El veneno de nuestras vidas [Gaia]

por **Leandro Cavallari** Jue Mayo 09, 2013 3:58 pm

La noche lamía con sus sombras y la argéntea luz de la luna las calles de París cuando marché de la residencia en la que había pasado unas horas en compañía de Holly Lafayette. Una mujer de saber estar y gran personalidad con la que tenía muchas cosas en común… en resumidas cuentas, no como mi esposa. Atado, solapado a una vida junto a alguien a quien no quería, me hundía poco a poco en el fango que desprendía la mera presencia de mi mujer. Pero eso acabaría pronto. Todo marcharía según el plan...

En unos minutos llegué a nuestra casa… o mi casa, mejor dicho, pues nada podía reclamar ella suyo entre esas paredes mas que el polvo que se acumulaba sobre el mobiliario y las madrigueras de las ratas. Estaba manteniendo a un parásito, a una sanguijuela que me chupaba poco a poco la sangre, que ponía mi imagen en entredicho, y todavía tenía la insolencia de discutirme cualquier cosa que se le antojase.

Como era acostumbrado, no llegó a recibirme. Entregué mi abrigo y sombrero a Cécile, nuestra ama de llaves. Me hacía hervir por dentro que esa mujer, por muy respetable que fuera, tuviera que escuchar las constantes discusiones que mantenía con Gaia y fuese testigo de la irresponsabilidad y dejadez de mi esposa.

-Buenas noches, Cécile. ¿Llego a tiempo para la cena? He tenido que alargar mi estancia en la fábrica.

-Desde luego, señor. La señora le estaba esperando.

En cualquier otra familia el hombre, al escuchar tal cosa, imaginaría a su esposa e hijos adecuadamente vestidos para la cena, dándole una grata bienvenida tras un día esperando su vuelta del trabajo. No en mi familia. Para empezar, me sorprendió que Gaia me estuviera esperando, por lo que probablemente fueron unas palabras de cortesía de Cécile. Si en verdad estaba esperándome, la imaginaba con su aspecto rebelde y que tanto dejaba que desear, con sus labios torcidos en una mueca o, peor aún, en una sonrisa de hiena.

-Si es así prepara un baño caliente.-contesté con sátira.- Debe estar enferma.

Me dirigí entonces hacia el salón-comedor, resignándome a encontrar lo que tanto detestaba.

Nota: en este tema Leandro aún seguiría entre los vivos. Gaia y yo hemos decidido empezar narrando mi asesinato y lo que inmediatamente después sucedería entre ambos.

por **Gaia Cavallari** Jue Mayo 09, 2013 4:01 pm

" Querida Maya,

No puedo describir con palabras la sensación que me arrastra hasta el punto de tener que escribirte esta carta, la desesperación me ha vuelto loca. Esto ha traspasado cualquier límite, no puedo seguir haciéndome daño a mí misma. Lo detesto. Le odio cuando respira, cuando sonríe, cuando muestra el mínimo atisbo de felicidad. Sueño con hacerle daño, con rodear su cuello con mis dedos y ver como su rostro se vuelve pálido, blanquecino hasta tornarse finalmente de un color grisáceo Es un cínico, un adulador, una serpiente, su mera presencia me provoca arcadas. Detesto la forma en la que viste, sus andares, su manera de masticar un filete antes de tragar.

¿Por qué tengo que cargar yo con todo esto? Con gusto me desharía de esta casa, del pan que me echo a la boca, todo con tal de perderlo de vista. Preferiría mil veces ser un desecho social a estar al lado de este maldito perdedor. ¿En que momento firmé este acuerdo? Él no me llega ni a la zuela de los zapatos, ese miserable..."

Escribí aquella carta haciendo hincapié en los adjetivos, añadiendo cursivas a los pronombres y demostrativos que se referían a mi marido. Para ser completamente sincera, aquello ni siquiera se asemejaba a lo que yo sentía por él. Hubiese deseado poder mostrarme indiferente ante Leandro pero por más que lo intentaba, acababa odiándolo más y más. En ocasiones, llegaba a un punto en el que tanta represión y rabia hacían que quisiese llorar, negándome a mí misma tal acto de debilidad y añadiendo aún más madera al fuego, porque cualquier palabra suya, cualquier gesto provocaba mi ira, mi deseo insatisfecho de querer estrangularlo, matarlo y quemarlo, para luego deshacerme de sus malditas cenizas.

