AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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¡Zape! | Alchemilla
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¡Zape! | Alchemilla
Tenía una taza de café humeante a un lado de su cama, deshecha y llena de papeles repletos de garabatos trazados sobre el papel sin ningún orden. Las gafas para leer se le resbalaban por el tabique de la nariz, indicando claramente que no eran de su talla... habían sido un regalo y, vale, no las necesitaba. Pero un regalo es un regalo. Y además, tenía que admitir que se veía bien con ellas. Al menos parecía algo intelectual, que le hacía falta. Sylvie era de esas personas que no tenían pinta de nada. De esas personas a las que ves y no puedes concluir nada acerca de su vida; hasta que la ves con una bata blanca, no tiene cara de médico. Hasta que la ves con el violín, no tiene cara de violinista. Y así con todo. Pero sí tenía cara de gato. Su expresión era bastante parecida a la de un gato flacucho, feliz y gracioso. De esos a los que ves por la calle y te dan ganas de adoptarlos... A veces pensaba que de tanto convertirse en uno, acabaría siendo así incluso cuando estaba en su forma humana. Y lo mismo era cierto.
Tomó un sorbo del café, que se había ido enfriando a medida que se concentraba en la lectura de aquel libro sumamente aburrido que le había regalado uno de sus compañeros de trabajo. El mismo que le dio las lentes para reírse de ella cada vez que se las pusiera de lo grande que le venían. No tener vida social, era terrible. No se estaba enterando de nada de lo que estaba leyendo. No, no tenía ningún problema de atención. Se estaba quedando dormida. Entró en un trance en el que las palabras que va leyendo se iban cruzando entre sí, careciendo completamente de sentido... Se cayó de espaldas sobre la almohada, totalmente "K.O.". Y, mientras el libro caía sobre su regazo y el café terminaba de enfriarse en la taza, se sobresaltó, despertando algo aturdida por un ruido que provino de la misma casa. Un estruendo y algunos pasos. Otra vez se habían vuelto a colar en casa. Bufó, y tras patear al vecino que había venido a robarle el poco pan que le quedaba, decidió que era hora de hacer algo distinto a dormir o mutaría en marmota.
Escapando sutilmente de la extrema pereza que un domingo despierta en cualquiera, decidió pasar un día en la naturaleza, como uno de sus animales favoritos: en gato. Movía su cuerpo con absoluta gracilidad, sintiéndose más cómoda en esa forma que en la de humana. Cazó tres ratones y dos cucarachas en el trayecto al bosque, cuyos cadáveres dejó ante la puerta de aquellas personas que siempre que iban a la cantina, no dejaban nada de propina. Una vez estuvo rodeada de árboles, todo su cuerpo se estremeció. Se sintió feliz, llena de vida, como si el simple hecho de respirar aquel aire tan puro la convirtiese en alguien completamente nuevo. El Sol primaveral se calentaba ligeramente la tierra, aún húmeda por el rocío del alba. Y supo que nunca había visto un cielo tan azul como aquel. Trepó hasta la rama inferior de uno de los árboles más altos que encontró, y observó el paisaje maravillada, creyéndose el rey de la montaña. Estaba feliz. Y tan feliz y tranquila se encontraba que se durmió en la rama. La noche se alzó en poco tiempo, y sólo el ronroneo de aquel animalillo parecía interrumpir la calma nocturna.
Tomó un sorbo del café, que se había ido enfriando a medida que se concentraba en la lectura de aquel libro sumamente aburrido que le había regalado uno de sus compañeros de trabajo. El mismo que le dio las lentes para reírse de ella cada vez que se las pusiera de lo grande que le venían. No tener vida social, era terrible. No se estaba enterando de nada de lo que estaba leyendo. No, no tenía ningún problema de atención. Se estaba quedando dormida. Entró en un trance en el que las palabras que va leyendo se iban cruzando entre sí, careciendo completamente de sentido... Se cayó de espaldas sobre la almohada, totalmente "K.O.". Y, mientras el libro caía sobre su regazo y el café terminaba de enfriarse en la taza, se sobresaltó, despertando algo aturdida por un ruido que provino de la misma casa. Un estruendo y algunos pasos. Otra vez se habían vuelto a colar en casa. Bufó, y tras patear al vecino que había venido a robarle el poco pan que le quedaba, decidió que era hora de hacer algo distinto a dormir o mutaría en marmota.
Escapando sutilmente de la extrema pereza que un domingo despierta en cualquiera, decidió pasar un día en la naturaleza, como uno de sus animales favoritos: en gato. Movía su cuerpo con absoluta gracilidad, sintiéndose más cómoda en esa forma que en la de humana. Cazó tres ratones y dos cucarachas en el trayecto al bosque, cuyos cadáveres dejó ante la puerta de aquellas personas que siempre que iban a la cantina, no dejaban nada de propina. Una vez estuvo rodeada de árboles, todo su cuerpo se estremeció. Se sintió feliz, llena de vida, como si el simple hecho de respirar aquel aire tan puro la convirtiese en alguien completamente nuevo. El Sol primaveral se calentaba ligeramente la tierra, aún húmeda por el rocío del alba. Y supo que nunca había visto un cielo tan azul como aquel. Trepó hasta la rama inferior de uno de los árboles más altos que encontró, y observó el paisaje maravillada, creyéndose el rey de la montaña. Estaba feliz. Y tan feliz y tranquila se encontraba que se durmió en la rama. La noche se alzó en poco tiempo, y sólo el ronroneo de aquel animalillo parecía interrumpir la calma nocturna.
Última edición por Sylvie A. LeBlanc el Vie Jun 13, 2014 4:09 am, editado 2 veces
Edith D. Keergård- Humano Clase Media
- Mensajes : 98
Fecha de inscripción : 20/07/2013
Re: ¡Zape! | Alchemilla
Se me escapaban canciones de los labios. No eran en francés, pero no reconocía el idioma; ellos me las gritaban al oído y yo tenía que repetirlas o llamarían a Robbie y me sacrificarían para que saciara su sed de sangre. ¡Sh, sh, mencionarlo lo hará venir! Él era quien había ocultado a mis hermanos, ¿o no? ¿Era real? ¿Era falso? ¡Qué era mentira, qué no lo era! No sabía. No sabía nada y el bosque tampoco, porque sus susurros sólo callaban.
Veo, veo; ¿qué es? Una cosita, ¿qué cosita es? Empieza por la letra... ¡C!
¿C? ¡La C era la letra de CONEJO! Y Robbie era un conejo, era el peor de todos, porque ni mi querida Scarlet podía con él. Echaba de menos a Scarlet, pero la había dejado en el sanatorio de donde me había escapado para protegerla. ¿Y quién me protegería a mí? Pues ellos, claro estaba. Si ellos estaban para algo, era para protegerme. Por eso me habían avisado de que habían visto a Robbie, ¿verdad? ¡Verdad? ¿O era para despistarme? Me estiré de los cabellos, intentando concentrarme, pero no podía. Tenía la cabeza brumosa y confundida, y ellos no dejaban de farfullar.
El conejo va a por ti... El conejo se ha aliado con él y te va a devorar...
¿Él? Sólo había un él que podía ser. Era el único que me aterrorizaba más de lo que lo hacía Robbie, y los escalofríos que sentí por todo el cuerpo me hicieron dominarme (un poco) y correr hacia la maleza con ellos guiándome por entre los árboles porque yo no veía casi nada. Ni falta que hacía; no tropecé ni una vez, y sólo me detuve cuando ellos dijeron que ya no había ningún conejo a la vista, ¡bien!
Pero sí hay otros animales cerca, animales salvajes y animales dulces.
Intenté recuperarme, y después de un par de minutos respirando fuerte lo conseguí. Aún me ardían los pulmones y no tenía ni idea de cuánto había corrido; ni me importaba. Ellos habían dicho que corriera, y yo lo hacía. ¿Qué más se podía esperar? Nada. Ellos tenían razón, y por eso miré hacia arriba y hacia los lados, buscando entre los ojillos brillantes algún animal que fuera peligroso o adorable. No sabía lo que encontraría primero, y poco me importaba.
Debería importarte porque si es un lobo te comerá como el gran lobo feroz de los cuentos, y si no siempre podrás llevarlo al sanatorio. Aunque él...
Él no me dejaría, lo sabía. Me abracé el pecho porque el vestido blanco que llevaba apenas me cubría y sentía frío, aunque sudara por la carrera. Se suponía que debía recordar algo de la última vez que había hablado con él, pero no podía hacerlo. No conseguía saber qué me había dicho o incluso por qué me había ido. ¿No era gracioso? Pero ¡por supuesto que lo era! Volví a tararear, y entonces capté el movimiento encima de mí.
Has tenido suerte: es un animal dulce. Por ahora.
¡Era un gato! Con motitas como de animal salvaje, pero era un gato y estaba dormido. O eso lo parecía. ¿Ronroneaba? Quizá. Eso o era el murmullo de los árboles que nos rodeaban, pero era bonito y yo quería tocarlo. ¿Treparía? Estaba descalza, no creía que pudiera sostenerme en la corteza del árbol. Opté por mi segunda opción, entonces.
– ¡Gato, gato! Quiero jugar contigo, ¿eres tan suave como pareces? – lo llamé, y para que me viera salté sobre mi posición con pequeños brincos, aún sin subir al árbol. ¿Me haría algo? Bueno, ¿me haría caso era mejor preguntar? ¿O me ignoraría? Los gatos eran caprichosos. Seguramente él también lo sería. ¿A lo mejor ella? ¡Podía ser una gata! Oh, había tanto por averiguar... Y ellos callaban.
Veo, veo; ¿qué es? Una cosita, ¿qué cosita es? Empieza por la letra... ¡C!
¿C? ¡La C era la letra de CONEJO! Y Robbie era un conejo, era el peor de todos, porque ni mi querida Scarlet podía con él. Echaba de menos a Scarlet, pero la había dejado en el sanatorio de donde me había escapado para protegerla. ¿Y quién me protegería a mí? Pues ellos, claro estaba. Si ellos estaban para algo, era para protegerme. Por eso me habían avisado de que habían visto a Robbie, ¿verdad? ¡Verdad? ¿O era para despistarme? Me estiré de los cabellos, intentando concentrarme, pero no podía. Tenía la cabeza brumosa y confundida, y ellos no dejaban de farfullar.
El conejo va a por ti... El conejo se ha aliado con él y te va a devorar...
¿Él? Sólo había un él que podía ser. Era el único que me aterrorizaba más de lo que lo hacía Robbie, y los escalofríos que sentí por todo el cuerpo me hicieron dominarme (un poco) y correr hacia la maleza con ellos guiándome por entre los árboles porque yo no veía casi nada. Ni falta que hacía; no tropecé ni una vez, y sólo me detuve cuando ellos dijeron que ya no había ningún conejo a la vista, ¡bien!
Pero sí hay otros animales cerca, animales salvajes y animales dulces.
Intenté recuperarme, y después de un par de minutos respirando fuerte lo conseguí. Aún me ardían los pulmones y no tenía ni idea de cuánto había corrido; ni me importaba. Ellos habían dicho que corriera, y yo lo hacía. ¿Qué más se podía esperar? Nada. Ellos tenían razón, y por eso miré hacia arriba y hacia los lados, buscando entre los ojillos brillantes algún animal que fuera peligroso o adorable. No sabía lo que encontraría primero, y poco me importaba.
Debería importarte porque si es un lobo te comerá como el gran lobo feroz de los cuentos, y si no siempre podrás llevarlo al sanatorio. Aunque él...
