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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Jean Christophe Tallerand Vie Ago 31, 2012 8:42 am

La razón por la que Jean Christophe era bueno en su papel de patriarca del clan Tallerand pese a su corta edad era que no sabía solo dar la talla en los mejores momentos, cuando todo iba bien, sino que estaba también entrenado en tomar las decisiones menos malas cuando no había salida ventajosa posible. No opinaba como su abuelo que fuera necesario pegar a los criados para disciplinarlos, lo veía una perspectiva bastante medieval del orden jerárquico, pero sí estaba de acuerdo en que si uno estaba a las duras debía estar a las maduras. Presentarse solo ante los empleados para felicitarlos y dejar que fuera otro el transmisor de malas noticias era hacer una política de empresa nefasta, porque con la intención de generar buenos sentimientos se acababa perdiendo autoridad, y quizá porque su condición personal no imponía demasiado Jean Christophe se veía en la necesidad de reforzar bastante a menudo la opinión más severa que sobre sí mismo tenían sus trabajadores. No había nada más lejos que él de un hombre cruel, pero sí sabía ser imparcial cuando la ocasión lo requería. Si despedir a dos individuos evitaba que se fueran a la calle trescientos más el muchacho sabía tomar cartas en el asunto sin dejarse llevar por los sentimentalismos, y era consciente de que su actitud en estas lides sería censurada por más de uno que lo consideraría demasiado apegado, por decirlo de algún modo, al comunismo. De momento nunca había llegado al extremo de pensar que el fin justificaba los medios, pero estaba claro que sus empleados no veían tan claro que pudieran contar con su bondad por mucho tiempo más. Algunos estaban preocupados pensando que la universidad lo cambiaría y lo volvería como el patrón anterior, el abuelo de Jean Christophe, que no se había hecho rico precisamente teniendo consideración con los trabajadores de sus fábricas.

En todo eso pensaba el joven Tallerand mientras recorría en ferrocarril la distancia que separaba la estación principal de París con aquella secundaria, más pequeña, cerca de la fábrica de telas de su familia. Había enviado una carta a su padre aquella mañana antes de partir para comunicarle lo que se proponía hacer, pero no era como si pidiera permiso porque de hecho cuando la misiva llegara a su destino Jean Christophe confiaba en que había resuelto ya el problema. Un problema ínfimo, en realidad, pero de difícil solución entre otras cosas por la vaguedad de sus informadores. El hecho de que se hubiera enterado de oídas por un rumor ya auguraba poca fluidez de comunicación, además de confirmar que había peones que no confiaban en él. Según le había dicho su criado personal habían encontrado a una muchacha viviendo dentro de las dependencias del edificio, una nave grande de piedra separada de la civilización por varias hectáreas de campo raso y que no estaba ni de lejos acondicionado para subsistir dentro. Sería extraño que nadie la hubiera visto dentro de no ser porque había habido problemas en la caldera y el ala principal estaba desalojada desde Julio, a la espera de que las tuberías dejaran de constituir un peligro real para la gente que trabajaba dentro.

- Tenemos una polizonte, señor. - Le había dicho el capataz a regañadientes cuando Jean Christophe le preguntó directamente. - No es nada grave, lo arreglaremos. La chica es un poco arisca y dicen que mordió a Agathe cuando intentó sacarla de allí. - ¿Morder? ¿Qué era, un animal? Las descripciones que le llegaron a retazos no fueron más esclarecedoras, por lo que haciendo caso omiso de los consejos de su sirviente, que sabía que no era lo más adecuado para su amo exponerse al aire libre en aquellos días lluviosos, decidió ir a poner orden personalmente. Compró dos billetes en el ferrocarril porque su empleado doméstico no consintió de ninguna de las maneras en dejarlo viajar solo, como si tener los pulmones delicados lo incapacitara para tomar un tren. Bah, era más fácil darle la razón que intentar discutir con él, así que los dos juntos se subieron aquella mañana en esa gran máquina de hierro que al chico no dejaba de impresionarle. Todo lo que fueran manifestaciones de ingenio de la mente humana lo absorbían hasta tal punto que pasó el trayecto con una sonrisa maravillada hasta que avistaron la estación de destino, donde les esperaba un coche de caballos que cubrió el resto del trayecto.