Y ahí estaba yo, sentada en la mesa, rodeada de cubertería de plata, más de lo que probablemente él creyese que yo merecía. Le había indicado a Cecile que utilizase un mantel de color rojo y que corriese las cortinas para que nada de lo que allí ocurriese saliese de las cuatro paredes del comedor principal.

No voy a negar que estaba nerviosa. Claro que lo estaba, iba a someter a ese malnacido a un interrogatorio para luego insultarlo y si llegaba el momento, aflojarle una buena cachetada. Podría haberlo maldecido, agraviado con magia pero sabía que no había nada más doloroso para el que un buen guantazo de una mujer, sobre todo si se trataba de su irresponsable esposa.

Leandro entró al comedor con gran semblante, el pelo desgarbado y el traje cubierto en pliegues que me dieron mucho que pensar. Estuve segura de que aquella noche se había dado un revolcón con la zorra de los Lafayette, una puta que creía tener la clase que a mi, por rebelde, me faltaba. Lo cierto era que esa vividora no podía ni siquiera compararse a mi sombra y aunque mi marido yacía cada noche con ella, la compadecía, pues yo ya había dormido con el en tres o cuatro ocasiones y lo consideraba una terrible tortura.

Fingí no mirarlo cuando atravesó el comedor para colocarse frente a mí, en la silla de piel que yo misma había adquirido en el mejor anticuario de Paris. Su trasero hacía que aquel maldito mobiliario perdiese valor y por ello, tendría que considerar una reducción del precio cuando se separase de él y se viese obligada a venderlo todo para marcharse muy lejos, a la India, como había planeado.

- Llegas tarde, querido. ¿Tardaste acaso demasiado tiempo en correrte entre sus piernas? Quizá esa zorra no ha sabido darte lo que a ti te gusta.

por **Leandro Cavallari** Jue Mayo 09, 2013 4:03 pm

Y ahí estaba ella, esa inmunda alimaña, esa plaga para mi hogar y para mi vida, lastre que debía arrastrar, deseando a cada segundo que desapareciera. ¿Qué había hecho para merecer tal chacal? ¿Era merecido aquél castigo? Lo único que había deseado era una mujer. Ella era una vil hiena sarnosa. Lafayette era todo lo contrario. Inteligente, agradable, culta tanto en saberes generales como en la etiqueta… pero, por encima de todo, me hacía feliz. Me quería. Podría soportar una mujer más descuidada, siempre que pudiese hacer latir mi corazón por ella... Pero para el monstruo que tenía por esposa solo era un cautivo, una herramienta que utilizaba para conseguir cuantos caprichos se le antojaran y poder comer y dormir cada día con un techo sobre su cabeza. ¿Qué sería de mi buen nombre y el de mi familia de abandonar el matrimonio? La solución implicaba el mancharme las manos de su inmunda sangre, hacer que todo pareciera un accidente. Entonces, y solo entonces, podría ser feliz de una vez por todas.

Tomé asiento frente a aquél buitre, sabiendo de antemano que estaría hambriento de mi desgracia y deseoso de provocar mi rencor hacia ella. Me percaté del inusual color del mantel que cubría la mesa y de las cortinas que cubrían la noche lluviosa al otro lado de las ventanas. Probablemente no habría vigilado que se hiciera la colada ni la limpieza de los cristales y por ello ocultaba su vergüenza. No… ella no tenía de eso, aunque en cualquier caso prefería no preguntar al respecto.

Su acusación no me sorprendió. Nunca habíamos hablado de Holly, pero yo sabía perfectamente que Gaia tenía conocimiento de mi amante. ¿Por qué? ¿No había sido cuidadoso? No. Simplemente, me permitía el lujo de regodearme en la humillación y rabia que pudiera producirle el que estuviese con una mujer que me satisfacía en todos los sentidos. Porque ver su gesto torcido cuando yo sonreía al recordar a Holly en silencio se había convertido en la única forma que tenía Gaia de hacerme feliz.

-Deberías saber que el amor entre dos personas no empieza y acaba en el sexo, querida.-escupí aquella palabra con una sonrisa de satisfacción.- Conversación con una mujer y no con una hiena, paseos entre la foresta, canciones, música y poemas, palabras susurradas al oído, caricias que te transportan a otro mundo… el beso de unos labios deseados…

Me serví vino rojo de la botella que reposaba sobre la mesa en mi copa, degustando su aroma ante de llevármelo a los labios y dejar que se deslizara por mi garganta, dirigiéndome de nuevo a Gaia con punzante sarcasmo.

