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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Marianne Cromwell Miér Oct 17, 2012 10:24 pm

Oh no, no querìa hacerlo, de verdad que no. Y mientras los pasos de la joven van y vienen por la alfombra, sus brazos cruzados son justamente el reflejo de lo que su mente está dispuesta a no entregar. No está de humor, no siente la necesidad de hacerlo, de pensar, de creer que... Hace una mueca y mira a su alrededor, a los pajes, a la gente que va y viene y ella misma se pregunta qué fue lo que pasó tras la muerte de Victoria, de su propia prima Odette. Una página que pasó de la mano del lector en un movimiento tan rápido que no tuvo una forma de sujetarse de algo para evitar el terremoto que significó perder a su prima.

Y ahora ahí se encuentra, preguntándose qué va a suceder con ella misma y haciendo una mueca porque no encuentra las razones justificables de todo lo acontecido. Mira su mano, el anillo de compromiso, el de bodas y no puede evitar sonreír al pensar en Vincent. Una sonrisa tonta quizá. Su mejor amigo... Su esposo ahora... y traga saliva... vuelve a caminar inquieta. Vidas se han perdido en el transcurso de un tiempo que ella creyó irreal y que jamás debió acontecer. Se hizo añicos el espejo en el cual veía a su familia, sus primas Louvier ahora muertas ambas, una por la necesidad de venganza de su hermano, la otra por la incesante y constante rabia de una mujer que se sintió amenazada y sin entender las circunstancias que rodeaban la delicada posición de Odette, decidió mandarla matar.

Una mala elección y aunque Marianne se obliga a tomar asiento en silencio, se pregunta si no fue un designio de Dios. Todo pareció tan... raro... que de pronto Vincent supiera toda la verdad, las circunstancias escabrosas de la desaparición de su amada y lo peor, el niño en su vientre. La forma en que fueron anunciadas las noticias. Cierra los ojos y recarga la cabeza en el respaldo del asiento del carísimo sillón aún pensativa. Sus luceros observan el techo en total silencio, lamiéndose los labios resecos y el dolor en su pecho es intenso. Su prima Odette, muerta de una forma que... niega y despeja esos pensamientos. Los aleja de sí y se pone en pie.

Sus manos acarician la tela del vestido que a duras penas logra evitar el frío que la domina. El clima es muy crudo, pero ha escuchado que en lugares como Alemania y Rusia es mil veces peor, ojalá no le toque ir allá y de ser así, ir bien preparada y abrigada. Sus pasos la llevan hasta el balcón para observar los copos de nieve caer en tanto sus manos cubiertas por los guantes acarician sus brazos apenas cubiertos por la tela del vestido. Aún en su mente resuenan las notas musicales con que fue su prima sepultada. ¿Por qué ahora vuelve a pensar en ello? Sacude la cabeza y los rizos castaños caen en su rostro antes de tragar saliva una vez más y regresar al interior del cálido salón.

No es correcto voltear la cabeza atrás, pero se pregunta si no fue eso justamente lo que los unió a ellos. A Vincent... a ella... las circunstancias de ser golpeados fueron justamente las que les envolvieron y adhirieron el uno a la otra de formas inexplicables. Juntos contra el mundo, contra los golpes, contra la violencia en forma de muerte y la guillotina cayendo sobre la cabeza de la otrora reina soberbia que sólo buscó... ¿Qué? ¿El amor de Vincent? Entiende el por qué de sus sentimientos, pero no el proceder. Marianne no es capaz de algo así, aunque ella misma quedó azorada al ver que el Rey de Escocia, su gran amigo, había respondido de una forma tan brutal que ella misma corrió a su lado para sostenerle... y a su vez, él lo hizo con ella.

Vincent se tornó pues, en una figura más allá de un pilar. Alguien que se había ganado su confianza y luego, lento, su corazón. Se miraba ahora envuelta en las prendas que a él le gustaban, el corte, los colores y se sentía complacida por ver su mirada admirándola. Se declaraba una ¿Coqueta? Sí, pero sólo con él... su adorado Vincent...

Su amor...



Última edición por Marianne Cromwell el Dom Nov 04, 2012 12:21 am, editado 1 vez


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Mensaje por Vincent Cromwell Jue Oct 18, 2012 12:29 pm

Parecía extraño poder moverse como un barco a la deriva por el mar, cuando te arrebatan algo que amaste tanto puede ser que queden pedazos de recuerdos tan intensos que no logras anularlos del todo. Levantarse habría sido complicado de no ser por Marianne, quien mejor que ella para entender lo que sucedía y quien mejor que ella para asimilar mis pesares y controlarlos a base de palabras alentadoras y animosas. Las paredes del castillo se oscurecían a medida que los atardeceres caían en Escocia, hace un tiempo hubiese parecido de lo más normal contemplarlos, pero a raíz de todo se volvía aquello parte de una comunión diaria para tranquilizar lo poco que se resistía en el espíritu por mantenerse cuerdo.

Los jardines vacíos se alzaban con majestuosidad llenando de colores anaranjados, violetas y azules sus arbustos, era doloroso recordar como esos paisajes habían sido contemplados y recorridos por los ojos de aquel cisne, efímeros así los catalogue a los recuerdos que nacían gracias al amor de Odette, a su lado todo cambiaba y se transformaba inclusive yo, un Rey capaz de evitar a toda costa el sentimiento de sentirse vinculado con alguien, pero no usaría mi magia o más allá de ella para castigar a nuestros destinos, quizá desde un principio estábamos destinados a no estar juntos, las circunstancias de su perdida me golpeaban la espalda como látigos insaciables, pero el dolor cesaba a medida que crecía el amor por Marianne…mi mejor elección.

Caminé durante hora bajo la soledad de los jardines, estrechando las manos bajo el abrigo de piel de oso que me impedía sentir el frío abrazador del invierno en Escocia y sus crudos climas de las montañas altas, aunque por costumbre aquello le parecía de lo más normal, pero seguramente su ausencia había llegado golpeando sin pensar el día de su esposa la reina. Avanzando lentamente hasta el interior del palacio las voces de los pajes y mozos se escuchaban susurrar entre las paredes, todas ellas hablaban del dolor del monarca de Escocia tras la pérdida de una reina que traicionaba sus principios y el asesinato de inocentes a quienes debió hacer justicia.

Su cuerpo se detuvo frente a aquella puerta de roble finamente tallado y entonces abierta de par en par gracias a la atención del primer guardia al servicio de su majestad el Rey y por primera vez en todo aquel tiempo de perdidas la sonrisa se dibujó en su rostro, la sonrisa torcida que reflejaba cualquier sentimiento menos infelicidad…

-Admito mi reina que éste año el frío es mucho más intenso en Escocia…-rompió el hielo como era habitual, se detuvo frente a la puerta la cual era cerrada de nueva cuenta tras su espalda para brindarles la privacidad que ellos deseaban.


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Mensaje por Marianne Cromwell Dom Nov 04, 2012 1:23 am

"Dulces sueños, descansa en paz.
Y en mis recuerdos, permanecerás."

Y su frío se manifiesta en un involuntario estornudo en tanto aspira profundo y se lleva el dedo índice bajo la nariz para restregarlo cerrando fuerte los ojos tras el sentimiento de alivio. Su alrededor es frío y frunce los labios al pensar que como siga así, terminará en cama con una gripe que pocas veces ha sentido. Sus manos enguantadas vuelven a frotar sus brazos al tiempo que se aleja de la ventana para acercarse a la chimenea encendida, ese calor delicioso que se impregna en sus miembros al tiempo que utiliza sus manos para cubrirse nariz, boca y parte de su barba soltando su cálido vaho para que la punta de su nariz se caliente. Seguro la tiene roja, puede imaginársela lo que le provoca una sonrisa. Se estremece dando media vuelta para que sea su espalda la que ahora reciba tan agraciada calidez. Aunque termina optando por una mejor vía: olvidarse de su anhelo (o capricho) porque Vincent vea su vestido, una de sus últimas creaciones que es una combinación entre la moda actual y la que se usaba en la época de Enrique VIII en cuanto a escotes y solicita a un paje le traiga ese abrigo de piel que su ahora esposo le obsequió al arribar al castillo.

