AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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El Silencio de la Noche. -Priv-
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El Silencio de la Noche. -Priv-
Así como las hojas en otoño, vuelan las palabras a través de las montañas, sobre los vientos que llevan la nieve y la lluvia, entres los bosques que guardan los años, entre la espuma de las olas en los mares. A veces se posan en objeto inanimado y aguardan bajo el polvo y los meses hasta que son devueltos a la vida por ojos curiosos. Las palabras quedan grabadas en cada lugar por donde pasan cual secretos lanzados al viento. Porque las palabras son mas antiguas que los seres pensantes, existieronse otras criaturas que ya conocían el lenguaje mucho antes que los seres humanos. Primero fueronse las melodías quedas de las hojas al rozar con el viento, de los árboles crujientes ante la humedad y el calor, de las aguas deslizándose en ondas invisibles entre las rocas en ríos y lagos. Luego las criaturas vivientes encontraron el modo, cada una atenta a distintos sonidos en los bosques, desiertos, llanuras, estepas donde vivían. Gruñidos y mugidos y rugidos y aullidos y gorgojeos y siseos y maullidos y trinidos y tantas diversas maneras de lenguaje como de formas animales habitan la tierra. Más los hombres en el alba de sus tiempos, habiendo dominado la cacería y el arte del cultivo, dieron nombre a las cosas todas. Nació el lenguaje más complejo pues las criaturas pensantes entretejieron los pensamientos de muchos modos, cada una afín a su carácter. Cada imagen paso a ser una palabra y un sin número de símbolos filosóficos, religiosos, políticos, artísticos, teatrales. Tomaron vida las palabras y se transformaron en espejos. Pero estos espejos diferenciábanse de los otros pues tomaron la forma de cada cosa nombrada. Así las palabras descansan en los lechos de los ríos, anidan en las cumbres de las montañas, se decoloran en el aire y se calientan y enfrían a la luz de los astros. Y no son valiosas hasta que ojos u oídos humanos les descubren, es la mente quien les crea, quien les da la fuerza.
En Versalles aunque reine la tranquilidad después de la puesta del sol, las palabras están en continuo movimiento. Las paredes de mármol simple adorno son porque si bien la vista no les atraviesa, lo hacen los rumores, las noticias. Por ello los sentimientos guardanse en el mejor escondite, el silencio. Aunque aún, hay ojos que pueden desentrañarlo.
Estaban selladas las palabras en los libros de los estantes en el despacho del Rey. Incluso ellas hacían descanso ahora pasado el crepúsculo. Una sola noticia no había llegado hasta la corte. El lugar que acogiere al Delfín, hijo de Francia, se encontraba en la penumbra. Secreto era su desaparición. Contados los enterados de la historia sucedida hacía no demasiado. Jean, el primogénito del Rey, un buen día no había regresado. El tiempo corría en el reloj, un grano tras otro de una búsqueda infructífera de la luz perdida. Las cartas correspondientes fueron enviadas. Esta noche una reunión exclusiva. Los nombres sólo en la mente de Abélard. De pie junto a la ventana con traje gris, adornado el cuello con piedras azules y negras. Pese a ser numerosas eran discretas, los hilos blancos adornaban los bordes en las mangas y se entrecruzaban en los botones, el moño blanco y bien anudado. El vampiro recorría los jardines que se alcanzaban a observar, con la mirada. El reloj marcaba la hora en punto, las estrellas estaban ocultas por las nubes platinas que volaban sobre Francia. Ellas eran conocedoras del rumbo tomado por el príncipe, más la luz estelar era demasiado pobre para mostrar el camino y el sol durante el día indicaba demasiados senderos, demasiadas opciones. El viento con el paso del tiempo alejaría las nubes y entonces trazaría la ruta a seguir con claridad. O podían buscarse los ojos mas agudos en la tarea de descubrir los espejos que contuvieran el misterio de lo que es, de lo que fue. Hombres que leyeran los rastros aún en la más profunda oscuridad. Una palabra había ocultado la verdad y otra revelaría la mentira. Abélard contaría los años con las estrellas si hiciese falta tiempo, al final sólo habría un veredicto.
En Versalles aunque reine la tranquilidad después de la puesta del sol, las palabras están en continuo movimiento. Las paredes de mármol simple adorno son porque si bien la vista no les atraviesa, lo hacen los rumores, las noticias. Por ello los sentimientos guardanse en el mejor escondite, el silencio. Aunque aún, hay ojos que pueden desentrañarlo.
Estaban selladas las palabras en los libros de los estantes en el despacho del Rey. Incluso ellas hacían descanso ahora pasado el crepúsculo. Una sola noticia no había llegado hasta la corte. El lugar que acogiere al Delfín, hijo de Francia, se encontraba en la penumbra. Secreto era su desaparición. Contados los enterados de la historia sucedida hacía no demasiado. Jean, el primogénito del Rey, un buen día no había regresado. El tiempo corría en el reloj, un grano tras otro de una búsqueda infructífera de la luz perdida. Las cartas correspondientes fueron enviadas. Esta noche una reunión exclusiva. Los nombres sólo en la mente de Abélard. De pie junto a la ventana con traje gris, adornado el cuello con piedras azules y negras. Pese a ser numerosas eran discretas, los hilos blancos adornaban los bordes en las mangas y se entrecruzaban en los botones, el moño blanco y bien anudado. El vampiro recorría los jardines que se alcanzaban a observar, con la mirada. El reloj marcaba la hora en punto, las estrellas estaban ocultas por las nubes platinas que volaban sobre Francia. Ellas eran conocedoras del rumbo tomado por el príncipe, más la luz estelar era demasiado pobre para mostrar el camino y el sol durante el día indicaba demasiados senderos, demasiadas opciones. El viento con el paso del tiempo alejaría las nubes y entonces trazaría la ruta a seguir con claridad. O podían buscarse los ojos mas agudos en la tarea de descubrir los espejos que contuvieran el misterio de lo que es, de lo que fue. Hombres que leyeran los rastros aún en la más profunda oscuridad. Una palabra había ocultado la verdad y otra revelaría la mentira. Abélard contaría los años con las estrellas si hiciese falta tiempo, al final sólo habría un veredicto.
