Si eres una mujer digna, mantén tu cabeza en alto [Napoléone Bonaparte]

Qué lugar más concurrido. ¿A esto le llaman una “fiesta tranquila”?

La ironía que surgió casi instantáneamente de mi mente también se mostró en mi cara, cuando hice una pequeña sonrisa de mofa- que esperaba no se notara. Había llegado a aquel lugar esperando una reunión pequeña, cálida, acogedora. Pero no. El palacio que antes fuera el enorme salón de baile de los Reyes de Francia estaba atestado de gente. Bufé, algo disgustada.

Como mi “marido”-a pesar de ser un maldito cerdo- fue un hombre importante en su tiempo, los organizadores de esta fiesta consideraron prudente también invitarme a mí, Marie-Joséphe de Beauharnais, como gesto de amistad y delicadeza. Puaj. Detestaba que me tomaran en consideración sólo por el cerdo asqueroso con el que me tocó casarme, y del que no puedo pedir el divorcio.

Es un asunto difícil. Digamos que si lo pido, mis hijos se quedan sin patrimonio, en la más absoluta miseria. Como si no lo estuvieran ahora. La rata de su padre apenas les da dinero.

Calma, Marie-Joséphe, y respira. Recuerda que viniste aquí con un propósito. Todo sea por tus hijos. Ellos son los que importan en este asunto.

Cierto. Vine a esta ridícula fiesta buscando un patrocinador, una nueva pieza de ajedrez. Alguien que se apiade de mi situación, que me ayude a separarme de la bazofia de mi marido, que me aporte algún capital para que mis pequeños subsistan. Y esta era una oportunidad de oro. Una “pequeña” festividad para celebrar a la cónsul, Napoléone Bonaparte.

Quizá, si movía bien mis piezas, podría ganarme su patrocinio.

Muchas cosas habían cambiado en las últimas semanas. La vida de la joven general se había visto altamente trastocada e ncuestión de días, ni siquiera ella de la forma que hubiera imaginado. La ambición, siempre había estado presente en Napoléone, pero jamás se le pasó por la cabeza que pudiera llegar a escalar en la pirámide social d forma tan vertiginosa. Pues sí, así estaba ella, con su veintena escasamente pasada, general de artillería del ejército francés y lo que era aun más relevante... Cónsul de Francia.

La república llevaba un tiempo instaurada pero no había sido hasta entonces cuando se decidió presentar a la alta sociedad francesa, la república. En otras palabras un baile, sí, uno de esos de los que la general tanto odiaba y lo que era peor, en su honor. Por lo que en aquella ocasión, la idea de escaquearse de forma discreta quedó totalmente descartada. Además, la época en la que pasaba las horas sumida en su mundo y ensoñaciones había acabado. Ahora, debía enfrentarse a la ardua tarea de formar un gobierno y aquellas fiestas eran ideales para ello. Tomando por descontado el hecho de los posibles deslics que pudieran ocurrir.

Más o menos le habían informado de los asistentes más renombrados mientras varias doncellas trataban de embutir a la consul en un vestido. Vestido que terminó siendo apartado a patadas, mientras que con un gesto de suficencia se vestía -por sí sola- con su flamante uniforme de gala. Y así, hizo acto de presencia en la salón de baile, en SU fiesta.


OFF: creo que ha quedado un poco caótico lo siento u.u pero quería responderte ya xD siento la demora y todo eso u.u

Miré alrededor, buscando una buena presa para comenzar a mover mis piezas. Lo único que encontré fue a mi buen amigo, Paul Barras, que me saludó del otro extremo de la sala. Paul era uno de mis patrocinadores más fieles, y mi mejor amigo. Usualmente me reía de los rumores que nos unían como “amantes”, porque aquel hombre tenía unos gustos más bien diferentes.

El saludo dio paso a un acercamiento. Barras venía con otra de mis amigas, Madame Therese Taillier, más conocida por los círculos franceses como “Madame Libertad”. Otra de mis patrocinadoras, y mujer que admiraba por su elegancia y buen gusto en general. Además, gracias a ella podía codearme con varias de las gentes influyentes de la República.

