AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Lo único que nos separa son los pasos necesarios para poder cruzar una calle | Privado
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Lo único que nos separa son los pasos necesarios para poder cruzar una calle | Privado
Recuerdo del primer mensaje :
"Él era quien se apoderaba de mis noches de insomnio.
Quien robaba mis pensamientos.
Él era quien se entrometía incluso en mis sueños. "
Quien robaba mis pensamientos.
Él era quien se entrometía incluso en mis sueños. "
"Fue entonces cuando los ojos celeste se perdieron en aquella mirada masculina. ¿Crees en el amor a primera vista? Quizás al saber está historia podrías convencerte de que lo existen, incluso amores que nunca antes habrían sido imaginables, los escenarios erróneos, las personas equivocadas. ¿Qué tan equivocadas podrían ser? Quizás no lo eran, quizás simplemente eran las correctas en momentos poco apremiantes, si, esa sería la respuesta más lógica, pues el amor es quien decreta lo que es correcto o lo que sencillamente no debe ser; ese órgano que bombea sangre de manera constante no es del que hablamos, más bien nos referimos a él de forma más completa, como quien dicta los sentimientos que le tienes a un padre, a un hermano, a un tío o incluso a tú mascota, pero incluso se vuelve indescifrable cuando siente por una pareja, y más cuando esa pareja se encuentra de mera causalidad entre las camas de un burdel"
La joven de escasa edad, y negada al contrato matrimonial, pasaba no sólo noches, también días enteros recordando aquel encuentro del que nunca se olvidaría, aquel hombre había hecho lo que nadie con anterioridad: tocar su corazón. Desde la forma tan grave en que hablaba, hasta la forma en que sus manos recorrían su rostro, y su falo se adentraba en su carne húmeda y palpitante. Pasaba la mayor parte del tiempo distraída, ensimismada, y rogando por volverlo a ver. Todas las noches al escapar de casa se había dedicado a buscarlo entre todos los hombres que iban a visitarla, pero no llegaba, o quizás se escondía de su mirada felina. Después de eso sus tendencias cambiaron, buscaba clientes que tuvieran una similitud aunque fuera pequeña a él, aunque claro, nadie podría llenar el vacío que su hombre había dejado. El tener que dejar de pisar el burdel por la pronta llegada de su hermano la frustró un poco más, eso sería reducir las probabilidades de encontrarlo, y de poder sentirlo. ¡Oh Genie! ¡Pobre Genie! ¡Que mal la estás pasando! Se repetía no sólo una vez, sino cientos de veces al día, pero le era imposible no poder perder la cabeza, incluso lo veía en todos lados, y sonreía con impotencia, sonreía con tristeza al no haber podido averiguar más. De haber sido otro cliente seguramente le habría quitado hasta la dirección para irlo a visitar, pero con él, con él simplemente había huido de la realidad, se había cohibido con el disimulo y la actuación de la actriz más perfecta. Se había quedado estática y sin poder hacer más que tartamudear en ocasiones, con el pretexto del frío extremo de aquel cuarto aspecto a sexo en el burdel.
Aquella mañana había despertado bastante sudorosa después de aquel escandaloso sueño con su hombre, pero no sólo fue esa casi realidad lo que había estropeado las mieles del erotismo entre las sabanas de un dulce sueño implorado. Los sonidos molestos dentro de la casa fueron los que la hicieron sobresaltarse. Salió de la cama con una notable mueca de reproche, le fastidiaba que tan temprano tuvieran que interrumpir su sueños, pero debía averiguar aquello que pasaba. La casa estaba de cabeza, aquello era notable, el recibidor que conectaba con uno de los salones principales estaba siendo remodelado completamente, había una amplia alfombra roja, y mesas, flores, sirvientes, meseros, comida que entraba y salía. ¿Acaso se estaba perdiendo de algo? Efectivamente. Su madre la recibía con un fuerte abrazo, y le hablaba con un tono bastante emocionado pero se notaba claramente su nervio. ¡Ahí estaba ocurriendo algo raro! La mamá de Genie le informó que aquella noche habría una hermosa fiesta, de esas pomposas y ostentosas que tanto disfrutaba su familia, y que ella evitaba de sobremanera, su procreadora no le dio muchas explicaciones, simplemente la mandó a darse un baño, y a arreglarse correctamente para que, ella y sus damas se fueran a la zona comercial para que Genie se comprara el vestido apropiado para la ocasión. Dado que las explicaciones no se había hecho presentes, la jovencita llegó a tener conclusiones, quizás la hora de llegada de su hermano se aproximaba, y bastante entusiasmada por la idea, subió a hacer lo que su madre mandaba, sin chistar.