Fricciona las palmas de las manos una contra la otra en movimientos de arriba a abajo para colocárselas de nuevo en el rostro, en las mejillas heladas. Su cabeza se dirige hacia donde las puertas se abren sin ningún anuncio y al verlo, su sonrisa evade ese pensamiento de mantenerse seria. No puede, no quiere sencillamente. Sus labios se ensanchan mostrando los dientes blancos y sus ojos se llenan de un brillo alegre, optimista con sólo ver al varón que traspasa el umbral. Sus hombros se levantan en un movimiento involuntario unidas las manos al escuchar sus palabras asintiendo. Tiene toda la razón, quizá pocas fueran sus visitas a Escocia, pero nunca lo hizo en invierno. ¿Debió al menos intentarlo una vez? Las circunstancias nunca se dieron o no se buscaron. Marianne estuvo en esos momentos delegando sus facultades a su prima Odette y por ello mismo ahora sufría las consecuencias de su díscola determinación.

Camina lento hacia él, paso a paso mientras captura su propio labio inferior entre sus dientes hasta llegar frente a él y observarle desde su menor estatura. Tiembla un poco y no duda ni siquiera un segundo sabiéndose a solas con él. Aprovecha el diseño del abrigo y con dedos rígidos por la baja temperatura, pero decididos, le abre la prenda y luego, se cuela dentro para abrazarle a su vez, entre risas, rodeándole la cintura con las manos y recargando la cabeza en su hombro para aspirar su aroma mentolado. Sus ojos se cierran estrechándolo más contra sí. Abre lento sus orbes y deposita con labios fríos un ósculo en la yugular, ahí donde puede sentir contra los pliegues de su boca el latir del corazón masculino en un arranque de ternura y cariño. Con él, no teme ser auténtica, mostrarse a sí misma. Se pone de puntitas para mirarle a los ojos durante unos largos segundos, le gusta eso, observar su iris y el brillo de éste. Sus brazos no lo sueltan, aprovechando el calor que hay en él. Sus pupilas le recorren todo el rostro complacida - Mi señor, lamento decirle que cada día está más guapo, cada mañana me roba el corazón y cada noche me lo devuelve impregnado de su esencia para que duerma con candidez y segura de que no hay mayor preocupación que la de despertar para disfrutar de otro día a su lado, ¿Está seguro que no me hechiza cada noche o cada mañana? Empiezo a sospechar que hay algo turbio en la forma en que se profundizan mis sentimientos - sonríe acariciando sus labios con los propios, en una caricia que busca mostrarle que sólo bromea.

Definitivamente hay algo oscuro en Vincent, de eso no tiene la menor duda, pero no es el momento de presionarlo o bien, de ir más allá. En ocasiones, Marianne siente que ante ella se encuentra otro hombre cuya personalidad se escapa de su entendimiento, que no logra vislumbrar por completo y no lo hará hasta en tanto el Monarca de Escocia lo considere prudente. ¿Qué es ese secreto que protege tan celosamente su amado? ¿Acaso alguna vez logrará minar sus defensas y encontrar las respuestas? De momento, es la gran incógnita que no puede resolver, como los acostumbrados acertijos que a Vincent tanto le apasionan. La mujer se entretiene con uno de los botones del traje del varón, jugueteando con él en silencio para a continuación entregarle dos besos más: uno en la mejilla y otro en su cuello, deleitándose en las sensaciones, en el amor que sabe correspondido. - Anda, quita esa cara de serio, si lo haces prometo decirte qué está dándome vueltas en la mente, sé que te gustan los acertijos y sabes que no soy muy buena con ellos, pero al menos puedo poner tu intelecto a trabajar con una cuestión que me parece más que importante ¿Aceptas?


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Mensaje por Vincent Cromwell Jue Nov 15, 2012 12:56 pm

Dime que la luna es roja
que sus mejillas son de queso
y que venden arcoíris
importados y eso es cierto
que el cielo se quedó sin agua
y que el agua se mudó al desierto
Dime mi vida, que todo esto
termina en un final de cuento.


¿Era posible y será cierta tanta dicha?, el hombre acostumbrado a perder llega a pensar que eso es todo lo que le espera a lo largo de su vida. El destino golpea con grandes pruebas, somete bajo su yugo y pocas veces se logra vencer. El invierno de Escocia congela los recuerdos del monarca, del Rey que con dificultad ha aprendido a mover las piezas del ajedrez lo tan necesario como lo correctamente justo para acertar con el Jaque Mate. Sin el titubeo de la juventud que le hizo perder a lo que más amaba en el mundo o lo que en ese momento para él significase SU mundo. Entre victorias y derrotas logró alcanzar a mirar de soslayo a la mujer diminuta que tomaba fuerza en el horizonte y que con manos fuertes le brindaba el apoyo que él tantos meses había buscado, no daba respuestas, no brindaba soluciones, pero si le daba algo más valioso que eso su amor y compañía.

El calor de sus cuerpos le pareció cómodo, un acto tan enternecedor de su joven esposa, de la amiga a la que sin medidas conocía a la perfección pero que sin embargo, todavía tenía la cautela y la sorpresa asediando su vida. Mágicamente, Marianne se convertía por instantes en sonrisas, abrazos y misteriosos presagios que auguraban buena fortuna y una tranquilidad que bastante tiempo había buscado o perseguido sin cansancio. Lo correcto era decirle cuanto extrañaba el olor de su cabello, esos rizos del color de las montañas luego de que el sol se ocultase, mirando sus ojos tan vívidamente expresivos que brillaban bajo la intensidad del atardecer. Mis manos rodearon su cintura apoyándose en ésta con sutil delicadeza, aferrándome a ella como si fuera la única razón que me orillara a creer nuevamente en mí mismo, en un acto amoroso deposité un beso inocente sobre su frente dibujando en el rostro una sonrisa como agradecimiento - Mi Reina no hay belleza más admirable que la suya, quien me hechiza es usted cada mañana levantándome como el sol más cálido y brillante y por las noches me obliga a soñarla anhelando encontrarla entre sueños para poderle repetir incluso en ellos cuanto le amo…definitivamente usted me ha hechizado mi dulce señora…- Describiría las sensaciones recuperadas gracias al amor de Marianne, su compañía retrocede el desgaste del corazón mal aventurado y en consecuencia inyecta la adrenalina de la vida para volverla a reanimar.

Mi rostro se vuelve serio pero no lo suficiente como para hacerle notar mi ausencia, mis pensamientos vagan en posibilidades muy pronto se acercaba nuestro aniversario y también las fechas en dónde recordaríamos a aquellos que hemos perdido. Buscando sosiego en su figura me limito a apoyar mi frente sobre la suya escuchándola, mis ojos se enfocan en sus labios color carmín y los rasgos tan perfectos de mi española. Nuestros cuerpos se atraen el uno al otro como imanes dónde lo opuesto son los polos que nos representarían a la perfección, después de meditarlo la punta de mi nariz roza con la suya en una caricia sincera y decido interrumpirle - Sorpréndame mi señora, sus acertijos pueden ser tan buenos como los de un profesional. Puede dejarme rodando la cabeza por días, no sea tan dura conmigo, compadézcase de mi alma y permítame dormir luego de escucharla! - jugué con aquel tono contemplativo y suplicante dibujando una mueca de sufrimiento en mis labios.


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Mensaje por Marianne Cromwell Sáb Dic 08, 2012 8:26 am

"Aire soy y al aire voy.
Los hilos de la vida se enredan en tu figura
Me entregan la energía que un día de lluvia perdí.

Ven, amor, consuela mis brazos,
dales el calor que perdieron con su muerte..."

Sus células trabajan y tornan las mejillas rojas no por el frío que lento va perdiendo la batalla estando ella entre los brazos del hombre que se ganara su corazón con una rotunda facilidad, cual flecha arrojada por Cupido. Una que impactó y floreció con los cuidados del ser que ahora la arropa. Se siente muy a gusto a su lado, puede cerrar los ojos y a pesar de que el mundo se esté derrumbando a su alrededor, románticamente sabe que no le pasará nada. Que él tiene la fuerza para detener eso y mil cosas más. ¿Enamorada? Hasta la médula de semejante portento, de un ejemplar masculino que no tiene más que alargar la mano, sonreírle torcido y con esos simples gestos provoca la sonrisa de la española. Dicen que la sangre escocesa es fuego y lo ha comprobado. Carraspea ocultando el rostro en el cuello de Vincent de forma melosa, un tanto empalagosa. Quien los viera se sorprendería de que no hubiera mieles en el piso a su alrededor. Y ríe bajito ante sus halagos. Le fue tan fácil irse encariñando, enamorando, hasta que descubrió que sin él no podía vivir. Le faltaba su voz, su mirada sobre ella.