-¡Marie-Joséphe de Beauharnais! Tan elegante como siempre, señorita- saltó la señora, contenta de verme. Le sonreí como respuesta- Sabía que no te perderías esta fiesta. Hay muchos peces gordos que cazar, ¿no?

-Pues yo te tengo el más gordo de todos, “viciosa criolla”- bromeó Barras, con una sonrisa pícara. Sabía que ese “apodo” no me gustaba para nada, pero la mitad de Francia ya lo había asumido-. Conozco a la protagonista de la fiesta, y de seguro se interesará en patrocinar a alguien tan bello y elegante como tú. Sólo tienes que darme tu aprobación y nos pondremos manos a la obra.

Lo miré, sorprendida. ¿Paul conocía a la Cónsul en persona?

-¡Claro! Es la mejor noticia que me has dado- exclamé, con una mezcla de alegría y confusión-. Te doy mi aprobación para exhibirme ante la persona más importante de esta sala- bromeé, ahora más tranquila. Me había mentalizado para agradar a aquella mujer.

Paul me tomó la mano, con una enorme sonrisa, y me llevó entre todo aquel mar de gente, que nos miraba cada vez más sorprendidos. Para los ojos de Francia, ambos éramos amantes. No era para nada decoroso que estuviéramos felizmente tomados de la mano, exhibiendo nuestras sonrisas a la sociedad. Como si me importaran sus rumores. Merecían una carcajada de mi parte. Pero no era tiempo para ensuciar mi imagen más de lo que estaba. Le dediqué mi sonrisa más radiante a varios de ellos, que me miraron con reprobación.

No me di cuenta cuando llegamos a nuestro destino. Lo único que me despabiló fue Barras hablando.

-Quiero presentarle a mi querida amiga, Marie-Joséphe de Beauharnais.

OFF: no te preocupes por la tardanza xD

Un saludo precedió a otro y así sucesivamente. Poco a poco, aunque no pasaban más que minutos, se fue desenvolviendo en la situación. Recordaba nombres y cara, sobre todo si tenían alguna afiliación con el ejército o todos aquellos mencionados por Darcy durante sus largas conversaciones que habían hecho que aquel momento sea posible. Sus pensamientos se posaron en él por unos instnates, deseando que estuviera lo mejor posible. Habían perdido muchos allegados durante aquella empresa, muchos a los que la general llamaba compañeros, e incluso amigos. Se avecinaban tiempos difíciles, el cambio nunca era fácil y debían resistir.

El ambiente, no era el más propicio para aquella clase de reflexiones filosóficas, ni tampoco para lamentarse del pasado y menos de dejarse llenar por un realismo desmoralizador sobre el presente. Pero su personalidad en gran parte retraída, incluso ciertamente introvertida a su manera le hacían evadirse con facilidad y olvidarse de donde encontraba por instantes. Eso era algo, que debería solucionar más temprano que tarde o las consecuencias podrían ser grandes. No temía precisamente por su vida en ese momento, pero sí, de otras tantas cosas. Por primera vez el tema de reputación y condición social estaba en los primeros puestos de la lista de prioridad de Napoléone.

Una voz, conocida a decir verdad le hizo volver a fijar la vista primero en él y luego, en ella. Paul era un buen amigo, un buen amigo político sin lugar a dudas y su influencia le había sido muy útil a lo largo de los años que llevaba en la capital francesa. Reconoció a la mujer que le acompaña, hermosa sin lugar a dudas y conocía su nombre. Marie Joséphe. Del mismo modo que conocía la relación que mantenían Barras y ella. No había prestado demasiado atención a los comentarios de ella, la vida privada de sus allegados le traían poco más que sin cuidado, por lo que mucho más no podía opinar. Tan sólo, el buen ojo que tenía Paul para ciertos menesteres.

Ante la presentación no pudo más que inclinar ligeramente la cabeza mientras su mirada evaluaba de arriba abajo a la dama que tenía delante. Se sintió claramente extraña y una sonrisa nerviosa pero bien disimulada se dibujó en sus labios. Apoyó la mano sobre el pomo del sable, más ceremonial que útil. -Madame-murmuró, apenas moviendo los labios de forma rápida.

