sentir empatía hacia él. Ella se sentía humillada en ese punto, el caballero que la conquistó con sus actos, palabras y el reino de sus posesiones, así como el de la ardiente pasión, había mostrado otra cara. Sí… ella se había reconocido su esclava, pero no incondicional y ahora lo constataba; se había engañado a sí misma al creer que nada cambiaría su amor por Vincent, pero no contaba con que él sería el enemigo jurado de su pasado y dudaba seriamente poder mirarlo sin sentir el rencor ardiendo en su pecho. Porque además, el marqués lo sabía todo; cuando Marion creyó que en él había encontrado al hombre a quien confiar sus más profundos pensamientos, le contó de la honda huella que dejó su padre y del desolador vacío que la envolvió con su muerte, al que se le sumó un intenso deseo de venganza, sobre lo cual el vampiro no comentó nada. Su silencio había sido una mentira.

—Ese era tu plan —murmuró abatida—. Tenerme como tu trofeo viviente y burlarte de mí y mi familia…

Vincent detuvo su andar hacia la puerta y le dio la cara nuevamente.

—Nunca tuve ese plan. Fuiste tú quién comenzó todo cuando me hiciste frente en aquel bosque —aparentemente su voz recobró más sobriedad, pero se mantuvo un poco tenso—. Tenías que ser tan bella y capaz —habló como si fuera un reproche, pero era cierto que así la veía—. Luego simplemente… seguiste siéndolo…

La mujer enmudeció ante el “cumplido”, en esa situación era casi como una confesión de amor, mas no lo suficiente como para hacerle olvidar el resentimiento que comenzaba a volcarse sobre la figura de su, hasta entonces, amado hombre. En esa noche Marion perdió toda la confianza que le tenía. Y a esa hora, en esa fecha, la puerta se abrió y permitió pasar por un breve momento la luz de las candelas que bañó su desnudez, para luego volverla a dejar cubierta con la penumbra que le obsequiara su segundo más querido y mejor amante.

Días después se encontraría abordando el carruaje que la llevaría de nuevo a Devonshire, por una vez más, no sin antes haberse librado renuentemente del profundo y último beso que Vincent robara de su boca adornada de carmín.
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