AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Mi pieza prohibida || Privé|| +18
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Mi pieza prohibida || Privé|| +18
"Ella es una diosa, mi diosa personal,
y aunque es tan prohibida como mía, la puedo alcanzar.
La haré reír, la haré disfrutar, y juntos tocar el placer tota."
"Quiero acariciarte, besarte, tocarte hasta que nuestra piel se funda en una sola obra de arte"
y aunque es tan prohibida como mía, la puedo alcanzar.
La haré reír, la haré disfrutar, y juntos tocar el placer tota."
"Quiero acariciarte, besarte, tocarte hasta que nuestra piel se funda en una sola obra de arte"
La tranquilidad de la mansión es el escenario perfecto, mejor camuflaje no puede existir, gracias a Damien, mi hermano, pasábamos desapercibidos, más bien yo lo hago, pues su bondad, inocencia y buenos tratos con la gente hace que nos vean como una familia ejemplar. Es una de las razones de peso por los cuales me quedo con él, además de hacerle la vida un infierno claro. Hace dos semanas exactamente me había llegado una misiva, se me otorgaría una gran suma de dinero si conseguía una figura única, patrimonio de una ciudad no tan lejana, pero que sin duda recelaban su cultura, y que muy difícilmente dejaban otorgarle al mundo parte de ella, no sin dinero, o sin grandes comerciantes bajo la mira publica. La nota tenía una especie de perfume que para cualquiera sería embriagante, pero para mi, es una especie de llamado, sé que el conseguir esto me vendrán mejores ofertas por delante, la caligrafía es femenina, puedo adivinarlo por las formas de la letra, y si le sumamos ese excitante aroma, mi deducción cae en la confirmación. Debo salir en una media hora más, mis trabajadores traen lo que he solicitado, ellos en ocasiones arriesgan incluso la vida para robar tales figuras, pero no se quejan, las pagabas son tan generosas como las que yo obtengo. Extiendo mi piernas sobre la mesa de madera que se encuentra al centro, frente a la chimenea encendida, meneo la copa de whisky, y me dedico a disfrutar del sabor en mi paladar, disfrutaría del alcohol en mi garganta, y cuando se termine el liquido podré marchar.
Es la puerta trasera la que me guía por la salida al inicio de mi destino, no me conformo con cubrir mi cuerpo con un abrigo negro, decido cubrir mi rostro con una capucha negra, y avanzo hasta mezclarme entre las sombras. El bosque se ha vuelto una segunda casa para mi, en medio de el se encuentra una cabaña, la mandé a hacer cuando comencé con estos negocios, escondo a la gente que trafico, y mis trabajadores pueden guardar también piezas como esas que me han pedido. Ordené que la pieza se me dejara por la mañana, y que hace media hora atrás un hombre fuera a revisar que todo estuviera en orden. La cabaña pasa desapercibida, es por fuera fea y vieja, nada que ver con el interior de ella. Cuando estoy a unos pasos de entrar observo un pedazo de tela roja en la manija, eso era una señal positiva, un código entre nosotros para decir "Todo está hecho". Mi rostro deja de estar serio, mis comisuras se expanden, se ladean, dedican una sonrisa placentera y ladina a la noche perfecta; giro la manija de la puerta, la pieza esta cubierta por una fina tela de seda blanca, se transparenta gracias a la luz de la luna que entra por la reducida ventana. La pieza también está sobre una especie de tarima con ruedas, mis manos se colocan en unos metales para que pueda jalarlos, y así los conduzco por el bosque, silencio, cómplice y lleno de complacencias hacía mi. Así avanzo lo suficiente, hasta llegar al carruaje que se me ha asignado. La última parada está por llegar, mi dinero será entregado.
Las ruedas del carruaje se detienen en una imponente estructura. Mi rostro apenas se asoma por los cristales del medio de transporte, ahora entiendo porque desean este tipo de pedidos, seguramente los dueños deben ser con un gusto muy fino, y demasiado poderosos. Ya veré con que sorpresa me llevo, además que estoy ansioso por conocer la precedencia del aroma; me bajó del carruaje y con esa fuerza prodigiosa que tengo bajo la estatuilla, y comienzo a jalarla. La ventaja de los lugares así, lejanos, encerrados, y ostentosos es que nadie sospecha del recién llegado, pues los dueños siempre tienen todo perfectamente calculado. No necesito tocar la puerta, estás se abren a la par con la ayuda de dos hombres, quizás sean sus empleados, personas de alta sociedad no se toman grandes atenciones. Me adentro sin ni siquiera saludar, pero mi mirada de águila analiza cada pequeño rincón. Buen gusto, refinado, costoso. ¡Todo esto debe valer lo que nadie podría tener! ¡Lo quiero! Saborearlo, gozarlo. Detecto algunas piezas que había yo conseguido y sonrío de forma soberbia.
- Tic, toc - Susurro muy bajo. Cuento dentro de mi cabeza el tiempo en que se tardaran en recibirme. Soy el trabajador, pero claro, también soy importante, un hombre que lo vale, no me gusta me hagan esperar ni por una suma cantidad de dinero, pierdo la paciencia con facilidad, me fastidio y si darían demasiado no me tiento demasiado por lo que el bolsillo pida, me doy la vuelta y me llevo las piezas; me detengo en medio de la sala, hay una especie de base, no identifico el material, pero coloco ahí el encargo. Le quito la tela blanca de seda, me dio un poco, es bella, es perfecta, quizás por tocarla la fortuna me vendrá a mi como lo dice su nombre, su significado, pero la fortuna es para idiotas, y yo no lo soy, mi poder se ha hecho a base de esfuerzo y contrabando, no debo esperar más privilegios. ¿Mujeres? Las tengo. ¿Dinero? Lo poseo. ¿Respeto? Lo impongo, nada más puede llegar a mi, o quizás eso creo.
- ¿Acaso no piensan atenderme aquí? - Alzo la voz, me giro, miro por todos lados, y camino, cruzando mis brazos a la altura de mis pectorales. Sigo avanzando y escucho unos tacones resonar a la distancia. Delicioso, la bienvenida por una mujer, y que mejor que ella tratando con el traficante, sin duda debe ser una de carácter, eso si que será grato de ver. Escucho la puerta comenzar a abrirse, de primer momento no me giro, pues es de mala educación mostrar la curiosidad y el descaro, es cierto que soy un desgraciado, pero vamos, sé también ser un caballero cuando se me da la gana, con eso gano muchos puntos antes de llevar mujeres a la cama, incluso también puedo ganar la confianza de mis socios, y qué se diga de mis adversarios - Por un momento llegué a pensar que la educación y cordialidad no es otorgada por los anfitriones, estaba por sentir una gran desilusión. -Coloco una mano sobre mi pecho, a la altura de mi corazón, dramatizo la ofensa y me giro con lentitud. Pocas cosas me sorprenden, pocas mujeres me incitan a querer saltar encima de ellas y arrancarles la ropa, ella, esa diosa que tengo enfrente sin duda lo ha hecho, despertar mis deseos más ocultos y perversos - Buenas noches, vengo a dejar el pedido que ha hecho hace unas semanas. - Bajo la mano y hago una reverencia al estar frente a ella - Predbjørn Østergård - En medio de la reverencia le digo mi nombre, sin rodeos, y tomo su mano, dejo pequeños besos en sus nudillos y la suelto, sonriendo de forma lascivia, con descaro. ¿Qué puedo perder? Nada, al contrario, todo lo tengo para ganar, y no sólo dinero, sino a esa mujer.
Es la puerta trasera la que me guía por la salida al inicio de mi destino, no me conformo con cubrir mi cuerpo con un abrigo negro, decido cubrir mi rostro con una capucha negra, y avanzo hasta mezclarme entre las sombras. El bosque se ha vuelto una segunda casa para mi, en medio de el se encuentra una cabaña, la mandé a hacer cuando comencé con estos negocios, escondo a la gente que trafico, y mis trabajadores pueden guardar también piezas como esas que me han pedido. Ordené que la pieza se me dejara por la mañana, y que hace media hora atrás un hombre fuera a revisar que todo estuviera en orden. La cabaña pasa desapercibida, es por fuera fea y vieja, nada que ver con el interior de ella. Cuando estoy a unos pasos de entrar observo un pedazo de tela roja en la manija, eso era una señal positiva, un código entre nosotros para decir "Todo está hecho". Mi rostro deja de estar serio, mis comisuras se expanden, se ladean, dedican una sonrisa placentera y ladina a la noche perfecta; giro la manija de la puerta, la pieza esta cubierta por una fina tela de seda blanca, se transparenta gracias a la luz de la luna que entra por la reducida ventana. La pieza también está sobre una especie de tarima con ruedas, mis manos se colocan en unos metales para que pueda jalarlos, y así los conduzco por el bosque, silencio, cómplice y lleno de complacencias hacía mi. Así avanzo lo suficiente, hasta llegar al carruaje que se me ha asignado. La última parada está por llegar, mi dinero será entregado.
Las ruedas del carruaje se detienen en una imponente estructura. Mi rostro apenas se asoma por los cristales del medio de transporte, ahora entiendo porque desean este tipo de pedidos, seguramente los dueños deben ser con un gusto muy fino, y demasiado poderosos. Ya veré con que sorpresa me llevo, además que estoy ansioso por conocer la precedencia del aroma; me bajó del carruaje y con esa fuerza prodigiosa que tengo bajo la estatuilla, y comienzo a jalarla. La ventaja de los lugares así, lejanos, encerrados, y ostentosos es que nadie sospecha del recién llegado, pues los dueños siempre tienen todo perfectamente calculado. No necesito tocar la puerta, estás se abren a la par con la ayuda de dos hombres, quizás sean sus empleados, personas de alta sociedad no se toman grandes atenciones. Me adentro sin ni siquiera saludar, pero mi mirada de águila analiza cada pequeño rincón. Buen gusto, refinado, costoso. ¡Todo esto debe valer lo que nadie podría tener! ¡Lo quiero! Saborearlo, gozarlo. Detecto algunas piezas que había yo conseguido y sonrío de forma soberbia.
- Tic, toc - Susurro muy bajo. Cuento dentro de mi cabeza el tiempo en que se tardaran en recibirme. Soy el trabajador, pero claro, también soy importante, un hombre que lo vale, no me gusta me hagan esperar ni por una suma cantidad de dinero, pierdo la paciencia con facilidad, me fastidio y si darían demasiado no me tiento demasiado por lo que el bolsillo pida, me doy la vuelta y me llevo las piezas; me detengo en medio de la sala, hay una especie de base, no identifico el material, pero coloco ahí el encargo. Le quito la tela blanca de seda, me dio un poco, es bella, es perfecta, quizás por tocarla la fortuna me vendrá a mi como lo dice su nombre, su significado, pero la fortuna es para idiotas, y yo no lo soy, mi poder se ha hecho a base de esfuerzo y contrabando, no debo esperar más privilegios. ¿Mujeres? Las tengo. ¿Dinero? Lo poseo. ¿Respeto? Lo impongo, nada más puede llegar a mi, o quizás eso creo.
- ¿Acaso no piensan atenderme aquí? - Alzo la voz, me giro, miro por todos lados, y camino, cruzando mis brazos a la altura de mis pectorales. Sigo avanzando y escucho unos tacones resonar a la distancia. Delicioso, la bienvenida por una mujer, y que mejor que ella tratando con el traficante, sin duda debe ser una de carácter, eso si que será grato de ver. Escucho la puerta comenzar a abrirse, de primer momento no me giro, pues es de mala educación mostrar la curiosidad y el descaro, es cierto que soy un desgraciado, pero vamos, sé también ser un caballero cuando se me da la gana, con eso gano muchos puntos antes de llevar mujeres a la cama, incluso también puedo ganar la confianza de mis socios, y qué se diga de mis adversarios - Por un momento llegué a pensar que la educación y cordialidad no es otorgada por los anfitriones, estaba por sentir una gran desilusión. -Coloco una mano sobre mi pecho, a la altura de mi corazón, dramatizo la ofensa y me giro con lentitud. Pocas cosas me sorprenden, pocas mujeres me incitan a querer saltar encima de ellas y arrancarles la ropa, ella, esa diosa que tengo enfrente sin duda lo ha hecho, despertar mis deseos más ocultos y perversos - Buenas noches, vengo a dejar el pedido que ha hecho hace unas semanas. - Bajo la mano y hago una reverencia al estar frente a ella - Predbjørn Østergård - En medio de la reverencia le digo mi nombre, sin rodeos, y tomo su mano, dejo pequeños besos en sus nudillos y la suelto, sonriendo de forma lascivia, con descaro. ¿Qué puedo perder? Nada, al contrario, todo lo tengo para ganar, y no sólo dinero, sino a esa mujer.
Última edición por Predbjørn Østergård el Mar Ene 08, 2013 10:50 pm, editado 1 vez
Predbjørn Østergård- Humano Clase Alta
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Re: Mi pieza prohibida || Privé|| +18
Todo había acontecido en torno al descubrimiento de una figurilla de época romana, religiosa, indudablemente perteneciente al ámbito privado y, por lo exquisito de su talla, a una familia de orden senatorial. La noticia había sacudido el mundo del arte en el que yo me movía no por la novedad o especial validez del hallazgo, sino más bien por lo perfectamente conservada que se encontraba entre las ruinas de una casa de época romana, imperial, en lo que en su día fue Tesalónica. Representaba a la diosa Fortuna, una cuyo culto había estado notablemente extendido a lo largo y ancho del solar imperial y de los territorios adyacentes como los de las monarquías helenísticas, especialmente por la presencia de población romana en ellos; era una estatuilla no demasiado grande, de bulto redondo y hecha en bronce pulido y tallado para representar a la joven diosa con sus atributos sobre un trono ricamente decorado con motivos mitológicos. No necesitaba siquiera verla, o atender a lo profuso de la descripción que figuraba en el documento que me había llegado acerca de la figura para saber exactamente cómo era, cuál era la expresión en el rostro de la diosa que representaba, cuáles eran sus vestiduras, cómo se encontraba dispuesta sobre el trono, elegante y distante como una deidad tenía que estar para alejarse tanto del espectador que pudiera causar, en él, el efecto de respeto lejano deseado. No necesitaba nada de eso, ni siquiera ver un dibujo de la obra, porque yo ya sabía cómo era a la perfección. Era inevitable, claro, dado que había pasado mis últimos tiempos como humana viendo esa estatuilla a diario en la domus de mis amos en la antigua Tesalónica.
La escultura les había pertenecido a quienes me habían comprado como esclava, todo apuntaba a que así era y, de hecho, era una verdad indiscutible que por motivos de estilo pertenecía a aquel período. La habían catalogado como perteneciente a una colección anónima, a una más de las familias que se habían desplazado desde Roma hasta la ciudad donde había aparecido, sin praenomen, nomen ni cognomen, pero para mí resultaba algo totalmente distinto: para mí, era uno de los recuerdos de mi vida humana, de los pocos que me quedaban al alcance. Por eso mismo tenía que conseguirla pasara lo que pasase, y no podía hacerlo de una forma totalmente legal porque estaba dispuesta a pasar a formar parte de los archivos de algún museo sin importancia y, por tanto, no se podía comprar. Si la quería, tenía que recurrir a alguien que la consiguiera por mí, y por eso decidí ejercer toda mi influencia (a fin de cuentas, ser la reina de los Países Bajos tenía que tener alguna ventaja en cuanto a contactos) para conseguir, a través de una cadena de personas, contactar con aquel que había prometido recuperarla para mí y que pese a haberme conseguido más obras no conocería hasta que me trajera esta en particular, pues era demasiado peligroso lo contrario... para mí, claro, porque no podía verme salpicada por esa clase de negocios turbios y arriesgarme a perder una posición que me pertenecía por derecho porque había sido la que, en mis primeros años de vida, había ejercido en mi Britannia natal.
Los intermediarios fueron, por tanto, quienes se encargaron de todo: primero de ponerse en contacto con el danés, entregándole una nota que yo misma había escrito; después, de ir detallándome cada una de las fases de consecución de aquella figurilla que tanto necesitaba; por último, de solucionar cualquier potencial problema que pudiera surgir en torno a todo el delicado proceso al que me había visto obligada a recurrir para evitar el expolio de uno de los pocos restos de mi vida humana que estaban fuera de mi alcance, aunque no por mucho tiempo. Así, tiempo después de que primeramente contactara con él a través de gente que estaba deseando hacer eso y mucho más por mí, concertamos una cita para que la entrega se realizara en primera persona y para que pudiera verle el rostro, por fin, a quien había hecho aquel encargo. Preparé todo hasta el último detalle: desde su recibimiento, por parte de dos criados fornidos que lo ayudarían, si tal era su deseo, a depositar la escultura en el soporte adecuado para ello, hasta que no hubiera nadie en mi palacete aparte de él y de mí, porque no confiaba en la parte del servicio que ya sospechaba de mí por la afluencia de hombres a mi palacete, hombres como Nigel, Pierrot o el mismísimo Dragos... ¿y cómo olvidar a mi nuevo alumno, Kharalian? No encajaba nada de aquello con la moral recatada de la época, y en vez de dar lugar a nuevas habladurías quería erradicarlas, así que cuanta más soledad hubiera tanto mejor para que el intercambio transcurriera sin problemas.
Aquella noche, yo misma quería estar radiante, como una perfecta dama pese a mi implicación en algo que se veía turbio ante los ojos de la sociedad, una excesivamente conservadora para mi gusto, pero que era en la que me había tocado vivir. Salí del baño que había preparado y envolví mi cuerpo en una toalla para dirigirme hacia el armario en el que reposaban los trajes de diversos materiales que me enorgullecía de poseer. Escogí uno de una tela plateada, con bordados negros y perlas que caían de las mangas y del ostentoso escote que portaba, desde luego nada recatado, pero nada en mí lo era ya. La cintura del vestido se ajustaba perfectamente, sin ayuda de corsés, a la mía propia; la falda caía a mi alrededor como una cascada de plata sin casi vuelo, revelando la forma de mis piernas, enfundadas en unas medias de red que la apertura lateral del vestido dejaban entrever. Además, los tacones altos en los que me había subido me añadían unos centímetros que alargaban mis piernas hasta el punto de hacerlas parecer infinitas. Una vez vestida, me dirigí hacia el tocador que se encontraba en mi habitación, donde peiné mi cabello con un cepillo de marfil que lo hacía caer ondulado a mi alrededor, en suaves ondas cobrizas, caobas, castañas, según la luz que le diera. Se acercaba la hora de que él, si era puntual, llegara a mi palacete, y no dediqué más segundos de los necesarios a prepararme, porque ya estaba lista. Me escabullí de mi habitación hacia una especie de armario en el que guardaba una botella con sangre fresca, de la que me serví una copa... deliciosa. Y justo cuando apuraba las últimas gotas de mi suculenta cena, la puerta se abrió y él llegó.
Me acaricié las comisuras de los labios con los dedos blancos y finos para capturar los últimos restos de sangre que quedaban en ellos; los relamí, y me dispuse a bajar del piso superior al inferior, donde él me esperaba, con paso normal, ni muy apresurado ni tampoco muy tranquilo, sólo perfectamente comedido... Por el momento. Aquello, sin embargo, me hizo bien, porque cuando llegué frente a él, el que había recuperado la estatuilla a la que la luz tenue de la sala arrancaba brillos broncíneos, no me esperaba su juventud, su atractivo ni, tampoco, que aunque no fuera un parecido en el sentido estricto de la palabra se diera un aire a Dragos. ¿Sería su actitud? ¿Lo desdeñoso de su mirada, por otra parte entre curiosa y libinidosa? Quizá, pero me recordaba a él, y eso sólo podía significar una enorme atracción como la que inmediatamente sentí hacia quien se presentó como Predbjørn Østergård. Apoyé una de mis manos en mi cadera, y examiné primero a la estatua y después a él, que era tan aparentemente orgulloso que me hacía querer sonreír y demostrarle que no era el único capaz de tal actitud, pero me contuve. Me contuve porque, de momento, me bastaba con examinarlo.
– Es un enorme placer que ninguno de nosotros haya defraudado al otro, monsieur Østergård. Mi nombre es Amanda Smith. – le dije, con una media sonrisa divertida y una suerte de reverencia que fue más un gesto de cabeza que una inclinación de todo mi cuerpo hacia él, dado que nuestros rangos respectivos indicaban que era él quien me debía respeto, y no necesariamente al contrario.
– ¿Puedo ofreceros algo de beber mientras discutimos el asunto del pago? – inquirí, aunque sin esperar su respuesta hice un gesto que uno de los criados vio y que bastó para que se acercara con una bandeja llena de bebidas que dejó a un lado para poder servir, en dos copas de cristal de Bohemia, el vino rojo de Burdeos que era mi preferido y que era lo que iniciaría mi encuentro con aquel particular invitado que se encontraba en mi hogar. Hice un nuevo gesto para que el criado abandonara mi hogar, y que Predbjørn y yo nos quedáramos solos por fin, y sólo cuando me aseguré gracias a mi sobrenatural oído de que las puertas se habían cerrado y el único corazón que latía era el del danés cogí la copa en una de mis manos y le di un sorbo lento que manchó mis labios del carmín de la bebida y que me esforcé en relamer para limpiar de mi marfileña piel, blanca y pura como el mármol, suave como una perla.
– He podido comprobar que la fama que me había llegado acerca de vos era totalmente justificada. Este ha sido el primer encargo en el que he insistido en conoceros y no actuar a través de terceros e intermediarios, y creo que ha valido la pena haceros salir de vuestro escondrijo para que os mostréis ante mí. Lo único que espero, por supuesto, es discreción respecto a nuestros negocios, pero dado que su público conocimiento no sólo me dañaría a mí, sino también a vos, cuento con vuestro silencio, ¿no es así? – añadí, acercándome a él con pasos lentos y sensuales que me dejaron frente a su cuerpo, a una distancia cercana pero no demasiado peligrosa, a una que me permitía oler su sangre y escucharla fluir por sus venas pero que no me despertaba demasiado el apetito... al menos, no el vampírico.
La escultura les había pertenecido a quienes me habían comprado como esclava, todo apuntaba a que así era y, de hecho, era una verdad indiscutible que por motivos de estilo pertenecía a aquel período. La habían catalogado como perteneciente a una colección anónima, a una más de las familias que se habían desplazado desde Roma hasta la ciudad donde había aparecido, sin praenomen, nomen ni cognomen, pero para mí resultaba algo totalmente distinto: para mí, era uno de los recuerdos de mi vida humana, de los pocos que me quedaban al alcance. Por eso mismo tenía que conseguirla pasara lo que pasase, y no podía hacerlo de una forma totalmente legal porque estaba dispuesta a pasar a formar parte de los archivos de algún museo sin importancia y, por tanto, no se podía comprar. Si la quería, tenía que recurrir a alguien que la consiguiera por mí, y por eso decidí ejercer toda mi influencia (a fin de cuentas, ser la reina de los Países Bajos tenía que tener alguna ventaja en cuanto a contactos) para conseguir, a través de una cadena de personas, contactar con aquel que había prometido recuperarla para mí y que pese a haberme conseguido más obras no conocería hasta que me trajera esta en particular, pues era demasiado peligroso lo contrario... para mí, claro, porque no podía verme salpicada por esa clase de negocios turbios y arriesgarme a perder una posición que me pertenecía por derecho porque había sido la que, en mis primeros años de vida, había ejercido en mi Britannia natal.