-Espero que tu día haya sido por lo menos la mitad de complaciente.

por **Gaia Cavallari** Jue Mayo 09, 2013 4:36 pm

Ahí estaba, aquella maldita sonrisa que me provocaba arcadas, como si cientos de gusanos estuviesen desgarrándome, de dentro hacia fuera. No recordaba ni un solo momento en el que le hubiese mirado a los ojos y no hubiese sentido el odio ocasionado por la traición, por el desengaño, por el deseo de no querer estar a su lado.

Aquella noche, me vestí con mis mejores galas, un vestido de corte inglés, rojo fuego y sin apenas volantes que había comprado en el mercado de Paris, una prenda única importada de la mismísima Inglaterra. No lo hacía por él, sino por la ironía y el sarcasmo en sí mismos. Quería estar radiante, seductora, rebelde, porque al fin y al cabo aquello era lo que me definía, lo que él más odiaba. Jamás dejaría que él me dominase, jamás le obedecería, prefería estar muerta antes que complacerle.

Maldita sea...¡Por qué me insultaba! ¿No era suficiente con atormentarme mediante su mera presencia? ¿No me había agravado bastante con el hecho de humillarme públicamente ante aquella perra en celo? Sí, porque en la intimidad del coito, ambos se reían ante semejante traición.

Cecile interrumpió, provocando que aún me sintiese más irritada. Estaba deseando arañarlo, golpearlo y cortarle aquella lengua que con tanto sarcasmo y avidez utilizaba. No, no podía entender a qué se refería. Jamás había sentido la necesidad de conversar con él o la atracción sexual que dos cuerpos experimentan ante un solo roce, yo no sabía verlo como a un hombre, para mí era más bien un retrato enmarcado y desconocido que colgaba en la pared de la habitación de invitados: mera decoración.

- ¿Eso lo leíste dónde? A veces me parece que reproduces párrafos enteros de libros...tú no eres capaz de sentir nada, eres tan insulso y estás tan encasillado en tu propio papel que creo que en vez de sangre, corre formol por tus venas. Esa mujer te quiere por tu dinero, es por lo único que alguien podría quererte. Te salvas de estar solo al tener toda una fortuna.

Y aquello era cierto, porque de no ser por todas sus propiedades, mi familia jamás le hubiese entregado mi mano en matrimonio. Suspiré, levantando mi vajilla de porcelana para que Cecile me sirviese la sopa.

- Un poco solo, Cecile, tengo una pelota en el estómago esta noche, quizá sea por el olor que trae el señor Cavallari: a burdel barato.

No le esperé, tomé la cuchara sopera de plata y degusté el plato, sin mucho ánimo.

- ¿Es pato? Odio el pato, Cecile, sabes que no me gustan las aves- le reproché. Después de tantos años, me indignaba que nuestra ama de llaves no supiese hacer su trabajo correctamente.- Tráeme otra cosa y tira esto, o dáselo a los perros.

Miré a mi marido con desdén y resoplé, apartándome el pelo de la cara para verle mejor. Tenía la melena oscura, recogida a un lado con ondas suaves, cubiertas de laca. Una imagen perfecta para unos labios rojos, del color de la sangre.

- Mi día ha sido muy productivo, amor mío. He salido de compras y me he gastado tu dinero...ya sabes que me encanta derrochar lo que con tanto sudor te ganas.

por **Leandro Cavallari** Jue Mayo 09, 2013 4:38 pm

El simple hecho de estar en su presencia me asqueaba, ni qué decir tenía el cargo que pesaba sobre mi conciencia y las arcadas que me producía el saber que había llegado a compartir lecho con semejante sanguijuela. Sus palabras envenenadas hacia Lafayette lograron hacerme torcer el gesto, algo que por el contrario no se producía con otros comentarios hacia ella.

-Desde luego que puedo sentir, pero tú no eres capaz de conseguir arrancarme ni una sola emoción, mas que el desprecio. No compares a una mujer como Holly Lafayette contigo. Eres tú la que contrajo matrimonio por dinero. Y supiste camuflarlo muy bien aquellos primeros años, ¿recuerdas? Por aquél entonces todavía me besabas.