- ¿No les parece aquel el más hermoso de todos los que hemos visto? - Eugénie, la consentida de la familia, la hija única, y para rematarla la de en medio, había pasado ya tres horas en la zona comercial buscando entre las mejores tiendas el vestido apropiado para recibir a su hermano, no se decidía por ninguno, y su pretexto para denegar cualquier oferta no era el dinero, más bien se trataba de lo perfecta que se quería ver para él; se encontraba en las afueras de aquel llamativo local, señalando con su exquisita mano la dirección del vestido que había robado por completo su atención. Sus damas de compañía le sonreían y aplaudían en forma de aprobación, la joven sin duda alguna tenía buenos gustos, y aquel vestido rojo la haría ver más hermosa en contraste con el color blanco de su piel. Sin duda alguna se lo llevaría, de quedarle por supuesto, pues no se podía negar que Genie tenía una figura bastante exótica, con curvas y atributos llamativos. La idea de ver a su hermano, de poder compartir con él muchas tardes le había hecho olvidar a Pierre, y no es que aquello fuera egoísta, más bien sería una especie de refugio para ese tormento que la carcomía por dentro. En ese instante todo estaba claro, pero su error fue haber perdido el enfoque de la prenda y observa una figura avanzar entre la gente, una que se le hacía conocida. Se tensó, y su cabello se ondeó de forma cautivante cuando su cuerpo giro, cuando su rostro buscaba poder afirmar o desmentir a aquel hombre que había visto: Su Pierre.
La joven de escasa edad, y negada al contrato matrimonial, pasaba no sólo noches, también días enteros recordando aquel encuentro del que nunca se olvidaría, aquel hombre había hecho lo que nadie con anterioridad: tocar su corazón. Desde la forma tan grave en que hablaba, hasta la forma en que sus manos recorrían su rostro, y su falo se adentraba en su carne húmeda y palpitante. Pasaba la mayor parte del tiempo distraída, ensimismada, y rogando por volverlo a ver. Todas las noches al escapar de casa se había dedicado a buscarlo entre todos los hombres que iban a visitarla, pero no llegaba, o quizás se escondía de su mirada felina. Después de eso sus tendencias cambiaron, buscaba clientes que tuvieran una similitud aunque fuera pequeña a él, aunque claro, nadie podría llenar el vacío que su hombre había dejado. El tener que dejar de pisar el burdel por la pronta llegada de su hermano la frustró un poco más, eso sería reducir las probabilidades de encontrarlo, y de poder sentirlo. ¡Oh Genie! ¡Pobre Genie! ¡Que mal la estás pasando! Se repetía no sólo una vez, sino cientos de veces al día, pero le era imposible no poder perder la cabeza, incluso lo veía en todos lados, y sonreía con impotencia, sonreía con tristeza al no haber podido averiguar más. De haber sido otro cliente seguramente le habría quitado hasta la dirección para irlo a visitar, pero con él, con él simplemente había huido de la realidad, se había cohibido con el disimulo y la actuación de la actriz más perfecta. Se había quedado estática y sin poder hacer más que tartamudear en ocasiones, con el pretexto del frío extremo de aquel cuarto aspecto a sexo en el burdel.
