El recuerdo de un amigo... Girolamo

- Por que - se preguntó, mientras revolvía metódicamente su café con la cucharilla una y otra vez. Miró su reflejo en el líquido oscuro. Suspiró profundamente y en su rostro se pintó una triste sonrisa – Maryeva, eres única, te enamoras de imposibles ¿verdad? – Pensó - viviste amando un fantasma, un recuerdo borroso, que quedó enterrado a miles de kilómetros. Viniste a este continente buscando venganza y en estos casi doce meses no has logrado nada.


La vista se le perdió tras el cristal del ventanal, la tarde estaba tan agradable, hacia tanto que no se sentía tranquila, aunque un dejo de melancolía pintaba su alma. En su memoria se apareció la imagen de aquel hombre. Lo había conocido en los bosques, en una de sus salidas nocturnas y aunque al principio se habían encontrado como enemigos, pronto escubrieron que los dos tenían mucho en común.


El era un cazador, que venia a Paris a buscar a su familia, ella - ¿a que venia? ¿o acaso estaba en verdad huyendo? ¿De quien? De si misma – caviló - de lo que era y que todavía no lograba entender lo suficiente.


¿En que momento, esos encuentros cambiaron? A caso habrá sido cuando lo encontró en la biblioteca leyendo un libro de poesías? O cuando lo vio acariciar la carita de ese niño que era en verdad un cambiaformas? La verdad no se lo pudo explicar, solo que con el correr de los días sus encuentros se volvieron más pacíficos, acordando una tregua, una paz tacita. De allí no costo mucho cruzar la línea y abrir sus corazones lastimados, - podríamos decir que juntos logramos lamernos las heridas y curarlas – pensó.



La soledad, la amargura, el dolor, los lanzo el uno en brazos del otro y vivieron un romance apasionado, de encuentros planeados y noches largas junto al calor de un hogar. Pero… - nada es para siempre - se dijo en voz baja - él no era un hombre para una mujer como ella. Hoy eran íntimos amigos. Tal vez tan íntimos que a nadie entregaría su vida como a él, a ciegas totalmente, pues lo había tomado como parte de su familia, de su manada, y quería creer que él también pensaba en ella, como parte de la suya.


Su mano tembló haciendo tintinear la cucharilla en el borde de la taza. Suavemente la colocó en el plato y tomo un sorbo. Era extraño, no podía dejar de pensar en esa última noche. Las escenas, se agolpaban en su mente, aquellas manos fuertes y seguras, recorriéndole la espalda, acariciando su cabellera, tomando su cuello y hundiendo su boca en él, como si supiera que aquella sería la última noche, la urgencia de ese ser, el sollozo al llegar al clímax, sus cuerpos vibrando hasta fundirse en un solo éxtasis en el cual morir y volver a vivir una y otra vez, se convirtió en una danza, en un ritual de purificación.


Su corazón sabía que no volverían a vivir algo así, por esa razón, se había mantenido despierta toda la noche, vigilando su sueño, su respiración tranquila y acompasada, su aroma salino, sus labios entreabiertos. Él, la había encerrado entre sus firmes brazos, le había acariciado su cabeza y besado infinidad de veces su sien, como pidiendo en silencio perdón por la despedida.


Luego de esa última noche, él se había vuelto a Italia de donde era, no sabia si alguna vez lo volvería a ver. Pero gracias a ese hombre, su alma había vuelto a vivir. Hoy Maryeva podía comenzar una nueva vida, buscar un mejor destino – Gracias amigo… gracias dulce amigo… Siempre serás un bello recuerdo – su vista se nublo por las lagrimas que pugnaban por salir. Respiró hondo y secándose las lagrimas. Por primera vez en mucho tiempo… volvió a Sonreír.