Tras las clásicas formulas de cortesía, Barras desapareció de nuevo en la multitud. Dejándola a solas, con ella con su amante. Bonaparte masculló por lo bajo. ¿Qué pretendía aquel hombre? Sabía, era lo suficiente inteligente como para saber que aquello había sido intencionado, que aquello tenía un propósito.

Se humedeció los labios, dando unos pasos adelante, acercándose a la mujer. Eran una peculiar pareja, la diferencia de edad, notable, y la diferencia de vestiemnta, también. Del mismo modo, que dudaba que la vizcondesa compartiera alguno de sus intereses actuales, ¿o tal vez se equivocaba?

Se humedeció los labios. -He oído hablr de usted.-comenzó rompiendo el silencio, de forma algo ahogada pero recuperando el aliente con rapidez, del mismo modo que la compostura que había perdido observando a aquella mujer. Tenía algo, y era incapaz de decir que era exactamente.

Una sensación extraña me invadió. Nerviosismo. En mi vida había estado tan nerviosa. Paul y sus ideas, mascullé en mi fuero interno.

Quizá era por el rango, o por la presencia que tenía, una presencia más bien mayestática, pero estaba nerviosa. Apenas podía moverme mientras Barras hacía los honores. Y luego, el muy maldito se fue. Me dieron ganas de huir, de dejar mis pretensiones y quedarme pobre el resto de mi vida.

Ni se te ocurra. Ya estás aquí. Ahora mantén tu cabeza en alto y haz lo que tengas que hacer por tus hijos. Eres una mujer digna, Marie-Joséphe.

-De seguro ha oído hablar de mí. Soy el tema de todo París- contesté, en un tono que sólo se puede tildar de sarcástico. Mi nombre siempre formaba parte del cotilleo del día a día. Que mi marido hizo tal cosa, que me vieron con tal persona, que soy amante de aquella otra… Era un constante dolor de cabeza para mí y mis hijos.

Y me sentí más nerviosa al ver que conocía mi nombre. La idea era causar una buena impresión, no alejarla de mí con los tontos chismes que pasaban de boca en boca, algunos de los cuales ni siquiera eran reales.

-Yo también he oído hablar de usted, si me permite decirlo- sonreí un poco ante esta afirmación, aunque por dentro tenía ganas de golpearme. Era obvio que la conocía de nombre. Era la cónsul de Francia.

¿Qué demonios pasa contigo, Marie-Joséphe?

-No parece estar disfrutando mucho la fiesta- agregué rápidamente, al ver su cara de renuencia. A decir verdad estábamos de acuerdo en ese aspecto. Ambas, además de la cortesía habitual que uno debe mostrar en una celebración, teníamos cara de molestia, de aburrimiento. Como si quisiéramos salir corriendo para jamás volver a pisar aquel lugar.

Sonrío algo nerviosa, no pudo evitarlo. Las intenciones de Barras eran cada vez más claras. Bonaparte no tenía del todo claro hasta que punto la hacía gracia o le agradaba la situación. Pensativamete su mano tanto la parte baja de su recogido, como asegurándose de que todo seguía ahí. Aquel peinado, era el único vestigio de lo que hubiera sido la apariencia de la consul si no hubiera cambiado su vestuario a última hora.

Asintió lentamente. El sarcasmo en su voz no le había pasado inadvertido. Bonaparte sonrió nerviosa, aun así, su rostro siguió mostrándose sereno y calmado. -Entonces, eso significa que todo Paris no ha podido evitar hablar de una mujer tan hermosa como vos.- Nada más cerrar la boca, Napoleóne se quedo de piedra. ¿En serio había soltado eso? ¿En serio? ¿Dónde había dejado la cabeza? ¿Se le habrían ido los sesos por el maldito y asqueroso corsé? Carraspeó, tratando de recuperar la compostura. -Si mi comentario anterior le ha molestado, por favor, discúlpeme. Pero en cambio, sí creo, que la gente habla mucho, sin saber nada. La actuación de todo hombre está sujeta a muchas razones, que tan sólo el sujeto conoce. Pues entonces, ¿quién son ellos para juzgar lo que no saben?-hizo una pausa para escucharla. Se veía más tranquila a la general. En ocasiones pecaba de impulsiva, pero tan sólo esperaba que sus posteriores palabras hayan reparado el posible daño causado. -Me preguntó si habrá alguien en esta sala de quien no hayamos oído hablar.-respondiói haciendo alusión al hecho de que ella también había oído hablar de la militar.

