Algo más que un refugio en la lluvia [ Isambard Stockhausen ]

No pudo dormir bien aquella noche, a media madrugada abrió los ojos y se dedicó a mirar el techo. La falta de sueño era común en él, pensaba en demasiadas cosas, tenía muchas preocupaciones, un enorme secreto que ocultar, una confusión brutal debido a su compañero de viaje y había leído demasiado, de todo, y a aquellos conocimientos se les ocurría revolotear dentro de su cabeza a las horas más inoportunas. Escuchaba en la lejana estancia el avanzar de las manecillas de un reloj de mesa que marcaba cada segundo de falta de sueño. Durante todo ese rato prefirió enfocar su vista al cielo, obstruido por el techo, que girarse a un lado y observar al joven Adelbert que dormía ahí junto a él a falta de una cama. Urgía comprarle una, pensó y se llevó una mano al frente; era inútil intentar conciliar el sueño nuevamente y prefirió ponerse de pie y leer hasta que el alba lo alcanzara.

Descalzo, cuidando de no despertar al muchacho, se deslizó hasta la sala de estar donde tomó un libro tan desgastado que era evidente que había sido consultado hasta el hartazgo, ahí tenía algunas páginas separadas con trozos de papel y anotaciones en los márgenes por todos lados, vio las letras que formaban palabras, las palabras que formaban líneas y las líneas que formaban párrafos, pero fue incapaz de leer algo realmente. La presencia en la habitación contigua, con su respiración acompasada y silenciosa parecía el ruido más estrepitoso del que Isambard tuviera memoria. Suspiró desistiendo de esa tarea también, se asomó por la ventana, una leve lluvia bañaba las calles de la ciudad y el cielo comenzaba a pintarse morado, sin meditarlo demasiado regresó a la habitación, se vistió, dio un último vistazo a Adelbert que parecía noqueado en su profundo sueño y salió de la casa, al salir se topó con este hombre que ya había visto un par de veces, era rubio y sumamente educado, aunque el brujo desconfiaba de él más de lo usual. Se saludaron, el extraño siempre iba al último piso, donde vivía la dueña del edificio y hablaba con ella a través de la puerta, aunque nunca supo la naturaleza de esas conversaciones, ni le interesaba tampoco. El hecho de que ella no abriera no le parecía extraño, entendía que no había salido de su casa en más de una década; no la culpaba, el exterior era ruin y abúlico.

Siguió su camino, metido en sus propios asuntos y dejando atrás los ajenos, la naturaleza humana lo traicionaba a menudo al preguntarse sobre otras personas, pero era inteligente como para dejarlo pasar, para no dejarse maniatar por algo tan básico y continuar en su farsa estoica. Poco a poco, conforme avanzaba la lluvia arreciaba y él, a su vez, aumentaba el ritmo de sus pasos. No tuvo que pensárselo mucho, su destino era el mismo que el de todos los días desde que estaba de regreso en París: “Ereshkigal”. Una ve que hubo arribado se encargó de abrir y acomodar todo, tenía un empleado pero éste no llegaría hasta más tarde y la verdad no le molestaba encargarse de esas tareas, lo hacían sentir más normal, más asentado en la realidad. Tuvo todo en orden en cuestión de minutos y decidió ir a esa sección que mantenía oculta –reflejo quizá, de su misma realidad-, esa dedicada a la magia y hechicería, que no era consultada tan a menudo, pero que era especial por todo lo que contenía. Acodó un par de cosas ahí también cuando escuchó el tintineo de la campana de la puerta principal.

-¿Desea algo, señorita? –hizo la pregunta rutinaria con cierto desapego, más bien mecánica y desangelada, su mirada vagó por toda la tienda hasta toparse con la chica que lo visitaba, antes de que él pudiera reaccionar, ella lo hacía y todo su pasado regresó como búmeran a cortar la cabeza del gigante que era su gran puesta en escena. Se quedó callado, anclado al suelo y esa mujer, en sus pensamientos, se transformó en la pequeña e inteligente Nói que conoció hacía muchos años, no cabía duda que era ella. No supo qué pensar, mucho menos que decir y balbuceó cosas incoherente por algunos segundos hasta que prefirió sellar su boca para dejar de hacer el ridículo y sonrió, de entre todo lo que pudo hacer, sonrió llanamente y luego rio con brevedad.

