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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Calcabrina Lun Feb 23, 2015 7:00 am

“El motivo del dolor, una prensa sin sentido”


Hacía meses me encontraba en la misma situación, buscando y revolviendo cada una de las bibliotecas que mis fantasmas me decían que tenía que visitar. La consulta a los muertos cada vez era más costosa para el Ouroboros que en mi pecho quemaba. ¿Tiempo? Por supuesto que tenía tiempo, la eternidad, de ser realmente necesario, pero había hecho un pacto y aquella vez nada me impediría cumplirlo. Lograría encontrar aquel grimorio donde los ángeles de Agartha y los demonios de Dante se encontraban. Aquel papiro se suponía que tenía las debilidades y las historias completas más viejas de cada uno de nosotros. La sangre se inyectaba en mis venas cada vez que pensaba que podría llegar a estar en mis manos. Pero no sucedía, me hallaba con las manos vacías en la mansión que atestaba de sangre hasta en el más pequeño rincón. Me sofocaba el odio y esclavos magullados eran los que cobraban el pago por hacer desatar la ira de Calcabrina, aquel hereje ser que se había fusionado conmigo desde el día en el que había nacido. Aunque no con ello mi memoria, las vidas pasadas, todo lo que no podía recordar y que nadie me quería decir; estaba como un papel completamente en blanco. Solo dotado con mis más horribles fortalezas y debilidades. Pero aquella noche sería diferente, lo sentía en el interior de la lengua de la serpiente. Me lo estaba avisando y por ello tomé a la virgen más pura que tenía en aquel arancel de humanos preparados especialmente para mí. El sacrificio tenía que ser igualmente equivalente a lo que iba a pedir.

La sangre de ella se deslizó desde la costura de su cuello hasta su más escondido Edén. El elixir rojo cayó, con ella colgando sobre una larga soga hasta arriba de un enorme caldero negro de hierro de fundición. Su rostro estaba bañado en lágrimas y gracias a sus sentimientos de resignación y tristeza aquellos muertos que tan alejados en el tiempo estaban, resurgieron de su mundo oscuro para mí. “El deseo del maldito se halla en donde las almas se acumulan. Busca las alas más puras y el alma más oscura. Pero deberás apurarte o desaparecerá del lugar. Allí en el cementerio donde la ira apareció” Aquellos seres que se retorcían en vapores oscuros y verdes no hacían más que darle placer a mi alma, pero me enardecía lo poco específicos que eran. Claro que en aquel momento no me fue para nada difícil descifrarlo. El cementerio donde había encontrado a Erinna. La sonrisa que se había formado en mis labios era demencial, dulce y placentera; una que nunca jamás nadie vería. Media hora más tarde, me encontré cabalgando solo con uno de los caballos negros de la casa. El viaje fue rápido, pues vivía cerca, lo apreciaba y siempre iba allí a hablar con los muertos cuando necesitaba algo de ellos sin dar nada a cambio. Llevaba puesta la ropa habitual, demasiado limpia para ser real, con un largo sobretodo oscuro que daba la apariencia de ser una sombra en los rincones. — Revela't  — Espeté en un bramido al dar el primer paso dentro de la guarida de los muertos.


Cada una de las lápidas estaba temblando a mi paso, pareciera como si sabían que iba a hurgar en uno de ellos. Miraba a todos lados, pero en realidad no lo hacía. Pues estaba buscando un aura poderosa, pura y odiosa. Allí es donde estaría el bendito grimorio donde encontraría mi historia y aún más cosas que servirían tanto para mi dulce beneficio, como para ayudar a los demonios, quien sabe, quizá eso me fuese de ayuda para ganar la confianza de los que estaban más arriba. Aquellos a los que apenas les había visto la cara, pero que me atormentaban en sueños. Mi rostro estaba tatuado con la nada misma, sin expresión parecía saber a donde quería ir. Y así fue, pues cuando hice los suficientes paso el aura apreció y con ello la esencia de una mujer excepcionalmente irregular.  El silencio reinó a la espera de sus acciones. Matar en un cementerio no era algo que disfrutara, a los muertos no les gustaba que las almas ronden sin un lugar donde descansar y perturbarlos no era una tarea emocionante en ningún sentido. 


El profano de las tumbas
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Mensaje por Invitado Sáb Mar 28, 2015 5:42 pm

La pala estaba lejos, muy lejos, ¡tan lejos! Habría sido más fácil usarla, pero no sin un pico. ¿Nadie en el cementerio pensaba en los picos? No sabía mucho de enterradores, pero suponía que para las raíces eran necesarios, ¿no? Si no lo usaban se agotarían; yo lo estaba, y ni siquiera sabía cuándo tiempo llevaba cavando. Ni tampoco cuándo había tirado la pala lo más lejos que había podido para escarbar con los dedos al notar cerca el ataúd de madera donde estaba enterrado el difundo.

¿Sabes, Alchemilla, que si te pillan vas a convertirte tú en la compañera de ataúd de ese pobre desgraciado?

¡Pues claro que lo sabía! Por eso había empezado bien: me había adentrado en las sombras, llevaba un vestido oscuro (¡negro!) para no brillar en la oscuridad por culpa de la luna, había robado una pala y había empezado a cavar. Pero pronto había empezado a oír murmullos en la noche, los muertos hablando entre ellos y acusando a la intrusa de profanar el descanso de uno de ellos, y entonces había tirado la pala, arrancado las raíces a mano y hurgado hasta mancharme entera de tierra.

No te distraigas, niña: lo has encontrado.

¡Era cierto! Mis puños se dieron contra una superficie de madera y contra una tabla medio podrida al lado de una que no lo estaba y parecía dura. ¡Por suerte me había llegado un cuchillo! No quería llenarme los nudillos de astillas, me bastaba con llenarle las uñas de mugre y los dedos de heridas que escocían y dolían, pero todo valdría la pena si de verdad había un grimorio escondido con el muerto aquel. ¡Y tan muerto! Llevaba fiambre varios años; seguramente no quedaban más que huesos del pobre desgraciado del que había oído hablar a mi madre porque tenía fama de controlar a los cadáveres.

Sólo necesitas abrirlo y será tuyo, podrás irte de los brazos fríos de la muerte que te acecha en cada una de estas lápidas.

