La vida en rojo

por **Úrsula Kierkegaard** Miér Ago 15, 2012 12:01 am

La memoria del corazón elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos, y gracias a ese artificio, logramos sobrellevar el pasado.

El rojo carmesí de mis labios se pintaban a menudo cuando visitaba París ¡Oh Paris! mi Paris, la ciudad que mejor conocía, como la palma de mis manos. Hoy asistiría a una de las tantas obras de Teatro expuestas en el Teatro de los Vampiros ¿Y para qué llevar mis mejores galas? ni yo lo entendía.
Me dispuse a abandonar la residencia y cuando tomé el carruaje que me llevaría hasta mis destino sólo podía pensar en lo que había pasado en toda mi historia ¿ Sufriría más? ¿Que pasaría realmente? Amaba a mi esposo y lo extrañaba también, algunas veces me acongojaba por no tenerle a mi lado, por haberle asesinado.

Las lagrimas no se presentaban ¡Como odiaba la inmortalidad! cuando más podía llorar no lo hacia, no eran lagrimas, si no sangre lo que salia.

Diario, queridas páginas que me confinan a la soledad y a la existencia que tanto odio, como extraño a mis hijas las cuales no puedo ver corriendo con la luminosidad de los rayos del sol sobre sus hermosos rizos. Como extraño la templada calidez del sol sobre las mejillas de mi rostro, como detesto la soledad y la muerte en vida a la que fui condenada.

En las paginas que escribo sólo reflejo la profunda agonía que invade a una vampiresa, una vampiresa que tiene poco o mucho que perder, ¿nosotros no sentimos? ¿Entonces qué es esto que me invade y me quebranta?

No lo sé....

No lo sé.... lo pensaré.

Si tan sólo existieran las maneras para acabar con esto sin la presunción de dañar a terceros, a veces me pregunto si lo que hago o hice estuvo bien ¡Sólo sobrevivía! Ese impulso por conservar al corazón -que en realidad ni latía- Y si latía lo hacia sólo para recordarme lo vacía que llegaba a estar...

Un recipiente, uno muy profundo por llenar, uno que jamas se llenaría del todo.

Tengo miedo a perder la maravilla
de tus ojos de estatua, y el acento
que de noche me pone en la mejilla
la solitaria rosa de tu aliento.

Tengo pena de ser en esta orilla
tronco sin ramas; y lo que más siento
es no tener la flor, pulpa o arcilla,
para el gusano de mi sufrimiento.

Si tú eres el tesoro oculto mío,
si eres mi cruz y mi dolor mojado,
si soy el perro de tu señorío,

no me dejes perder lo que he ganado
y decora las aguas de tu río
con hojas de mi otoño enajenado.

G.G.M.