Se balanceó sobre los talones y se miró las impolutas botas, mientras oteaba a su alrededor, dejando escapar una leve risa. -Tengo mejores cosas que hacer, que pasar las horas en lugares como este. Y convertirme, seguramente y sin lugar a las dudas, como usted bien sabrá, objetos de cuchicheos y todo tipo de palabras con no precisamente buenas intenciones. De todos modos, prefiero la poca compañía a la muchedumbre que se puede congregar en estos eventos. Además, no hay nada como el buen debate entre dos o pocas más personas. Aun así, permítame decir, que creo que usted tampoco se siente precisamente entusiasmada por la idea de estar aquí. ¿Me equivoco?-inquirió inclinándose levemente hacia la dama, acercándose a ella.

Sonreí. Había dado en el clavo.

-No disfruto estos eventos para nada, por el simple hecho de que usualmente soy el centro de atención, y no de muy buena manera, si lo ponemos de alguna forma- dije esas palabras con un deje sarcástico, casi malévolo. Ya sabía yo cuánto me divertía ser el centro de atención.

Miré a mi acompañante. Era bastante más baja que yo, y muy menuda, pero con un aura de determinación casi palpable. Si la situabas al lado mío, éramos un mundo de contrastes, como el día y la noche. Tanto en altura, como en complexión e incluso en personalidad. Era extraño que nos estuviéramos entendiendo tan… bien. Como si fuera algo completamente natural. Demasiado curioso.

-Usted también viene de una isla, como yo. O al menos eso es lo que sé. ¿Por qué no se distrae y me cuenta cómo era la vida en aquel lugar? Puede que tengamos algo que compartir.

Si había algo que me gustaba recordar era la vida en las islas. Eran lugares más libres que el continente europeo. Lugares donde la gente podía vivir como quisiera y hacer lo que quisiera. Contrastaba mucho con la vida en París, llena de reglas y convenciones, llena de prejuicios. En Martinica podía pasearme tranquilamente entre las plantaciones de caña de azúcar, sin importarme qué pensarían de mí. En cambio acá hacía algo un poco fuera de lo convencional y me trataban de inmoral. Qué fastidio.

Pero preferí dejar de pensar por un rato y concentrarme en lo que mi acompañante tenía que contarme.

-Me lo imagino...-musitó como queriendo cerrar aquella conversación. No tenía buena opinión acerca de los cotilleos y cuchicheos en los que todo Paris parecía estar involucrado. Además, era consciente de que aquel encuentro no pasaría desapercibido a los ojos de muchos. Sea como fuere que acabara aquel encuentro, debería ser cauta. Aunque la situación parcialmente estable, debía terminar de hacerse su lugar en aquella ciudad, entre la alta sociedad, de la que había prescindido en su totalidad hasta el momento.

