AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Largas tardes de música [ Joséphine de Beauharnais ]
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Largas tardes de música [ Joséphine de Beauharnais ]
"Largas tardes
de música
de música
CON Joséphine ∞ 12:15 PM
El día se presentaba radiante, soleado, perfecto para celebrar una fiesta por todo lo alto, con buena compañía y mejor bebida. Hacía años que no ponía un pie en una casa noble, y aún más que no tocaba un instrumento en una de estas grandes reuniones. Podría decir que estaba nerviosa, pero estaría mintiendo.
Lo que sí era cierto, era la extraña sensación que me invadía. Supuse que serían los sentimientos contradictorios que me producía retomar esta actividad, pues la última vez que había tocado para la clase alta fue junto al que un día fue mi “gran amor”, ese primer romance adolescente que marca un antes y un después. Ahora me encontraba sola, con el alma desnuda frente a un público desconocido, arropada únicamente por el sonido del clavicordio. Era una sensación inquietante y, en cierto sentido, me angustiaba.
Pero tampoco tenía alternativa. El teatro ya no me proporcionaba la suficiente solvencia como para basarme exclusivamente en ese sueldo y estaba empezando a pasar un poco de hambre. Era una de esas etapas de escasez por las que ya he pasado muchas veces. Sabía que podría ser mucho peor, y precisamente por eso tenía que ponerle solución cuanto antes.
Me había puesto un vestido verde ceñido, una de mis mejores galas, que en comparación con las del resto de invitados parecía un harapo recién sacado del vertedero. Tampoco era algo que me preocupara especialmente. Nadie me iba a prestar atención a mí ni a mi indumentaria, yo solamente estaba para amenizar la fiesta mientras los demás reían y charlaban entre ellos, y la verdad es que me sentía más cómoda así. Allí cada uno tenía un papel y el mío era pasar desapercibida.
Me recibió la anfitriona con cortesía y me llevó hasta donde se encontraba el clavicordio. Cogió un cubierto y lo hizo chocar con la copa que llevaba en la mano para llamar la atención de los invitados.
— Mesdames et messieurs, me complace presentarles a Nói Runa, recién llegada de Islandia para deleitarnos con unas hermosas piezas para clavicordio y arpa.
Hice una reverencia al tiempo que todos aplaudían, más que por educación, para que no se me notara la sonrisilla divertida que se había dibujado en mi cara. Me senté en la butaca y comencé a tocar.
“Recién llegada de Islandia”. Tenía gracia considerando que había pasado más años en París que en mi tierra natal. A los nobles les encantaba lo exótico, lo desconocido y lejano, y mis rasgos eran estupendos para hacerme pasar por una completa extranjera. Lo malo es que ahora me tocaría forzar mi acento si alguien se dignaba a hablarme.
De momento me concentré en las teclas del piano. Primero toqué unas cuantas canciones alegres con mucha soltura, perfectas para bailar y que la gente se animara. Durante la hora de comer, fueron obras más lentas y tranquilas, algo pueriles a mi parecer, parecían transportarte a un cuento de hadas. Después toqué alguna que otra balada, y así me pasé cerca de tres horas sin apenas descansar. No se me hacía pesado en ningún caso. Me encantaba la música y tenía los cinco sentidos en el piano, y posteriormente en el arpa.
Hasta que, afortunadamente, me relevaron.
Era un músico rubio, alto y joven que tocaba el violín. Piére, se llamaba. Me recuerda a alguien…, pensé, sin poder evitar soltar un suspiro de resignación. Pero de cualquier forma agradecí mucho su presencia, ya que estaba empezando a saturarme un poco y me moría de hambre.
Le di mis gracias más sinceras a la dueña de la casa por haber tenido el detalle de contratar a otro músico y me perdí entre la gente.
Lo que sí era cierto, era la extraña sensación que me invadía. Supuse que serían los sentimientos contradictorios que me producía retomar esta actividad, pues la última vez que había tocado para la clase alta fue junto al que un día fue mi “gran amor”, ese primer romance adolescente que marca un antes y un después. Ahora me encontraba sola, con el alma desnuda frente a un público desconocido, arropada únicamente por el sonido del clavicordio. Era una sensación inquietante y, en cierto sentido, me angustiaba.
Pero tampoco tenía alternativa. El teatro ya no me proporcionaba la suficiente solvencia como para basarme exclusivamente en ese sueldo y estaba empezando a pasar un poco de hambre. Era una de esas etapas de escasez por las que ya he pasado muchas veces. Sabía que podría ser mucho peor, y precisamente por eso tenía que ponerle solución cuanto antes.
Me había puesto un vestido verde ceñido, una de mis mejores galas, que en comparación con las del resto de invitados parecía un harapo recién sacado del vertedero. Tampoco era algo que me preocupara especialmente. Nadie me iba a prestar atención a mí ni a mi indumentaria, yo solamente estaba para amenizar la fiesta mientras los demás reían y charlaban entre ellos, y la verdad es que me sentía más cómoda así. Allí cada uno tenía un papel y el mío era pasar desapercibida.
Me recibió la anfitriona con cortesía y me llevó hasta donde se encontraba el clavicordio. Cogió un cubierto y lo hizo chocar con la copa que llevaba en la mano para llamar la atención de los invitados.