Aquella mañana había despertado bastante sudorosa después de aquel escandaloso sueño con su hombre, pero no sólo fue esa casi realidad lo que había estropeado las mieles del erotismo entre las sabanas de un dulce sueño implorado. Los sonidos molestos dentro de la casa fueron los que la hicieron sobresaltarse. Salió de la cama con una notable mueca de reproche, le fastidiaba que tan temprano tuvieran que interrumpir su sueños, pero debía averiguar aquello que pasaba. La casa estaba de cabeza, aquello era notable, el recibidor que conectaba con uno de los salones principales estaba siendo remodelado completamente, había una amplia alfombra roja, y mesas, flores, sirvientes, meseros, comida que entraba y salía. ¿Acaso se estaba perdiendo de algo? Efectivamente. Su madre la recibía con un fuerte abrazo, y le hablaba con un tono bastante emocionado pero se notaba claramente su nervio. ¡Ahí estaba ocurriendo algo raro! La mamá de Genie le informó que aquella noche habría una hermosa fiesta, de esas pomposas y ostentosas que tanto disfrutaba su familia, y que ella evitaba de sobremanera, su procreadora no le dio muchas explicaciones, simplemente la mandó a darse un baño, y a arreglarse correctamente para que, ella y sus damas se fueran a la zona comercial para que Genie se comprara el vestido apropiado para la ocasión. Dado que las explicaciones no se había hecho presentes, la jovencita llegó a tener conclusiones, quizás la hora de llegada de su hermano se aproximaba, y bastante entusiasmada por la idea, subió a hacer lo que su madre mandaba, sin chistar.
- ¿No les parece aquel el más hermoso de todos los que hemos visto? - Eugénie, la consentida de la familia, la hija única, y para rematarla la de en medio, había pasado ya tres horas en la zona comercial buscando entre las mejores tiendas el vestido apropiado para recibir a su hermano, no se decidía por ninguno, y su pretexto para denegar cualquier oferta no era el dinero, más bien se trataba de lo perfecta que se quería ver para él; se encontraba en las afueras de aquel llamativo local, señalando con su exquisita mano la dirección del vestido que había robado por completo su atención. Sus damas de compañía le sonreían y aplaudían en forma de aprobación, la joven sin duda alguna tenía buenos gustos, y aquel vestido rojo la haría ver más hermosa en contraste con el color blanco de su piel. Sin duda alguna se lo llevaría, de quedarle por supuesto, pues no se podía negar que Genie tenía una figura bastante exótica, con curvas y atributos llamativos. La idea de ver a su hermano, de poder compartir con él muchas tardes le había hecho olvidar a Pierre, y no es que aquello fuera egoísta, más bien sería una especie de refugio para ese tormento que la carcomía por dentro. En ese instante todo estaba claro, pero su error fue haber perdido el enfoque de la prenda y observa una figura avanzar entre la gente, una que se le hacía conocida. Se tensó, y su cabello se ondeó de forma cautivante cuando su cuerpo giro, cuando su rostro buscaba poder afirmar o desmentir a aquel hombre que había visto: Su Pierre.
Eugénie Florit- Prostituta Clase Alta
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Re: Lo único que nos separa son los pasos necesarios para poder cruzar una calle | Privado
Podía notar la confusión que existía dentro de la mente masculina. Ella podría jurar que no sólo se trataba de sus pensamientos, sino también de su corazón galopando con fuerza a causa de su mera presencia. Lo sabía porque ella lo sentía, porque a ella le ocurría. Eugénie, la mujer de sociedad, la chica consentida de la casa, la princesa sin título envidiada por todas las muchachas que alta alcurnia, jamás imaginó llegar a enamorarse tanto de alguien, mucho menos de un varón que sólo pagó por ella. Desde que inició aquella vida, se impuso reglas que nunca creyó quebrantar. Una de ellas, por ejemplo, había sido jamás mostrar su verdadero rostro ante un cliente, las consecuencias podrían ser garrafales. Siniestras. Se aventuró porque se dejó llevar por un corazón que necesitaba ser abrazado. No es que le hubiera faltado amor de pequeña, de hecho era lo que más tenía, porque sus padres siempre le brindaron de ese sentimiento tan cálido, igualmente sus hermanos, quienes parecían ver un ángel cuando la tenían enfrente, o una muñeca de porcelana, con miedo a acercarse demasiado y hacer que se rompiese. Genie se sentía extraña, por una parte en su interior existían esas ganas de gritarle que se quedara, que la amara sin importar nada, por otro lado le dolía cada cosa que él sacaba de sus labios, le dolía en el alma que él creyera que sólo se trataba de una cortesana ¡Ja! ¿Qué otra cosa podría él creer? De esa forma la conoció, está segura que cuando muera él también le recordará lo que fue. Puta una vez, puta para toda la vida.
- Tengo los suficientes como para regalarte una docena – Comentó la joven de forma soberbia, con el mentón al aire, demostraba fuerza, se mostraba tranquila, no debía dejarle ver que le afectaba lo que decía. Si Pierre llegaba a tomar las riendas de la situación sería su perdición. Por el momento sabía que hacerlo enojar era fácil, pero muy ventajoso para darse cuenta si de verdad sentía preocupación o no por ella. Sonrió de medio lado. – Mi casa la utilizó para descansar, Pierre, no tengo necesidad de convertirla en una casa de citas, para eso tengo el burdel, me hace sentir más deseada, codiciada, y aunque lo creas, me hace sentir que yo escojo con quien acostarme, es la magia de saber mover bien las caderas, también los labios, y ese morbo que tienen por conocer lo que hay detrás del antifaz, te sorprendería la cantidad de cosas, de placer que me han querido dar a cambio, no necesito de un joven consentido con mal humor – Era evidente que se refería a él. Eugénie jamás había conocido a un hombre como él, consciente estaba que tampoco pasaría. Él era único en su especie; bastó una simple caricia otorgada por él para reafirmar que no lo deseaba dejar ahí, pero tampoco se atrevería a pedirle que permaneciera. De nuevo los pensamientos la mareaban, la confundía.
Un gruñido, un portazo, dos pasos y dos bocas listas para disfrutar de la carne ajena. Le gusta ese sabor tan varonil que él tenía. Tan delicioso, igual o mejor que la primera y única vez que estuvieron fundidos, unidos por la carne. ¡Que placer recordarle!
- ¿Qué estás haciendo? – Apenas pudo balbucear contra los labios del varón. – Deja de jugar conmigo ya, me fastidia esto – Pero no se atreve a soltarlo, no puede porque es un placer tenerlo entre sus labios, disfrutando de la carnosidad de su boca. La cortesana tiró de su labio inferior de forma erótica – Decídete de una vez, sino lo haces ten por seguro que no volveremos a vernos, no soy un juguete, en la cama lo era, porque era tu puta, ahora merezco respeto, uno que probablemente no es tan grande dada la sociedad, pero lo merezco, y puedo correrte de esta casa – Mientras le amenazaba lo empujaba contra la pared, lo arrinconaba. Su intimidad palpitaba, deseaba que la tomara pero sabía que no se podía - ¿Qué haremos? – Terminó por preguntar, está vez si soltó sus labios, lo abrazó con ternura y lentamente bajó su rostro hasta hundirlo en el pecho del hombre. Ese era el gesto más desinteresado que había hecho. Ese había sido el movimiento más delicado y profundo que había otorgado. Le estaba demostrando que lo quería con esa “superficial” unión.
- Tengo los suficientes como para regalarte una docena – Comentó la joven de forma soberbia, con el mentón al aire, demostraba fuerza, se mostraba tranquila, no debía dejarle ver que le afectaba lo que decía. Si Pierre llegaba a tomar las riendas de la situación sería su perdición. Por el momento sabía que hacerlo enojar era fácil, pero muy ventajoso para darse cuenta si de verdad sentía preocupación o no por ella. Sonrió de medio lado. – Mi casa la utilizó para descansar, Pierre, no tengo necesidad de convertirla en una casa de citas, para eso tengo el burdel, me hace sentir más deseada, codiciada, y aunque lo creas, me hace sentir que yo escojo con quien acostarme, es la magia de saber mover bien las caderas, también los labios, y ese morbo que tienen por conocer lo que hay detrás del antifaz, te sorprendería la cantidad de cosas, de placer que me han querido dar a cambio, no necesito de un joven consentido con mal humor – Era evidente que se refería a él. Eugénie jamás había conocido a un hombre como él, consciente estaba que tampoco pasaría. Él era único en su especie; bastó una simple caricia otorgada por él para reafirmar que no lo deseaba dejar ahí, pero tampoco se atrevería a pedirle que permaneciera. De nuevo los pensamientos la mareaban, la confundía.
Un gruñido, un portazo, dos pasos y dos bocas listas para disfrutar de la carne ajena. Le gusta ese sabor tan varonil que él tenía. Tan delicioso, igual o mejor que la primera y única vez que estuvieron fundidos, unidos por la carne. ¡Que placer recordarle!
- ¿Qué estás haciendo? – Apenas pudo balbucear contra los labios del varón. – Deja de jugar conmigo ya, me fastidia esto – Pero no se atreve a soltarlo, no puede porque es un placer tenerlo entre sus labios, disfrutando de la carnosidad de su boca. La cortesana tiró de su labio inferior de forma erótica – Decídete de una vez, sino lo haces ten por seguro que no volveremos a vernos, no soy un juguete, en la cama lo era, porque era tu puta, ahora merezco respeto, uno que probablemente no es tan grande dada la sociedad, pero lo merezco, y puedo correrte de esta casa – Mientras le amenazaba lo empujaba contra la pared, lo arrinconaba. Su intimidad palpitaba, deseaba que la tomara pero sabía que no se podía - ¿Qué haremos? – Terminó por preguntar, está vez si soltó sus labios, lo abrazó con ternura y lentamente bajó su rostro hasta hundirlo en el pecho del hombre. Ese era el gesto más desinteresado que había hecho. Ese había sido el movimiento más delicado y profundo que había otorgado. Le estaba demostrando que lo quería con esa “superficial” unión.
Eugénie Florit- Prostituta Clase Alta
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Re: Lo único que nos separa son los pasos necesarios para poder cruzar una calle | Privado
Cuando la tormenta es inminente, lo mejor es adentrase a ella hasta encontrar el equilibrio de la naturaleza. Las confusiones de Pierre estaban encadenadas completa y totalmente a cada uno de los gestos en la fémina; podía verlos desde perspectivas diferentes, podía sentirlos como brazas ardientes sobre su piel y dentro de su cuerpo, pero esa era la contradicción más notoria en la mente del hombre, porque a pesar de que la comprendía, no podía dejar de lastimarla ¿Qué era exactamente lo que lo impulsaba? Vivir en soledad en la infancia, fingir una sonrisa cuando sus ‘padres’ le obsequiaban absolutamente todo y lo único que deseaba él era un abrazo, esos pequeños detalles dejan marcas en el corazón que es difícil ignorar. Su padre lo miraba con desdén con ganas de gritarle a la cara que era un bastardo y, cuando al fin tuvo la edad para enterarse, ya no le importaba porque se había convertido en el hombre que Génie tiene al frente. Siempre existen dos caras de la moneda y, aunque la oscuridad de Pierre sea más intensa, no hay que olvidar que para que la luz se haga presente, debe haber tinieblas.
El abrazo de Génie lo desarmó por completo, esa simple caricia… Cuando ella hundió su rostro en el pecho ajeno él simplemente la rodeó con sus brazos, ajustando el cuerpo de la doncella contra el suyo. El tiempo de detuvo y él sintió el escalofrío recorrer cada centímetro de su cuerpo. La calidez, era semejante a la que había sentido al tocar las manos de su madre en el lecho de muerte. No, aquella felicidad que emergía desde sus profundidades no podía ser comparada con la melancolía y arrepentimiento de aquella noche, pero de algo estaba seguro, quemaba… La puerta estaba abierta, pero la gente pasaba completamente ajena a ellos. Nadie se dio cuenta de que él estaba ahí, de que la célebre cortesana del burdel era ella. Los dedos de Pierre, se deslizaron sobre la delicada espalda de ¿su mujer? Sonrió de medio lado ante tal pensamiento. Bajó la barbilla hasta el arco de su cuello, se alojó ahí durante una eternidad que resultó ser no mas que un par de segundos. Aspiró su aroma, ella… ahí, su perfume era diferente pero jodidamente embriagador, incluso la atracción era mucho más fuerte que el deseo lastimero y lascivo de la cortesana, porque la mujer frente a ella estaba completa, con su palpitante anhelo en la entrepierna, con su pecho abierto, con su corazón expuesto. Él la había leído, tal y como esperó que ella lo hiciera con él. No eran tan diferentes después de todo.
Sin darse cuenta, el antifaz había caído a sus pies, un paso más hacia atrás y fue Pierre quien lo destruyó. El crujido se escuchó penetrando sus sentidos pero en ningún momento fue más fuerte que el sonido de su respiración acelerándose; al darse cuenta de eso, al sentirse vulnerable, tomó la diminuta cintura de la chica y la apartó con delicadeza. La miró fijamente a los ojos intentando responder sus cuestiones, preguntas que habían hecho eco. Sus manos subieron hasta el rostro ajeno, lo acaricio con vehemencia, como si se fuese a romper. –Entonces vamos a la cama- Comenta. No era el mejor momento para que su sentido del humor saliera a flote, pero ¿Qué hacen los hombres cuando el nerviosismo les ataca, cuando sienten que sus emociones son un torbellino a punto de acabar con todo aquello que les mantiene de pie, cuando no pueden más que mantenerse anclados a una única idea, la de no desfallecer? Nunca le había pasado algo semejante, no sabía cómo reaccionar, él realmente no sabía… Se aparta de ella. –Esto no será fácil, Génie. Te lastimaré, como nunca antes te han herido y no quiero hacerlo, pero no sé cómo evitarlo.- Recoge un mechón de su cabello y lo coloca detrás del oído de ella. Suspira con pesadez. -¿Qué haremos? Alejarnos, eso es- Pero no puede hacerlo, incluso cuando su cerebro actúa en consecuencia y le grita dejarla ahí con los ojos cristalizados y un corazón roto, su cuerpo no le responde y es que no le pertenece en esos momentos. -¿O es que acaso estás dispuesta a sacrificarte?- Sus palmas se hacen puños. Es la primera vez que no está siendo egoísta, piensa en ella, pero lo que despiden sus labios pareciera ser todo lo contrario. ¿Y cómo poder expresarse si no está seguro de lo que siente? No obstante, sabía lo que quería, a ella. –Si tú me dices que puedes con esto, yo… por ti, lo haría.- Pero hay un ligero detalle que Pierre está pasando por alto…
Pierre A. Van Kröst- Licántropo Clase Alta
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Re: Lo único que nos separa son los pasos necesarios para poder cruzar una calle | Privado
Cuando Eugénie se siente triste, la manera de quitarse aquel sentimiento negativo era teniendo sexo, cuando se siente feliz, también lo controla de esa manera, cuando está aburrida, enojada, ansiosa, fastidiada es lo mismo. Para todo tiene que tranquilizarse por medio del acto sexual, sin embargo hay algo que no conoce, o mejor dicho, no conocía: el amor. ¿Cómo se supone que ella debía canalizar ese sentimiento tan fuerte? Porque debe reconocerlo, lo que siente por él incluso es más grande que esas ganas de enredarse en las sabanas con alguien para callar su enfermedad. Se siente confundida, era como estar en medio de una tabla en el agua, si se balanceaba para uno de los lados iba a caer, de eso estaba segura, sin embargo le era imposible mantenerse en medio. Si se inclinaba para un lado, sólo obtendría el placer del burdel, si se iba al otro quedaría en los brazos de un hombre que probablemente la destrozaría. ¿Qué hacer? No podría tener los dos al mismo tiempo. ¡Lo deseaba, tener todo! Pero no podía. Cómo pudo tomó algunas bocanadas de aire, simples ejercicios de respiración para poder calmar el temblor del cuerpo que la estaba apoderando. A veces, como en ese momento, maldecía en demasía a Pierre, cuando se daba cuenta que era exagerada su reacción, prefería seguirlo amando, en silencio, claro.