Quién iba a decirme en esa época que aquellos besos estaban cargados del veneno de una víbora. Guardamos silencio ante la llegada de Cécile con la cena, aunque el efecto de las palabras escupidas todavía quedaba bien presente en el ambiente. Observé cómo con arrogancia y haciendo gala de su actitud caprichosa de mantenida y malcriada despreciaba el plato que había pedido que se preparase para la cena. Eso es… especialmente para ella, a sabiendas de que no le gustaría. Solté una risa entre dientes, deteniendo a Cécile con una mano.

-La cocina está cerrada, Cécile. No se cocinará más cena de la que se ha preparado para esta noche. Si la señora desprecia la comida, debe ser porque no tiene hambre. ¿Ha vuelto a hurgar en las despensas a escondidas?

Cécile, obviamente, no supo qué contestar. Le ordené que se retirase después de servirme con un gesto de mi mano, escuchando las nuevas palabras como dagas que me dedicaba mi “amada” Gaia. La mirada que le dediqué estaba cargada de jactancia, acompañada por una sonrisa hiriente.

-¿Y por qué piensas que lo permito? Porque así pareces eso que tanto desprecias de cara al mundo: la esposa perfecta de Leandro Cavallari. Una refinada mujer a la que su marido le concede su capital para que cada día y cada noche le sorprenda con lo que ha comprado para complacerle. Te hundes tu misma en tus propias palabras.

Después de aquello, la ignoré por completo, tomando la exquisita sopa de pato.

por **Gaia Cavallari** Jue Mayo 09, 2013 4:39 pm

Me hundió. Juro que perdí cualquier atisbo de razón dentro de mí. Dejé que me dominase la rabia el odio, todos los sentimientos que se habían acumulado en mi vida durante aquellos años de represión y amargura. Me levanté de la mesa, y uno por uno, tiré los platos al suelo, la vajilla, rompiéndola en mil pedazos.

¡Cómo osaba tratarme como a una cualquiera! ¡Cómo osaba tan siquiera compararme con aquella golfa! ¿Qué había hecho yo, le había despreciado en público, me había buscado un amante? No, yo era la víctima de aquella tragedia, él era el villano.

Y estuve a punto de autoinflingirme dolor, porque no quería nada de lo que llevaba dentro, nada que me uniese a él o que me obligase a recordarlo durante toda una vida. Finalmente, intentando aliviar todo aquello, me acerqué a Leandro, con uno de los cuchillos de plata, tenía los ojos enrojecidos, abiertos como platos.

- Te odio y te voy a odiar siempre. Eres lo más vil que he conocido en mi vida y jamás en la vida hubiese sido capaz de quererte. Vete con esa zorra y déjame a mí en paz.

No pude contenerme, agarré su plato y lo volqué encima de él, estropeando la tela de su traje italiano, comprado recientemente en Milán, en uno de los viajes a los que había llevado a la puta de los Lafayette.

Me incliné, para mirarlo a los ojos muy de cerca y que así pudiese comprender lo que estaba a punto de decirle: - Poco hombre, cómo te atreves a insultarme de esa manera, te acusaré de adulterio públicamente y hablaré con los tribunales para que me adjudiquen la mayor parte de tu fortuna. No voy a descansar hasta dejarte en la ruina. Me das asco.

por **Leandro Cavallari** Jue Mayo 09, 2013 4:41 pm

La reacción en ella fue más violenta de lo que esperaba, pero me esforcé por ignorarla, continuando con la cena a pesar de los platos de porcelana rompiéndose en mil pedazos. Pensé que se cansaría y se marcharía, pero alcé la vista cuando vino hacia mí con un cuchillo en la mano. Me puse en pie de inmediato, encarándola y escuchando sus hirientes palabras, recibiendo aquél baño de sopa caliente. Cualquier otro no hubiese dudado en darle una bofetada para ponerla en su lugar y, pese a la ira que recorría mis venas y el odio abismal que sentía hacia ella, jamás había hecho algo como eso ni jamás lo haría. Porque era un hombre de principios y el sucumbir de esa forma ante sus provocaciones solo significaría darle la razón a esa bestia.

Al levantarme me sentí mareado y mis pies trastabillaron un momento. No le di mayor importancia hasta que mi visión comenzó a nublarse y mi estómago a arder desde dentro. Las arcadas se sucedieron. Me llevé una mano a la garganta, escupiendo sangre sobre la alfombra. Aquello no podía ser cierto. No podía estar pasando. Ella se había adelantado…

-¿Qué has… hecho…?