- Está en la buhardilla, en lo que era el despacho del segundo oficial. Si quiere entrar a verla allá usted. - Esas fueron las amables palabras que le dirigió una moza que estaba encargándose de desmontar uno de los telares grandes. Tanta reticencia a tratar directamente con la chica intrusa no consiguió sino acrecentar la curiosidad natural de Jean Christophe, que subió los peldaños con cautela y abrió la puerta de la oficina sin saber realmente lo que iba a encontrar. No había ventanas y no estaba aún totalmente acostumbrado a la semioscuridad. - ¿Mademoiselle?
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Mensaje por Invitado Sáb Sep 01, 2012 9:47 am

Aquella fábrica estaba mal, casi se caía a pedazos y la estructura difícilmente la sostenía, pero a mí me servía. Estaba abandonada desde hacía ya tiempo, no sabía por qué, y como refugio para la lluvia de la estación era suficiente. Además, Scarlet me había dicho que le gustaba, y si a ella le agradaba, es que el lugar era el adecuado.

Despierta, Alchemilla... ¡Despierta de una vez!

Y lo hice. La voz de Robbie siempre tenía ese efecto en mí, el de hacer que pasara de la consciencia a la inconsciencia en segundos para estar alerta. Él siempre quería que lo estuviera, porque era un consejo peligroso, ¡muy peligroso! ¿Verdad que lo es, Scarlet? Sí, claro que sí.

Tenía a la muñeca aún en los brazos, y Robbie me miraba con sus ojillos de conejo abiertos como platos, sonriendo. Tic, tac; tic, tac. ¿Qué, Robbie? El tiempo corre, sí, pero no ha habido pistas de Alessa o Josh, así que no sé qué quieres... ¿Qué demonios te ocurre? ¡Habla, sucio conejo! ¡Hazlo de una vez! Deja de reírte...

Tic, tac; tic, tac; tic, tac. Se mueven, corren a toda velocidad. Vienen. Tic, tac; ¡toc, toc!

Su sonido cambió. Dejó de ser algo parecido al chasquido de una lengua contra un paladar para empezar a ser sus patas resonando en el hueco vacío de la buhardilla en su huida. ¡Huye, sucio conejo rastrero y cobarde, huye! ¡No te atrevas a enfrentarte a Scarlet y a mí! Eso...

Y, en sustitución a Robbie, apareció Alessa, como un calco mío. Estaba atrapada por mi padre, que la apretaba contra él y que tenía un cuchillo contra su cuello. Yo estaba inmóvil, una figura encapuchada me tapaba mientras otra, con una guadaña, se acercaba a mi padre y a mi hermana. Cuando él cortó el cuello de mi gemela, la parca rasgó el aire con la cuchilla de su arma y se desvanecieron como si nunca hubieran existido. Yo grité.

Fue mi grito lo que debió de atraerlos, y lo que hizo que vinieran hasta donde estaba. Al principio me pareció que era Robbie quien volvía, pero no, ¡eran humanos que querían echarme! Me defendí con uñas y dientes, los ignoré cuando me dijeron que no, que no podía estar allí, ¿ellos qué sabían! ¡Ellos no sabían nada! Y eso fue suficiente para que se fueran. Al menos un rato.

Después de un momento de tranquilidad, en el que me recompuse y mecí a Scarlet contra mi pecho, empecé a cantarle entre dientes una nana. Duérmete, niña, duérmete ya, que si no el coco... ¡Te comerá! Y con las últimas notas de la melodía, alguien vino.

