Maestro y Aprendiz {Zhepyr Asrhan}

Hace diez años fui arrastrada de mis dulces e infantiles sueños por una mano fría y familiar, unos hermosos pero vacíos ojos me miraban con impaciencia mientras me desperezaba preguntándome que calvario familiar me obligaba a despertarme a esas horas intempestivas, Eyra me había adoptado hacia un par de veranos, aunque fue ella quien me rescato de la mendicidad fue Jerarld el que se convirtió en mi padre, protector y mi mayor héroe, pase de estar sola a tener tres hermanos, dos de ellos unos encantadores gemelos y otro pequeño adoptado con el que congeniamos enseguida.
Los mejores recuerdos los forjamos entre aquellas viejas paredes, pero como dice el maestro “lo que viene fácil se esfuma con la misma rapidez”. Entre la niebla húmeda Eyra me sostenía entre sus brazos acariciando los cabellos dorados y despeinados que se balanceaban con el viento tormentosos, un carruaje de sencillo aspecto nos esperaba tirado por dos corceles negros que miraban asustados la oscuridad a su alrededor.
-¿A donde vamos tan tarde madre? ¿Están bien todos? ¿Ha ocurrido algo?
Ella respondió con una mirada severa, claramente no quería oír mi opinión, prácticamente me lanzo dentro del vehículo junto a una maleta llena a reventar, le dio unas instrucciones vagas al cochero, se giro sin mirarme con intención de marcharse y el corazón se me paro de repente.
-Madre…madre… mama…
Eso pareció detenerla un instante, se volvió lentamente, sonreía pero en sus ojos había una chispa de culpabilidad mezclada con tristeza, por ese entonces no me percate de ello pero con los años lo entendí, cerro la puerta de madera que crujió como un brazo partido, se arremango los bajos de la falda y volvió a entrar en el castillo familiar.
Aquellas ultimas imágenes ahora están borrosas en mi memoria, apenas era una criatura cuando Eyra me envió lejos, todos estos años me he estado preguntando si era solo cosa suya o era un plan retorcido en el que se incluía la familia entera, y por dentro me preguntaba que había hecho mal, cual había sido mi error, donde se escondía aquella parte monstruosa de mi que había obligado a mi familia a mandarme allí…
Al principio le temía, aunque su rostro sonreía estaba lleno de furia, nunca me pego, ni grito, ni amenazo, solo exigía sin piedad, si las cosas no salían como debían era castigada de una manera que solo un brujo puede entender y sufrir, no me hablaba sobre mi familia y nunca pregunte, al final aprendí a apreciarlo, luego a respetarlo y finalmente a amarlo de una manera extraña y mística, el maestro Zhephyr D. Asrhan era ahora mi familia.

...

Al oír mi nombre me sobresalte ligeramente, estaba tan enfrascada en mis recuerdos que al levantar la vista me encontré un poco habitual caos en la mesa del desayuno, un sirviente reducido a una masa de lagrimas y suplicas intentaba sin mucho éxito limpiar él te derramado sobre el maestro, este con su habitual mirada de desprecio me había cedido el dudoso honor de encargarme de su castigo.
Me lleve una mano a la frente con un golpe seco y mire al maestro con la ensayada sonrisa de complacencia, aunque en mi interior no sabia si llorar o reír, la situación solía ser fácil, los sirvientes hacían un mínimo de ruido o no acudían inmediatamente cuando se les requería y minutos después salían por la puerta de la mansión con signos de estar mentalmente vegetales.
-¿Es necesario… maestro?- acentué la dulzura de mi voz con una nimia esperanza, pero era en vano.- esta bien… acércate manitas de trapo.
El muchacho se arrastró hasta mis pies murmurando algo inteligible, pose mi mano sobre su frente y se tranquilizo un instante, cerré los ojos para mas concentración, reuniendo el rayo en mi interior para acto seguido soltarlo en forma de luz cegadora a través de mis dedos.
Las convulsiones y los espumarajos por la boca no se tardaron en ver, y el olor a carne quemada me arrebato algunas nauseas que apenas logre contener.
-¡Basta! Vuelve…. Vuelve…- la electricidad me obedeció y regreso entrando por los dedos desde donde había salido expulsado provocándome un escalofrió.- ¡Uff! Espero que haya sido de tu agrado Maestro…
EL corazón me latía como un huracán, ese hechizo no era fácil de realizar, la electricidad era un elemento arcano muy volátil y descontrolado, a muchos brujos se les revelaba y acababan chamuscados.
La cocinera de la casa, la única que siempre satisfacía al maestro y no había sido castigada, entro con una bandeja de plata reluciente, en ella decorado elegantemente se mostraba un pedazo de pastel, lucia unas flores azules de azúcar a su alrededor y la masa era de chocolate, la sonrisa de la pobre cocinera se borro enseguida de su rostro, miro al chico que tosía moribundo y negó con la cabeza.
-De parte de todo el servicio mademoiselle May, felicidades –habitualmente pellizcaba mis mejillas con cariño, pero nunca delante del maestro.- su preferido, ¡chocolate!
Le agradecí, pero se me había quitado el hambre, dos de los guardaespaldas fornidos pidieron permiso al maestro para llevar al chico a otra estancia, seguramente allí le curarían las quemaduras y aprendería la lección. El maestro les indico con un movimiento de mano que se lo llevaran rápido.
Al verlo gemir su sufrimiento me llego dentro, peor no lo suficiente como para que borrara mi habitual sonrisa cordial, esa mascara jamás se caía y menos delante del maestro. Le di un mordisco a la tarta, para que no se preocupara, le mire fijamente a los ojos, a pesar de esa fría crueldad era un buen hombre, él me había protegido y cuidado… y era atractivo.
Lance una risita nerviosa al oírme pensar tales cosas, nunca había visto a ninguna mujer en la vida del maestro, pero seguro que yo no era la primera que pensaba en su misteriosa belleza.
-¿No te apetece tarta maestro?- le ofrecí con la boca llena de chocolate… no sabia de donde había sacado ese capricho.