No podía hablar, mi garganta hervía, mi visión se apagaba, todo a mi alrededor daba vueltas y mis pies no eran capaces de sostenerme. Mis piernas se doblaron, pero traté de resistir los efectos de la ponzoña inútilmente. No podía respirar, un hilo de sangre escarlata brotaba de mi nariz. Todo acababa, notaba la vida escaparse de mis manos. La muerte, aquello con lo que tan familiarizado estaba, me llegaba de las manos de aquella hiena hambrienta. Comprendí mi situación. Comprendí que nada de lo que hiciera iba a cambiar el destino que ella me había deparado. Entonces, con mis últimas fuerzas, alcé la mirada hacia ella. Alcé la mirada y sonreí.

-¿Y ahora… qué… vas a… hacer… Ga…ia?

Una risa ahogada por la sangre que manaba de mi garganta fue lo único que escucharía la arpía antes de que mi cuerpo quedase desplomado, sin vida, frente a sus pies.

por **Gaia Cavallari** Jue Mayo 09, 2013 4:42 pm

El pato parecía estar haciendo efecto. Había envenenado la sopa minutos antes de que el regresase a casa, por ello lo esperaba allí pacientemente, en la mesa, con todo un decorado y atrezzo indicándole que aquel era el día de su juicio final. Aquella era una ocasión especial así que Cecile había sacado la cubertería cara y yo mi vestido más original.

Me agaché junto a él y no dudé que su muerte fuese lo mejor para ambos. Él pasaría a formar parte del mundo de los no vivos, no existiría y yo no sufriría por ello. Así, podría comenzar una nueva vida, me las arreglaría con facilidad para atar todos los hilos sueltos que quedasen tras su muerte.

Lo sostuve, rodeándolo entre mis brazos, observando como la vida se le escapaba en tan solo unos segundos. Disfrutaba con aquel momento, sonreía por la victoria que aquello suponía.

- Te voy a sostener entre mis brazos y te voy a decir el por qué de que estés muriendo: yo no puedo vivir a tu merced y tu tampoco puedes hacerlo ante mi presencia, uno de los dos tenía que morir. Siento que tengas que ser tú, querido.

Leandro cerró los ojos y yo, por primera vez, respiré aliviada.

por **Leandro Cavallari** Jue Mayo 09, 2013 4:46 pm

El veneno de nuestras vidas [Gaia] Mansionl

Dos días habían pasado desde el macabro asesinato acontecido en la intimidad de los salones de la mansión Cavallari. Sobre el techo de la morada se extendía un cielo grisáceo del que se desprendía un gran diluvio que no invitaba en absoluto a salir a pasear por las calles parisinas. Los ajardinados exteriores se inundaban de la insistente lluvia y, desde el lago que los adornaba, se escuchaba el croar de los anfibios entre los sauces decaídos. Las gárgolas que coronaban la fachada de la mansión extendían sus cuellos, vigilantes ante el panorama que frente a sus ojos de piedra se desarrollaba.

Pero hay cosas que pasan desapercibidas. Cosas ocultas a cualquier mirada, que se desplazan sin llamar la atención de nada o de nadie. Un hombre apareció de pronto, saliendo de entre la foresta. A pesar de no portar ningún paraguas, ni su pelo ni sus ropas aparecían empapados por la lluvia, o sus zapatos manchados por el barro. Cargaba con él una brisa fría hasta el porche de la mansión. Allí, su mano derecha se alzó para llamar a la puerta.

-Bienvenido de nuevo, señor, es toda una sorpresa.-saludó Cécile, el ama de llaves.- La señora dijo que iba a estar un tiempo fuera por negocios.

El hombre accedió al vestíbulo, llevando consigo aquella helada brisa que provocó un estremecimiento en Cécile.

-Vaya, hace frío hoy… permita que le prepare un café caliente, señor. Avisaré a la señora de su regreso.