Clavé con fuerza el filo de metal una, dos, tres y hasta cuatro veces en el tablón medio podrido. Hice un agujero lo suficientemente grande para empezar y de ahí empecé a roer con el puñal la madera hasta abrir un agujero donde cupiera mi mano. ¿Me atrevería a meterla ahí? ¡Y si el muerto se levantaba y me atrapaba con su esquelético ser? Me aterraba. Pero al mismo tiempo el miedo era como nervios que se me ponían en la garganta y me revolvían la tripa. Quizá vomitaría. ¡Eso sería divertido!

Alchemilla, no tienes tiempo que perder.

Oh, era cierto. Sin pensarlo, de golpe, metí la mano hasta lo más profundo de la tumba que había profanado (esa era una palabra bonita, ¿no? Aunque quizá un poco fuerte. Mejor quizá invadir. No, también muy dura. ¿Visitar? Sí, en profundidad. Esa me gustaba ya más) y revolví entre los huesos y la ropa hasta que di con el libro. ¡Sí, sí, sí! No me creía mi suerte, ni siquiera aunque hubiera imaginado que el rumor de mi madre era cierto y el libro de nigromancia se encontraba allí.

Date prisa, ¡vamos, vamos, niña estúpida!

Lo arranqué rápidamente de allí me aparté del ataúd, por si acaso. Nadie tenía los brazos tan largos para poder atraparme a la distancia a la que me había colocado, ¡ja! Yo ganaba y el muerto en cuestión perdía. Pero ¿los demás? Ellos gemían y jadeaban, tan alto que me resultaba molesto, así que intentaba dejar de escucharlos sin éxito. ¡No! Pero a la vez ¿sí? Porque decían que había un intruso, un hombre. Y yo no era un hombre, de eso estaba bastante segura.

Estarás muerta en un minuto si no huyes.

Salté casi corriendo de la tumba y me limpié la tierra (un poco de ella) del vestido antes de irme de allí. O de intentarlo. Porque los muertos tenían razón y ya no estaba sola; había frente a mí un brujo, uno al que no conocía y que me parecía peligroso. Por eso murmuré un hechizo y el libro que tenía escondido en la ropa se hizo invisible, aunque yo notara que estaba ahí porque lo sentía golpearme en las piernas. Por si acaso.

– ¿Quién eres?
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Mensaje por Calcabrina Sáb Abr 04, 2015 9:21 pm

“Abismal y terrible corrupción la que se hace sin limpiar”


El pequeño jadeo de aquella alma en pena me hizo sentir un leve placer que se originaba desde mi cuello hasta la parte baja de mi cuerpo. Se removía como una alimaña desesperada por alimento y pensé entonces que ella sería un gran espécimen para experimentar, la desesperación cuando su mano empezaba a clavar un filo en la madera y aunque no podía verla, estaba seguro de que el color en sus ojos sería el de la locura. ¡Pero que hermosa escena! Incluso más dulce que tener aquel grimorio en mis manos, bueno, quizá no tanto, pero no podía decir que no estaba divirtiéndome. El chasquido de los muertos estaba haciendo un espeluznante eco a nuestro alrededor. Y seriamente pensé en tomar un alma y meterla en aquel cadáver que estaba dentro del ataúd. Obligar a aquellos huesos a tomarle la mano y a provocar un susto de muerte en la bruja que débilmente estaba intentando robar la tumba de un anterior hechicero. Algo que yo muchas veces había hecho, tenía toda una habitación decorada con antiguas reliquias y amuletos. Pero hasta el momento, nada me interesaba más que la leyenda de aquel libro que podía devolverme los recuerdos de un pasado remoto. Y por ello mismo fue que di dos pasos hacia delante, enarcando la ceja a medida que ella empezaba a voltearse. Tenía la estrella de la seguridad en popa y yo se la quitaría y destruiría a pedazos. Quien sabe, quizá terminaría con un nuevo cuerpo en mi calabozo esa noche. El dios del infierno estaba siendo amable conmigo.

Me toqué con dos dedos la cien y la palpé un par de veces, mirando a la muchacha que con dificultad estaba quitándose la tierra de arriba. ¿Es que acaso no pensó en usar sus poderes para hacerlo todo más productivo? Entrecerré la mirada apretando con calma una de las estatuas de ángeles que había a un lado mío. — ¿Esa es tu pregunta? Que pérdida de tiempo. Entrégame el libro y dejaré que sigas con tus piernas en paz. O quizá no. — Fue un habla en bajada, al final era más bien un bisbiseo difícil de entender. Usualmente, cuando me encontraba en esa clase de situaciones, no hacía más que desmayar a la víctima y tomar las cosas por mí mismo. Pero en aquella circunstancia fue diferente, podía ver en la mujer algo mucho más divertido por delante, algo que quizá en algún momento, podía hacer que una sonrisa se forme en mi rostro que por sobre todo, jamás demostraba ni una mísera sensación. Miré entonces hacía atrás, la tierra esparcida y el montón de madera destruido y negué con un ruido bajo. — Aquella no es manera de robarle a un muerto. ¿No temes quedarte con un par a tu lado para siempre? — Mientras hablaba me estaba acercando a ella, iba a tomarle aquel cuello y estrujarlo hasta hacerlo explotar, pero el tintineo de los fantasmas me gritaba. Si había algo que respetaba, aparte de a Caraffa y Malacoda, era a los  espiritus de los cementerios.

Bajé esa mano que estaba a punto de caer a la tentación y moví el índice diciéndole que se acercara un poco más. — Los muertos están hablando. ¿Los escuchas? Soy Calcabrina, el portador de la herejía. Y tú, elegiste una mala noche. — Expliqué casi con cordialidad, pues más me hubiese gustado terminar por degollarla. Pero nuevamente el sonido brumoso de las almas en penas estaba acariciándonos. La percepción de los brujos los despertaba, los hacía enloquecer. ¿Acaso lo estaban notando tanto? ¿O es que éramos dos brujos oscuros en un mismo lugar y por un mismo objeto?  La adrenalina subía y me relamí los dientes, observé sus ojos por un segundo y dejé que una ilusión la bombardeara. El fuego la rodeaba y poco a poco la empezaba a quemar. Porque ahí estaban los susurros, que la queme, el fuego es un miedo que la va a aterrar. Que empiece a lacerarse su piel para caerse a pedazos y que luego el agua la haga seguir viviendo para que su sufrimiento sea eterno. Y de repente, todo desaparece y se encuentra frente a mí. Mi brazo está estirado, esperando, deseando las páginas en mis manos, tan cerca y tan lejos al mismo tiempo. No podía esperar más, estaba carcomiendo mis entrañas tener que buscar que ella me lo entregara de forma pacífica. ¿Y si mejor la mutilaba y cortaba sus manos? No, eso no estaría bien. Tenía que esperar, tenía que ser paciente. Esa era la mejor manera de hacer las cosas.


