Justicia "Divina" [Neon. +18]

Había terminado mi turno en la taberna, había sido realmente una noche muy entretenida con los clientes habituales a los que servía cerveza tras cerveza en aquellas rondas interminables de alcohol. Me causaba gracia ver sus rostros rojos y con una sonrisa cosida a la cara mientras cantaban el himno de Francia en un tono no muy audible, las letras luego de cinco jarras de cerveza se perdían en aullidos.

– Buenas noches – saludé sonriente mientras ponía sobre mu cuerpo la capa entera con capucha color negro. Tomando una lámpara de mano seguí el camino que noche tras noche me llevaba a mi dulce cama, la que me esperaba paciente tras un largo día de trabajo.

No fueron demasiados pasos en cuanto pude oír los llantos de una mujer en el interior de su vivienda; esos sollozos que son imposibles esquivar, que causan una curiosa amargura. Mi cuerpo se tensó y sentí un escalofrió recorrer una a una mis vertebras, rogaba que fuera lo que yo pensaba. Mis pies dieron los pasos necesarios para acortar la distancia en la calle de piedra y tierra. Mi boca se seco y di un largo suspiro antes de llegar bajo la ventana y escuchar.

– LE DIJE QUE NO EXPLORARA, NO CUANDO CAE EL SOL – la histeria de la mujer era alarmante – SE LO LLEVÓ, ESE MALDITO MONSTRUO AL QUE VI Y NADIE ME CREYO – nuevamente volvió a gritar mientras que algo estallaba en pedazos.

Mordí mis labios y mire al viejo sendero que conducía a la parte interna del mismo. Hacía poco que llegué y no me había tomado el tiempo para recorrer las calles ni sus alrededores. Estaba ciega en un objetivo y eso causaba que mi oficio fuera solo a mi beneficio y no para proteger a la gente de estas alimañas.

No había tiempo que perder, di la vuelta sobre mis talones y me adentré por el sendero que llevaba a un camino interno. El bosque oscuro se extendía ante mí con troncos que se alzaban a lo alto llena de ramificaciones espantosas. Con formas espeluznaste y sonidos que harían hasta al más valiente pensarlo dos veces. Yo no era valiente, estaba asustada y más que al darme cuenta que había salido impulsada por la rabia. Aún vestía mi ropa de trabajo, aquello que me hacían ver como una prostituta más que una cazadora. Chasqueé la lengua y extendí la mano con la farola para iluminarme el camino.

Otro de mis errores fatales, y los que siempre me recalcaba Rachel, era sobre mi impulsivo carácter de salir a resolverlo todo a los golpes, no importándome nada acerca de a quien me enfrentaba. “Terminaras muerta por su torpeza”, eso siempre me lo decía cuando en momentos así salía a dar caza como lo hacía ahora, desarmada.

Mis ojos y mi memoria era lo único que por el momento era de ayuda, trazaba el camino mentalmente y memorizaba las formas, detalles mínimos que alguien pasaría por alto. A lo lejos un claro sonido de derrumbe captó mi atención. Apreté los dientes y corrí a toda prisa esquivando los arboles que se interponían en mi camino.

Mi rostro se contrajo al sentir el olor asqueroso que emanaba alrededor. Podía ver a lo lejos una silueta con forma de casona que las copas guardaban celosamente. Pero comprobé por mi olfato que de ahí venia la raíz del problema. Más cerca, más ganas de vomitar me daban.

No fue ninguna sorpresa encontrarme con el sanguinario panorama que estaba solo en el jardín, pero el corazón se me encogió al ver rostros inocentes que habían caído en manos de la criatura que habitaba allí. Se cobraría otra víctima si no actuaba rápido. Acercándome a la verga, note a los pequeños cuerpos decapitados y empalados, algunos ya en su estado de descomposición acelerada y otros recientes, niños que no verían la luz del sol nunca más, pero aquella cosa no volvería a arrebatar otra vida, no lo haría porque yo le arrancaría el corazón y me lo comería mientras me observa por última vez.