El hombre solo sonrió, asintiendo, caminando hacia una íntima sala de estar de madera oscura, cuyas paredes aparecían forradas de estanterías con multitud de variados libros y cuadros de buen gusto recreando idílicos parajes. Su figura fue a tomar asiento en uno de los cómodos sillones. Allí, poco a poco, desapareció como si nunca hubiese existido. Pero el no ser capaz de ver algo, no significa que no exista...

por **Gaia Cavallari** Jue Mayo 09, 2013 4:53 pm

Nada, ni una sola sospecha, ni una sola pregunta. Habían pasado dos días desde que había enterrado el cuerpo de Leandro en el jardín trasero de nuestra mansión victoriana y tras revisar los sucesos en el periódico semanal, había concluido con una supuesta victoria. Aquella misma tarde acudiría a la agencia de viajes, para contratar el pasaje de primera clase hasta la India, sería un viaje en barco largo pero merecería la pena. Cuando estuviese lo suficientemente lejos, podría respirar en paz.

Me asomé a la ventana ante el aterrador ruido de un trueno y entonces escuché a Cecile gritar mi nombre; abrí la puerta de mi habitación y bajé las escaleras para dirigirme a ella con una ligera sonrisa.

- Dígame, Cecile. ¿Qué sucede? Debería usted considerar subir de vez en cuando las escaleras, sabe que no me gustan los gritos...

El ama de llaves se sonrojó y prosiguió diciendo: - El señor, mi señora Gaia...está en la biblioteca...ha vuelto temprano de su viaje de negocios. Quizá...

Sabía a lo que se refería la sirvienta: "Quizá la echase de menos, mi señora Gaia". Siempre intermediando. No, aquello no era posible, el malnacido estaba enterrado en el jardín trasero de la casa, no había forma alguna de que hubiese salido de aquella tumba que yo misma había cavado.

- Bueno...Iré a ver...- le dije empalideciendo. Aquello tenía que ser brujería.

Temblorosa, atravesé el pasillo principal decorado con pinturas clásicas y renacentistas, hasta llegar al umbral de la puerta de la biblioteca. Allí mismo pude comprobar que no había nadie, estaba a solas con mi propia sombra. Sonreí, aliviada.

- Esta mujer se está volviendo loca.

por **Leandro Cavallari** Jue Mayo 09, 2013 4:57 pm

Y allí estaba. La viuda negra. Parecía alterada por la noticia de la vuelta de su marido, aunque podía atisbar la felicidad en su rostro por mi asesinato. ¿Dónde habría ocultado mi cuerpo? Tal vez lo habría tirado al lago en un saco lleno de piedras, o quizás lo había enterrado en el jardín. La conocía lo suficiente como para saber que se trataría de una de las dos opciones. Y la pobre excusa que había dado de mi repentina desaparición… no tenía comentarios al respecto, incluso me producía vergüenza ajena el que hubiese sido capaz de urdir un plan para matarme y que no hubiese logrado engendrar una coartada mejor.

Mi espectro se levantó de su asiento, rodeando a Gaia. Ella podría sentir cómo la temperatura descendía drásticamente a su alrededor de forma antinatural. Estaba ahí. Acabar con ella y obtener la venganza por su miserable y rastrera forma de asesinarme sería fácil… pero no podía hacerlo. Era irónico. Media vida deseando deshacerme de ella y, cuando por fin lo consigo (de una forma inesperada y nada agradable), su recuerdo me impide avanzar hacia el otro lado. Su persona desprendía un aura atrayente a la que no podía resistirme. La odiaba, nada de eso había cambiado. La detestaba con toda mi alma y aquél no era sino un castigo mucho peor que el que cargaba en vida. Ligado a esa inmunda hiena, sin poder descansar hasta saldar mi cuenta con ella… una que, a pesar de que jamás saldaría ni admitiría siquiera, me mantenía atado a su persona.

Poco a poco, mi figura fue haciéndose corpórea en el sofá en el que me había vuelto a sentar, a espaldas de Gaia, recostado en su respaldo con las manos en los posabrazos. Mis ojos se clavaban, acusadores, en ella mientras mi voz se alzaba una vez más para tortura de sus oídos.

-¿Viaje de negocios? Una excusa más bien pobre para alguien tan inteligente...-mi sarcasmo seguía tan afilado como siempre.-…querida.

Mi “cuerpo” volvió a desaparecer, manifestándose de nuevo junto al ventanal de la sala, observando a su través las vistas al lago y dándole la espalda a la viuda negra.

-¿Fuiste más precavida con el cuerpo? Sospecho que lo tiraste al lago, o lo enterraste en algún lugar de los jardines. ¿Bajo las amapolas, quizás? Sabes que me dan alergia.

por **Gaia Cavallari** Jue Mayo 09, 2013 4:58 pm

¡Difamadora! Al ver aquellas estanterías repletas de libros sin sentido, recordé que era domingo y no me había presentado en la iglesia. ¡Qué ironía! ¡Cómo me atrevía! Reí en silencio, recordando como había enterrado el cuerpo de Leandro. ¡Qué profundo había hecho aquel agujero, por si acaso se atrevía a resucitar!

Directa al infierno, pensé. Esperaba que todo su dinero pudiese comprarme agua allí abajo. Quizá, aquel fuese mi destino, empezar una nueva vida en la India, una nueva familia con la que ser feliz. Sí, habían algunos hilillos que necesitaba coser pero por lo general, todo pintaba muy bien, demasiado bien.

Entonces lo escuché. ¿Era mi cabeza, imaginándose la voz de aquel desgraciado para removerme la conciencia? Temerosa y pensativa, lo ignoré y me dí la vuelta, asqueada por aquel grave sonido que tanto me había hecho sufrir.

Juro por Dios - al que tanto estimaba, note usted la ironía- que jamás hube sentido un dolor tan fuerte en el estómago, fue como un puñal afilado y envenenado que se clavaba en las entrañas, retorciéndose dentro de mí.

Allí, donde tantas tardes lo había visto, apoyado sobre el umbral de la ventana, apareció.

Llevaba la misma ropa que el día de su muerte y dado que ya había sabido de la existencia de fantasmas, no me fue difícil imaginar de que se trataba todo aquello. El malnacido tenía una cuenta pendiente.

Apreté los dientes, intentando recomponerme por todo aquello.

Esa pesadilla nunca acabaría, jamás me desharía de él, no cuando ahora también se había vuelto incorpóreo, inmortal, era imposible que pudiese hacerle daño.

Tragué saliva y aunque intenté hablar no me salieron las palabras; me aclaré la garganta, controlando los nervios, la rabia...

- Lean...dro.

Así se llamaba el mismisimo demonio.

- Te he echado de menos, cariño.

Ignoré su pregunta acerca de donde lo había enterrado. Aquel era mí pequeño secreto, él no me privaría de ver su esqueleto de vez en cuando. Estaba muerto, yo lo había matado, aquel era un punto y final.

por **Leandro Cavallari** Jue Mayo 09, 2013 5:00 pm

¿Sorprendida? Desde luego que ella lo estaba, aunque no era sorpresa precisamente grata. Tampoco duró mucho, a fin de cuentas, no esperaba causar ninguna impresión o temor en ella por el hecho de haber vuelto de la vida. Ambos habíamos tenido trato cercano con ese tipo de asuntos, con lo cual nada nuevo se desvelaba a sus ojos.

-Dime una cosa… “querida”.-me giré, clavando en ella mi acusadora mirada.- ¿Cómo piensas ocultar lo que has hecho?

La excusa del “viaje de negocios” no le duraría mucho, alguien se percataría enseguida que estaba desaparecido y, si aquello no fuera suficiente, Holly Lafayette no dudaría en dar su veredicto. ¿Qué pretendía Gaia? ¿Acusarme tal vez de adulterio y alegar que me había marchado con alguna golfa? Oh sí, era perfectamente capaz de aquello. Y vivo o muerto, no permitiría tales difamaciones sobre mi persona o sobre mi familia. Posiblemente planeara marcharse de París. Eran demasiados problemas los que se la acumulaban al no haber sido más cuidadosa con su vil forma de asesinarme.

-No importa lo que hagas, donde vayas… sabes que acabarán encontrándote. A ti, o a tu familia. Sé perfectamente que a ti no te importa ser una zarrapastrosa de las calles, ¿pero dejarás que tus seres queridos sufran tus faltas y sean perseguidos por ellas? Una familia noble enviada a la ruina por los actos de su primogénita…

Ella adoraba a su familia, en especial a su hermana Maya, y bien sabía de las cartas que constantemente se enviaban. Tampoco podían ocultar el verdadero motivo por el que accedieron a casar a su hija: estaban rozando la ruina. La amistad que unía a nuestras familias propició que mis padres aceptaran su oferta de casar a Gaia conmigo. Esos franceses habían sabido jugar bien sus cartas, y una vez se descubriera mi asesinato, mi familia no dudaría en arremeter contra la suya. Gigantes contra hormigas.