Los intermediarios fueron, por tanto, quienes se encargaron de todo: primero de ponerse en contacto con el danés, entregándole una nota que yo misma había escrito; después, de ir detallándome cada una de las fases de consecución de aquella figurilla que tanto necesitaba; por último, de solucionar cualquier potencial problema que pudiera surgir en torno a todo el delicado proceso al que me había visto obligada a recurrir para evitar el expolio de uno de los pocos restos de mi vida humana que estaban fuera de mi alcance, aunque no por mucho tiempo. Así, tiempo después de que primeramente contactara con él a través de gente que estaba deseando hacer eso y mucho más por mí, concertamos una cita para que la entrega se realizara en primera persona y para que pudiera verle el rostro, por fin, a quien había hecho aquel encargo. Preparé todo hasta el último detalle: desde su recibimiento, por parte de dos criados fornidos que lo ayudarían, si tal era su deseo, a depositar la escultura en el soporte adecuado para ello, hasta que no hubiera nadie en mi palacete aparte de él y de mí, porque no confiaba en la parte del servicio que ya sospechaba de mí por la afluencia de hombres a mi palacete, hombres como Nigel, Pierrot o el mismísimo Dragos... ¿y cómo olvidar a mi nuevo alumno, Kharalian? No encajaba nada de aquello con la moral recatada de la época, y en vez de dar lugar a nuevas habladurías quería erradicarlas, así que cuanta más soledad hubiera tanto mejor para que el intercambio transcurriera sin problemas.
Aquella noche, yo misma quería estar radiante, como una perfecta dama pese a mi implicación en algo que se veía turbio ante los ojos de la sociedad, una excesivamente conservadora para mi gusto, pero que era en la que me había tocado vivir. Salí del baño que había preparado y envolví mi cuerpo en una toalla para dirigirme hacia el armario en el que reposaban los trajes de diversos materiales que me enorgullecía de poseer. Escogí uno de una tela plateada, con bordados negros y perlas que caían de las mangas y del ostentoso escote que portaba, desde luego nada recatado, pero nada en mí lo era ya. La cintura del vestido se ajustaba perfectamente, sin ayuda de corsés, a la mía propia; la falda caía a mi alrededor como una cascada de plata sin casi vuelo, revelando la forma de mis piernas, enfundadas en unas medias de red que la apertura lateral del vestido dejaban entrever. Además, los tacones altos en los que me había subido me añadían unos centímetros que alargaban mis piernas hasta el punto de hacerlas parecer infinitas. Una vez vestida, me dirigí hacia el tocador que se encontraba en mi habitación, donde peiné mi cabello con un cepillo de marfil que lo hacía caer ondulado a mi alrededor, en suaves ondas cobrizas, caobas, castañas, según la luz que le diera. Se acercaba la hora de que él, si era puntual, llegara a mi palacete, y no dediqué más segundos de los necesarios a prepararme, porque ya estaba lista. Me escabullí de mi habitación hacia una especie de armario en el que guardaba una botella con sangre fresca, de la que me serví una copa... deliciosa. Y justo cuando apuraba las últimas gotas de mi suculenta cena, la puerta se abrió y él llegó.
Me acaricié las comisuras de los labios con los dedos blancos y finos para capturar los últimos restos de sangre que quedaban en ellos; los relamí, y me dispuse a bajar del piso superior al inferior, donde él me esperaba, con paso normal, ni muy apresurado ni tampoco muy tranquilo, sólo perfectamente comedido... Por el momento. Aquello, sin embargo, me hizo bien, porque cuando llegué frente a él, el que había recuperado la estatuilla a la que la luz tenue de la sala arrancaba brillos broncíneos, no me esperaba su juventud, su atractivo ni, tampoco, que aunque no fuera un parecido en el sentido estricto de la palabra se diera un aire a Dragos. ¿Sería su actitud? ¿Lo desdeñoso de su mirada, por otra parte entre curiosa y libinidosa? Quizá, pero me recordaba a él, y eso sólo podía significar una enorme atracción como la que inmediatamente sentí hacia quien se presentó como Predbjørn Østergård. Apoyé una de mis manos en mi cadera, y examiné primero a la estatua y después a él, que era tan aparentemente orgulloso que me hacía querer sonreír y demostrarle que no era el único capaz de tal actitud, pero me contuve. Me contuve porque, de momento, me bastaba con examinarlo.
– Es un enorme placer que ninguno de nosotros haya defraudado al otro, monsieur Østergård. Mi nombre es Amanda Smith. – le dije, con una media sonrisa divertida y una suerte de reverencia que fue más un gesto de cabeza que una inclinación de todo mi cuerpo hacia él, dado que nuestros rangos respectivos indicaban que era él quien me debía respeto, y no necesariamente al contrario.
– ¿Puedo ofreceros algo de beber mientras discutimos el asunto del pago? – inquirí, aunque sin esperar su respuesta hice un gesto que uno de los criados vio y que bastó para que se acercara con una bandeja llena de bebidas que dejó a un lado para poder servir, en dos copas de cristal de Bohemia, el vino rojo de Burdeos que era mi preferido y que era lo que iniciaría mi encuentro con aquel particular invitado que se encontraba en mi hogar. Hice un nuevo gesto para que el criado abandonara mi hogar, y que Predbjørn y yo nos quedáramos solos por fin, y sólo cuando me aseguré gracias a mi sobrenatural oído de que las puertas se habían cerrado y el único corazón que latía era el del danés cogí la copa en una de mis manos y le di un sorbo lento que manchó mis labios del carmín de la bebida y que me esforcé en relamer para limpiar de mi marfileña piel, blanca y pura como el mármol, suave como una perla.
– He podido comprobar que la fama que me había llegado acerca de vos era totalmente justificada. Este ha sido el primer encargo en el que he insistido en conoceros y no actuar a través de terceros e intermediarios, y creo que ha valido la pena haceros salir de vuestro escondrijo para que os mostréis ante mí. Lo único que espero, por supuesto, es discreción respecto a nuestros negocios, pero dado que su público conocimiento no sólo me dañaría a mí, sino también a vos, cuento con vuestro silencio, ¿no es así? – añadí, acercándome a él con pasos lentos y sensuales que me dejaron frente a su cuerpo, a una distancia cercana pero no demasiado peligrosa, a una que me permitía oler su sangre y escucharla fluir por sus venas pero que no me despertaba demasiado el apetito... al menos, no el vampírico.
Invitado- Invitado
Re: Mi pieza prohibida || Privé|| +18
Damas, muchas hay por todos lados, de diferentes, colores, tamaños y olores, cada una haciéndose la importante, creyendo que con su actitud de "todo lo puedo, no te necesito", nos van a tener a sus pies, tanto se equivocan, mineras más dominadas las tengamos es mejor para nosotros, o al menos para mi, que en un acto de total fetiche, he logrado que algunas laman mis pies, me encanta sentirme poderoso ¿A quién no? Sólo los tontos son los que se niegan a los privilegios grandes que el poder y el dinero nos dan, quizás se resignan aquellos que no pueden contra hombres como yo, por supuesto, pero dado que en está sala sólo transita el poder, y el deseo ferviente que, de no saber controlar, se comenzaría a notar en mi entrepierna, pero vamos, soy un experto en el tema, no puedo perder la cabeza, ni el cuerpo por una mujer, debo disimular mis deseos, debo controlarme como todas las veces, debo hacer que ella se doblegue y sea la que me pida meterla a mi cama, ¿o por qué no? A su misma cama. ¡Que tentador sería eso! Veo su piel, puedo permitirme verla con descaro en aquel llamativo escote, es como si se hubiera arreglado sólo para mi; su piel es blanca, y por el tacto que hemos tenido es fría, como el invierno que tanto me gusta, pues mi piel siempre cálida puede derretir cualquier hielo, hipotéticamente hablando claro, además, las mujeres de sociedad siempre ansían un amante, uno bueno, como yo por ejemplo, tengo que empezar a lanzar indirectas, quizás de responder a ellas, podría saber si llegaría a tener permitido abalanzare contra su figura de en sueño.
- Hermosa Amanda, ¿Acaso cree que alguien como yo es capaz de defraudar a los clientes? No, no lo hago, me complace hacer mis trabajos de manera impecable, y si le sumo la recompensa de ver semejantes obras de arte, sería un pecado catastrófico para mi persona, sería capaz de darme la penitencia más grande yo sólo con tal de pagar mis errores. - Ella no era tonta, yo lo sabía, se veía en la forma tan arrojada en que miraba, en que se movían, incluso en la forma en que se vestía, quizás muchos hombres pasen desapercibidas estos detalles, pero he aprendido a visualizar más allá que cualquiera de los míos, sé reconocer detalles que a las féminas les gusta veamos, con eso aprendo a tenerlas con más facilidad, ella debía reconocer que de la obra de arte a la que me refería era ni nada más ni nada menos que la única y inigualable Amanda Smith. Reconozco que no me gustan los halagos comunes, pero dado que a la mujer le gusta la apreciación de las figuras, podía darle un cumplido relacionado con eso, con mi trabajo, y con su belleza casi dolorosa. - Pocos son los clientes que piden éste tipo de arte mi señora, no todos saben de historia o de figuras deseadas, los nuevos ricos por lo regular ni siquiera analizan bien los catálogos, sólo escogen para tener y presumir entre los suyos, pero noto que usted sabe al respecto, cada pieza que pude captar con brevedad tienen lazos, la felicito, si me permite, claro - Vuelvo a llevar la mano al corazón, como muestra de respeto, pero claro, para hacer más llamativas mis palabras, y para poder hacer que no aparte su mirada perfecta de la mía.
- Le podría aceptar si me permite la compañía, un whisky, me parece lo apropiado para empezar la noche, aparte claro de la degustación de su presencia - Guiño un ojo a mi anfitriona, nunca tengo nada que perder, siempre gano, pero está ocasión se que debo tener cuidado. Amanda Smith, había escuchado su nombre en otros lados, había estado leyendo un expediente que me habían hecho de ella. Sabía que era reina de los países bajos, pero a mi esos títulos no me espantan, de hecho no me importan, se que la mayor parte del tiempo doy la imagen de ser un desalmado, un despreocupado, y es cierto, lo soy, pero cuando algo o alguien me interesa soy cuidadoso, incluso delicado y meticuloso. No se caerán los huevos por tratar bien de vez en cuando a una dama, mucho menos la mano o el deseo por una buena mujer al hablar de poseía, eso les gusta, eso les atrae. ¿Quién soy yo para negarles sus deseos? Dárselos me da beneficios. Hoy estaba parado no sólo frente a una reina, también frente a una diosa que, sin duda alguna, estoy dispuesto a conocer detrás de esos hermosos ojos, y también bajo esa ropa, porqué no, no pienso desertar en el deseo de poseerla como mía. - Primero que nada deseo saber de dónde conoce usted la historia de esa figura - Alzo la mirada e inclino la cabeza en dirección a su nueva adquisición.
- Lo deje en claro antes de empezar a mover mis influencias, madame, dije claramente que deseaba 50,000 francos, ni más ni menos, su gente dijo que no había problema con el dinero, y por eso acepte hacer el trabajo, no me venga a decir que no tiene esa cantidad, porque no puedo creerle, además no la veo como una persona que rompa los acuerdos con sus trabajadores más valiosos - No estaba dispuesto a negociar mi pago con un par de piernas bonitas, ya lo había dicho, mi pago debía ser eso, sé que es una gran cantidad, pero es lo más accesible que hay en este mercado, de hecho quizás por eso me he hecho de fortuna, por no lucrar demasiado con las piezas que consigo, lo hago de hecho no hay duda, pero no de tal manera como algunos traficantes que quieren enriquecerse de la noche a la mañana con una pequeña figura, además, mientras se hable de negocios no puedo bajar la guardia, de hecho no pienso bajar precios, soy y siempre debo ser profesional en eso. - La discreción mi señora, es aquella que va acompañada con mi pago - Me encojo de hombros de forma despreocupada.
- Bueno, digamos que puedo pensar en negociar las cosas ¿Qué estaría por ofrecerme? No creo que algo me vaya a interesar, aunque quizás podamos ver en que términos llegamos - Camino por aquella sala, y cuando ya me encuentro frente al sillón, me quito el abrigo, lo coloco en uno de los descansa brazos del mueble, y me siento de forma despreocupada, ya con la copa de whisky en manos, la mujer sabía atender a sus invitados sin duda, pero no entiendo bien a que clase de formalismos o acuerdos vamos a llegar, nunca trato con mis clientes, y no lo hago porque no estoy dispuesto a ser descubierto, pero la dama lo vale, en ocasiones odio tener que pensar tanto con la cabeza de abajo, me nubla la razón, y me deja pensando en el deseo. - ¿Por qué una dama como usted recibe a un caballero en solitario? Por lo regular mujeres de su indole siempre tienen a un grandulón cuidando sus espaldas ¿Qué pasaría si soy peligroso? -Sonrío de forma ladina y llevo el vaso de whisky a mis labios para tomar un sorbo.
- Hermosa Amanda, ¿Acaso cree que alguien como yo es capaz de defraudar a los clientes? No, no lo hago, me complace hacer mis trabajos de manera impecable, y si le sumo la recompensa de ver semejantes obras de arte, sería un pecado catastrófico para mi persona, sería capaz de darme la penitencia más grande yo sólo con tal de pagar mis errores. - Ella no era tonta, yo lo sabía, se veía en la forma tan arrojada en que miraba, en que se movían, incluso en la forma en que se vestía, quizás muchos hombres pasen desapercibidas estos detalles, pero he aprendido a visualizar más allá que cualquiera de los míos, sé reconocer detalles que a las féminas les gusta veamos, con eso aprendo a tenerlas con más facilidad, ella debía reconocer que de la obra de arte a la que me refería era ni nada más ni nada menos que la única y inigualable Amanda Smith. Reconozco que no me gustan los halagos comunes, pero dado que a la mujer le gusta la apreciación de las figuras, podía darle un cumplido relacionado con eso, con mi trabajo, y con su belleza casi dolorosa. - Pocos son los clientes que piden éste tipo de arte mi señora, no todos saben de historia o de figuras deseadas, los nuevos ricos por lo regular ni siquiera analizan bien los catálogos, sólo escogen para tener y presumir entre los suyos, pero noto que usted sabe al respecto, cada pieza que pude captar con brevedad tienen lazos, la felicito, si me permite, claro - Vuelvo a llevar la mano al corazón, como muestra de respeto, pero claro, para hacer más llamativas mis palabras, y para poder hacer que no aparte su mirada perfecta de la mía.
- Le podría aceptar si me permite la compañía, un whisky, me parece lo apropiado para empezar la noche, aparte claro de la degustación de su presencia - Guiño un ojo a mi anfitriona, nunca tengo nada que perder, siempre gano, pero está ocasión se que debo tener cuidado. Amanda Smith, había escuchado su nombre en otros lados, había estado leyendo un expediente que me habían hecho de ella. Sabía que era reina de los países bajos, pero a mi esos títulos no me espantan, de hecho no me importan, se que la mayor parte del tiempo doy la imagen de ser un desalmado, un despreocupado, y es cierto, lo soy, pero cuando algo o alguien me interesa soy cuidadoso, incluso delicado y meticuloso. No se caerán los huevos por tratar bien de vez en cuando a una dama, mucho menos la mano o el deseo por una buena mujer al hablar de poseía, eso les gusta, eso les atrae. ¿Quién soy yo para negarles sus deseos? Dárselos me da beneficios. Hoy estaba parado no sólo frente a una reina, también frente a una diosa que, sin duda alguna, estoy dispuesto a conocer detrás de esos hermosos ojos, y también bajo esa ropa, porqué no, no pienso desertar en el deseo de poseerla como mía. - Primero que nada deseo saber de dónde conoce usted la historia de esa figura - Alzo la mirada e inclino la cabeza en dirección a su nueva adquisición.
- Lo deje en claro antes de empezar a mover mis influencias, madame, dije claramente que deseaba 50,000 francos, ni más ni menos, su gente dijo que no había problema con el dinero, y por eso acepte hacer el trabajo, no me venga a decir que no tiene esa cantidad, porque no puedo creerle, además no la veo como una persona que rompa los acuerdos con sus trabajadores más valiosos - No estaba dispuesto a negociar mi pago con un par de piernas bonitas, ya lo había dicho, mi pago debía ser eso, sé que es una gran cantidad, pero es lo más accesible que hay en este mercado, de hecho quizás por eso me he hecho de fortuna, por no lucrar demasiado con las piezas que consigo, lo hago de hecho no hay duda, pero no de tal manera como algunos traficantes que quieren enriquecerse de la noche a la mañana con una pequeña figura, además, mientras se hable de negocios no puedo bajar la guardia, de hecho no pienso bajar precios, soy y siempre debo ser profesional en eso. - La discreción mi señora, es aquella que va acompañada con mi pago - Me encojo de hombros de forma despreocupada.
- Bueno, digamos que puedo pensar en negociar las cosas ¿Qué estaría por ofrecerme? No creo que algo me vaya a interesar, aunque quizás podamos ver en que términos llegamos - Camino por aquella sala, y cuando ya me encuentro frente al sillón, me quito el abrigo, lo coloco en uno de los descansa brazos del mueble, y me siento de forma despreocupada, ya con la copa de whisky en manos, la mujer sabía atender a sus invitados sin duda, pero no entiendo bien a que clase de formalismos o acuerdos vamos a llegar, nunca trato con mis clientes, y no lo hago porque no estoy dispuesto a ser descubierto, pero la dama lo vale, en ocasiones odio tener que pensar tanto con la cabeza de abajo, me nubla la razón, y me deja pensando en el deseo. - ¿Por qué una dama como usted recibe a un caballero en solitario? Por lo regular mujeres de su indole siempre tienen a un grandulón cuidando sus espaldas ¿Qué pasaría si soy peligroso? -Sonrío de forma ladina y llevo el vaso de whisky a mis labios para tomar un sorbo.
Predbjørn Østergård- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 30/08/2012
Edad : 36
Localización : Paris, Francia
Re: Mi pieza prohibida || Privé|| +18
Aquel chico era indudablemente atractivo... para tratarse de un humano, claro estaba. No poseía el encanto sobrenatural, la gracia que nos convertía en las presas perfectas para unos depredadores ansiosos por complacernos, pero sí tenía algo que lo hacía distinto a la mayoría de hombres humanos a los que había conocido en el París que habitaba... Quizá era porque los franceses no eran mi tipo y a mí siempre habían terminado por gustarme los extranjeros, y tanto su nombre como su acento revelaban que era nórdico; quizá era porque tenía una actitud diferente, lejos de la comedida que mostraban los hombres de sociedad y que se veía bien siguiendo la idea del término medio de Aristóteles, que decía que ningún exceso era bueno y la templanza era lo más recomendado; quizá era, simplemente, que juntaba en él todas las características que a mí me gustaba en los hombres y, además, me lo ponía en bandeja de plata para seducirlo, no lo sabía. En cualquier caso, era inevitable darme cuenta de que me sentía totalmente atraída hacia él, y también era evidente que utilizaría cualquier recurso en mi mano para tenerlo, al menos por un rato, ya que no tenía el aspecto de alguien que se atara fácilmente a nada o a nadie. Basándome en eso, sabía de sobra que lo que comenzaríamos sería un juego del gato y el ratón, uno en el que él se convertiría en mi presa pero no de sangre, sino de carne y cuerpo, y la perspectiva no me desagradaba lo más mínimo dadas las circunstancias, porque ¿qué mejor manera había de agradecerle que hubiera encontrado la pieza perdida con tanta celeridad? Pocas se me ocurrían, eso desde luego, y sobre todo menos me venían a la mente cuando él me miraba con el mismo desafío en sus ojos que mostraba yo en el mío. Que comenzara el juego.
– Vuestro afán por la excelencia dice mucho en vuestro favor, monsieur. Me enorgullezco de ser una entendida en arte, si os soy sincera, y desde luego me resulta plenamente satisfactorio encontrar a alguien a mi nivel en ese sentido, dado que la ignorancia desgraciadamente está extendida hasta un punto increíblemente peligroso. – comenté, encogiéndome de hombros con teatralidad y rodando los ojos hasta que quedaron clavados fijamente en los suyos, tan azules como los míos, pero ligeramente distintos: mucho más jóvenes, diferentemente expresivos. Los míos escondían secretos del tiempo, del mundo romano que había alumbrado aquella escultura, de mil culturas que habían pasado y evolucionado hasta convertirse en la que nos había facilitado en encuentro; los suyos, sin embargo, escondían sus propios misterios, unos que me apetecía descubrir y que exigían lo propio de mí. Si, en verdad, pensaba que iba a responder con sinceridad a su pregunta es que no me conocía, y tampoco sabía que una inmortal no va revelando su condición por ahí a cualquier cara bonita que viera, pero como no sabía nada de mí aparte de lo que le había mostrado gozaba de una ventaja sobre él que pensaba aprovechar al máximo.
– Conocí la obra por el ambiente en el que me muevo, claro está. Conozco los ritos romanos, la costumbre de tener dioses familiares y cultos privados a dioses como la fortuna. Sabía de la existencia de estatuillas como está, que particularmente llamó mi atención porque un conocido de mi círculo me informó sobre ella, así que quise conseguirla para alimentar mi pasión por el período, y por ello recurrí a usted. – añadí, con una sonrisa amplia, divertida, que no restaba ni un ápice de verdad a mis palabras... al menos aparentemente, pues habían sonado muy ciertas.
Pese a que ya no estábamos en pie, sino sentados el uno frente al otro, seguía manteniendo la misma actitud de sensualidad salvaje, no estudiada sino natural en mí, ya que parecía tan normal en alguien como yo como mis curvas, mi piel pálida o mis ojos entre azules y verdes. Además, me sentaba como si el sofá en el que reposara no fuera tal, sino un trono regio como el de mi palacio en los Países Bajos, y dicha actitud debía de diferenciarme mucho de sus clientes habituales, que seguramente no eran entendidos en arte, en aquel caso en un arte mayor utilizado para un fin menor, sino nuevos ricos que querían simplemente mostrar un prestigio que no tenían valiéndose de la mezcla de productos generados tanto por artistas buenos como, en su mayoría, por artistas mediocres. Yo era diferente a lo que él estaba acostumbrado a tratar, y él era distinto a los círculos por los que solía moverme con más frecuencia, así que quizá en eso se encontraba la raíz de nuestra mutua atracción... O quizá fuera en nuestros caracteres, daba igual, porque la cuestión era que dicha atracción no podíamos ocultarla, ni en mi caso tampoco queríamos, así que simplemente era un hecho, tan veraz como que estábamos sentados en sillones enfrentados.
– Por supuesto que acordamos el precio, soy una mujer de palabra que no va a faltar a un acuerdo así como así. No obstante, dado que el servicio ha sido de tanta calidad, podéis elegir la forma de pago que deseéis, bien en efectivo, bien con algún objeto que deseéis de lo que veáis aquí o bien sugiriéndome qué queréis pedir para ver si está en mis manos dároslo. – le dije, casi ronroneando y finalmente cruzando las piernas, de tal manera que, sin siquiera planearlo, la apertura lateral de mi vestido las dejara claramente a la vista para él, blancas e infinitas como solían.
– Y la razón por la que una dama como yo recibe en solitario a un caballero como vos es que sé manejar el peligro mucho mejor de lo que parece y de lo que, probablemente, os imaginaríais. – finalicé, medio sonriendo con expresión divertida y, a la vez, tentadora, porque dudaba de que pudiera hacerme daño o algo que no resultara, cuando menos, divertido para los dos...
