AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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El aprendiz (Gaïa-Priv)
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El aprendiz (Gaïa-Priv)
La luz de la mañana desbarata las sombras, las disuelve y baña con su calidez el día. Un aire fresco soplaba, dejando el cielo pulido y sin cargas. Tan pronto los primeros rayos del alba se hicieron presentes, negocios abrían sus puertas ante la gran ciudad y la misma brisa que bajaba desde las montañas arrullaba al verano con sus fragancias varias, niños llenaban de risas los pasajes. En la lejanía una neblina amoratada se disipaba a medida que el aire soplaba.
Las calles francesas se abrían gloriosas ante sus ojos. ¡Oh gran parís! Tan similar a su tierra y a la vez tan distinto, lleno de esperanzas, de vitalidad y promesas. Se sentía complacido de pisar tierra tras meses navegando en alta mar.
En Londres se había dedicado a fortalecer sus habilidades en nigromancia, llegando a dominarla casi en su totalidad y su madre, bondadosa como siempre, le había dotado con una enciclopedia casi interminable que hablaba sobre plantas y sus usos mágicos. Semanas pasó estudiándola en vano, pues día de hoy no conseguía darles un uso correcto. Para optimizar el tiempo, había ocasiones en que no ingería alimento alguno y tan grande era su ímpetu que su día había llegado a tener 20 horas, dedicando únicamente 4 de ellas para descansar. Ciertamente, no se podía decir que no lo estaba intentando.
Un murmullo fue el que le contó, que entre las calles empedradas y las carrosas que remolinan el aire, hay una dama con la capacidad de entender a las plantas, una mujer que puede ayudarlo a pasar su tormento.
Con un aire altivo avanzaba por las largas calles, luciéndose como si se tratase del mismísimo rey de Francia. Con la barbilla en alto e impecablemente peinado, lucía un semblante atractivo, de facciones finas, mandíbula alargada y pómulos bien resaltados en los que irisaban los rayos del sol. Algo que definitivamente no cuadraba con su aspecto, eran las bolsitas amoratadas que se habían formado bajo los ojos a causa de horas trasnochando.
Encontrarla no fue una tarea precisamente difícil y tan pronto estuvo en su campo de visión se aproximó a ella. El verdadero reto comenzaría cuando tuviese que pedir las cosas, pues siendo él un muchacho tan orgulloso, solicitar ayuda significaba casi la renuncia a todo principio al que un día fue fiel.
Primero, echó un vistazo asegurándose de que nadie más pudiese oírlo y que además pareciera un asunto plenamente casual. Tendió su mano hacia ella en forma de saludo y prosiguió a liberar sus palabras —Buen día, señorita. Me han dicho que usted es capaz de entender el mundo de las plantas, que sabe sobre ellas y les da su buen uso. Verá, yo soy un hechicero talentoso—Exclamó vanagloriándose, con una sonrisa plenamente presuntuosa —Pero la herbolaria parce estar decidida a acabar con la poca paciencia que tengo. — Y apresurándose a terminar, lo que hasta ahora había sido su mayor reto en París exclamó finalmente, con un marcado acento inglés —¿Cuál es su secreto? — El Francés lo había aprendido desde los 10 años, pero su pronunciación delataba la falta de práctica.
Las calles francesas se abrían gloriosas ante sus ojos. ¡Oh gran parís! Tan similar a su tierra y a la vez tan distinto, lleno de esperanzas, de vitalidad y promesas. Se sentía complacido de pisar tierra tras meses navegando en alta mar.
En Londres se había dedicado a fortalecer sus habilidades en nigromancia, llegando a dominarla casi en su totalidad y su madre, bondadosa como siempre, le había dotado con una enciclopedia casi interminable que hablaba sobre plantas y sus usos mágicos. Semanas pasó estudiándola en vano, pues día de hoy no conseguía darles un uso correcto. Para optimizar el tiempo, había ocasiones en que no ingería alimento alguno y tan grande era su ímpetu que su día había llegado a tener 20 horas, dedicando únicamente 4 de ellas para descansar. Ciertamente, no se podía decir que no lo estaba intentando.
