Phantoms of the Past

ay veces en que las mentiras simplemente se nos escapan de entre los labios sin pararnos a pensar demasiado en ello. Puede parecer que ese tipo de mentira no es demasiado importante. Piadosas, las llaman algunas veces. Pero para mi, alguien que siempre ha pensado que la honestidad es el único camino decente, las mentiras son simplemente eso: mentiras. Más grandes, o más pequeñas, nada de eso importa. Todas provocan el mismo daño en las relaciones cuando se descubren. Las desgastan, lenta pero inexorablemente. Y mientras que en algunos casos esto no es demasiado preocupante (conocidos hay a espuertas, y no todos son imprescindibles), en otras ocasiones, sí que puede ser bastante problemático. Como en el caso de la familia. Las mentiras en el seno de una familia no tienen ningún propósito real, más allá de ocultar tu culpabilidad cuando has hecho algo que sabes que puede llegar a ser reconocido como terrible por esas personas a las que no quieres decepcionar.


a realidad es que la incertidumbre invade mi mente cada vez que me atrevo a pensar en el futuro más cercano (porque en el distante ni siquiera me concedo el lujo de pensar), pero es más sencillo y menos problemático fingir y repetir hasta la saciedad, que todo está bien, que no necesito ayuda, gracias, que aceptar los consejos no requeridos de aquellos que, queriendo lo mejor para ti, se entrometen en tus asuntos cuando menos te lo esperas. No puede decirse que no me imaginara que, tras el fallecimiento de mi esposa, mi madre no tardaría mucho en volver a intentar recuperar el contacto conmigo con las esperanzas de que volviera a casarme, esta vez, con alguien que, según ella, sí fuera lo bastante digna de mi apellido. Es mi madre, y como tal, la quiero, pero su insensibilidad a la hora de dirigirse a la persona que se convirtió en el centro de mi universo, y me regaló a mi hija, me hace querer estrangularla. Sé que ella no es capaz de concebir un mundo en el que las apariencias no importen, o al menos, no por encima de los sentimientos. ¿Pero le da eso derecho a intentar forzarme a olvidar a alguien a quien amé, simplemente por satisfacer sus deseos egoístas de tener un heredero, y un nieto, que sea considerado por todos como un cabeza de familia?


as mentiras se hacen necesarias en este caso, porque es, o engañarla haciéndole creer que ya existe alguien en mi vida, o cortar por y para siempre todo tipo de contacto con ella y con el resto de mi familia por su falta de tacto a la hora de recordarme el resultado de mi tragedia: que ni mi mujer ni mi hija van a volver, y que quizá debería continuar con mi vida. Pero también hay incertidumbre a ese respecto, en mi alma, y en mi corazón. Porque no hay cabida para nada más que el rencor, y la nostalgia. Porque un trozo de mi ser se marchó con ellas, y no tengo ni idea de si podré recuperarlo.

No tengo ni idea de si es posible siquiera.

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ropezar dos veces con la misma piedra no resulta demasiado problemático cuando la caída que te espera al precipitarte es una de la que resulta sencillo recuperarse. Lo que no te dicen muchos de los que repiten ese dicho, es que, a veces, tras las piedras se ocultan abismos, y de esos, ¡ah! de esos simplemente no es posible salir sin ayuda. Lo cual conlleva a un segundo problema, y es la necesidad de alzar la voz y pedir auxilio.

Y no todos sabemos como hacerlo, precisamente.


uchos pueden decir que es sencillo. Después de todo, se trata simplemente de llamar a alguien que consideres cercano y confiable, y depositar en ellos la creencia de que, con un poco de empuje y ánimos, lograrán tirar de tu mano lo suficiente para que vuelvas a hacer pie en medio de las arenas movedizas. Mienten. Todos mienten. Saber pedir ayuda es una capacidad casi tan valiosa como el manejo de una espada: y mientras que yo he sido adiestrado en las artes de la lucha, un guerrero no conoce siquiera el concepto de necesitar salvación. Un guerrero es aquel que salva a otros, o muere en el intento. Pero uno no puede morir de hastío sin ser considerado un cobarde que no se esfuerza lo suficiente. Y yo me pregunto, ¿qué demonios quieren? ¿Qué mas esperan? Esforzarse por salir a flote en un banco de lodo sólo consigue que te hundas más deprisa. La contradicción en sus sugerencias me frustra a la par que me hace darme cuenta de lo alejado que me encuentro de todo, de todos, desde vete a saber cuándo.  


asta para caer existe una técnica, y un modo específico de hacerlo, con el fin de amortiguar el golpe lo bastante como para que no te tiemblen las rodillas a la hora de tener que ponerte en pie de nuevo. A mi me dijeron que el objetivo era no caer nunca, no me prepararon para pelear con la parte de uno mismo que te dice que te rindas porque, de todas formas, tampoco es como si te quedase nada por lo que seguir esforzándote. Y no es negativismo, no en mi caso, por lo menos. Es que, objetivamente, tenía todo lo que se podía esperar de mi, todo lo que podía desear, y me fue arrebatado de improviso. Quedando en su lugar únicamente el vacío y el odio. Y sí, la rabia te da empuje, pero si va dirigida contra el resto del universo acabas por percatarte pronto de que tampoco viene mucho al caso.

Por más que te aferres al deseo de hacer arder el mundo, el hecho de que vivas en él lo convierte en un inconveniente. Nadie cuerdo tira piedras sobre su propio tejado. Y a pesar de haber caído, mi mente sigue lúcida. Tal vez por eso sigo moviendo los brazos inútilmente, tratando de mantenerme a flote.

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