Abélard Fontaine- Vampiro/Realeza
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Fecha de inscripción : 08/05/2011
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Re: El Silencio de la Noche. -Priv-
Noche. Hacía tiempo que los últimos albores del crepúsculo se ocultaron en el horizonte dando paso así a la noche con la luna y las estrellas velando el sueño de todos los seres que dormían y descansaban. No solía pasar tiempo en Versalles, no le agradaba, era un lugar demasiado carente de intimidad como para que agradase a la joven general. Ella, acostumbrada a la intimidad de una casa, de su familia, de su isla, incluso la que podía llegar a haber en cualquier campaña le rsultaba sumamente incómodo no poder decir ni media palabra sin tener que pensar cinco veces las consecuencias que aquello podía tener. Y siendo Napoléone, aun más, su condición de mujer la tachaba, la señalaba mientras que su condición como militar la ensalzaba. La carrera militar de la jovencita había sido rápida pero exitosa, haciendo llgar su nombre hasta los oídos del rey que no había tardado en incluirla en su círculo habitual.
Su Majestad la había convocado para aquella noche, desconocía la razón aunque sí estaba al corriente de la desaparición del Delfín. Todo aquello le parecía muy extraño ¿alguien lo habría raptado? Sabía que era cuestón de estado, importante para la sucesión, aun así, no era una cuestión que le afectase en su día a día, sus órdenes seguían siendo iguales, sus misiones las mismas, comprendía que la corona había querido llevar ese asunto con la mayor privacidad posible o las consecuencias serían desastrosas.
Fue a salir de los aposentos que ocuapba en palacio, con su uniforme pero una mirada de su ayuda de cámara, acompañada de la de su madre, le hizo girarse con los talones y dejar que la adecentaran. Todos conocían a la general Bonaparte, pero que hiciera acto de presencia en la corte con uniforme sería un escándalo que se tardaría años en olvidar aun así refunfuñando dejó que la vistieran como es debido, tal y como le hubiera gustado asu madre que vistiera. Aunque lo negase, de cuando en cuando le agradaba llevar aquellos ropajes,pero era demasiado orgullosa como para aceptarlo. Napoléone era alguien de sentido común y sabía, que en ocasiones, era mejor adaptarse en vez de dar la nota y más todavía cuando había un alrgo cmaino por ascender.
No llevaba sable, su mayor arma era un simple abanico que aunque inutil estaba en constante movimiento por el oprimido corsé. Napoléone no estaba acostumbrada a tanta parafernalia. Los guardias abrieron la puerta dle estudio de su majestad y la joven mujer entró, siendo la primera en llgar. Su mirada se posó en el rey, un hombe pálido y misterioso que tan sólo salía de noche. ¿Tendría alguna enfermedad? Aun así hizo una de sus mejores reverencias ante él, con dificultad por el vestido que llevaba.
-Majestad, ¿me habéis mandado llamar?-preguntó acercándose a él. -Disculpad, por favor, si me muestro incómoda, como podréis comprender no estoy acostumbrada a esta.. clase de ropajes.-terminó por sentenciar.
Su Majestad la había convocado para aquella noche, desconocía la razón aunque sí estaba al corriente de la desaparición del Delfín. Todo aquello le parecía muy extraño ¿alguien lo habría raptado? Sabía que era cuestón de estado, importante para la sucesión, aun así, no era una cuestión que le afectase en su día a día, sus órdenes seguían siendo iguales, sus misiones las mismas, comprendía que la corona había querido llevar ese asunto con la mayor privacidad posible o las consecuencias serían desastrosas.
Fue a salir de los aposentos que ocuapba en palacio, con su uniforme pero una mirada de su ayuda de cámara, acompañada de la de su madre, le hizo girarse con los talones y dejar que la adecentaran. Todos conocían a la general Bonaparte, pero que hiciera acto de presencia en la corte con uniforme sería un escándalo que se tardaría años en olvidar aun así refunfuñando dejó que la vistieran como es debido, tal y como le hubiera gustado asu madre que vistiera. Aunque lo negase, de cuando en cuando le agradaba llevar aquellos ropajes,pero era demasiado orgullosa como para aceptarlo. Napoléone era alguien de sentido común y sabía, que en ocasiones, era mejor adaptarse en vez de dar la nota y más todavía cuando había un alrgo cmaino por ascender.
No llevaba sable, su mayor arma era un simple abanico que aunque inutil estaba en constante movimiento por el oprimido corsé. Napoléone no estaba acostumbrada a tanta parafernalia. Los guardias abrieron la puerta dle estudio de su majestad y la joven mujer entró, siendo la primera en llgar. Su mirada se posó en el rey, un hombe pálido y misterioso que tan sólo salía de noche. ¿Tendría alguna enfermedad? Aun así hizo una de sus mejores reverencias ante él, con dificultad por el vestido que llevaba.
-Majestad, ¿me habéis mandado llamar?-preguntó acercándose a él. -Disculpad, por favor, si me muestro incómoda, como podréis comprender no estoy acostumbrada a esta.. clase de ropajes.-terminó por sentenciar.
OFF: mia me dijo, que me habiais invitado a meterme y aquí estoy :3 por cualquier cosa si no os agrada, pues ya lo borro y sin ningún problema. Un saludo ^^
Napoléone Bonaparte- Humano Clase Alta
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