Un murmullo fue el que le contó, que entre las calles empedradas y las carrosas que remolinan el aire, hay una dama con la capacidad de entender a las plantas, una mujer que puede ayudarlo a pasar su tormento.
Con un aire altivo avanzaba por las largas calles, luciéndose como si se tratase del mismísimo rey de Francia. Con la barbilla en alto e impecablemente peinado, lucía un semblante atractivo, de facciones finas, mandíbula alargada y pómulos bien resaltados en los que irisaban los rayos del sol. Algo que definitivamente no cuadraba con su aspecto, eran las bolsitas amoratadas que se habían formado bajo los ojos a causa de horas trasnochando.
Encontrarla no fue una tarea precisamente difícil y tan pronto estuvo en su campo de visión se aproximó a ella. El verdadero reto comenzaría cuando tuviese que pedir las cosas, pues siendo él un muchacho tan orgulloso, solicitar ayuda significaba casi la renuncia a todo principio al que un día fue fiel.
Primero, echó un vistazo asegurándose de que nadie más pudiese oírlo y que además pareciera un asunto plenamente casual. Tendió su mano hacia ella en forma de saludo y prosiguió a liberar sus palabras —Buen día, señorita. Me han dicho que usted es capaz de entender el mundo de las plantas, que sabe sobre ellas y les da su buen uso. Verá, yo soy un hechicero talentoso—Exclamó vanagloriándose, con una sonrisa plenamente presuntuosa —Pero la herbolaria parce estar decidida a acabar con la poca paciencia que tengo. — Y apresurándose a terminar, lo que hasta ahora había sido su mayor reto en París exclamó finalmente, con un marcado acento inglés —¿Cuál es su secreto? — El Francés lo había aprendido desde los 10 años, pero su pronunciación delataba la falta de práctica.
Frank Lowell- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 10
Fecha de inscripción : 15/09/2017
Re: El aprendiz (Gaïa-Priv)
Aún le quedaba un largo camino por recorrer, era un hecho. La magia existía y no solo por creer en ella, cuando algo lo deseabas tanto terminaba ocurriendo y eso esperaba. Hizo muchos progresos hasta ahora y lo que acaparaba su tiempo, básicamente eran sus conocimientos sobre las plantas, remedios caseros por así llamarlos, de medicina clandestina al que no todo el mundo tiene acceso.
No le iba mal, el boca a boca le daba clientes. La mayoría eran mujeres, el efecto de sus hierbas para deshacerse de embarazos no deseados, un infalible frasco pequeñito que contenía una esencia para dormir durante días incluso, otros como curar tras unos minutos dolores de estómago y entre ellos, esos masajes que reparaban los músculos dejando un agradable sentimiento de bienestar.
Se encontraba en una zona del bosque en donde solo florecía durante unos minutos una flor en particular, si la cortabas y quedaba abierta, era un aliciente tanto venenoso como curativo, una mezcla que pocas flores criadas en París. Atenta, esperaba que los pétalos morados se abriesen, el tallo ya se había estirado, ahora... la madre naturaleza que hiciese su magia.
Sin más dilación, una voz le hizo erguirse, buscando con la mirada a alguien que no esperaba. Menos esperó que la buscase, se dirigiese a ella como si la conociese de toda la vida y lo peor... la estaba distrayendo justo cuando la planta iba a florecer. Que ella recordase no tenía ni idea de quién era o si lo había tratado alguna vez, ...a saber, en el burdel con Rose y las chicas terminaba bebiendo de más y a saber lo que prometió o con quién llegó a algún acuerdo.
-Mi secreto...¡no hay secreto! Además...-parpadeó , ni lo había saludado, tan ensimismada que... no se percató de que la flor se abría mientras se dirigía al recién llegado -Talentoso...eres talentoso cuando te sale de dentro, no porque sepas mover las manos y te salgan luces brillantes ¡es como esta planta! Venga que se la enseñe, pero ¡CUIDADO! No pise las blancas, por si se abren también... lo que me recuerda...-al girarse, los últimos pétalos se iban cerrando poco a poco, la planta se podría volviéndose gris y convirtiéndose en polvo, así, sin más en unos momentos...¡Y HABÍA ESTADO TODA LA SANTA MAÑANA!