— Mesdames et messieurs, me complace presentarles a Nói Runa, recién llegada de Islandia para deleitarnos con unas hermosas piezas para clavicordio y arpa.
Hice una reverencia al tiempo que todos aplaudían, más que por educación, para que no se me notara la sonrisilla divertida que se había dibujado en mi cara. Me senté en la butaca y comencé a tocar.
“Recién llegada de Islandia”. Tenía gracia considerando que había pasado más años en París que en mi tierra natal. A los nobles les encantaba lo exótico, lo desconocido y lejano, y mis rasgos eran estupendos para hacerme pasar por una completa extranjera. Lo malo es que ahora me tocaría forzar mi acento si alguien se dignaba a hablarme.
De momento me concentré en las teclas del piano. Primero toqué unas cuantas canciones alegres con mucha soltura, perfectas para bailar y que la gente se animara. Durante la hora de comer, fueron obras más lentas y tranquilas, algo pueriles a mi parecer, parecían transportarte a un cuento de hadas. Después toqué alguna que otra balada, y así me pasé cerca de tres horas sin apenas descansar. No se me hacía pesado en ningún caso. Me encantaba la música y tenía los cinco sentidos en el piano, y posteriormente en el arpa.
Hasta que, afortunadamente, me relevaron.
Era un músico rubio, alto y joven que tocaba el violín. Piére, se llamaba. Me recuerda a alguien…, pensé, sin poder evitar soltar un suspiro de resignación. Pero de cualquier forma agradecí mucho su presencia, ya que estaba empezando a saturarme un poco y me moría de hambre.
Le di mis gracias más sinceras a la dueña de la casa por haber tenido el detalle de contratar a otro músico y me perdí entre la gente.
BY тangerιne FOR SOURCECODE
Nói Runa Hauksdóttir- Hechicero Clase Media
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Re: Largas tardes de música [ Joséphine de Beauharnais ]
Otro día, otra fiesta. Se me estaba haciendo muy difícil esto de encontrar patrocinadores. Nadie quería ayudar a una pobre mujer divorciada.
Que molestia. Los nobles siempre se preocupan antes de sus intereses, después de los demás. No es que yo sea diferente, claro. Pero desde mi perspectiva empobrecida se me hacía bastante claro que con esa concepción de la vida iba a conseguir el dinero que necesitaba el día del juicio.
No pongas cara de enojo, Marie-Joséphe. Sonríe y saluda. No pierdes nada con intentar.
Me dediqué a agasajar a los invitados con mis sonrisas y mi presencia. Aquel día había decidido ponerme un bonito vestido de color celeste, que me hacía resaltar bastante en aquella sala. Casi todas las miradas se dirigían hacia mí. Algunas de admiración, algunas de desprecio. Todos en esa fiesta conocían la historia de Marie-Joséphe de Beauharnais y el cerdo de su marido. Supongo que por el hecho de vivir en una abadía con otras mujeres en mi misma situación me merezco algunas miradas hostiles. Pero no me importa.
En un momento, la anfitriona presentó a una joven, procedente de Islandia. Se notaba que era extranjera, aunque no tenía el aire extraviado de los que recién llegaban a Francia. No. Ella estaba cubierta de aire parisino. Me sonreí. Era más fácil para los dueños de casa fingir que podían patrocinar a extranjeros de lugares distantes. Mientras más exóticos, mejor.
Se sentó ante el clavicordio, y comenzó a tocar.
Era el sonido más agradable que había escuchado en mucho tiempo. Se notaba que esta joven tenía talento, a pesar de ser de origen humilde-lo supe al ver el vestido, relativamente opacado ante la muestra de opulencia de todos los presentes-. Me causó una grata impresión, al punto de considerar acercarme a ella sin otro motivo que hablar. Nada de pedir limosna.
La actuación duró un buen rato, en el cual los invitados bailamos al son de la música, para luego dar paso a la conversación. La mujer seguía tocando, sin descanso. Hasta que en un momento se detuvo y fue reemplazada por un joven músico al que conocía bien. Se llamaba Piére, y su padre alguna vez me había patrocinado por un par de meses. Luego, la joven le agradeció a la anfitriona y se fue. Sentí curiosidad.
-Rachéle, ¿Puedes presentarme a la joven concertista? Quiero felicitarla por tan eximia actuación.
Rachéle sólo sonrió, asintió y me guió hacia donde estaba la joven, a punto de salir del lugar.
-¿Mademoiselle Nói Runa? Quisiera presentarle a Madame Marie-Joséphe de Beauharnais. Ha venido a felicitarla por su actuación.
Que molestia. Los nobles siempre se preocupan antes de sus intereses, después de los demás. No es que yo sea diferente, claro. Pero desde mi perspectiva empobrecida se me hacía bastante claro que con esa concepción de la vida iba a conseguir el dinero que necesitaba el día del juicio.
No pongas cara de enojo, Marie-Joséphe. Sonríe y saluda. No pierdes nada con intentar.