Y de inicio, se sintió la peor mujer, estuvo durante días golpeándose contra la pared de la culpabilidad. Él era su amigo, pero no sólo eso, había sido el amor de su prima Odette. ¿Cómo se atrevía ella a fijarse en él? ¿Por qué hacía eso? ¿Por qué traicionaba su recuerdo? Lágrimas y sollozos la persiguieron por las noches, entre sus sábanas almidonadas, en la enorme cama de su habitación en el castillo de Madrid. Al lado de su padre. Se cubrió mil veces el rostro intentando pasar desapercibida, creyendo que con ello lograría borrar sus sentimientos que cada vez crecían de forma vertiginosa. Estaba montada en uno de sus peores miedos: en un caballo que no podía controlar, que no era capaz de detener. Y sabía a dónde la llevaría esa aventura: a la decepción. Buscó ocultarlos entonces, enterrarlos, dejarlos como un demonio que sólo la persiguiera a ella, que sólo la fustigara a ella.

A pesar de todos sus esfuerzos por ello, por no sentir más, por sólo cuidar a Vincent en su desesperación de haber perdido a la mujer que amaba -su prima- y al hijo no nato que iban a tener, quizá fue ese amor lo que le enseñó a ver las fisuras del Rey, encontrando la forma de irlas llenando con el cariño que ella misma le profesaba. Apoyándolo, lograba que su propio dolor, el de perder a una de sus más grandes y queridas confidentes, a una prima a la que adoraba, fuera más soportable. Y no sólo eso, si no también hacer a un lado el sentimiento de culpa y traición que le acompañaba. Todo, no empezó a desaparecer, pero sí llegó la resignación. Es ese consuelo que adorna el corazón lo que le da la fuerza para mirar al frente, para seguir su vida y aunque no es tan arrogante para pensar que no caerá de nuevo envuelta entre ramas cuyas espinas aumenten el desasosiego y la depresión, ya sabe que hay un instante de luz en todo ello: Vincent.

Y quizá fue debido a su inmadurez comparada a la del Regente, a su ingenua mente creyendo que él no notaría nada, que no pudo separarse; le necesitaba como el sediendo el agua, como el enfermo la medicina, como el hambriento la comida. Él se convirtió en su faro de Alejandría en medio de un mar endemoniado de culpabilidad, recelos, miedos, podredumbre, dolor, depresión y decepción. Sentimientos que nunca antes sintió, que nunca antes vio. Que nunca antes tuvo. Ella, toda luz, se encontraba ahora necesitando a alguien que la guiara. Y fue la mano del hombre quien lo hizo. Fue su calor quien derritió el hielo que la mantenía sujeta a la desesperación. Y por ello lo amó más. Por entenderla, por darle las palabras que ella justo necesitaba oír en el momento preciso. Era como si la conociera a la perfección y al mismo tiempo, le demostraba la gran distancia entre ambos: su experiencia era gigantesca, pero Marianne tenía algo a su favor, la inocencia y la aún confianza en que todo saldría bien.

Y quiso el destino que fuera así.

El corazón del hombre suena contra su oído y la hace sonreír devolviéndola al presente, el contacto de su frente fría apoyada en la suya le roba un estremecimiento. A pesar del abrigo, el Rey está helado. Esos tiempos en Escocia sí que serán un reto. Le roban la atención esos orbes poderosos, llenos de místicos secretos que espera, un día desentrañar. El roce de sus narices la hace suspirar, son esos detalles nimios los que la mantienen en todo momento atenta a él. Que la hacen feliz. - Me parece que Su Majestad sabe de las diversas actividades que su Reina realiza día con día en la corte, sin embargo hay algunos menesteres que me están contrariando porque me es difícil acceder desde mi condición de gobernante. No porque los súbditos no deseen mi presencia, aunque si es ese el caso disimulan muy bien su aversión a mi persona, si no porque me indican que no puedo interesarme en detalles tan insignificantes como la condición física de algunos niños trabajadores o de mujeres embarazadas en lugares insalubres.

Me parece que antes de gobernante, soy un ser humano. ¿Qué clase de reina sería si ignorara las peticiones de este grupo vulnerable de personas que me piden ayuda? ¿Hay alguna forma en que pueda intervenir? Ya estuve meditándolo, pero no veo más que hacer alguna casa de acogida porque varios de ellos, con el sistema de la tienda de raya, están endeudados hasta tres generaciones más -
chasquea la lengua, un mohín de cuando está muy desesperada o contrariada. Sus ojos se posan en los de Vincent, sabe que en algunos asuntos es demasiado ilusa, pero él que tiene una visión más real y sobre todo, más experiencia, quizá pueda darle la vía para ayudarles - Si no hay forma de que puedan estar en mejores condiciones laborales, entonces pensaba ir a pagar por su libertad. Aunque luego me dí cuenta que no puedo solucionar tan fácilmente las cosas, es decir, si pago por todos, pues voy a ir a la bancarrota - algunas líneas de expresión surcan la frente de la joven, frunce los labios y hace un puchero de frustración. Son éstas las situaciones que la ponen a meditar, pero sobre todo, las que la dejan a veces en vela por las noches. Su deseo de ayudar a sus semejantes. Sobre todo, los que están en situaciones de riesgo.


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Mensaje por Vincent Cromwell Vie Dic 21, 2012 12:18 am

Estaba perdidamente enamorado de ella, distaba mucho de lo que con Odette había conocido, ninguna era igual a la otra, ambas eran dispersas y distintas, ambas me enseñaban cosas totalmente ejemplares. Una de la otra sacaban de mi la mejor de las sonrisas y Marianne era aquella que provocaba las mías en ese instante. Sus cabellos olían a hierbabuena y un toque de cítricos, la esencia que más disfrutaba degustar en ella. En ese momento en que nuestras respiraciones se mezclaron, mis manos se aferraron a ella de tal forma que, no quería soltarle, no debía hacerlo, cada minuto y cada hora lejos de su cuerpo me hacía sentir la necesidad de extrañarle, de necesitarle y esperar a que mis labores terminasen para correr hasta su lecho. La necesidad entre ambos se mantenía a raya por el día obligándonos a disfrutar de nuestras ausencias y por las noches a descubrir lo que entre los dos éramos capaces de crear.

Yo conocía la magia de pies a cabeza, pero lo que entre nosotros surgía, rebasaba abismalmente cualquier entendimiento humano. Marianne se había convertido en la vida que deseaba tener desde antes de Victoria, ella era la representación más hermosa de cualquier melodía creada para realizar cualquiera de mis sueños, su risa era la música detrás de la obra de Teatro que amenizaba con envolverme en el sueño más engatusante habido y por haber. Finalmente di un beso suave sobre su frente y la miré fijamente a los ojos, aquellos ojos que me parecían un mar inexplorado, salvaje e hipnotizante…así era Marianne en todos los sentidos.

“- Me parece que Su Majestad sabe de las diversas actividades que su Reina realiza día con día en la corte, sin embargo hay algunos menesteres que me están contrariando porque me es difícil acceder desde mi condición de gobernante. No porque los súbditos no deseen mi presencia, aunque si es ese el caso disimulan muy bien su aversión a mi persona, si no porque me indican que no puedo interesarme en detalles tan insignificantes como la condición física de algunos niños trabajadores o de mujeres embarazadas en lugares insalubres.

Me parece que antes de gobernante, soy un ser humano. ¿Qué clase de reina sería si ignorara las peticiones de este grupo vulnerable de personas que me piden ayuda? ¿Hay alguna forma en que pueda intervenir? Ya estuve meditándolo, pero no veo más que hacer alguna casa de acogida porque varios de ellos, con el sistema de la tienda de raya, están endeudados hasta tres generaciones más –“


En ese instante la escuché con atención mientras acariciaba su mejilla, mis manos eran calidas al igual que ellas y su aroma continuaba invadiendo cada centímetro del cuerpo, era imposible no admirar su gallardia, aquella osadia por enfrentar la vida, levantarse después de sostener una larga lucha con el destino y lo que nos esperaba. Ella en pocas palabras era la reina que tanto deseaba que me respaldase en el imperio de Escocia aunque tras ella muchas mujeres hubiesen deseado su poder. Admiré en silencio realizando una mueca con la boca y apoye el dedo índice sobre sus labios para proceder:

-Estoy enterado de todas las actividades que realiza mi reina, estoy enterado de que sus actividades son para beneficiar al gran pueblo de Escocia y déjeme decirle my lady que me siento orgulloso de tener como esposa y reina a una dama como usted…aunque eso ya lo sabias amor mío…- aspiré un poco de aire soltándola finalmente –Pide y yo te lo concederé, cualquier cosa que tu desees. Si la reina desea ayudar a su pueblo, el Rey la respaldará, si la Reina desea poner bibliotecas, orfanatos, mercados y muchas otras cosas más, así será… pero antes querida, pido una sola paga…- guardé silencio volviéndola a tomar por la cintura, le miré fijamente de aquella forma tan intensa con la que se desea que la mirada fuese algo más que el reflejo de las pupilas de ambos. Si existía en mí una idea, un sueño, un anhelo que nacía en el interior del corazón y que cuando era muy joven temía por realizar a temprana edad.