-Maldición y mil veces maldición ¡la he perdido! -se echó las manos a la cabeza revolviéndose el cabello -¿sabe lo cotizada que está esa planta? ¡que inoportuno! -a la pobre le faltaba llorar del disgusto, ahora solo le quedaba esperar a las demás -Después de esto, mi fama no me precede...¡maldita sea! Bueno , madre tierra, tranquila...hay más y oh dios, estoy hablando sola ¿qué me ha dicho que quiere? -suspiró, intentando volver a la normalidad.. no ser desagradable, pero recordó la palabra hechicero y toda su atención se centró en él.
No le iba mal, el boca a boca le daba clientes. La mayoría eran mujeres, el efecto de sus hierbas para deshacerse de embarazos no deseados, un infalible frasco pequeñito que contenía una esencia para dormir durante días incluso, otros como curar tras unos minutos dolores de estómago y entre ellos, esos masajes que reparaban los músculos dejando un agradable sentimiento de bienestar.
Se encontraba en una zona del bosque en donde solo florecía durante unos minutos una flor en particular, si la cortabas y quedaba abierta, era un aliciente tanto venenoso como curativo, una mezcla que pocas flores criadas en París. Atenta, esperaba que los pétalos morados se abriesen, el tallo ya se había estirado, ahora... la madre naturaleza que hiciese su magia.
Sin más dilación, una voz le hizo erguirse, buscando con la mirada a alguien que no esperaba. Menos esperó que la buscase, se dirigiese a ella como si la conociese de toda la vida y lo peor... la estaba distrayendo justo cuando la planta iba a florecer. Que ella recordase no tenía ni idea de quién era o si lo había tratado alguna vez, ...a saber, en el burdel con Rose y las chicas terminaba bebiendo de más y a saber lo que prometió o con quién llegó a algún acuerdo.
-Mi secreto...¡no hay secreto! Además...-parpadeó , ni lo había saludado, tan ensimismada que... no se percató de que la flor se abría mientras se dirigía al recién llegado -Talentoso...eres talentoso cuando te sale de dentro, no porque sepas mover las manos y te salgan luces brillantes ¡es como esta planta! Venga que se la enseñe, pero ¡CUIDADO! No pise las blancas, por si se abren también... lo que me recuerda...-al girarse, los últimos pétalos se iban cerrando poco a poco, la planta se podría volviéndose gris y convirtiéndose en polvo, así, sin más en unos momentos...¡Y HABÍA ESTADO TODA LA SANTA MAÑANA!
-Maldición y mil veces maldición ¡la he perdido! -se echó las manos a la cabeza revolviéndose el cabello -¿sabe lo cotizada que está esa planta? ¡que inoportuno! -a la pobre le faltaba llorar del disgusto, ahora solo le quedaba esperar a las demás -Después de esto, mi fama no me precede...¡maldita sea! Bueno , madre tierra, tranquila...hay más y oh dios, estoy hablando sola ¿qué me ha dicho que quiere? -suspiró, intentando volver a la normalidad.. no ser desagradable, pero recordó la palabra hechicero y toda su atención se centró en él.
Gaïa Goncourt- Hechicero Clase Media
- Mensajes : 112
Fecha de inscripción : 13/01/2016
Re: El aprendiz (Gaïa-Priv)
“Demasiado talentoso, de hecho” pensó con una sonrisa de pura satisfacción, y pudo haberse mantenido así a no ser que aquellas advertencias le hicieron volver en sí. Con fascinación contempló el cambio de las flores, ¿Cómo una planta, sin algún estímulo visible podía sufrir efectos tales? Abrió bien los ojos, intrigado y muy satisfecho con aquella demostración. Sentíase a gusto, ahí, y aunque aquellos sucesos fueran desconocidos despertaban en la una curiosidad interminable, ¡Que suerte había tenido de encontrarla!