Me dediqué a agasajar a los invitados con mis sonrisas y mi presencia. Aquel día había decidido ponerme un bonito vestido de color celeste, que me hacía resaltar bastante en aquella sala. Casi todas las miradas se dirigían hacia mí. Algunas de admiración, algunas de desprecio. Todos en esa fiesta conocían la historia de Marie-Joséphe de Beauharnais y el cerdo de su marido. Supongo que por el hecho de vivir en una abadía con otras mujeres en mi misma situación me merezco algunas miradas hostiles. Pero no me importa.
En un momento, la anfitriona presentó a una joven, procedente de Islandia. Se notaba que era extranjera, aunque no tenía el aire extraviado de los que recién llegaban a Francia. No. Ella estaba cubierta de aire parisino. Me sonreí. Era más fácil para los dueños de casa fingir que podían patrocinar a extranjeros de lugares distantes. Mientras más exóticos, mejor.
Se sentó ante el clavicordio, y comenzó a tocar.
Era el sonido más agradable que había escuchado en mucho tiempo. Se notaba que esta joven tenía talento, a pesar de ser de origen humilde-lo supe al ver el vestido, relativamente opacado ante la muestra de opulencia de todos los presentes-. Me causó una grata impresión, al punto de considerar acercarme a ella sin otro motivo que hablar. Nada de pedir limosna.
La actuación duró un buen rato, en el cual los invitados bailamos al son de la música, para luego dar paso a la conversación. La mujer seguía tocando, sin descanso. Hasta que en un momento se detuvo y fue reemplazada por un joven músico al que conocía bien. Se llamaba Piére, y su padre alguna vez me había patrocinado por un par de meses. Luego, la joven le agradeció a la anfitriona y se fue. Sentí curiosidad.
-Rachéle, ¿Puedes presentarme a la joven concertista? Quiero felicitarla por tan eximia actuación.
Rachéle sólo sonrió, asintió y me guió hacia donde estaba la joven, a punto de salir del lugar.
-¿Mademoiselle Nói Runa? Quisiera presentarle a Madame Marie-Joséphe de Beauharnais. Ha venido a felicitarla por su actuación.
Joséphine de Beauharnais- Humano Clase Alta
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Re: Largas tardes de música [ Joséphine de Beauharnais ]
— Es todo un placerr, madame —dije cortésmente, recuperando mi acento. Incliné levemente la cabeza a modo de sutil reverencia y volví a mirarla. Tenía un aspecto delicado, elegante, que por alguna razón desentonaba un poco con el resto de los invitados. Detrás de aquella mujer había algo más, podía percibirse en su mirada. No era una noble cualquiera, estaba lejos de toda esa hipócrita apariencia de gente con modales refinados y artificiales. Tenía una razón para estar allí, independientemente de divertirse en la fiesta, se veía segura de sí misma, al mismo tiempo que algo incómoda. Quizás le gustara el ambiente casi tanto como a mí: más bien poco.
Me quedé mirando sin parpadear durante más tiempo del estrictamente aceptado. No sabía muy bien qué hacer, todo lo que conocía de los protocolos de la clase alta lo había aprendido por imitación, después de mucho verles interactuar entre ellos, como los niños pequeños aprenden a hablar.
— Me honrra mucho que le guste mi música —añadí para cortar un poco la tensión, bajando la mirada. Sentía cierta curiosidad por conocerla un poco mejor, aunque a mí sólo me estaba permitido responder a los invitados, nunca comenzar la conversación —y siempre con cortesía, claro, el cliente siempre tiene la razón.
Me quedé mirando sin parpadear durante más tiempo del estrictamente aceptado. No sabía muy bien qué hacer, todo lo que conocía de los protocolos de la clase alta lo había aprendido por imitación, después de mucho verles interactuar entre ellos, como los niños pequeños aprenden a hablar.
— Me honrra mucho que le guste mi música —añadí para cortar un poco la tensión, bajando la mirada. Sentía cierta curiosidad por conocerla un poco mejor, aunque a mí sólo me estaba permitido responder a los invitados, nunca comenzar la conversación —y siempre con cortesía, claro, el cliente siempre tiene la razón.
Nói Runa Hauksdóttir- Hechicero Clase Media
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Re: Largas tardes de música [ Joséphine de Beauharnais ]
-No hay de qué, siempre hay que saber apreciar una buena interpretación- respondí, con una sonrisa mas o menos natural. Se me había olvidado un poco el cómo sonreír de manera franca, gracias al tiempo que pasé practicando sonrisitas falsas para los grandes señores.
Le hice una seña a Rachéle para que me dejara hablar con ella con tranquilidad. Sabía que causaría risotadas en ella si me veía como la verdadera Marie-Joséphe de Beauharnais, y no la perfecta imagen que había aprendido a cultivar. La mujer entendió, hizo una reverencia y se fue.
-No tiene que fingir un acento que ya no tiene, mademoiselle- comencé, hablando con astucia-. Yo también fui extranjera en estas tierras y sé cuando una persona ha pasado demasiado tiempo en Francia como para olvidar su idioma original.