Él no me dejaría, lo sabía. Me abracé el pecho porque el vestido blanco que llevaba apenas me cubría y sentía frío, aunque sudara por la carrera. Se suponía que debía recordar algo de la última vez que había hablado con él, pero no podía hacerlo. No conseguía saber qué me había dicho o incluso por qué me había ido. ¿No era gracioso? Pero ¡por supuesto que lo era! Volví a tararear, y entonces capté el movimiento encima de mí.
Has tenido suerte: es un animal dulce. Por ahora.
¡Era un gato! Con motitas como de animal salvaje, pero era un gato y estaba dormido. O eso lo parecía. ¿Ronroneaba? Quizá. Eso o era el murmullo de los árboles que nos rodeaban, pero era bonito y yo quería tocarlo. ¿Treparía? Estaba descalza, no creía que pudiera sostenerme en la corteza del árbol. Opté por mi segunda opción, entonces.
– ¡Gato, gato! Quiero jugar contigo, ¿eres tan suave como pareces? – lo llamé, y para que me viera salté sobre mi posición con pequeños brincos, aún sin subir al árbol. ¿Me haría algo? Bueno, ¿me haría caso era mejor preguntar? ¿O me ignoraría? Los gatos eran caprichosos. Seguramente él también lo sería. ¿A lo mejor ella? ¡Podía ser una gata! Oh, había tanto por averiguar... Y ellos callaban.
- Spoiler:
- Me he tomado la libertad de responder, espero que no te importe
Invitado- Invitado
Re: ¡Zape! | Alchemilla
Lo sueños de un gato suelen ser bastante confusos en comparación al orden parcial existente en los sueños humanos. Y eso que la lógica de los mismos suele estar bastante ausente. Pero nunca son tan accidentados como los de aquellos animales con "siete vidas". En medio de la oscuridad más absoluta, se encontraba ella, con el pelaje erizado y con la cola moviéndose de lado a lado de forma violenta. Delante de sí estaba el motivo de su tensión: un ratón, del tamaño de un cubo de basura, se acercaba a ella peligrosamente, alzado sobre sus dos patas traseras y gesticulando de una forma que distaba de ser lo normal para una rata. Parecía querer decirle algo, pero lógicamente, ella no podía entenderlo. Aparte de porque las ratas no suelen tener conversaciones demasiado inteligentes, por aquello de que eran enemigos naturales y que una rata de tal tamaño es el sueño de cualquier gato que se precie. O eso hubiese pensado si en una de sus horribles patitas rosadas no se alzase, amenazante, un spray lleno de agua. ¿A quién se le ocurriría pulverizar a un lindo gatito de una forma tan tremendamente cruel? Después querían que no les dieran caza... ¡Malditas todas! Así pues, y mientra en sus sueños correteaba a toda prisa huyendo de una rata gigante que trataba de empaparle su bonito pelaje, externamente, el gato parecía peligrosamente alterado para estar dormido en un sitio tan alto.
Y sin embargo, no se sentía preocupada. En su forma "normal" solía despertarse a menudo, pero nunca tenía problemas de insomnio estando convertida. Si es que, en el fondo, era rara hasta para ser una cambiaformas... Subida en la rama del árbol, sentía todo el rumor del bosque a su alrededor, como si formase parte de él y no fuese una simple intrusa en su usual tranquilidad. Era algo como mágico el hecho de que convertirse en un animal más integrado en la naturaleza, pudiera provocar tal nivel de paz en un ser que, en una de sus formas, seguía siendo humano. Quizá, muy en el fondo, Sylvie estuviese realmente programada para ser un animal -en todos los sentidos- y no para andar sobre dos piernas. De todas formas, nunca había sentido que encajase en ninguna parte de la forma en que se sentía integrada cuando adoptaba otras pieles. Y lo cierto es que nunca le había preocupado. Algunas veces se dedicaba a imaginar cómo sería su vida en unos años, y siempre le venía a la cabeza la idea de haber decidido viajar por el mundo como un animal, abandonando la "civilización". Aunque también suponía que eso era algo que a todo cambiante se le había ocurrido alguna vez... Pero como no conocía a casi ninguno, tampoco es que pudiera preguntarlo.
El suave ronroneo del animal parecía ser lo único que alterara el equilibrio presente a aquellas horas en un lugar tan lejano de la ciudad. Al menos, hasta que unos pasos se acercaron a su ubicación, proseguidos de una voz melodiosa que terminó de sacarla del largo sueño en que había estado sumida. La gata se desperezó, para proceder a acicalarse levemente una de sus orejas, sin dejar de observar a la muchacha. Era bonita, aunque quizá algo revoltosa para su gusto en aquella forma. Los gatos no son ariscos, pero sí demasiado tranquilos. Claro que, bajo aquel pelaje sedoso se escondía una chiquilla siempre alegre por encontrarse con alguien. Fuera quien fuera. Y aunque los impulsos animales fuesen extremadamente fuertes en aquella forma, la conciencia siempre estaba presente, independientemente de la naturaleza de la piel donde se ocultara. Su vocecilla saludó a la muchacha con una sonrisa, aunque el gato sólo hizo un amago de maullido, para luego saltar ágilmente hasta su cabeza, teniendo cuidado de ocultar las uñas a fin de no dañarla.
- ¡¡Meeeeeeeeeeew!! -Exclamó, por fin, para luego colocar una patita sobre la frente ajena, como presentándose. Lo divertido para ella de la situación, era verse convertida en humana exactamente en la misma posición: el susto que le daría a la chica sería impresionante. Como buen gato que era, se comenzó a acicalar nuevamente, aun en la cabeza. Nadie se puede imaginar el gustito que le producía a esos animales el hecho de limpiar sus orejitas, o su cola. Eran cazadores de ratones con estilo, después de todo. Acto seguido, bajó de la muchacha y se escurrió entre sus tobillos, rozándole con el lomo de forma amistosa. ¡No había nadie más suave que ella!
Y sin embargo, no se sentía preocupada. En su forma "normal" solía despertarse a menudo, pero nunca tenía problemas de insomnio estando convertida. Si es que, en el fondo, era rara hasta para ser una cambiaformas... Subida en la rama del árbol, sentía todo el rumor del bosque a su alrededor, como si formase parte de él y no fuese una simple intrusa en su usual tranquilidad. Era algo como mágico el hecho de que convertirse en un animal más integrado en la naturaleza, pudiera provocar tal nivel de paz en un ser que, en una de sus formas, seguía siendo humano. Quizá, muy en el fondo, Sylvie estuviese realmente programada para ser un animal -en todos los sentidos- y no para andar sobre dos piernas. De todas formas, nunca había sentido que encajase en ninguna parte de la forma en que se sentía integrada cuando adoptaba otras pieles. Y lo cierto es que nunca le había preocupado. Algunas veces se dedicaba a imaginar cómo sería su vida en unos años, y siempre le venía a la cabeza la idea de haber decidido viajar por el mundo como un animal, abandonando la "civilización". Aunque también suponía que eso era algo que a todo cambiante se le había ocurrido alguna vez... Pero como no conocía a casi ninguno, tampoco es que pudiera preguntarlo.
El suave ronroneo del animal parecía ser lo único que alterara el equilibrio presente a aquellas horas en un lugar tan lejano de la ciudad. Al menos, hasta que unos pasos se acercaron a su ubicación, proseguidos de una voz melodiosa que terminó de sacarla del largo sueño en que había estado sumida. La gata se desperezó, para proceder a acicalarse levemente una de sus orejas, sin dejar de observar a la muchacha. Era bonita, aunque quizá algo revoltosa para su gusto en aquella forma. Los gatos no son ariscos, pero sí demasiado tranquilos. Claro que, bajo aquel pelaje sedoso se escondía una chiquilla siempre alegre por encontrarse con alguien. Fuera quien fuera. Y aunque los impulsos animales fuesen extremadamente fuertes en aquella forma, la conciencia siempre estaba presente, independientemente de la naturaleza de la piel donde se ocultara. Su vocecilla saludó a la muchacha con una sonrisa, aunque el gato sólo hizo un amago de maullido, para luego saltar ágilmente hasta su cabeza, teniendo cuidado de ocultar las uñas a fin de no dañarla.
- ¡¡Meeeeeeeeeeew!! -Exclamó, por fin, para luego colocar una patita sobre la frente ajena, como presentándose. Lo divertido para ella de la situación, era verse convertida en humana exactamente en la misma posición: el susto que le daría a la chica sería impresionante. Como buen gato que era, se comenzó a acicalar nuevamente, aun en la cabeza. Nadie se puede imaginar el gustito que le producía a esos animales el hecho de limpiar sus orejitas, o su cola. Eran cazadores de ratones con estilo, después de todo. Acto seguido, bajó de la muchacha y se escurrió entre sus tobillos, rozándole con el lomo de forma amistosa. ¡No había nadie más suave que ella!
Última edición por Sylvie A. LeBlanc el Vie Jun 13, 2014 4:09 am, editado 1 vez
Edith D. Keergård- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 20/07/2013
Re: ¡Zape! | Alchemilla
¡Y el gato me aterrizó en la cabeza! Me quedé quieta, muy quieta, sin moverme un centímetro, pero el gatito no me arañó ni me clavó las uñas. ¡Era pacífico! Y se presentó, ¿podía decirse que un gato se había presentado?, poniéndome la patita en la frente. ¡Quería acariciarlo! A esa criatura pequeña, suave (lo notaba, lo quería notar más) y ronroneante, quería tocarlo y abrazarlo y juntarlo con el resto de mis tesoros, como Scarlet. ¡Oh, Scarlet, te encantará el gato!
¿Igual que te encanta a ti? Eres una bruja; las brujas tienen gatos.
¡Sí! Pero las brujas también tienen calderos y libros de conjuros y muñecos de vudú que apretar y acuchillar y una familia y… Me detuve en mis pensamientos como lo estaba físicamente. El gato bajó a mis piernas y se frotó contra ellas, y yo volví a sonreír y casi incluso aplaudí para premiarlo por su truco. ¡Aquella criatura, qué encanto, qué suavidad!
No pude evitarlo, lo cogí con cuidado (con el cuidado con que cogía a Joshua cuando era pequeño o a Scarlet ahora que no tenía a nadie a quien coger) y lo miré. Era precioso, nunca había visto un gato con un pelaje así, ¡parecía un leopardo como los de los libros que me leía mi padre de pequeña! Yo lo quería. Lo quería para mí y para llevarlo a donde vivía. ¿Me dejaría…?
Olvídalo, Alchemilla, no vas a volver al sanatorio mental. Allá Timeus te lo arrebatará todo de nuevo; te volverá a mentir y a engañar hasta que no te quede nada.
¿Nada? Pero ¡si ya no me quedaba nada sin que Timeus hubiera tenido que esforzarse! Mi familia estaba desaparecida, había perdido cualquier rastro de mi padre desde que el vampiro, ¡maldito chupasangre desagradecido!, había sugerido que era culpa mía cuando era evidente que no lo era. Nada. No tenía nada, ni un caldero y casi ni mi libro de hechizos, suerte que lo escondía bien y a salvo para que nadie pudiera arrebatármelo.
Pero sí tienes algo. Nos tienes a nosotros, ¿o ya te has olvidado? Y también tienes al gato.
¡Oh, era verdad, el gato! El gato también podría ser mío; el gato sería mío. No había discusión, ellos estaban de acuerdo y yo también lo estaba. Así podría ser una bruja de verdad, pero sin verrugas, porque yo no tenía verrugas, mi piel no era así. Sólo era rugosa y tenía cicatrices, pero le gustaba tocar cosas suaves como al gatito o la seda o la sangre. No. La sangre no es suave. Fruncí el ceño y miré al gato de nuevo.
– Eres muy bonito, ¿no tienes dueño? Seguro que alguien llora porque no estás en casa dando calor y compañía, gatito. Eres suave, y me gustas. – susurré, con (suponía) voz parecida a la que tendría si le estuviera cantando una nana, pero me había olvidado de cómo sonaba y de cómo eran las nanas. No me gustaban las nanas; me recordaban a mis hermanos y a que estaban perdidos. ¡Alessa, mi otra yo, y Joshua, mi pequeño Josh y el travieso hermanito de las dos! Los añoraba, pero gracias al gato dolía un poco menos.
¿Gracias al gato? ¿Y gracias a nosotros qué, eh?
Oh, ¡tonterías! Vosotros me recordáis cosas dolorosas; el gato no lo hace nunca jamás. El gato sólo ronronea hasta que avanzo hacia delante y lo dejo en el suelo para que estire las patitas y camine. Los gatos tienen que caminar, siempre que no quieran subirse a los árboles lo harán y correrán y treparán cuan ágiles son. Porque lo son. Dios y el Diablo lo sabían; ellos, también.
– Vas a ser mi gato a partir de ahora. Pero tendré que ponerte nombre, ¿quieres que te ponga nombre o prefieres que te llame gato? ¿O gata? No sé si eres macho o hembra. – pregunté, ladeando la cabeza y agachándome delante del animalito. Alargué la mano y le acaricié la cabeza; me pareció hembra, pero no lo sabía.
¿Igual que te encanta a ti? Eres una bruja; las brujas tienen gatos.
¡Sí! Pero las brujas también tienen calderos y libros de conjuros y muñecos de vudú que apretar y acuchillar y una familia y… Me detuve en mis pensamientos como lo estaba físicamente. El gato bajó a mis piernas y se frotó contra ellas, y yo volví a sonreír y casi incluso aplaudí para premiarlo por su truco. ¡Aquella criatura, qué encanto, qué suavidad!
No pude evitarlo, lo cogí con cuidado (con el cuidado con que cogía a Joshua cuando era pequeño o a Scarlet ahora que no tenía a nadie a quien coger) y lo miré. Era precioso, nunca había visto un gato con un pelaje así, ¡parecía un leopardo como los de los libros que me leía mi padre de pequeña! Yo lo quería. Lo quería para mí y para llevarlo a donde vivía. ¿Me dejaría…?
Olvídalo, Alchemilla, no vas a volver al sanatorio mental. Allá Timeus te lo arrebatará todo de nuevo; te volverá a mentir y a engañar hasta que no te quede nada.
¿Nada? Pero ¡si ya no me quedaba nada sin que Timeus hubiera tenido que esforzarse! Mi familia estaba desaparecida, había perdido cualquier rastro de mi padre desde que el vampiro, ¡maldito chupasangre desagradecido!, había sugerido que era culpa mía cuando era evidente que no lo era. Nada. No tenía nada, ni un caldero y casi ni mi libro de hechizos, suerte que lo escondía bien y a salvo para que nadie pudiera arrebatármelo.
Pero sí tienes algo. Nos tienes a nosotros, ¿o ya te has olvidado? Y también tienes al gato.
¡Oh, era verdad, el gato! El gato también podría ser mío; el gato sería mío. No había discusión, ellos estaban de acuerdo y yo también lo estaba. Así podría ser una bruja de verdad, pero sin verrugas, porque yo no tenía verrugas, mi piel no era así. Sólo era rugosa y tenía cicatrices, pero le gustaba tocar cosas suaves como al gatito o la seda o la sangre. No. La sangre no es suave. Fruncí el ceño y miré al gato de nuevo.
– Eres muy bonito, ¿no tienes dueño? Seguro que alguien llora porque no estás en casa dando calor y compañía, gatito. Eres suave, y me gustas. – susurré, con (suponía) voz parecida a la que tendría si le estuviera cantando una nana, pero me había olvidado de cómo sonaba y de cómo eran las nanas. No me gustaban las nanas; me recordaban a mis hermanos y a que estaban perdidos. ¡Alessa, mi otra yo, y Joshua, mi pequeño Josh y el travieso hermanito de las dos! Los añoraba, pero gracias al gato dolía un poco menos.
¿Gracias al gato? ¿Y gracias a nosotros qué, eh?
Oh, ¡tonterías! Vosotros me recordáis cosas dolorosas; el gato no lo hace nunca jamás. El gato sólo ronronea hasta que avanzo hacia delante y lo dejo en el suelo para que estire las patitas y camine. Los gatos tienen que caminar, siempre que no quieran subirse a los árboles lo harán y correrán y treparán cuan ágiles son. Porque lo son. Dios y el Diablo lo sabían; ellos, también.
– Vas a ser mi gato a partir de ahora. Pero tendré que ponerte nombre, ¿quieres que te ponga nombre o prefieres que te llame gato? ¿O gata? No sé si eres macho o hembra. – pregunté, ladeando la cabeza y agachándome delante del animalito. Alargué la mano y le acaricié la cabeza; me pareció hembra, pero no lo sabía.
Invitado- Invitado
Re: ¡Zape! | Alchemilla
¿Alguna vez has sentido que no encajas en el mundo, tal y como existes en él? Puede sonar extraño, por aquello de que no es posible existir de ninguna otra manera distinta que de la que existes oficialmente... A menos que tuvieras más identidades, como era su caso. Pues a ella eso de sentirse fuera de lugar le pasaba bastante a menudo. Como Sylvie, la camarera, todos la veían extraña, con un comportamiento alocado y errático que no encajaba en absoluto en el contexto de una sociedad tan estructurada y clasificada como era la parisina de aquella época. Sí, la verdad es que se comportaba como un gato: era independiente, juguetona, huidiza e incapaz de hacer caso a nadie durante más de unos minutos. Y sin embargo, cuando era un gato, todos aquellos que la trataban diferente sólo por salirse mínimamente de la norma establecida, la veían solamente como eso. Y quizá por ese motivo le gustaba tanto caminar con esa piel. Se sentía libre. ¿Cómo podría ser simplemente una chica, cuando era otras tres cosas bien diferentes además de eso? Era algo que se preguntaba muy a menudo, cuando su déficit de atención le permitía concentrarse en ello un momento... Y un verdadero problema, ahora que lo pensaba, ya que sabía que nunca se encontraría cien por cien cómoda en ningún entorno, por no pertenecer a él de forma completa.
Si tan sólo aquella vocecilla interna desapareciera cuando dejaba de caminar con dos piernas... Cuando era un gato, los humanos la trataban como tal, pero los felinos no. La historia se repetía en cada una de sus pieles. ¿Era una especie de maldición lo que la obligaba a ser diferente en cada una de las personalidades que adoptaba, o un aliciente para empujarla a escoger solamente una? ¿En tal caso, cuál elegiría? Claramente, aquella era la que estaba ganando por el momento. Le encantaba cómo la observaban aquellos que en otras ocasiones la trataban como a un bicho raro. Con ternura, amabilidad. ¿Realmente cambiaba tanto? Para ella no, pero a la vista estaba la diferencia. La chica la miraba como si fuera una especie de peluche en movimiento, como un tesoro que realmente la intrigara. Se dejó coger en brazos entre suaves maullidos, observándola directamente, para luego mordisquear juguetona las puntas de sus dedos. Sus ojos claros y curiosos parecían encerrar algo más, algo que no sabía identificar. ¿Sería una pizca de locura, como la que decían que ella misma tenía? ¡Eran tal para cual!
Sus pensamientos en esa forma eran tan caóticos y desordenados, tal veloces, que le daban dolor de cabeza. Sacudió su cabeza peluda, relamiéndose el hocico en una acción que utilizaba cuando estaba pensativa. En realidad, pese a lo mal que sonaba cuando lo decía en voz alta, no es que le importara demasiado el hecho de no encajar. Mas bien, la divertía. La hacía ver a las personas como entes aburridos y muy predeterminados. ¿Por qué una persona no podía comportarse como le diera la real gana, sin tener que ser encasillada como extraña por ello? Era una cuestión para la reflexión, sin duda, pero a ella pensar no es que se le diera demasiado bien. Y tampoco es que le gustara. Adoraba la sencillez de los gatos. Hacían lo que querían, cómo, cuándo y por qué. Y eso no dejaba de ser agradable. ¡Ojalá como humana pudiera hacer lo mismo! ¿Es que era tan extraño limpiarse las manos con la lengua? ¡Aburridos! Lo mismo pasaba cuando la llamaban maleducada por ignorar a los demás. Como felino a nadie le importaba, pero caminando sobre dos piernas debía fingir tener modales. En aquella ocasión, sin embargo, la chica fue quien llamó su atención, y no al revés, y eso no dejaba de ser sorprendente. ¿Sería por su extrañeza, quizá? Tenia algo casi cómico, y no sólo se daba cuenta por la forma que tenía de expresarse, muy parecida a la suya propia, sino también por su exagerada actitud. Era graciosa.
Una vez la dejó en el suelo, se sentó tranquilamente frente a ella, expectante. ¿Cuál sería su reacción si el tierno gatito se tornara un tigre feroz y enorme? ¿Horror o fascinación? Ladeó el rostro al mismo tiempo que ella lo hizo, curiosa. La gata pareció sonreír cuando finalmente llegó el momento del nombre. ¿Cuántos le habían puesto a lo largo de su vida? Cada persona que la encontraba, decidía llamarla de una forma diferente- Había logrado acumular unos doce nombres, ya que muchos se repetían, aunque su favorito siempre sería "Luna". En parte por su pelaje gris, y en parte porque la luna le gustaba mucho. ¿Cuál decidiría ponerle ella? ¿Sería la primera en adivinar que su nombre era Sylvie? Y lo más importante... ¿Cómo se llamaría ella? ¿Tendría un nombre extraño o uno fácil y divertido? ¿Viviría sola o tendría más mascotas? Le dio un poco de pena saber que aquella "aventura" acabaría pronto y que no podía pertenecerle -¡parecía tan ilusionada!- pero, de momento, podía seguir jugando con ella. Se revolcó panza arriba frente a ella, dando la impresión de ser más un perro que un gato. Sus caricias eran agradables. - ¡¡Meeeeeeeeeeeeeeeew!! -Una mariposa blanca se colocó en su nariz, a lo que ella levantó la lengua para tratar de atraparla.
Si tan sólo aquella vocecilla interna desapareciera cuando dejaba de caminar con dos piernas... Cuando era un gato, los humanos la trataban como tal, pero los felinos no. La historia se repetía en cada una de sus pieles. ¿Era una especie de maldición lo que la obligaba a ser diferente en cada una de las personalidades que adoptaba, o un aliciente para empujarla a escoger solamente una? ¿En tal caso, cuál elegiría? Claramente, aquella era la que estaba ganando por el momento. Le encantaba cómo la observaban aquellos que en otras ocasiones la trataban como a un bicho raro. Con ternura, amabilidad. ¿Realmente cambiaba tanto? Para ella no, pero a la vista estaba la diferencia. La chica la miraba como si fuera una especie de peluche en movimiento, como un tesoro que realmente la intrigara. Se dejó coger en brazos entre suaves maullidos, observándola directamente, para luego mordisquear juguetona las puntas de sus dedos. Sus ojos claros y curiosos parecían encerrar algo más, algo que no sabía identificar. ¿Sería una pizca de locura, como la que decían que ella misma tenía? ¡Eran tal para cual!
