AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Iam uia facta ad tenebras [Alchemilla]
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Iam uia facta ad tenebras [Alchemilla]
Ella había mordido el anzuelo y lo había engullido hasta el fondo de sus entrañas. Era ahora cuando debía ser taimado y sacar provecho de la situación, la tendría en mi casa, en mis terrenos, donde todo me obedecía solo a mí. Por supuesto, no había olvidado que, además del grimorio, mi objetivo también era aprender todo lo que así pudiera. Y ella no era la excepción, era un reo único y hacía que toda mi soberbia y descaro saliera a relucir. Ahora mis pesquisas tenían que dirigirse hacia el libro, así que decidí hacerla creer diversas cosas. Jugar con su mente hasta que ya no me sirviera. Y en tal momento decidir si la vida seguiría en su interior o si por el contrario, Lucifer quería llevársela al más allá junto con muchos otros hechiceros que no servían para mi propio beneficio. Sentí mis propias almas, acarreadas por la curiosidad, venir a atormentarme, preguntaban, juzgaban mis acciones como si se trataran de alguna clase de traición a ellos mismos. Y yo me reía por dentro, bajándome al mismo tiempo del caballo que pronto quedaba estacionado dentro del recinto. Ayudando a la fémina a que me acompañara, parecía ser una invitada de honor y así fue que los esclavos de la mansión la trataron. Sin saber que, para mí, ellos eran más importantes que la bruja que llevaba en mi mano. Los esclavos me juraban lealtad, algo que nunca obtendría de Alchemilla, que con sus desórdenes mentales a lo único que me llevaba era al desquicio.
— Así que sabes que el grimorio es suficientemente importante para mí, como para hacerlo equivaler a un aprendizaje en las artes de la nigromancia. ¿Acaso siquiera conoces el nombre de lo que tienes en tus manos? “Necronomicón” Una biblia satánica, atrae demonios del mundo antiguo, es… el testimonio vivo de Satanás en esta tierra. — Aseguré entonces, con una pasión, un deseo total, el anti testimonio de Cristo. Era un libro sagrado que podía revelarme los oscuros deseos que el futuro tenía para mi alma impura y perfecta. Mi mirada se posó en la ajena y le sonreí de lado, muy secamente, alzando una de mis manos hacía ella, buscando así que me diera su palma. Yo había decidido que le enseñaría, que mantendría mi palabra solo por esa vez. ¿Orgullo? No, yo no tenía nada de eso, no me importaba en absoluto lo que los demás pensaran de mí, no me interesaba ser honrado, ¡mucho menos en ese mundo de mortales! Yo estaba recubierto por esa asquerosa piel mortal, pero era mucho más que eso. El Uróboros en mi pecho, la serpiente comiéndose a sí misma, era lo que me hacía diferente. — ¿Quieres cenar? ¿Tienes hambre, Alchemilla? Eres afortunada, la herejía va a recorrer tu cuerpo hasta volverte una poderosa bruja. Así que póstrate ante mí y te alimentaré como si fueses mi propio vástago. — Mantenía el dorso hacía arriba, esperando su clemencia, divirtiéndome ante la poca misericordia que yo podía ofrecer. ¡Era emocionante! La excitación recorría mi ser, las ganas de violar y asesinar eran vivaces fuegos que se adentraban en mis venas y me gritaban que allí estaba el condenado perfecto.
Y me relamía por dentro la boca, los dientes, chasqueándolos de manera tal, que los tiranizados sirvientes se acercaran con temor. — Que la cena se sirva pronto, hay que festejar. Con vino, sí, que sea uno caro para la dama. — La voz ronca y sin duda sin chiste ni emoción se dirigió a la servidumbre y me volteé rápidamente hacía la pobre muchacha, raquítica y con mirada muerta, aunque por dentro tan agitada y trastornada como cualquier otra. Me enternecía su fortaleza y la curiosidad se hallaba en popa, ¿qué es lo que ella quería hacer? ¿Cuáles eran sus objetivos en la vida? Cerré los parpados y me acerqué entonces a un sillón, señalándole que vaya al otro. — Háblame, ínfimo ser, ¿qué te dicen ahora? Diles que estén asustados, que la fiesta se les acabará pronto. Me harás caso en todo lo que te diga, Alchemilla y la recompensa te será dada. ¿Entiendes? — Entrelacé entonces los dedos, apoyándolos sobre mi pecho, con la mirada emocionada, pero sin mostrar siquiera un atisbo de sonrisa en mí. Tenía que mostrarle que las cosas serían difíciles, que la monomanía se haría mayor, hasta que entonces todo bajara y la realidad la golpearía de una vez por todas, hasta abrirle las puertas a una magia diferente.
— Así que sabes que el grimorio es suficientemente importante para mí, como para hacerlo equivaler a un aprendizaje en las artes de la nigromancia. ¿Acaso siquiera conoces el nombre de lo que tienes en tus manos? “Necronomicón” Una biblia satánica, atrae demonios del mundo antiguo, es… el testimonio vivo de Satanás en esta tierra. — Aseguré entonces, con una pasión, un deseo total, el anti testimonio de Cristo. Era un libro sagrado que podía revelarme los oscuros deseos que el futuro tenía para mi alma impura y perfecta. Mi mirada se posó en la ajena y le sonreí de lado, muy secamente, alzando una de mis manos hacía ella, buscando así que me diera su palma. Yo había decidido que le enseñaría, que mantendría mi palabra solo por esa vez. ¿Orgullo? No, yo no tenía nada de eso, no me importaba en absoluto lo que los demás pensaran de mí, no me interesaba ser honrado, ¡mucho menos en ese mundo de mortales! Yo estaba recubierto por esa asquerosa piel mortal, pero era mucho más que eso. El Uróboros en mi pecho, la serpiente comiéndose a sí misma, era lo que me hacía diferente. — ¿Quieres cenar? ¿Tienes hambre, Alchemilla? Eres afortunada, la herejía va a recorrer tu cuerpo hasta volverte una poderosa bruja. Así que póstrate ante mí y te alimentaré como si fueses mi propio vástago. — Mantenía el dorso hacía arriba, esperando su clemencia, divirtiéndome ante la poca misericordia que yo podía ofrecer. ¡Era emocionante! La excitación recorría mi ser, las ganas de violar y asesinar eran vivaces fuegos que se adentraban en mis venas y me gritaban que allí estaba el condenado perfecto.
Y me relamía por dentro la boca, los dientes, chasqueándolos de manera tal, que los tiranizados sirvientes se acercaran con temor. — Que la cena se sirva pronto, hay que festejar. Con vino, sí, que sea uno caro para la dama. — La voz ronca y sin duda sin chiste ni emoción se dirigió a la servidumbre y me volteé rápidamente hacía la pobre muchacha, raquítica y con mirada muerta, aunque por dentro tan agitada y trastornada como cualquier otra. Me enternecía su fortaleza y la curiosidad se hallaba en popa, ¿qué es lo que ella quería hacer? ¿Cuáles eran sus objetivos en la vida? Cerré los parpados y me acerqué entonces a un sillón, señalándole que vaya al otro. — Háblame, ínfimo ser, ¿qué te dicen ahora? Diles que estén asustados, que la fiesta se les acabará pronto. Me harás caso en todo lo que te diga, Alchemilla y la recompensa te será dada. ¿Entiendes? — Entrelacé entonces los dedos, apoyándolos sobre mi pecho, con la mirada emocionada, pero sin mostrar siquiera un atisbo de sonrisa en mí. Tenía que mostrarle que las cosas serían difíciles, que la monomanía se haría mayor, hasta que entonces todo bajara y la realidad la golpearía de una vez por todas, hasta abrirle las puertas a una magia diferente.
Calcabrina- Hechicero Clase Alta
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Re: Iam uia facta ad tenebras [Alchemilla]
¡Pues claro que lo sabía! Que era importante para él, claro, no lo que era un Necronomicón. Sí que había oído hablar de Satanás, el cura de mi aldea había dicho muchas veces que sería quien nos torturaría eternamente si Dios así lo decretaba, pero ¿él qué sabía? No era necesario Satanás para sufrir dolor y tormento para los restos. Hacía falta alguien malvado, ¡muy malvado!, que arrancara lo que más se quería del corazón de alguien y el proceso ya estaba terminado.
Deberías prestarle atención, Alchemilla, tal vez así aprendas algo.
Pero no podía del todo, mi mirada bailaba de su fascinante y oscuro ser a las sombras que creía atisbar que pertenecían a las voces que oía pero que sabía que no eran ellos porque yo los oía, no los veía, y había una diferencia muy clara en eso. Al menos para ellos, yo a veces lo confundía aunque sabía que sola no estaba ni aunque él se marchara de la habitación. Pero ¿para qué iba a hacerlo? ¡Era su casa!
Escucha bien, Alchemilla, aquí él es el rey, el amo y el señor, y no sólo de los vivos, también de los muertos.
Clavé los ojos entonces en él cuando me ofreció algo de comer y de beber. ¡Vino caro! No recordaba cuándo… No, no recordaba si alguna vez había podido beber vino caro, de calidad, no de aquel que había que aguar para que no fuera tan fuerte que destrozaba la garganta de los que lo bebían. O sangre, ¿sería vino tinto? Porque eso siempre me había recordado a beber sangre y a ser un vampiro, ¡como aquellos con los que yo me juntaba!
– Lo entiendo. Ellos me hablan sobre ti y me dicen que eres el rey y un soberano cruel de vivos, muertos y enterrados. Yo les confundo porque no saben por qué has aceptado tomarte como tu aprendiz, ni siquiera por un libro; saben que hay gato encerrado igual que lo sé yo, aunque yo elija ignorarlo y ellos me lo repitan al oído una y otra vez. – respondí, alto y claro, sin parpadear hasta que no terminé de hablar.
Los susurros que escuchaba se mezclaban con las otras voces, las de ellos, a las que conocía tan bien que era casi como si fueran mis amigos. ¿Cómo sería capaz de distinguirlas todas? ¡Porque ni siquiera los comunes velaban por mi seguridad, igual que los muertos que querían que me uniera a ella para castigarme! Se comportaban de la misma manera todos, buenos y malos, amigos y enemigos, familiares y extraños. Porque eso era lo que eran todos, dicotomía, dualidad, opuestos que cambian de opinión tan rápido que no es posible seguirlos. ¿Y aún se preguntaba por qué había aceptado?
Él quizá se regodee de tu elección, Alchemilla, pero tu desconfianza te hace inteligente y te ayudará a no caer en sus redes tan fácilmente.
– Puedo obedecerte, sí, y entonces te daré el Necronomicón, pero sólo si me enseñas. Ese es nuestro trato, repítelo delante de los vivos y de los muertos para que todos sepan que si incumples tu parte, mi venganza estará justificada. – amenacé (¿amenacé?), sin alzar la voz, sin modificar el tono, sin apartar la mirada de él, paladeando el francés que me sabía dulce en los labios y no como el noruego, ahumado como el salmón que a veces conseguía robar y llevarme al buche.
¿Qué has hecho, niña, qué has hecho? ¡No le enfades, no le molestes, no se te ocurra llevarle la contraria o serás uno de nosotros, eso si no lo eres ya por todos tus malditos pecados!
Mis pecados no se podían absolver, cierto, pero a mí no me importaba, ¡no me importaba lo más mínimo!, siempre y cuando las voces callaran y encontrara lo que estaba buscando tan desesperadamente que me dolía físicamente no poder encontrarlos. A ellos, a Joshua y a Alessa, y a él, a Murphy, al villano que me había arrebatado todo salvo a mi madre, porque ella era la única que podía haber impedido la desgracia que nos había ocurrido a todos hacía tanto tiempo.
– ¿Qué tengo que hacer? Aparte de arrodillarme, pero eso lo haré después, cuando no se me clave el suelo en las piernas. Está frío y me molesta, y los huesos me sobresalen así que molesta todavía más porque incluso duele. Duele. ¿Va a doler lo tuyo? No, mejor, ¿cuánto? Así puedo estar preparada. Dímelo, te lo pido. – borboteé las palabras sin pensarlas, mirándolo y estrujando la tela de mi ropa entre las manos, sin prestar atención a nada, durante un momento, que no fuera él y la enseñanza que podría darme.
Deberías prestarle atención, Alchemilla, tal vez así aprendas algo.
Pero no podía del todo, mi mirada bailaba de su fascinante y oscuro ser a las sombras que creía atisbar que pertenecían a las voces que oía pero que sabía que no eran ellos porque yo los oía, no los veía, y había una diferencia muy clara en eso. Al menos para ellos, yo a veces lo confundía aunque sabía que sola no estaba ni aunque él se marchara de la habitación. Pero ¿para qué iba a hacerlo? ¡Era su casa!
Escucha bien, Alchemilla, aquí él es el rey, el amo y el señor, y no sólo de los vivos, también de los muertos.
Clavé los ojos entonces en él cuando me ofreció algo de comer y de beber. ¡Vino caro! No recordaba cuándo… No, no recordaba si alguna vez había podido beber vino caro, de calidad, no de aquel que había que aguar para que no fuera tan fuerte que destrozaba la garganta de los que lo bebían. O sangre, ¿sería vino tinto? Porque eso siempre me había recordado a beber sangre y a ser un vampiro, ¡como aquellos con los que yo me juntaba!
– Lo entiendo. Ellos me hablan sobre ti y me dicen que eres el rey y un soberano cruel de vivos, muertos y enterrados. Yo les confundo porque no saben por qué has aceptado tomarte como tu aprendiz, ni siquiera por un libro; saben que hay gato encerrado igual que lo sé yo, aunque yo elija ignorarlo y ellos me lo repitan al oído una y otra vez. – respondí, alto y claro, sin parpadear hasta que no terminé de hablar.
Los susurros que escuchaba se mezclaban con las otras voces, las de ellos, a las que conocía tan bien que era casi como si fueran mis amigos. ¿Cómo sería capaz de distinguirlas todas? ¡Porque ni siquiera los comunes velaban por mi seguridad, igual que los muertos que querían que me uniera a ella para castigarme! Se comportaban de la misma manera todos, buenos y malos, amigos y enemigos, familiares y extraños. Porque eso era lo que eran todos, dicotomía, dualidad, opuestos que cambian de opinión tan rápido que no es posible seguirlos. ¿Y aún se preguntaba por qué había aceptado?
Él quizá se regodee de tu elección, Alchemilla, pero tu desconfianza te hace inteligente y te ayudará a no caer en sus redes tan fácilmente.
– Puedo obedecerte, sí, y entonces te daré el Necronomicón, pero sólo si me enseñas. Ese es nuestro trato, repítelo delante de los vivos y de los muertos para que todos sepan que si incumples tu parte, mi venganza estará justificada. – amenacé (¿amenacé?), sin alzar la voz, sin modificar el tono, sin apartar la mirada de él, paladeando el francés que me sabía dulce en los labios y no como el noruego, ahumado como el salmón que a veces conseguía robar y llevarme al buche.
¿Qué has hecho, niña, qué has hecho? ¡No le enfades, no le molestes, no se te ocurra llevarle la contraria o serás uno de nosotros, eso si no lo eres ya por todos tus malditos pecados!
Mis pecados no se podían absolver, cierto, pero a mí no me importaba, ¡no me importaba lo más mínimo!, siempre y cuando las voces callaran y encontrara lo que estaba buscando tan desesperadamente que me dolía físicamente no poder encontrarlos. A ellos, a Joshua y a Alessa, y a él, a Murphy, al villano que me había arrebatado todo salvo a mi madre, porque ella era la única que podía haber impedido la desgracia que nos había ocurrido a todos hacía tanto tiempo.
– ¿Qué tengo que hacer? Aparte de arrodillarme, pero eso lo haré después, cuando no se me clave el suelo en las piernas. Está frío y me molesta, y los huesos me sobresalen así que molesta todavía más porque incluso duele. Duele. ¿Va a doler lo tuyo? No, mejor, ¿cuánto? Así puedo estar preparada. Dímelo, te lo pido. – borboteé las palabras sin pensarlas, mirándolo y estrujando la tela de mi ropa entre las manos, sin prestar atención a nada, durante un momento, que no fuera él y la enseñanza que podría darme.
Invitado- Invitado
Re: Iam uia facta ad tenebras [Alchemilla]
Encontré una familiaridad en sus ojos, en sus tenebrosos faroles color verde agua, infectados de terrible desesperación. Era la misma mirada que la de mis antepasados antes de morir, esa mezcla de envenenamiento y aspiración a lo intangible. Y supe fácilmente que era tiempo para mí de asegurar mis deseos, de marcarla con un hechizo para que ella y el libro no pudieran desaparecer jamás de mi radar. Y no tardé demasiado en sentarme, observándola como si de verdad me interesara. La realidad era que por dentro estaba pensando las maneras de dominarla y que no se diera cuenta ni en el más mínimo segundo. Y pronto, el sonido del cristal invadiendo la sala hizo presencia a las copas de vinos que fueron repartidas con equidad. El dulce amargor que viajaba por mi garganta se hizo fuego en la primera gota. — Un libro, entretenimiento y una curiosidad que no me deja en paz, esas son las razones, no escuches cualquier otra, hacerles caso es el primer paso a la locura, aunque tú has dado muchos, ¿hay vuelta atrás? Ignoras muchas situaciones, quizá te sorprendas de lo que hay a tu alrededor cuando empieces a mirarlo verdaderamente. Con la visión de un hechicero, de quien sabe manipular el entorno tanto vivo como muerto a su placer. — Era evidente, allí estaba la razón de que Alchemilla no fuese una bruja poderosa, ¡sus propios males la estaban deteniendo! No la dejaban avanzar porque la autodestrucción estaba a la vuelta de la esquina. Casi se escapó una sonrisa desde mi curvatura, aunque al contrario, se inyectó una mueca de ira y emoción que revolvía mi estómago. Y observé alrededor, era claro como los fantasmas estaban merodeándola, desde lejos, solo en su mente, pero los escombros de sus auras muertas se podían ver prendidas en la esencia ajena. Había algo que la marcaba por sobre todas las cosas, una razón que provocaba que los muertos se aten a su energía, para absorberla y debilitarla. — ¿No sabes qué les hiciste? Acaso, ¿has perdido la memoria o es que quizá lo reprimes y confundes la realidad de la mentira? —
La pregunta daba esa especie de escalofrío caminando por el cuerpo, alejándose al mismo tiempo de mis capacidades para unir por completo el árbol se iba resquebrajando, la unión de todo. ¿Ayuda? Sí, por supuesto que la necesitaba, después de todo se trataba de una enfermedad mental que yo no era capaz de curar, sino de volverla más perturbadora. Me relamí los labios, escuchando como pronto la cena era servida. La emoción que ella podía hacerme notar es lo que más me interesaba. Era pobre, una desgraciada con evidencia y no se molestaba en disimularlo. — Aliméntate todo lo que quieras, hoy puedes hacerlo libremente. ¿Venganza? ¿Acaso no tienes suficientes venganzas como para sumar una más a tu deleite? ¿Acaso piensas realmente que alguien como tú puede tomar revancha de alguien como yo? No te confundas, haré lo que quiera y eso es lo que estás buscando. Así que puedes empezar a detenerte. — Se trataba de un consejo más que otra cosa, amenazar a la herejía no era algo que cualquier cuerdo quisiera hacer. Los demonios, debido a nuestra naturaleza, éramos imposible de controlar y las heridas abiertas siempre marcaban con sal lo que nos disponíamos a olvidar. — Va a doler lo que quieras, tú eres la que elegirá eso, Alchemilla. Verás que tienes el control total sobre ti misma. Tú decides qué es el dolor, que es el placer y sobre todo que pasa por tu cerebro. — La enfermedad podía deberse a dos cosas, un trastorno de personalidad, esquizofrenia o una parálisis de su lado más humano. Cualquiera de las situaciones me dejaba parado en la más extrema curiosidad debido a la época. Pero apretando las manos me detuve y me dediqué entonces a ingerir el alimento de carnes que habían llegado. ¿Acaso empezaría esa noche? — ¿Tienes idea qué es lo primero que debes aprender? ¿Has intentado controlarlas o solo enloqueces como una triste loca demencial? — Denigrarla seguía siendo, por supuesto, la primera defensa. Alcé entonces los dedos, esperando su respuesta, mandando energía vital a la punta de las yemas, ondeándola como si pudiese controlar el viento, jugando en la espera de que ella notara los movimientos energéticos, era capaz de hacer, ¿no?
La pregunta daba esa especie de escalofrío caminando por el cuerpo, alejándose al mismo tiempo de mis capacidades para unir por completo el árbol se iba resquebrajando, la unión de todo. ¿Ayuda? Sí, por supuesto que la necesitaba, después de todo se trataba de una enfermedad mental que yo no era capaz de curar, sino de volverla más perturbadora. Me relamí los labios, escuchando como pronto la cena era servida. La emoción que ella podía hacerme notar es lo que más me interesaba. Era pobre, una desgraciada con evidencia y no se molestaba en disimularlo. — Aliméntate todo lo que quieras, hoy puedes hacerlo libremente. ¿Venganza? ¿Acaso no tienes suficientes venganzas como para sumar una más a tu deleite? ¿Acaso piensas realmente que alguien como tú puede tomar revancha de alguien como yo? No te confundas, haré lo que quiera y eso es lo que estás buscando. Así que puedes empezar a detenerte. — Se trataba de un consejo más que otra cosa, amenazar a la herejía no era algo que cualquier cuerdo quisiera hacer. Los demonios, debido a nuestra naturaleza, éramos imposible de controlar y las heridas abiertas siempre marcaban con sal lo que nos disponíamos a olvidar. — Va a doler lo que quieras, tú eres la que elegirá eso, Alchemilla. Verás que tienes el control total sobre ti misma. Tú decides qué es el dolor, que es el placer y sobre todo que pasa por tu cerebro. — La enfermedad podía deberse a dos cosas, un trastorno de personalidad, esquizofrenia o una parálisis de su lado más humano. Cualquiera de las situaciones me dejaba parado en la más extrema curiosidad debido a la época. Pero apretando las manos me detuve y me dediqué entonces a ingerir el alimento de carnes que habían llegado. ¿Acaso empezaría esa noche? — ¿Tienes idea qué es lo primero que debes aprender? ¿Has intentado controlarlas o solo enloqueces como una triste loca demencial? — Denigrarla seguía siendo, por supuesto, la primera defensa. Alcé entonces los dedos, esperando su respuesta, mandando energía vital a la punta de las yemas, ondeándola como si pudiese controlar el viento, jugando en la espera de que ella notara los movimientos energéticos, era capaz de hacer, ¿no?
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Re: Iam uia facta ad tenebras [Alchemilla]
¿Que si había intentado controlarlas? ¡Por quién me tomaba el brujo nigromante! Luego diría que la demente era yo, ¡lo sabía porque lo veía en sus ojos como muertos, sólo que pertenecían a un vivo y realmente no podían estarlo! Claro que lo había intentado, pero no lo había conseguido; él lo sabía, ¡estaba segura!, y por eso no me esforcé en contestarle y seguí devorando la comida que no había sabido que necesitaba hasta que no la había tenido delante. ¡Curioso!
Pero hay algo que ha dicho que debes considerar, niña, algo que tú eres quien ha querido olvidar pero que sabes perfectamente lo que es.
¡No! Yo no había olvidado nada a propósito, ni tampoco había olvidado nada y punto. Tenía muy claro todo lo que había acontecido en mi pasado, fuera cual fuera el tiempo en que mirara, excepto cuando era una niña de pecho porque entonces, claro, nadie podía recordar nada. ¡Ni siquiera él! Aunque sabía que él era prodigioso a su manera y no debía amenazarme porque no quería tenerlo como enemigo, lo tendría si hacía falta, fuera sobrehumano o un simple brujo con ínfulas de grandeza demasiado grandes.
Él no es infalible, Alchemilla. Ni siquiera es tan poderoso si no sabe que no eres tú la que controla lo que duele o deja de doler...
Pero lo seré yo, ¡lo seré yo y por fin empezaré a dominar lo que yo siempre he debido dominar en vez de vosotros! Por fin iba a ser dueña de mí misma aunque él pensara que pudiera controlarme al enseñarme. ¡No! Él sería mi maestro, no mi dueño; de eso me aseguraría yo fuera como fuese, aunque lo primero era comer, comer, seguir comiendo y devorar hasta hartarme y hasta que no quedara nada en el plato y mi estómago estuviera saciado.
Cuidado, niña, si devoras tanto vas a vomitar y si lo haces mancillarás el aire en el que nosotros nos movemos.
Ante la advertencia me detuve, me limpié la boca y bebí un trago del vino fuerte que había traído. Prefería sangre o vino rebajado con agua, pero para hacer pasar la comida por mi garganta bien servía eso igual que un trago de absenta. O que el lodo, ya puesta, pero tenía la sensación de que el lodo no sería tan agradable de beber como el vino o el agua hasta sin llegar a haberlo probado nunca, porque jamás había estado tan desesperada para llegar a esos extremos.
– Para quieto. – alcé la mano y la energía de sus dedos paró para pasar a los míos, donde pareció chispear. – No me dejas pensar, hereje. – gruñí y apreté el puño, de manera que la energía volvió a sus dedos y yo continué bebiendo de mi copa, razonando sus palabras y lo que él quería, intentando escudriñar en las profundidades de su mente para ver qué demonios se escondía tras su mirada vacía, azul y muerta.
¿Qué hemos dicho de que no merece la pena cabrearlo, Alchemilla...? Este hombre enfadado es peligroso.
Pero yo también lo soy. Si no, que se lo digan a todos aquellos a los que he llevado por delante en mi venganza y mi afán por hundir a quienes me han herido a mí primero. ¡Justa retribución, así es como lo llamo yo y como merece que se considere! Porque si me atacan yo me defiendo, es la ley del mundo animal y yo formo parte de él, guste al hereje o no. ¿Le gustaría? No lo sabía. Suponía que no demasiado, pero daba igual, ¿no? A mí sí, al menos.
– No lo sé porque aunque lo recuerdo todo no estoy segura de que todo sea... real. Hay recuerdos que parecen más oscurecidos y borrosos que otros, hay algunos que son demasiado horribles para ser más que sueños, y luego están los que yo sé que son ciertos, como que nos hemos encontrado antes en el cementerio. – respondí, dejando por fin la copa de vino y bajando las manos al regazo, donde sentía el estómago hinchado por la comida abundante y una sensación de sopor amodorrado que se iba apoderando de mí poco a poco.
Por lo que más quieras, niña, no se te ocurra dormirte en su presencia... porque, si lo haces, sabes tan bien como nosotros que es muy posible que no despiertes ya más.
Pero hay algo que ha dicho que debes considerar, niña, algo que tú eres quien ha querido olvidar pero que sabes perfectamente lo que es.
¡No! Yo no había olvidado nada a propósito, ni tampoco había olvidado nada y punto. Tenía muy claro todo lo que había acontecido en mi pasado, fuera cual fuera el tiempo en que mirara, excepto cuando era una niña de pecho porque entonces, claro, nadie podía recordar nada. ¡Ni siquiera él! Aunque sabía que él era prodigioso a su manera y no debía amenazarme porque no quería tenerlo como enemigo, lo tendría si hacía falta, fuera sobrehumano o un simple brujo con ínfulas de grandeza demasiado grandes.
Él no es infalible, Alchemilla. Ni siquiera es tan poderoso si no sabe que no eres tú la que controla lo que duele o deja de doler...
Pero lo seré yo, ¡lo seré yo y por fin empezaré a dominar lo que yo siempre he debido dominar en vez de vosotros! Por fin iba a ser dueña de mí misma aunque él pensara que pudiera controlarme al enseñarme. ¡No! Él sería mi maestro, no mi dueño; de eso me aseguraría yo fuera como fuese, aunque lo primero era comer, comer, seguir comiendo y devorar hasta hartarme y hasta que no quedara nada en el plato y mi estómago estuviera saciado.
Cuidado, niña, si devoras tanto vas a vomitar y si lo haces mancillarás el aire en el que nosotros nos movemos.
Ante la advertencia me detuve, me limpié la boca y bebí un trago del vino fuerte que había traído. Prefería sangre o vino rebajado con agua, pero para hacer pasar la comida por mi garganta bien servía eso igual que un trago de absenta. O que el lodo, ya puesta, pero tenía la sensación de que el lodo no sería tan agradable de beber como el vino o el agua hasta sin llegar a haberlo probado nunca, porque jamás había estado tan desesperada para llegar a esos extremos.
– Para quieto. – alcé la mano y la energía de sus dedos paró para pasar a los míos, donde pareció chispear. – No me dejas pensar, hereje. – gruñí y apreté el puño, de manera que la energía volvió a sus dedos y yo continué bebiendo de mi copa, razonando sus palabras y lo que él quería, intentando escudriñar en las profundidades de su mente para ver qué demonios se escondía tras su mirada vacía, azul y muerta.
¿Qué hemos dicho de que no merece la pena cabrearlo, Alchemilla...? Este hombre enfadado es peligroso.
Pero yo también lo soy. Si no, que se lo digan a todos aquellos a los que he llevado por delante en mi venganza y mi afán por hundir a quienes me han herido a mí primero. ¡Justa retribución, así es como lo llamo yo y como merece que se considere! Porque si me atacan yo me defiendo, es la ley del mundo animal y yo formo parte de él, guste al hereje o no. ¿Le gustaría? No lo sabía. Suponía que no demasiado, pero daba igual, ¿no? A mí sí, al menos.
– No lo sé porque aunque lo recuerdo todo no estoy segura de que todo sea... real. Hay recuerdos que parecen más oscurecidos y borrosos que otros, hay algunos que son demasiado horribles para ser más que sueños, y luego están los que yo sé que son ciertos, como que nos hemos encontrado antes en el cementerio. – respondí, dejando por fin la copa de vino y bajando las manos al regazo, donde sentía el estómago hinchado por la comida abundante y una sensación de sopor amodorrado que se iba apoderando de mí poco a poco.
Por lo que más quieras, niña, no se te ocurra dormirte en su presencia... porque, si lo haces, sabes tan bien como nosotros que es muy posible que no despiertes ya más.
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