Avanzando por el interior, vi lo que había ocasionado aquel ruido mientras me dirigía aquí, la puerta había sido recientemente arrancada, respiré nuevamente por la boca y saque la capucha que cubría mi cabello. Camine con cuidado por el gran salón con piso ajedrez hasta la abertura oeste, esta desembocaba a un pasillo que la única luz era la que la luna lograba filtrar.

Tragué saliva y procuraba hacer el menos ruidos con las botas de tacón que llevaba puesta, el silencio hacia expandir el más desafortunado ruido en un provechoso eco para los enemigos. Pero a quien estaba engañando… él sabía que me encontraba aquí, lo sentí observarme desde que traspasé la verga, mi sangre hirviente lo atrajo como un imán y ahora, ahora estaba detrás soltándome su gélido alieno seguido a un gruñido, un gruñido que podía interpretarlo como un ronroneo juguetón.

Nuevamente las sombras cubrían mi rostro y parte de mi cuerpo que aún llevaba sobre mis hombros, cada musculo se tensó y no pude evitar apretar mis manos, enterrando mis uñas en la carne.

- ¿Tú eres el que se lleva los pequeños? – Comencé a hablar sin voltear aún, la farola estaba aún lado de mi cuerpo con la llama que sobrevivía al gélido interior – Asiqué te llevas a los niños porque eres débil para cazar uno grande… he vampiro con pocos huevos…

Ok, provocarlo no fue buena idea, i más cuando su mano apretó mi cuello y elevó mi cuerpo a centímetros del piso, donde solo sentía la punta de mis pies apenas tocar. La farola se resbalo de mis manos y se estrelló contra el suelo, pero por alguna razón la luz seguía viva en su interior. Mis manos se prendieron de la fría piel del muerto y mi cuerpo se sacudía con violencia para tratar de liberarme.

“Regresa al Infierno”, eso fue lo que escuché y me dejo aún más preocupada, no estaba sola como pensaba y eso haría correr peligro a quien fuera el idiota que se metió en la mansión. Su agarré me soltó de golpe y en cuanto pude recuperarme, poco a poco recuperar el aire perdido, alcé la vista bajando la capucha exponiendo mi identidad, lo vi, era un Brujo con niños asustados. Esto estaba mal, muy mal.

Sacándome la capa que ya quemaba mi piel, la arrojé al suelo mientras pensaba que hacer para poder matar a la criatura, el Brujo no solo lo distraía, también había creado de su energía las armas que me hacían falta para ejercer mi oficio, cazarlo.

Corrí con la ballesta en ambas manos y mi cuerpo se fue hacia adelante, mis rodillas se flexionaron hasta casi tocar el suelo y mi cuerpo sintió el envión que daba para saltar tan alto como mis músculos segregados de adrenalina me permitía. Parándome en los hombros del monstruo, aquel ser que merecía ir directo al infierno, quedó observándome desde abajo mientras sus ojos llenos de sangre inocente observaban.

– ¡A ver si te gusta un poco de esto! – nuevamente mis piernas se flexionaron y tomé sus cabellos putrefactos con fuerza para jalarle hacia atrás y meter la ballesta en su boca. Mi dedo gatillo sin parar hasta que cinco flechas salieron por los costados del vampiro y este me arrojaba en un intento desesperado hacia adelante. Caí al suelo pero mi cuerpo rodó hasta los pies del hombre que había invocado aquellas armas para mí. Parándome de un salto, deje la ballesta y el hacha que saque de mi cinturón fue mi juguete nuevo para ahora poder completar mi juego.

La luz de la luna era nuestro testigo y los alaridos del monstruo eran música para mis oídos. Entre sus palabras blasfemas contra mí y el ataque que no se esperaba, nuevamente di pelea, esta vez ejecutando patadas para hacerlo retroceder y que él hombre se marchara con los niños que estaban vivos.