Esperaba que con esa muestra de confianza se atreviera a hablar más. Las fiestas como ésta me aburrían bastante. Siempre los mismos hombres, las mismas mujeres. Había aprendido cuándo rendirme y dejar de "pedir limosna", como yo decía. Si ellos no querían darme un poco de dinero, yo no iba a rogar de rodillas que lo reconsideraran. Tenía dignidad, bastante para una mujer en mi posición.
Yo no había hecho nada malo, aparte de tratar de tener un matrimonio feliz. Fue Alexandre el que se dedicó a calumniarme y dejar mi imagen por los suelos, sin resultados satisfactorios. Fue Laure la que, envidiosa, le metió en la cabeza a mi marido la idea de que yo lo había engañado, sólo porque mi Hortense nació antes de tiempo.
En resumidas cuentas, no era mi culpa que ahora fuera pobre y estuviera asilada en una abadía para mujeres separadas.
Pero no eran pensamientos agradables. No para una velada como ésta. Ladeé un poco la cabeza y volví a dirigirme a la joven concertista.
-¿Dónde aprendió a tocar así, Mademoiselle?
Le hice una seña a Rachéle para que me dejara hablar con ella con tranquilidad. Sabía que causaría risotadas en ella si me veía como la verdadera Marie-Joséphe de Beauharnais, y no la perfecta imagen que había aprendido a cultivar. La mujer entendió, hizo una reverencia y se fue.
-No tiene que fingir un acento que ya no tiene, mademoiselle- comencé, hablando con astucia-. Yo también fui extranjera en estas tierras y sé cuando una persona ha pasado demasiado tiempo en Francia como para olvidar su idioma original.
Esperaba que con esa muestra de confianza se atreviera a hablar más. Las fiestas como ésta me aburrían bastante. Siempre los mismos hombres, las mismas mujeres. Había aprendido cuándo rendirme y dejar de "pedir limosna", como yo decía. Si ellos no querían darme un poco de dinero, yo no iba a rogar de rodillas que lo reconsideraran. Tenía dignidad, bastante para una mujer en mi posición.
Yo no había hecho nada malo, aparte de tratar de tener un matrimonio feliz. Fue Alexandre el que se dedicó a calumniarme y dejar mi imagen por los suelos, sin resultados satisfactorios. Fue Laure la que, envidiosa, le metió en la cabeza a mi marido la idea de que yo lo había engañado, sólo porque mi Hortense nació antes de tiempo.
En resumidas cuentas, no era mi culpa que ahora fuera pobre y estuviera asilada en una abadía para mujeres separadas.
Pero no eran pensamientos agradables. No para una velada como ésta. Ladeé un poco la cabeza y volví a dirigirme a la joven concertista.
-¿Dónde aprendió a tocar así, Mademoiselle?
Joséphine de Beauharnais- Humano Clase Alta
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Re: Largas tardes de música [ Joséphine de Beauharnais ]
— Así que se ha dado cuenta… —comenté respecto al asunto del acento forzado.— Vaya, pensaba que se me daba mejor el teatro.
Sonreí. Me resultaba extrañamente agradable hablar con aquella mujer. Efectivamente era diferente al resto de nobles, pues algo en ella me incitaba a ignorar un poco las normas de decoro que me obligan a mantener en estas fiestas.
— Menciona usted que también procede de otro país, ¿podría preguntar de cuál, si no es mucha indiscreción?
Me arrepentí en cierto modo de mis palabras.
La curiosidad mató al gato. Quizás había estado fuera de lugar. Hay que ser delicada con la clase alta y no preguntar si no te preguntan, me recordé a mí misma.
En cualquier caso, no dejé que estos pensamientos afloraran al exterior. Simplemente me apresuré a responder a su pregunta para dejarlos atrás.
— Si pregunta acerca de mi formación, le diré que fueron instructores diversos en sitios muy distantes. Los que probablemente conozca, si siente interés por la música de nuestro tiempo, son Sindri Haraldsson, en Islandia; Jarko Valinnen, en Finlandia, y Friedrich Ludwig Æmilius Kunzen, en Dinarmarca, entre otros tantos.
Sonreí. Me resultaba extrañamente agradable hablar con aquella mujer. Efectivamente era diferente al resto de nobles, pues algo en ella me incitaba a ignorar un poco las normas de decoro que me obligan a mantener en estas fiestas.
— Menciona usted que también procede de otro país, ¿podría preguntar de cuál, si no es mucha indiscreción?
Me arrepentí en cierto modo de mis palabras.
La curiosidad mató al gato. Quizás había estado fuera de lugar. Hay que ser delicada con la clase alta y no preguntar si no te preguntan, me recordé a mí misma.
En cualquier caso, no dejé que estos pensamientos afloraran al exterior. Simplemente me apresuré a responder a su pregunta para dejarlos atrás.
— Si pregunta acerca de mi formación, le diré que fueron instructores diversos en sitios muy distantes. Los que probablemente conozca, si siente interés por la música de nuestro tiempo, son Sindri Haraldsson, en Islandia; Jarko Valinnen, en Finlandia, y Friedrich Ludwig Æmilius Kunzen, en Dinarmarca, entre otros tantos.
Nói Runa Hauksdóttir- Hechicero Clase Media
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Re: Largas tardes de música [ Joséphine de Beauharnais ]
-No es un país, es sólo una pequeña colonia Francesa al Oeste. ¿Le suena de algún lugar el nombre Martinica?- sonreí ante la mención de aquel hogar que había dejado.
La verdad era que extrañaba vivir en aquella isla. No era un mal lugar, tenía espacio de sobra para estar sola, como siempre me había gustado. No me trataban como “mujer exótica”, como hacían acá en Francia. Y lo más irónico era que técnicamente era Francesa. Lo único que había tenido de extraño, hace mucho tiempo, era mi acento algo caribeño y la poca instrucción que había recibido en sociedad.
Hace años que vine a vivir a este estúpido país lleno de prejuicios, y ahora me arrepentía más que nunca. ¿Por qué me obligaron a casarme, en primer lugar? Teníamos dinero de sobra como para vivir holgadamente.
Pero siempre había una razón. En este caso, el tonto deseo de mi tía de tener una “buena esposa para su hijo”. Y Catherine había muerto. Yo era, obligadamente, la compensación a esa pérdida.
-Excelente formación, por lo que veo. Nunca tuve la oportunidad de aprender música, pero eso no me hace una espectadora menos vivaz- le dirigí una sonrisa de complicidad-. He tenido la oportunidad de conocer a buenas figuras de la música gracias a mis.. eh… relaciones en sociedad- estuve a punto de decir “pesquisas por dinero”, pero alcancé a darme cuenta-, así que si necesita algún favor especial, como un patrocinio o un teatro en el cual tocar, no dude en pedírmelo y yo arreglaré todo.
No sabía la razón, pero sentía la necesidad de ayudar a esta jovencita, de ofrecerle mi mano y mi apoyo en lo que necesitara. Quién sabe si podía convertirse en mi amiga en algún momento.
Espera, ¿qué?
La verdad era que extrañaba vivir en aquella isla. No era un mal lugar, tenía espacio de sobra para estar sola, como siempre me había gustado. No me trataban como “mujer exótica”, como hacían acá en Francia. Y lo más irónico era que técnicamente era Francesa. Lo único que había tenido de extraño, hace mucho tiempo, era mi acento algo caribeño y la poca instrucción que había recibido en sociedad.
Hace años que vine a vivir a este estúpido país lleno de prejuicios, y ahora me arrepentía más que nunca. ¿Por qué me obligaron a casarme, en primer lugar? Teníamos dinero de sobra como para vivir holgadamente.
Pero siempre había una razón. En este caso, el tonto deseo de mi tía de tener una “buena esposa para su hijo”. Y Catherine había muerto. Yo era, obligadamente, la compensación a esa pérdida.
-Excelente formación, por lo que veo. Nunca tuve la oportunidad de aprender música, pero eso no me hace una espectadora menos vivaz- le dirigí una sonrisa de complicidad-. He tenido la oportunidad de conocer a buenas figuras de la música gracias a mis.. eh… relaciones en sociedad- estuve a punto de decir “pesquisas por dinero”, pero alcancé a darme cuenta-, así que si necesita algún favor especial, como un patrocinio o un teatro en el cual tocar, no dude en pedírmelo y yo arreglaré todo.
No sabía la razón, pero sentía la necesidad de ayudar a esta jovencita, de ofrecerle mi mano y mi apoyo en lo que necesitara. Quién sabe si podía convertirse en mi amiga en algún momento.
Espera, ¿qué?
Joséphine de Beauharnais- Humano Clase Alta
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Re: Largas tardes de música [ Joséphine de Beauharnais ]
— Siento decirle que no, por desgracia nunca he estado allí, aunque apuesto que es un sitio precioso.
Me percaté en ese momento de que cerca de donde nos encontrábamos había una mesa repleta de comida y bebida, y yo llevaba un rato muriéndome de hambre.
Fui desviándome sutilmente hacia allí, manteniendo la mirada en los ojos de la mujer.
— Oh, se lo agradezco muchísimo, pero temo decirle que no es necesario, pues ya trabajo en el teatro de París —dije con una sonrisa.— Si tanto le gusta la música, sabe que siempre está invitada a acudir.
Había llegado a la mesa y me tomé la libertad de coger una copa y llenarla de ponche, para ir abriendo estómago.
— Y dígame, si no es mucho descaro, ¿qué la trajo a París? —pregunté antes de darle un sorbito a la copa de ponche que acababa de adquirir.
Me percaté en ese momento de que cerca de donde nos encontrábamos había una mesa repleta de comida y bebida, y yo llevaba un rato muriéndome de hambre.
Fui desviándome sutilmente hacia allí, manteniendo la mirada en los ojos de la mujer.
— Oh, se lo agradezco muchísimo, pero temo decirle que no es necesario, pues ya trabajo en el teatro de París —dije con una sonrisa.— Si tanto le gusta la música, sabe que siempre está invitada a acudir.
Había llegado a la mesa y me tomé la libertad de coger una copa y llenarla de ponche, para ir abriendo estómago.
— Y dígame, si no es mucho descaro, ¿qué la trajo a París? —pregunté antes de darle un sorbito a la copa de ponche que acababa de adquirir.
Nói Runa Hauksdóttir- Hechicero Clase Media
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Re: Largas tardes de música [ Joséphine de Beauharnais ]
Fruncí el ceño. No era de las preguntas que me gustara responder. Además, todos sabían la historia. Podría haberle preguntado a alguien más. Con la posibilidad de que exageraran la historia, claro.
Pero preferí decírselo yo.
-Un acuerdo me trajo a París. Un acuerdo hecho con codicia, una especie de intercambio de mala muerte.
Un acuerdo de Matrimonio.
-Me sorprende, ¿Nadie le ha contado mi historia? Es del dominio público de toda Francia- sonreí con ironía-. Veamos. Mi tía y mis padres hicieron un trato para casarme con mi primo, Alexandre de Beauharnais. Tuve que dejar mi hogar en Martinica para considerar París mi nueva casa. No fue una vida muy bonita. Después de un par de años y muchas rabias pasadas, ambos decidimos... separarnos por acuerdo propio.
Por supuesto, eso sonaba más amigable que decir "Mi marido me puso de patitas en la calle, junto con mis dos retoños, por puro capricho, y me hizo alojarme en una abadía con más mujeres divorciadas".
Mastiqué la historia con molestia. Estaba tratando de refrenarme para no comenzar a despotricar en contra del que había sido mi esposo. Cierto era que se merecía absolutamente todos mis insultos, pero no podía dar aquel espectáculo en una residencia de la clase alta, por temor a causar una peor impresión de la que todos tenían de mí en aquellos momentos. Para algunos, yo había sido la culpable de mi propia desgracia. La mayoría de los que opinaba así eran amigos de Alexandre.
Preferí desviar esos pensamientos y seguir con la conversación.
-Y usted, ¿Qué la trajo a usted a Francia, Mademoiselle?
Pero preferí decírselo yo.
-Un acuerdo me trajo a París. Un acuerdo hecho con codicia, una especie de intercambio de mala muerte.
Un acuerdo de Matrimonio.
-Me sorprende, ¿Nadie le ha contado mi historia? Es del dominio público de toda Francia- sonreí con ironía-. Veamos. Mi tía y mis padres hicieron un trato para casarme con mi primo, Alexandre de Beauharnais. Tuve que dejar mi hogar en Martinica para considerar París mi nueva casa. No fue una vida muy bonita. Después de un par de años y muchas rabias pasadas, ambos decidimos... separarnos por acuerdo propio.
Por supuesto, eso sonaba más amigable que decir "Mi marido me puso de patitas en la calle, junto con mis dos retoños, por puro capricho, y me hizo alojarme en una abadía con más mujeres divorciadas".
Mastiqué la historia con molestia. Estaba tratando de refrenarme para no comenzar a despotricar en contra del que había sido mi esposo. Cierto era que se merecía absolutamente todos mis insultos, pero no podía dar aquel espectáculo en una residencia de la clase alta, por temor a causar una peor impresión de la que todos tenían de mí en aquellos momentos. Para algunos, yo había sido la culpable de mi propia desgracia. La mayoría de los que opinaba así eran amigos de Alexandre.
Preferí desviar esos pensamientos y seguir con la conversación.
-Y usted, ¿Qué la trajo a usted a Francia, Mademoiselle?
Joséphine de Beauharnais- Humano Clase Alta
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Re: Largas tardes de música [ Joséphine de Beauharnais ]
— No, bueno… Como comprenderá, no suelo adentrarme en estos círculos, y apenas me entero de los rumores —dije sinceramente— En cualquier caso no suena muy bonito, y nada considerado que la gente hable sobre ello a sus espaldas, en mi opinión. Debe de ser algo muy duro de recordar.
Se notaba a la legua que no le agradaba narrar aquella historia y no quería insistir más en ello. Lo último que deseaba era presionarla y hacerla sentir incómoda, así que me limité a responder a su pregunta.
Quizás mi historia tampoco fuera demasiado fácil de explicar, pero en aquel momento no me apetecía ahondar en detalles innecesarios. La mujer me parecía especialmente agradable, no quería amargarle la fiesta, menos aún cuando ya, de primeras, no parecía sentirse muy a gusto en ese ambiente. Normal —pensé— sabiendo con lo que tiene que lidiar cada vez que se enfrenta a una sociedad tan… hipócrita.
— Mis padres, ambos, eran comerciantes y solíamos viajar mucho por Europa. Mi padre murió cuando yo era niña y, después de eso, mi madre decidió retirarse, conmigo, a la vida en París. Siendo sincera, a veces echo de menos el mar y visitar tierras extrañas —dije con una sonrisa, tratando de quitarle hierro al asunto.— Pero se está bien aquí, me gusta, es una ciudad muy bonita.
Se notaba a la legua que no le agradaba narrar aquella historia y no quería insistir más en ello. Lo último que deseaba era presionarla y hacerla sentir incómoda, así que me limité a responder a su pregunta.
Quizás mi historia tampoco fuera demasiado fácil de explicar, pero en aquel momento no me apetecía ahondar en detalles innecesarios. La mujer me parecía especialmente agradable, no quería amargarle la fiesta, menos aún cuando ya, de primeras, no parecía sentirse muy a gusto en ese ambiente. Normal —pensé— sabiendo con lo que tiene que lidiar cada vez que se enfrenta a una sociedad tan… hipócrita.
— Mis padres, ambos, eran comerciantes y solíamos viajar mucho por Europa. Mi padre murió cuando yo era niña y, después de eso, mi madre decidió retirarse, conmigo, a la vida en París. Siendo sincera, a veces echo de menos el mar y visitar tierras extrañas —dije con una sonrisa, tratando de quitarle hierro al asunto.— Pero se está bien aquí, me gusta, es una ciudad muy bonita.
Nói Runa Hauksdóttir- Hechicero Clase Media
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Re: Largas tardes de música [ Joséphine de Beauharnais ]
A pesar de que la ciudad no era de mi gusto particular, no podía estar más de acuerdo. En París se vivía bastante bien. Habían muchas más comodidades que las que tenía en mi natal Martinica. Aunque eso no significaba que no extrañara mi hogar. Las olas rompiendo en aquellas rocas escarpadas, las plantaciones de caña que manejaba mi padre, la libertad que tenía para subirme a los árboles o pelear con espadas...
Y en París, me habían maniatado, me habían quitado mi libertad de la peor manera. Atándome a un hombre que no quería.
-París es hermoso, pero extraño- fue la única conclusión que pude sacar.
Y luego, el silencio. Uno que yo rompí con una aseveración no muy lejos de la verdad.
-A usted no le gusta nada estar en este lugar. ¿Por qué acepta los trabajos?- no era una pregunta muy considerada, pero sentía curiosidad. Ella podía elegir su destino, podía ser libre.
O al menos, más libre de lo que yo fui.
Y en París, me habían maniatado, me habían quitado mi libertad de la peor manera. Atándome a un hombre que no quería.
-París es hermoso, pero extraño- fue la única conclusión que pude sacar.
Y luego, el silencio. Uno que yo rompí con una aseveración no muy lejos de la verdad.
-A usted no le gusta nada estar en este lugar. ¿Por qué acepta los trabajos?- no era una pregunta muy considerada, pero sentía curiosidad. Ella podía elegir su destino, podía ser libre.
O al menos, más libre de lo que yo fui.
Joséphine de Beauharnais- Humano Clase Alta
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Re: Largas tardes de música [ Joséphine de Beauharnais ]
— ¿Por qué lo dice? —pregunté intrigada por su comentario acerca de París. Cierto era que aquella ciudad tenía un ambiente especial, como si el tiempo se detuviera en aquel punto del globo terrestre, los edificios brillaran con luz propia, imponentes sobre un suelo repleto de humanos que tenían más de un secreto por esconder. Sin embargo, había algo más detrás de todo esto, más allá de lo netamente fisiológico de la ciudad. Era algo que se respiraba en el aire, una atmósfera oscura, como el preludio de la tormenta que permanece por tiempo indefinido en los cielos, en una latencia constante, algo que imbuía la ciudad como si se encontrara dentro de una burbuja.
Similar a una estatua de dos caras, permanecía físicamente impertérrita al paso del tiempo, pero al mismo tiempo era capaz de ofrecer dos percepciones muy distintas, una mucho más superficial que la otra. No era algo que ocurriese en otras ciudades europeas, y no es que hubiera visitado precisamente pocas como para dar este hecho por válido. Me pregunté si, quizás, esta forma de verlo se debía, únicamente, a cierta sugestión por mi parte, ocasionada por todos los malos momentos que allí había vivido. Puede que inconscientemente tuviera cierto rechazo a aquel sitio, a pesar de que me sentía a gusto allí. Había consolidado mi propia espiral en aquel lugar, era el origen de mi perdición, la decadencia, y de igual forma, toda la esperanza que tenía. De algún modo estaba atrapada en la ciudad, pues no poseía la riqueza de antaño, suficiente para regresar a mi hogar o dirigirme a cualquier otra parte del mundo, y ya me había acostumbrado a vivir en París.
Algo en mi interior me decía que aquella mujer lo percibía de un modo parecido. Posiblemente fuera la amargura de sus palabras o su semblante sereno, tras el que se podía percibir cierta apatía. Fuera como fuese, me sentía identificada con ella, me encontraba cómoda en la conversación, sentía que no había ningún problema en que me abriera un poco más, a pesar de lo que marcara cualquier protocolo social.
— Lo cierto es que no me queda otra —respondí con resignación.— Hubo una época en la que yo misma podría haber asistido a esta clase de fiestas en categoría de invitada, pero desde hace bastantes años mi riqueza ha aminorado drásticamente. A decir verdad, tampoco me quejo. Me gusta la música y siempre quise vivir de ella aunque no me reporte grandes beneficios. Al parecer una mujer no puede valerse por sí misma sin acabar en la miseria, es el destino que nos toca vivir —bajé la mirada, pensativa. No solía expresar aquello de esa forma. Volví a mirarla, con una sonrisa dibujada en los labios— Pero no quiero aburrirla con mis reflexiones. ¿Le apetece tomar algo?