—¡Ah! Su planta se cerró.— Añadió con un atisbo de sátira, no buscaba conflictos innecesarios, pero lo sardónico y arrogante ni en mil años se le quitaba. Comprendió rápidamente que su comentario no fue el más acertado, por ello para remediarlo le dedicó una mirada de complicidad. Por otra parte, no podía hacer más, se trataba de un hombre que no acostumbraba a ofrecerle disculpas a nadie.
Aunque interrumpía una práctica importante, le restaba importancia. Plantas, flores y los ungüentos que con ellas se obtenían no eran de su total interés, para él todo aquello eran muestras de hechicería inconsistente y extravagante, sin pruebas o sustentos firmes y aprender la herbolaría era más un reto personal, pues no soportaba que “un montón de plantitas” pusieran en duda sus habilidades. En el entendido de que Frank se enfocaba más en el arte de la nigromancia e invocaciones, todo lo relacionado a hierbajos era lo mismo que un complemento o accesorio más.
Aquellas reacciones le parecieron por demás curiosas, pues ¿Cómo alguien podría expresar su sentir con tal naturalidad? Sin tapujos o temores por comentarios de terceros. En lo que a él respectaba prefería actuar con reservas, el enojo y otras emociones las guardaba con recelo, nadie podía asegurarle con que clase de persona trataba. Por otro lado, todo aquello le pareció más un drama, vaya que perder la cabeza por unas flores le parecía algo en exceso extremista. En seguida los prejuicios vinieron Frank, quien permaneció juzgando en silencio, viéndola fijamente.
Y otra vez la escuchó, pero esta vez sin rechistar o hacer comentarios jocosos. Definitivamente no quería darle malas impresiones.
—Observo ya, que no me he expresado correctamente— Se aclaró la garganta sin quitarle los ojos de encima. —Me parece que no estamos en la misma página. Déjeme situarla. La herbolaria para mi es un completo dolor de cabeza, no consigo hallarle principio ni fin, o forma alguna. Sé ya, que mis dones están enfocados en otras ramas de la hechicería, pero no puedo permitirme el ser un completo ignorante en lo que a las plantas respecta. — Conocía perfectamente los fundamentos de aquella rama de la hechicería y alguna vez se atrevió a experimentar con ella, pero como era de esperarse, no consiguió ni una reacción funesta. Bien hubiera sido, que aquella criada en la que probó el brebaje hubiera caído petrificada, muerta o adolorida, así al menos sabría que no era un completo inútil. —Usted podría ayudarme con ello ¿No? Si sirve de algo, como legado he recibido un libro sobre herbolaria en el que he basado mis estudios— Concluyó finalmente, esperando que aquella mujer se mostrase comprensiva con él y le ayudara a salir de esa inmensa brecha de ignorancia en la que estaba hundido. Confiaba plenamente en que su compañera podía instruirlo aunque sea un poco.
—¡Ah! Su planta se cerró.— Añadió con un atisbo de sátira, no buscaba conflictos innecesarios, pero lo sardónico y arrogante ni en mil años se le quitaba. Comprendió rápidamente que su comentario no fue el más acertado, por ello para remediarlo le dedicó una mirada de complicidad. Por otra parte, no podía hacer más, se trataba de un hombre que no acostumbraba a ofrecerle disculpas a nadie.
Aunque interrumpía una práctica importante, le restaba importancia. Plantas, flores y los ungüentos que con ellas se obtenían no eran de su total interés, para él todo aquello eran muestras de hechicería inconsistente y extravagante, sin pruebas o sustentos firmes y aprender la herbolaría era más un reto personal, pues no soportaba que “un montón de plantitas” pusieran en duda sus habilidades. En el entendido de que Frank se enfocaba más en el arte de la nigromancia e invocaciones, todo lo relacionado a hierbajos era lo mismo que un complemento o accesorio más.