– Vuestro afán por la excelencia dice mucho en vuestro favor, monsieur. Me enorgullezco de ser una entendida en arte, si os soy sincera, y desde luego me resulta plenamente satisfactorio encontrar a alguien a mi nivel en ese sentido, dado que la ignorancia desgraciadamente está extendida hasta un punto increíblemente peligroso. – comenté, encogiéndome de hombros con teatralidad y rodando los ojos hasta que quedaron clavados fijamente en los suyos, tan azules como los míos, pero ligeramente distintos: mucho más jóvenes, diferentemente expresivos. Los míos escondían secretos del tiempo, del mundo romano que había alumbrado aquella escultura, de mil culturas que habían pasado y evolucionado hasta convertirse en la que nos había facilitado en encuentro; los suyos, sin embargo, escondían sus propios misterios, unos que me apetecía descubrir y que exigían lo propio de mí. Si, en verdad, pensaba que iba a responder con sinceridad a su pregunta es que no me conocía, y tampoco sabía que una inmortal no va revelando su condición por ahí a cualquier cara bonita que viera, pero como no sabía nada de mí aparte de lo que le había mostrado gozaba de una ventaja sobre él que pensaba aprovechar al máximo.
– Conocí la obra por el ambiente en el que me muevo, claro está. Conozco los ritos romanos, la costumbre de tener dioses familiares y cultos privados a dioses como la fortuna. Sabía de la existencia de estatuillas como está, que particularmente llamó mi atención porque un conocido de mi círculo me informó sobre ella, así que quise conseguirla para alimentar mi pasión por el período, y por ello recurrí a usted. – añadí, con una sonrisa amplia, divertida, que no restaba ni un ápice de verdad a mis palabras... al menos aparentemente, pues habían sonado muy ciertas.
Pese a que ya no estábamos en pie, sino sentados el uno frente al otro, seguía manteniendo la misma actitud de sensualidad salvaje, no estudiada sino natural en mí, ya que parecía tan normal en alguien como yo como mis curvas, mi piel pálida o mis ojos entre azules y verdes. Además, me sentaba como si el sofá en el que reposara no fuera tal, sino un trono regio como el de mi palacio en los Países Bajos, y dicha actitud debía de diferenciarme mucho de sus clientes habituales, que seguramente no eran entendidos en arte, en aquel caso en un arte mayor utilizado para un fin menor, sino nuevos ricos que querían simplemente mostrar un prestigio que no tenían valiéndose de la mezcla de productos generados tanto por artistas buenos como, en su mayoría, por artistas mediocres. Yo era diferente a lo que él estaba acostumbrado a tratar, y él era distinto a los círculos por los que solía moverme con más frecuencia, así que quizá en eso se encontraba la raíz de nuestra mutua atracción... O quizá fuera en nuestros caracteres, daba igual, porque la cuestión era que dicha atracción no podíamos ocultarla, ni en mi caso tampoco queríamos, así que simplemente era un hecho, tan veraz como que estábamos sentados en sillones enfrentados.
– Por supuesto que acordamos el precio, soy una mujer de palabra que no va a faltar a un acuerdo así como así. No obstante, dado que el servicio ha sido de tanta calidad, podéis elegir la forma de pago que deseéis, bien en efectivo, bien con algún objeto que deseéis de lo que veáis aquí o bien sugiriéndome qué queréis pedir para ver si está en mis manos dároslo. – le dije, casi ronroneando y finalmente cruzando las piernas, de tal manera que, sin siquiera planearlo, la apertura lateral de mi vestido las dejara claramente a la vista para él, blancas e infinitas como solían.
– Y la razón por la que una dama como yo recibe en solitario a un caballero como vos es que sé manejar el peligro mucho mejor de lo que parece y de lo que, probablemente, os imaginaríais. – finalicé, medio sonriendo con expresión divertida y, a la vez, tentadora, porque dudaba de que pudiera hacerme daño o algo que no resultara, cuando menos, divertido para los dos...
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Re: Mi pieza prohibida || Privé|| +18
Por lo regular a las reuniones con los clientes que asisto suelen volverse bastante aburridas, tediosas e insoportables, todos ellos presumen de sus riquezas, de su poderío, de sus mujeres e incluso amantes. Más de una mujer he conocido, y no por el nombre, más bien por la forma en que saben gemir en la cama. Esas pobres gatitas en celo buscando el consuelo de un verdadero hombre, pues sus charlatanes maridos siempre buscando consuelo en las amantes, o en las gatas de burdel. Cada reunión se reducía a unos minutos, que se volvían horas para mi, sin embargo éste encuentro es diferente, desde la pieza que es mes solicitada, el lugar de encuentro, hasta por supuesto, la anfitriona de la casa. No es una mujer igual a las demás, no se trata de una niña mimada jugando a ser una dama de sociedad, con las riquezas suficientes para derrochar. Era una dama, de las pocas que existían ya en todos los reinos, en todas las tierras, una que no le importar ser arrojada porqué sabe su posición, pero que al mismo tiempo se sabe comportar. ¿Cómo será en confianza? ¿Tendrá ataduras cómo todas las demás? No, no lo creo, pues desde ahora ha dejado en claro que no tiene ataduras. ¡Más encima culta! ¡Inteligente! ¡Todo una diosa! Una de esas necesito, pero para mi mala suerte no existen por montones para escoger, mientras tanto puedo disfrutar.
Amanda, tan bella cómo el nombre que portaba, con esa voz que irradia sensualidad al gua que sus formas y su mirada. Por primera vez pongo completa atención en las palabras de una dama. Salvaje mujer tan libre cómo atrapad en éste palacio, y existe algo más en ella, algo que no puedo ver rápidamente por mi naturaleza maldita, porqué si, yo creo que nosotros los humanos somos los malditos, pero que claro, estoy buscando dejar de lado tal mal. Su piel pálida, su elegancia nata, su sensualidad desbordante y mezclada con el salvajismo, toda ella es claro no es de éste mundo, ni de otros, sólo del suyo propio, y la odio por eso mismo, porqué despierta mis pasiones, pero sobre todo mi hambre de querer conocer más de ella. ¡Maldita seas Amanda! Con todo y tu hermoso escote que quiero lamer sin prendas que obstruyan el paso. Prefiero sonreír mientras bebo de mi copa, intentando mantener mi mirada muy lejana a su exuberante figura. Volteó mi mirada hasta toparme con la estatuilla. ¿Me estará diciendo la verdad? Vamos, no se tiene que ser muy listo para saber cuando se miente, y cuando no, además, dado que soy el mentiroso más grande, hay manías que los demás no pueden ocultarme, o enseñarme de nuevo. ¡Encima mentirosa Amanda! ¿Cuantas sorpresas tendré que descubrir contigo?
- Debe cuidar muy bien sus palabras, mi señora, que pueden ser tomadas de forma demasiado literal, y no creo que le convengan demasiado mis intereses, o las formas distintas que tengo para cubrir pagos mis clientes no me dan tales sumas. - Guardo silencio unos momentos. Aquella vista, aquella sonidos, el color blanquecino de sus piernas. ¡Esa mujer me está tentando! Si, demasiado, no hay mucha ciencia en eso. Es evidente, bastante arrojada, no me había equivocado en eso. Saboreo mis labios con delicadeza, esa mujer debe saber mejor que el licor que acabo de tomar. Separó un poco más las piernas y recargo mis antebrazos en ellas al mismo tiempo que inclino mi pecho hacía adelante. Ahora la observo de forma descarada. La ropa, desde la parte de sus piernas hasta su escote pronunciado, luego sus labios, carnosos, me llaman para ser devorados, tampoco hay mucha ciencia en eso. Ese cuello debe ser lamido, su cabello debe ser suave, el brillo que me deja ver lo hace evidente. - Recapacite sus palabras, Amanda, y si es verdad lo que dice, puedo tomar mi pago sumado a la cantidad de dinero en este momento - Le sonrió de medio lado.
- ¿Cuántos hombres le han dicho lo hermosa que es, Amanda? ¿A cuántos les deja ver de esa forma las piernas? Supongo que no a muchos, se le nota lo selectiva que es, pues el arte refleja muchas manías de las personas ¿No lo cree? - Me levanto del sillón, avanzo tranquilamente por aquella sala, cojo una de las botellas de la mesita, y vierto un poco más de liquido en la copa. Me doy la vuelta para volver a captar tu enigmática mirada. - ¿Cuántos vestidos más tiene así? No debería encerrar su piel, su figura dentro de telas, es un insulto para cualquiera que de verdad sabe apreciar una obra de arte - Le guiño un ojo, si vamos a ser arrojados, entonces podía comenzar, no me tiento demasiado, o lo pienso dos veces al hacerlo. - Su pierna es bella, y por lo poco que puedo juzgar de su figura, es excitante, ¿lo será sin ese vestido, Amanda? - Su nombre me gusta, así que lo repito, pero también lo pronuncio de forma ronca, pues me contengo demasiado de hacer más, paso por paso se saborea más.
- Veamos - Me llevo un poco más de licor a la boca, pero esta vez camino. Llego hasta la altura de la mujer, la miro de frente, y dejo recargado mi peso en la punta de mis pies, ahora estoy a su altura, un poco más bajo por la posición, pero puedo sentirla. - ¿Puedo? - Pregunto primero captando su mirada, luego la mía se coloca en sus piernas cruzadas. No espero respuesta alguna. Simplemente suelto con una de las manos la copa, la estiro, la yema de mis dedos acarician los bordes de la tela, los bordes juntos a la piel. Vuelvo a subir la mirada, pero está vez mis yemas acarician su piel, cómo lo supuse era suave, y fría, bastante fría. Arqueó una ceja. "¡Yo lo sabía, mi querida Amanda! No eres una humana. " Siento emoción por la afirmación del descubrimiento, las humanas comunes fastidian - Ronronea de nuevo, eso me excita - Le indico con firmeza.
Amanda, tan bella cómo el nombre que portaba, con esa voz que irradia sensualidad al gua que sus formas y su mirada. Por primera vez pongo completa atención en las palabras de una dama. Salvaje mujer tan libre cómo atrapad en éste palacio, y existe algo más en ella, algo que no puedo ver rápidamente por mi naturaleza maldita, porqué si, yo creo que nosotros los humanos somos los malditos, pero que claro, estoy buscando dejar de lado tal mal. Su piel pálida, su elegancia nata, su sensualidad desbordante y mezclada con el salvajismo, toda ella es claro no es de éste mundo, ni de otros, sólo del suyo propio, y la odio por eso mismo, porqué despierta mis pasiones, pero sobre todo mi hambre de querer conocer más de ella. ¡Maldita seas Amanda! Con todo y tu hermoso escote que quiero lamer sin prendas que obstruyan el paso. Prefiero sonreír mientras bebo de mi copa, intentando mantener mi mirada muy lejana a su exuberante figura. Volteó mi mirada hasta toparme con la estatuilla. ¿Me estará diciendo la verdad? Vamos, no se tiene que ser muy listo para saber cuando se miente, y cuando no, además, dado que soy el mentiroso más grande, hay manías que los demás no pueden ocultarme, o enseñarme de nuevo. ¡Encima mentirosa Amanda! ¿Cuantas sorpresas tendré que descubrir contigo?
- Debe cuidar muy bien sus palabras, mi señora, que pueden ser tomadas de forma demasiado literal, y no creo que le convengan demasiado mis intereses, o las formas distintas que tengo para cubrir pagos mis clientes no me dan tales sumas. - Guardo silencio unos momentos. Aquella vista, aquella sonidos, el color blanquecino de sus piernas. ¡Esa mujer me está tentando! Si, demasiado, no hay mucha ciencia en eso. Es evidente, bastante arrojada, no me había equivocado en eso. Saboreo mis labios con delicadeza, esa mujer debe saber mejor que el licor que acabo de tomar. Separó un poco más las piernas y recargo mis antebrazos en ellas al mismo tiempo que inclino mi pecho hacía adelante. Ahora la observo de forma descarada. La ropa, desde la parte de sus piernas hasta su escote pronunciado, luego sus labios, carnosos, me llaman para ser devorados, tampoco hay mucha ciencia en eso. Ese cuello debe ser lamido, su cabello debe ser suave, el brillo que me deja ver lo hace evidente. - Recapacite sus palabras, Amanda, y si es verdad lo que dice, puedo tomar mi pago sumado a la cantidad de dinero en este momento - Le sonrió de medio lado.
- ¿Cuántos hombres le han dicho lo hermosa que es, Amanda? ¿A cuántos les deja ver de esa forma las piernas? Supongo que no a muchos, se le nota lo selectiva que es, pues el arte refleja muchas manías de las personas ¿No lo cree? - Me levanto del sillón, avanzo tranquilamente por aquella sala, cojo una de las botellas de la mesita, y vierto un poco más de liquido en la copa. Me doy la vuelta para volver a captar tu enigmática mirada. - ¿Cuántos vestidos más tiene así? No debería encerrar su piel, su figura dentro de telas, es un insulto para cualquiera que de verdad sabe apreciar una obra de arte - Le guiño un ojo, si vamos a ser arrojados, entonces podía comenzar, no me tiento demasiado, o lo pienso dos veces al hacerlo. - Su pierna es bella, y por lo poco que puedo juzgar de su figura, es excitante, ¿lo será sin ese vestido, Amanda? - Su nombre me gusta, así que lo repito, pero también lo pronuncio de forma ronca, pues me contengo demasiado de hacer más, paso por paso se saborea más.
- Veamos - Me llevo un poco más de licor a la boca, pero esta vez camino. Llego hasta la altura de la mujer, la miro de frente, y dejo recargado mi peso en la punta de mis pies, ahora estoy a su altura, un poco más bajo por la posición, pero puedo sentirla. - ¿Puedo? - Pregunto primero captando su mirada, luego la mía se coloca en sus piernas cruzadas. No espero respuesta alguna. Simplemente suelto con una de las manos la copa, la estiro, la yema de mis dedos acarician los bordes de la tela, los bordes juntos a la piel. Vuelvo a subir la mirada, pero está vez mis yemas acarician su piel, cómo lo supuse era suave, y fría, bastante fría. Arqueó una ceja. "¡Yo lo sabía, mi querida Amanda! No eres una humana. " Siento emoción por la afirmación del descubrimiento, las humanas comunes fastidian - Ronronea de nuevo, eso me excita - Le indico con firmeza.
Predbjørn Østergård- Humano Clase Alta
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Re: Mi pieza prohibida || Privé|| +18
No era tanto una certeza como una impresión, al parecer bastante acertada, lo que me indicaba que a él le gustaba tanto el juego como a mí, y lo que me había hecho iniciar una partida mutua en primer lugar, ya que en realidad no tenía ninguna prueba factible de que se saltaba el pudor de la época para hacer lo que le venía en gana: eso sólo podía suponerlo en base a lo que él me dejaba ver de sí mismo a través de sus palabras y, sobre todo, sus gestos. No nos encontrábamos en una situación de riesgo en la que por seguridad me veía obligada a recurrir a mis habilidades vampíricas para leer su mente; no estábamos contra las cuerdas en un encuentro a muerte, del que solamente uno podía salir vivo; no, aquello era una simple reunión de negocios, a la que los dos le dábamos un toque particular a nuestra manera que nos permitía estudiarnos un poco mejor que como dábamos a entender al otro. Sólo mi habilidad a la hora de estudiar a la gente y a la hora de captar los más ínfimos detalles en pos de una mejor comprensión de mi interlocutor me había permitido, junto a los desafíos más o menos entendibles con doble sentido, hacerme a la idea de que él era en realidad alguien a quien le gustaba provocar, y no fue hasta que lo vi por mí misma, o más bien lo noté porque la sensación no fue tan visual como sí lo fue táctil, que tuve por primera vez las pruebas que necesitaba para confirmarlo. Ningún caballero preocupado por la moral o por el qué dirán se habría tomado las libertades que él se tomó al acariciarme la pierna, adecuadamente colocada para enseñarle una visión plena de dicha extremidad pero incompleta de mi cuerpo, aún cubierto por la tela del vestido. Ningún caballero que quisiera provocarme el más mínimo efecto se habría limitado a quedarse quieto, y él acertó... Su audacia, su joven descaro y su físico eran una combinación que me atraía sobremanera, tanto o más que los psicópatas con cara de cachorrillo abandonado, así que me permití una sonrisa de medio lado tan pícara como mi mirada, clavada en él.
– Sonáis como un auténtico experto en arte, eso tengo que admitíroslo, y al menos sois lo suficientemente observador para saber distinguir cuando algo es un privilegio de cuando no lo es... Muy hábil. ¿Qué diríais de mí si fuera una escultura? – le dije, casi ronroneando como él me había pedido pero sin llegar a hacerlo, porque no quería ceder del todo: eso sería una derrota personal, algo que odiaba y a lo que nunca quería verme obligada, así que mientras jugáramos sería bajo mis reglas, que en realidad nos beneficiaban a los dos. Me adelanté para apoyar los codos sobre mis muslos y quedar frente a él, tan cerca como sólo su posición casi arrodillada nos permite. En la poca distancia que nos separa su olor era tan intenso que me embriagaba, me abría el apetito y casi haría que me relamiera, pero en lugar de eso opté por parecer más recatada de lo que realmente era y me mordí el labio inferior sin que se notaran especialmente los colmillos, ya que haría falta que abriera la boca algo más que eso para conseguir un efecto tal.
– Yo tengo más dificultades a la hora de describiros, porque no tengo ninguna pista que, como a vos sí os pasa en mi caso, os de una indicación aproximada de lo que se esconde bajo las vestiduras. El blanco de vuestra piel marmórea, vuestros ojos azules y vuestros cabellos oscuros responderían a una policromía hecha con exquisito gusto, digna de los maestros pintores de los que se habla en las fuentes clásicas, pero ¿qué hay del modelado de vuestro cuerpo y de la definición de vuestro cuerpo? – murmuré, casi más para mí que para él, pero Predbjørn podía escuchar a la perfección mi juicio, que en realidad era una manera más de jugar con él.
Me levanté con elegancia contenida e innata, como si no hubiera estado hasta ese momento en un sillón de telas lujosas y de comodidad absoluta sino en un regio trono como el de mi palacio en los Países Bajos. Con el movimiento, prácticamente lo obligué a él a hacer lo mismo, aunque en realidad sólo lo conseguí por el hecho de que siendo alguien tan orgulloso como parecía serlo iba en contra de sus principios quedar por debajo de nadie, especialmente una mujer, por mucho que esa fémina fuera tan excepcional como lo era yo. Lo conduje sin palabras al centro de la estancia, y a partir de ahí me descalcé con un movimiento desenfadado, que mandó mis zapatos de tacón lejos de nosotros y aumentó aún más la diferencia de altura ya existente entre ambos. Cuando comencé a caminar a su alrededor, como examinándolo, ya parecía que había abandonado todo rastro de contemporaneidad para empezar a parecer una joven bárbara que se movía a su aire en una tienda de su poblado, iluminada por el fuego de la estancia. Dejé de ser Amanda, la reina; Amanda, la esclava romana; volví a ser aquella, cuyo nombre hacía tiempo que había sido borrado, y que antes de que la convirtieran en un objeto para la caput mundi era la hija del jefe de una tribu de los así llamados bárbaros que habitaban Britannia... y el hechizo duró únicamente hasta que me planté frente a él, con una media sonrisa divertida y un dedo en mis labios.
– A mi juicio, y siempre a juzgar por lo que puedo ver, yo diría que sois heredero de los atletas que representaban los clásicos helenos en mármol, o quizá de esos ilustres que preferían representar con realismo idealista los romanos. – sentencié, con la risa divertida a punto de desbordarse de mis labios porque esperaba que, por su bien, en cierto detalle no fuera como las esculturas de mi época y anteriores –si acaso querría más bien ser parecido a las que representaban motivos fálicos–, ya que, de lo contrario, sería una auténtica decepción. En aquel momento, mi mano paseó por su pecho hasta dirigirse al botón superior que ataba las prendas a la altura de su cuello, y con un rápido movimiento dejé a la luz una ligera cantidad de su piel.
– ¿Estoy en lo cierto o preferís demostrarme que me equivoco? – pregunté, con cierto desafío en la voz y apoyando una de mis manos en mi cadera, de tal manera que incluso en mi postura imitaba la famosa curva praxiteliana.
– Sonáis como un auténtico experto en arte, eso tengo que admitíroslo, y al menos sois lo suficientemente observador para saber distinguir cuando algo es un privilegio de cuando no lo es... Muy hábil. ¿Qué diríais de mí si fuera una escultura? – le dije, casi ronroneando como él me había pedido pero sin llegar a hacerlo, porque no quería ceder del todo: eso sería una derrota personal, algo que odiaba y a lo que nunca quería verme obligada, así que mientras jugáramos sería bajo mis reglas, que en realidad nos beneficiaban a los dos. Me adelanté para apoyar los codos sobre mis muslos y quedar frente a él, tan cerca como sólo su posición casi arrodillada nos permite. En la poca distancia que nos separa su olor era tan intenso que me embriagaba, me abría el apetito y casi haría que me relamiera, pero en lugar de eso opté por parecer más recatada de lo que realmente era y me mordí el labio inferior sin que se notaran especialmente los colmillos, ya que haría falta que abriera la boca algo más que eso para conseguir un efecto tal.
– Yo tengo más dificultades a la hora de describiros, porque no tengo ninguna pista que, como a vos sí os pasa en mi caso, os de una indicación aproximada de lo que se esconde bajo las vestiduras. El blanco de vuestra piel marmórea, vuestros ojos azules y vuestros cabellos oscuros responderían a una policromía hecha con exquisito gusto, digna de los maestros pintores de los que se habla en las fuentes clásicas, pero ¿qué hay del modelado de vuestro cuerpo y de la definición de vuestro cuerpo? – murmuré, casi más para mí que para él, pero Predbjørn podía escuchar a la perfección mi juicio, que en realidad era una manera más de jugar con él.
Me levanté con elegancia contenida e innata, como si no hubiera estado hasta ese momento en un sillón de telas lujosas y de comodidad absoluta sino en un regio trono como el de mi palacio en los Países Bajos. Con el movimiento, prácticamente lo obligué a él a hacer lo mismo, aunque en realidad sólo lo conseguí por el hecho de que siendo alguien tan orgulloso como parecía serlo iba en contra de sus principios quedar por debajo de nadie, especialmente una mujer, por mucho que esa fémina fuera tan excepcional como lo era yo. Lo conduje sin palabras al centro de la estancia, y a partir de ahí me descalcé con un movimiento desenfadado, que mandó mis zapatos de tacón lejos de nosotros y aumentó aún más la diferencia de altura ya existente entre ambos. Cuando comencé a caminar a su alrededor, como examinándolo, ya parecía que había abandonado todo rastro de contemporaneidad para empezar a parecer una joven bárbara que se movía a su aire en una tienda de su poblado, iluminada por el fuego de la estancia. Dejé de ser Amanda, la reina; Amanda, la esclava romana; volví a ser aquella, cuyo nombre hacía tiempo que había sido borrado, y que antes de que la convirtieran en un objeto para la caput mundi era la hija del jefe de una tribu de los así llamados bárbaros que habitaban Britannia... y el hechizo duró únicamente hasta que me planté frente a él, con una media sonrisa divertida y un dedo en mis labios.
– A mi juicio, y siempre a juzgar por lo que puedo ver, yo diría que sois heredero de los atletas que representaban los clásicos helenos en mármol, o quizá de esos ilustres que preferían representar con realismo idealista los romanos. – sentencié, con la risa divertida a punto de desbordarse de mis labios porque esperaba que, por su bien, en cierto detalle no fuera como las esculturas de mi época y anteriores –si acaso querría más bien ser parecido a las que representaban motivos fálicos–, ya que, de lo contrario, sería una auténtica decepción. En aquel momento, mi mano paseó por su pecho hasta dirigirse al botón superior que ataba las prendas a la altura de su cuello, y con un rápido movimiento dejé a la luz una ligera cantidad de su piel.