Era distinto a los sucios y fornidos personajes de antes. No se acercó mucho, así que tuve que arrastrarme sobre mis rodillas, por el suelo, para verlo, pero parecía delgaducho y débil. No sería una amenaza, no podría ni conmigo, ¡mucho menos con mis hermanos!

No hablé, al menos no inmediatamente. Robbie había vuelto a la escena con su actitud traviesa, maliciosa, huidiza de siempre, y nos observaba. Bueno, me observaba mientras yo hacía lo propio con aquel chico. ¿Cuántos años tendría? Pocos. Quizá fuera de mi edad. Quizá supiera lo que era perder a tus hermanos... ¡No! Eso él nunca podría saberlo. Estaba demasiado bien vestido, y no estaba solo... ¡Había alguien con él! Quizá fuera sólo un criado, ¡pero me daba igual! Lo miré con los ojos entrecerrados, atravesándolo con la mirada.

– ¿Qué queréis? – escupí, con tono tan hostil como lo era mi actitud. Ellos no lo sabían, ¡no podían saberlo!, pero siempre escondía debajo de mi ropa algún arma, aquella vez un cristal roto de los que había a patadas por allí. La oscuridad, creadora de monstruos, se apiadaría de mí por un momento y sólo necesitaría acercarme para...

Para que su sangre corra, se derrame contra el suelo, forme un charco que me sirva como tributo. Para eso, Alchemilla, no para ti.

Claro. Para Robbie. Siempre para Robbie. ¡Maldito fuera aquel conejo egoísta que sólo quería la sangre para él!

– ¿Por qué estáis aquí? Yo vine primero. – añadí, con el ceño fruncido y a la espera de un solo gesto para que el cuchillo desfilara por sus tiernas gargantas y nos tiñera del bonito color carmesí de la sangre... Ah, qué preciosa perspectiva.
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Mensaje por Jean Christophe Tallerand Mar Sep 11, 2012 4:52 pm

Los ojos de Jean Christophe tardaron unos minutos en adaptarse completamente a la penumbra de aquella estancia, pero cuando lo hizo lo que vio se le grabó en la mente. Aquella muchacha tenía dos ojos, una nariz, una boca y dos orejas... pero parecía más un animal que una persona, que una humana. En sus iris luchaban los destellos de curiosidad con los de furia y los de miedo. ¿Miedo? Él sabía que no imponía ninguna emoción intimidatoria con su aspecto, era delgado y con su piel cetrina lo más que despertaba entre los demás era compasión. Dedujo que alguno de los peones había ido tras él, y al girarse vio a un hombre fornido velando por su seguridad y mirando sobre su hombro más allá, a la chica que estaba en el suelo. - Está bien. - Le dijo al trabajador para despedirlo. Debió de pensar que su patrón estaba loco al querer quedarse allí dentro solo con esa niña loca que ya había mordido a alguien - si tenía que creer los rumores - pero eso no era algo que le preocupara al joven señor Tallerand. Tal vez porque sabía de primera mano lo que era estar enfermo se sintió un poco más unido a la polizonte que todos los demás obreros juntos.

Avanzó dos pasos sin entrar en su radio de intimidad, sin profanar su espacio de seguridad, y se sentó en el suelo. Por un rato solo miró a la muchacha, parecía que ella tampoco tenía prisa por iniciar una conversación. ¿Quién podía saber lo que albergaba su mente atormentada en ese instante? Suponiendo que estuviera trastornada de verdad, claro, y que no estuviera inventando todo aquello solo para poder encontrar un lugar donde dormir. A Jean Christophe no le pareció que todo aquello fuera una pantomima, porque nadie en su sano juicio escogería como hogar ni provisional una nave donde los telares aún funcionaban y donde parecía obvio que pronto volvería a haber actividad profesional. Por el momento cualquier intento que hiciera él por aproximarse a las ideas y la mecánica del cerebro de ella sería inútil, así que solo le quedaba dejar pasar el tiempo. Con un poco de suerte ella se lo diría con esos ojos tan grandes que tenía, expresivos como ventanas de su alma abiertas al mundo. - En realidad primero vine yo. - Objetó sin brusquedad, quitándose el sombrero y dejándolo en el suelo también entre los dos. - Esta fábrica es mía. ¿Por qué estás aquí? - Le devolvió la pregunta. En su rostro solo se planteaba la curiosidad infantil de quien lanza una cuestión sin segundas intenciones.