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Mensaje por Invitado Mar Abr 21, 2015 6:30 am

¡Llamas, fuego, calor, el Infierno se desata! Calcabrina el hereje, tal era su nombre, me había arrastrado a donde los cadáveres putrefactos no habían podido, ¡y quemaba! Las llamas me lamían la piel, pero en vez de humedecérmela marchitaban las plantas y me laceraban cada parche blanco que escondía bajo el vestido. ¡El demonio, no el hereje, él era Satanás y Belcebú y todos los malditos hijos de las tinieblas! Me llevé las manos a la cabeza y me mordí los labios, aguantando los aullidos de dolor. ¡Así ardían las brujas en la Inquisición, en la hoguera de las Vanidades que yo estaba sufriendo!

– ¡Y la bestia fue apresada, y con ella el falso profeta que había hecho delante de ella las señales con las cuales había engañado a los que recibieron la marca de la bestia, y habían adorado su imagen! Estos dos fueron lanzados vivos dentro de un lago de fuego que arde con azufre... 1 – murmuré, entre dientes, retorciéndome el pelo, la cara, arañándome el cuerpo y batallando contra el dolor que me provocaba...

Estúpida niñata inmadura, no es real, nada es real.

¿Qué no era real? ¿Quién había hablado? No eran los que yo conocía, ¡bestias desconocidas! Los muertos me repicaban en las orejas como el eco de una campana y camuflaban el crepitar de las llamas. ¿Lo camuflaban? Porque de pronto no dolía. Ni siquiera aunque de vez en cuando viera a una persona como yo (¡Alessa!) arder bajo los tormentos infernales me dolía, y el fuego reducía poco a poco su intensidad. Hasta que, de pronto, desapareció sin dejar rastro y ya nadie lo espero. ¡Una ilusión!

– ¿Muertos? Ellos repiten lo que tienes que hacer y te lo susurran al oído, ¿no? Pues no los necesito, yo ya tengo a quien me guía y me conduce por el fuego ¡real! No la ilusión que has conjurado, hechicero hereje. – respondí, sin sonar en absoluto molesta. El fuego ya no dolía, así que no había lugar para enfadarme o para tenerle en cuenta que me había torturado con su mente. ¡Maldito hechicero! Era fascinante, pero también peligroso. ¡Muy peligroso! Se veía la muerte en sus ojos. O tal vez sólo se reflejaba el espíritu del cementerio.

Será todo lo peligroso que desees, Alchemilla, pero tienes razón: no sabes profanar una tumba sin dejar pruebas.

¡Y el libro! Era lo que me había pedido, aunque yo lo escondía y cuando él se acercó me alejé un paso para que no me tocara. Era capaz de ahorcarme; se veía que quería hacerlo. Y mi cuello era lo que me unía la cabeza y los hombros, prefería tenerlo en su sitio el mayor tiempo posible. Era útil, exactamente igual que yo mientras tuviera el libro que él quería. ¡Aunque siempre podía matarme para recuperarlo! Me pregunto si entonces el hechizo se desharía o el libro quedaría invisible para siempre. Una lástima que, de pasar, no fuera a estar ahí para saberlo.

– Los oigo, no los escucho. ¿Entiendes la diferencia? Por eso no quiero quedarme con ninguno, pero ¿ellos lo harían? A ti te hablan algunos, ¿verdad? Tienes que saber tanto del tema por algo. Dime, ¿por qué es una mala noche? Yo creo que es muy buena salvo si sigues queriendo matarme, entonces no va a salirnos nada bien a ninguno de los dos. – advertí, sin tono de amenaza y mirándome las manos para después mirarlo a él con los ojos muy abiertos de una muñeca. Los de Scarlet... sólo que en mí, una muñeca de porcelana al natural. O al menos eso era lo que ellos decían que era alguna vez, cuando no me insultaban.

Eres frágil y él es un niño que no respeta que seas quebradiza. Cuidado, Alchemilla, o te quemarás por el fuego que él ha conjurado y que es más real de lo que piensas.

Sí, él era peligroso. Pero ¿y yo? Suponía que también. Había profanado una tumba, pero es que eso no era complicado, cualquiera podía hacerlo con una pala y la intención suficiente. Había sobrevivido a su ilusión, ¿o había sido él quien la había apartado de mí? Lo que sí había apartado era mi cuerpo de su alcance, así no se le ocurriría tratar de herirme por el momento. Quizá, después, podría hacerlo... Quizá le dejaría o quizá no. El dolor era catártico y a Robbie el conejo le servía para tranquilizarse. Al igual que la sangre. Al final, todo se reducía a la sangre... pero ni él ni yo sangrábamos. Aún.

1: Apocalipsis, 19:19-20, Reina Valera.
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Mensaje por Calcabrina Dom Mayo 03, 2015 10:18 pm

“Incluso provocarás que la risa se forme en los bordes de mi rostro”


Su demencia estaba marcada en los rasgos de su porcelánica piel, tan clara, tan suave, con unos ojos verdes como el musgo que carcomía las paredes, brillante y tóxico. Una presa hermosa para matar, para destrozar paso a paso hasta que sus órganos fuesen cayendo uno a uno sobre mis dedos. No reflejé el deseo, no quise demostrar lo mucho que me estaba divirtiendo verla sufrir y carcomerse a sí misma. Como una rata de laboratorio. ¿Quedármela para jugar? No, eso no era prudente, el libro. Eso es lo que tenía que conseguir y lo obtendría a toda costa. Incluso practicar con Carlisle no era suficiente para poder encontrar mi pasado. Parecía que éste estaba huyendo de mí. Pero no podía permitírselo, era mío después de todo. Y todo lo mío lo mantenía categorizado en mi biblioteca. La oí entonces, enarcando un poco la ceja derecha cuando se iba hacía atrás. Mi mirada pareció querer ahorcarla y gruñí por lo bajo, dando un nuevo movimiento hacia delante. — No oses moverte. ¿Te da miedo el fuego? ¿Quieres arder como todas las brujas antepasadas a ti? ¿O acaso quieres ser más que ellas, ser poderosa y omnipresente? — La pregunta era como un dulce veneno que largaba mi lengua, el demonio de mi Ouroboros estaba saliendo, quería perturbar un alma que ya estaba corrompida. Un solo deseo y ella caería al infierno de Lucifer junto con nosotros. Sería uno de los soldados de la guerra. Ardería en las llamas azules que eran las más puras y torrenciales.