Aquellas reacciones le parecieron por demás curiosas, pues ¿Cómo alguien podría expresar su sentir con tal naturalidad? Sin tapujos o temores por comentarios de terceros. En lo que a él respectaba prefería actuar con reservas, el enojo y otras emociones las guardaba con recelo, nadie podía asegurarle con que clase de persona trataba. Por otro lado, todo aquello le pareció más un drama, vaya que perder la cabeza por unas flores le parecía algo en exceso extremista. En seguida los prejuicios vinieron Frank, quien permaneció juzgando en silencio, viéndola fijamente.
Y otra vez la escuchó, pero esta vez sin rechistar o hacer comentarios jocosos. Definitivamente no quería darle malas impresiones.
—Observo ya, que no me he expresado correctamente— Se aclaró la garganta sin quitarle los ojos de encima. —Me parece que no estamos en la misma página. Déjeme situarla. La herbolaria para mi es un completo dolor de cabeza, no consigo hallarle principio ni fin, o forma alguna. Sé ya, que mis dones están enfocados en otras ramas de la hechicería, pero no puedo permitirme el ser un completo ignorante en lo que a las plantas respecta. — Conocía perfectamente los fundamentos de aquella rama de la hechicería y alguna vez se atrevió a experimentar con ella, pero como era de esperarse, no consiguió ni una reacción funesta. Bien hubiera sido, que aquella criada en la que probó el brebaje hubiera caído petrificada, muerta o adolorida, así al menos sabría que no era un completo inútil. —Usted podría ayudarme con ello ¿No? Si sirve de algo, como legado he recibido un libro sobre herbolaria en el que he basado mis estudios— Concluyó finalmente, esperando que aquella mujer se mostrase comprensiva con él y le ayudara a salir de esa inmensa brecha de ignorancia en la que estaba hundido. Confiaba plenamente en que su compañera podía instruirlo aunque sea un poco.
Frank Lowell- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 10
Fecha de inscripción : 15/09/2017
Re: El aprendiz (Gaïa-Priv)
No entendía nada. La planta se había cerrado ante sus ojos, ¿el tiempo que transcurriría hasta que se abriesen las demás? Era muy difícil saberlo, casi imposible. Masculló por lo bajo palabras en francés, no eran bonitas, maldecía como si eso pudiese cambiar algo. Oía la voz del joven de fondo, su acento marcado lo señalaba como extranjero. Si no había oído mal, requería de sus habilidades con las plantas porque para él era todo un reto, justo lo contrario que ella... pues tanto ansiaba tener magia que por mucho que lo pidieses... era totalmente imposible, se nacía con el don.
Resopló intentando no perder los papeles, el tono con el que le recordó el cierre de la flor le hizo fruncir el ceño, si este era el modo de pedirle el favor...no lo estaba haciendo bien, ese no era el camino en cuestión. Fácil pedir ayuda pero no era gratuito, no hacía favores a cualquiera y menos a un desconocido que se había presentado...allí sin más, molestándola e interrumpiendo algo de prioridad para la francesa.
-Mon dieu... eres un hechicero que no aprecia sus poderes tanto como deberías. -lo tuteó presa del enfado, estaba molesta por lo de la planta...tendría que volver a empezar. Captar el momento era muy difícil, cortarla en el instante clave...para obtener su máximo potencial. Volvió la mirada hacia las flores cerradas, esperando un milagro...por más que mirase no iban a abrirse para darle el gusto.
-Si te ayudo, quiero algo a cambio. ¿Qué me ofreces? No quiero dinero, dónde vivo no me hace falta, tampoco quiero favores sexuales, estoy bien servida... y no te valen los jueguecitos de palabras, no tengo poderes pero se resguardarme de eso. Soy inmune a lo que llamais “dominación de la mente” me entrené para ello, es útil cuando en esta ciudad no sólo hay hechiceros perdidos -sonrió con suficiencia, volviendo la mirada a aquel que esperaba cualquier cosa de ella -Dime...¿sabes algo? No creo que no sepas nada, al menos sabrás lo básico porque si la respuesta es no...te va a costar muy caro aprender. Entonces dime ¿qué me ofreces ? -
Una experta en regates, nadie podía dudar de su don de la negociación. Sus dedos peinaban la larga cabellera rubia, en un gesto distraído, pensando en todo y en nada al mismo tiempo.