–¡Vete ¿Qué mierda estas esperando?!– salieron mis palabras sin medir ningún respeto, en esos momentos mi cuerpo estaba disfrutando de la tensión, aquello que me impulsaba a seguir y descuartizarlo. Me encontraba con la piel húmeda, jadeando pero sin parar de darle patada tras patada, vuelta, patada a la mandíbula golpe seco, vuelta nuevamente, patada a su brazo y el golpe seco. Mi cabello ya me molestaba, giraba cortando el aire y me daba latigazos en el rostro. Una vez que estaba suficientemente alejado el mando del arma giró dos vueltas antes de apretarlo contra mi palma y dedos. Tomando impulso mi brazo derecho se balanceó de atrás hacia adelante y de arriba hacia abajo dándole un corte seco por encima de sus hombros, desprendiendo su cabeza que rodó al suelo.

Acercándome, tomé una de las tantas flechas que había disparado en su garganta, sacando la más sana para atacarlo en su corazón, la punta y mi fuerza cargada de adrenalina traspasaron la tela podrida, piel, carne hueso hasta llegar a su motor y reventarlo. Presione y presione hasta que la sangre estallo hacia arriba, bañándome el un impuro liquido carmín tibio. limpie la misma con asco y empujé con mi pierna derecha su cuerpo para que caiga hacia atrás.

– Tu turno – señalé el cuerpo y la vela que estaba a solo unos metros, dándole a entender que lo calcinara y de paso toda esa cueva llena de perversión, olor a sangre y sexo pedófilo ardiera con el causante de tanto sufrimiento.

Jadeando, estaba jadeando con fuerza mientras caía sobre mi rodilla derecha como si la gravedad fuera aumentada y me arrestaba hacia abajo. El cuerpo con el cual me había costado derribar ahora se volvía cenizas frente a mis ojos, las lenguas rojas de vetas naranjas y destellos amarillos consumían hasta el último hueso maldito. Agaché la cabeza mientras que descansaba.

«Espero que este consciente… de qué…» - ¿Por qué había parado de hablarme? Abriendo nuevamente los ojos le vi, ahora mejor.

Era un niño, o eso aparentaba, al menos más joven que yo era. La frescura rebosaba de su piel, cabello corto y bien formado; realmente una delicia para mis vista luego de ver tan cosa fea. Pero no me detuve en eso, más bien preste mi atención en los dos pequeños que lo acompañaban, muertos de miedo, sucios y con ganas de correr. Pero fue un instante, una milésima de segundos que aquél brujo poso su mirada ardiente sobre la mía.

«Lo que le hayan ofrecido, lo triplicaré, con la condición de que me ayude a proteger a estos niños, yo intentaré de limpiar el lugar…»

Y sin decir más, simplemente se adentro entre los pasillos, pasando por los restos de ceniza del neófito anterior los cuales revolotearon por el aire como si fueran esporas. Era de noche, y la zona era peligrosa, pero de todas formas no podía dejarlos allí dentro, no luego de toda la tortura y la incertidumbre de su destino.

- Bueno – fue lo primero que me salió mientras nuevamente me ponía de pie y guardaba el hacha tras mis espaldas, tomaba la ballesta para tenerla preparada con las flechas que aún me quedaban, aunque eran pocas y recogía mi capa. – Salgamos de aquí niños, esta pesadilla se terminó (al menos para ellos)

Tomando de la mano a la niña y esta al más infante, los conduje con cautela hasta las afuera de la mansión, realmente no me costó trabajo llevarlos hasta las afueras de el maldito lugar a la entrada boscosas. La noche aún mantenía su gélido mandato sobre nosotros y realmente no podía dejar al brujo solo, pero tampoco a los niños. ¿Qué haría en casos como este Rachel? Quedándome con ellos un rato para calmarlos y abrigarlos por el frio con mi capa, los abrace y les daba palabras alentadoras que pronto estarían con sus mamás. No había nada peor para mí que ver el terror en sus caritas.

Una luz intensa llamó la atención, alzando mas la cabeza provenía desde la misma dirección que aquel brujo había tomado, al menos cinco ventanales más. Mordí mi labio inferior hasta romper la suave piel que lo cubría. Mis ojos nuevamente rastrearon el lugar con ellos abrazados a mis lados , nuevamente me interne más en el bosque y agradecía que no había luna llena; buscando un tronco con hueco metí a ambos bajo estos y los cubrí bien con la capa ordenándoles que se mantengan abrazados para que no tuvieran frio. A la niña que era más grande le deje la ballesta posicionada.