Sus pensamientos en esa forma eran tan caóticos y desordenados, tal veloces, que le daban dolor de cabeza. Sacudió su cabeza peluda, relamiéndose el hocico en una acción que utilizaba cuando estaba pensativa. En realidad, pese a lo mal que sonaba cuando lo decía en voz alta, no es que le importara demasiado el hecho de no encajar. Mas bien, la divertía. La hacía ver a las personas como entes aburridos y muy predeterminados. ¿Por qué una persona no podía comportarse como le diera la real gana, sin tener que ser encasillada como extraña por ello? Era una cuestión para la reflexión, sin duda, pero a ella pensar no es que se le diera demasiado bien. Y tampoco es que le gustara. Adoraba la sencillez de los gatos. Hacían lo que querían, cómo, cuándo y por qué. Y eso no dejaba de ser agradable. ¡Ojalá como humana pudiera hacer lo mismo! ¿Es que era tan extraño limpiarse las manos con la lengua? ¡Aburridos! Lo mismo pasaba cuando la llamaban maleducada por ignorar a los demás. Como felino a nadie le importaba, pero caminando sobre dos piernas debía fingir tener modales. En aquella ocasión, sin embargo, la chica fue quien llamó su atención, y no al revés, y eso no dejaba de ser sorprendente. ¿Sería por su extrañeza, quizá? Tenia algo casi cómico, y no sólo se daba cuenta por la forma que tenía de expresarse, muy parecida a la suya propia, sino también por su exagerada actitud. Era graciosa.
Una vez la dejó en el suelo, se sentó tranquilamente frente a ella, expectante. ¿Cuál sería su reacción si el tierno gatito se tornara un tigre feroz y enorme? ¿Horror o fascinación? Ladeó el rostro al mismo tiempo que ella lo hizo, curiosa. La gata pareció sonreír cuando finalmente llegó el momento del nombre. ¿Cuántos le habían puesto a lo largo de su vida? Cada persona que la encontraba, decidía llamarla de una forma diferente- Había logrado acumular unos doce nombres, ya que muchos se repetían, aunque su favorito siempre sería "Luna". En parte por su pelaje gris, y en parte porque la luna le gustaba mucho. ¿Cuál decidiría ponerle ella? ¿Sería la primera en adivinar que su nombre era Sylvie? Y lo más importante... ¿Cómo se llamaría ella? ¿Tendría un nombre extraño o uno fácil y divertido? ¿Viviría sola o tendría más mascotas? Le dio un poco de pena saber que aquella "aventura" acabaría pronto y que no podía pertenecerle -¡parecía tan ilusionada!- pero, de momento, podía seguir jugando con ella. Se revolcó panza arriba frente a ella, dando la impresión de ser más un perro que un gato. Sus caricias eran agradables. - ¡¡Meeeeeeeeeeeeeeeew!! -Una mariposa blanca se colocó en su nariz, a lo que ella levantó la lengua para tratar de atraparla.
Última edición por Sylvie A. LeBlanc el Vie Jun 13, 2014 4:36 am, editado 1 vez
Edith D. Keergård- Humano Clase Media
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Re: ¡Zape! | Alchemilla
Yo nunca había tenido un gato, ¿cómo sería tener un gato? Alessa solía decir que eran ariscos y huraños, que arañaban y traían animales muertos a casa porque estaban enfermos. Claro que también solía decir que los pájaros eran malos (porque le daban miedo) y que Joshua era un poco perro... ¡Por lo fiel, creo! A mí me gustaban los gatos, sobre todo si se parecían a ese. ¡Era tan suave y tan juguetón! Yo también le gustaba, claro; si no, no se dejaría acariciar.
Tu hermana tiene razón, los gatos son caprichosos y pueden ser agresivos.
Pero... yo también podía serlo. Bien sabía Dios, y bueno, vosotros también, que yo soy agresiva cuando me molestan, siempre con motivo y nunca porque sí. ¡Claro que no! La violencia sólo la practicaba cuando era necesario, nunca de otra manera. Por supuesto. Alessa se habría sentido muy decepcionada si su gemela se portara como una bestia, ¿no? No, se sentiría decepcionada. Se sentirá decepcionada en todo caso, porque ella está viva, y yo la encontraré.
Mira, ya ha cambiado tu atención por la de otra cosa. Gatos...
Me eché a reír cuando vi la mariposa y que jugaba con ella. ¡El gatito tenía buen gusto! ¿Entonces haberme elegido a mí también era cosa de que tenía criterio? Eso era para pensármelo, ¿no? No dejé de acariciarlo, pero con la otra mano me acerqué para que la mariposa se posara entre mis dedos, tranquila y perezosa. ¡Qué alas de brillantes colores tenía! No había visto nunca un animal más bonito, que no tuviera pelo al menos.
¿Estás contando a Joshua en esa descripción...?
Me mordí el labio para no volver a reírme, pero lo cierto era que a veces mi hermano podía ser un poco animal. Aun así, lo echaba de menos, y cada día intentaba de una y mil maneras distintas encontrarlo y volver a juntarnos los tres, como la familia que éramos al margen de mi padre. Siempre al margen de la bestia que nos había separado y que los tenía atrapados contra su voluntad, lejos de mí. ¡Era su culpa que yo quisiera vengarme!
– Creo que hasta a mi hermana le gustarías, y a ella no le gustan los gatos. ¿Tú crees que te gustaría a ti, minino? – pregunté, con los labios apretados porque mi hermana nunca cambiaría, aunque yo la prefería así. Así era como la conocía y la echaba de menos, claro, ¿cómo evitar adorarla si ella era la pródiga de las dos? Mamá siempre lo decía; Alessa era la más brillante, la mayor, la mejor y la que me mejoraba.
¿Estás segura? ¿Y no estás ni siquiera un poco celosa?
Bueno... No, ¡claro que no lo estaba! No podía estarlo, mi hermana no querría que la envidiara y terminara volviéndome verde de envidia, ¿verdad que no? No, por supuesto que no. Mi hermana me apreciaba y yo no necesitaba más, pero el gato me apreciaba sólo a mí porque sólo me conocía a mí y eso me hizo sentir un ramalazo de simpatía por el animal aún mayor que los que ya experimentaba. Me lo llevaría a casa, sí. O a donde fuera a dormir aquella noche.
– Toma la mariposilla, tómala, tómala. – canturreé, y a acerqué para que el gato la atrapara e hiciera lo que quisiera. ¡Hasta si se la comía a mí me servía! Porque era un gato, claro, y los gatos hacían esas cosas, ¿no era así como funcionaba? Dejé que se ocupara de ella y yo estiré un poco los brazos, distraída por un momento. Habéis estado muy callados, ¿no decís nada?
¿No ibas a llevártelo, Alchemilla?
¡Oh, sí, cierto! En cuanto terminó lo cogí en brazos y lo mecí como cuando mamá lo hacía con Joshua hacía muchos años. Era muy bonito, de pelaje gris casi plateado. ¿Podría llamarlo de alguna forma relacionada? Quizá plata; hacía siglos que no veía nada de plata, casi había olvidado su brillo. Desde luego, no la llamaría hierro ni ningún metal parecido; no, no. En todo caso alguno noble. Y entonces alcé la vista a la luna, que emergió de entre dos nubes y nos iluminó a ambas, y lo supe.
– Ella ha hablado. ¿Te gusta Luna? Así puedes jugar a ser más bonita y menos redonda que la que cuelga en el cielo. – sonreí y le di un beso en la cabecita, antes de acariciarla y jugar con ella un poco más. Mi otra opción era Plata, pero me gustaba menos; esperaba que ella fuera de la misma opinión.
Tu hermana tiene razón, los gatos son caprichosos y pueden ser agresivos.
Pero... yo también podía serlo. Bien sabía Dios, y bueno, vosotros también, que yo soy agresiva cuando me molestan, siempre con motivo y nunca porque sí. ¡Claro que no! La violencia sólo la practicaba cuando era necesario, nunca de otra manera. Por supuesto. Alessa se habría sentido muy decepcionada si su gemela se portara como una bestia, ¿no? No, se sentiría decepcionada. Se sentirá decepcionada en todo caso, porque ella está viva, y yo la encontraré.
Mira, ya ha cambiado tu atención por la de otra cosa. Gatos...
Me eché a reír cuando vi la mariposa y que jugaba con ella. ¡El gatito tenía buen gusto! ¿Entonces haberme elegido a mí también era cosa de que tenía criterio? Eso era para pensármelo, ¿no? No dejé de acariciarlo, pero con la otra mano me acerqué para que la mariposa se posara entre mis dedos, tranquila y perezosa. ¡Qué alas de brillantes colores tenía! No había visto nunca un animal más bonito, que no tuviera pelo al menos.
¿Estás contando a Joshua en esa descripción...?
Me mordí el labio para no volver a reírme, pero lo cierto era que a veces mi hermano podía ser un poco animal. Aun así, lo echaba de menos, y cada día intentaba de una y mil maneras distintas encontrarlo y volver a juntarnos los tres, como la familia que éramos al margen de mi padre. Siempre al margen de la bestia que nos había separado y que los tenía atrapados contra su voluntad, lejos de mí. ¡Era su culpa que yo quisiera vengarme!
– Creo que hasta a mi hermana le gustarías, y a ella no le gustan los gatos. ¿Tú crees que te gustaría a ti, minino? – pregunté, con los labios apretados porque mi hermana nunca cambiaría, aunque yo la prefería así. Así era como la conocía y la echaba de menos, claro, ¿cómo evitar adorarla si ella era la pródiga de las dos? Mamá siempre lo decía; Alessa era la más brillante, la mayor, la mejor y la que me mejoraba.
¿Estás segura? ¿Y no estás ni siquiera un poco celosa?
Bueno... No, ¡claro que no lo estaba! No podía estarlo, mi hermana no querría que la envidiara y terminara volviéndome verde de envidia, ¿verdad que no? No, por supuesto que no. Mi hermana me apreciaba y yo no necesitaba más, pero el gato me apreciaba sólo a mí porque sólo me conocía a mí y eso me hizo sentir un ramalazo de simpatía por el animal aún mayor que los que ya experimentaba. Me lo llevaría a casa, sí. O a donde fuera a dormir aquella noche.
– Toma la mariposilla, tómala, tómala. – canturreé, y a acerqué para que el gato la atrapara e hiciera lo que quisiera. ¡Hasta si se la comía a mí me servía! Porque era un gato, claro, y los gatos hacían esas cosas, ¿no era así como funcionaba? Dejé que se ocupara de ella y yo estiré un poco los brazos, distraída por un momento. Habéis estado muy callados, ¿no decís nada?
¿No ibas a llevártelo, Alchemilla?
¡Oh, sí, cierto! En cuanto terminó lo cogí en brazos y lo mecí como cuando mamá lo hacía con Joshua hacía muchos años. Era muy bonito, de pelaje gris casi plateado. ¿Podría llamarlo de alguna forma relacionada? Quizá plata; hacía siglos que no veía nada de plata, casi había olvidado su brillo. Desde luego, no la llamaría hierro ni ningún metal parecido; no, no. En todo caso alguno noble. Y entonces alcé la vista a la luna, que emergió de entre dos nubes y nos iluminó a ambas, y lo supe.
– Ella ha hablado. ¿Te gusta Luna? Así puedes jugar a ser más bonita y menos redonda que la que cuelga en el cielo. – sonreí y le di un beso en la cabecita, antes de acariciarla y jugar con ella un poco más. Mi otra opción era Plata, pero me gustaba menos; esperaba que ella fuera de la misma opinión.