Aquel cargo que hace de un hombre pleno en su totalidad, dónde la magia del nacimiento de un nuevo ser se gesta a través de nueve meses, originando a un ser vivo capaz de traer consigo la dicha más complaciente en el mundo; un hijo, un heredero, o en su defecto heredera a cualquiera de los dos les amaría por igual. Sonreí estrechando una de sus manos y finalmente sentencie mi deseo –Mi reina lo único que deseo más que todo en el mundo, es un hijo…si, un pequeño que pueda sostener entre mis brazos, aquel o aquella pequeña a quien pueda educar y convertirle en la razón de nuestra existencia…El futuro de Escocia, el futuro de nuestra familia que se ha ido formando a través de los años…- guardé silencio, un fulgor de recuerdos pasados me atormentó por un instante sometiéndome y acallando mi petición. Era duro, no sería capaz de sobrevivir a otra perdida, pero estaba dispuesto a arriesgarme a vivir el proceso nuevamente.


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Mensaje por Marianne Cromwell Sáb Dic 29, 2012 10:12 am

"Sus ojos serán un recuerdo de los tuyos,
así como su sonrisa...
Tú, yo,
formando un nuevo ser.
Sólo ruego porque pueda entregarlo a tus brazos,
con vida..."

La vehemencia en las palabras es interrumpida por un simple dedo, ¿Quién diría que una revolución puede detenerse con un simple gesto? Absolutamente nadie, pero así es en realidad. Él sólo necesitó de acariciar esa falange contra los labios de la española y ésta de inmediato le concedió toda su atención no sin antes llevar la mano a la suya, sostenerla y depositar en la yema de ese dedo un dulce beso. Aspirando su aroma, resguardándolo en su memoria para cuando él no esté a su lado. Alza una ceja ante sus palabras, no le parece descabellado que Vincent sepa de sus actividades, al contrario sería extraño que no estuviese enterado. A finales de cuentas, Escocia es su reino, el desconocer lo que esté aconteciendo sería peligroso. Aunque el resto del discurso le roba una sonrisa, que esté orgulloso de ella es parte de las razones que la impulsan a seguir avante, a cuidar de su reino, de las personas que lo habitan. De ayudarle. Y se emociona cuando él promete respaldarla, sus labios se abren para luego sonreír con amplitud, sus manos se juntan la una contra la otra al tiempo que su mente vuela en la infinidad de posibilidades que significa tener a su disposición un presupuesto ordenado por el propio rey.

Y sus sueños se congelan al escuchar que hay una condición. Sus ojos se agrandan mirándole en silencio, parpadeando curiosa, ¿Qué es lo que Vincent requiere para que pueda ayudar a su pueblo? ¿No traspasar las líneas que él indique para no molestar a los nobles? ¿Dejar fuera a ciertos núcleos vulnerables? ¿El que ella esté supervisando todo? ¿Qué? ¿Qué? Frunce los labios y chasquea la lengua sin comprender, él no parece apresurarse, pero Marianne, joven como es, viendo al alcance de su mano su propósito, está a punto de zarandearlo para que conteste. Lo único que sí hace, es que en su frente se formen algunas delgadas líneas y su boca siga en ese mohín cruzándose de brazos como un pequeño infante a quien le han puesto un dulce frente a él y luego le han dicho que lo tendrá hasta que tienda la cama.

Y aún así, Vincent se lleva las palmas. Logra desestabilizarla, que la mueca de sus labios desaparezca, que sus brazos caigan a sus lados inertes, que sus ojos se abran enormes y sus pupilas se dilaten. Incluso, que un poco de saliva baje por su garganta con dificultad, dejándole seca la boca. ¿Un hijo? Parpadea y escucha la confirmación de la solicitud del Rey. Los labios le tiemblan y su nariz jala aire con fuerza, necesita respirar. Para su fortuna, él la sostiene por la cintura porque siente las piernas como gelatina. Todas flojas y temblorosas. Se lleva la mano derecha a la boca y durante unos instantes no sabe cómo reaccionar. Qué decirle o cómo hacerlo. Al final, un paje la ayuda en su indecisión, toca la puerta anunciando que trae el abrigo de la reina. Marianne parpadea y con un hilo de voz que se sorprende sea suya, permite que pasen y los interrumpan. Necesita al menos ese momento. El sirviente muy solícito, le entrega la prenda y sale de inmediato. La joven mira el abrigo blanco e impoluto como si fuera un salvador, lo sostiene unos instantes contra su pecho y luego reacciona: tiene que ponérselo.

El estar lejos de Vincent permite que el frío vuelva a sus miembros y se estremece, con movimientos lentos va colocándose la prenda, pero es el Rey quien se la sostiene con caballerosidad. Ella le sonríe con ciertas reservas para colocárselo con prontitud y con dedos entumecidos, buscar cerrarlo sin éxito. Es el Monarca quien vuelve a su auxilio... mirando sus dedos hacerse cargo de tan banal tarea, Marianne recuerda las razones por las cuales decidió que no era el momento de tener un bebé. Sus ojos miran el rostro del Rey durante unos instantes, desde su frente amplia, su nariz aristocrática, esos labios que la hacen perder la realidad cuando se fusionan con los suyos y rozan su piel de formas inimaginables, causando estremecimientos y actitudes propias de una recámara cerrada. Las mejillas que poco a poco han ido llenándose, dejando atrás esas ojeras profundas producto del poco sueño y la desesperación que impregnaron durante meses los sentimientos del Rey.

- Un hijo... Cuando nos casamos pensé en ello, en quedarme embarazada... creí que eso te ayudaría a salir avante. Sé que no ha sido fácil el olvido, que tus sentimientos aún son contradictorios y que para bien o para mal aún sigues comparándome con Odette y Victoria - suspira con frustración dándole la espalda, caminando hacia una de las ventanas. Necesita esa distancia, el estar junto a él sólo hace que su corazón triunfe contra su mente y no le permita pensar con coherencia. Fricciona las palmas de las manos contra los brazos mirando hacia afuera, lento pareciera que el blanco espectáculo estuviera saludándola - Sé que el paso del tiempo te ha hecho mirarme de otra manera, saber que no soy igual que ellas, pero lo veo, en ocasiones tus ojos se posan en mí y los veo distantes... en otro lugar. No puedo exigirte que la olvides, ni siquiera soy alguien para pedirte eso. Es tu pasado, tus recuerdos, pero por eso mismo fue que decidí que necesitabas primero verme como Marianne... no como una Odette con otro rostro, una Victoria con otra personalidad. Sé que en ocasiones has dudado de mí, has pensado que... - sonríe con tristeza.

Restriega sus manos y les da un masaje mientras que encuentra las siguientes palabras. Uno de sus más grandes contras para aceptarlo como pareja era esa, lo reciente de su viudez, refiriéndose tanto con Odette como con Victoria. Ambas mujeres lo habían marcado y se lo habían entregado destrozado. Una porque se había llevado consigo su corazón, la otra su mente y su espíritu. El choque fue tan destructor que Marianne había necesitado mucho para sacarlo avante, pero aún así había resquicios. Una reunión de nobles donde se tocaran temas de la relación de España y Escocia hizo que Vincent volteara a verla con una advertencia de no entrometerse en lo profundo de sus ojos como si esperara que, al igual que Victoria, Marianne tomara las riendas de la discusión y dejara en mal a su Rey. O por el contrario, había noches en que paseando por los jardines privados, Vincent la miraba de una forma que, la española sabía, estaba transfigurando su rostro y colocando el de Odette en su lugar.

- Así que decidí cuidarme, si no puedo con el fantasma de dos mujeres y voy lento logrando que Su Majestad vaya resignándose a dejarlas en el olvido y verme como soy, creí que el anunciarle un embarazo complicaría todo a mal. No estaba y estoy segura que no está preparado para que esté esperando un bebé... Lo desea, pero - volteó a mirarlo, con la desesperación marcada en lo profundo de sus ojos - ¿De verdad podrá con ello? Vincent, ¿Estás seguro que no es un intento desesperado por dejar atrás la situación de Odette? Sé que te dolió mucho perder a ese bebé, que te ilusionaba, pero ¿Al final no desearás que mi pequeño sea el que ibas a tener con mi prima? Yo dejaré de cuidarme, pero asegúrame que no estarás comparándolo. No buscarás en él los ojos de ella, su sonrisa... Dímelo y yo veré de embarazarme y te prometo que el bebé nacerá con bien y muy sano - esos son sus temores, los coloca sobre la mesa sin importarle la ira de un soberano, de su esposo. Antes que nada, es su amigo y si no puede ver la verdad con serenidad, entonces aún no está preparado para que ella deje de tomar los tés que cada mañana su dama le da.