Similar a una estatua de dos caras, permanecía físicamente impertérrita al paso del tiempo, pero al mismo tiempo era capaz de ofrecer dos percepciones muy distintas, una mucho más superficial que la otra. No era algo que ocurriese en otras ciudades europeas, y no es que hubiera visitado precisamente pocas como para dar este hecho por válido. Me pregunté si, quizás, esta forma de verlo se debía, únicamente, a cierta sugestión por mi parte, ocasionada por todos los malos momentos que allí había vivido. Puede que inconscientemente tuviera cierto rechazo a aquel sitio, a pesar de que me sentía a gusto allí. Había consolidado mi propia espiral en aquel lugar, era el origen de mi perdición, la decadencia, y de igual forma, toda la esperanza que tenía. De algún modo estaba atrapada en la ciudad, pues no poseía la riqueza de antaño, suficiente para regresar a mi hogar o dirigirme a cualquier otra parte del mundo, y ya me había acostumbrado a vivir en París.
Algo en mi interior me decía que aquella mujer lo percibía de un modo parecido. Posiblemente fuera la amargura de sus palabras o su semblante sereno, tras el que se podía percibir cierta apatía. Fuera como fuese, me sentía identificada con ella, me encontraba cómoda en la conversación, sentía que no había ningún problema en que me abriera un poco más, a pesar de lo que marcara cualquier protocolo social.
— Lo cierto es que no me queda otra —respondí con resignación.— Hubo una época en la que yo misma podría haber asistido a esta clase de fiestas en categoría de invitada, pero desde hace bastantes años mi riqueza ha aminorado drásticamente. A decir verdad, tampoco me quejo. Me gusta la música y siempre quise vivir de ella aunque no me reporte grandes beneficios. Al parecer una mujer no puede valerse por sí misma sin acabar en la miseria, es el destino que nos toca vivir —bajé la mirada, pensativa. No solía expresar aquello de esa forma. Volví a mirarla, con una sonrisa dibujada en los labios— Pero no quiero aburrirla con mis reflexiones. ¿Le apetece tomar algo?
Nói Runa Hauksdóttir- Hechicero Clase Media
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Re: Largas tardes de música [ Joséphine de Beauharnais ]
-Gracias por el ofrecimiento. En verdad me gustaría tomar algo.
El ambiente en aquella fiesta comenzaba a ponerse seco, pesado. Siempre pasaba cuando los invitados tomaban de mas y comenzaban a hacer el ridículo ante todos. Yo, por lo menos, tenía la suficiente dignidad como para no emborracharme en una fiesta organizada por un conocido o un posible patrocinador. Había que ser una dama todo el tiempo.
Pero, en contraste, el cuerpo me pedía a gritos un trago. Quizá porque sentía la boca demasiado seca, o por que el ambiente me disgustaba tanto que posiblemente con un poco de licor en el organismo podía ser más pasable. Así que acepté de buena gana el ponche que Nói me ofrecía, y lo tomé a sorbos pequeños.
-La miseria parece ser la mejor amiga de una mujer- esa reflexión salió de pronto de mi boca, casi como algo automático. Me sorprendió la veracidad de aquella oración-. Es como si persiguiera al sexo femenino con saña, mientras que los hombres disfrutan de la gloria. ¿No es eso un poco injusto?
Sí, era bastante injusto. ¿Por qué los hombres siempre acaparaban el dinero, el honor, los beneficios? Un hombre soltero siempre tenía éxito, mientras que una mujer soltera sólo tenía como amiga la pobreza y el título de "solterona". Peor era para las mujeres divorciadas, que eran tratadas como parias. Al parecer, el valor de una dama estaba en el hombre al lado suyo.
Yo había decidido no tener a ningún hombre en mi vida, y en verdad me había acostumbrado al título de "persona non grata".
El ambiente en aquella fiesta comenzaba a ponerse seco, pesado. Siempre pasaba cuando los invitados tomaban de mas y comenzaban a hacer el ridículo ante todos. Yo, por lo menos, tenía la suficiente dignidad como para no emborracharme en una fiesta organizada por un conocido o un posible patrocinador. Había que ser una dama todo el tiempo.
Pero, en contraste, el cuerpo me pedía a gritos un trago. Quizá porque sentía la boca demasiado seca, o por que el ambiente me disgustaba tanto que posiblemente con un poco de licor en el organismo podía ser más pasable. Así que acepté de buena gana el ponche que Nói me ofrecía, y lo tomé a sorbos pequeños.
-La miseria parece ser la mejor amiga de una mujer- esa reflexión salió de pronto de mi boca, casi como algo automático. Me sorprendió la veracidad de aquella oración-. Es como si persiguiera al sexo femenino con saña, mientras que los hombres disfrutan de la gloria. ¿No es eso un poco injusto?
Sí, era bastante injusto. ¿Por qué los hombres siempre acaparaban el dinero, el honor, los beneficios? Un hombre soltero siempre tenía éxito, mientras que una mujer soltera sólo tenía como amiga la pobreza y el título de "solterona". Peor era para las mujeres divorciadas, que eran tratadas como parias. Al parecer, el valor de una dama estaba en el hombre al lado suyo.
Yo había decidido no tener a ningún hombre en mi vida, y en verdad me había acostumbrado al título de "persona non grata".
Joséphine de Beauharnais- Humano Clase Alta
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