No pudo evitar esbozar una sonrisa, levantó la mirada recordando atisbos de su infancia. Que rápido había acabado todo... Parecía cercano, al mismo tiempo que lejano. La vida de la joven si algo había sido era acelerada, siempre sucediendo cosas, tomando por descontado los numerosos problemas familiares en los que se había visto inmiscuída. Aun así, el detalle que aquella frase le confería, le sorprendió. El desinterés social de la general, llegaba a tal punto que no se había preguntado del lugar de procedencia de su compañía, sabía que venía de fuera, pero no sabía de donde con exactitud. -¡Oh sí! De la bella Cócega...Conocía el dato de su procedencia "extranjera" por decirlo del algún modo, pero no el hecho de que compartiéramos tal punto de unión. Lo que recuerdo es... plácido, buenos recuerdos aunque en los últimos años hayan surgido diversos conflictos. Aun así, mi padre, siempre quiso traernos al continente, y gran parte de nuestra educación, tanto la mía como la de mis hermanos terminó siendo enfocada para nuestra entrada en esta sociedad, aunque ahora tengo mis dudas de su efectividad. No estoy del todo segura de que soy lo que en su momento esperaban de mí... -concluyó dejando que su voz se fuera apagando, había terminado bajando la mirada, ladeando la cabeza. Sabía que no todos estaban tan contentos con las actuaciones, y aun menos con las recientes actuaciones de Napoléone. -Permítame preguntarle, ¿de dónde viene usted? Supongo que le complacerá saber que no he sido partícipe de los cuchicheos alrededor de su persona. No lo considero de honor. -le comentó mientras se hacía a un lado mientras le invitaba a salir fuera de la enorme estancia, a los jardines.

Era una noche cálida, y el cielo estaba despejado y ya se oteaban estrellas en él. La luna brillaba como el sol de la noche. Al final, no estaba siendo tan desagradable como habí imaginado. Se sentía cómoda a su lado, una sensación que pocas veces había experimentado.



OFF: he cambiado varias cosas, más bien he tenido que cambiar varias cosas del físico de Bonaparte más que nada por el PB escogido, por lo que en esta ocasión es más bien alta, muy alta -para la época- y delgada, casi un palillo xD tal y como se puede ver en los avatares. De todos modos, supongo que sabrás que lo que se dice respecto a la altura de Napoleón es falso, pues la medida inglesa y francesa aun teniendo el mismo nombre tienen equivalencias diferentes por lo que la estatura de Napoleón pasaría el metro sesenta con creces. xD

Suspiré. Entonces sabía muy poco de mí. Qué alivio.

¿Y desde cuándo te importa lo que la gente diga de ti, Marie-Joséphe? ¿Por qué te empeñas tanto en ocultarle lo que realmente eres a esta mujer?

A pesar de los comentarios mordaces que mi conciencia lanzaba a intervalos regulares, no dejé que mi rostro mostrara la batalla interior que mi mente libraba en aquel momento. En vez de eso, oculté toda mi frustración en una sonrisa radiante. Era algo que estaba acostumbrada a hacer, eso de ocultar mis emociones. Lo necesitaría bastante, ahora que tenía que hablar del lugar que dejé atrás.

-El Mediterráneo debe ser hermoso. Yo vengo de las colonias Francesas en el Caribe, más específicamente de Martinica. Nací y crecí en el pueblo de Les-Trois-Illets. Allí me educaron, y aprendí a vivir entre las cañas de azúcar. Como podrá suponer, era bastante provinciana. Cuando vine a vivir a París aprendí todo lo que ahora sé…

Cuando viniste a vivir con tu marido. Bonitos días, ¿no?

Fruncí los labios. Era algo que no me gustaba recordar demasiado. Aquel hombre, mi marido… El que me había quitado mi hogar. El que me había puesto de patitas en la calle. A mí y a mis hijos. La rabia comenzó a aflorar de nuevo en mi interior. De no haber sido porque tenía a la Cónsul de Francia al frente mío, ya me hubiera puesto a despotricar contra él. ¡Aquella alimaña, que no merecía el título de ser humano!

Entonces, me limité a suspirar. La melancolía que siempre trataba de mantener a raya iba ganando terreno. Debía ser porque con Napoléone me sentía en confianza, capaz de decirle toda mi vida sin arrugarme. Era una sensación que no había sentido con nadie, absolutamente nadie. De hecho, era la primera vez que estaba dispuesta a quitar de a poco la gran coraza que me había hecho contra el mundo exterior.