– ¿Estoy en lo cierto o preferís demostrarme que me equivoco? – pregunté, con cierto desafío en la voz y apoyando una de mis manos en mi cadera, de tal manera que incluso en mi postura imitaba la famosa curva praxiteliana.
Invitado- Invitado
Re: Mi pieza prohibida || Privé|| +18
Estuve a punto de caer a su pies, literalmente hablando, pues la manera tan abrupta en que se levantó me desequilibró un poco, pero gracias a todas esas horas de ejercicio rápidamente puedo tomar el equilibrio y ponerme de pie. Amanda tiene una altura perfecta, no es completamente baja, pero tampoco es una garza, es la estatura perfecta, me gustan así. Encima no es delgada cómo todas esas mujeres están empeñadas en estar. Tiene carne, en sus caderas, en sus senos, y en su trasero, y eso sólo es lo que noto por encima del vestido. ¿Cómo serán sus piernas? Pensar en sus piernas me hace sentir una especie de hormigueo en su hombría. Siento que no durara mucho en comenzar a despertar, y es que me estoy conteniendo demasiado, lo hago simplemente por lo divertido que es este juego de la seducción. ¡Vaya! Una mujer que sabe seducir y que no solamente quiere abrirme las piernas. Amanda… ¿Qué otras sorpresas puedes darme está noche? Esa mujer es una sorpresa en si, toda ella es un privilegio visual, la desgraciada me hace cuestionarme muchas cosas que deseo comprobar, cómo su sabor, o la manera en que seguramente mueve la pelvis. Entonces lo siento, empiezo a endurecerme.
La dejo hablar por que su voz me parece un canto dulce, y al mismo tiempo desafiante. Esa mujer sabe que me gustan los elogios, y los sabe decir en el momento correcto, pero sé que no es una mentirosa, los dice por lo que ve, así cómo yo quisiera decirle una infinidad de elogios, aunque los míos serían barbaridades, ¿acaso sería capaz de escuchar la sarta de estupideces que estoy acostumbrado a decir en la cama. Seguro que si, ella no parece una mojigata, me gusta su seguridad, y la sensualidad e irradia. Camino detrás de ella, y me doy cuenta que parezco un jodido perro detrás de unas faldas. Me detengo un momento, hago una mueca clara, que no me es posible ocultar, ninguna mujer me ha puesto en el estado en el que estoy, menos mal no puede escuchar mis pensamientos, sino sería un arma en mi contra, que una mujer sepa que me tiene en su poder, la única y que lo sepa sería muy contraproducente para mi. Para ella un arma, una espada lista para clavar por mi pecho. Dado que no le doy cuentas a nadie, y que no me importa en lo más mínimo cómo me cataloguen desvanezco la mueca y la convierto en una sonrisa cómplice, una absurdamente orgullosa de lo que estoy logrando en ella. ¿Cuántos me envidiarían? Los suficientes para inflar un poco más mi ego.
Me coloco frente a ella. Ahora es más diminuta, pero no por eso menos perfecta, siento que puedo levantarla con un sólo brazo, eso me dará ventaja para poder hacer a mi antojo. Me mantengo de nuevo en silencio para dejar que diga la poesía que acompaña a la tragedia y al placer de la noche. ¡Sigue hablando Amanda! Por que tu voz se puede apagar en cualquier momento, tengo una forma para callarte, y no porque me cansen tus palabras, sino porque deseo apoderarme de esa boca. Suelto una carcajada. ¿Acaso me estaba invitando a desnudarme? De manera sutil o no, cómo fuera no tenía que pedirlo dos veces, ahora sería aquel esclavo complaciente, todo con tal de descubrir también que hay detrás de esas telas. Camino un poco más, lo suficiente para que mi cuerpo "acorrale al suyo", ya que ha detenido el paso. Me inclino hacía adelante, mi nariz está captando el olor de su cabello. Nunca llegué a pensar que incluso el olor de una mujer fuera un imán erótico, pero ella estaba rompiendo con muchas de mis creencias, necesito tomarla en este momento, lo pienso hacer. Su mano en mi pecho, la primera muestra de desnudez próxima la dio ella, así que eso me da pie a hacer lo que deseo, tocarla.
- No necesita hacer conjeturas en su cabeza, mi señora, estoy dispuesto a mostrarle lo que desee de mi, sin atadura alguna - Estoy perdido, perdido en ella. Mi mano se mueve de forma lenta, ahora descansa sobre la suya en la cadera pronunciada de la mujer, de nuevo puedo sentir el frío de su cuerpo emanar, no importa, por muy fría que este voy a lograr que mi calor se vuelva el suyo. Mi otra mano se desliza por la tela, la comienzo a subir de forma lenta, que su piel sienta cómo poco a poco la voy liberando de esas faldas que tiene, y no es que le vaya a quitar la tela, no aún, pero jugar un poco con las prendas viene bien en éste momento. El final de su vestido llegó a mi mano, y puedo mover ahora a mi antojo. Mi pecho se despega un poco, mi rostro se inclina hacía abajo, le sonrió - La textura de piel es incluso más deliciosa que una seda… Seguramente la suya es la más fina de todas - Doblo un poco mis rodillas y mi mano se desliza por la curvatura de su muslo, no tocando esa zona, bajando para con la yema de los dedos tocar la parte trasera de su muslo. En efecto, ella se vuelve cada vez una tentación más grande.
- Estoy para demostrarle que quizás sus palabras se quedan cortas, así cómo mis pensamientos son apenas insignificantes con todo lo que usted conlleva - Le susurro sobre el oído. Mi lengua ahora sale directamente al lóbulo de su oreja, trazando un camino húmedo hasta llegar a su mejilla, la escondo y dejo un beso de la misma manera sobre su mentón. Mi otra mano ya no se encuentra en su cadera, ahora sostiene su rostro. Lo elevo para poder verla, se que en mis ojos se pueden ver llamas, nuestros labios se rozan - Es un placer hacer negocios con usted, Amanda - Repito su nombre simplemente por sentir una necesidad, por las ganas de saberla mía en ese momento. Ladeo el rostro, separo los labios, y capturo los ajenos comenzando un beso apasionado, si ella me detiene sabré que he llegado demasiado lejos, y que deberé respetarla, pero sino, ambos ganamos más que los negocios de piezas antiguas.
La dejo hablar por que su voz me parece un canto dulce, y al mismo tiempo desafiante. Esa mujer sabe que me gustan los elogios, y los sabe decir en el momento correcto, pero sé que no es una mentirosa, los dice por lo que ve, así cómo yo quisiera decirle una infinidad de elogios, aunque los míos serían barbaridades, ¿acaso sería capaz de escuchar la sarta de estupideces que estoy acostumbrado a decir en la cama. Seguro que si, ella no parece una mojigata, me gusta su seguridad, y la sensualidad e irradia. Camino detrás de ella, y me doy cuenta que parezco un jodido perro detrás de unas faldas. Me detengo un momento, hago una mueca clara, que no me es posible ocultar, ninguna mujer me ha puesto en el estado en el que estoy, menos mal no puede escuchar mis pensamientos, sino sería un arma en mi contra, que una mujer sepa que me tiene en su poder, la única y que lo sepa sería muy contraproducente para mi. Para ella un arma, una espada lista para clavar por mi pecho. Dado que no le doy cuentas a nadie, y que no me importa en lo más mínimo cómo me cataloguen desvanezco la mueca y la convierto en una sonrisa cómplice, una absurdamente orgullosa de lo que estoy logrando en ella. ¿Cuántos me envidiarían? Los suficientes para inflar un poco más mi ego.
Me coloco frente a ella. Ahora es más diminuta, pero no por eso menos perfecta, siento que puedo levantarla con un sólo brazo, eso me dará ventaja para poder hacer a mi antojo. Me mantengo de nuevo en silencio para dejar que diga la poesía que acompaña a la tragedia y al placer de la noche. ¡Sigue hablando Amanda! Por que tu voz se puede apagar en cualquier momento, tengo una forma para callarte, y no porque me cansen tus palabras, sino porque deseo apoderarme de esa boca. Suelto una carcajada. ¿Acaso me estaba invitando a desnudarme? De manera sutil o no, cómo fuera no tenía que pedirlo dos veces, ahora sería aquel esclavo complaciente, todo con tal de descubrir también que hay detrás de esas telas. Camino un poco más, lo suficiente para que mi cuerpo "acorrale al suyo", ya que ha detenido el paso. Me inclino hacía adelante, mi nariz está captando el olor de su cabello. Nunca llegué a pensar que incluso el olor de una mujer fuera un imán erótico, pero ella estaba rompiendo con muchas de mis creencias, necesito tomarla en este momento, lo pienso hacer. Su mano en mi pecho, la primera muestra de desnudez próxima la dio ella, así que eso me da pie a hacer lo que deseo, tocarla.
- No necesita hacer conjeturas en su cabeza, mi señora, estoy dispuesto a mostrarle lo que desee de mi, sin atadura alguna - Estoy perdido, perdido en ella. Mi mano se mueve de forma lenta, ahora descansa sobre la suya en la cadera pronunciada de la mujer, de nuevo puedo sentir el frío de su cuerpo emanar, no importa, por muy fría que este voy a lograr que mi calor se vuelva el suyo. Mi otra mano se desliza por la tela, la comienzo a subir de forma lenta, que su piel sienta cómo poco a poco la voy liberando de esas faldas que tiene, y no es que le vaya a quitar la tela, no aún, pero jugar un poco con las prendas viene bien en éste momento. El final de su vestido llegó a mi mano, y puedo mover ahora a mi antojo. Mi pecho se despega un poco, mi rostro se inclina hacía abajo, le sonrió - La textura de piel es incluso más deliciosa que una seda… Seguramente la suya es la más fina de todas - Doblo un poco mis rodillas y mi mano se desliza por la curvatura de su muslo, no tocando esa zona, bajando para con la yema de los dedos tocar la parte trasera de su muslo. En efecto, ella se vuelve cada vez una tentación más grande.
- Estoy para demostrarle que quizás sus palabras se quedan cortas, así cómo mis pensamientos son apenas insignificantes con todo lo que usted conlleva - Le susurro sobre el oído. Mi lengua ahora sale directamente al lóbulo de su oreja, trazando un camino húmedo hasta llegar a su mejilla, la escondo y dejo un beso de la misma manera sobre su mentón. Mi otra mano ya no se encuentra en su cadera, ahora sostiene su rostro. Lo elevo para poder verla, se que en mis ojos se pueden ver llamas, nuestros labios se rozan - Es un placer hacer negocios con usted, Amanda - Repito su nombre simplemente por sentir una necesidad, por las ganas de saberla mía en ese momento. Ladeo el rostro, separo los labios, y capturo los ajenos comenzando un beso apasionado, si ella me detiene sabré que he llegado demasiado lejos, y que deberé respetarla, pero sino, ambos ganamos más que los negocios de piezas antiguas.
Predbjørn Østergård- Humano Clase Alta
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Localización : Paris, Francia
Re: Mi pieza prohibida || Privé|| +18
La sutileza murió, junto a las intenciones veladas y semiocultas tras palabras hermosas, cuando él me acorraló contra la pared, con su cuerpo tan cerca del mío que su calor casi se me contagiaba pese a mi frialdad natural, propia de la naturaleza inmortal que más de un milenio atrás había recibido. Sus manos se colaron bajo mis vestiduras; su boca, su lengua y sus labios se combinaron en movimientos que, de haber sido humana, me habrían puesto la piel de gallina, porque resultaba en todo punto indudable que él sabía lo que se hacía, y dominaba a la perfección todos los movimientos que servían para volver loca a una mujer corriente... mas yo no era una mujer corriente. Sabía jugar a aquella partida que habíamos comenzado, y tenía una experiencia más que innegable en ese campo, que podía considerarme como una auténtica experta a la hora de seducir a alguien como lo estaba haciendo con él, que había sucumbido a mis encantos tan fácilmente como yo lo había hecho a los suyos. Era algo bilateral lo que había sucedido; no había sido únicamente la puesta en práctica de una estrategia militar para conseguir un objetivo de alguien indefenso, sino que el ataque había sido mutuo y el resultado era que los dos nos moríamos por probar la piel del otro, la suya tan ardiente y la mía tan fría que el contraste era, sencillamente, delicioso. Y en el resultado que nos atañía en aquel momento, un intenso beso que no dudé en devolverle y volver aún más apasionado de lo que ya era, sonreí por ser consciente de que la relación que Predbjørn y yo habíamos comenzado sería algo mucho más profundo en todos los sentidos que algo únicamente vinculado a los negocios de mi vida humana y mi papel como mecenas.
Aquello no quería decir, pese a todo, que fuera a dejar que ganara. Mi naturaleza se rebelaba contra la sola idea de alguien tomando el control sobre mí por los resquicios de repulsa que había provocado la esclavitud en mi yo humana, hacía ya tanto tiempo, y por eso no podía dejar que fuera él quien tuviera el control de la situación si es que yo podía decir algo al respecto, y el hecho era que podía... Mi naturaleza más que humana me garantizaba armas para luchar contra una situación como aquella, que no tenía más que reminiscencias de un pasado muy lejano pero que me forzaba a luchar contra ello, más por instinto puro que por una necesidad tácita de hacerlo. La fuerza de la costumbre, y de lo grabado a fuego en mi alma durante un período particularmente convulso de mi existencia, fue lo que al final ganó el pulso, y lo que cuando él se separó para respirar, una desventaja que tenía ser humano a la hora de besar a cualquier otro ser, hizo que volviera a medio sonreír, divertida porque sabía que el final de la situación sería, cuando menos, muy agradable no solamente para mí, sino para él también.
– Solamente espero que este sea el comienzo de una próspera y fructífera relación de negocios, monsieur. – ronroneé, con evidente tono seductor en cierto modo delicado que mis acciones posteriores confirmaron.
Con firmeza, pero con fuerza insuficiente para que no pareciera que no era humana (si bien sospechaba que él era consciente de mi naturaleza, ya fuera de manera explícita o no), utilicé las manos que había apoyado en su pecho para conducirlo hasta uno de los cómodos divanes que decoraban la sala con su elegante tela, decorada hasta la saciedad por la hábil mano de artesanos de renombre. Tras apenas unos pasos, tan escasa era la distancia que nos separaba de esa pieza de mobiliario, él quedó sentado sobre la superficie suave de la pieza y yo aproveché para situarme sobre sus piernas, a horcajadas. La tela del vestido que llevaba, siguiendo el movimiento fluido que mi propio cuerpo había efectuado para terminar en la posición en la que estábamos, decidió, caprichosa, subir y dejar a la vista mis pálidas piernas, firmemente aposentadas a ambos lados de su cuerpo. Una de mis manos subió por su pecho y desabotonó su camisa, únicamente la parte de arriba para que su pecho quedara a la vista con mayor intensidad y la luz de la habitación se reflejara con fulgores dorados en el pecho perfectamente modelado de mi acompañante.
– Nunca rechazo la posibilidad de una demostración empírica, y más cuando el aspecto de dicha demostración es tan... apetitoso como lo es la vuestra. – añadí, mordiéndome el labio inferior con picardía y la perspectiva, en mis palabras, de un mundo de posibilidades infinitas.
No mentía, en realidad, cuando lo que le ofrecía era algo mayor de lo que nunca había probado nunca. Tenía experiencias sobradas de varios vidas, muchas más de las que él jamás podría vivir a no ser que se convirtiera en un vampiro, y por mí no iba a ser ya que yo lo prefería humano, por lo que sólo si se acercaba lo suficiente a mí sería capaz de beber de mi conocimiento, de mi experiencia y, quizá, de mi sangre... Dependía del humor con el que me atrapara. En cualquier caso, aquel momento no estaba pensando en ofrecerle aquel regalo milenario y poderoso que corría por mis venas; en aquel momento, lo único en lo que pensaba era en probar su cuerpo, su cálido y fuerte cuerpo que casi sentía palpitar, lleno de vida, debajo del mío... Era una tentación suprema, el motivo de que quisiera recorrer toda su piel con mis labios, y por eso mismo la primera parada de mi recorrido fue su cuello. Me vi tentada a morderlo cuando pasé los labios sobre su yugular, palpitante y llena de vida, pero me obligué a sustituir cada mordisco que quería darle por un beso, por una caricia llena de sensualidad y por acariciarlo con los dientes sin fuerza, al menos de momento. Al tiempo, mis manos iban desabotonando lentamente su camisa, y en un abrir y cerrar de ojos se vio sin ella, con el torso por fin al descubierto y mi curiosidad por ver qué escondía bajo la tela más cerca de verse satisfecha. Sin atisbo de la delicadeza anterior, casi excesiva, lo cogí del pelo a la altura de la nuca y lo obligué a echar la cabeza hacia atrás para que su cuello me quedara totalmente libre y pudiera intensificar las caricias, que concluyeron en su boca, con un nuevo beso tan intenso como dudaba que nunca lo hubieran besado.
Aquello no quería decir, pese a todo, que fuera a dejar que ganara. Mi naturaleza se rebelaba contra la sola idea de alguien tomando el control sobre mí por los resquicios de repulsa que había provocado la esclavitud en mi yo humana, hacía ya tanto tiempo, y por eso no podía dejar que fuera él quien tuviera el control de la situación si es que yo podía decir algo al respecto, y el hecho era que podía... Mi naturaleza más que humana me garantizaba armas para luchar contra una situación como aquella, que no tenía más que reminiscencias de un pasado muy lejano pero que me forzaba a luchar contra ello, más por instinto puro que por una necesidad tácita de hacerlo. La fuerza de la costumbre, y de lo grabado a fuego en mi alma durante un período particularmente convulso de mi existencia, fue lo que al final ganó el pulso, y lo que cuando él se separó para respirar, una desventaja que tenía ser humano a la hora de besar a cualquier otro ser, hizo que volviera a medio sonreír, divertida porque sabía que el final de la situación sería, cuando menos, muy agradable no solamente para mí, sino para él también.
– Solamente espero que este sea el comienzo de una próspera y fructífera relación de negocios, monsieur. – ronroneé, con evidente tono seductor en cierto modo delicado que mis acciones posteriores confirmaron.
Con firmeza, pero con fuerza insuficiente para que no pareciera que no era humana (si bien sospechaba que él era consciente de mi naturaleza, ya fuera de manera explícita o no), utilicé las manos que había apoyado en su pecho para conducirlo hasta uno de los cómodos divanes que decoraban la sala con su elegante tela, decorada hasta la saciedad por la hábil mano de artesanos de renombre. Tras apenas unos pasos, tan escasa era la distancia que nos separaba de esa pieza de mobiliario, él quedó sentado sobre la superficie suave de la pieza y yo aproveché para situarme sobre sus piernas, a horcajadas. La tela del vestido que llevaba, siguiendo el movimiento fluido que mi propio cuerpo había efectuado para terminar en la posición en la que estábamos, decidió, caprichosa, subir y dejar a la vista mis pálidas piernas, firmemente aposentadas a ambos lados de su cuerpo. Una de mis manos subió por su pecho y desabotonó su camisa, únicamente la parte de arriba para que su pecho quedara a la vista con mayor intensidad y la luz de la habitación se reflejara con fulgores dorados en el pecho perfectamente modelado de mi acompañante.
– Nunca rechazo la posibilidad de una demostración empírica, y más cuando el aspecto de dicha demostración es tan... apetitoso como lo es la vuestra. – añadí, mordiéndome el labio inferior con picardía y la perspectiva, en mis palabras, de un mundo de posibilidades infinitas.
No mentía, en realidad, cuando lo que le ofrecía era algo mayor de lo que nunca había probado nunca. Tenía experiencias sobradas de varios vidas, muchas más de las que él jamás podría vivir a no ser que se convirtiera en un vampiro, y por mí no iba a ser ya que yo lo prefería humano, por lo que sólo si se acercaba lo suficiente a mí sería capaz de beber de mi conocimiento, de mi experiencia y, quizá, de mi sangre... Dependía del humor con el que me atrapara. En cualquier caso, aquel momento no estaba pensando en ofrecerle aquel regalo milenario y poderoso que corría por mis venas; en aquel momento, lo único en lo que pensaba era en probar su cuerpo, su cálido y fuerte cuerpo que casi sentía palpitar, lleno de vida, debajo del mío... Era una tentación suprema, el motivo de que quisiera recorrer toda su piel con mis labios, y por eso mismo la primera parada de mi recorrido fue su cuello. Me vi tentada a morderlo cuando pasé los labios sobre su yugular, palpitante y llena de vida, pero me obligué a sustituir cada mordisco que quería darle por un beso, por una caricia llena de sensualidad y por acariciarlo con los dientes sin fuerza, al menos de momento. Al tiempo, mis manos iban desabotonando lentamente su camisa, y en un abrir y cerrar de ojos se vio sin ella, con el torso por fin al descubierto y mi curiosidad por ver qué escondía bajo la tela más cerca de verse satisfecha. Sin atisbo de la delicadeza anterior, casi excesiva, lo cogí del pelo a la altura de la nuca y lo obligué a echar la cabeza hacia atrás para que su cuello me quedara totalmente libre y pudiera intensificar las caricias, que concluyeron en su boca, con un nuevo beso tan intenso como dudaba que nunca lo hubieran besado.
Invitado- Invitado
Re: Mi pieza prohibida || Privé|| +18
La venta de aquella pieza había hecho de mi noche una de las mejores, sino es que la mejor. Tener a una bella mujer con amplio cocimiento de la historia, con un poder adquisitivo alto, y con ese cuerpo de ensueño, sin duda, no pasaba todos los días, y es por eso que me siento dichoso, pleno y afortunado. A mi edad se supone debo estar casado, amargado al tener una mujer frígida que a olvidado el placer del sexo, seguramente con dos insoportables hijos revoloteando de un lado a otro, desdichado, y ahora, en estos momentos, soy un hombre con libertad, sin necesidad de rendir cuentas a nadie, con el privilegio de haber conocido a una mujer, que de estar casado, como el insoportable de mi hermano me exige, no estaría disfrutando. Me era inevitable pensar en Damien, ese hombre si que debía ser infeliz, con su mujer que está muerta, con una hija que lo odiaba, y para colmo, observando a una negra que le limpia los pisos, y que yo hago lama mis zapatos con su propia lengua. Debe ser desdichado mientras yo gozo, eso es el bonus para la noche, aunque quizás lo podría llevar con unas putas, sólo para fungir una tregua.
Dejar de pensar en mi hermano es la cosa más sencilla, pues Amanda es la reina de la noche, quien puede robar mi aliento incluso sin besarme o tocarme, con una sola mirada suya sé que soy capaz de ponerme de mil colores, y mi miembro tan endurecido, como deseoso de conocer su piel humedecida. No puedo evitar parpadear sorprendido al sentirme guiado por la mujer. Le sonrió con aires triunfales, y me dejó caer en el cómodo diván. Esa mujer encima tiene gustos excelentes, aunque el mueble podría esperar, pues podría tomarla contra la pared, o en su alfombra de seda. Lo que fuera, con ella no puedo poner peros ni restricciones. Mis manos se mueven con rapidez hasta su cintura, la cual tomo con firmeza para darle la seguridad de no caer, no dejaría que mi pieza prohibida cayera, aunque se notaba sabe lo que hace, pues su posición es perfecta. Sus manos comienzan ese juego que estaba tan ansioso, pues la participación que tengo en el es importante, yo le daría el placer carnal, aunque estaba seguro recibiría el doble, lo que buscaría esa noche, es hacerla desear un encuentro nuevo, cómo estaba seguro yo lo buscaría. Amanda no es una mujer de una noche, no es una pieza que se desecha después de apreciarse, ella es la invitación a la adicción perfecta. Al constante consumo.
- No hago descuentos por actividades fuera del comercio - Sonrío de forma burlona, mi mirada se desvía a su escote, odio verlo con prendas aún, pero debo esperar ser paciente, mis ojos siguen bajando, con tranquilidad, hasta captar de nuevo sus piernas. Mis manos bajan de su cintura hasta ellas, pero no se quedan ahí, está vez mueven la tela del vestido, dejando ver un perfecto triángulo de tela, su ropa interior. Me muerdo el labio inferior por inercia ¿Qué sabor tendría Amanda si sus labios eran la gloria? Necesitaba saberlo cuanto antes, pero todo a su tiempo, aunque la paciencia no sea una virtud que me caracteriza, debo serlo, porque se lo que acarrea tenerla. Una de mis manos inquietas se cuela por la parte media de sus piernas, hasta llegar a su intimidad. Paso dos dedos presionando su zona intima. Solo de forma superficial, y después la suelto. Empieza a humedecerse, lo cual es una buena señal y me agrada. Mis manos ahora suben, dispuestos a encontrar su delicada espalda, terminan en los bordes de los listones de su corsé, y los deslizan de forma suave para que no se enreden, pero sé que eso no será suficiente para librarla de la prenda, pues tengo que dar tirones por cada amarre que tenga, y así, perderé un poco de tiempo, que a ella le da ventajas catastróficas sobre mi.
- Amanda… - Y digo su nombre porque me parece lejano, pero está ahí a mi lado, sus besos cortos me hacen cerrar los ojos, el cuello es una de mis zonas más sensibles, la mujer sabe lo que hace, eso es lo que me pone de un humor no tan grato, pues nadie me había manejado de esa forma. Mi debilidad por las mujeres es grande, pero hay de mujeres a, bueno, ella. Niego en mis adentros, pero aunque me moleste como juega conmigo, no evito que lo haga, me gusta el juego que tenemos, y buscaré más. Su beso me toma desprevenido, pero puedo tomar la suficiente cantidad de aire para darle un beso digno, dónde mi lengua sale sin mucha esperar a encontrar la afilada que ella posee, puedo sentir su perfecta dentadura como una cuchilla afilada dispuesta a cerrarse cuando menos lo espero, pero incluso la idea del dolor me parece gratificante. La beso de forma territorial, apasionada, y sin medida alguna, pues estoy consiente que no puedo dejar pasar la oportunidad, y me encanta dejar en claro que es mía, aunque sea sólo por una noche. Mis manos están en su corsé, y han terminado la labor de liberación. Lo dejó caer a un lado, y puedo ver la prenda casi transparente en forma de blusón que se utiliza para los vestidos así, me gusta pues puedo ver más de ella, pero sin tener acceso completo.
Mi erección quiere traspasar la tela del pantalón, estoy seguro que si pudiera, lo abría ya roto, pero sigo siendo un humano, y esas fantasías no ocurren. Me duele tenerlo apretado, pero siento un alivio al sentir la forma de su intimidad sobre él, parece hecha a la perfección para mi, pues se acomoda cómo es debido. Mis manos están inquietas, por los que suben el blusón, y la despojan de la ropa, sólo dejándola con la ropa intima. Ella es tan perfecta, que duele verla, no hay diosa que se le compare, ellas deben estar celosas por ella; la tela comienza a rodar por el piso, no se necesita de ella. Mis manos bajan a sus gluteos, la ventaja de tener manos grandes, es que puedo abarcar gran parte, hago que baje un poco más su cuerpo, y lo vuelvo a subir, ejerciendo un roce, no de esos ligeros, sino pronunciados. Mi boca suelta la suya, y baja por su mentón, por el cuello, pero con facilidad llegan a uno de sus senos, para mi buena suerte, Amanda es voluptuosa, y hay de dónde poder degustar. Suelto una mano de su trasero, y la coloco en su seno izquierdo, dando una caricia suave, pero luego se interrumpe para bajar la tela que cubre al mismo, y mi boca, cual león acechando a su presa, se apodera de la carne, succionando sin mucha sutileza, su pezón.
Dejar de pensar en mi hermano es la cosa más sencilla, pues Amanda es la reina de la noche, quien puede robar mi aliento incluso sin besarme o tocarme, con una sola mirada suya sé que soy capaz de ponerme de mil colores, y mi miembro tan endurecido, como deseoso de conocer su piel humedecida. No puedo evitar parpadear sorprendido al sentirme guiado por la mujer. Le sonrió con aires triunfales, y me dejó caer en el cómodo diván. Esa mujer encima tiene gustos excelentes, aunque el mueble podría esperar, pues podría tomarla contra la pared, o en su alfombra de seda. Lo que fuera, con ella no puedo poner peros ni restricciones. Mis manos se mueven con rapidez hasta su cintura, la cual tomo con firmeza para darle la seguridad de no caer, no dejaría que mi pieza prohibida cayera, aunque se notaba sabe lo que hace, pues su posición es perfecta. Sus manos comienzan ese juego que estaba tan ansioso, pues la participación que tengo en el es importante, yo le daría el placer carnal, aunque estaba seguro recibiría el doble, lo que buscaría esa noche, es hacerla desear un encuentro nuevo, cómo estaba seguro yo lo buscaría. Amanda no es una mujer de una noche, no es una pieza que se desecha después de apreciarse, ella es la invitación a la adicción perfecta. Al constante consumo.
- No hago descuentos por actividades fuera del comercio - Sonrío de forma burlona, mi mirada se desvía a su escote, odio verlo con prendas aún, pero debo esperar ser paciente, mis ojos siguen bajando, con tranquilidad, hasta captar de nuevo sus piernas. Mis manos bajan de su cintura hasta ellas, pero no se quedan ahí, está vez mueven la tela del vestido, dejando ver un perfecto triángulo de tela, su ropa interior. Me muerdo el labio inferior por inercia ¿Qué sabor tendría Amanda si sus labios eran la gloria? Necesitaba saberlo cuanto antes, pero todo a su tiempo, aunque la paciencia no sea una virtud que me caracteriza, debo serlo, porque se lo que acarrea tenerla. Una de mis manos inquietas se cuela por la parte media de sus piernas, hasta llegar a su intimidad. Paso dos dedos presionando su zona intima. Solo de forma superficial, y después la suelto. Empieza a humedecerse, lo cual es una buena señal y me agrada. Mis manos ahora suben, dispuestos a encontrar su delicada espalda, terminan en los bordes de los listones de su corsé, y los deslizan de forma suave para que no se enreden, pero sé que eso no será suficiente para librarla de la prenda, pues tengo que dar tirones por cada amarre que tenga, y así, perderé un poco de tiempo, que a ella le da ventajas catastróficas sobre mi.
- Amanda… - Y digo su nombre porque me parece lejano, pero está ahí a mi lado, sus besos cortos me hacen cerrar los ojos, el cuello es una de mis zonas más sensibles, la mujer sabe lo que hace, eso es lo que me pone de un humor no tan grato, pues nadie me había manejado de esa forma. Mi debilidad por las mujeres es grande, pero hay de mujeres a, bueno, ella. Niego en mis adentros, pero aunque me moleste como juega conmigo, no evito que lo haga, me gusta el juego que tenemos, y buscaré más. Su beso me toma desprevenido, pero puedo tomar la suficiente cantidad de aire para darle un beso digno, dónde mi lengua sale sin mucha esperar a encontrar la afilada que ella posee, puedo sentir su perfecta dentadura como una cuchilla afilada dispuesta a cerrarse cuando menos lo espero, pero incluso la idea del dolor me parece gratificante. La beso de forma territorial, apasionada, y sin medida alguna, pues estoy consiente que no puedo dejar pasar la oportunidad, y me encanta dejar en claro que es mía, aunque sea sólo por una noche. Mis manos están en su corsé, y han terminado la labor de liberación. Lo dejó caer a un lado, y puedo ver la prenda casi transparente en forma de blusón que se utiliza para los vestidos así, me gusta pues puedo ver más de ella, pero sin tener acceso completo.
Mi erección quiere traspasar la tela del pantalón, estoy seguro que si pudiera, lo abría ya roto, pero sigo siendo un humano, y esas fantasías no ocurren. Me duele tenerlo apretado, pero siento un alivio al sentir la forma de su intimidad sobre él, parece hecha a la perfección para mi, pues se acomoda cómo es debido. Mis manos están inquietas, por los que suben el blusón, y la despojan de la ropa, sólo dejándola con la ropa intima. Ella es tan perfecta, que duele verla, no hay diosa que se le compare, ellas deben estar celosas por ella; la tela comienza a rodar por el piso, no se necesita de ella. Mis manos bajan a sus gluteos, la ventaja de tener manos grandes, es que puedo abarcar gran parte, hago que baje un poco más su cuerpo, y lo vuelvo a subir, ejerciendo un roce, no de esos ligeros, sino pronunciados. Mi boca suelta la suya, y baja por su mentón, por el cuello, pero con facilidad llegan a uno de sus senos, para mi buena suerte, Amanda es voluptuosa, y hay de dónde poder degustar. Suelto una mano de su trasero, y la coloco en su seno izquierdo, dando una caricia suave, pero luego se interrumpe para bajar la tela que cubre al mismo, y mi boca, cual león acechando a su presa, se apodera de la carne, succionando sin mucha sutileza, su pezón.
Predbjørn Østergård- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 30/08/2012
Edad : 36
Localización : Paris, Francia
Re: Mi pieza prohibida || Privé|| +18
Para ser un humano, Predbjørn sabía increíblemente bien lo que se hacía, hasta un punto que revelaba, por su parte, una práctica nada desdeñable que había sido la responsable de que sus movimientos tuvieran la efectividad que él deseaba que tuvieran. Si fuera humana, seguramente mi piel a aquellas alturas ardería como un volcán a punto de entrar en erupción, y el rubor habría bañado mis mejillas, alimentado por la sangre que se agolparía debajo de la fina capa llena de terminaciones nerviosas, responsables de que cada una de las sensaciones que él despertaba con un simple roce me volvieran loca. No era humana, no obstante, y pese a que ello pudiera redundar en mi capacidad para manifestar de manera visible que sus caricias tenían efecto sobre mí, mi condición inmortal tenía sus propias ventajas en ese sentido, no ligadas solamente a la experiencia sino también a aspectos como que mi piel magnificaba las sensaciones que me producía y por mucho que no lo pareciera cualquier leve roce de sus manos contra mi cuerpo provocaba, en mí, mayores respuestas que en una humana cualquiera. La diferencia era evidente, tanto que seguramente después de probarme le costaría volver a la normalidad que le ofrecían las vulgares mortales, pero eso era algo con lo que contaba, ya que redundaba en mi favor tenerlo adicto a mí y a mi sabor, sobre todo si realmente se comportaba, a la hora de la verdad, como en lo que llevábamos de preludio estaba enseñándome. Me estaba poniendo las expectativas algo altas, era algo innegable e inevitable, y pese a todo de alguna manera sabía que iba a cumplir con lo que prometía, quizá por el tono que estaba adoptando la situación y porque ya necesitaba morderme la lengua para no jadear con algo tan simple como él succionando uno de mis pezones.
Por supuesto, yo era una criatura rencorosa, al menos lo suficiente para no ser capaz de aceptar una derrota sin devolverle la jugada a quien había resultado ganador, de tal manera que resultaba inevitable que, conmigo, la partida se alargara hasta puntos que en un principio parecerían absolutamente improbables. Ese fue el motivo por el que mi orgullo venció a mis deseos y me mantuve firme, convencida en mi propósito de no ser la primera a la que, figuradamente hablando, le faltara el aliento, puesto que él me estaba provocando lo suficiente para demostrarle hasta qué punto era provechoso que nuestro encuentro se repitiera una, y otra, y otra vez...
– Creo que conmigo no sería del todo contraproducente hacer una excepción, ¿verdad...? – murmuré, a la altura de su oreja, con voz sensual y algo ronca, la única muestra (aparte de la humedad que él mismo había podido comprobar que ya estaba empezando a mostrar) de lo mucho que me afectaba y de lo cerca que estaba de perder el control... Pero aún tenía cierto dominio de mí misma, el suficiente para no abandonarme al salvajismo, así que opté por ser mucho más sutil que lo que todo mi cuerpo me pedía, ya que prefería dejar la falta de control para más adelante, cuando no importara en absoluto lo que hiciéramos puesto que cualquier roce significaría una escalera de ascenso hasta la más alta cuna de los placeres existentes al alcance de cualquiera. Rocé su oreja con los labios, y mordisqueé su lóbulo con suavidad, dejando que mis colmillos simplemente pasearan por la superficie tan sensible que era aquella sin llegar a morderlo. A un tiempo, mis manos se olvidaron de la lentitud y lo libraron de la molesta ropa que le quedaba puesta para que, de aquella manera, estuviéramos en igualdad de condiciones, y lo que vi me gustó...
No me había equivocado respecto a lo que había intuido que se escondía bajo su ropa, eso pude comprobarlo con una mirada rápida hacia su cuerpo, pero decidí obsequiarle con mi interés y mantener los ojos clavados en su piel más segundos de los que realmente eran necesarios, bebiendo de cada uno de sus lunares y de las formas que sus músculos dibujaban en sus brazos, sus piernas y su abdomen. Decir que estaba increíblemente bien formado sería, seguramente, no hacer honor a la realidad de su perfección, una que sólo había visto en aquella magnitud en vampiros, jamás en un humano. Todo él parecía diseñado por un dios caprichoso que quería hacer alguien a su imagen y semejanza, desde la tersa tez que cubría sus hombros hasta su miembro, que se erguía por encima de su cuerpo porque deseaba encontrarse dentro de mí. Esbocé una sonrisa de medio lado, divertida, y sólo entonces mi mirada dejó de barrer su anatomía desnuda y expuesta para clavarse en sus ojos claros, turbios como un lago oscuro por un deseo que seguramente yo expresaba de la misma manera, pese a que no hubiera llegado a decirlo en ningún momento.
– Vaya... ¿Qué más secretos ocultas tan bien como lo que escondían tus ropajes...? – murmuré, segundos antes de volver a buscar sus labios y besarlo con intensidad, como si fuera una necesidad vital hacerlo sin la cual, como me ocurriría si dejaba de alimentarme de la sangre de mis víctimas, perecería sin posibilidad alguna de poder volver a la vida tras una actuación de tales características.
El beso, llegado aquel momento, no era en absoluto suficiente. La visión de su desnudez, igual que la muestra de lo mucho que deseaba mi cuerpo, había conseguido un efecto similar, si bien no tan visible, en el mío, y por eso mismo no pude evitar que mis manos bajaran por su pecho, arañándolo con suavidad para no desgarrar su tierna carne, hasta la altura de su entrepierna. Una vez ahí, aprovechando que las únicas pausas que hacía a la hora de besarlo era para que él respirara, dado que yo no tenía la necesidad de hacerlo, tomé la iniciativa y comencé a acariciarlo, con lentitud tal que podía sentir a la perfección todos mis movimientos y yo podía, a un tiempo, notar que, aunque pareciera mentira, seguía endureciéndose bajo mi mano. Sonreí en sus labios, y un instante después de comenzar a sentirlo mejor volví a bajar de su boca a su cuello, que se me antojaba como una zona particularmente apetitosa... y no solamente por la vena que, con fuerza casi ofensiva, palpitaba bajo mis labios, tentándome a tomar su sangre y no solamente su cuerpo. Fue aquel deseo de sangre el responsable de que mi cuerpo actuara sin que yo lo controlara y me acercara aún más a él, de tal manera que mientras mi mano continuaba su movimiento mis propias caderas siguieron alguna clase de ritmo invisible que solamente ellas conocían, con lo que la fricción entre su virilidad y mi feminidad, aún cubierta por un triángulo de ropa interior que sobraba en aquel momento, se sumaba a la tarea de volvernos a los dos locos... y de hacernos desear un contacto mucho mayor.
Por supuesto, yo era una criatura rencorosa, al menos lo suficiente para no ser capaz de aceptar una derrota sin devolverle la jugada a quien había resultado ganador, de tal manera que resultaba inevitable que, conmigo, la partida se alargara hasta puntos que en un principio parecerían absolutamente improbables. Ese fue el motivo por el que mi orgullo venció a mis deseos y me mantuve firme, convencida en mi propósito de no ser la primera a la que, figuradamente hablando, le faltara el aliento, puesto que él me estaba provocando lo suficiente para demostrarle hasta qué punto era provechoso que nuestro encuentro se repitiera una, y otra, y otra vez...
– Creo que conmigo no sería del todo contraproducente hacer una excepción, ¿verdad...? – murmuré, a la altura de su oreja, con voz sensual y algo ronca, la única muestra (aparte de la humedad que él mismo había podido comprobar que ya estaba empezando a mostrar) de lo mucho que me afectaba y de lo cerca que estaba de perder el control... Pero aún tenía cierto dominio de mí misma, el suficiente para no abandonarme al salvajismo, así que opté por ser mucho más sutil que lo que todo mi cuerpo me pedía, ya que prefería dejar la falta de control para más adelante, cuando no importara en absoluto lo que hiciéramos puesto que cualquier roce significaría una escalera de ascenso hasta la más alta cuna de los placeres existentes al alcance de cualquiera. Rocé su oreja con los labios, y mordisqueé su lóbulo con suavidad, dejando que mis colmillos simplemente pasearan por la superficie tan sensible que era aquella sin llegar a morderlo. A un tiempo, mis manos se olvidaron de la lentitud y lo libraron de la molesta ropa que le quedaba puesta para que, de aquella manera, estuviéramos en igualdad de condiciones, y lo que vi me gustó...
No me había equivocado respecto a lo que había intuido que se escondía bajo su ropa, eso pude comprobarlo con una mirada rápida hacia su cuerpo, pero decidí obsequiarle con mi interés y mantener los ojos clavados en su piel más segundos de los que realmente eran necesarios, bebiendo de cada uno de sus lunares y de las formas que sus músculos dibujaban en sus brazos, sus piernas y su abdomen. Decir que estaba increíblemente bien formado sería, seguramente, no hacer honor a la realidad de su perfección, una que sólo había visto en aquella magnitud en vampiros, jamás en un humano. Todo él parecía diseñado por un dios caprichoso que quería hacer alguien a su imagen y semejanza, desde la tersa tez que cubría sus hombros hasta su miembro, que se erguía por encima de su cuerpo porque deseaba encontrarse dentro de mí. Esbocé una sonrisa de medio lado, divertida, y sólo entonces mi mirada dejó de barrer su anatomía desnuda y expuesta para clavarse en sus ojos claros, turbios como un lago oscuro por un deseo que seguramente yo expresaba de la misma manera, pese a que no hubiera llegado a decirlo en ningún momento.
– Vaya... ¿Qué más secretos ocultas tan bien como lo que escondían tus ropajes...? – murmuré, segundos antes de volver a buscar sus labios y besarlo con intensidad, como si fuera una necesidad vital hacerlo sin la cual, como me ocurriría si dejaba de alimentarme de la sangre de mis víctimas, perecería sin posibilidad alguna de poder volver a la vida tras una actuación de tales características.
El beso, llegado aquel momento, no era en absoluto suficiente. La visión de su desnudez, igual que la muestra de lo mucho que deseaba mi cuerpo, había conseguido un efecto similar, si bien no tan visible, en el mío, y por eso mismo no pude evitar que mis manos bajaran por su pecho, arañándolo con suavidad para no desgarrar su tierna carne, hasta la altura de su entrepierna. Una vez ahí, aprovechando que las únicas pausas que hacía a la hora de besarlo era para que él respirara, dado que yo no tenía la necesidad de hacerlo, tomé la iniciativa y comencé a acariciarlo, con lentitud tal que podía sentir a la perfección todos mis movimientos y yo podía, a un tiempo, notar que, aunque pareciera mentira, seguía endureciéndose bajo mi mano. Sonreí en sus labios, y un instante después de comenzar a sentirlo mejor volví a bajar de su boca a su cuello, que se me antojaba como una zona particularmente apetitosa... y no solamente por la vena que, con fuerza casi ofensiva, palpitaba bajo mis labios, tentándome a tomar su sangre y no solamente su cuerpo. Fue aquel deseo de sangre el responsable de que mi cuerpo actuara sin que yo lo controlara y me acercara aún más a él, de tal manera que mientras mi mano continuaba su movimiento mis propias caderas siguieron alguna clase de ritmo invisible que solamente ellas conocían, con lo que la fricción entre su virilidad y mi feminidad, aún cubierta por un triángulo de ropa interior que sobraba en aquel momento, se sumaba a la tarea de volvernos a los dos locos... y de hacernos desear un contacto mucho mayor.
Invitado- Invitado
Re: Mi pieza prohibida || Privé|| +18
Amanda había tocado un punto muy importante en mi, la mujer me miraba con apreciación, lo cual hacían que mi orgullo se fortaleciera, eso hacía que mi vanidad se creyera ganadora del momento. No niego lo que soy, un hombre que disfruta hacer caer en mi cama a cualquier mujer por su belleza, porque incluso los hombres disfrutamos de humillar a los otros. Que una diosa reconozca tu atractivo son puntos extras que no se pueden desperdiciar. Ella me está ganando de muchas maneras, aunque estoy consciente que él que debe ganársela soy yo, no puedo sentir otra cosa más que esa. Pues es una mujer con demasiadas cualidades. Su belleza, su buen gusto, su inteligencia, su hermoso cuerpo, y ahora su buen manejo de palabras, la elevan, la quita de cualquier comparación con alguna otra mujer. Amanda simplemente es Amanda, y nadie, absolutamente nadie llegaría a igualarla, o a imitarla, nada se compara con ella, ni siquiera en otros mundos, si existían, podrían competir con ella. Mi pecho no se infla simplemente por el ejercicio físico, también lo hace por la soberbia que recorre en éste momento por mi interior. Pocas noches son completamente prometedoras, algunas simplemente se limitan a revolcones, y huidas de cama, pero está noche será diferente, estoy demasiado seguro de ello. La anfitriona lo confirmaba.
La habilidad de sus manos es notable, no pongo resistencia alguna al despojo de mis ropajes, no puede darme vergüenza el mostrar mi cuerpo, toda mi vida he trabajado en él, ¿por qué ocultar algo que el ser humano más desea ver? Reglas estúpidas de la sociedad, y yo siempre me encargo de romperlas. Le sonríe de medio lado, pero no me atrevo a romper la burbuja que acaba de formar el sonido erótico de su voz. Quisiera que hablara más, que dijera mi nombre entre susurros cómplices, ella es excitante, incluso su voz sería capaz de ponerme tan rígido cómo ahorita, pero no me conformo con una voz, necesito su cuerpo frío, delicioso y ahora húmedo. ¿Por qué tengo que aplazar el deseo si puedo tenerlo ahora? No me va demasiado eso de los juegos previos, si me dan ganas de hacerlo, lo hago, aunque claro, puedo hacerlo no sólo una vez, esa es la gran ventaja. El ejercicio, mi buena alimentación, y mi adicción a los vicios, y ahora a Amanda, me darán buena jugada está noche, al menos lo suficiente para dejarla satisfecha si mis sospechas son ciertas. No me voy a quedar con las ganas de averiguar si es o no es una vampiresa, aunque no soy tonto, mi entrenamiento, y mi vida clandestina me dan armas para casi afirmar mis sospechas, sólo esperaré a que ella misma me lo afirme. ¿Qué se sentirá una mordida de vampiro? Quizás hoy lo compruebe.