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Mensaje por Vincent Cromwell Lun Ene 07, 2013 2:59 pm

So save me I'm waiting
I'm needing, hear me pleading
And soothe me, improve me
I'm grieving, I'm barely believing now, now
When you are flying around and around the world
And I'm lying alonely
I know there's something sacred and free reserved
And received by me only


Sostuve la cabeza fría, por primera vez en mucho tiempo ella tenía en parte de razón en sus palabras, era cierto que en una instancia sus brazos parecieron los más cercanos, que su sonrisa tímida invitaba al corazón despechado, la perdida de Odette y la traición de Victoria significaban dos caminos dispersos, que se habían llenado de piedras tan filosas como el jade, al mínimo toque con la piel es capaz de cortarle y rebanarle como un cuchillo a la mantequilla. Ella era la mejor amiga inalterable, el único común denominador que había permanecido a lo largo del tiempo, nunca la extrañé pues jamás me hizo falta, aunque no físicamente Marianne se encontraba a tan sólo un realce a la voz, con sólo estirar la mano obtenía la suya, acudiendo a la escucha, acudiendo a mí regazo. Tal para cual, reincidimos nuestros corazones en otras personas, yo alojé mis esperanzas en la mujer con la que desposada ya, me prometía ser la espada para Escocia, una reina perfecta con escrúpulos así como sentimientos tanto por su rey como por el pueblo; pero es de humanos equivocarse y de reyes dejarse llevar por la conveniencia, sólo entonces fallé. Pero no muy lejos de ello encontré el consuelo en brazos de otra, su ángel fue el complemento ideal a lo que yo necesitaba, en ella descubría los primeros sentimientos de amor, ternura, admiración.

Odette representaba la parte buena de mi relación turbia con Victoria, la expectativa, lo deseado, lo que no cumpliría a lado de la piedra que sostenía mi puño, de esa espada que amenazaba con clavarse en mi dorso. Crucé los brazos, ésta posición me permitió asimilar la noticia, la sospecha se volvió certera al ser confirmada por propia voz de la reina, concebir hijos resultaba extraño, pero aunque existiera la verdad y fuese para mi palpable, no era aceptable que su decisión fuese tomada solo por ella sin consultar mi voluntad ¿Acaso no tenía yo voz en aquella decisión? “¡Yo soy el rey!” mentalice, repitiendo una y otra vez, la sangre subió hasta mi cabeza y el corazón comenzó a bombearla con mayor intensidad por todo el cuerpo. Luego de ello mis dedos comenzaron a agarrotarse, las falanges se tensionaron de tal forma que, me impedían moverlos libremente. La molestia causal y contenida explotó en mi cabeza, pero mantuve el porte como nunca y decidí elegir mis palabras, con un bufido casi atragantado en mi garganta decidí hablar – Has decidido por mí, has tomado una decisión sin consultarlo, te has casado conmigo siendo Marianne, no Victoria u Odette…- sentencie irónico, mis ojos se enfocaron en los de ella, contuve nuevamente la respiración inhalando con fuerza -…y en determinado caso MI REINA – subraye alejándome lentamente hasta el otro extremo de la habitación – Estás aquí prejuzgándome, haciendo uso de mis sentimientos como si los conocieras a la perfección, piensas que he sido capaz de compararte con ambas, aún si no existiera un punto de comparación entre ustedes. Todas existieron en diferentes etapas de mi vida…-

Evitando a toda costa el contacto visual con ella dejé caer mi cuerpo sobre una de las sillas – Dime, ¿qué no eras tú la que te casarías con ese hombre…? ¿No eras tú la que estabas total y rotundamente enamorada de otro? Dime, ¿Cuál es la diferencia entre tú y yo? ¿Qué iba a tener un hijo? Coincidencias del destino, no lo preví y ella tampoco. Odette es mi pasado, Victoria también, tu eres el presente, tú estás aquí y ahora…- terminé dando un fuerte golpe sobre la mesa de centro que se encontraba al frente -¿Qué no estamos en las mismas condiciones?...Entonces habré de dudar de tu amor, porque me has comparado con él, has visto en mí, lo que él no pudo darte, ¡¡dime mujer, dime!!...he aquí tus argumentos destrozados, he aquí entonces los míos…y si aquellas palabras que usas en éste momento ya no tienen tanta coherencia, me has juzgado y me has subestimado.- concedí, el silencio se formó en la habitación, entre nosotros existía una distancia parcial pero que podía sentirse como un gran abismo que nacía entre nosotros. Mi ego de hombre estaba siendo mancillado por la mujer elegida para volver a ocupar un trono a mi lado y más que por un trono, era la candidata ideal para fungir un papel como la compañera, la reina, la amante.

El punto era no ceder, entre nosotros existía la comprensión, la confianza de tenernos el uno al otro, el rey reparada con cojines y telas suaves las caídas de la reina y viceversa, era cierto que distaban de mucho, las tres eran mujeres totalmente diferentes; Victoria había sido la parte dolorosa del camino, la que con su carácter fuerte y osadía reprendía mis decisiones, Odette por otro lado acompasaba mis pasos, pero pisaba más fuerte y firme. Marianne; era el resultado de todo lo que alguna vez busqué en camas de otras mujeres, algo que idealizado no me permitía pensar que era posible que existiese.Era el amor tal como lo conocía o creía conocer, compararla era entrar en el error de no saber lo que se quiere, y yo Vincent Cromwell Rey de Escocia quería y amaba a esa mujer castaña frente mi. Suspiré observando sobre el techo del lugar, sus decorados inclusive en aquellas secciones me hicieron sonreír, no encontraba explicaciones a cosas tan simples como ellas. Todo se trataba de estirar y aflojar, o ganaba o perdía. Acostumbrado a obtener siempre lo que deseaba, o todo o nada...Aunque el "nada" no se contemplaba en mis principios.



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Mensaje por Marianne Cromwell Miér Ene 09, 2013 9:50 pm

"Magia...
dame otra oportunidad..."

El corazón late a toda velocidad, siente cómo se le aglutina en el pecho y busca cual pez en el agua escapar de las garras del oso que quiere atraparlo. Le duele el estómago y un retortijón le hace consciente de su presente. La situación se le fue de las manos y se pregunta si podrá recuperar la serenidad o bien, si será capaz de arreglar las cosas con su esposo. No sólo es el Rey de Escocia, un gobernante tenaz y centrado, también es el hombre del que se enamoró y a quien le entregó no sólo su corazón, si no su inocencia, su mente, su alma... la esperanza de una vida diferente, de una convivencia llena de altibajos y sobre todo, de felicidad. Traga saliva y aspira de nuevo con fuerza y tensa el cuerpo al escucharlo reafirmar su dicho. "SU REINA". Y no son sus palabras las que laceran su interior sin piedad dejándola herida, con sangre manando, si no su frialdad al darle la espalda y alejarse de ella.

Pocas veces le ha visto así y siente un estremecimiento recorrerla, una gota de sudor pasa por toda su espalda, desde la nuca hasta la cintura y aprieta los labios bajando la cabeza al escuchar sus reclamos. ¿Qué decirle sobre ese hombre que ahora trae a colación? ¿La verdad sobre las mentiras que decía sobre él? ¿Será capaz de abrir tanto su alma? ¿Y si la juzga Vincent por su secreto? Los ojos son cerrados con fuerza y aspira más, soltando luego el aire temerosa. Aún recuerda las veces que tuvo que fingir amar a Delbaeth para poner a salvo el secreto del hechicero y el suyo mismo. ¿Tendría que decírselo a Vincent? ¿Se lo tomaría a mal como su comentario sobre la comparación? No es tonta, no imaginó las ocasiones en que él la miró equiparándola a esas dos mujeres trascendentales, sólo que ahora parece ser que fueron quizá reacciones inconscientes las del soberano. Y ahora lo que tiene ante ella es una desesperación por ser minimizado, por no ser tomado en cuenta en su decisión. Por no haberle tenido confianza, por hacerlo a un lado en un tema tan importante como la concepción de un hijo. Y no puede con ello. ¿Tanto miedo le tiene? Se reconoce también que una de las razones por las que no quiere embarazarse es el temor de que él descubra que es una hechicera y la mande a la hoguera. Sabe que la ama, se lo ha demostrado en infinidad de ocasiones, pero se pregunta si ese amor es tan grande como para perdonarle semejante "pecado".