Resopló intentando no perder los papeles, el tono con el que le recordó el cierre de la flor le hizo fruncir el ceño, si este era el modo de pedirle el favor...no lo estaba haciendo bien, ese no era el camino en cuestión. Fácil pedir ayuda pero no era gratuito, no hacía favores a cualquiera y menos a un desconocido que se había presentado...allí sin más, molestándola e interrumpiendo algo de prioridad para la francesa.
-Mon dieu... eres un hechicero que no aprecia sus poderes tanto como deberías. -lo tuteó presa del enfado, estaba molesta por lo de la planta...tendría que volver a empezar. Captar el momento era muy difícil, cortarla en el instante clave...para obtener su máximo potencial. Volvió la mirada hacia las flores cerradas, esperando un milagro...por más que mirase no iban a abrirse para darle el gusto.
-Si te ayudo, quiero algo a cambio. ¿Qué me ofreces? No quiero dinero, dónde vivo no me hace falta, tampoco quiero favores sexuales, estoy bien servida... y no te valen los jueguecitos de palabras, no tengo poderes pero se resguardarme de eso. Soy inmune a lo que llamais “dominación de la mente” me entrené para ello, es útil cuando en esta ciudad no sólo hay hechiceros perdidos -sonrió con suficiencia, volviendo la mirada a aquel que esperaba cualquier cosa de ella -Dime...¿sabes algo? No creo que no sepas nada, al menos sabrás lo básico porque si la respuesta es no...te va a costar muy caro aprender. Entonces dime ¿qué me ofreces ? -
Una experta en regates, nadie podía dudar de su don de la negociación. Sus dedos peinaban la larga cabellera rubia, en un gesto distraído, pensando en todo y en nada al mismo tiempo.
Gaïa Goncourt- Hechicero Clase Media
- Mensajes : 112
Fecha de inscripción : 13/01/2016
Re: El aprendiz (Gaïa-Priv)
Notó como se tensaba y que sus palabras no le resultaban para nada gratas, pero lo sardónico era una cualidad inherente a su esencia y al ver la molestia ajena sólo daba rienda suelta a las calamidades más ocultas de su espíritu. No se hizo de esperar para responderle con el mismo tono de antes. —Quiere hacer negocios conmigo y eso no le conviene— Aquello iba más como una advertencia, para hacerle saber que no estaba dispuesto a ofrecer más de lo que tenía en mente.
Pese a la actitud desdeñosa y hostil que Frank tomaba, por dentro sentíase satisfecho de encontrar a una persona que cuando menos podía ponerle un alto a sus palabras, pues había acostumbrado a limitar su trato a personas que agachaban la cabeza a la mínima provocación. —Puedo instruirla en lo que a la magia respecta— Resolvió el joven después de meditarlo un momento. Había de aceptar que, aunque en primera instancia consideró ofrecerle dinero la idea de un intercambio de conocimientos lo entusiasmaba aún más, así también podría alimentar su inmenso ego enseñándole todo tipo hechizos y maleficios a su compañera. —Aunque le advierto que no todos tienen el don de la magia. Si estuviera en su lugar yo aceptaría un buen pago monetario y ya. — Tan pronto acabó su frase le dedicó una mirada de auténtica superioridad, como si buscase mostrar lo talentoso e increíble que era; Levantó los hombros en señal de conformismo y sonrió más bien malicioso.
—Claro que tengo conocimientos, ¿Por quién me ha tomado? — Objetó ahora con un tono más amistoso, que seguramente venía de la mano con aquella risa sincera que había dejado escapar. —Se muy poco, pero tonto no soy y aprendo rápido— Exclamo esta vez sin pretensiones, aunque seguramente esa actitud duraría muy poco. Dios sabía que la humildad no era una cualidad suya.