Escuchó con sosiego, asintiendo, levemente, no dudó en sonreir, no en aquella ocasión. Le resultaba curioso haber encontrado tanta similiritud en cuestioens de infancia en una recién conocida. El cambio a la ciudad, a la gran urbe que era Paris, era grande. Aunque a diferencia de ella -al menos según creía en principio - Napoléone tampoco había trascurrido demasiado tiempo en un mismo lugar, sus deberes hacia la patria le habían hecho estar en constante movimiento. Excepto en movmentos puntuales en los que volvía a Ajaccio, pero aquella, desde la vuelta de la Campaña en Egipto, era la primera vez que permanecía tanto tiempo en Paris. Y en pocos meses, todo había sucedido de golpe. Demasiado rápido para su gusto.

No añadió nada, no sabía que añadir. Movió la mirada, de un ldo a otro, arriba, abajo. El silencio se hizo de nuevo entre ambas y una oleada de comodidad y confianza la envolvió. Se sentía a gusto con aquella hermosa dama. Tenía la mirada clavada en ella, se había quedado prendada. Como movida por un instinto apoyó la mano sobre el brazo de ésta. Había podido avistar la rabia la furia y posteriormente la melancolía en ella. Napoléone no conocía a ciencia cierta lo ocurrido con aquella mujer, lo que pasaba por su cabeza en esos instantes. Pero sentía que debía ayudarla y estar junto a su lado.

-¿Necesita ir y tomar algo de aire?-le pregunta con cortesía dispuesta a acompañarla. Además, así se libraban de miradas indiscretas.

Off: he ido algo rápido, para tratar de evolucionar la situación ^^ y siento la tardanza y todo u.u y siento lo corto, hep erdido un poco el hilo de todo t.t

El ofrecimiento me tomó por sorpresa. Hace mucho tiempo que alguien no era amable conmigo sin una razón de por medio, y la actitud de la mujer a mi lado era extraordinariamente solícita. Me di cuenta de que estaba sonriendo abiertamente, cosa que no hacía desde hace meses. Traté de que mis comisuras bajaran, pero me estaba resultando… imposible. Espectacular, ahora sí que te ves como una provinciana. ¿Qué hemos aprendido todos estos meses?

-Sería un verdadero gusto, aunque tengo que informarle que se expone a habladurías si alguien la ve por ahí acompañando a Joséphine de Beauharnais- no quería que su reputación se fuera al abismo por mi culpa, y no por todo el estúpido asunto monetario. De hecho, el patrocinio que había venido a buscar había pasado a la última de mis prioridades. Ahora mi alarma personal estaba en el posible daño que le estaba haciendo a su imagen.

A pesar de que no había hecho ni la mitad de las cosas que la gente murmuraba allá en el salón, seguía siendo Joséphine de Beauharnais, mujer divorciada del Vizconde de Beauharnais, que vivía en una abadía con otras de su clase y se dedicaba a mendigar dinero para sobrevivir a los gastos. Seguía siendo lo suficientemente reprochable como para dañar la reputación de toda persona que tocara en aquel momento. Y a pesar de que toda esta situación no era mi culpa, no podía defenderme. En esta sociedad, todo lo que un hombre dijera era ley.

Aunque claro, la presencia de Napoléone a mi lado no hacía más que demostrarme lo contrario.

enterada c: y no te preocupes xD

Aquella mujer sonreía, y Napoléone no podía evitar devolverle la sonrisa. Hacía tiempo que había dejado dep ensar en su imagen, o en lo que los demás pudiesen llegar a decir. Con paso galante, puede que impropio de una dama, acompañó a Joséphine fuera de la sala. En el patio ajardinado, la noche estrellada lucía sobre ellos. Era realmente precioso. Napoléone inspiro al aire y se dejó llevar por los olores que llegaban a ella. Sentía especial aprecio hacia aquella clase de noche. Si no fuera por las luces que provenían del interior y el hecho de que estaban rodeados de edificios, con tan sólo mirar al cielo, podría decir que estaba allá lejos, en campaña. Para que negarlo, lo echaba de menos. Pero ya se había autoconvencido de que no vería un campo de batalla en bastante tiempo.