Respondo a sus besos de forma fogosa, necesito de su boca helada para poder sentirme un poco más completo. Mi lengua se mete sin permiso en la cavidad bucal ajena, acaricio con la misma incluso el paladar de la mujer, y se termina enredando en la lengua ajena sin ni siquiera pedir consentimiento, porque no lo necesito desde que me dejó acariciar su pierna. Succiono de forma morbosa su lengua, tragándome cómo un hombre sediento en medio de un desierto su bendita saliva. Es mi noche, mi oportunidad para hacer con ella lo que yo quiera, y para que ella haga conmigo lo que mejor le parezca. Me gusta siempre llevar las riendas de la situación, las mujeres siempre terminan cediendo, volviéndose completamente sumisas, pero está mujer, no, estoy seguro, completamente seguro que le encanta llevar las riendas tanto como yo, será sin duda, una guerra entre las sabanas; gruño con fuerza al sentir sus manos heladas en mi miembro, mi reacción automática es echar el cuerpo hacía atrás por el contraste de temperaturas, pero es tan delicioso su contacto que comienzo a mover la pelvis para sentir cómo su mano es la causante de mi erección, del crecimiento del miembro, porque me gusta cómo se siente una masturbada proveniente de sus manos.
- ¿Quieres acaso que termine en tu mano, mujer? - Le gruño, intento hablar entre besos, pero me es imposible, sumada la respiración agitada que ahora poseo, debo evitar mostrar más estúpidos rasgos de mi humanidad. Yo no me pienso quedar tranquilo - ¿Acaso la dama quiere que se lo haga encima del sofá? ¿Del piano? Usted escoja, de igual manera pienso entrar en usted - Le aclaro, porque no pienso quedarme a medias, pero si ella desea un lugar en especifico, entonces se lo daría. Las anfitrionas siempre buscaran la comodidad del invitado, pero está vez soy yo quien decide si le doy la comodidad o no a mi anfitriona. Mis manos que estrujan sus glúteos, ahora los sostienen con mucha más fuerza, se van deslizando por sus muslos, pero ejerzo fuerza para levantar sus piernas, necesito el peso de su cuerpo en mi cintura, lo bueno de Amanda es que no pesa demasiado, me parece ligera como una pluma, quizás sea la fuerza que poseo. Ya que la tengo en esa posición, una de mis manos se coloca en la mitad de sus glúteos, cargándola con mucha fuerza, no la pienso dejar caer. La otra de sus manos separan un poco su pecho del mío, y su abdomen del propio, me dejan la distancia correcta para aquello que quiero hacer. Es una verdadera pena que su masturbación hacía mi haya sido interrumpida, pero necesito darle placer suficiente a ella, está en juego mi hombría con eso.
- Sintamos un poco tú humedad, mi bella Amanda - La mano que estaba ocasionando el distanciamiento, se cuela jugando un poco con su vientre, dando caricias con la yema de los dedos, pero no resisto mucho tiempo. El dedo indice junto con el medio, se cuelan dentro de su pequeña y fina ropa interior, llegan hasta esa zona dónde hay una pequeña y fina capa de vello, este no los retiene, al contrario, deja que mis dedos se escabullan hasta su palpitante intimidad. Primero con el dedo indice reconozco todo el terrero, desde el inicio de su sexo hasta el final de aquel recorrido que quiere empezar uno más profundo. Paso mis dedos de forma sumamente superficial. Mis labios ya están separados de los suyos, ahora la observo a los ojos de forma profunda. Estoy seguro ella sabe a lo que voy. Introduzco mis dos dedos de forma busca por su intimidad, comenzando una simulada penetración. No sé, ni me interesa saber cuantos hombres han estado con ella, lo que si noto, es que es sumamente estrecha, cosa que agradecerá mi miembro cuando sea abrazado por sus paredes vaginales. Estiro el dedo pulgar, buscando el botón que la hará retorcerse entre mis brazos, lo acaricio, lo comienzo a presionar de forma insistente, sin perder el ritmo de mis dedos - ¿A dónde te llevo? - Vuelvo a preguntar antes de tomar de forma posesiva sus labios.
La habilidad de sus manos es notable, no pongo resistencia alguna al despojo de mis ropajes, no puede darme vergüenza el mostrar mi cuerpo, toda mi vida he trabajado en él, ¿por qué ocultar algo que el ser humano más desea ver? Reglas estúpidas de la sociedad, y yo siempre me encargo de romperlas. Le sonríe de medio lado, pero no me atrevo a romper la burbuja que acaba de formar el sonido erótico de su voz. Quisiera que hablara más, que dijera mi nombre entre susurros cómplices, ella es excitante, incluso su voz sería capaz de ponerme tan rígido cómo ahorita, pero no me conformo con una voz, necesito su cuerpo frío, delicioso y ahora húmedo. ¿Por qué tengo que aplazar el deseo si puedo tenerlo ahora? No me va demasiado eso de los juegos previos, si me dan ganas de hacerlo, lo hago, aunque claro, puedo hacerlo no sólo una vez, esa es la gran ventaja. El ejercicio, mi buena alimentación, y mi adicción a los vicios, y ahora a Amanda, me darán buena jugada está noche, al menos lo suficiente para dejarla satisfecha si mis sospechas son ciertas. No me voy a quedar con las ganas de averiguar si es o no es una vampiresa, aunque no soy tonto, mi entrenamiento, y mi vida clandestina me dan armas para casi afirmar mis sospechas, sólo esperaré a que ella misma me lo afirme. ¿Qué se sentirá una mordida de vampiro? Quizás hoy lo compruebe.
Respondo a sus besos de forma fogosa, necesito de su boca helada para poder sentirme un poco más completo. Mi lengua se mete sin permiso en la cavidad bucal ajena, acaricio con la misma incluso el paladar de la mujer, y se termina enredando en la lengua ajena sin ni siquiera pedir consentimiento, porque no lo necesito desde que me dejó acariciar su pierna. Succiono de forma morbosa su lengua, tragándome cómo un hombre sediento en medio de un desierto su bendita saliva. Es mi noche, mi oportunidad para hacer con ella lo que yo quiera, y para que ella haga conmigo lo que mejor le parezca. Me gusta siempre llevar las riendas de la situación, las mujeres siempre terminan cediendo, volviéndose completamente sumisas, pero está mujer, no, estoy seguro, completamente seguro que le encanta llevar las riendas tanto como yo, será sin duda, una guerra entre las sabanas; gruño con fuerza al sentir sus manos heladas en mi miembro, mi reacción automática es echar el cuerpo hacía atrás por el contraste de temperaturas, pero es tan delicioso su contacto que comienzo a mover la pelvis para sentir cómo su mano es la causante de mi erección, del crecimiento del miembro, porque me gusta cómo se siente una masturbada proveniente de sus manos.
- ¿Quieres acaso que termine en tu mano, mujer? - Le gruño, intento hablar entre besos, pero me es imposible, sumada la respiración agitada que ahora poseo, debo evitar mostrar más estúpidos rasgos de mi humanidad. Yo no me pienso quedar tranquilo - ¿Acaso la dama quiere que se lo haga encima del sofá? ¿Del piano? Usted escoja, de igual manera pienso entrar en usted - Le aclaro, porque no pienso quedarme a medias, pero si ella desea un lugar en especifico, entonces se lo daría. Las anfitrionas siempre buscaran la comodidad del invitado, pero está vez soy yo quien decide si le doy la comodidad o no a mi anfitriona. Mis manos que estrujan sus glúteos, ahora los sostienen con mucha más fuerza, se van deslizando por sus muslos, pero ejerzo fuerza para levantar sus piernas, necesito el peso de su cuerpo en mi cintura, lo bueno de Amanda es que no pesa demasiado, me parece ligera como una pluma, quizás sea la fuerza que poseo. Ya que la tengo en esa posición, una de mis manos se coloca en la mitad de sus glúteos, cargándola con mucha fuerza, no la pienso dejar caer. La otra de sus manos separan un poco su pecho del mío, y su abdomen del propio, me dejan la distancia correcta para aquello que quiero hacer. Es una verdadera pena que su masturbación hacía mi haya sido interrumpida, pero necesito darle placer suficiente a ella, está en juego mi hombría con eso.
- Sintamos un poco tú humedad, mi bella Amanda - La mano que estaba ocasionando el distanciamiento, se cuela jugando un poco con su vientre, dando caricias con la yema de los dedos, pero no resisto mucho tiempo. El dedo indice junto con el medio, se cuelan dentro de su pequeña y fina ropa interior, llegan hasta esa zona dónde hay una pequeña y fina capa de vello, este no los retiene, al contrario, deja que mis dedos se escabullan hasta su palpitante intimidad. Primero con el dedo indice reconozco todo el terrero, desde el inicio de su sexo hasta el final de aquel recorrido que quiere empezar uno más profundo. Paso mis dedos de forma sumamente superficial. Mis labios ya están separados de los suyos, ahora la observo a los ojos de forma profunda. Estoy seguro ella sabe a lo que voy. Introduzco mis dos dedos de forma busca por su intimidad, comenzando una simulada penetración. No sé, ni me interesa saber cuantos hombres han estado con ella, lo que si noto, es que es sumamente estrecha, cosa que agradecerá mi miembro cuando sea abrazado por sus paredes vaginales. Estiro el dedo pulgar, buscando el botón que la hará retorcerse entre mis brazos, lo acaricio, lo comienzo a presionar de forma insistente, sin perder el ritmo de mis dedos - ¿A dónde te llevo? - Vuelvo a preguntar antes de tomar de forma posesiva sus labios.
Predbjørn Østergård- Humano Clase Alta
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Re: Mi pieza prohibida || Privé|| +18
Cada roce suyo era como una escalera dirigida a un placer casi ilimitado, la promesa de algo que no haría sino mejorar a medida que abandonáramos las pocas inhibiciones que aún nos quedaran vivas, pero de cuyos resquicios nos estábamos encargando con las caricias que nos entregábamos. Mi experiencia era notable, eso nadie me lo podía negar tras más de un milenio de vida, pero él... El fuego de su juventud ardía tan intensamente como el de su lujuria, comparable a la mía; el calor de su cuerpo, que se extendía por cada poro de su piel, era casi contagioso, y únicamente mi naturaleza inmortal impedía que la cercanía nos hiciera romper a arder en cualquier momento, algo que cada simple contacto parecía querer sugerir. Pero nada de eso importaba, ni tan siquiera nos preocupaba, ya que él tenía la capacidad de hacerme olvidar todo lo que podía llegar a pensar para centrarme simplemente en seguir los senderos que los casi escalofríos de goce recorrían por mi piel y tratar de provocar, en él, las mismas sensaciones que me apresaban y me moldeaban a su antojo. Mi propia naturaleza ayudaba a que me abandonara como lo estaba haciendo, en realidad; presa como siempre era de los placeres carnales y de todo aquello que produjera algún tipo de sensación agradable, ya fuera física o mentalmente, el cariz de impulsividad que no me había abandonado en todo el tiempo que llevaba vida parecía haber aumentado hasta su máximo exponente con él, que era capaz con sus más que acertados movimientos de despertarlo.
Lo único que pude hacer en cuanto él comenzó a adentrarse en mi intimidad fue clavarle las uñas en la espalda y dibujar surcos en la zona de sus hombros que como vías rojizas marcaban el sendero que estaban trazando mis dedos. En un primer momento, sus movimientos me habrían dejado sin respiración de haber necesitado el aire para vivir, pero pronto todo lo que hacía, aunque agradable, resultó insuficiente, tanto para mí como para él. Los jadeos que se me escapaban de los labios entreabiertos, que depositaba además en su oreja, dieron paso a una risa divertida y susurrante, sensual, que servía de respuesta a su comentario, o que al menos lo hizo en un primer momento.
– Llévame al infierno, Predbjørn... – murmuré, y entonces su oreja fue el siguiente depositario de mis atenciones, a base de caricias que, igual que mis movimientos, eran suaves, sugerentes, sobre todo tentativos, porque estaba dejando que fuera él quien tomara las riendas y comprendiera la indirecta que le había dicho o, más bien, dejado entrever: sus dedos no eran suficiente, y necesitaba más, exactamente igual que lo hacía él, hasta que perdiéramos totalmente la noción de todo lo que éramos y simplemente nos convirtiéramos en dos entidades carnales que necesitaban sentirse, que anhelaban hacerlo porque era casi algo vital.
Quería, pese a todo, que fuera él quien me sorprendiera y tomara un instante las riendas de la situación, ya que dada la posición en la que nos encontrábamos terminaría haciéndolo yo y quería hacerlo en cuanto él me hubiera demostrado de qué pasta estaba hecho. Sabía que al final no dudaría en seguir los impulsos de su cuerpo, que en la situación en la que nos encontrábamos marcaban claramente una dirección determinada, la misma que su miembro reflejaba, pero también era posible que se hiciera de rogar, así que lo ayudaría, dado que eso redundaba en nuestro mutuo beneficio. Bajé las uñas por su pecho, marcándolo apenas de pasada y durante un instante, que era lo que tardaban los arañazos en irse, y seguí el contorno de sus músculos hasta que llegué a sus manos y las aparte de mí, lo cual me permitió volver a sentarme a horcajadas sobre él y que no existiera apenas distancia entre nosotros que impidiera la insana fricción de nuestros cuerpos, que aumentaba con cada uno de mis movimientos. Aquello era, más que cualquier otra cosa, un juego, una simple provocación que a los dos nos volvía locos por continuar con lo que teníamos entre manos, ya no literalmente, pero sí en un sentido más figurado, y en ese sentido tenerme a mí de compañera carnal podía resultar una tortura para él, puesto que al final siempre terminaba consiguiendo lo que quería, por mucho que eso supusiera testar al límite su capacidad para resistir la tentación.
– ¿Quieres acaso que termine en tu mano, hombre? – ronroneé, con tono divertido que sustituía al burlesco que, normalmente, habría acompañado a una imitación como la que acababa de hacer de él. No le di tiempo, no obstante, a recriminarme nada, puesto que después de mis palabras besé sus labios con intensidad y volví a subir las manos por su pecho hasta su espalda, donde me aferré a él con las uñas pero, aún, con suavidad... No era el momento de abusar de mi fuerza y dejarle marcas que no podrían borrarse, y más cuando aún éramos presos de la fricción que provocaba cada uno de nuestros movimientos, una que por fin terminó por convencerlo para que llevara una mano a su virilidad y que, por fin, entrara en mi interior. Hinqué las uñas en su espalda con fuerza cuando lo sentí dentro de mí, y no pude evitar que se me escapara un intenso gemido de placer, aunque eso no fue suficiente para que dejara de moverme, ya que por la posición era mi turno de poner en práctica mis habilidades. Primero lenta y sensualmente pero, después, con más velocidad, danzaba casi sobre él, de tal manera que cada contacto era pleno y profundo y nos acercaba a los dos cada vez más al éxtasis. Además, no contenta con ello, había bajado mis labios a su cuello y lo recorría a base de suaves mordiscos y caricias que, a medida que aumentaba el ritmo, también crecían en intensidad, de tal manera que su espalda no era la única enrojecida por la pasión que compartíamos, sino que también lo era su blanquísimo cuello, tan apetitoso como el resto de él.
Lo único que pude hacer en cuanto él comenzó a adentrarse en mi intimidad fue clavarle las uñas en la espalda y dibujar surcos en la zona de sus hombros que como vías rojizas marcaban el sendero que estaban trazando mis dedos. En un primer momento, sus movimientos me habrían dejado sin respiración de haber necesitado el aire para vivir, pero pronto todo lo que hacía, aunque agradable, resultó insuficiente, tanto para mí como para él. Los jadeos que se me escapaban de los labios entreabiertos, que depositaba además en su oreja, dieron paso a una risa divertida y susurrante, sensual, que servía de respuesta a su comentario, o que al menos lo hizo en un primer momento.
– Llévame al infierno, Predbjørn... – murmuré, y entonces su oreja fue el siguiente depositario de mis atenciones, a base de caricias que, igual que mis movimientos, eran suaves, sugerentes, sobre todo tentativos, porque estaba dejando que fuera él quien tomara las riendas y comprendiera la indirecta que le había dicho o, más bien, dejado entrever: sus dedos no eran suficiente, y necesitaba más, exactamente igual que lo hacía él, hasta que perdiéramos totalmente la noción de todo lo que éramos y simplemente nos convirtiéramos en dos entidades carnales que necesitaban sentirse, que anhelaban hacerlo porque era casi algo vital.
Quería, pese a todo, que fuera él quien me sorprendiera y tomara un instante las riendas de la situación, ya que dada la posición en la que nos encontrábamos terminaría haciéndolo yo y quería hacerlo en cuanto él me hubiera demostrado de qué pasta estaba hecho. Sabía que al final no dudaría en seguir los impulsos de su cuerpo, que en la situación en la que nos encontrábamos marcaban claramente una dirección determinada, la misma que su miembro reflejaba, pero también era posible que se hiciera de rogar, así que lo ayudaría, dado que eso redundaba en nuestro mutuo beneficio. Bajé las uñas por su pecho, marcándolo apenas de pasada y durante un instante, que era lo que tardaban los arañazos en irse, y seguí el contorno de sus músculos hasta que llegué a sus manos y las aparte de mí, lo cual me permitió volver a sentarme a horcajadas sobre él y que no existiera apenas distancia entre nosotros que impidiera la insana fricción de nuestros cuerpos, que aumentaba con cada uno de mis movimientos. Aquello era, más que cualquier otra cosa, un juego, una simple provocación que a los dos nos volvía locos por continuar con lo que teníamos entre manos, ya no literalmente, pero sí en un sentido más figurado, y en ese sentido tenerme a mí de compañera carnal podía resultar una tortura para él, puesto que al final siempre terminaba consiguiendo lo que quería, por mucho que eso supusiera testar al límite su capacidad para resistir la tentación.
– ¿Quieres acaso que termine en tu mano, hombre? – ronroneé, con tono divertido que sustituía al burlesco que, normalmente, habría acompañado a una imitación como la que acababa de hacer de él. No le di tiempo, no obstante, a recriminarme nada, puesto que después de mis palabras besé sus labios con intensidad y volví a subir las manos por su pecho hasta su espalda, donde me aferré a él con las uñas pero, aún, con suavidad... No era el momento de abusar de mi fuerza y dejarle marcas que no podrían borrarse, y más cuando aún éramos presos de la fricción que provocaba cada uno de nuestros movimientos, una que por fin terminó por convencerlo para que llevara una mano a su virilidad y que, por fin, entrara en mi interior. Hinqué las uñas en su espalda con fuerza cuando lo sentí dentro de mí, y no pude evitar que se me escapara un intenso gemido de placer, aunque eso no fue suficiente para que dejara de moverme, ya que por la posición era mi turno de poner en práctica mis habilidades. Primero lenta y sensualmente pero, después, con más velocidad, danzaba casi sobre él, de tal manera que cada contacto era pleno y profundo y nos acercaba a los dos cada vez más al éxtasis. Además, no contenta con ello, había bajado mis labios a su cuello y lo recorría a base de suaves mordiscos y caricias que, a medida que aumentaba el ritmo, también crecían en intensidad, de tal manera que su espalda no era la única enrojecida por la pasión que compartíamos, sino que también lo era su blanquísimo cuello, tan apetitoso como el resto de él.
Invitado- Invitado
Re: Mi pieza prohibida || Privé|| +18
¿Pero quien se queja del sexo? Ah si, la aburrida iglesia lo nombra como un pecado muy grave si se emplea fuera del matrimonio. Seguramente ya estoy en el infierno sólo porque en mis pensamientos está la forma de follar con más de una mujer todos los días, no voy a misa, no me interesa asistir, vendo esclavos, y los que no son también, organizo peleas clandestinas, robo figuras emblemáticas del arte obteniendo muy buen precio, maltrato de forma psicológica a mi hermano, a su criada, y a todo aquel que me rodea. ¡Soy de lo peor! ¡El hombre más jodido de todos ante los ojos de la sociedad y la iglesia! Pero claro, eso poco me importa, pues a pesar de quebrantar "tantas reglas", tengo premios, muy grandes, riquezas, contactos, poder, y mujeres a las cuales tirarme a diestra y siniestra, algunas de ellas están tan necesitadas porque alguien le abra las piernas que ni siquiera debo pagar por ellas, me gusta generalizarlas a todas para que me odien mientras las folle, a todas las mujeres les encanta sentirse especiales, únicas, irremplazables, pero la realidad es que todas son iguales, o al menos la gran mayoría, del cien por ciento que he conocido, solo el cero punto cero dos por ciento son aquellas dignas que marcan la diferencia, hacen que sienta menos desprecio, que decida no mirarlas como seres inferiores, porque me dejan callado con cachetadas de guante blanco.
Amanda es sin duda la mujer que representa ese porcentaje en mi escala, que si pusiéramos una mesa de apuestas, todos iríamos a su favor, sin excepción alguna estaríamos derretidos a sus pies, en lo personal nunca he pensado que una mujer upe robarme tanto el aliento, pero sin duda lo existe, ella de principio a fin, es tan perfecta, desde que curvilínea figura, hasta sus carnosos labios, desde las hondas de sus cabellos hasta su magnifico intelecto. ¡Ella no era un ser inferior! Ella tenía todo el permiso de imponerse, de hacerse ver y resaltar, alabada sea, bendita sea, y premiado debería estar ese al cual se le ha ocurrido convertirla, ahora la estoy saboreando de la mejor manera. Puedo sentir su intimidad mojada bajo mi mano, incluso el liquido que lubrica su intimidad está frío. Quizás para cualquiera aquello podría ser completamente alarmante, pues bien se sabe que el miembro de un hombre con lo frío se suele contraer, por mi parte aquello es lo contrario, me encuentro demasiado excitado, el calor de mi cuerpo es suficiente para poder resistir aquello, además las fricciones ayudarían, encima ella era más fuego en el placer que hielo, apenas llevábamos poco del encuentro y yo deseaba poder probar toda su experiencia. Se que estoy maldito, pero no me importa, pues la maldición ella me la da.
Tuerzo la sonrisa cuando la escucho romper el silencio. ¿Para qué llevarla? No, no, estábamos en él, ¿no estaba notando que los dos estamos ardiendo? Pero vaya vampiresa, me quiere exprimir por lo visto, no me quejo, por el contrario yo me dejo hacer lo que ella gusta; estoy frunciendo el ceño con fuerza, lo noto por la presión que mi rostro ejerce en el momento, mis labios se separan en una perfecta "O", aquella mujer disfruta de lo rudo por lo visto, no me quejo, por el contrario, es una lastima que solo soy un simple humano, porque de ser algo más estaría listo para estamparla contra la pared, darle con rudeza, y hacer que incluso su residencia tiemble por nuestro acto. Me quejo por la forma en que sus uñas se clavan en mi espalda, en mis hombros, es un ardor que me hace soltar gruñidos, jadeos, quejidos, pero que poco a poco me dejan mostrar una mezcla de placer. Las mujeres siempre resultan hacerse las mojigatas, la que quieren todo de forma suave, dulce o con amor, pero al final todas tienen una puta escondida, que se necesita saber sacar. Amanda ¿Decirle puta? ¿Sería una ofensa para ella? No lo era para nada, pero el juego salvaje de las palabras suele estimular también mis sentidos. Mejor me quedo con el salvajismo falto de palabras, ya con el tiempo conocería lo que desea en la cama.