Y no encuentra la respuesta a esa pregunta. Se lleva la mano a la frente en tanto él hace añicos sus argumentos y al mismo tiempo hace notable todo lo que Marianne le ha ocultado al paso de los meses. Da un respingo y salta unos centímetros en el instante en que él golpea la mesa; siente un mareo que la obliga a voltear hacia fuera de los ventanales observando el panorama sintiéndose tan fría como la misma nieve. El hormigueo de sus dedos es latente y quisiera dar marcha atrás a la situación y volver a donde sus brazos son el único refugio, donde él no está fúrico con ella, donde le sonríe con ternura, con ese cariño en sus ojos que derrite cualquier hielo que intente rodearla. Cual pequeña niña desea que todo vuelva a ser como antes, echar marcha atrás y no haber pronunciado jamás esas palabras que sentenciaron su relación. Parpadea y voltea hacia Vincent, mira su espalda, la nuca masculina donde el cabello termina haciéndola ansiar deslizar sus falanges por la suavidad de éste llevando su rostro hacia su coronilla para oler su aroma y saber que todo está bien. Que todo pasará. Si pudiera regresar el tiempo... Y es cuando ladea la cabeza pensativa. Realmente podría hacerlo, pero ¿Funcionaría? Si concentrara su magia, su mente, su determinación como le decía Delbaeth, lo haría realidad.

Heredera de una larga cadena de magos, se decía que Marianne tenía en su interior un poder impresionante que se denotaba incluso en sus dibujos: mostraba la verdadera cara de todos y cada uno de aquéllos que se dejaban ilustrar. Eso fue lo primero que llamó la atención de Delbaeth hacia ella. La magia estaba en su interior pura, muy fuerte. Adiestrarla había sido su objetivo y por algún tiempo, se convirtió en su tutor. Uno que se sorprendió al ver los pasos agigantados con que Marianne aprendía el arte de la hechicería. Y aún a pesar de que el brujo se especializaba en magia negra, logró mostrarle más del mundo en que estaba imbuida la joven. La ahora Reina traga saliva y mira sus manos sintiendo el hormigueo previo al hechizo. ¿Se atreverá a tanto? Podría ser que la cura fuera peor que la enfermedad. Aspira profundo cerrando los ojos, apretando las mandíbulas. ¿Lo hará? ¿Lo hechizará? ¿Y si se equivocara y él la descubriera en medio del propio conjuro? ¿Tendría el valor de afrontar las consecuencias de sus actos? Y si…

...Toma el coraje suficiente y extiende las manos aprovechando que Vincent está de espaldas a ella y muy bajo recita las palabras. Los hilos invisibles se desprenden de sus dedos para encauzar un camino hacia la presa, en este caso el Rey de Escocia. Lento, le rodean sin que él lo note hasta que Marianne entorna los ojos con determinación y lo cubre con ellos formando las cuerdas para controlar los movimientos de la víctima. No quiere obligarlo a hacer algo diferente a un simple olvido de la situación, su poder de Dominación le daría esa facultad y la mantendría perenne para que el Rey no se diera cuenta del truco. Un cambio en su memoria, una mente perdiendo esos recuerdos hasta el momento exacto que la hechicera elija. Así pues, dominando sus memorias le obliga a ponerse en pie, caminar hasta donde se encontraba después de que le fue entregado a Marianne el abrigo. Esperando inquieto la respuesta de la Reina a su petición en tanto ella misma regresa sobre sus pasos para volver a la posición en la que estaba cuando el acontecimiento se llevaba a cabo. Ambos situados, se lame los labios observando los hermosos ojos del Rey en lo que parece ser un letargo, cuando en verdad es que está imbuido en el embrujo que su esposa le ha colocado. Sí, así es como debe ser. Voltea hacia el ventanal para dejar que la mente del escocés siga adelante, borrados pues los acontecimientos non gratos. La magia es utilizada para el bienestar de la joven que orienta el cuerpo hacia el del Rey y le sonríe trémulamente rogando porque todo haya salido a la perfección.

- Yo también, Vincent. Me encantaría darte el hijo que esperas, aunque para eso deberé prepararme desde hoy, comer adecuadamente, hacer ejercicio, todo lo que las abuelas dicen que es necesario para concebir un niño sano y fuerte - se acerca a él y le abraza con una sonrisa. Él no recordará nada sobre la discusión antes vertida, para él, es como si apenas estuvieran conversándolo una primera vez. Es en estos momentos cuando la magia es un regalo caído del cielo, cuando puedes tener una segunda oportunidad y donde él, que no es hechicero, jamás se dará cuenta de ello...


Sí sería tan fácil, se evitaría tantos problemas. Y frunce de nuevo los labios, regresando de su ensoñación. No, no puede hacer algo así. Él no merece tal jugarreta. Se acaricia la frente con las manos heladas caminando hacia el escritorio para tomar una copa y servirla de agua para beber un pequeño trago. Tiene que hacer algo, decirle que... sonríe con amargura porque no encuentra ninguna palabra que pueda demostrarle cómo se siente. Niega al pensar en tantas opciones y no elegir ninguna, pero tiene que ser rápida pues Vincent no se caracteriza por ser paciente, todo lo contrario. Otro trago y lleva la copa hasta la mesa donde él diera el golpe dejándola sobre la superficie en silencio. Sabe que las primeras palabras son las que decidirán su futuro, pero es una mujer casada, no una niña que busque escapar por lo que debe encarar la verdad aunque ésta le sea muy dolorosa, pero antes que nada, tiene que deshacerse de las telarañas. Se hinca al lado del Rey sin importarle ensuciar su vestido rogando porque no se haga a un lado, coloca el lateral derecho de su cabeza contra el muslo izquierdo del varón. Mira hacia el frente y sus manos rodean la pantorrilla masculina con ciertas reservas.

- Delbaeth Elathan Formorians era su nombre aunque te equivocas en algo, él no era mi amante, él era mi guardián. Fingíamos ser una pareja de enamorados para desviar sospechas. Y aún así, uno de los diablos llegó hasta mí y me llevó al infierno donde el látigo marcó mi espalda. He ahí por fin la respuesta a tu pregunta del quién o por qué de mis heridas. Fue Delbaeth quien logró sacarme de ahí por lo que le debo la vida y quien me llevó a mi verdadero padre, el Rey de España - cierra los ojos con fuerza para evitar las lágrimas y sus manos se consuelan acariciando la pantorrilla del Rey - No puedes compararte con él porque no hay un punto para ello. Yo no supe lo que era el amor hasta que mi prima falleció y el que consideraba mi mejor amigo llegó a mis brazos igual de desolado que yo. Y sí, muchas veces me recriminé el haberme fijado en aquél que la amó - frunce los labios y lleva una mano para enjugar una lágrima carraspeando para tomar una mayor serenidad - Sí, soy tu reina, una que sólo tiene 20 años y aún está aprendiendo. Que se equivoca, que tropieza, que se pone de pie y se sacude las faldas para mirar al frente y seguir. Tuve miedo, tengo miedo. Y sé que no te he tenido la confianza y quiero creer que sigues siendo mi mejor amigo. No sé qué decirte y quizá ninguna palabra tenga el peso que requieres para sanar la herida que te provoqué - no sabe qué más decirle y ruega porque las palabras vertidas tengan el antídoto para purgar el veneno que con un comentario inyectó. Qué fácil es lastimar el corazón de una mujer, pero mucho más, el de un hombre...


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Mensaje por Vincent Cromwell Dom Ene 27, 2013 12:55 pm

Let the skyfall, when it crumbles
We will stand tall
Face it all together
At skyfall, at skyfall
Where you go I go
What you see I see
I know I'd never be me
Without the security of your loving arms
Keeping me from harm
Put your hand in my hand
And we'll stand

Mantuve la cabeza baja apoyando ambas manos sobre mi rostro para evitar pensar más de lo que tenía que hacerlo, ese era mi problema desde muy pequeño, mantener la cabeza fría era un logro abismal que tuve que aprender a controlar. La magia requería a magos qué pensarán dos o tres pasos más delante de lo que un humano común podría hacerlo y por desgracia yo tenía aquella habilidad por mucho desarrollada. Sus palabras cincelaban mi piel como si yo fuese una estatua capaz de ser moldeada por su escultor, ella sí, era mi escultora. Yo permanecía como la torre más alta del castillo y ella me enseñaba a sostenerme desde los cimientos. Pero, sus acciones sólo demostraban el temor y la inseguridad de estar a mi lado ¿A caso una reina debería sentirse de tal forma a lado de su Rey?.

Las preguntas continuaban martillando mi cabeza, dudas, suposiciones. Me daba las explicaciones más lógicas que podía haber pensado, su voz aterciopelada estaba mezclada de miedo, temor o quizá preocupación, sabía de antemano que ella me diría cualquier cosa que quisiera escuchar, pero Marianne no mentía. “Delbaeth Elathan Formorians” pensé con recelo, le conocía perfectamente, sabía de quien hablaba, en el círculo de magos no era difícil de identificarse, tratándose además de uno parecido a mi. Sin embargo, dolía no aquel nombre o la supuesta apariencia que debieron guardar durante tanto tiempo, no. Dolía el ego que como Rey y hombre había ignorado mis deseos infundados por un miedo que aunque justificado a esas alturas ya no debería de existir. No encontraba las maneras de expresarle lo que sentía, en aquella posición sentía como la cabeza comenzaba a hormiguear , un estremecimiento recorrió mi cuerpo por toda la columna vertebral y solté un último suspiro que contenía todas las palabras selladas por aquel pacto hecho hacia mí cuando ella entró a mi vida.

Entonces pude haber callado lo que pensaba, era más grande mi amor por Marianne que mis obligaciones como Rey. Por decreto, aquello era una traición inexorable, estaba negándole al Rey la descendencia que por ley y obra de Dios le correspondía, cualquier reina que se negara aquello era merecedora de la horca o peor aún despojarle de su cabeza y sin contemplación ser repudiada por el pueblo de Escocia. Levanté la mirada para contemplar su rostro y volví a sentir como la sangre hervía por dentro –Entiendo la explicación que me das, pero no puedo dejar de pensar que me has negado la oportunidad de…- guardé silencio poniéndome de pie casi tan inmediatamente de sentirle cerca a mi cuerpo –En ese momento era el hombre más peligroso del palacio-, y no me atrevería a lastimar a quien amaba por sobre todas las cosas, tenía que guardar la distancia para contener mis ideas, mi magia.

-Irás a la Villa de campo, llevarás a tus damas de compañía y la guardia que yo disponga para tu seguridad…- decreté mientras me detuve frente a una de las grandes ventanas de la habitación, mi voz era decidida, pero dentro de todo llevaba consigo un toque condescendiente –Te alcanzaré después cuando todo haya pasado, además de que tendrás que meditar tus acciones. Es cierto eres una Reina joven pero has nacido en cuna de oro y por lo tanto con deberes y obligaciones que traen consigo este tipo de sitios en la realeza – pausé mi discurso para volverle a mirarle y continuar –Conozco todo de ti Marianne De Castilla, ahora Cromwell, no me importó quien eras desde antes de conocerte y ahora no me importará. Eres mi reina y mi esposa, por lo cual necesito que dejes de autocompadecerte y buscar razones para tus fallos. Yo soy responsable de tus acciones, quien dará la cara por ti, nadie más. Yo meteré las manos al fuego por ti y sin importarme lo que diga el parlamento o toda la casta real de este país, seré yo el condenado. El Rey de Escocia ¿Quieres eso para tu rey, tu esposo?...¿Deseas que el pueblo de Escocia ponga en cuestión mi elección por haberte elegido mi Reina? He dado mi voto de confianza y amor a ti, mi mano derecha y deseo que eso sea respetado…- murmuré desviando la mirada –No deseo que vuelvas a tomar otra decisión como esa, antes de hacerlo deberás consultarlo conmigo, pues también soy parte de tu vida ¿No es así?...no me releves de ese papel…-

Quizá había sido duro en ese momento o demasiado condescendiente para otros, pero estaba en juego la felicidad que sentía en los instantes con Marianne, por ello debía ponerle a salvo de todos quienes pudieran poner en duda su lealtad a Escocia y al Rey. Ya una piedra se había cruzado en mi camino por mera conveniencia y por azares del destino el enlace entre nosotros perduraría en las mentes de los hombres y mujeres de las Tierras Altas de Escocia. Victoria; había sido una reina ejemplar aunque como esposa dejaba más que a desear. Sus artimañas la llevarían hasta el cadalso en dónde se le ejecutaría por traición y sólo entonces las miradas recaerían en mí. Ponía en duda mi mandato como soberano y gran Rey gracias a mis elecciones fallidas para conseguir una esposa leal y que llevara en alto el estandarte de nuestro reino.

Pero sabía que mi decisión actual era la correcta…Marianne era la indicada, y ella sabría entender mis preguntas y respuestas.



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Mensaje por Marianne Cromwell Vie Feb 22, 2013 6:52 pm

"Tengo miedo...
el monstruo me mira desde su lugar en el interior del ropero.
Esperando a cuando sólo estemos él y yo..."

Se muerde el labio inferior al tiempo que su garganta pasa con dificultad un poco de saliva humedeciendo el interior de la piel ya reseca. Los ojos se cierran y los párpados se presionan con fuerza. Estas son las consecuencias de sus actos y debe aceptarlos. Su vida ha tenido altibajos, personas que se han ido y regresado. Vincent no le da a entender que quiere que se vaya, todo lo contrario. Sólo pide un poco de distancia y tiempo. ¿Cuánto? No hay una respuesta para ello, quizá el necesario para curar las heridas que esta desconfianza creó. Una lección para aprender, una nueva forma de abordar las situaciones a su lado. Un suspiro sale de sus labios. Es tibio, a diferencia del aire que va condensándose a su alrededor, en esa habitación. El fuego en la chimenea intenta mantener aún la temperatura, pero lento va cediendo a su rival que lo apaga por completo dejando sólo las velas a su alrededor que permiten la luz. Hace una reverencia ante el Rey con la mente viajando a toda velocidad. Ese traslado del castillo a la casa del campo en medio del frío serán unas vacaciones en comparación a estar días y noches sin él. Justo había compartido con su diario en una jornada nocturna cuán apegada se sentía a él, cuánto le gusta estar a su lado.

- Así será, Su Majestad, se obedecerán sus deseos, me iré hoy mismo a donde ha decidido que debo permanecer. Con su permiso, me retiro - no quiso alargar la conversación, simple y llanamente hizo una reverencia y salió de la habitación sumida en una desazón que no logra borrar. Camina a pasos contados uno tras otro hacia sus habitaciones y las órdenes hacia sus damas de compañía son concisas: - Su Majestad el Rey ha decidido que deberé ir a la casa de campo. Es muy frío el castillo y puede que allá no enferme. Vamos, apúrense, todo debe quedar listo hoy, quiero llegar allá y prepararlo para cuando el Rey nos alcance - una sola mirada a Angelique es suficiente para que la cambiaformas sepa que algo turbio sucede. Las demás mujeres empiezan a guardar todo lo que la reina indica con diligencia, al tiempo que la propia Marianne ingresa a su recámara en compañía de la Aghartiana quien cierra tras ella. No necesita preguntar nada, la española se encoge de hombros y sonríe con amargura - me aleja de él por haberle ocultado que tomaba los tés para evitar embarazarme... así que... -

No necesita verla para sentir cómo la mujer empieza a inquietarse. Lo entiende a la perfección. El estar con Vincent no sólo alivia a su corazón, si no que es necesaria para su seguridad. Los Inquisidores pronto lo sabrán y con ellos, él... ese anciano que la mantuvo cautiva durante tantos días. La joven camina y toma asiento en uno de los mullidos sillones frente al enorme ventanal y se acaricia la frente. Sólo es cuestión de tiempo para que la encuentren y busquen su fin. Cualquiera puede ser el chivo expiatorio, a finales de cuentas la historia del Rey de Escocia es muy comentada y muchos son los que ven con aprensión a la nueva señora Cromwell. Nobles, revolucionarios, incluso sobrenaturales disfrazados de aventureros. Tiene una gran baraja para elegir la carta que quiera usar ante el escocés. La joven recarga la cabeza en el respaldo y sonríe levemente ante las manos de la cambiaformas que le dan un masaje intentando relajar sus músculos. Tarea imposible. - Lo entiendo, lo acepto. Tendremos que ser muy precavidas, no quisiera darle una mala impresión a Vincent, pero desearía no irme. Tengo miedo, no puedo negarlo. Me aterra despertar y verme atrapada de nuevo en ese sótano. Ya me había acostumbrado a amanecer y sonreír a pesar de que estuviera a oscuras. El sentirme protegida, pero he tentado a la suerte, así que afrontaré las consecuencias - aprieta su mano y se pone en pie para cambiarse las ropas con movimientos lentos, aún metida en sus pensamientos. Buscando las formas de estar más protegida, porque si ese hombre manda a por ella, ni siquiera la guardia real será capaz de contenerlo...

"No mires bajo mi ropa,
no veas las llagas.
Ni las heridas que me recuerdan a él...
a mi verdugo..."

10 días, 18 horas, 24 minutos y 10 segundos lejos de él. Atrapada en un inmueble que no le da mayor protección que la que no quieren ver más allá los ojos de aquéllos humanos que son incapaces de entender que las fuerzas sobrenaturales existen. Primero, unas sombras en las ventanas. Luego, un par de osos vistos a una distancia cercana. Después, una sirvienta cayéndose de debilidad, cuando un par de días antes estaba tan fuerte como un toro. Imposible no ver las señales. Inquieta la reina pasea por la sala mirando la luna llena que anuncia una desgracia. Hombres Lobo, puede estar segura de ello. Nerviosa es un calificativo demasiado corto a lo que ahora siente. Un episodio en su recámara la tiene muy inquieta aunque para algunos fue una broma de mal gusto, para ella fue un despertar violento: ratas. Ratas en su habitación. Los gritos despertaron a todos en la casa, pero no obstante del susto dado a las damas de compañía, fue peor cuando intentaron tranquilizarla, nada en el mundo fue más raro que esa aversión casi enfermiza que parecía tener. Muchos comentarios se intercambiaron ese día, yendo en incremento en el instante en que Marianne ordenó la purga de esos bichos de toda la casa, que se buscaran hasta por debajo de las piedras, pero que no quedara ninguna. Nadie podía saber las razones tras esa orden, sólo Angelique. Ella claro que sabe la historia de las pocas cicatrices que quedaron en la piel de los pies de la ahora reina gracias a la magia de los Aghartiano: ratas. Por decenas. Cortesía del "Santo Padre" durante su "agradable" estancia en Roma.

- Exageré, ¿Verdad? - hace una mueca con los brazos cruzados contra el pecho dialogando con Angelique, mirando hacia afuera a donde los aullidos se incrementan. - Lo de las ratas, quiero decir. Es que las vi y... - niega con la cabeza aspirando aire con fuerza, se lame los labios y muerde el inferior para cerrar los ojos. Tiene frío en los dedos de los pies, en los de las manos. Incluso su nariz está roja a pesar de cuántas prendas trae puestas y, de paso, el gran abrigo de piel. Y las noches son peores sin él a su lado. - La vida es una gran ironía... Nos peleamos porque no le permití decidir sobre un asunto y ahora el médico... - sí, la vida es una ironía con todas sus letras. Una mano se dirige a su vientre y lo acaricia muy lento. Los aullidos se hacen más cercanos y el fuego de inmediato responde a la magia que se expulsa por la tensión de la española. - Me están poniendo nerviosa. Como no sea una manada común y corriente de lobos, ve ensillando los caballos, me temo que tendremos que salir al galope, si es que tenemos al menos la oportunidad. Dile a los guardias que estén atentos aunque sé que no servirá de nada. No creen más allá de lo que sus ojos ven y si nos confiamos a ello, entonces estaremos pronto oliendo sangre - suelta el aire que contiene y se asegura por enésima vez de tener la daga de plata en el cinturón de su vestido. Los zapatos bajo éste son demasiado cómodos como para salir corriendo en caso de extrema necesidad. Él está cerca. Demasiado para su gusto.


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Mensaje por Vincent Cromwell Sáb Feb 23, 2013 11:29 pm

Have to touch myself
To pretend you’re there
Your hands are on my hips
Your name is on my lips
Over, over again
Like my only prayer
I’ve got a burning
Desire for you, baby

Permanecer lejos de Marianne no era otra cosa más que: Agonía, ese sentimiento que es acompañado por la soledad y que noche tras noche te castigaba amedrentándote con pensamientos más lejos de los que deseas ¿A caso había hecho bien con enviarla a la casa de campo?. No estaba sola, pero mejor protegida que por mí no podía estar, yo la mantendría a salvo del calvario y del pasado que la perseguía, sobre todo si su pasado llevaba encima un montón de complejos de grandeza y engrandecimiento de otros más imbéciles que él. Parecía una especie de guerra en dónde mi amada Marianne era la diana en dónde todos apuntaban con sus flechas para llegar justo al centro y provocar el caos. Obtener la victoria o no ya poco importaba, era más la intrusión del poder sobre los sobrenaturales, lo que impulsaba los pensamientos descabellados de un “enviado” de Dios.

Contaba las horas, los minutos, los segundos, el día no bastaba para extrañarla, mucho menos la noche e incluso podía sentir como los pensamientos meditabundos se desdoblaban a una realidad alterna en dónde velaba su sueño, podía verle pero no sentirle, podía escucharle pero no hablarle, consistía en una especie de sueño en dónde sólo yo era capaz de saber si se encontraba a salvo o no. En un par de ocasiones podría asegurar que mi presencia era sentida por ella, podía asegurar que sus ojos traspasaban el velo que nos separaba además de la distancia. Había actuado como el peor de los mortales separando a la razón de mi existencia de mi lado y peor aún, la ponía en bandeja de plata a quien deseara lastimarla. La reina estaba fuera del tablero de ajedrez esperando el primer movimiento y yo actuaba concordante a mis impulsos sentimientos de un Rey lastimado justo en el orgullo, ahí dónde más raspaba la herida cuando se trataba de alguien a quien amaba.

No resistía más…debía buscarla.

La caravana se detuvo luego del primer aullido, a lo lejos los bosques de Escocia se abrían paso con todo su esplendor, brindándonos excepcionales paisajes de frondosos árboles verdes y castaños, así como riachuelos de aguas cristalinas en dónde se reflejaban las estrellas y la luna llena que adornaba la noche…una peligrosa luna llena. El viento surcó nuestros rostros golpeando las banderas de la corte que me acompañaba, en él pude alcanzar a sentir la densidad de su composición, un presentimiento que me auguraba peligro y me advertía naturalmente, me detuve con la vehemencia de un león buscando a las primeras presas, si se trataban de hombres lobos no me tomarían ésta vez por sorpresa y tampoco permitiría que se acercaran mucho más de la cuenta a la caravana o incluso siguieran el rastro hasta Marianne –¡Debemos apresurarnos…he tenido un largo viaje y deseo poder llegar a sorprender a la reina en estas vísperas…!- afirmé con voz clara, conocía a los hombres que me seguían, sabía que escuchar al líder, su soberano, sin titubeo o miedo les alentaría a continuar, posiblemente, brindándoles un ápice de confianza en sí mismos o mejor aún valor para afrontar lo que pudiera pasar. Yo estaba al tanto de lo que resultaba enfrentarse a una jauría de lobos; una manada gobernada por el instinto e impulsivas ganas de destruir todo lo que se encuentre a su paso.

Por primera vez en mi mente existió miedo, uno que era tan palpable como el hecho de que hubiera la posibilidad de perder a Marianne, mis labios se secaron con el esfuerzo de montar el corcel color azabache justo a su apresurado trote y también el frío viento que perforaba la piel, resecándola. La naturaleza no era contemplativa con ningún hombre o inmortal, quizá nos castigaría con algún catarro o fuertes fiebres que soportaríamos luego de llegar hasta el destino propuesto. Entonces, el miedo apareció de nueva cuenta, como una visión inesperada, inadvertida, me vi cegado por él. Ella se había transformado en la parte esencial de mi existencia, gracias a Marianne prevalecía a grandes obstáculos que el destino ponía en el camino, ensañándose y divirtiéndose con el dolor de todos los que me rodeaban.

Necesaria fue la distancia para darme cuenta de lo equivocado que estaba, el orgullo como hombre y rey se disipaba, pues todo ello era compensado con el cariño y amor que de forma incondicional me brindaba la única mujer que en todo el tiempo pasado y actual estuvo para mí ¿Qué importaba todo el poder que tuviera? ¿Qué importaba el orgullo cuando por su presencia yo podía perder a Marianne?. Volví a la realidad cuando otro tumulto de aullidos se develaron ante la noche, todos ellos parecían anunciar la presencia de seres que no deseábamos cerca y mi único temor era llegar hasta la reina para protegerle, mientras avanzaba por el camino los reproches azotaban como látigos mi conciencia y peor aún el corazón “Tonto, tonto mil veces tonto, has enviado a la cueva del lobo a la liebre más indefensa que puede existir, sólo espero que la comitiva de guardias que he enviado sean suficientemente capaces de protegerle mientras llegamos…Tonto Vincent Cromwell, has actuado sin pensar, has actuado orgulloso y soberbio, como todo lo que has odiado de tu padre…” y en la cima de una colina el corcel se detuvo con un relinchido al igual que la guardia que me custodiaba.

A lo lejos las antorchas alumbraban la casa de campo la cual lucia diferente, quizá por el paso del tiempo, pronto estaría frente a ella, pronto podría ver su rostro.



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