Ante su comentario, tan sólo sonrió de medio lado, incluso pícaramente, como diciendo que poco le importaba. También corrían rumores sobre la consul. Aquellas malas lenguas ya comenaron con su primer ascenso, ¡era una mujer! Pero sus actuaciones en el campo de batalla, le habían permitido ganarse el respeto de unos cuantos. La política era otro cantar, y muchos de los antguos gobernantes no parecían demasiado complacidos de tener una mujer por encima de sus cabezas.

-Vivimos en un mundo de locos...-musitó, volviendo a mirarla de medio lado. Era más bien alguna clase de reflexión en voz alta. -Pero supongo que lo superamos a base de buena compañía.-inclinó levemente la cabeza, pues era una forma de hacer referencia a aquella pecuiar mujer que la acompñaba en aquella velada.

No pude evitar soltar una risita ante sus palabras. ¡En verdad éste era un mundo de locos! La cordura había abandonado hace mucho tiempo a la raza humana, volviéndola más y más extraña a medida que los siglos pasaban. Pero extrañamente todo se veía más ordenado ahora, gracias a la mujer que estaba a mi lado.

-Gracias por el halago, aunque muchos considerarían lo que usted llama “buena compañía” como algo espantoso-allí sonreí con picardía. La sociedad y sus hipocresías. Los que antes me reverenciaban como una diosa más, ahora me trataban como una paria de las peores. Y, que yo supiera, esa fiesta estaba llena de gentes que habían cometido pecados peores que el mío, sólo que lo mantenían oculto bajo siete llaves.

La brisa fresca del exterior me ayudó a relajarme un poco. Cerré los ojos, disfrutando del frío ocasional que pasaba cerca de mis mejillas. Hacía mucho tiempo que me había acostumbrado a aquellas brisas agradables del París veraniego. Me había costado, por mi afición al clima tropical en el que siempre había vivido, ´pero ahora podía apreciarlas en su justa medida. Y, como decía Napoléone, todo era mejor con compañía. Y en este caso, podía decir que era bastante buena.

Espera un momento, Marie-Josèphe… No te estás encariñando, ¿cierto? ¿No ves que cada vez que te aficionas a algo o alguien terminas mal? ¿Quieres resultar herida de nuevo?

Gracias, cerebro, por arruinarme la noche. ¿No quieres callarte y dejarme tranquila?

-¿Cómo es que logró acostumbrarse a una sociedad tan agresiva como la parisina? Debió ser difícil, y más aún con su rango- hablé un poco más rápido y fuerte, tratando de acallar todas las estupideces que mi cabeza me lanzaba, que a su vez trataba de arruinar la poca tranquilidad que me quedaba. ¿Es que acaso yo tampoco tenía derecho a ser feliz alguna vez?

Su risa le hizo sonreir. La situación se iba relajando, poco a poco. Se iban olvidando de todo lo que sucedía a su alrededor. Se encogió de fomra despreocupada de hombros, mirándola tan sólo de reojo. Recorrió con la mano la superficie de los setos perfectamente cuidados. -Ese tipo de afirmaciones las considero relativas, Madame. Hasta que la ciencia no tenga una fórmula matemática exacta para demostrarme que algo s espantoso, me seguiré fiando de mi instinto e intuición. Y usted, no lo es, y vuestra compañia, menos.-había termiando volviendo la mirada hacia la bella mujer. Oh diantres. ¿Qué estaba pasando? ¿Aquello era una declaración de amor? ¿O sólo a la recién nombrada consul le apestaba aquello a amor? Calló, y bajó la mirada, apartándola de nuevo. Se había ruborizado, muy levemente, pero lo había hecho. Callate la boca se dijo mentalmente.