Y como sabía que toda conversación sin una presentación estaba destinada a ser un fracaso se apresuró en hacerle saber su nombre. —Que maleducado soy. Frank Lowell, un placer— Añadió acompañándose de una expresión arrogante, esa expresión propia de los muchachos de clase alta, quienes presuntuosos pretenden desdeñar al resto. —Entonces, ¿Tenemos un trato? —
Pese a la actitud desdeñosa y hostil que Frank tomaba, por dentro sentíase satisfecho de encontrar a una persona que cuando menos podía ponerle un alto a sus palabras, pues había acostumbrado a limitar su trato a personas que agachaban la cabeza a la mínima provocación. —Puedo instruirla en lo que a la magia respecta— Resolvió el joven después de meditarlo un momento. Había de aceptar que, aunque en primera instancia consideró ofrecerle dinero la idea de un intercambio de conocimientos lo entusiasmaba aún más, así también podría alimentar su inmenso ego enseñándole todo tipo hechizos y maleficios a su compañera. —Aunque le advierto que no todos tienen el don de la magia. Si estuviera en su lugar yo aceptaría un buen pago monetario y ya. — Tan pronto acabó su frase le dedicó una mirada de auténtica superioridad, como si buscase mostrar lo talentoso e increíble que era; Levantó los hombros en señal de conformismo y sonrió más bien malicioso.
—Claro que tengo conocimientos, ¿Por quién me ha tomado? — Objetó ahora con un tono más amistoso, que seguramente venía de la mano con aquella risa sincera que había dejado escapar. —Se muy poco, pero tonto no soy y aprendo rápido— Exclamo esta vez sin pretensiones, aunque seguramente esa actitud duraría muy poco. Dios sabía que la humildad no era una cualidad suya.
Y como sabía que toda conversación sin una presentación estaba destinada a ser un fracaso se apresuró en hacerle saber su nombre. —Que maleducado soy. Frank Lowell, un placer— Añadió acompañándose de una expresión arrogante, esa expresión propia de los muchachos de clase alta, quienes presuntuosos pretenden desdeñar al resto. —Entonces, ¿Tenemos un trato? —
Frank Lowell- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 10
Fecha de inscripción : 15/09/2017
Re: El aprendiz (Gaïa-Priv)
La advertencia del hechicero, le hizo sonreír con suficiencia. Ni él era un brujo de poca monta y ella una joven cualquiera, ambos ambiciosos en sus respectivos deseos . No iba a darle el placer de darle clases gratis, ya tenía bastante con estudiarse los libros de magia que el señor Tisdale dispuso para ella. Sonrió de lo más divertida, dejó de estar inclinada hacia adelante, esperando que alguna de las flores se abriesen para centrar toda la atención en el recién llegado. Nadie solía sorprenderle o apartarla de sus experimentos y él, lo había conseguido, la curiosidad mató al gato ...o eso decían, a Gaïa no le importaba lo más mínimo arriesgar pues siempre tenía la opción de ganar que de perder en ese mundo desconocido y a la vez, tan cercano como es el de la magia en su vida.
-El trato es justo, mis conocimientos sobre herbolaria por sus trucos de hechicero arrogante...-hablaba siempre sin pensar y esta fue una de esas veces, se sonrojó ligeramente por la metedura de patada, no era capaz de mantener la boca cerrada cuando debía -No tendré poderes , no aún pero sé que puedo hacerlo y con eso es suficiente. No acepto dinero, ya se lo dije -eso sí que le indignó más que cualquier cosa que dijese, una humana de clase media sin otro tipo de poder que desesperar a la gente.
Acompañada de su inseparable pequeña bolsa marrón de cuero, se giró del todo hacia él para quedar frente a frente, le ofreció su mano de manera firme, sin dudar lo más mínimo. Un ligero apretón de manos, enérgico en el que transmitió no sólo las ganas de empezar, ¿qué le podría enseñar que no supiese ya con el Conde Tisdale? Controlar la energía, bloqueos mentales para que ningún ser sobrenatural pudiese controlarla, ni siquiera a la persona que tenía justo delante en esos momentos.