FdR. Perdona por tardar y por este post tan corto, ando con líos de la universidad...
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Mensaje por Invitado Miér Sep 12, 2012 12:16 pm

Sangre. Quería ver la sangre, su sangre, correr por el suelo y dibujar formas dulces en él que complacieran a Robbie y a los demás. ¡Ellos me gritaban, casi me suplicaban, que se la diera y se la enseñara! Sangre... La sangre de quienes habían osado adentrarse en el lugar donde llevaba las últimas noches durmiendo, a falta no de otro mejor, sino directamente de otro. ¿Qué se le iba a hacer? Estaba ocupada buscando a mis hermanos, ¡no podía pensar en tener una casa si no estaba ocupada por ellos! Era imposible.

¿Ese chico...? ¡Ese chico no tiene suficiente sangre, Alchemilla!

Era cierto. Parecía débil, tan delgado como yo, y lo suficientemente poco previsor como para deshacerse del fornido hombre que lo acompañaba y entrar solo. ¿Por qué? ¿Qué se suponía que estaba haciendo? ¡No me gustaba!

Ten cuidado, princesa.

Lo tendré. Sólo quiero averiguar por qué... Y él me lo dijo, oh, sí, me dijo que aquella era su fábrica, y la risa se me escapó de la garganta con ecos roncos y poco divertidos. Sembró en mi cara una sonrisa torcida, bromista, perturbada, falsa, inquietante. Mía. Y suya, claro. ¿Cómo no?

– Tu fábrica. Tuya. Como algo que produce bienes materiales para que los consuman los demás, ¿no? ¿Me equivoco? No, sé que no. Sin embargo, no la veo en funcionamiento. Es tan buen alojamiento como cualquier otro. Y encima está resguardado de la lluvia. ¿Por qué no estar aquí si no hay más lugares a donde ir, me pregunto yo? – le dije, encogiéndome de hombros y con las uñas clavadas en las palmas de las manos con tanta fuerza que mis dedos estaban blancos.

Me costaba contenerme. Quería sangre, mucha sangre, y él se mostraba tan insoportablemente pálido que daba aún más ganas de derramar el líquido que contenía su cuerpo. Era tan apetitoso...

¡Como tú! ¡Y tú serás la siguiente!

Robbie se impacientaba, y yo me mordí el labio inferior con fuerza suficiente para abrir una herida. La roja sangre brilló casi espectralmente en contraste con mi palidez mortuoria, y me llevé un dedo al labio para recoger la gota y dejarla ahí, para que ellos la recibieran. No, no como tributo, como promesa de que después vendría más... Mucha más.

– Sé que eres el dueño, pero no tu nombre... O nada de ti. ¿Quién me dice que puedo confiar en ti? Yo no creo que sea bueno hacerlo. – añadí, frunciendo el ceño y mirándolo de nuevo, con actitud defensiva en mi cuerpo, tenso. No tenía aspecto de llevarse a gente por ahí, pero nunca se sabía. Mi padre tampoco lo había tenido, y sin embargo...

Sin embargo lo hizo. Y depende de ti encontrar a Alessa y Josh.

Sí, era mi responsabilidad como su hermana mayor, como la única que podía hacerlo. Lo conseguiría, de eso estaba segura, ¡claro que sí! Ellos me apoyaban. Como también lo harían si aquel chico resultaba peligroso... ¡No tenía nada que temer. A no ser que hubiera tenido algo que ver, aunque en ese caso quien temería sería él, no yo. ¡Y correría la sangre! Por fin...

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