-Se puede decir, que siempre he tenido buenos contactos, eso me ha ayudado a que mi condición de fémina pudiera pasar a un segundo plano. Por otro lado, por suerte o mala suerte, no tengo un físico tan curvado y dado que mi nombre es fácilmente confundible con el de un varón, se puede decir, que parte del tiempo, mi género, ha pasado totalmente desapericibido. Pero a estas alturas ya... poco se puede ocultar.-comentó sonriendo de medio lado.-Soy militar, Marie-Josèphe. Los militares, para solucionar nuestras ofensas nos dedicamos a tirarnos cañonazos los unos a los otros.-respondió sonriendo algo más ampliamente incluso divertida. No s podía dejar de lado, que podría ser consul, pero que hasta hace nada, prácticamente había sido conocida como el general Bonaparte de artillería y aunque no fuera precisamente un "macho", el convivir con hombres durante tanto tiempo si había llevado a que ciertos hábitos o costumbres las terminara tomando como suyas. Y sí, mostrarse como una señorita civilizada lo veía casi como algo imposible. -La verdad, es que no creo haberme acostumbrado a ella. Sigo sin entender como podéis andar en tales vestimentas... no sería capaz.-comentó tratando de amenizar la conversación.

Miré mis ropajes de arriba abajo. Aquel día había decidido ponerme un vestido blanco con bordados de oro, al cual no le veía nada malo. La diferencia radicaba más bien en que yo siempre había vestido telas largas y ella, como había dicho anteriormente, era una militar. Estaba obligada a no ser la mujer que era en realidad, algo que yo definitivamente no me avergonzaba en ocultar.

-¿Esto? Es cosa de costumbre. Cuando has sido criada como una señorita con el matrimonio como único destino, puedes soportar usar cosas como estas- con una sonrisa solidaria señalé con la mano aquellos ropajes a la moda-. Y después se repite el mismo ciclo cuando se tienen niñas a las que criar, supongo.

Con la mención de los hijos, una lucecilla se encendió en mi mente. ¡Los niños! No sabía la hora, y tampoco podía dejarlos solos toda la noche. Aún eran pequeños y temerosos de algunas cosas. Maldije a Barras y su despreocupación en mi fuero interno. Había prometido que me avisaría cuando fuera demasiado tarde, y hasta donde vi antes de salir, estaba muy cómodo riendo de los chistes de un caballero.

-Disculpe, pero no se la hora y necesito volver a mi… hogar. Tengo un par de niños pequeños que aún temen a la oscuridad y prometí que volvería temprano…- comencé a explicar rápido, con la intención de que no me mirara a mal si de pronto salía corriendo a toda velocidad en busca de un carruaje.

Spoiler:

-Lo entiendo, no se preocupe. Supongo que el deber siempre viene con algunos sacrificios-mi voz comenzó a salir cada vez más apagada. Benditos sean los niños. Los amaba muchísimo, pero a veces pensaba en que sería bueno que crecieran rápido o que le perdieran el miedo a las cosas. A veces era muy inconveniente que fueran tan pequeños.

La cónsul hizo los arreglos necesarios para que yo dispusiera de un carruaje de la manera más rápida posible. De hecho, a los cinco minutos ya tenía un transporte seguro, que me llevaría de nuevo a lo que podría considerarse mi hogar. Esa estúpida abadía en la que me había recluido, a falta de una casa decente en la que vivir. Donde tenía a mis hijos, encerrados al lado mío y sin demasiadas diversiones de por medio. Me limité a suspirar. ¿Qué iba a hacer con ese ítem? Porque aunque no lo pareciera, era una madre preocupada.

Al momento de subir, me asaltó una sensación de ¿angustia? Moví la cabeza a ambos lados, y me acomodé en el interior de la carroza. Miré a la mujer para darle las gracias, pero grande fue mi sorpresa al ver que la misma sensación de angustia que estaba tratando de acallar se apoderaba de mí. Otra vez. Era algo para preocuparse, porque ¿debería sentir aquello por una mujer a la que había conocido hace sólo unas horas? Y mientras más trataba de acallarla, más presente se hacía. La idea de que posiblemente la volvería a ver, pero en muchísimos años más. Con todo el trabajo que tienen estos mandatarios…

-Debo volver a agradecerle su interés- hablé un poco más fuerte para acallar la molesta voz mental que solía arruinarme las cosas-. Espero que siga disfrutando de esa fiesta tan aburrida… Aunque creo que tiene el suficiente poder como para irse en el momento que quiera, ¿no?

Le dirigí una sonrisa despreocupada, cuidando de no mostrar ningún desliz de mi cabeza.

Spoiler: