El Nuevo Amanecer

por **Abélard Fontaine** Vie Sep 21, 2012 8:44 am

La llovizna que cae esta noche sobre las calles de Francia, ha de apagar las llamas que crecen furiosas en los corazones humanos. Más no del todo pues los sentimientos son cosa difícil de apartar del alma de los seres conscientes. Claman las voces de muchos unidos, la cabeza de la Monarquía. Cual rumor de un río por el que corre demasiada agua, el temor y la expectativa crecen; las esperanzas menguan conforme las luces del crepúsculo se disipan en el terciopelo de la noche. Se ha olvidado el pacto antiguo. En un principio eran aquellos que lograban el equilibro, la sabiduría y la nobleza, los portadores de la Corona. Los seres humanos concedíanle la responsabilidad de ser guardián y protector, de su guía, de su mentor. Un deber que erase con esmero cumplido día a día por los Reyes que ostentaban la corona en cuerpo y espíritu. Enseñaron a las generaciones que siguieron a leer el clima y el paisaje y los rostros y los tiempos de cosecha y los tiempos de descanso y a mantener en armonía con el basto mundo que les rodeaba. Fueron respetados los del mismo linaje, designados como Altos Señores y Señoras. Construyeronles grandes Casas y Palacios, agradecidos por el servicio que les prestaban. Pues era un servidor del pueblo aquél que ungíase con las gemas, el cetro y el manto Real. Por largo tiempo se respetaron las leyes que vivían y se desarrollaban en la mente del Monarca, un centenario tras otro. Algunos de noble linaje olvidáronse del mundo fuera de sus palacios, de las columna de mármol. Sus corazones tornáronse como las joyas, pero en vano fue. Porque no se valora éste por su peso sino por su ligereza. En largo sueño cayeron y el pueblo fue sin guía, sin protector. La confusión navegó entre los pensamientos, más allá de su propio reino. Tocó sus mentes como los rayos del sol primeros. Sólo los que lejos estaban del brillo dorado del oro y las sedas, lo percibieron.

Anhelan las almas en Francia un nuevo sol que ilumine sus caminos y ampare sus noches. Desde la ventana se contempla lo que es natural. El sol que se levanta al amanecer no es más que el que a poco tiempo atrás se vio desaparecer en la sombra de las montañas. La luz cambia y parece nueva por la larga noche entre el crepúsculo y el primer canto del gallo. Sobre los hombres ha de haber un solo guía del mismo modo que en el cielo del medio día, reina un solo astro. Bajo el manto nocturno habitan seres de apariencia peligrosa, lobos, cuervos, arboles de dedos torcidos, ríos invisibles que discurren por caminos perdidos tiempo atrás. Entre la bruma se extravían los hombres y sus esperanzas. Desesperan por ver un nuevo día. Más si cerca permanecen de los peligros hallados en la noche, al salir la luz de la aurora se encontrarán con las mismas bestias de las que huían temerosos.

Así esta por terminar la larga noche en que Francia se ha sumido, y por nacer el nuevo día. Todo Rey ha de luchar incansable contra la noche que tarde o temprano se pondrá en sus reinos. Sin embargo el libre albedrío y la sangre derramada anunciarán el amanecer, y si las fuerzas han abandonado la noble estirpe en esos momentos no se ha de luchar en contra. Aunque el sol no salga más con el antiguo Monarca.

Es entonces que se anuncia lo que esta por venir con fuegos dorados que pintan las nubes. El Rey a peleado, sus fuerzas son menos, su voluntad fuerte pero no tarda ya el primer rayo de luz en asomar por entre los rojos cortinajes. La llovizna es preludio de verde renacimiento después del incendio. Ha sido cumplida la tarea como guardián y guía a una nueva Era. Tan sólo aquellos que escriban las siguientes páginas de la historia han de conocer lo que esta por venir. Son éstas las últimas líneas de aquél a quién le fue concedido el más grande honor, el de servir a su pueblo con su alma, con su mente, con su corazón y con su vida.

Así sea.

Abélard Fontaine, Rey de Francia.