– ¿Quién te dice que yo no te haré sufrir? – Arqueó una ceja, en su rostro se mostraba la seriedad que poseía, también la seguridad que le sobraba. – De eso se trata todo ¿No es así? De ver quien hace sufrir más al otro, es como una competencia – Negó repetidas veces mostrando fastidio – Lo triste de la situación es que en vez de disfrutar lo que nos ocurre lo estamos padeciendo – Rodó los ojos, se cruzó de brazos; la vida de Eugénie se resumía a la cantidad de cosas que llegaba hacer por placer, nada de lo que llegaba a realizar era una obligación, a menos, claro, que se tratara de algo relacionado con su familia, con su estatus social, con la sociedad, y hasta eso, aquello terminaba por hacerlo con amor, porque hacía feliz a aquellos que la llenaban de felicidad. – Deberías dejar de creerte un monstruo cruel, no creo que lo seas, al menos no en su totalidad, tienes corazón, deseas ser amado, amas, así que deja a un lado esa faceta tuya que se te cae en pedazos frente a mi – Y lo decía en serio, con que él siguiera creyéndose la peor bestia la terminaría encontrando en ella.
No era necesario decir que estaba dispuesta. Consiente se encontraba que tendría que hacer grandes sacrificios, que quizás su humor cambiaría rápidamente por culpa de las pocas atenciones a su cuerpo, daría todo para poder no dejar de sentir eso que él le producía.
Le tomó con suavidad una de sus manos, miró hacía varios lados y lo llevó a la puerta, la cerró con cerrojo. Nadie ni siquiera con una llave podría entrar. Seguramente a media noche alguien estaría buscándola, ni siquiera había avisado que iría a ese lugar. Lentamente lo condujo hasta la habitación del fondo, abrió la puerta y se permitió soltarle la mano para cerrar ahora esa. Le miró de reojo unos momentos mientras que se retiraba aquellos zapatos incomodos dejándolos al pie de la cama. Le dio la espalda por unos momentos sólo para retirarse el corsé con maestría. Lo dejó a un lado, sólo llevaba consigo el blusón largo que adornaba debajo de la pieza retirada. Le volteó a ver a los ojos, pero en su rostro se mostró un sonrojo que nunca se veía. Estiró sus brazos pidiéndole que se acercara, buscando la manera de volver a sentirse protegida y amada en sus brazos.
- Sólo abrázame, sólo permanece conmigo esta noche, hagamos la prueba estando cerca, te prepararé algo de comer, te llenaré de besos y atenciones, y al final de la noche hagamos el amor como nunca antes – Susurró contra su pecho.
– ¿Quién te dice que yo no te haré sufrir? – Arqueó una ceja, en su rostro se mostraba la seriedad que poseía, también la seguridad que le sobraba. – De eso se trata todo ¿No es así? De ver quien hace sufrir más al otro, es como una competencia – Negó repetidas veces mostrando fastidio – Lo triste de la situación es que en vez de disfrutar lo que nos ocurre lo estamos padeciendo – Rodó los ojos, se cruzó de brazos; la vida de Eugénie se resumía a la cantidad de cosas que llegaba hacer por placer, nada de lo que llegaba a realizar era una obligación, a menos, claro, que se tratara de algo relacionado con su familia, con su estatus social, con la sociedad, y hasta eso, aquello terminaba por hacerlo con amor, porque hacía feliz a aquellos que la llenaban de felicidad. – Deberías dejar de creerte un monstruo cruel, no creo que lo seas, al menos no en su totalidad, tienes corazón, deseas ser amado, amas, así que deja a un lado esa faceta tuya que se te cae en pedazos frente a mi – Y lo decía en serio, con que él siguiera creyéndose la peor bestia la terminaría encontrando en ella.
No era necesario decir que estaba dispuesta. Consiente se encontraba que tendría que hacer grandes sacrificios, que quizás su humor cambiaría rápidamente por culpa de las pocas atenciones a su cuerpo, daría todo para poder no dejar de sentir eso que él le producía.
Le tomó con suavidad una de sus manos, miró hacía varios lados y lo llevó a la puerta, la cerró con cerrojo. Nadie ni siquiera con una llave podría entrar. Seguramente a media noche alguien estaría buscándola, ni siquiera había avisado que iría a ese lugar. Lentamente lo condujo hasta la habitación del fondo, abrió la puerta y se permitió soltarle la mano para cerrar ahora esa. Le miró de reojo unos momentos mientras que se retiraba aquellos zapatos incomodos dejándolos al pie de la cama. Le dio la espalda por unos momentos sólo para retirarse el corsé con maestría. Lo dejó a un lado, sólo llevaba consigo el blusón largo que adornaba debajo de la pieza retirada. Le volteó a ver a los ojos, pero en su rostro se mostró un sonrojo que nunca se veía. Estiró sus brazos pidiéndole que se acercara, buscando la manera de volver a sentirse protegida y amada en sus brazos.
- Sólo abrázame, sólo permanece conmigo esta noche, hagamos la prueba estando cerca, te prepararé algo de comer, te llenaré de besos y atenciones, y al final de la noche hagamos el amor como nunca antes – Susurró contra su pecho.
Eugénie Florit- Prostituta Clase Alta
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Re: Lo único que nos separa son los pasos necesarios para poder cruzar una calle | Privado
Él no estaba ahí. Aquella escena le parecía bastante ajena, como si fuese sólo el retazo de alguna historia o una trágica novela. Podría ser que se identificara con el personaje principal, pero sólo eso, pues no poseía nada más que su presencia. Podía escuchar las palabras de Génie, sentir sus caricias y por dios que también se embelesaba en la profundidad de su mirada, pero realmente él no estaba ahí. Entonces se mofó, con esa maldita sonrisa de medio lado, irónica e hiriente al mismo tiempo.
En verdad ella podría lastimar a quien quisiera, a cualquier persona que se topara en su camino y la viese con detenimiento, verla dolía, por su hermoso rostro y más aún por lo que representaba, sin embargo, sin importar su esfuerzo, no podría causarle el mínimo daño a Pierre, no a él, no en ese instante. –No, no lo harás- Aseguró, se lo aseguró a si mismo, pues sólo de él dependía que tanta autoridad o qué tanto poder le daría a esa mujer para con él.
La soltó. La miró fijamente durante más de cinco minutos, escuchó sus palabras y notó el fastidio que todo aquel acto resultaba para ella y le pareció divertido de cierta forma. Pero ambos tenían mucho por recapacitar, y él lo sabía mejor que nadie. No dijo nada, sólo se quedó en silencio, con el ceño fruncido y la vista en el suelo, un mohín tan propio que no se inmutó al sentir la mirada confusa de la fémina. Dicen que un hombre que ama a su madre no puede ser un monstruo, pero la cuestión aquí es que Pierre no sabe si quiera lo que sentía por ella. Le hace falta, no cabe la menor duda, pero más que ella o su presencia, él requería de los consejos que los ávidos padres les dan a sus hijos, entonces el dicho se rompe como cualquier otro dogma implantado por la sociedad.
Sin excusas, sin más que la sencillez de lo que se resolvía poco a poco en sus pensamientos. Supo entonces que ella tenía razón, puta o no, era una mujer y él un hombre, como cualquier otros, ¿Por qué demonios no aprovecharse de ello? Estaban preocupados por un futuro, por algo que ni siquiera había ocurrido. Asintió una sola vez. No continuaría compadeciéndose y tampoco sentiría lástima por ella, simplemente dejaría que las cosas fluyeran, si acaso alguien resultaba herido, tendría que entender que la decisión fue de los dos.
-No hay sentido en claudicar ¿Cierto?- La pregunta fue retórica, conocía la respuesta, pero necesitaba hacerla presente. Después de ello, la siguió…. Se cerró la puerta y fue conducido hasta la última habitación. La tomó entre sus brazos y deliberadamente olfateó el arco de su cuello. Su perfume no era igual al que usa en el burdel, este tiene algo más, una fragancia tal que le volvió loco. Sintió como sus pupilas se dilataron, como su cuerpo convulsionó transportando hasta cada maldito rincón de su ser, esa jodida y placentera electricidad. Sonrío mientras pasaba sus manos alrededor de la diminuta cintura de Génie. Rosaron sus labios, pero no la besó, acarició su cuerpo, pero apenas si alcanzaba a tocarla, la desnudó por completo pero no le quitó ninguna prenda. Y, evidentemente, él no estaba ahí… Ninguno de los dos, estaba ahí.
Pierre A. Van Kröst- Licántropo Clase Alta
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