En la búsqueda de lo desconocido {Esther de Le Santo}

Buscar, buscar y buscar, es a todo lo que se había dedicado desde que se le había cruzado por la mente la idea de la formación de la Alianza de criaturas supernaturales. Poco a poco había comenzado a unir fuerzas e iba tomando forma; uno a uno, los seres habían comenzado a unirse y ya no sólo por su propia búsqueda sino también por el traspaso de rumores de oreja en oreja.

Ya distantes eran los días en los que se había puesto a pensar en que debía de hacer algo, pero también se había dado cuenta de que solo no podría hacer mucho, que necesitaba hacer fuerza y mover los hilos para ir tejiendo una red de contactos estratégicos con el propósito de por fin hacer algo efectivo y ajeno al lado de la lucha violenta que sólo debería usarse en caso de ser necesario.

Había comenzado por buscar información en casa, para luego trasladarse a la mismísima capital de Francia, lugar que, según muchas de las lenguas con quienes había logrado hacer contacto, sería el principal nicho de criaturas no humanas, brujos y otros perseguidos, incluyendo a aquellos juzgados de manera injusta y que sabían de su existencia. Francia, se mostraba así como una búsqueda exhaustiva que le hizo recorrer el país en una pesquisa sin nombres, ni lugares, una investigación que implicaba resultados tanto positivos como negativos, pues no sólo deseaba encontrar adeptos sino también dar con las identidades y paraderos de sus enemigos.

La travesía había comenzado larga y extenuante, pero al menos ahora se dirigía a lugares precisos, aún que la búsqueda de lo desconocido siempre era aquello; lo desconocido. Así recorrió tanto bares de mala muerte, costosos burdeles, antros de apuestas, reuniones reales. Encontró muchas mujeres que hablaban por dinero, hombres que hablaban por mujeres y otros que simplemente querían dar su opinión sin previos conocimientos. Todo servía y nada era en verdad despreciable, ya que es sabido que si el río suena es porque piedras trae, y que mucho de lo que se dice en bromas también tiene parte de verdad, pero ahora... ahora iba a descansar.

Necesitaba relajar la mente y el cuerpo, detener la búsqueda por un momento breve para retomar energías para seguir buscando con más fuerza y obtener mejores respuestas. Por esa noche había decidido descansar, comer y beber con calidad, ahí, en el bar del mismo hotel en donde se hospedaba en donde pidió una copa del mejor vino francés para disfrutarlo en toda su plenitud como un verdadero somelier que le identifica tanto visual, gustosa y olfativamente, del mimo modo en que analizaba a cada una de las personas presentes que se encontraban a su alrededor, haciéndole recordar de su loco y agitado mundo también podía detenerse a veces para disfrutar de un poco de tranquilidad.

— Muchísimas gracias — le había dicho al encargado del bar cuando le había servido su preciada copa de vino.

Rara vez vez bebía, pero hoy esta parada había significado un descanso de una búsqueda que hasta ahora era productiva y por tanto era un motivo de celebración. Por otro lado, casi nunca bebía otra cosa que no fuese vino de reserva, ojalá de cepas en pie franco, las mismas que poco a poco se habían ido extiendo con el aumento y proliferación enfermedades y plagas de la vid como lo era la Filoxera que atacaba el Carménère más exquisito de toda Francia, la misma cepa que iba a disfrutar ahora de no ser porque alguien muy osado y con mucha mejor suerte se la arrebataba de la barra antes que pudiera siquiera probarla.

Vaya buenos modales los suyos que a veces hasta comenzaban a jugarle malas pasadas. ¿Quién iba a pensar que por no apresurarse la copa enseguida de ser entregada le dejaría así sin su bebida? Suspiró entonces, procurando mantener la calma mientras seguía la dirección de aquella mano bandida que llevaba el cristal relleno de tinto a un par de labios carnosos y femeninos en un rostro para nada desgraciado, como él hubiese preferido. Era más fácil insultar y defenderse de un hombre que hacerlo con una mujer, a pesar de que muchas veces la mujer hiciese méritos inhumanos por ganarse una buena contienda verbal.

Ella, la ladrona desconocida, le bebía de golpe y hasta dejar la copa sin una gota, así mismo como dejaba al Duque sin una palabra, tan sorprendido por su desfachatez como por su aspecto mismo, el cual ni por lejos parecía clasificarle en el tipo de mujeres baratas que suelen ganarse a así a sus clientes más trémulos en la mayor bajeza de los bares afuerinos. Sonrió meneando la cabeza y esperó en silencio a que la pelicastaña alejase la copa vacía de sus labios.

— Salud — le dijo con un leve tinte de ironía y con la incredulidad tatuada en su muy extraña sonrisa.

Miró al cantinero, que más bien parecía habituado a conductas similares, o al menos por parte de la mujer que ahí se presentaba ya que parecía querer dar su más sentido pésame al licántropo y querer echar a patadas a la recién llegada, pero Emerick en vez de presentar queja alguna, pidió una nueva copa para él y su nueva —hasta ahora— non grata compañía.

— ¿Queréis beberos otra? — le preguntó a la mujer sin esperar nada en particular, simplemente aquella era su tarde de verano y no tenía intención alguna de estropearla hasta ahora — No estoy acostumbrado a ser la clase de caballero que invita a desconocidas, pero si vais a enseñarme por la fuerza creo que tendré que ser un buen alumno... ¿Mal día?

La mujer le miró de manera suspicaz, manteniéndole la mirada fija en sus ojos azules, tal y como Emerick lo hacía en los suyos marrones. Sea cual fuera su respuesta, ya podía inferir que no se había equivocado, que le había escuchado y ahora se daba cuenta de que hablaba con un igual, lo cual expresó de forma verbal segundos después.

Sonrió al ver su mirada socarrona, como si ella se creyera muy lista y acabase de descubrir America, pero nada de eso. Aquello no se trataba de una carrera de astucia, aunque de cierto modo debía admitir que le había tocado un poco el ego el que no se hubiera sorprendido tal y como él lo había hecho. Sin embargo, lo que más le descolocó es que le apuntase sin reparos y más aún tuviese la desfachatez de hablar en voz alta, como si su condición no fuese ya lo suficientemente delicada como para andarla ventilando por ahí, pero al ver que en realidad ninguna de las personas a su alrededor estaban pendientes, se permitió relajar y echarse a reír.

— Yo al menos, no he sido tan descarado como vos — le reclamó de regreso ante su hazaña olfativa.

Le observó beberse la nueva copa de vino, pensando en que él mismo no había querido olfatearle hasta ahora, tal vez por un poco de respeto, tal vez por un poco de desconfianza. Había aprendido a través de la experiencia que bien valía la cautela, sobre todo en su situación actual, ya que si pronto sus planes llegasen a oídos enemigos, sería él uno de los más buscados de los sobrenaturales, y lo que es peor, perdería muchos de sus haberes. Algo debería hacer para proteger su identidad.

Negó con la cabeza ante su pregunta, mientras observaba su copa vacía y se sorprendía de lo rápido que podía beber aquella mujer — Vengo de Escocia — le explicó con mayor detenimiento — Pero tengo varios asuntos que atender aquí, en Francia — le miró dudando por algún momento el revelar un poco más, después de todo ambos eran lo mismo, así que desvió su mirada para asegurarse de que nadie más interesado en sus conversaciones, para acercarse a ella un poco más y bajar la voz — Vengo a tratar asuntos mas... inquisitivos — agregó dedicándole una mirada capciosa, antes de retomar su anterior posición y cambiarle de tema, si le había interesado lo anterior, ella misma lo sacaría a juego una vez más.

— ¿Planeáis emborrachaos? — le preguntó de forma directa y divertida — Créedme, por muy semejante que nosotros seamos, soy muy capaz de dejaros aquí tirada. Ya mucho a he soportado a otras mujeres que se han bebido hasta las molestias para luego volverse unas locas escandalosas.

La loba aficionada al alcohol rió y se acercó a él para empujarle levemente con sus dedos, reacción que provocó que Emerick le mirase con extrañeza, pues incluso pensó por un momento en esquivarlos. El Duque, no era lo que se conociera como una persona de fácil contacto físico, ya que si bien era un hombre muy de piel, lo era sólo con quienes se sentía en confianza y no con aquellos desconocidos, así que finalmente se dejó empujar a regañadientes. Mas sus palabras le hicieron reír una vez más, olvidándose de la incomodidad anterior.