- Puedes terminar en mi mano, en mi boca, o en mi miembro, Amanda, me da igual, sólo quiero que goces tanto como lo estoy haciendo yo - ¡Pero que delicia! La mujer se ha sentado en mi miembro sin ni siquiera tener un error en la dirección. Tal como mis dedos lo notaron, ahora mi falo es quien se da cuenta de una cosa, es tan estrecha que me cuesta trabajo seguir entrando en ella. Me acerco a su boca, ahora soy yo quien succiona su labio inferior, lo tomo con los dientes, mi lengua inquieta se está aventurando en su boca, su saliva es deliciosa, no he tomado nunca algo tan refrescante, tan dulce, tan sabroso, me estoy perdiendo en el deseo que me da Amanda, en el placer irreal. Sus movimientos de caderas parecen el zigzag de una serpiente, demasiado estético, erótico, y magnético ¡Joder! Si pudiera me quedo para siempre en este estado, feliz me quedo de volverme su esclavo, de sangre, de sexo, lo que ella quiera con tal de experimentar siempre lo que me da. Una mano mira baja, se coloca en su cadera, mis dedos se cierran en la misma, la agarro con firmeza, la otra se aventura a su seno, con un dedo doy un golpecito en su pezón endurecido, es tan deliciosa.
- Estamos en el infierno, Amanda ¿No lo ves? Tu eres el pecado hecho carne… - Murmuro con la voz notablemente alterada, además no me interesa si me salgo del papel perfecto. Mi pelvis se mueve con más rudeza, la mano que se encuentra en su pezón le da varios pellizcos más, luego de eso tomo por completo la carne apretujando con fuerza, me encanta es tan suave y tersa, pero no puedo seguir así, la bajo para colocarla en la parte de la cadera libre, la sostengo con fuerza sin dejar de moverla, es tan ligera que puedo subirla, bajarla por completo, hago que el movimiento sea tan brusco, tan tosco que está a punto de salirse mi miembro de su interior, pero la hago caer por completo, de nuevo, haciendo que se entierre todo mi ser en lo más escondido de su cuerpo. Mis gemidos se vuelven continuos, constantes. Mi cuerpo muestra que estoy haciendo ejercicio, pues el sudor reluce dejando una fina capa brillante en mis músculos, busco su boca para hundir mi lengua en ella, ¡ella me hará terminar pronto maldita sea!, pero no me importa, sigo con el movimiento fuerte, preciso, y rápido.
Amanda es sin duda la mujer que representa ese porcentaje en mi escala, que si pusiéramos una mesa de apuestas, todos iríamos a su favor, sin excepción alguna estaríamos derretidos a sus pies, en lo personal nunca he pensado que una mujer upe robarme tanto el aliento, pero sin duda lo existe, ella de principio a fin, es tan perfecta, desde que curvilínea figura, hasta sus carnosos labios, desde las hondas de sus cabellos hasta su magnifico intelecto. ¡Ella no era un ser inferior! Ella tenía todo el permiso de imponerse, de hacerse ver y resaltar, alabada sea, bendita sea, y premiado debería estar ese al cual se le ha ocurrido convertirla, ahora la estoy saboreando de la mejor manera. Puedo sentir su intimidad mojada bajo mi mano, incluso el liquido que lubrica su intimidad está frío. Quizás para cualquiera aquello podría ser completamente alarmante, pues bien se sabe que el miembro de un hombre con lo frío se suele contraer, por mi parte aquello es lo contrario, me encuentro demasiado excitado, el calor de mi cuerpo es suficiente para poder resistir aquello, además las fricciones ayudarían, encima ella era más fuego en el placer que hielo, apenas llevábamos poco del encuentro y yo deseaba poder probar toda su experiencia. Se que estoy maldito, pero no me importa, pues la maldición ella me la da.
Tuerzo la sonrisa cuando la escucho romper el silencio. ¿Para qué llevarla? No, no, estábamos en él, ¿no estaba notando que los dos estamos ardiendo? Pero vaya vampiresa, me quiere exprimir por lo visto, no me quejo, por el contrario yo me dejo hacer lo que ella gusta; estoy frunciendo el ceño con fuerza, lo noto por la presión que mi rostro ejerce en el momento, mis labios se separan en una perfecta "O", aquella mujer disfruta de lo rudo por lo visto, no me quejo, por el contrario, es una lastima que solo soy un simple humano, porque de ser algo más estaría listo para estamparla contra la pared, darle con rudeza, y hacer que incluso su residencia tiemble por nuestro acto. Me quejo por la forma en que sus uñas se clavan en mi espalda, en mis hombros, es un ardor que me hace soltar gruñidos, jadeos, quejidos, pero que poco a poco me dejan mostrar una mezcla de placer. Las mujeres siempre resultan hacerse las mojigatas, la que quieren todo de forma suave, dulce o con amor, pero al final todas tienen una puta escondida, que se necesita saber sacar. Amanda ¿Decirle puta? ¿Sería una ofensa para ella? No lo era para nada, pero el juego salvaje de las palabras suele estimular también mis sentidos. Mejor me quedo con el salvajismo falto de palabras, ya con el tiempo conocería lo que desea en la cama.
- Puedes terminar en mi mano, en mi boca, o en mi miembro, Amanda, me da igual, sólo quiero que goces tanto como lo estoy haciendo yo - ¡Pero que delicia! La mujer se ha sentado en mi miembro sin ni siquiera tener un error en la dirección. Tal como mis dedos lo notaron, ahora mi falo es quien se da cuenta de una cosa, es tan estrecha que me cuesta trabajo seguir entrando en ella. Me acerco a su boca, ahora soy yo quien succiona su labio inferior, lo tomo con los dientes, mi lengua inquieta se está aventurando en su boca, su saliva es deliciosa, no he tomado nunca algo tan refrescante, tan dulce, tan sabroso, me estoy perdiendo en el deseo que me da Amanda, en el placer irreal. Sus movimientos de caderas parecen el zigzag de una serpiente, demasiado estético, erótico, y magnético ¡Joder! Si pudiera me quedo para siempre en este estado, feliz me quedo de volverme su esclavo, de sangre, de sexo, lo que ella quiera con tal de experimentar siempre lo que me da. Una mano mira baja, se coloca en su cadera, mis dedos se cierran en la misma, la agarro con firmeza, la otra se aventura a su seno, con un dedo doy un golpecito en su pezón endurecido, es tan deliciosa.
- Estamos en el infierno, Amanda ¿No lo ves? Tu eres el pecado hecho carne… - Murmuro con la voz notablemente alterada, además no me interesa si me salgo del papel perfecto. Mi pelvis se mueve con más rudeza, la mano que se encuentra en su pezón le da varios pellizcos más, luego de eso tomo por completo la carne apretujando con fuerza, me encanta es tan suave y tersa, pero no puedo seguir así, la bajo para colocarla en la parte de la cadera libre, la sostengo con fuerza sin dejar de moverla, es tan ligera que puedo subirla, bajarla por completo, hago que el movimiento sea tan brusco, tan tosco que está a punto de salirse mi miembro de su interior, pero la hago caer por completo, de nuevo, haciendo que se entierre todo mi ser en lo más escondido de su cuerpo. Mis gemidos se vuelven continuos, constantes. Mi cuerpo muestra que estoy haciendo ejercicio, pues el sudor reluce dejando una fina capa brillante en mis músculos, busco su boca para hundir mi lengua en ella, ¡ella me hará terminar pronto maldita sea!, pero no me importa, sigo con el movimiento fuerte, preciso, y rápido.
Predbjørn Østergård- Humano Clase Alta
- Mensajes : 133
Fecha de inscripción : 30/08/2012
Edad : 36
Localización : Paris, Francia
Re: Mi pieza prohibida || Privé|| +18
Si todos los ideólogos medievales levantaran la cabeza y vieran lo que estábamos haciendo él y yo seguramente estarían de acuerdo en que aquello era el infierno, y nosotros no podíamos ser humanos sino que sólo podíamos ser un íncubo y un súcubo dando rienda suelta a sus naturalezas contaminadas por la caída de Lucifer en desgracia simplemente por su orgullo. Pero no había orgullo en nuestro acto, sólo lujuria ante los ojos fríos e inertes de la estatua que nos había unido y que, contra todo pronóstico, era la causante de que estuviéramos tal y como estábamos en aquel momento: en sublime frenesí. Resultaba difícil pensar en algo que no fueran sus movimientos o incluso el roce voluntario y buscado por él de nuestras pieles, las dos tan pálidas y tan distintas en cuanto a su temperatura; resultaba, incluso, difícil controlar mis impulsos, no los más bajos, más bien los más vampíricos. Había llegado a un límite tal de pérdida de control, por el que mis movimientos estaban tan desatados como las sensaciones que recorrían mi cuerpo a través de mi espina dorsal, que el escaso autocontrol que había sido capaz de acumular antes se había ido al traste y tenía la garganta seca, no por los gemidos, sino por la sed.
Sus venas palpitaban en su cuello de manera casi obscena, tan acelerada como sus movimientos o los latidos de su corazón desenfrenado, y yo sabía que por mucho que el placer fuera tan intenso no alcanzaría el clímax a no ser que lo probara. Anhelaba su sangre tanto como deseaba su cuerpo, y la necesidad vital de que él continuara con sus movimientos y no se separara era ahora casi tan fuerte como el ansia de probar la sustancia que fundaba sus movimientos, que su corazón extendía por su cuerpo y que escondía bajo su piel. Daba muestras de ello en sus mejillas enrojecidas, y también en las marcas de las heridas que le había hecho y que amenazaban ponerse a sangrar en cualquier momento, si es que no lo hacían ya. Su olor, presente por toda la habitación, era un afrodisíaco tan intenso que no pude evitarlo, sencillamente estaba fuera de mis capacidades hacerlo, y clavé los colmillos en la zona de blanda piel de la base de su cuello. Como una explosión, a un tiempo el clímax llegó a mí junto al torrente de sangre que penetró en mis labios y mojó mi garganta tan seca que casi estaba dolorida. Apenas bebí un trago, y ni siquiera había abierto una vena de la que el flujo se escapara demasiado rápidamente, pero fue suficiente para que la cumbre del placer fuera de las más intensas que había alcanzado en los últimos tiempos... y con un humano, nada menos.
Predbjørn Østergård se había ganado aún más, si cabía, mi favor. Pese a que hubiera realizado el pago de una manera tan carnal, mi deseo de él no concluía en aquel momento, sino que crecía más a medida que los últimos ramalazos de calor y de placer puro se extendían por mis ingles. Su sangre, que ahora era tan presente en el aire que respirar suponía de una manera o de otra alimentarme de él, era también un motivo por el que deseaba continuar, con un afán que incluso a mí me sorprendía, de nuevo porque era un simple humano. ¿Por qué un mortal tenía tanto poder sobre mi cuerpo? No era de esas vampiresas a las que la fragilidad de un cuerpo humano lograba encenderlas e inflamar sus instintos más bajos; al contrario, sobre todo solía disfrutar de los encuentros carnales con los vampiros, que podían ser capaces de llevar un ritmo mayor y mucho más intenso sin correr peligro alguno. La fragilidad solía echarme para atrás, además, pero en aquel instante era lo contrario... Quizá se trataba del afrodisíaco de la sangre derramada, de compartir el flujo al tiempo que compartía la intencionalidad carnal, pero la cuestión era que la intensidad de aquel clímax había sido incluso sorprendente, al menos para mí, y me hizo no pensar.
Yo era bastante dada a guiarme por mis impulsos desde mi época humana, incluso cuando había sido una esclava. Eso, que en una posición de sumisión respecto a un señor podía acarrear problemas, ahora que la señora era yo significaba que podía hacer lo que me viniera en gana. Las tornas se habían dado la vuelta, en aquel sentido, y yo hice, como una especie de broma interna, que también giraran nuestras posiciones en aquel sofá para que él quedara encima de mí y fuera, por un instante, quien decidiera el ritmo. Era un hecho que odiaba someterme a la autoridad de nadie que no fuera yo, del mismo modo que siempre tendía a quitarme de encima cualquier cadena que trataran de imponerme para coartar mi libertad, obtenida con el esfuerzo de los siglos, pero cuando se trataba de encuentros impúdicos, ¿qué podía decir? Había algo sumamente sensual en un cuerpo encima del tuyo, en que cada movimiento implique una deliciosa fricción de la que no se puede escapar y, sobre todo, de la obligación de mantener la vista fija en los ojos de tu acompañante, a no ser que estuviera ocupada mirando otros atributos. La única situación en la que admitía algo de sumisión era esa, y ni siquiera lo hacía en exceso, porque el deseo tan acuciante me obligaba a acariciar su pecho con más bien poca suavidad.
– Dicen que el nombre de las diablesas que seducen a los varones y los obligan a yacer con ellas es súcubo... También dicen que Lilith, la madre de todos los demonios, actúa como un súcubo por las noches, no deja salir a aquellos a quienes atrapa de sus brazos apasionados. Me temo, Predbjørn, que me has convertido en Lilith y que tú eres mi presa esta noche... – susurré, en su oído, y aunque él no lo viera sonriendo. La alusión al infierno y al mundo bíblico no podía ser más apropiada en aquel momento. Con mis cabellos claros, en alguna ocasión me habían identificado con Lilith los eclesiásticos, especialmente aquellos que sabían de la cultura judía y no solamente de la cristiana, así que el asunto, además de mucha correlación con la realidad, tenía incluso su punto de gracia, aunque él no lo sabía. Lo único de lo que Predbjørn era consciente era de que, bajo él, estaba yo, recorriendo su cuerpo con mis manos de nuevo y buscando despertarlo una vez más para que se convirtiera en mi elegido, al menos de aquella noche. ¿Quién iba a decir que bajo una reunión de negocios se escondía el potencial de que la noche terminara de una manera tan... fructífera? Si eso se convertía en costumbre, desde luego yo estaba más que encantada de volver a tratar con él todas las veces que fueran necesarias, ya que el resultado no podía ser ni siquiera un poco mejor.
Sus venas palpitaban en su cuello de manera casi obscena, tan acelerada como sus movimientos o los latidos de su corazón desenfrenado, y yo sabía que por mucho que el placer fuera tan intenso no alcanzaría el clímax a no ser que lo probara. Anhelaba su sangre tanto como deseaba su cuerpo, y la necesidad vital de que él continuara con sus movimientos y no se separara era ahora casi tan fuerte como el ansia de probar la sustancia que fundaba sus movimientos, que su corazón extendía por su cuerpo y que escondía bajo su piel. Daba muestras de ello en sus mejillas enrojecidas, y también en las marcas de las heridas que le había hecho y que amenazaban ponerse a sangrar en cualquier momento, si es que no lo hacían ya. Su olor, presente por toda la habitación, era un afrodisíaco tan intenso que no pude evitarlo, sencillamente estaba fuera de mis capacidades hacerlo, y clavé los colmillos en la zona de blanda piel de la base de su cuello. Como una explosión, a un tiempo el clímax llegó a mí junto al torrente de sangre que penetró en mis labios y mojó mi garganta tan seca que casi estaba dolorida. Apenas bebí un trago, y ni siquiera había abierto una vena de la que el flujo se escapara demasiado rápidamente, pero fue suficiente para que la cumbre del placer fuera de las más intensas que había alcanzado en los últimos tiempos... y con un humano, nada menos.
Predbjørn Østergård se había ganado aún más, si cabía, mi favor. Pese a que hubiera realizado el pago de una manera tan carnal, mi deseo de él no concluía en aquel momento, sino que crecía más a medida que los últimos ramalazos de calor y de placer puro se extendían por mis ingles. Su sangre, que ahora era tan presente en el aire que respirar suponía de una manera o de otra alimentarme de él, era también un motivo por el que deseaba continuar, con un afán que incluso a mí me sorprendía, de nuevo porque era un simple humano. ¿Por qué un mortal tenía tanto poder sobre mi cuerpo? No era de esas vampiresas a las que la fragilidad de un cuerpo humano lograba encenderlas e inflamar sus instintos más bajos; al contrario, sobre todo solía disfrutar de los encuentros carnales con los vampiros, que podían ser capaces de llevar un ritmo mayor y mucho más intenso sin correr peligro alguno. La fragilidad solía echarme para atrás, además, pero en aquel instante era lo contrario... Quizá se trataba del afrodisíaco de la sangre derramada, de compartir el flujo al tiempo que compartía la intencionalidad carnal, pero la cuestión era que la intensidad de aquel clímax había sido incluso sorprendente, al menos para mí, y me hizo no pensar.
Yo era bastante dada a guiarme por mis impulsos desde mi época humana, incluso cuando había sido una esclava. Eso, que en una posición de sumisión respecto a un señor podía acarrear problemas, ahora que la señora era yo significaba que podía hacer lo que me viniera en gana. Las tornas se habían dado la vuelta, en aquel sentido, y yo hice, como una especie de broma interna, que también giraran nuestras posiciones en aquel sofá para que él quedara encima de mí y fuera, por un instante, quien decidiera el ritmo. Era un hecho que odiaba someterme a la autoridad de nadie que no fuera yo, del mismo modo que siempre tendía a quitarme de encima cualquier cadena que trataran de imponerme para coartar mi libertad, obtenida con el esfuerzo de los siglos, pero cuando se trataba de encuentros impúdicos, ¿qué podía decir? Había algo sumamente sensual en un cuerpo encima del tuyo, en que cada movimiento implique una deliciosa fricción de la que no se puede escapar y, sobre todo, de la obligación de mantener la vista fija en los ojos de tu acompañante, a no ser que estuviera ocupada mirando otros atributos. La única situación en la que admitía algo de sumisión era esa, y ni siquiera lo hacía en exceso, porque el deseo tan acuciante me obligaba a acariciar su pecho con más bien poca suavidad.
– Dicen que el nombre de las diablesas que seducen a los varones y los obligan a yacer con ellas es súcubo... También dicen que Lilith, la madre de todos los demonios, actúa como un súcubo por las noches, no deja salir a aquellos a quienes atrapa de sus brazos apasionados. Me temo, Predbjørn, que me has convertido en Lilith y que tú eres mi presa esta noche... – susurré, en su oído, y aunque él no lo viera sonriendo. La alusión al infierno y al mundo bíblico no podía ser más apropiada en aquel momento. Con mis cabellos claros, en alguna ocasión me habían identificado con Lilith los eclesiásticos, especialmente aquellos que sabían de la cultura judía y no solamente de la cristiana, así que el asunto, además de mucha correlación con la realidad, tenía incluso su punto de gracia, aunque él no lo sabía. Lo único de lo que Predbjørn era consciente era de que, bajo él, estaba yo, recorriendo su cuerpo con mis manos de nuevo y buscando despertarlo una vez más para que se convirtiera en mi elegido, al menos de aquella noche. ¿Quién iba a decir que bajo una reunión de negocios se escondía el potencial de que la noche terminara de una manera tan... fructífera? Si eso se convertía en costumbre, desde luego yo estaba más que encantada de volver a tratar con él todas las veces que fueran necesarias, ya que el resultado no podía ser ni siquiera un poco mejor.
Invitado- Invitado
Re: Mi pieza prohibida || Privé|| +18
Mis movimientos se hicieron más fuertes, lo sabía, no quedaba mucho tiempo para que mi corriente se fuera por completo de mi cuerpo para que ella lo recibiera deseosa. ¡Maldita sea! Debo sentirme orgulloso, pues he aguantado más de lo que estoy seguro algún humano puede resistir ante semejante mujer, pero es inevitable, una especie de decepción me alberga por necesitar sentir el placer más prolongado. Eso pasa, es el efecto Amanda ¿Qué puedo hacer ante eso? Mis manos toman con mucha más fuerza su cintura, la elevo y la dejo caer sobre mi miembro con violencia, sin importar que pueda llegar a lastimar mi endurecimiento. Ella es precisa, perfecta como nadie, sé que el montarme no le costará nada. Sus dientes en mi piel me producen una especie de escalofrío, uno que me pone la piel de gallina, como dicen por ahí. Cierra los ojos con fuerza, y sin poder evitarlo me corro completamente en ella, dejando que mi semilla la llene, que incluso salva un poco más. Admito que es la primera vez que mis testículos sienten que van a reventar, pero me aguanto en su momento, valió la pena la espera, fue tan delicioso, siento mi cuerpo agradecer el estar sentado. Ella es fuego en medio de una tormenta de nieve.
Mis ojos permanecen cerrados por unos momentos, mientras tomo grandes bocanas de aire para poner normalizar mi respiración. Gracias al infierno que desde joven hago mucho ejercicio, sino seguramente habría sufrido un infarto por la gran energía que he desgastado. Ahora busco su mirada, le sonrío, no con ternura, ¡Bah! Esas estupideces cursis y sentimentales no van conmigo. Le sonrío de forma cómplice, y lujuriosa, porque ambos estamos consientes que esto no va a terminar así. Amanda es la criatura menos tonta existente en el planeta, incluso si hubiera vida en otros estoy seguro lo es. Ella no va a mezclar sentimentalismos baratos en esto que son simples negocios. Me muerdo el labio inferior con fuerza, y en un abrir y cerrar de ojos me encuentro frente a ella, de forma cómoda debo aclarar, pues la mujer no es huesuda, por el contrario, tiene carne, deliciosa carne desde sus piernas, sus caderas, su senos perfectos. No parece una muerta en vida, se ve más jodidámente viva que cualquier otra maldita humana obsesionada con su peso y la estética. Normas sociales absurdas y asquerosas que no me dejan disfrutar de un cuerpo voluptuoso a gusto, pero el de ella, ¡Dios me ha premiado! Si es que existe claro, y ya que hablamos del infierno.
- Lilith - Mencione con una sonrisa sarcástica en el rostro - Lilith no deja vivos a los humanos después de un encuentro carnal, ¿qué clase de esclavo vicioso sería yo? Oh si, con una reina de ese tipo me denominaría su ciervo Asmodeus, ese que se encuentra dentro del circulo de la lujuria ¿no lo cree? Yo la tomará mi reina como si más leal esclavo, quien no se queja, por el contrario, viene de rodillas por clavar su cuerpo, por poder adorarla - Inevitablemente puedo sentir su aroma, ella no huele a muerto como muchos creen erróneamente que los vampiros huelen, por el contrario, es lujuria y vicios mezclados a la perfección. Mis dos manos se encuentran recargadas en aquel sillón, pero una de ellas carga rápidamente con todo el peso porque ahora necesito volver a sentir su piel tersa. Las yemas de mis dedos gozan el contacto que general, yo siento que no resisto más, y evidentemente mi falo poco a poco va creciendo, es tan sencillo con esa mujer. Sonrío de medio lado porque no hay otra manera de hacerlo, suspiró profundamente, el cansancio de la corrida ya pasó, simplemente la observo en silencio, la adoro a mis adentros, por ella si pondría un altar.
- ¿Cuántas veces le han dicho lo hermosa que es, mi reina? - Las últimas dos palabras incluso las arrastro, las hago captarse con claridad, que quede completamente entendido lo que es para mi. Bajo lentamente mi cabeza hasta poder hundirla en el puente que tiene entre sus senos. Doy un beso suave pero no solo eso, también mis diente pellizcan esa zona, jalo poco a poco la piel blanca, no importa, ella no tendría molestias, menos enrojecimiento, y estoy más que seguro que el "salvajismo" o la "violencia" que yo puedo ofrecerle no es nada a lo que ella puede manejar. Aspiro de nuevo su piel para separarme un poco, mi lengua, viciosa e inquieta sale de entre mis labios para probar de nuevo su piel, ahora es una mezcla de su escénica con mi sudor, es perfecto, porque ella lo es, y porque yo también lo soy. ¡Soy ególatra! Todos lo saben, me enorgullezco de serlo, y no me importa tocar el tema pues se lo que soy, y lo que valgo ¡Por algo estoy con Amanda! Ella se nota es refina con sus gustos. Por fin mi lengua encuentra un afortunado amigo, el pezón endurecido al cual rodeo con la misma presiono con fuerza la lengua en aquella zona y mis dientes ahora acompañan para tirar con cierta violencia de ellos.