— Cuando no cubres la tumba profanada, los espíritus se enojan, se cuelgan a tu cuerpo y empiezan a mostrarte sus pasados, tu pasado. Lo que más les guste a ellos. ¿No sabes cómo limpiarte? — A pesar de lo mucho que quería el artículo que ella tenía en alguna parte, me parecía interesante, como se rayaba, como la sangre hacia líneas en su piel y con desquiciada euforia me acerqué a agarrarle de la muñeca. Tironeándola hasta que quedara cerca y entonces hice un sonido suave, para que el silencio reinara entre ambos y miré hacia arriba. Allí estaban, invisibles pero existentes, fantasmas que todo lo podían hacer. Incluso se podían albergar en nuestros cuerpos, usarlos como capsula y poseernos por largas cantidades de tiempo. Podían perturbarnos eternamente si así lo querían. Eran seres detestables, que buscaban venganza, que no podían ir a ninguna parte porque cuando humanos quedaron con deudas en alma. Y ahora, ni el cielo ni el averno querían hacerse cargo de ellos. — Voy a matarte si no salgo de este lugar con aquello que me pertenece. O más bien, voy a dejarte viva y enterrada para que hables con los muertos mientras te descompones lentamente. Pero haremos lo mejor posible para que ambos quedemos felices. ¿Qué te parece, pequeña y diminuta bruja? — Solté entonces su brazo, lanzándola al suelo sin siquiera percatarme de aquellos seres que rondaban entre nosotros, como decidiendo cual pez era más sabroso.


Caminé entonces a un lado del cuerpo ajeno, mirándola a los ojos por unos segundos, no tenía importancia, era un alma sin valor, pero una personalidad que había perdido la cabeza y que por eso me gustaba. Me excitaba ver sufrir a los demás, incluso a mis propios hermanos demonios. Era un hereje y todo lo que pudiese tomar o maldecir estaba bien para mí. Quedé entonces frente a la madera destrozada, si ella intentaba huir, sería lo último que haría. Así que no me preocupé y con un cuchillo de bolsillo me hice un tajo en la piel de la palma. Y dejé caer tres gotas por sobre el ataúd. — No intentes huir. Si lo haces, prometo que desearás jamás haberme provocado. Laceraré tu piel con fuego real. Acércate, te mostraré como se sella un fantasma que ha sido robado. — Mi habla era monótona. Casi al ras de ser completamente aburrida. Pero siempre, siempre, decía las cosas reales, la ironía no me gustaba, mucho menos las metáforas, me valía del diccionario y del entendimiento tradicional. Y cumplía lo que decía, incluso aquellas frases que parecían monstruosas, para mi eran un placer total y completo. Balbuceé entonces unos inscriptos de libros antiguos, la sangre parte del ritual empezaba a evaporarse y a juntarse con la madera, se tatuaba hasta conseguir formar dos serpientes comiéndose la cola entre ellas. No era el mejor de los hechiceros demoníacos, pero sabía hacer las cosas para que nadie pudiese perturbar mi mente. Y lo había aprendido debido a que Graffiacane se había encargado de torturarme todas las noches desde mi despertar. — Ellos no solo me hablan, soy mucho más que tú. Y ese libro posee algo que estoy buscando desde hace mucho tiempo. ¿Qué es lo que quieres tú de él? — 


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Mensaje por Invitado Vie Mayo 15, 2015 6:57 am

¡Fuego, fuego real! Qué sensación, ¿no? Lacerando, ardiendo y helando a la vez, porque al final ya ni siquiera dolía la piel con las quemaduras más graves. ¿Cómo lo sabía? ¿Lo decían ellos, lo había leído, lo imaginaba, lo inventé? No, no era inventado; el fuego al final ya no dejaba ningún dolor porque... no lo sabía. La piel se acostumbraba, ¿no? O quizá morías antes y ya te daba igual que estuvieras hundido en fuego, en hielo o en tierra, ¡como los muertos! Aunque los muertos en espíritu volaban y nos rodeaban a los dos pata matarnos o por curiosidad. ¿Cuál de las dos sería?

Los muertos se aburren; una vez sin vida, ¿qué te queda?

Sí, suponía que era cierto; se lo preguntaría a Murphy cuando lo asesinara y torturara su espíritu para que ni siquiera sin su cuerpo pudiera dejar de pagar por sus crímenes. ¡Maldito asesino! Pero, entonces, ¿por qué el fuego? ¿Era Alessa o era yo o éramos ambas en una imagen que nos enviaban los muertos? ¿Qué podían hacer? ¡Demonios, ni siquiera eso sabía! Por eso necesitaba el libro, pero él no lo entendía, ¡claro que no! Calcabrina el hereje estaba demasiado versado en la nigromancia para darse cuenta de que no todos los hechiceros podíamos saber lo mismo que él.

– No sé limpiarme. Oigo a los muertos pero no termino de verlos, ¿debo creerte cuando me dices que están ahí? Porque no sería la primera vez que oigo cosas que... no están. Aunque a veces sí están; suelen estar. Normalmente sí, claro, pero a veces no y eso es lo complicado, ¿no? Sí quiero ser feliz y terminar contenta sin enfadarte porque eres poderoso, y yo no sé nada de muertos salvo lo que pasa cuando paras el corazón de alguien. – balbuceé, y en vez de alejarme como él había dicho que podría hacer para amenazarme, me acerqué más.

Alchemilla, no es una buena idea. Apártate de él antes de que sea demasiado tarde y te corrompa con sus herejías.

Pero ¿no estaba yo destinada ya al Infierno? ¡Tenía un pase en la barca de Caronte desde que había nacido sólo por ser una gemela, una hija del demonio! Lo único que habría podido darme más velocidad, como si a una galera se le añadieran más remeros, era haber nacido pelirroja, no con el pelo como el ala de un cuervo o como todo el cuerpo de esos animales. Bestias, bichos o criaturas, ¿cuál de los tres serían? Resultaba tan fascinante como poco interesante, al menos en mi opinión. Los muertos seguramente dirían algo diferente al respecto, para eso estaban muertos y tenían otras ideas.