— Perdonadme, Misses desconocida, pero no soy yo quien se TOMA todas las cosas ni a la ligera, ni a la pesada — sonrió de medio lado, aun divertido por la desfachatez con la que explayaba aquella mujer.

Tomó entonces la copa, que por derecho le correspondía, y alzó los hombros ante su ocurrente afirmación — Ya os dije que le dejaría en este mismo lugar, así que debéis saber vos que no me preocupa — respondió con sinceridad.

Bebió por fin de su copa, y le observó, una vez más de pies a cabeza, para sacarse así la sospecha que revoleaba por su cabeza hacía un par de minutos, pues de pronto la mujer le había parecido un poco mayor, así que supuso que debería deberle aunque sea un poco de respeto; se compadeció.

— Está bien, me encargaré al menos de llevaros hasta vuestro cuarto, pero si llegáis a poneros violenta o escandalosa, os aseguro que no pasaréis del Lobby del hotel — le advirtió alzando uno de sus dedos de la mano con la que tenía tomada su copa.

La miró nuevamente, cuando ella sacó el tema que él mismo había dejado a medias, y antes de beber otro sorbo de su copa, sonrió — Digamos... inquisitivo revolucionario y defensivo — señaló mirándole a los ojos — No os daré detalles más profundos en un lugar como este, así que si deseáis saber más de ello, tendréis que pediros una botella y algo de comida para marchar a un lugar más privado.

Aun cuando ella comenzó a hacer preguntar en las escaleras, Emerick se negó a responder, al menos por lo que perdurase el trayecto, nunca sabía con cuantas orejas pudiese toparse en el camino, ni tampoco deseaba andar ventilando peligrosamente la verdadera causal de su Norte, su objetivo sublime que a veces con mente soñadora veía tan cerca que llegaba a dar miedo. Hablar de ello entre paredes desconocidas parecía insensato, francamente podía decir que prefería cortarse la lengua a divulgar aquello en lo que ya había demasiada gente involucrada, así que se mantuvo en silencio hasta que hubo cerrado la puerta con seguro.

Ella hizo su entrada como si ya estuviese habituada a habitaciones ajenas, y se movió por el cuarto con total libertad. Sin esperar invitación alguna, pasó al espacio de los sillones, pero contrario a lo que cualquiera hubiese esperado, se encargó de despreciarlos y acabó por sentarse en el mismo piso, como si realmente estuviese orgullosa de su naturaleza salvaje y natural. Cualquiera que no hubiese sido verdadero conocedor de las especies de sobrenaturales, hubiese pensado que aquello era algo propio de los licántropos, pero así como incluso en los hombres, dentro de cada raza había tanta variedad que dejaba en suma evidencia que aquello no se trataba nada mas que de la crianza y se su carácter caprichoso. Emerick rodó los ojos.

El equipaje del hombre lobo aún descansaba absolutamente ordenado e inmaculado en uno de los rincones de la habitación, apenas le había tocado una vez y tal parecía que lo había dejado intacto, pues el desorden solía apreciarse más en la vestimenta que se sacaba y por ahí quedaba arrumbada que aquella que se habían encargado de empacar sus propios criados. Tomó el prometido par de calcetines, procurando elegir los mas gruesos y abrigados que pudo encontrar.

Regresó a donde estaba la “salvaje” y tras un par de segundos de duda, acabó por imitarla y sentarse también en el suelo para quedar a su altura, no porque realmente le gustara, sino porque no era su intención parecerse a los Emperadores de la antigüedad y quedarse sentado a una altura superior a la de su invitada. Se sintió satisfecho y tranquilo de quedar a su altura, por lo que sonrió con cierto relajo y por fin le entregó la prenda de vestir para que abrigase sus pies descalzos.

— Tomad — le aconsejó sin dejar que el tono de orden se apoderara de aquella última palabra y esperó a que los cogiera para por fin dar paso a sus explicaciones.