- Que delicia - Comento con el pezón entre mis dientes, ahora son mis labios los que se unen y succiono con fuerza. Mi falo se encuentra en su entrada, ejerciendo cierta presión, un roce especial que me esta volviendo loco, necesito tomarla de nuevo, ¡voy a tomarla de nuevo! No me importa nada más que eso, bajo una de mis manos a mi miembro para acomodarlo en su entrada, la volteo a ver a los ojos, como esperando una señal para que me de permiso de poder volver a ser uno con ella. Si la reían no da permiso, el ciervo tiene que aguantarse. Ni más ni menos. Puedo verlo, ella también lo desea, dejo que la punta se adentre, mis manos van de nuevo a su tan conocida ahora y preciosa cintura, me sostengo con firmeza y mis rodillas me van a ayudar a moverme con fuerza. Suelto rápidamente su cintura para acomodar sus piernas en sus hombros, debemos darle un poco de fuerza al asunto. Sin previo aviso ya muevo mi pelvis con fuerza para meterme por completo y de una en ella. Mi boca esta ansiosa, haberle cortado tan rápido el estar consintiendo uno de sus senos la puso de malas, si, como todo yo. Mis movimientos incrementan, y simplemente es hora de gozar.
Mis ojos permanecen cerrados por unos momentos, mientras tomo grandes bocanas de aire para poner normalizar mi respiración. Gracias al infierno que desde joven hago mucho ejercicio, sino seguramente habría sufrido un infarto por la gran energía que he desgastado. Ahora busco su mirada, le sonrío, no con ternura, ¡Bah! Esas estupideces cursis y sentimentales no van conmigo. Le sonrío de forma cómplice, y lujuriosa, porque ambos estamos consientes que esto no va a terminar así. Amanda es la criatura menos tonta existente en el planeta, incluso si hubiera vida en otros estoy seguro lo es. Ella no va a mezclar sentimentalismos baratos en esto que son simples negocios. Me muerdo el labio inferior con fuerza, y en un abrir y cerrar de ojos me encuentro frente a ella, de forma cómoda debo aclarar, pues la mujer no es huesuda, por el contrario, tiene carne, deliciosa carne desde sus piernas, sus caderas, su senos perfectos. No parece una muerta en vida, se ve más jodidámente viva que cualquier otra maldita humana obsesionada con su peso y la estética. Normas sociales absurdas y asquerosas que no me dejan disfrutar de un cuerpo voluptuoso a gusto, pero el de ella, ¡Dios me ha premiado! Si es que existe claro, y ya que hablamos del infierno.
- Lilith - Mencione con una sonrisa sarcástica en el rostro - Lilith no deja vivos a los humanos después de un encuentro carnal, ¿qué clase de esclavo vicioso sería yo? Oh si, con una reina de ese tipo me denominaría su ciervo Asmodeus, ese que se encuentra dentro del circulo de la lujuria ¿no lo cree? Yo la tomará mi reina como si más leal esclavo, quien no se queja, por el contrario, viene de rodillas por clavar su cuerpo, por poder adorarla - Inevitablemente puedo sentir su aroma, ella no huele a muerto como muchos creen erróneamente que los vampiros huelen, por el contrario, es lujuria y vicios mezclados a la perfección. Mis dos manos se encuentran recargadas en aquel sillón, pero una de ellas carga rápidamente con todo el peso porque ahora necesito volver a sentir su piel tersa. Las yemas de mis dedos gozan el contacto que general, yo siento que no resisto más, y evidentemente mi falo poco a poco va creciendo, es tan sencillo con esa mujer. Sonrío de medio lado porque no hay otra manera de hacerlo, suspiró profundamente, el cansancio de la corrida ya pasó, simplemente la observo en silencio, la adoro a mis adentros, por ella si pondría un altar.
- ¿Cuántas veces le han dicho lo hermosa que es, mi reina? - Las últimas dos palabras incluso las arrastro, las hago captarse con claridad, que quede completamente entendido lo que es para mi. Bajo lentamente mi cabeza hasta poder hundirla en el puente que tiene entre sus senos. Doy un beso suave pero no solo eso, también mis diente pellizcan esa zona, jalo poco a poco la piel blanca, no importa, ella no tendría molestias, menos enrojecimiento, y estoy más que seguro que el "salvajismo" o la "violencia" que yo puedo ofrecerle no es nada a lo que ella puede manejar. Aspiro de nuevo su piel para separarme un poco, mi lengua, viciosa e inquieta sale de entre mis labios para probar de nuevo su piel, ahora es una mezcla de su escénica con mi sudor, es perfecto, porque ella lo es, y porque yo también lo soy. ¡Soy ególatra! Todos lo saben, me enorgullezco de serlo, y no me importa tocar el tema pues se lo que soy, y lo que valgo ¡Por algo estoy con Amanda! Ella se nota es refina con sus gustos. Por fin mi lengua encuentra un afortunado amigo, el pezón endurecido al cual rodeo con la misma presiono con fuerza la lengua en aquella zona y mis dientes ahora acompañan para tirar con cierta violencia de ellos.
- Que delicia - Comento con el pezón entre mis dientes, ahora son mis labios los que se unen y succiono con fuerza. Mi falo se encuentra en su entrada, ejerciendo cierta presión, un roce especial que me esta volviendo loco, necesito tomarla de nuevo, ¡voy a tomarla de nuevo! No me importa nada más que eso, bajo una de mis manos a mi miembro para acomodarlo en su entrada, la volteo a ver a los ojos, como esperando una señal para que me de permiso de poder volver a ser uno con ella. Si la reían no da permiso, el ciervo tiene que aguantarse. Ni más ni menos. Puedo verlo, ella también lo desea, dejo que la punta se adentre, mis manos van de nuevo a su tan conocida ahora y preciosa cintura, me sostengo con firmeza y mis rodillas me van a ayudar a moverme con fuerza. Suelto rápidamente su cintura para acomodar sus piernas en sus hombros, debemos darle un poco de fuerza al asunto. Sin previo aviso ya muevo mi pelvis con fuerza para meterme por completo y de una en ella. Mi boca esta ansiosa, haberle cortado tan rápido el estar consintiendo uno de sus senos la puso de malas, si, como todo yo. Mis movimientos incrementan, y simplemente es hora de gozar.
Predbjørn Østergård- Humano Clase Alta
- Mensajes : 133
Fecha de inscripción : 30/08/2012
Edad : 36
Localización : Paris, Francia
Re: Mi pieza prohibida || Privé|| +18
Un hombre como él, con apariencia, comportamiento y habilidades de libertino, sabía perfectamente qué palabras debía decir para conseguir a cualquier mujer y arrastrarla hasta su lecho para compartir una noche de pasión desenfrenada, y lo que solía ser habitual es que ella tuviera poco o nada que decir al respecto porque había sido apresada por las redes de un cazador experto, alguien que sabía más del ejercicio de la caza que ella y que no había sino cumplido su voluntad. La diferencia con aquella situación era que yo, depredadora no solamente en lo vampírico, también sabía qué palabras utilizar para dominar a los hombres, o para causar el efecto que deseara en ellos, ya que había tenido siglos para pulir mis habilidades con la práctica y la experiencia en miles de sujetos. Por eso, pese a que él pudiera estar acostumbrado a que fueran otras quienes se sometían a él, resultaba un cambio interesante que él tuviera algo de razón en su labia, sobre todo en su manera de aplicarla al referirse a mí como su reina, ya que no solamente hacía referencia a mi título, adquirido por un matrimonio que ni siquiera había consumado y que estaba ignorando deliberadamente en aquel instante, sino porque, por una noche, yo me había convertido en su diosa, la figura que adoraría al pie del altar y de la que jamás podría tener suficiente... Yo, y solamente yo, era su monarca, la que estaba permitiéndole alcanzar un mayor éxtasis que en toda su escasa existencia, pero no iba a mentir diciendo que el placer era únicamente suyo, puesto que no lo era. Hedonista como me habían considerado algunos, y lujuriosa como yo sabía que lo era, no aceptaría ninguna situación que no redundara, de una manera o de otra, en mi favor, y ¿aquella? Aquella era una en la que los dos resultábamos beneficiados, tanto en el intercambio de mercancías como en el físico.
– Incontables, Asmodeus, pero pocas lo han hecho con la misma pasión que tú estás demostrando... – mi voz apenas fue un susurro, audible por la cercanía que estábamos compartiendo y gracias a la cual él estaba sobre mí, además de que, al final, terminó convirtiéndose en un jadeo no disimulado. ¿Por qué debía hacerlo? Era más que evidente que, desde que lo había comenzado a catar, el disfrute había sido de los dos, y no únicamente suyo, propio de alguien que ignora el “sagrado” matrimonio. El mío era una farsa, una treta fallida de Dragos por controlarme que había conseguido exactamente lo contrario, y ni a Predbjørn ni a mí nos importaba, en absoluto, aferrarnos a algo que no era válido de ninguna manera, sobre todo cuando teníamos literalmente entre manos cosas mejores a las que sujetarnos, como lo era el cuerpo del otro, una auténtica delicia de movimientos rápidos, placenteros, profundos e intensos. Mentir sería un insulto a la situación, una estupidez que no estaba dispuesta a cometer, y por eso me mostraba tan dispuesta como realmente lo estaba, presa de un placer que me encadenaba y que en numerosas ocasiones incluso regía mi vida, como lo era en aquella, gracias a un hombre que, quizá, en otra ocasión no hubiera catado de aquella manera. La diferencia de nuevo radicaba en las circunstancias, que solían ser las encargadas de cambiarlo todo absolutamente a su paso y de modificar radicalmente algo que, de no estar motivado por ciertos detalles, sería lo contrario a lo que se imaginaba. Lo que me importaba, no obstante, no era ya lo que había motivado la situación, sino el suceso per se y sobre todo cómo se estaba llevando a cabo, que era de la manera más placentera posible.
A falta de tela a la que sujetar para demostrar el increíble placer que me estaba recorriendo, a oleadas que parecían sujetas al impulso que crea un tsnumani, aproveché el momento en el que volvió a inclinarse sobre mí para que su piel se convirtiera, de nuevo, en mi lienzo. Su infinita blancura, mancillada por las heridas que ya le había provocado, era un aliciente tal que pronto la marfileña superficie tan similar en coloración a la mía, pero tan distinta en suavidad e incluso temperatura, se vio de nuevo sometida a los envites que, a juego con su ritmo profundamente intenso y rápido, iban marcándola. Los surcos rojizos que iban dibujando mis uñas en su musculosa espalda, que parecía estar diseñada especialmente para su disfrute y para aferrarse a ella, se convirtió en una suerte de salvavidas cuando me aferré a ella con fuerza, pero no la suficiente para provocarle dolor, sino, en todo caso, doloroso placer. Sus movimientos ya eran salvajes, sólo venían dados por la pasión y la intensidad de un momento que, como todos los anteriores, iban destinados a conducirnos a los dos a un clímax que parecía ser, aun sin catarlo todavía, increíblemente intenso. Quizá fue eso, o quizá simplemente se trató de la expectativa, que hacía del placer algo aún más fuerte, lo que me estaba haciendo moverme sensualmente contra él, contrarrestando de algún modo sus movimientos y sumando a la ecuación una cantidad aún mayor de disfrute. Sin duda, sí que fue la combinación de ambos lo que nos condujo a una nueva explosión, similar a la de la pólvora en una pistola, pero absolutamente diferente en cuanto a sus efectos, puesto que simplemente se trató de un orgasmo, si es que se podía tildar de simple a algo tan intenso que, si hubiera sido humana, me habría dejado sin respiración.
– Incontables, Asmodeus, pero pocas lo han hecho con la misma pasión que tú estás demostrando... – mi voz apenas fue un susurro, audible por la cercanía que estábamos compartiendo y gracias a la cual él estaba sobre mí, además de que, al final, terminó convirtiéndose en un jadeo no disimulado. ¿Por qué debía hacerlo? Era más que evidente que, desde que lo había comenzado a catar, el disfrute había sido de los dos, y no únicamente suyo, propio de alguien que ignora el “sagrado” matrimonio. El mío era una farsa, una treta fallida de Dragos por controlarme que había conseguido exactamente lo contrario, y ni a Predbjørn ni a mí nos importaba, en absoluto, aferrarnos a algo que no era válido de ninguna manera, sobre todo cuando teníamos literalmente entre manos cosas mejores a las que sujetarnos, como lo era el cuerpo del otro, una auténtica delicia de movimientos rápidos, placenteros, profundos e intensos. Mentir sería un insulto a la situación, una estupidez que no estaba dispuesta a cometer, y por eso me mostraba tan dispuesta como realmente lo estaba, presa de un placer que me encadenaba y que en numerosas ocasiones incluso regía mi vida, como lo era en aquella, gracias a un hombre que, quizá, en otra ocasión no hubiera catado de aquella manera. La diferencia de nuevo radicaba en las circunstancias, que solían ser las encargadas de cambiarlo todo absolutamente a su paso y de modificar radicalmente algo que, de no estar motivado por ciertos detalles, sería lo contrario a lo que se imaginaba. Lo que me importaba, no obstante, no era ya lo que había motivado la situación, sino el suceso per se y sobre todo cómo se estaba llevando a cabo, que era de la manera más placentera posible.
A falta de tela a la que sujetar para demostrar el increíble placer que me estaba recorriendo, a oleadas que parecían sujetas al impulso que crea un tsnumani, aproveché el momento en el que volvió a inclinarse sobre mí para que su piel se convirtiera, de nuevo, en mi lienzo. Su infinita blancura, mancillada por las heridas que ya le había provocado, era un aliciente tal que pronto la marfileña superficie tan similar en coloración a la mía, pero tan distinta en suavidad e incluso temperatura, se vio de nuevo sometida a los envites que, a juego con su ritmo profundamente intenso y rápido, iban marcándola. Los surcos rojizos que iban dibujando mis uñas en su musculosa espalda, que parecía estar diseñada especialmente para su disfrute y para aferrarse a ella, se convirtió en una suerte de salvavidas cuando me aferré a ella con fuerza, pero no la suficiente para provocarle dolor, sino, en todo caso, doloroso placer. Sus movimientos ya eran salvajes, sólo venían dados por la pasión y la intensidad de un momento que, como todos los anteriores, iban destinados a conducirnos a los dos a un clímax que parecía ser, aun sin catarlo todavía, increíblemente intenso. Quizá fue eso, o quizá simplemente se trató de la expectativa, que hacía del placer algo aún más fuerte, lo que me estaba haciendo moverme sensualmente contra él, contrarrestando de algún modo sus movimientos y sumando a la ecuación una cantidad aún mayor de disfrute. Sin duda, sí que fue la combinación de ambos lo que nos condujo a una nueva explosión, similar a la de la pólvora en una pistola, pero absolutamente diferente en cuanto a sus efectos, puesto que simplemente se trató de un orgasmo, si es que se podía tildar de simple a algo tan intenso que, si hubiera sido humana, me habría dejado sin respiración.
Invitado- Invitado
Re: Mi pieza prohibida || Privé|| +18
El momento que estaba buscando postergar por toda la noche había llegado. Siento como cada músculo de mi cuerpo se tensa, se pone rígido, la verdad es que esa sensación no es algo placentera pero es parte del espectáculo. Me sostengo con fuerza de ella, y mi espalda se arquea un poco dejando salir un gruñido. El maldito orgasmo acompañado de una evidente corrida se alberga en mi cuerpo, eso cansa, debo admitir que lo hace, más cuando se pone tanto empeño para poder satisfacer a una mujer de tales dimensiones. No por grande, ni nada, más bien por lo que conllevaba complacerla, eso si que era un requisito, que estaba seguro no cualquiera lo conseguía, y que a mi se me inflaba el pecho al reconocer que la tenía entre mis brazos. Era afortunado en muchos sentidos en la vida, riquezas, libertades, mujeres, negocios, pero esto había sido uno de los que jamás olvidaría. Es evidente que me traía loco, y si tuviera a alguien así para mi, en la casa esperándome, ya me habría casado, pero para mi ahora más buena suerte, a ambos nos gustaban las libertades y ninguno estaba dispuesto a casarse, porque nadie sabía de la vida o pasado del otro.
Mis labios se separan un poco, me cuesta incluso hacerlo pero es para tomar bocanas de aire y poder respirar, sigo siendo humano, y ella alguien que no necesita movimientos tan básicos, tienen claramente sus ventajas tales que yo no podré tener, al menos a corto plazo, porque tengo planes, por el momento me gusta ser un "frágil" humano, puede ser un arma demasiado atrayente para los clientes que son criaturas de la noche. Tengo entrenamiento desde pequeño para ser un cazador profesional, pero en vez de perder el tiempo matando a quienes nos toman como alimento, le saco provecho, ellos siempre creen que están por encima, y en fuerza lo son, pero hay algunos tan brutos que parecen ser ratas. Amanda es una especie fuera de lo común, ni siquiera se le puede catalogar como un simple vampiro, ella tiene elegancia, inteligencia, pero también ambiciones sin importar que la eternidad la este esperando. Esas mentes deben prevalecer por todos los siglos, no importa que implique muerte de los míos, siempre el más fuerte va a aplastar al débil, de eso no hay duda, ya sea con sangre o quitándole todo lo que tiene.
Me separo por completo de ella dejando que se acomode en el sillón, si fuera una humana seguramente querría descansar, tranquilizarse tal vez después del ajetreo, pero no lo es. Además, me separo para tomar más aire y estirar mi cuerpo, por un momento le doy la espalda y aspiro repetidas veces el delicioso aroma del ambiente. Solo se puede percibir el aroma de las figuras viejas, pero también del sexo que se acaba de tener. Ella ha sido sin duda la más deliciosa experiencia sexual que he tenido desde hace mucho tiempo. En realidad, es la mejor de todas, no lo discuto, nunca lo he hecho con amor, tampoco lo hice esta vez, lo creo irrelevante para el estilo de vida que tengo, pero si de experiencia y maestría, entonces ella seguía y siempre sería mi diosa, ¿se volvería a repetir? Lo cierto es que me encuentro muy ansioso por descubrir la respuesta, espero que sea afirmativa, pues la recompensa sería para mi más que de ella.
- Esa sin duda es la mejor manera para cerrar un trato - Me doy la vuelta dejando que mi desnudes de nuevo asome, no tengo porque sentir vergüenza, sé que tengo un buen físico, muchos vampiros incluso se ven menos en forma que yo, así que en ese aspecto no tengo porque sentirme menos. Ella me encanta, no es delgada como el prototipo de físico perfecto que muchas mujeres se han empeñado en tener, tiene caderas, carne bien proporcionada por cada parte de su cuerpo, es tan deliciosa, tener que estudiar de nuevo su cuerpo quiere hacer que mi miembro vuelva a erguirse pero claramente no soy un súper hombre con condiciones físicas de los de su naturaleza para aguantar. Me acerco de nuevo al sillón para descansar, siento que se me empiezan a enfriar los músculos, aquello deja de ser favorable. - Puede mandar a alguien a darme el pago a la mansión, ya sabe donde puede encontrarme si se le ofrece alguna otra cosa - Me encojo de hombros con naturalidad.
- Así que ¿eso fue todo? - Sonrío de medio lado. Le observo de forma atenta pero ya no digo más prefiero recuperarme, poco a poco lo hago, estiro mis manos para tomar la ropa interior, me la coloco al igual que los pantalones. Mi camisa, o lo que quedaba de ella también la coloco, no es que me importe demasiado que me vean con trapos rotos, pero al menos que algo cubra mi torso. Así termino de arreglarme al poco tiempo - Espero haber complacido su deseo, mi señora - Comento con una sonrisa galante. Incluso hago una reverencia soberbia para pronto verle a los ojos - Estoy seguro que pronto nos volveremos a ver, y será grato, incluso más que esta noche - Siempre he pensado que a medida que el tiempo pasa, las cosas mejoran, para mi nada tiene porque empeorar.
Mis labios se separan un poco, me cuesta incluso hacerlo pero es para tomar bocanas de aire y poder respirar, sigo siendo humano, y ella alguien que no necesita movimientos tan básicos, tienen claramente sus ventajas tales que yo no podré tener, al menos a corto plazo, porque tengo planes, por el momento me gusta ser un "frágil" humano, puede ser un arma demasiado atrayente para los clientes que son criaturas de la noche. Tengo entrenamiento desde pequeño para ser un cazador profesional, pero en vez de perder el tiempo matando a quienes nos toman como alimento, le saco provecho, ellos siempre creen que están por encima, y en fuerza lo son, pero hay algunos tan brutos que parecen ser ratas. Amanda es una especie fuera de lo común, ni siquiera se le puede catalogar como un simple vampiro, ella tiene elegancia, inteligencia, pero también ambiciones sin importar que la eternidad la este esperando. Esas mentes deben prevalecer por todos los siglos, no importa que implique muerte de los míos, siempre el más fuerte va a aplastar al débil, de eso no hay duda, ya sea con sangre o quitándole todo lo que tiene.
Me separo por completo de ella dejando que se acomode en el sillón, si fuera una humana seguramente querría descansar, tranquilizarse tal vez después del ajetreo, pero no lo es. Además, me separo para tomar más aire y estirar mi cuerpo, por un momento le doy la espalda y aspiro repetidas veces el delicioso aroma del ambiente. Solo se puede percibir el aroma de las figuras viejas, pero también del sexo que se acaba de tener. Ella ha sido sin duda la más deliciosa experiencia sexual que he tenido desde hace mucho tiempo. En realidad, es la mejor de todas, no lo discuto, nunca lo he hecho con amor, tampoco lo hice esta vez, lo creo irrelevante para el estilo de vida que tengo, pero si de experiencia y maestría, entonces ella seguía y siempre sería mi diosa, ¿se volvería a repetir? Lo cierto es que me encuentro muy ansioso por descubrir la respuesta, espero que sea afirmativa, pues la recompensa sería para mi más que de ella.
- Esa sin duda es la mejor manera para cerrar un trato - Me doy la vuelta dejando que mi desnudes de nuevo asome, no tengo porque sentir vergüenza, sé que tengo un buen físico, muchos vampiros incluso se ven menos en forma que yo, así que en ese aspecto no tengo porque sentirme menos. Ella me encanta, no es delgada como el prototipo de físico perfecto que muchas mujeres se han empeñado en tener, tiene caderas, carne bien proporcionada por cada parte de su cuerpo, es tan deliciosa, tener que estudiar de nuevo su cuerpo quiere hacer que mi miembro vuelva a erguirse pero claramente no soy un súper hombre con condiciones físicas de los de su naturaleza para aguantar. Me acerco de nuevo al sillón para descansar, siento que se me empiezan a enfriar los músculos, aquello deja de ser favorable. - Puede mandar a alguien a darme el pago a la mansión, ya sabe donde puede encontrarme si se le ofrece alguna otra cosa - Me encojo de hombros con naturalidad.
- Así que ¿eso fue todo? - Sonrío de medio lado. Le observo de forma atenta pero ya no digo más prefiero recuperarme, poco a poco lo hago, estiro mis manos para tomar la ropa interior, me la coloco al igual que los pantalones. Mi camisa, o lo que quedaba de ella también la coloco, no es que me importe demasiado que me vean con trapos rotos, pero al menos que algo cubra mi torso. Así termino de arreglarme al poco tiempo - Espero haber complacido su deseo, mi señora - Comento con una sonrisa galante. Incluso hago una reverencia soberbia para pronto verle a los ojos - Estoy seguro que pronto nos volveremos a ver, y será grato, incluso más que esta noche - Siempre he pensado que a medida que el tiempo pasa, las cosas mejoran, para mi nada tiene porque empeorar.
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Predbjørn Østergård- Humano Clase Alta
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