Los muertos tienen voces, pero las silencias porque te volverías aún más loca si los escucharas a todos gemir por sus destinos pasados y presentes.

Pues eso era lo que quería; escuchar. ¿Qué más daba si me volvía loca? Porque no lo estaba, de verdad que no, ellos decían que sí pero sólo para torturarme porque se les daba bien hacerlo y era por y para lo que vivían, ¡no como yo! Para mí lo más importante era la venganza y así la cumpliría, pero los muertos me podían ayudar, especialmente si invocaba a mis hermanos y les preguntaba... y los recibía... y les hablaba como echaba de menos hacer, ¡con mi Alessa y mi Joshua! Aquellos a los que Murphy me había arrebatado sin mostrar ni el más mínimo resquicio de culpa porque, de todas formas, ¿qué importaba? ¡Sólo eran carne de su carne y sangre de su sangre! Maldito fuera.

– Quiero aprender nigromancia. Para eso el libro, ¿no? A ti te puede servir para lo que sea, no me interesan tus motivos para quererlo, me es indiferente. Pero a mí me puede enseñar a comunicarme con los muertos porque los necesito, y quiero responderles para gritarles “¡callad!” y que me dejen hablarles en vez de escucharlos yo constantemente. Así que enséñame a sellar y a hacer cosas con los espíritus y yo te dejaré el libro un rato. ¡Es un buen trato, hereje! – propuse, febril, y sonriendo ampliamente, con todos los dientes a la vista.

Has admitido que lo tienes o que al menos lo conoces, has cometido un...

¡Por los muertos, pero si él ya lo sabía! Y además seguía sin saber si lo tenía ya encima o si lo había escondido por ahí para que él no lo encontrara, ¡esa era mi ventaja! Y era una gran ventaja, debía reconocerlo, porque parecía peligroso y si no lo contentaba seguramente me mataría de no ser porque me necesitaba, a mí y a mi libro aunque luego se lo prestara y pasara a ser su libro. ¡Tenía algo que le interesaba! Estaba claro que había hecho muy bien mi jugada. Mi madre estaría orgullosa.
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Mensaje por Calcabrina Sáb Mayo 30, 2015 4:36 pm

“La realidad es solo una forma de ver las cosas”


Podía ver perfectamente que ella no paraba un segundo de pensar, arrasaba con todo, parecía perdida en su propio mundo y de momento a otro volvía a la tierra para contestar no más que incoherencias totales. Me provocaba fruncir el entrecejo y enojarme al punto de que en otras circunstancias me hubiese hecho con su cuerpo para torturarlo y dulcificarlo en la más cruel de mis aventuras. Pero había una razón por la que eso no estaba sucediendo y por la que probablemente no sucedería jamás. Ella encendía en mí una especie de curiosidad crucificante. ¿Por qué estaba tan demente? ¿Qué es lo que le susurraban los muertos? Me preguntaba, si en verdad serían fantasmas o eran las voces de su conciencia. — ¿Por qué algunas veces no están? No seas ingenua. Aún si te dejara el libro no serías feliz. Tus ojos se desorbitan cuando intentas fijarte en algo específico. Entrégamelo, no hay nada allí que pueda servirte. No hay ningún demonio que quiera reencarnar en ti como para que te sientas satisfecha con las palabras escritas. — Mis palabras estaban siendo arrastradas por mis labios. No me importaba en lo absoluto explicarle que lo que decían esas páginas, no tenían nada que ver con entender profundamente a las almas. Claro que hablaba de cómo controlarlas. Para eso mismo lo quería, para contener a uno de los demonios antepasados, para capturar una memoria en el olvido que sin duda alguna me pertenecía. Pero la bruja desesperada no lo entendía, seguramente ni siquiera entendía lo que quería decirle.

Estúpida muchacha, desamparada y abandonada. Eso es lo que era, una niña que había sido dejada por los elementos, a su propio mereced. En mi interior, una sonrisa se formó casi demencialmente, aunque de nueva cuenta, por fuera había una mueca de desagrado; una que se incrementó cuando la lucidez ajena la hizo acercarse hasta casi rozar mi cuerpo. Peligro. Eso es lo que ella emanaba, mi mano se alzó para agarrar su cuello y apretarlo despacio, como si fuese una rama que quisiera astillar. — ¿Estás acaso, haciendo un trato con un demonio? ¿Sabes siquiera lo que te puede costar que dedique un cuarto de mi tiempo a explicarle a alguien como tú, lo que yo aprendí en treinta años? — No iba a decir que no fuese un buen trato, si ella podía escuchar a los espectros significaba que ellos estaban abiertos a su poder. Lo que daba claros indicios de que poseía el don para hacerse escuchar, le faltaban letras, símbolos y por sobre todo, una fuerza de voluntad y autocontrol que jamás podría llegar a tener en la medida justa. Pero sentí algo, como un pequeño remolino en el estómago que estaba escarbando para llegar a la garganta. Algo me decía que era mejor no jugar con sus órganos internos, que por lo contrario, jugara con los externos, con su mente desquiciada, con su locura atrofiada. ¿Hasta qué punto una persona podía llegar a morir solo con palabras? El placer iba recorriéndome de imaginarla temblando y gritando por cosas que no existían más que en su cabeza. Era mucho más que pelear contra fantasmas, era luchar contra un pasado que la torturaba día a día.

Mis ojos se incendiaron. Un refrán ostentoso se figuró en mis labios, no estaba dejándome oír, no era necesario para ese espíritu en específico. Pues aunque era el guardián de un libro de hechiceros, no estaba a la altura de la circunstancias, no necesitaba que pusiera todo de mí en aquel conjuro. Pasaron segundos en donde mi aura se terminaba de incrementar, la fuerza que estaba poniendo se traslucía en forma de energía y se apelmazaba a la madera hasta recubrirla; y que ésta poco a poco fuese absorbiéndolo todo, como una esponja. Se sellaba, como un adiós a los muertos que estaban enojados por el descontrol de la tumba. — ¿Tú quieres hacerte escuchar? ¿Qué es lo que tienes para decirles que te hace pensar que alguno te ayudará? Un nigromante no solo controla los muertos, se hace uno con ellos. Enseñarte sería malgastar mi tiempo. No es algo que esté dispuesto a hacer. ¿Acaso ya has abierto el libro que piensas que con solo tenerlo podrás aprenderlo todo? Es un libro de magia, no está escrito para que cualquiera pueda entenderlo. — El enojo estaba en popa, quería quitarle aquel objeto e irme, pero nuevamente su llamado hacia mi persona me enloquecía, incluso me hacía reír, una lástima que mi rostro no quisiera expresar lo divertido de la situación. Sin embargo, me dediqué a negar y apoyar una mano en una estatua de mármol, apuntando arriba, expresando así que las voces se habían detenido, al menos, las reales. — Te probaré, si logras obtener de mí algo más que desprecio, ayudaré a tu inservible ser a convertirse en una nigromante. Pero en este lugar no se puede hacer magia. A los muertos no les gusta que ocupen su tierra. Que les atropellen el hogar con energías siniestras. —