Invitado- Invitado
Re: ¡Zape! | Alchemilla
El gato y la chica. La chica y el gato. La chica gato. Ambas naturalezas eran un todo inseparable, inevitable. Coexistían y se complementaban a la perfección, dotando ambas partes de sí misma de características que ninguna otra chica, y ningún otro gato poseían por separado. Su personalidad estaba construida bajo la influencia de ambos tipos de instintos, humanos y animales. Era tan... ¿metafísico? ¡Ah! Se distrajo pensando en todas aquellas cosas, y la mariposa casi se le cuela por una oreja. Entonces frunció su ceño gatuno y pareció sonreír con picardía. ¡Ya vería aquel bichito revoltoso con quién se las estaba viendo! Y así, toda aquella reflexión filosófica acerca de lo que era y no podía dejar de ser se esfumó tan rápidamente como había llegado. Porque si la atención de Sylvie era ya de por sí voluble sin estar convertida, cuando se transformaba en gato se tornaba aún más etérea si cabe. En cuanto la mariposa volvió a aparecer en su campo de visión, todo lo demás pareció desaparecer o perder toda la relevancia que alguna vez tuvo. Ella era así: simple, fugaz y revoltosa, un gato en todas sus formas. Y no se avergonzaba en absoluto, de hecho, se sentía mucho mejor comportándose así. Formaba parte de su forma de ser, de su mente, de su persona. No sabía ser ella sin ser como un gato. Era parte de su encanto.
Del hocico del animal no paraban de salir leves rugidos, entremezclados con un hondo y característico ronroneo, provocado por las continuas caricias de la chica. Sylvie se dejaba hacer, contenta porque le prestaran tanta atención para variar. Normalmente, como humana, no es que soliera destacar demasiado. Es más, no destacaba en absoluto. Y eso le aburría enormemente. Pasaba desapercibida por el simple hecho de ser de la misma estatura y del mismo tono de piel que los demás... Claro que si se fijaban un poco en ella, y en sus movimientos erráticos, pronto se daban cuenta de que el aspecto era lo único que tenía de común y corriente. Aunque al contrario de lo que pasaba cuando estaba convertida en gato y hacía cosas raras, cuando caminaba como humana dando saltitos o maullando, la gente solía salir corriendo más que acariciarle la barbilla. ¡Con lo agradable que era que le acariciaran justo ahí! Podría pasarse la vida ronroneando si la dejaban, y sólo parar para jugar a cazar algún animalito más pequeño. Que no matar, ojo. Su dieta no incluía ningún tipo de animal. ¡Eso sería como comerse a sí misma, o a sus hermanos! No, no, no podía hacer eso. Era triste... ¡Uh! La mariposa de nuevo trataba de meterse por su oreja. Se retorció bruscamente, dando una grácil voltereta ante la vista de la mujer, y otra vez la tuvo a la altura de sus fauces. Se había quedado quieta entre los dedos de la chica.
El gato alzó la vista hacia los ojos medio idos de la muchacha y le lamió los dedos, para luego golpearle suavemente con una de sus patitas, retrayendo previamente sus uñas para no dañarla. ¡Ahora que tenía una amiga no quería estropearlo! La muchacha se la tendió, como esperando que se la tragara. ¡Que asco! Los bichos no estaban nada sabrosos. Le dio un lametazo a la mariposa para luego dejarla marchar y atender a la pregunta que poco antes le había hecho. ¿A quién podía no gustarle los gatos? ¡Si los gatos eran adorables, no podían no gustarte! No le caería bien esa hermana suya si no la acariciaba como ella lo hacía. ¿Y dónde estaba? ¿No es que los hermanos no se separan ni un momento? ¡Vaya hermana! Una punzada de curiosidad la recorrió de repente. Lo único malo que tenía ser un gato es que no podías hacerte oír. Bueno, eso y las pulgas. ¡Oh! Eran realmente terribles. Lo más desagradable que te puedas imaginar. Una vez la mariposa se hubo marchado, la chica volvió a recibir toda la atención -fugaz, pero sincera- de la gata Sylvie. Se alzó sobre las patas traseras y trepó levemente por las piernas de la joven, maullando en un tono agudo que invitaba a que la cogiera. ¡Y lo hizo! ¡Oh! Sí que estaban compenetradas.
- ¡¡Meeeeeeeeeeeeeeeeeew!! -Respondió, con toda la efusividad de la que fue capaz al escuchar el nombre de "Luna". De no llamarse Sylvie, le hubiera encantado llamarse de ese modo. Era precioso, y por sus colores le pegaba bastante. Entonces aquel día, hasta que la chica se fuera a dormir, ella sería su Luna. ¡Y velaría su sueño! Porque eso es lo que deben hacer las mascotas, velar por sus dueños, aunque sean dueños por una sola noche. De repente, el gato saltó del regazo de la joven y echó a correr por la hierba, feliz por tener dueña y un nombre nuevo, aunque fuera por un ratito... Hasta que al olisquear el aire cercano, se topó con una presencia que la hizo detenerse de golpe, y arrugar la nariz. El aura pálida del cadáver andante le hizo enervarse tanto que sus pelos se pusieron literalmente de punta. La cola, en alto, indicaba que se sentía amenazada y su cabeza, alzada, trataba de transmitir que no tenía miedo, y defendería a su dueña como fuera.
Del hocico del animal no paraban de salir leves rugidos, entremezclados con un hondo y característico ronroneo, provocado por las continuas caricias de la chica. Sylvie se dejaba hacer, contenta porque le prestaran tanta atención para variar. Normalmente, como humana, no es que soliera destacar demasiado. Es más, no destacaba en absoluto. Y eso le aburría enormemente. Pasaba desapercibida por el simple hecho de ser de la misma estatura y del mismo tono de piel que los demás... Claro que si se fijaban un poco en ella, y en sus movimientos erráticos, pronto se daban cuenta de que el aspecto era lo único que tenía de común y corriente. Aunque al contrario de lo que pasaba cuando estaba convertida en gato y hacía cosas raras, cuando caminaba como humana dando saltitos o maullando, la gente solía salir corriendo más que acariciarle la barbilla. ¡Con lo agradable que era que le acariciaran justo ahí! Podría pasarse la vida ronroneando si la dejaban, y sólo parar para jugar a cazar algún animalito más pequeño. Que no matar, ojo. Su dieta no incluía ningún tipo de animal. ¡Eso sería como comerse a sí misma, o a sus hermanos! No, no, no podía hacer eso. Era triste... ¡Uh! La mariposa de nuevo trataba de meterse por su oreja. Se retorció bruscamente, dando una grácil voltereta ante la vista de la mujer, y otra vez la tuvo a la altura de sus fauces. Se había quedado quieta entre los dedos de la chica.
El gato alzó la vista hacia los ojos medio idos de la muchacha y le lamió los dedos, para luego golpearle suavemente con una de sus patitas, retrayendo previamente sus uñas para no dañarla. ¡Ahora que tenía una amiga no quería estropearlo! La muchacha se la tendió, como esperando que se la tragara. ¡Que asco! Los bichos no estaban nada sabrosos. Le dio un lametazo a la mariposa para luego dejarla marchar y atender a la pregunta que poco antes le había hecho. ¿A quién podía no gustarle los gatos? ¡Si los gatos eran adorables, no podían no gustarte! No le caería bien esa hermana suya si no la acariciaba como ella lo hacía. ¿Y dónde estaba? ¿No es que los hermanos no se separan ni un momento? ¡Vaya hermana! Una punzada de curiosidad la recorrió de repente. Lo único malo que tenía ser un gato es que no podías hacerte oír. Bueno, eso y las pulgas. ¡Oh! Eran realmente terribles. Lo más desagradable que te puedas imaginar. Una vez la mariposa se hubo marchado, la chica volvió a recibir toda la atención -fugaz, pero sincera- de la gata Sylvie. Se alzó sobre las patas traseras y trepó levemente por las piernas de la joven, maullando en un tono agudo que invitaba a que la cogiera. ¡Y lo hizo! ¡Oh! Sí que estaban compenetradas.
- ¡¡Meeeeeeeeeeeeeeeeeew!! -Respondió, con toda la efusividad de la que fue capaz al escuchar el nombre de "Luna". De no llamarse Sylvie, le hubiera encantado llamarse de ese modo. Era precioso, y por sus colores le pegaba bastante. Entonces aquel día, hasta que la chica se fuera a dormir, ella sería su Luna. ¡Y velaría su sueño! Porque eso es lo que deben hacer las mascotas, velar por sus dueños, aunque sean dueños por una sola noche. De repente, el gato saltó del regazo de la joven y echó a correr por la hierba, feliz por tener dueña y un nombre nuevo, aunque fuera por un ratito... Hasta que al olisquear el aire cercano, se topó con una presencia que la hizo detenerse de golpe, y arrugar la nariz. El aura pálida del cadáver andante le hizo enervarse tanto que sus pelos se pusieron literalmente de punta. La cola, en alto, indicaba que se sentía amenazada y su cabeza, alzada, trataba de transmitir que no tenía miedo, y defendería a su dueña como fuera.
Última edición por Sylvie A. LeBlanc el Sáb Sep 13, 2014 2:33 am, editado 1 vez
Edith D. Keergård- Humano Clase Media
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Re: ¡Zape! | Alchemilla
El gato... No, Luna, ¡Luna era muy cariñosa! Y tan suave y bonita como la que más, sí. Era un perfecto gato, ¿a que sí? ¡Sí, claro! Aunque a veces se alejaba y se dedicaba a jugar, pero era pequeña, eso era normal. Al menos lo había sido en Josh, ¿lo sería también en los animales? ¿O en mí? Yo no recordaba jugar... Scarlet no contaba, ella era una amiga, no un juguete. Odiaba cuando la llamaban juguete y no por su nombre, tan bonito, tan intenso.
Algo huele a chamusquina.
¿Oh? Yo no terminaba de oler nada, ¿de verdad...? No sabía. El gatito, Luna, se había ido a jugar y a correr y yo sonreía. Sabía que volvería, y si no yo iría a cazarla... No, a cazarla no, a atraparla. Era muy diferente, sí, porque yo no quería matarla, ¡ni siquiera podía hacerlo! Ni lo haría nunca, no, porque ella no me ayudaría a encontrar a mis hermanos y a mi padre. Por eso viviría. Por eso y porque la apreciaba. ¡Gatito, ven, vuelve conmigo!
Tal vez deberías ir en su busca.
Sí, no podía dejar que se perdiera. Corrí tras ella; yo quería andar, lo juro, pero terminé corriendo. ¿Por qué? Bueno, no lo sabía. Pero así llegaba más rápido, llegué mucho más veloz con ella a tiempo de verla bufar y erizarse. ¿Por qué, por qué se erizaba el gatito? Quería acariciarla para que se tranquilizara, pero ¡no pude! Antes de darme cuenta lo vi, lo noté, aunque mucho más tarde que el gatito. Oh, yo no era tan rápida como Luna.
Deberías; los vampiros son tu maldita especialidad, Alchemilla.
¿Un vampiro! No, no podía ser, ¿o sí? Y ¿cómo el gato lo había notado tan rápido? ¿Tendría un sexto sentido, o quizá un séptimo, que le permitía notar esas cosas? No lo sabía, pero porque yo de gatos sabía poco. Sólo que había que tratarlos con cuidado o podían morderte, pero ¡eran tan suaves! Y listos. Sí, tenían que serlo si había podido notar a un vampiro, ¡y más lo era si le daba miedo! Los vampiros eran peligrosos. Yo lo sabía bien.
¿Lo sabes, Alchemilla, realmente lo sabes?
¿Qué? ¡Pues claro que lo sé!
No es verdad, o de lo contrario Timeus no tendría ese poder sobre ti.
¡No os escucho, no os escucho! Sólo me importaba el gato y el vampiro que venía hacia nosotras, a por Luna y a por mí, porque quería comernos. ¡No, no lo permitiría! No me mordería a mí ni tampoco a ella. Me acerqué a un árbol y arranqué parte de una rama muy gruesa, que podía parecerse a la forma de una estaca. Eso tendría que valer, ¿no? Al menos eso creía. Y lo esperé y deseé con tanta fuerza que antes de darme cuenta estaba murmurando un hechizo y la rama se alisó y se volvió una estaca. ¡Bien!
– Vete a los arbustos, Luna, ¿sí? El vampiro no te va a hacer daño ni a atacarte. ¡No le dejaré! Yo voy a protegerte. – le dije, sonriendo, antes de mirar al no muerto que seguía acercándose a nosotras. ¡No se detenía! ¿No veía la estaca? A lo mejor es que tenía demasiada sed y lo demás le daba igual... Era posible.
Ten cuidado. No querrás acabar siendo entremés de vampiro por defender a un gato estúpido...
¡Luna no es estúpida! Y yo no iba a acabar así, ¡no señor! Me acerqué al vampiro con la estaca en la mano y entonces sí se detuvo, por fin la había visto. Eso parecía. O quizá no. Me daba igual, yo me lancé a por él y lo ataqué, y ¡qué divertido! Era un vampiro tan hambriento que hasta torpe resultaba, si yo podía esquivarlo. Y podía hacerlo, casi bailaba a su alrededor para evitar que me mordiera o... ¡Au!
Recuerdas esa sensación porque la conoces. Nunca olvidarás lo que son los colmillos de un vampiro clavándose en tu piel.
¡Dolía, maldito fuera! Pero estaba tan ocupado succionando de mi brazo que no se dio cuenta del cambio de estaca de mano que hice, y mucho menos de que se la clavé en el corazón. ¡Puf! El vampiro se separó de mí entonces y se murió, así de sencillo. O eso me pareció, pero no me fijé mucho porque me puse a buscar a Luna y a mirarme el brazo ensangrentado. Bueno, vaya, una nueva cicatriz para mi colección. Ya tenía muchas, otra más no me mataría.
– ¿Luna?
Algo huele a chamusquina.
¿Oh? Yo no terminaba de oler nada, ¿de verdad...? No sabía. El gatito, Luna, se había ido a jugar y a correr y yo sonreía. Sabía que volvería, y si no yo iría a cazarla... No, a cazarla no, a atraparla. Era muy diferente, sí, porque yo no quería matarla, ¡ni siquiera podía hacerlo! Ni lo haría nunca, no, porque ella no me ayudaría a encontrar a mis hermanos y a mi padre. Por eso viviría. Por eso y porque la apreciaba. ¡Gatito, ven, vuelve conmigo!
Tal vez deberías ir en su busca.
Sí, no podía dejar que se perdiera. Corrí tras ella; yo quería andar, lo juro, pero terminé corriendo. ¿Por qué? Bueno, no lo sabía. Pero así llegaba más rápido, llegué mucho más veloz con ella a tiempo de verla bufar y erizarse. ¿Por qué, por qué se erizaba el gatito? Quería acariciarla para que se tranquilizara, pero ¡no pude! Antes de darme cuenta lo vi, lo noté, aunque mucho más tarde que el gatito. Oh, yo no era tan rápida como Luna.
Deberías; los vampiros son tu maldita especialidad, Alchemilla.
¿Un vampiro! No, no podía ser, ¿o sí? Y ¿cómo el gato lo había notado tan rápido? ¿Tendría un sexto sentido, o quizá un séptimo, que le permitía notar esas cosas? No lo sabía, pero porque yo de gatos sabía poco. Sólo que había que tratarlos con cuidado o podían morderte, pero ¡eran tan suaves! Y listos. Sí, tenían que serlo si había podido notar a un vampiro, ¡y más lo era si le daba miedo! Los vampiros eran peligrosos. Yo lo sabía bien.
¿Lo sabes, Alchemilla, realmente lo sabes?
¿Qué? ¡Pues claro que lo sé!
No es verdad, o de lo contrario Timeus no tendría ese poder sobre ti.
¡No os escucho, no os escucho! Sólo me importaba el gato y el vampiro que venía hacia nosotras, a por Luna y a por mí, porque quería comernos. ¡No, no lo permitiría! No me mordería a mí ni tampoco a ella. Me acerqué a un árbol y arranqué parte de una rama muy gruesa, que podía parecerse a la forma de una estaca. Eso tendría que valer, ¿no? Al menos eso creía. Y lo esperé y deseé con tanta fuerza que antes de darme cuenta estaba murmurando un hechizo y la rama se alisó y se volvió una estaca. ¡Bien!
– Vete a los arbustos, Luna, ¿sí? El vampiro no te va a hacer daño ni a atacarte. ¡No le dejaré! Yo voy a protegerte. – le dije, sonriendo, antes de mirar al no muerto que seguía acercándose a nosotras. ¡No se detenía! ¿No veía la estaca? A lo mejor es que tenía demasiada sed y lo demás le daba igual... Era posible.
Ten cuidado. No querrás acabar siendo entremés de vampiro por defender a un gato estúpido...
¡Luna no es estúpida! Y yo no iba a acabar así, ¡no señor! Me acerqué al vampiro con la estaca en la mano y entonces sí se detuvo, por fin la había visto. Eso parecía. O quizá no. Me daba igual, yo me lancé a por él y lo ataqué, y ¡qué divertido! Era un vampiro tan hambriento que hasta torpe resultaba, si yo podía esquivarlo. Y podía hacerlo, casi bailaba a su alrededor para evitar que me mordiera o... ¡Au!
Recuerdas esa sensación porque la conoces. Nunca olvidarás lo que son los colmillos de un vampiro clavándose en tu piel.
¡Dolía, maldito fuera! Pero estaba tan ocupado succionando de mi brazo que no se dio cuenta del cambio de estaca de mano que hice, y mucho menos de que se la clavé en el corazón. ¡Puf! El vampiro se separó de mí entonces y se murió, así de sencillo. O eso me pareció, pero no me fijé mucho porque me puse a buscar a Luna y a mirarme el brazo ensangrentado. Bueno, vaya, una nueva cicatriz para mi colección. Ya tenía muchas, otra más no me mataría.
– ¿Luna?
Invitado- Invitado
Re: ¡Zape! | Alchemilla
En el mundo, había realmente pocas cosas que pudieran fastidiar a Sylvie. Pocas cosas que le resultaran desagradables, que la enfadaran, o que incluso la hicieran torcer el gesto y mirar hacia otro lado. En el mundo, en su mundo, todo era armónico y agradable, y no existían ni la maldad ni el dolor. Claro que, su mundo ideal, aquel en el que siempre trataba de perderse para abstraerse de una realidad demasiado dura para que pudiera soportarla, no tenía mucho que ver con el planeta que el resto habitaba. Y seres como el que avanzaba hacia ella lograban romper sus esquemas. Lograban sacarla de su ensimismamiento, de su mundo, de aquella realidad tan irreal en la que ansiaba creer. Por eso los odiaba. Sí, odiaba a los vampiros y odiaba lo que ellos significaban. Odiaba aquel aura de maldad que todos emanaban, aquel olor a muerte y descomposición, y a la sangre de todas aquellas víctimas inocentes a las que dañaban sin mostrar ninguna piedad. ¿Cómo podían hacerse pasar por humanos corrientes sin que nadie notara la diferencia? Su hedor podía notarse a kilómetros. El pelo de la gata Sylvie-Luna se erizó de forma más acusada cuando escuchó los pasos de la chica a su espalda. No. Ella no podía encontrarse con aquel ser. Era demasiado bonita, demasiado pura, para que le hiciera daño.
Sacó los dientes y sus garras se clavaron con violencia en la tierra. Notaba su agitación ante la sed manifiesta del cadáver andante. Cada vez avanzaba más deprisa hacia ambas, aunque no tenía del todo claro a cuál de las dos estaba mirando. ¿A quién le importaba? Cuando la chica la adelantó, un hondo maullido, más parecido a un "¡No!" que a un sonido animal escapó de su garganta. No. Ahora ella era su mascota, ¡estaba obligada a protegerla! Y lo haría. ¡¿Por qué demonios era tan difícil hablar con ellos cuando no estaba transformada en lo mismo que ellos?! Tenía que advertirle. Tenía que salvarla. Pudo ver cómo los colmillos blanquecinos de aquel monstruo sin corazón ni alma brillaban bajo la Luna. Y empezó a notar que su cuerpo se veía sacudido por aquella oleada de adrenalina que siempre aparecía antes de que el cambio comenzara a gestarse. Aquella vez, dolió. Normalmente no sentía nada al pasar de una forma a otra, pero aquella noche era diferente. Estaba tan ansiosa por hacerlo deprisa, que sintió punzadas en cada átomo de su piel, a medida que éstos se retorcían, se estiraban, crecían y se revolvían. Era un caos de procesos que iban teniendo lugar a una velocidad vertiginosa. No quitó los ojos de la muchacha ni un momento, quedándose perpleja ante lo que ésta hizo momentos después. ¿Cómo demonios había conseguido convertir una simple rama en una auténtica estaca? ¿Tenía realmente algo especial aquella chica, después de todo?
Sus patitas, antes cortas y acabadas en unas garras afiladas pero poco peligrosas, se tornaron cada vez más largas, más anchas, más afiladas. Su piel, de un tono plateado con alargadas manchas negras, acabó convirtiéndose en un intenso blanco atravesado por franjas negras. Su hocico se ensanchó, y pronto, sus fauces adquirieron su forma más primigenia y peligrosa. Sintió la fuerza del animal, su agilidad, su violencia. La tigresa se abalanzó sobre las dos figuras justo al tiempo en que notó el olor de la sangre de la muchacha invadiendo sus fosas nasales. Y aunque pudo hundir sus propios colmillos en la piel pétrea y carente de sabor del muerto, fue la muchacha quien, lejos de mostrarse asustada, acabó con él para siempre. ¡Vaya dueña que se había ido a buscar! Ni siquiera necesitó su ayuda para deshacerse del vampiro. De pronto, su simpatía hacia ella había crecido enormemente, pese a que se tratara de una humana un poco rara, un poco loca, y tuviera la capacidad de moldear la madera en forma de estaca. ¡Lo tenía todo! Justo cuando el vampiro hizo honor a su naturaleza, muriéndose del todo, el tigre Sylvie-Luna dio un salto hacia atrás a fin de ocultarse de la mirada de la joven. ¿Cuál hubiera sido su reacción al verla de aquella forma? Todo el mundo adora a los gatos. ¿Pero quién sentía lo mismo por los tigres?
Trató de calmarse para volver a transformarse en el gato adoptado por la joven, pero su cuerpo parecía no estar del todo de acuerdo. Ese era uno de sus problemas. Tenía tanta activación, era tan horriblemente nerviosa, que le resultaba complicado pasar de una transformación a otra en un período tan breve de tiempo. De hecho, lo que su cuerpo parecía querer hacer ahora era volver a su forma humana. Estaba exhausta, cansada, necesitaba dormir, comer algo... Por más que prefiriese vivir en forma animal siempre, aún no era capaz de pasar tanto tiempo seguido sin descansar. La tigresa se sentó a una distancia prudencial de la chica, y la observó desde las sombras. No quería asustarla, así que se limitó a esperar que la viera y echara a correr. Después de todo, no tenía por qué intuir que el gato de antes y el tigre de ahora eran la misma Luna que había adoptado antes. ¿O tal vez sí?