— Esa es la verdad — concedió tras sus palabras y echó un vistazo rápido hacia la ventana como si quisiera asegurarse de que alrededor de ellos no hubiese ninguna clase de espía — Existen algunos, algunos como nosotros, que no son capaces de aceptar su propia naturaleza y creen que asesinando a los de su clase es la única alternativa que les permite conseguir el perdón de los cielos y escapar de las puertas del infierno. Imagino que habréis escuchado hablar de ellos... Condenados... Inquisidores... Asesinos...

Inevitablemente, Emerick frunció el ceño cuando le escuchó decir a la caza recompensas, que sería capaz incluso de matar a sus propios pares si una buena suma de dinero lo justificaba. Se quedó en silenció y mordió sus labios por un par de segundos, analizándole mientras ella comía con tranquilidad, dejándole a él absorto en un mundo paralelo en donde se cuestionaba verdaderamente hasta donde podía llegar el nivel de confianza que entregase a esa mujer.

La loba se volvió a retomar la palabra, jalándole desde su nube personal para traerle de regreso a la Tierra, sin haber logrado aún ninguna conclusión de peso.

— Si tanto les molesta deberían pegarse un tiro o matarse ellos mismos — mencionó ella en relación a los Condenados.

— Los suicidas son los primeros anotados en la lista del Infierno — le recordó Emerick, por si acaso lo olvidaba o quizás ni siquiera lo supiera, pues no todas las criaturas de la noche, y a decir verdad sólo la minoría de ellas, se interesaban en saber los verdaderos motivos de su persecución y de conocer al enemigo; la iglesia.

— Tienen que ver, tienen mucho que ver pero ya realmente estoy en la duda que si alguien como vos, podéis llegar a ser una persona de confianza — le respondió con sinceridad absoluta y sin rodeos, mas sintió necesario el preguntarle de todos modos. Algo había en ella que le generaba confianza, a pesar de todas las cosas — ¿Es cierto que sois capaz de matar a uno de los vuestros sólo por un asunto de dinero?

No sabía verdaderamente que era peor, si matar por dinero, incluso a los aliados, o quedarse como un cobarde que ve matar a los suyos sin hacer realmente nada. Ambas situaciones parecía tenerlas aquella mujer; él esperaba cambiar la segunda, y tenía la esperanza de que ella quisiera cambiar la primera.

Emerick le quedó mirando estático mientras ella reía sin parar, realmente no entendía que tenía de gracioso aquel tema cuando en verdad no había nada mas serio que la traición y la muerte. La miraba con la esperanza de que soltase de pronto que no era más que una broma de mal gusto y sólo se movió para desviar su mirada a otro lugar, como si quisiese que de ese modo ella se calmase más a prisa y le explicara de una vez, pues su confesión ya había comenzado a tejer hilos instramables con diferentes alternativas. Llegó a pensar que estaba hablando con una especie de inquisidora infiltrada y que ahora sólo se reía de su victoria antes de intentar asesinarle, asunto que obviamente le hizo tensar los músculos preparándose para cualquier ataque.

La mujer por fin se calmó lo suficiente para permitirse hablar y explicar un poco más de sus teorías, las que dichas desde su punto de vista, lograban sonar hasta un poco lógicas, pero no aún justificables, o al menos no para él.

— ¿Cuántas vidas son equivalentes para ser perdonados por lo que son a estas alturas por naturaleza? — preguntó ella.

— Imagino que las suficientes como para morir al servicio de la Iglesia — respondió con claridad de quien ya hubiese estudiado respeto a ese tema.

Continuó escuchándole y entonces se quedó pensativo en el sentido propio de lealtad que la chica tenía y le miró de soslayo luego de que ella le pidiera razones suficientes para confiar en él que también era un desconocido. Claro, ambos estaban en igualdad de condiciones.

— Las razones ya vos las conoceís, sabeís a lo que va la Inquisición. Yo... deseo desarmarla de todos los modos posibles; debilitar sus filas, revelar cierta información que les haga disminuir su credibilidad, reducir a aquellos cazadores más peligrosos y finalmente abolirla como ley y defensa de la Iglesia — respondió mirándole a los ojos, demostrándole de ese modo, su verdadera convicción — Quiero pelear contra aquello que nos persigue y quiero hacerlo de una manera efectiva, ya que sé que sólo por la fuerza no obtendré los resultados deseados. Tengo que atacar por todas las partes posibles y para ello necesito adeptos... de todas las razas perseguidas.