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Mensaje por Invitado Lun Jul 06, 2015 11:42 am

¿Cuánto costaría? ¿Todos mis ahorros, mi alma, mi familia? ¡Bien, porque ya no tenía nada de eso! ¿Mi vida, entonces? Eso me dolería más perderlo, pero quizá al final terminaría haciéndolo, ¿no? Era humana, aunque fuera bruja y pudiera hablar con los muertos. No, escucharlos. Daba igual, muerta o viva, seguía siendo incapaz de poder hacer que ellos callaran y me dejaran pensar por mí misma. ¡No, no quería oír, ya bastaba, ya valía, silencio!

¿No lo sabías, Alchemilla? El silencio no existe, ni siquiera aunque te cortes las orejas y te mojes la cara con la sangre.

Pero eso tal vez sería una buena opción. Si conseguía ser fuerte y aguantar el cuchillo tan cerca de mis ojos sin querer clavármelo ¡porque ellos decían que era lo que tenía que hacer! Oh, qué dilema, ¿sería bueno seguir escuchando y acabar muerta o hacerle caso y acabar...? Bueno, ni siquiera sabía cómo, hablaba del riesgo pero no me decía cuál era. ¡Seguro que mentía! Lo creería si no viera su aura oscura y emponzoñada por la muerte, ajena o la que él veía como yo escuchaba aún no lo sabía. ¿Lo haría alguna vez?

Probablemente no, Alchemilla, este hombre parece querer guardarse sus propios secretos incluso aunque te haga el favor de escucharte y acogerte.

¡Yo no necesitaba que me acogieran! Podía cuidarme sola, ¡claro que sí! Llevaba mucho tiempo haciéndolo, aunque yo sabía que era mucho y no pudiera decir exactamente cuánto porque era complicado medir el paso de los días cuando los muertos (¿o ellos?) hablan y hacen complicado distinguir una cosa de otra. Pero sí sabía que era bastante y que yo me sabía cuidar, ¡sí! Y si no lo había conseguido porque sí, porque había tenido suerte para compensar la desgracia que era que estuviera sola. Qué curioso, ¿no? ¿Quién decidiría cómo se repartía la suerte?

– Puedo decirles por qué los maté. ¿No crees que eso sería interesante? Muchos me acusan de haber disfrutado cuando les rompía el cuello ¡y no es cierto! Ahora me acusan de haber sido una desalmada y de impedirles cruzar, pero no lo era y no lo soy sólo por ser... yo. Porque hago lo que haga falta para conseguir lo que necesito. ¿Y tú? Seguro que tú también. Por eso quieres convencerme para que te dé el libro y me crea inferior a ti y nada digna de tu tiempo. – razoné, sonando tan lúcida que por un momento hasta yo me sorprendí.

¡Qué daño me habían hecho los muertos! Porque algunas veces cuando usaba la cabeza para pensar y no para mirar, comer, respirar y todo lo demás me sorprendía. ¡Curioso! Todo el mundo creía que estaba loca, pero no lo estaba, ¡no! Incluso Alessa había llegado a creer que lo estaba, pero era mentira, mentira, mentira, ¡mentira! Y ya no oía a nadie más que a él y un murmullo detrás de mi cabeza, ¿los muertos o ellos? ¡No lo sabía! Por eso lo necesitaba hasta si él quería convencerme de que no. Pero no cedería, veía su juego y su crueldad y yo también podía ser rival en la partida.

– No deberías decir que soy cualquiera. He llegado al libro antes que tú, te lo he quitado y no te lo voy a dar: eso no lo hace cualquiera. O si lo hace, ¿qué eres tú, que no has podido aún arrebatármelo? ¡Tiras piedras contra tu propio tejado! No sé si te quiero de maestro, cometes errores muy tontos tú. – afirmé, sonriendo con los dientes totalmente a la vista y con los ojos fijos en él. ¡Quería molestarlo! Él buscaba probar mi valía y yo buscaba la suya, ¡claro que sí! No iba a dejar que cualquiera se convirtiera en mi maestro.

– ¿Qué más da lo que quieran los muertos? Los nigromantes los controlan, ¡eso has dicho tú! Deberían ser ellos quienes dominaran. ¿Dices que aquí los muertos se resisten? ¡Pero si es donde más hay! Aquí los escucho mejor que en ninguna parte. Bueno, no, en la iglesia se les escucha bien porque yacen bajo las losas, en las paredes, en las criptas y en las capillitas, ¡rodeados de lujos que nunca podrán ver en vida! Qué injusto para ellos. Pero da igual, no lo entiendo. No tiene sentido. – sentencié, sentándome en el suelo con las piernas cruzadas y las manos apoyadas en la tierra. Clavé las uñas en la suciedad y la frialdad me llegó hasta las uñas, bien dentro. Pero era un gusano, no la humedad de la tierra, lo que había notado.

Te estás metiendo en la boca del lobo, Alchemilla, y luego no vas a ser capaz de salir con vida.
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Mensaje por Calcabrina Lun Jul 13, 2015 5:53 pm

Sus ojos eran claros y podía ver a través de ellos sin hacer un gran esfuerzo, notaba como sus pensamientos estaban golpeándose unos con otros. Era el placer de hacer sucumbir a los mortales, retorcerlos en el propio juego de la herejía. Sí, eso me daba una sensación de deleite que jamás me cansaría de probar. En principio bajé la mirada, intenté encontrar el libro entre su cuerpo, aunque a decir verdad, el nacimiento de un mínimo deje de curiosidad se había prendido en mí. Me decía que aceptara aquella invitación a enseñarle. Quizá solo fuese para gastar mi tiempo, pero,  ¿cuántas veces había gastado de eso torturando personas por simple entretenimiento? Bastantes, las suficientes como para aceptar que podía jugar con aquella ratita insufrible hasta verla agonizar. — Eres inferior a mí. No tengo que convencerte de eso. ¿Entonces quieres callarlos para decirles por qué los mataste? ¿Y piensas que eso es interesante? No seas mediocre. — Hablar era algo que en realidad no se me daba en lo absoluto. No me gustaba y no lo creía necesario, pues así como ella lo estaba diciendo, solía tomar lo que necesitaba, sin sentimientos de por medio, sin alma que me detuviera. Y ella no era diferente, era tan o más cruel que yo, pero tenía una inocencia, una parte pulcra dentro de toda esa bestialidad que me gritaba que terminase de corromperla. Como una niña, aunque los niños no me gustaban, no valía la pena destrozarlos. Ella era la combinación que necesitaba en lo que el tiempo entre la guerra ancestral y la diversión se anulaban. Estiré la mano, tosca y directa para sujetar su cuello, solo un poco, de un costado, apretando para verla mejor.

— ¿Quieres que te saque el libro de una vez y me vaya? Estoy pensando en darte una oportunidad... Quizá sería mejor si aplasto tu cabeza lentamente contra la tierra. Tu magia desaparecerá cuando mueras y entonces el libro volverá a ser visible. — La había soltado y con ello la fémina se había ido hacía abajo, al suelo embarrado y sucio. Ella pertenecía ahí, a mis pies, contra la mugre de la inanidad. Pateé sus piernas, era raquítica, como una muñeca mal formada y entrecerré los ojos observándola algo quejoso. Volví a patear, ahora para el otro costado, eran movimientos suaves, como si quisiera comprobar el estado orgánico de ella, si estaba viva o muerta. — Estúpida niña. ¿Cuál es tu nombre? ¿Acaso tienes idea de lo que sucede cuando los muertos que controlas empiezan a odiarte? Ah… Seguramente sí, ¿no te están torturando ellos cada noche y día, se meten en tu cerebro y te susurran cosas, cosas muy malas? Deberías matarte, eso es lo que siempre quieren, verte morir. ¿No es eso lo que buscas? — Me agaché, tomando su mentón, apretándolo con fuerzas mientras la acercaba a mi rostro y le balbuceaba sobre la mejilla, torturándola. Yo sabía muy bien de lo que los espíritus eran capaces, lo había sufrido cuando las bestias del círculo de la ira me hicieron agonizar en los sueños. Aun cuando me era posible dominarlos en la lucidez, atacaban cuando no era así. La nigromancia era un poder oscuro, tenebroso y capaz de comer tu mente lentamente si no es controlado antes.

— La magia oscura da juego a su nombre, te irá corrompiendo si no la controlas antes. — Tomé sus muñecas, pequeñas y frágiles y las acerqué a mí, sus dedos sucios y las uñas rellenas de tierra y sangre. Fue divertido, fue más de lo que esperaba. La mordí, hundí mis dientes por la superficie de su mugrienta piel y busqué que unas gotas de su sangre comenzaran a salir. Se notaban las marcas y relamí la superficie hasta saborear la ninfa de bruja que allí concurría. — Camina o arrástrate, nos vamos. — Hubiese agarrado su cabello para llevarla a rastras por todos lados, eran suaves, enmarañados e inmundos y aún así seguían siendo perfectos para usar de correa hasta que estos se hubiesen desprendido de su corteza, sin embargo la cordura me empapó. Y solo me levanté para continuar mi camino. El libro sería mío, de eso no había duda alguna, era un grimorio demasiado valioso y aunque la idea de tener una mascota no estaba en mis planes, ahora la quería aún si ella se negaba. — Los muertos son muchos, son fuertes, pueden resistirse. Por eso los escuchas más, pero; tú no quieres escucharlos, tú quieres controlarlos y que te escuchen a ti, ¿no es así? — Por dentro quería saber qué es lo que ella había hecho para enojarlos de ese modo, sabía que no era el tiempo todavía, se lo sacaría lentamente como el interior de un postre de cobertura dulce.


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Mensaje por Invitado Dom Ago 02, 2015 4:39 pm

Tal vez el libro volviera a ser visible si mi cabeza se convertía en planta, pero ¡qué bonito sería eso! Se parecería a una rosa roja, sólo que con sangre y hueso en vez de pétalos y con seso en vez de... ¿rocío? Sí, quizá sí. ¿O eso sería la sangre? La comparación no era fácil, claro, porque se trataba de mi cabeza y no la de un extraño, mucho más fácil de imaginar. Aunque ellos, claro, me lo querían poner sencillo intentando convencerme para que golpeara mi frente contra una roca afilada que se encontraba cerca de nosotros, ¡maldito fuera el hereje que les había dado la idea!

¿Ha tenido él algo que ver o la idea estaba ahí ya de antemano?

No tenía ni idea, los muertos eran un misterio para mí y por eso quería su ayuda, ¡era sumamente fácil! ¿Por qué se empeñaba en liarlo todo tanto como lo estaba haciendo? ¿Para intentar hacerme sentir inferior? No lo conseguía. Por mucho que me lo repitiera quería saber mi nombre, si curiosidad le provocaba no sería tan poco digna de su tiempo, ¿no? Pues ya está. Asunto solucionado.

– Soy Alchemilla. No hay ninguna aquí porque no son flores de cementerio, pero estoy segura de que has visto alguna de cuando en cuando. – reflexioné, canturreando las palabras y con la vista vagando por las tumbas en busca de esas pequeñas flores que compartían nombre conmigo. ¡Nombre y espinas! Porque ellas atacaban a quienes las cogían y yo me defendía de quienes me atacaban. Como él. Aunque él era extraño, suponía que eso era lo normal con los herejes.

O tal vez no, y simplemente es un depredador que te está convenciendo para que abandones tus defensas y caigas en su juego. Nunca te paras a pensar en esa posibilidad, Alchemilla...

Porque no lo necesitaba: yo tenía el libro y su curiosidad, así que ¡había ganado! Por mucho que él me tirara al suelo me daba igual, yo sabía la verdad, y la verdad era que él me necesitaba tanto como yo lo necesitaba a él. ¡Simbiosis auténtica la que habíamos creado sin comerlo ni beberlo, al menos demasiado! Y todo gracias al libro; tal vez me planteara devolvérselo en un futuro, cuando a mí ya no me hiciera falta y si él realmente cumplía con lo que me había dicho.