Sacó los dientes y sus garras se clavaron con violencia en la tierra. Notaba su agitación ante la sed manifiesta del cadáver andante. Cada vez avanzaba más deprisa hacia ambas, aunque no tenía del todo claro a cuál de las dos estaba mirando. ¿A quién le importaba? Cuando la chica la adelantó, un hondo maullido, más parecido a un "¡No!" que a un sonido animal escapó de su garganta. No. Ahora ella era su mascota, ¡estaba obligada a protegerla! Y lo haría. ¡¿Por qué demonios era tan difícil hablar con ellos cuando no estaba transformada en lo mismo que ellos?! Tenía que advertirle. Tenía que salvarla. Pudo ver cómo los colmillos blanquecinos de aquel monstruo sin corazón ni alma brillaban bajo la Luna. Y empezó a notar que su cuerpo se veía sacudido por aquella oleada de adrenalina que siempre aparecía antes de que el cambio comenzara a gestarse. Aquella vez, dolió. Normalmente no sentía nada al pasar de una forma a otra, pero aquella noche era diferente. Estaba tan ansiosa por hacerlo deprisa, que sintió punzadas en cada átomo de su piel, a medida que éstos se retorcían, se estiraban, crecían y se revolvían. Era un caos de procesos que iban teniendo lugar a una velocidad vertiginosa. No quitó los ojos de la muchacha ni un momento, quedándose perpleja ante lo que ésta hizo momentos después. ¿Cómo demonios había conseguido convertir una simple rama en una auténtica estaca? ¿Tenía realmente algo especial aquella chica, después de todo?
Sus patitas, antes cortas y acabadas en unas garras afiladas pero poco peligrosas, se tornaron cada vez más largas, más anchas, más afiladas. Su piel, de un tono plateado con alargadas manchas negras, acabó convirtiéndose en un intenso blanco atravesado por franjas negras. Su hocico se ensanchó, y pronto, sus fauces adquirieron su forma más primigenia y peligrosa. Sintió la fuerza del animal, su agilidad, su violencia. La tigresa se abalanzó sobre las dos figuras justo al tiempo en que notó el olor de la sangre de la muchacha invadiendo sus fosas nasales. Y aunque pudo hundir sus propios colmillos en la piel pétrea y carente de sabor del muerto, fue la muchacha quien, lejos de mostrarse asustada, acabó con él para siempre. ¡Vaya dueña que se había ido a buscar! Ni siquiera necesitó su ayuda para deshacerse del vampiro. De pronto, su simpatía hacia ella había crecido enormemente, pese a que se tratara de una humana un poco rara, un poco loca, y tuviera la capacidad de moldear la madera en forma de estaca. ¡Lo tenía todo! Justo cuando el vampiro hizo honor a su naturaleza, muriéndose del todo, el tigre Sylvie-Luna dio un salto hacia atrás a fin de ocultarse de la mirada de la joven. ¿Cuál hubiera sido su reacción al verla de aquella forma? Todo el mundo adora a los gatos. ¿Pero quién sentía lo mismo por los tigres?
Trató de calmarse para volver a transformarse en el gato adoptado por la joven, pero su cuerpo parecía no estar del todo de acuerdo. Ese era uno de sus problemas. Tenía tanta activación, era tan horriblemente nerviosa, que le resultaba complicado pasar de una transformación a otra en un período tan breve de tiempo. De hecho, lo que su cuerpo parecía querer hacer ahora era volver a su forma humana. Estaba exhausta, cansada, necesitaba dormir, comer algo... Por más que prefiriese vivir en forma animal siempre, aún no era capaz de pasar tanto tiempo seguido sin descansar. La tigresa se sentó a una distancia prudencial de la chica, y la observó desde las sombras. No quería asustarla, así que se limitó a esperar que la viera y echara a correr. Después de todo, no tenía por qué intuir que el gato de antes y el tigre de ahora eran la misma Luna que había adoptado antes. ¿O tal vez sí?
Edith D. Keergård- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 20/07/2013
Re: ¡Zape! | Alchemilla
¿Luna? ¿Dónde estaba Luna? ¡Luna se había escondido porque se había asustado! Pero a mí me había parecido muy segura... y muy leal. ¡Sí, muy leal, aunque fuera independiente como un gato! Porque era un gato. ¿Y dónde estaba? ¡Se había escondido! ¿O se había marchado? No, prefería pensar que se había escondido, era un gato que me quería y no se iría por un simple vampiro.
Pero, Alchemilla, la única luna que hay aquí es la que brilla en el cielo sobre tu cabeza...
Subí la cabeza, pero sólo vi ese estúpido círculo plateado. ¡Ni siquiera estaba lleno! No era ni la mitad de bonito que mi Luna, no la luna. ¿Entendéis la diferencia? ¡Era sencilla! Mi luna hacía miau, y la otra... No tengo ni idea de lo que hacía. ¿Quizá guau? O el sonido de un aullido, porque cuando estaba llena salían los lobos y atacaban. ¡Lobos! ¿Habría alguno?
Pero ¿no te das cuenta de que la luna no está llena? ¡Tú misma lo has dicho!
Pero ¡había oído algo! ¡Un animal, más grande que Luna! Si no era un lobo, ¿qué podía ser? ¿Un vampiro que se arrastraba? No, imposible, los vampiros no hacían eso. No solían. No olía a vampiro ya, ahora que el otro estaba muerto gracias a mí y al gatito. ¡Oh, el gatito! ¿Dónde estaría? Escuché un nuevo sonido y giré la cara hacia donde creí que lo había oído.
Ahí hay un reflejo plateado.
Luna... ¡Tenía que ser ella! Pero si corría hacia ella ¿qué pasaría? ¿Se escondería? No quería que se escondiera, así que aunque tuviera ganas de correr no lo hice y solamente anduve hasta allí. Tranquila, muy tranquila. Cada paso lo intentaba dar suave, como si la hierba fuera una alfombra, y la verdad era que me lo parecía si me concentraba mucho. Y si olvidaba las cosquillas de cada una de las hebras en los dedos.
– ¿Luna? ¿Estás...? ¡Oh! – al principio susurré, pero cuando me sorprendí lo exclamé. ¡Oh, desde luego! Era un tigre enorme, blanco y precioso. ¡Nunca había visto un tigre, sólo en libros! Mi madre solía decir que tenían rayas negras pero que sus pieles eran naranjas, y ese no era naranja. Pero aun así tenía cara de tigre. ¿Cómo era posible? ¿Sería albino?
¿No te resulta familiar?
¿Debería? No lo sabía. Ladeé la cabeza, sin miedo a que me atacara, porque ellos no me habían dicho que hubiera peligro, ¡y ellos siempre me avisaban! Bueno, siempre... A veces. Siempre. No, a veces. Siempre. Da igual. El caso era que no sentía peligro, así que no corrí en dirección contraria. Y si no corrí hacia el animal para abrazarlo fue... no sé por qué fue.
Porque es una idea estúpida.
Sí, bueno, por eso. Pero quería tocarlo... Parecía tan suave como Luna. Y Luna también había sido plateada. ¿Dónde estaba el gatito? ¿Por qué el tigre se parecía tanto a mi nueva mascota? ¿Y si...? Pero no podía ser, un gato no se transformaba en tigre si no había sido hechizado. Creía... Podía estar casi segura de que yo no lo había convertido ni cambiado de especie. ¿Entonces? Oh, ¡ya estaba! Seguro que era un hermano de Luna.
– No voy a hacerte daño. – dije. En todo caso te lo hará el animal a ti. ¿Has visto sus colmillos? ¡No me importaba! Era precioso y seguro que muy suave. Como Luna... Además, ¡era su hermano! O hermana. Quizá yo le caería bien. O quizá no. Pero si me atacaba me defendería porque yo sabía defenderme, ¡claro que sí! Había matado al vampiro, ¿no?
– Ven. – pedí, alargando la mano para que la oliera. ¿Sería así como funcionaban los tigres? ¿O ellos tenían un comportamiento diferente? Ese me parecía asustadizo pero bastante gatuno. A lo mejor bastaba con tratarla como a Luna. Ay, si pudiera hablar las historias que contaría...
Pero, Alchemilla, la única luna que hay aquí es la que brilla en el cielo sobre tu cabeza...
Subí la cabeza, pero sólo vi ese estúpido círculo plateado. ¡Ni siquiera estaba lleno! No era ni la mitad de bonito que mi Luna, no la luna. ¿Entendéis la diferencia? ¡Era sencilla! Mi luna hacía miau, y la otra... No tengo ni idea de lo que hacía. ¿Quizá guau? O el sonido de un aullido, porque cuando estaba llena salían los lobos y atacaban. ¡Lobos! ¿Habría alguno?
Pero ¿no te das cuenta de que la luna no está llena? ¡Tú misma lo has dicho!
Pero ¡había oído algo! ¡Un animal, más grande que Luna! Si no era un lobo, ¿qué podía ser? ¿Un vampiro que se arrastraba? No, imposible, los vampiros no hacían eso. No solían. No olía a vampiro ya, ahora que el otro estaba muerto gracias a mí y al gatito. ¡Oh, el gatito! ¿Dónde estaría? Escuché un nuevo sonido y giré la cara hacia donde creí que lo había oído.
Ahí hay un reflejo plateado.
Luna... ¡Tenía que ser ella! Pero si corría hacia ella ¿qué pasaría? ¿Se escondería? No quería que se escondiera, así que aunque tuviera ganas de correr no lo hice y solamente anduve hasta allí. Tranquila, muy tranquila. Cada paso lo intentaba dar suave, como si la hierba fuera una alfombra, y la verdad era que me lo parecía si me concentraba mucho. Y si olvidaba las cosquillas de cada una de las hebras en los dedos.
– ¿Luna? ¿Estás...? ¡Oh! – al principio susurré, pero cuando me sorprendí lo exclamé. ¡Oh, desde luego! Era un tigre enorme, blanco y precioso. ¡Nunca había visto un tigre, sólo en libros! Mi madre solía decir que tenían rayas negras pero que sus pieles eran naranjas, y ese no era naranja. Pero aun así tenía cara de tigre. ¿Cómo era posible? ¿Sería albino?
¿No te resulta familiar?
¿Debería? No lo sabía. Ladeé la cabeza, sin miedo a que me atacara, porque ellos no me habían dicho que hubiera peligro, ¡y ellos siempre me avisaban! Bueno, siempre... A veces. Siempre. No, a veces. Siempre. Da igual. El caso era que no sentía peligro, así que no corrí en dirección contraria. Y si no corrí hacia el animal para abrazarlo fue... no sé por qué fue.
Porque es una idea estúpida.
Sí, bueno, por eso. Pero quería tocarlo... Parecía tan suave como Luna. Y Luna también había sido plateada. ¿Dónde estaba el gatito? ¿Por qué el tigre se parecía tanto a mi nueva mascota? ¿Y si...? Pero no podía ser, un gato no se transformaba en tigre si no había sido hechizado. Creía... Podía estar casi segura de que yo no lo había convertido ni cambiado de especie. ¿Entonces? Oh, ¡ya estaba! Seguro que era un hermano de Luna.
– No voy a hacerte daño. – dije. En todo caso te lo hará el animal a ti. ¿Has visto sus colmillos? ¡No me importaba! Era precioso y seguro que muy suave. Como Luna... Además, ¡era su hermano! O hermana. Quizá yo le caería bien. O quizá no. Pero si me atacaba me defendería porque yo sabía defenderme, ¡claro que sí! Había matado al vampiro, ¿no?