-Creo que está confundida –dijo con seguridad, misma que había llegado en el momento justo, tras un lapsus imperdonable que ya se encargaría de castigar-, mi nombre es Isambard –mi nombre ahora es Isambard, quería decir -¿puedo ayudarla en algo? –y su camino fue sencillo y hasta obvio, desviar el tema, era lo más sano y lo más seguro, aunque la sola presencia de ese fantasma de su pasado lo ponía nervioso, no creía que se tragara el cuento de que estaba confundida tan fácil, además, si era sincero, verla lo conmovió como hacía mucho nadie lo lograba, y deseó abrazarla, abrazar a su vieja amiga por correspondencia, pero ese que con tanto ahínco quería hacerlo era Siegfried, y Siegfried estaba muerto, así debía quedarse.

Mirarla ahí, real y presente, no una ilusión en esa gran charada suya, hizo que toda su puesta en escena se tambaleara, si bien en el pasado la había visto muy poco y su contacto con ella había sido principalmente por medio de misivas, pero en ella logró conocerla, incluso mejor de lo que algunos se llegan a conocer con el trato cotidiano y frente a frente, porque a veces resultaba más sencillo aceptar ciertas cosas cuando no se miraba de frente a la otra persona. En ella descubrió una chiquilla despabilada y hábil, fue eso lo que le gustó tanto, lo que llamó su atención, porque Siegfried estaba obsesionado con el conocimiento y cómo poder usarlo para su beneficio (a diferencia de Isambard, al que sólo le interesaba el saber por el saber), y ella resultaba tener potencial. Ahora, en su realidad tirana realmente no importaba ya, y si acaso algo era relevante eso era el hecho de querer decirle que no se había confundido, que sí era su viejo amigo y tenía que morderse la lengua para no hacerlo, para seguir guardando ese insensato secreto que comenzaba a pesarle. O le comenzó a pesar en cuanto Nói, su vieja amiga, posó un pie en su librería, porque creyó que huir era la solución y entonces ahí, tan lejos de Bonn y tan lejos de la tumba de su esposa, la verdad llegaba apabullante a golpearlo como una estampida salvaje. Se daba cuenta que su secreto era una estupidez, huir no era la solución y que por más que lo intentara, ahí estaba su pasado, no podía ser borrado, lo arrastraba como un grillete, lo seguía como un fantasma.

Sólo asintió cuando ella desistió del tema, le agradeció silenciosamente que lo hiciera, como si aún lo conociera, pero resultaba que nadie lo conocía, ni él mismo, se había forjado la personalidad de un desconocido para enterrar todo lo que debía ser sepultado. Inclinó la cabeza para observarla moverse en el local, el nerviosismo primario seguía ahí ¿cómo no sentirse nervioso si Nói, inteligente como era, lo había reconocido? Pero de algún modo se sentía ligeramente más sosegado. También caminó, pero al lado contrario, no era como si el lugar fuese excesivamente grande, era lo suficiente. Guardó silencio un rato, incluso cuando ella dejó de hablar no respondió de inmediato, debía pensar muy bien, más que nunca, sus respuestas o cualquier paso en falso podía condenarlo.

-No, no tengo demasiado tiempo en la ciudad –optó por la verdad, aunque no le diría que antes había estado en Bonn, porque el Siegfried difunto era originario de aquella ciudad –pero la librería lleva aquí un poco más que eso –en realidad carecía del dato en ese momento, no quería pensar en tiempo, porque entonces se daría cuenta de lo mucho que había pasado desde la muerte de su mujer –quizá por eso te resulte familiar –y le sonrió con un gesto taimado, pero sincero, era Siegfried sonriéndole a su amiga detrás de la más cara permanente que era Isambard. La observó por algunos minutos más y luego se dio cuenta que la música de fondo de aquel recuentro negado por él mismo era la lluvia que golpeaba la ventana grande del aparador.

-¿Te puedo ofrecer algo? Un café o té quizá –ofreció con amabilidad mientras se dirigía a la puerta que daba a la trastienda-, no te preocupes, es por cuenta de la casa y creo que te haría bien después del diluvio que atravesaste –señaló el exterior con el mentón. Aunque había negado a toda costa ser quien ella decía que era, aún se trataba de Nói y merecía un poco de sus atenciones, aunque luego ella se fuera y él rezara por no volver a encontrarla, rezara con el corazón hecho pedazos por aquel ruego, doloroso pero necesario. Y se daba cuenta que al matar a Brünnhilde por error y a Siegfried como consecuencia, había encadenado otros aspectos de él, como el de poder charlar con un viejo amigo, como el de no vivir con miedo de ser descubierto. Aguardó ahí parado, mirándola con melancolía y con la esperanza de no ser descubierto en aquel ejercicio, esperando una respuesta, tal vez de hecho le caería bien tomar un té con su vieja amiga, aunque en la fachada fuese un completo extraño.