– Los muertos dicen que me quieren ver morir, pero son poco originales. Siempre repiten y repiten lo mismo, y nunca me dicen ideas distintas a las que tengo yo para matar a mis enemigos y hacer que se unan a los que ya escucho. ¿Todos son así o sólo los que me rodean? Será interesante averiguarlo. – murmuré, mirando a mi alrededor como si quisiera reprender a unos muertos que no veía, sólo oía, y después mirándolo a él, que había seguido hablando de sus cosas y a quien no había escuchado. Demasiado.

No mientas, niña, estás prestándole tanta atención que difícilmente nos la prestas a nosotros y eso va a tener consecuencias porque ahora podremos entrar en tu cabeza y...

Y nada, ¡basta! Él era a quien tenía que escuchar, no ellos con su incesante palabrerío que era puro ruido de fondo sin nada de contenido. Casi igual que él, pero él al menos se había apresurado a ofrecerme algo que podía interesarme un poquito más que escuchar a los demás. A los demás que no vivían y sólo molestaban, ¡porque eso era todo lo que sabían hacer, eso y decirme que me muriera para que me uniera a ellos! Entonces sí que podrían torturarme a gusto... Demasiado. No estaba dispuesta.

– Bien, llévame, ¿no? Quiero controlarlos y que me escuchen, y aquí no va a ser, ¿no? Pues vamos. Dime dónde. – ordené, sólo que no sonó a orden, sino casi a ofrecimiento, aún más porque tenía los ojos muy abiertos, ¡lo notaba! Como para no hacerlo. Lo veía todo más grande y más borroso, y me dolían un poco los párpados. Pero me daba igual. Él me llevaría a algún sitio y yo aprendería de una vez por todas. Eso era lo que quería.
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Mensaje por Calcabrina Lun Ago 10, 2015 12:55 am

Su rostro, así como sus ojos y seguramente su cabeza, emanaban una cantidad de ideas y energías que incluso podía notar a la distancia. Como si nada en su alrededor se pusiera realmente de acuerdo con lo que quería o no hacer. Como fuese, para mí, no había nada más importante en ese instante que el grimorio que ella escondía. Claro que me causaba curiosidad y eso es porque me consideraba un científico en pausa. Con los deseos de descubrirlo todo; y más si esto se trataba de jugar con la mente ajena, de hacerla bailotear hasta entonces encontrar la realidad de sus sentidos y quien sabe, quizá matarla cuando ella lograra conseguir aquel anhelado control sobre sus fantasmas. Seres que estaban tan en pena como el alma misma de la muchacha de claros ojos verdes, casi parecían esperanzadores, pero en realidad eran fuego y espinas, tal como su nombre ahora me lo decía. Alchemilla, esas eran las flores más extrañas que había visto, aceitunadas y rabiosas, contaban con pinches blancas y transparentes. Nada dañinas si las agarrabas con un guante correcto. Y entonces me pregunté si yo estaría tomando a aquella demente muchacha con las manoplas correctas. Y me reí, muy bajo pues mi rostro no solía expresar emoción alguna, pero mi interior estaba sediento de todo eso. Y no tardé en tomar su brazo, cansado de estar en el mismo lugar una y otra vez. Agitándola para que salga de la ensoñación que parecía tener de quién sabe qué.

— Tus fantasmas deben ser tan aburridos como tú. Aunque quizá empieces a interesarme cuando pueda romper el bloqueo que tú misma creaste. — Murmuré a duras penas, mientras mi mano derecha sujetaba el ínfimamente delgado miembro de la fémina. Parecía ser una especie de cadáver viviente y supuse que la comida no era algo de todos los días para la bruja inmunda que cargaría hasta mis aposentos. Allí donde la sangre se podría oler a borbones aún si la capacidad de distinción de olores era penosa en ella. La muerte rodeaba mi estudio y eso era porque muchos humanos habían sido condenados a experimentos desastrosos. Como fuese, ella no necesitaba enterarse de eso. Me dediqué a arrastrarla hasta caballo. Obviamente éste estaba solo y con una montura de cuero oscura. Me apoyé en el estribo, dando un salto para subir al animal en lo que me estiraba, ayudando a la mujer a subir a la parte delantera. — No tengo toda la noche. — Bramé, terminando por levantarla a la fuerza, tirando así del cuerno de montar, acomodando ambos cuerpos para así tirar de la correa. El cementerio quedaría atrás en unos momentos y las energías malignas que emanaba el puente entre los dos mundos empezarían a desprenderse de nuestra aura. Era un proceso repetitivo para mí, quien había nacido en una familia de brujos de la era medieval. Llevaba mi entera vida profundizando todo acerca de los espíritus y aunque aún no llegaba a mi máximo poder, conocía la técnica para que aquella mujer pudiese apresar a los seres que parecían perturbarla más de lo que ya estaba. — Tú los mataste, ¿no es así? A todos ellos. Por eso se han prendido en tu energía y te succionan la vitalidad a cada segundo que pasa. ¿Por qué lo hiciste? —

La mitad de camino estaba haciendo presencia y con ello mi rostro se acercó a su oreja, apretando tal frágil y menudo cuerpo humano que tenía entre brazos, pues éstos sujetaban con fuerzas las correas del animal. Mi voz, lejos de sonar indignada, parecía excitada, como si aquello fuese un dulce manjar para escuchar. Y lo era, en realidad yo quería saber cada asesinato que ella había hecho. Sabía que de haberse encontrado con un brujo blanco, éste hubiese purificado su aura antes de empezar a poder controlar algo. Pero yo era lo opuesto y la única forma que conocía de empezar el trabajo era quemando su fuente vital hasta que ésta ennegrezca tanto que no se distinga entre los ajenos. ¡Todo lo que la rodeaba podía ser de ella sí así lo quería! Así como todo era mío. El egoísmo, la brutalidad y la violencia sádica era lo único que podría transmitirle. Hacer las cosas por la fuerza hasta que nadie pudiese contra ella y así ir creciendo, más y más hasta que el poder de los fantasmas sea tan mínimo que se dobleguen ante ella como esclavos de la eternidad. Pensarlo me hacía saborear los labios, tanto, que no figuré cuando la llegada del castillo antiguo y alejado hacía aparición. Se notaba en él la maldad, como si fuese el hogar de leyendas tenebrosas y por qué no; se trataba, después de todo, del hogar de generaciones de hechiceros de la magia oscura. — Hemos llegado. Ya no hay vuelta atrás. —

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