-Gaïa Goncourt, un placer señor Lowell. ¿Está preparado? -sonrió maliciosa, inclinándose hacia él lo suficiente para lanzar una de sus advertencias, él no iba a ser el único -Soy muy perfeccionista. No me gusta repetir las cosas, me tomo muy en serio lo que hago, para mí la herbolaría es mi segunda lengua... así que espero seriedad -qué ironía, esos ojos azules como el cielo que se mostraban divertidos, la espalda de la joven se irguió, tosiendo por lo bajo -¿Por dónde prefiere empezar? Lo más básico, las plantas venenosas y sus variantes, cuáles se deben y no mezclar. Dependiendo de la zona, la humedad y el calor... se encuentran las más letales. ¿Algo que tenga que saber antes? No me gustaría empezar a hablar y hablar si no me sigue -un completo huracán, la joven comenzó a caminar hasta adentrarse hacia el norte... -Belladona (Atropa belladonna) , suele atacar al sistema nervioso... procuro vender las dosis en pequeñas proporciones, hace mejor efecto y también me lleno los bolsillos. Y en dosis más pequeñas... de diez a veinte bayas, suelen ocasionar alucionaciones y delirios. Es útil y suelen pedirla mucho. Es algo básico... aunque depende de lo que realmente busque, en específico -caminaba tan deprisa que al girarse y detenerse de golpe, ambos chocaron irremediablemente... no solía trabajar con nadie. -Le pondré a prueba, así que espero que no se le escape nada y me esté escuchando -ese genio innato, esa determinación que brillaba con luz propia...más que incluso la flor que no se abrió.
-El trato es justo, mis conocimientos sobre herbolaria por sus trucos de hechicero arrogante...-hablaba siempre sin pensar y esta fue una de esas veces, se sonrojó ligeramente por la metedura de patada, no era capaz de mantener la boca cerrada cuando debía -No tendré poderes , no aún pero sé que puedo hacerlo y con eso es suficiente. No acepto dinero, ya se lo dije -eso sí que le indignó más que cualquier cosa que dijese, una humana de clase media sin otro tipo de poder que desesperar a la gente.
Acompañada de su inseparable pequeña bolsa marrón de cuero, se giró del todo hacia él para quedar frente a frente, le ofreció su mano de manera firme, sin dudar lo más mínimo. Un ligero apretón de manos, enérgico en el que transmitió no sólo las ganas de empezar, ¿qué le podría enseñar que no supiese ya con el Conde Tisdale? Controlar la energía, bloqueos mentales para que ningún ser sobrenatural pudiese controlarla, ni siquiera a la persona que tenía justo delante en esos momentos.
-Gaïa Goncourt, un placer señor Lowell. ¿Está preparado? -sonrió maliciosa, inclinándose hacia él lo suficiente para lanzar una de sus advertencias, él no iba a ser el único -Soy muy perfeccionista. No me gusta repetir las cosas, me tomo muy en serio lo que hago, para mí la herbolaría es mi segunda lengua... así que espero seriedad -qué ironía, esos ojos azules como el cielo que se mostraban divertidos, la espalda de la joven se irguió, tosiendo por lo bajo -¿Por dónde prefiere empezar? Lo más básico, las plantas venenosas y sus variantes, cuáles se deben y no mezclar. Dependiendo de la zona, la humedad y el calor... se encuentran las más letales. ¿Algo que tenga que saber antes? No me gustaría empezar a hablar y hablar si no me sigue -un completo huracán, la joven comenzó a caminar hasta adentrarse hacia el norte... -Belladona (Atropa belladonna) , suele atacar al sistema nervioso... procuro vender las dosis en pequeñas proporciones, hace mejor efecto y también me lleno los bolsillos. Y en dosis más pequeñas... de diez a veinte bayas, suelen ocasionar alucionaciones y delirios. Es útil y suelen pedirla mucho. Es algo básico... aunque depende de lo que realmente busque, en específico -caminaba tan deprisa que al girarse y detenerse de golpe, ambos chocaron irremediablemente... no solía trabajar con nadie. -Le pondré a prueba, así que espero que no se le escape nada y me esté escuchando -ese genio innato, esa determinación que brillaba con luz propia...más que incluso la flor que no se abrió.
Gaïa Goncourt- Hechicero Clase Media
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