– Es muy simple – dije bajito mientras le preparaba las flechas que me quedaban y le apuntaba a un cierto punto – Si vez a alguien que se mueva, le disparas – la mire y apreté sus manos – para que me reconozcas diré el nombre de tu madre.

– Su nombre, Azalea – respondió con un temblor en la voz, muy propio de su edad y lo que estábamos viviendo.

Dejándolos, corrí hasta la entrada, jadeando y notando como el frio aire chocaba contra mi piel caliente, mi aliento manifestándose en vapores que emanaban de mi boca sin cesar. Con el hacha en mano, llegue hasta el vestíbulo, donde las cenizas aun danzaban en el aire persistente de quedarse a ser testigo. Mientras más avanzaba, los alaridos del brujo me inquietaban, hasta que un grito trémulo cortó el silencio y fue ahí que vi la escena al llegar. Tomando el mango del hacha entre las manos, giré suavemente este entre mis dedos y la manifestación de rayos plateados gracias a la luz que se adentraba por el ventanal hizo posible su llamada de atención a mí.

Llevando el filo del hacha hasta mi antebrazo, lo deslicé cortándome leve y lo suficiente para atraerla hacia mí, el olor a sangre los alteraba más si esta provenía de un cuerpo caliente, y como yo me encontraba dudaba que lo rechazara.

Soltándolo, sus dientes amenazadores se abrieron para mostrar su ferocidad y basto un segundo en que desapareció del lado del brujo y reapareció a mi lado mientras que aún el aire elevaba mis cabellos ondeándolos por la fuerza e impulso que utilizó. Nuevamente tomándome del cuello y estirando mi brazo, casi sintiendo que me lo desprendía del cuerpo, balanceé el hacha clavándola sin mucho excito en su hombro. Maldita zorra…

Acaricié mi cuello con la mano sana mientras el hombre tomaba mi brazo, con solo pasar los dedos sobre mi piel no solo curo aquella herida hecha a propósito, también hizo que me estremeciera y que mi interior se removiera aturdido, confundido. Me tomé el atrevimiento de esta ves mirarlo bien, ya que la calma del lugar había vuelto, sus ojos se encontraron con los míos y no pude evitar sonreír, sonreír de una manera extraña, cálida y… ¿Cálida?, hacia demasiado calor…

El lugar se incendiaba y él brujo no perdió ni un momento mas, tomándome de la muñeca del brazo sano, corrimos hacia la salida. Por un extraño motivo las llamas no podían tocarnos y eso lo agradecía en verdad. Saliendo por fin de aquella pesadilla, alcé la vista al cielo y pude ver como el cielo se iluminaba y los colores, dignos y hermosos de una paleta de pintor se entremezclaban con los tímidos y primeros rayos del sol, el amatista jugaba con el negro de la noche, el rosado y el lila pastel. Agradecía ver otro amanecer, otro nuevo día, siempre lo agradecía. Vi que se recostaba y sonreí, ambos estábamos mugrientos, agitados y acalorados a pesar de las bajas temperaturas, mi cuerpo estaba agotado y no podía creer que dentro de unas pocas horas debería trabajar sin dormir. De pronto algo corto mi respiración al ver una de las flechas clavadas y el destello a lo lejos de otra por venir. Recordé a los niños y alcé las manos.

– ¡Azalea! – Grité enseguida aguantando el dolor del hombro y cayendo sobre mis rodillas – Niños… todo término… - dije mirándolos como a lo lejos la pequeña cabecita del niño asomaba y la niña aun miraba con cautela y por ultimo cediendo también.

Si, la pesadilla para ellos había terminado, pero me sentía mal por el resto… aquellos que no logré salvar. Me paré de nuevo y caminé hasta ellos, abrazándolos, consolándolos y consolándome a mí misma.

– Vayamos a casa, sus madres los esperan… - susurré besando la frente de ambos y tomándolos de las manos. Miré hacia atrás y el hombre estaba parado detrás nuestro, sonreí y le mire cálidamente – ¿Vamos?