El Llanto de los Cárpatos | Priv.

por **Ileana Leluc** Mar Ago 14, 2012 12:39 pm

Cuando volvió la lluvia
a tocar tristemente
la ventana,
luego a bailar con furia desmedida
sobre mi corazón y sobre el techo,
reclamando
su sitio,
pidiéndome una copa
para llenarla una vez más de agujas,
de tiempo transparente,
de lágrimas.
~Pablo Neruda~

Las lluvias típicas de la primavera habían llegado a los Cárpatos, tornando los cielos en placas grises que cubrían todo el paisaje en ese misterio indescifrable resguardado dentro de las nubes, tan livianas como el algodón pero en los últimos días transcurridos tan oscuras que recordaban el color del plomo mas pesado.

Ileana observaba caer las cristalinas gotas de agua desde la amplia terraza de su recamara, un inmenso espacio abordado por el vacío, por la soledad de ser una monarca que descansaba solitaria comúnmente, salvo los casos en los que su esposo, aquel hombre frio pero que ella apreciaba tanto optaba por acompañarla por las noches cuando su presencia era permitida por la dama lunar, aquella que abrazaba su sobrenaturalidad y no la hería como el astro Rey era capaz.
Pelirroja y de paciencia inmensa, ya estaba acostumbrada a los silenciosos, a los desiertos visuales y emocionales vivientes frente y dentro de su persona. Ileana, una mujer de poco hablar y mucho observar procuraba mantener siempre la clama, no dejar que el hundimiento de su corazón la abatiera, sobre todo porque tenia un pueblo al que responder, al que defender con la mano mas misericordiosa posible.

No gustaba de la compañía prediseñada, de las doncellas suplicantes de atención ni de los criados sobre sus espaldas. Ella había aprendido lentamente a asumirse como un ser solitario, acompañado en ocasiones de la inmortalidad de su esposo y de los susurros de la madre tierra, de aquella naturaleza donde Ileana encontraba paz, refugio y esperanza.

Volvió en si, a su serena mente tras abandonar la proyección de ideas debido a que el leve salpicar de la lluvia empapo grácilmente su pálido y sobrio rostro. Sus fosas nasales se invadían gustosamente con el aroma de la tierra húmeda, de la naturaleza regeneradora, cíclica y comprensiva. El verde de los Cárpatos brillaba cuan esmeraldas por las gotas traslucidas que acariciaban los céspedes en torno al grisáceo palacio rumano, a tono similar con aquel cielo opaco, manifestante de pena o alguna nostalgia.

La brisa fresca golpeaba los brazos descubiertos de la reina en reminiscencia de las caricias gélidas de su ausente esposo, alma inerte que en aquellos momentos seguramente descansaba en la oscuridad mas profunda del castillo rumano, vigilado por sus guardias mas fieles y leales, protectores de aquella vida que jamás terminaría, que observaría el transcurso de una nueva época con las llegadas y las perdidas típicas que la mortalidad si tiene consigo.

Su frente lisa se frunció levemente al escuchar el chirrido de la doble puerta que apartaba su habitación de los pasillos reales. No volteó a ver de quien se trataba, no por desinterés, sino por la falta de sorpresa existente en su humanidad, tan etérea como el mismo soplar del viento. Mantuvo la vista fija al frente, hacia la lluvia, hacia el empapado paisaje que le recordaba que la naturaleza siempre estaba allí, cambiante y majestuosa para ella, una de sus tantas hijas.

por **Velkan Dracul** Sáb Ago 18, 2012 12:15 pm

En la primavera los Cárpatos parecían no querer dejar llegar del todo el verdor de los pastos o el trino de los pájaros, era una tierra fértil que no necesitaba de nada o de nadie, florecía por sí misma y moría de la misma forma. Sus habitantes sabían de los climas cambiantes que azotaban los pueblos de norte a sur y era muy común ver como caían las gotas cristalinas de la lluvia en aquellos tiempos. Por una parte Velkan al igual que su madre era atraído a cuenta gotas por lo material que existía en el Castillo del Rey, la presencia de su padre aunque se mantenía ausente por las tardes las aprovechaba para realizar actividades propias del Principado aunque poco o nada le importaba a Viktor lo que hiciera de él.

El silencio profundo del Castillo lo castigaba con fuerza cuando de evitar los recuerdos difusos se trataba, sus manos acariciaron el terciopelo de la silla en dónde se mantenía descansando admirando a lo lejos como las nubes negruzcas de la lluvia poco a poco se ubicaban en las montañas. Las nuevas épocas traían buenos augurios para su tierra natal, Rumania se levantaba victoriosa, airosa con el reinado de sus padres y por su parte procuraba hacer lo mejor posible, su papel como el único hijo del Rey Vladislav. Lento, pasivo, desorientado a veces se autoacastigaba por sus dudas ¿Existiría alguna razón para renegar de su posición actual?.

El cuerpo del Príncipe originó un impulso con ambas extremidades empujándose para levantarse de la silla y dirigirse hasta las afueras de su habitación, la única que disiparía sus dudas sabía muy bien quien era, ella era el vínculo más importante hacia la “humanidad” que le quedaba. Se plantó firme sobre la puerta de la Reina, al otro lado de ella no se logró escuchar nada más que el silencio, sabia Velkan de la infinita calma o paciencia de la que era poseedora, en cambio él era la contraparte, por supuesto que había aprendido a medir sus presiones, convertirlos en formas que impulsarían después sus tareas y limitaciones. Pero ella tenía la cualidad de hacerle tranquilizar cuando él lo necesitase.

La puerta cedió y se abrió en su totalidad, un chirrido fue lo que anunció su llegada a quien fuere que se encontrase dentro de la habitación, tras abrirla por completo a lo lejos la figura delgada de su madre se mantenía de pie sin perturbarse luego de su llegada aunque bien sabia él que ella se daría cuenta de enseguida de quien se trataba, pues era el único que se atrevía a interrumpir de aquella manera los pensamientos de Ileana.

-Ruego madre me perdone si la interrumpo de forma inesperada, pero he venido hasta usted para calmar al corazón que como animal sin causa se despotrica con cualquier duda que avante sale de mis pensamientos…- fueron las palabras de Velkan que luego de anunciarse con la voz ronca y varonil que le caracterizaba cesaron para realizar una reverencia apoyando su mano diestra sobre su torso inclinándolo con la voluntad y el respeto que tenía para con su Reina y madre.

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