– Ven. – pedí, alargando la mano para que la oliera. ¿Sería así como funcionaban los tigres? ¿O ellos tenían un comportamiento diferente? Ese me parecía asustadizo pero bastante gatuno. A lo mejor bastaba con tratarla como a Luna. Ay, si pudiera hablar las historias que contaría...
Invitado- Invitado
Re: ¡Zape! | Alchemilla
Se mantuvo muy quieta en el sitio, temiendo que cualquier movimiento brusco pudiera perturbar a la muchacha lo suficiente para que ésta saliese corriendo sin mirar atrás. No le hubiera extrañado, realmente. ¿Acaso no reaccionaría de ese modo cualquier persona normal que se topase cara a cara con un tigre en medio de París? No era ni su hábitat, ni tenían fama de ser precisamente amables cuando se encontraban con los seres humanos. O eso decían ellos. En su experiencia en la vida, se había dado cuenta de que habían muchas más personas violentas que animales agresivos, así que le parecía curioso que los primeros acusaran a los segundos de ser irracionales cuando ellos mismos eran mucho peores. ¡Quién sabe si la misma mala fama que tenían los tigres no había sido también un invento de las mismas personas que los cazaban! Incluso Luna-Sylvie, si se sentía amenazaba, respondería con violencia contra aquellos que la mostraran para con ella. ¡Y eso que odiaba la violencia más que a cualquier cosa! Pero si algo había aprendido de la vida, era que cuando te atacan, debes defenderte, o todos te verán como al eslabón débil, como alguien a quien pisotear sin consecuencias negativas. Y ella podía ser muchas cosas, infantil, soñadora o pacífica, pero ni era tonta ni era débil. Y aquella chica tampoco lo era. A la vista estaba.
Por eso sabía, estaba segura, de que si se movía, si hacía algún gesto extraño que pudiera confundirse con algún indicio de agresividad por su parte, ella reaccionaría defendiéndose. Y Luna-Sylvie no podría contraatacar, ¡porque cómo iba a hacer daño a su dueña! Eso no estaba bien. No quería que eso pasara. Observó con recelo todos y cada uno de los movimientos de la muchacha. En cierto modo, le recordaba a ella misma. Hacía cosas raras y gesticulaba de forma exagerada, como si la estuviera buscando o estuviese hablando con alguien. Era gracioso. ¿Así era como ella se veía cuando iba por la calle dando saltitos o hablando consigo misma? ¡Ahora entendía por qué la llamaban bicho raro! Rara aunque divertida, deberían añadir. Sí, aquella chica le caía cada vez mejor. Sobre todo cuando tras descubrirla convertida en tigre, en lugar de salir corriendo a toda prisa de aquel sitio, había decidido acercarse. ¡O estaba loca o era como su alma gemela!
De pronto, quiso abalanzarse sobre ella y jugar como lo habría hecho siendo un gato. ¡Porque los tigres sólo eran gatos grandes! Mucho más fuertes, y valientes, y peligrosos, pero gatos al fin y al cabo. Quería demostrarle, a ella y al mundo, que hasta los seres más feroces podían ser cariñosos... Y de hecho, lo hizo. Justo cuando la chica alzó la mano para que se la olisqueara, la lamió entera, dejando una buena cantidad de babas depositadas en ella. El gran tigre pareció sonreír, para luego revolcarse alegremente por el césped, dejando su tripa al aire en una clara invitación a que la joven la acariciara. Normalmente, todas las atenciones que eran dirigidas a ella, venían de cuando se convertía en gato. Cuando estaba en su forma más primigenia, en su forma más hosca y pura, todas las miradas eran de pánico. Menos la suya. ¿Acaso había logrado reconocerla? ¿Había podido ver dentro del brillo de sus ojos la misma esencia que antes estaba dentro de aquel pequeño gato de pelaje plateado? No le hubiera sorprendido, en realidad. Sólo en la acción de antes, con el vampiro, había demostrado ser mucho más de lo que parecía, ¡quizá en eso también lo fuera! Quizá había encontrado por casualidad, en un día cualquiera, a una persona capaz de convencerla y apreciar sus muchos matices sin llegar a juzgarla. ¡Y ella que sólo había salido aquel día a hacer un poco el vago en la rama de cualquier árbol!
Se quedó un buen rato panza arriba, dejándose acariciar y relamiéndose las grandes patas para limpiarse el rostro. Lo cierto es que la escena era, cuanto menos, inusual. Aunque los gatos, como felinos, conservaran conductas como la de aseo, ni de lejos su comportamiento se parecía al de un gato domesticado. Ni siquiera al de un gato salvaje. ¡Pero ella no era un tigre cualquiera! Ella era la feroz y amigable Luna-Sylvie, mascota de aquella completa desconocida, ahora convertida en una bestia de bastante más tamaño, pero con las mismas manías extrañas. Una mariposa parecida a la de antes se posó en su nariz, pero sus fauces distaban mucho de parecerse a las del gato de antes. Un simple lametazo a la mariposa, y esta salió huyendo despavorida. De haber podido hacerlo, hubiese hecho puchero, pero en su lugar hizo un gesto extraño, casi irreconocible. Una vez el pequeño bichito desapareció de su vista, volvió a clavar la mirada en la ajena, y el tigre pareció sonreír. ¡Si pudiera hablar le diría su verdadero nombre! Aunque le gustaba seguir siendo Luna, su Luna. De hecho, ese nombre le gustaba más que el suyo propio. Pero ya tenía uno. Y si iban a ser "amigas" lo mejor sería decirle el de verdad, ¿no?
Sentía pesadez en sus extremidades, lo que le dio un aviso de que no duraría mucho tiempo más en aquella forma. Consumía demasiada energía y la dotaba de un apetito voraz. Apetito que, por otra parte, no hubiera podido saciar fácilmente. Y estuvo a punto de comenzar a gestarse el cambio cuando, de nuevo, aquel olor tan familiar como aborrecido, volvió a aparecer. Cerca. Muy cerca. Y en mayor medida que antes. El gran felino se levantó de un ágil salto, oteando el horizonte. A lo lejos, un pequeño grupo de cadáveres andantes se aproximaban, sigilosamente, hacia ellas. Supuso que no se imaginarían ni en un millón de años que iban a enfrentarse con una cazadora bastante más experta de lo que ellos serían jamás. La caza está escrita en la genética de los tigres. Y los vampiros, por muchos colmillos que tuvieran, antes fueron humanos. El pelo se le erizó casi por completo, y se situó delante de la joven, acechante. La tensión le hacía parecer más grande de lo que ya de por sí era. Esta vez la protegería. No quería que volvieran a hacerle daño.
Por eso sabía, estaba segura, de que si se movía, si hacía algún gesto extraño que pudiera confundirse con algún indicio de agresividad por su parte, ella reaccionaría defendiéndose. Y Luna-Sylvie no podría contraatacar, ¡porque cómo iba a hacer daño a su dueña! Eso no estaba bien. No quería que eso pasara. Observó con recelo todos y cada uno de los movimientos de la muchacha. En cierto modo, le recordaba a ella misma. Hacía cosas raras y gesticulaba de forma exagerada, como si la estuviera buscando o estuviese hablando con alguien. Era gracioso. ¿Así era como ella se veía cuando iba por la calle dando saltitos o hablando consigo misma? ¡Ahora entendía por qué la llamaban bicho raro! Rara aunque divertida, deberían añadir. Sí, aquella chica le caía cada vez mejor. Sobre todo cuando tras descubrirla convertida en tigre, en lugar de salir corriendo a toda prisa de aquel sitio, había decidido acercarse. ¡O estaba loca o era como su alma gemela!
De pronto, quiso abalanzarse sobre ella y jugar como lo habría hecho siendo un gato. ¡Porque los tigres sólo eran gatos grandes! Mucho más fuertes, y valientes, y peligrosos, pero gatos al fin y al cabo. Quería demostrarle, a ella y al mundo, que hasta los seres más feroces podían ser cariñosos... Y de hecho, lo hizo. Justo cuando la chica alzó la mano para que se la olisqueara, la lamió entera, dejando una buena cantidad de babas depositadas en ella. El gran tigre pareció sonreír, para luego revolcarse alegremente por el césped, dejando su tripa al aire en una clara invitación a que la joven la acariciara. Normalmente, todas las atenciones que eran dirigidas a ella, venían de cuando se convertía en gato. Cuando estaba en su forma más primigenia, en su forma más hosca y pura, todas las miradas eran de pánico. Menos la suya. ¿Acaso había logrado reconocerla? ¿Había podido ver dentro del brillo de sus ojos la misma esencia que antes estaba dentro de aquel pequeño gato de pelaje plateado? No le hubiera sorprendido, en realidad. Sólo en la acción de antes, con el vampiro, había demostrado ser mucho más de lo que parecía, ¡quizá en eso también lo fuera! Quizá había encontrado por casualidad, en un día cualquiera, a una persona capaz de convencerla y apreciar sus muchos matices sin llegar a juzgarla. ¡Y ella que sólo había salido aquel día a hacer un poco el vago en la rama de cualquier árbol!
Se quedó un buen rato panza arriba, dejándose acariciar y relamiéndose las grandes patas para limpiarse el rostro. Lo cierto es que la escena era, cuanto menos, inusual. Aunque los gatos, como felinos, conservaran conductas como la de aseo, ni de lejos su comportamiento se parecía al de un gato domesticado. Ni siquiera al de un gato salvaje. ¡Pero ella no era un tigre cualquiera! Ella era la feroz y amigable Luna-Sylvie, mascota de aquella completa desconocida, ahora convertida en una bestia de bastante más tamaño, pero con las mismas manías extrañas. Una mariposa parecida a la de antes se posó en su nariz, pero sus fauces distaban mucho de parecerse a las del gato de antes. Un simple lametazo a la mariposa, y esta salió huyendo despavorida. De haber podido hacerlo, hubiese hecho puchero, pero en su lugar hizo un gesto extraño, casi irreconocible. Una vez el pequeño bichito desapareció de su vista, volvió a clavar la mirada en la ajena, y el tigre pareció sonreír. ¡Si pudiera hablar le diría su verdadero nombre! Aunque le gustaba seguir siendo Luna, su Luna. De hecho, ese nombre le gustaba más que el suyo propio. Pero ya tenía uno. Y si iban a ser "amigas" lo mejor sería decirle el de verdad, ¿no?
Sentía pesadez en sus extremidades, lo que le dio un aviso de que no duraría mucho tiempo más en aquella forma. Consumía demasiada energía y la dotaba de un apetito voraz. Apetito que, por otra parte, no hubiera podido saciar fácilmente. Y estuvo a punto de comenzar a gestarse el cambio cuando, de nuevo, aquel olor tan familiar como aborrecido, volvió a aparecer. Cerca. Muy cerca. Y en mayor medida que antes. El gran felino se levantó de un ágil salto, oteando el horizonte. A lo lejos, un pequeño grupo de cadáveres andantes se aproximaban, sigilosamente, hacia ellas. Supuso que no se imaginarían ni en un millón de años que iban a enfrentarse con una cazadora bastante más experta de lo que ellos serían jamás. La caza está escrita en la genética de los tigres. Y los vampiros, por muchos colmillos que tuvieran, antes fueron humanos. El pelo se le erizó casi por completo, y se situó delante de la joven, acechante. La tensión le hacía parecer más grande de lo que ya de por sí era. Esta vez la protegería. No quería que volvieran a hacerle daño.
Edith D. Keergård- Humano Clase Media
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