Llevé ambos brazos a mi espalda, volviendo a observar por la ventana. Por lo menos tenía el consuelo de que no habría enterrado el cuerpo mediante rito cristiano. Detestaba a la iglesia, sus lucros y su estrechez de miras, eso sin mencionar a los inquisidores… era irónico que todos los Domingos arrastrara a mi mujer para acudir a las misas. En fin… tenía una imagen que mantener. Y hoy no era diferente.

-No necesito ni abrir la boca para que todo tu pequeño y tambaleante plan se desmorone, aunque podría hacerlo para acelerar el proceso…

por **Gaia Cavallari** Jue Mayo 09, 2013 5:02 pm

La parca no debía ser demasiado inteligente, hasta un tonto hubiese podido ver que Leandro tenía un asunto pendiente, desgraciadamente este es un hecho que yo había ignorado antes de envenenarlo. Jamás hubiese imaginado que el muy imbécil regresaría de entre los muertos para atormentarme.

Por mucha rabia que me diese, tenía que resignarme, sabía como funcionaba aquello, no iba a ser fácil quitármelo de encima. La única forma de devolverlo a su tumba era resolver aquello que lo había devuelto a la vida y si no me equivocaba, era tan fácil como plantarme ante un espejo y superar las ganas de estrangularlo y matarlo de nuevo.

-¿Ocultar? Ya está oculto, tu estás de vuelta, cariño mío.

Más me valía no cabrearlo, no quería un fantasma psicótico dentro de mi casa, Cecile había limpiado absolutamente cada rincón hacía tres días.

- Si te vas de la lengua, te acusaré de brujería, de ser lo que eres. Tengo pruebas, Cecile acaba de verte, querido...

Y así era. ¿Quién diría que él estaba muerto cuando Cecile lo había visto atravesar el pasillo principal hasta la biblioteca? Se aseguraría de prender fuego a su cuerpo en cuanto no hubiese nadie en la mansión, así ni siquiera podrían reconocer los restos.

- Estás ya muerto...¿No quieres irte al otro lado? Yo puedo ayudarte. Entiéndelo, no podemos soportarnos, nos odiamos...¿Vas a intentar matarme también? Eso no serviría de nada, los dos acabaríamos en el mismo sitio.

por **Leandro Cavallari** Jue Mayo 09, 2013 5:03 pm

No pensé que aquello fuese posible, pero Gaia era aún más estúpida de lo que ya sabía que era. Ese rasgo no parecía tener límite en ella. ¿De verdad no se había parado a pensar en una buena coartada? ¿De verdad pensaba que con “ocultar” me refería a limpiar la sangre y ocultar mi cuerpo? No pude evitarlo, simplemente no pude. Llevé una mano a mi frente, sin creerme que esa hiena inmunda sin más que serrín en la cabeza hubiera conseguido asesinarme. Era absolutamente vergonzoso.

-No tengo palabras para describir la estupidez que estoy contemplando. ¿De verdad vas a acusar de brujería a alguien que podría volver a desaparecer, dejando las pistas apropiadas que lleven hasta su asesina?

En cualquier caso, no hablaría. No lo haría, porque por mucho que me escociera el mero hecho de pensarlo, la necesitaba para arreglar lo que había empezado. ¿O tal vez no me interesaba? Todavía tenía que sopesar mis opciones. Ser un alma errante por el resto de mis días… tenía sus más y sus menos. Y odiaba demasiado a esa hiena como para cumplir el asunto pendiente que me hacía permanecer en el mundo físico. Tal vez había otra opción…

-Créeme, no hay nada que quiera evitar tanto como soportarte una maldita eternidad. Me necesitas, y lo sabes. Y yo te necesito a ti, por mucho que me pese. Me lo has quitado todo, Gaia… por un par de días. Y créeme cuando afirmo que voy a reclamarlo de nuevo, aún muerto.

Sí, desde luego que la había. Permanecer en este mundo como espectro sería perfectamente soportable y tendría la oportunidad de estudiar desde un primer plano todo cuanto solo había podido atisbar en vida. Quizás no conservase el poder del que hacía gala como brujo, pero ese era un detalle que podía suplir de distintas formas, tirando de los hilos adecuados…

-Te propongo un trato que te resultará más que propicio. Seguiremos los días como si nada hubiera ocurrido, fingiendo que tu insulso y poco elaborado acto de asesinarme solo ha ocurrido en tu corta mente. Mi asunto pendiente es asegurar el prestigio de mi familia, y no descansaré en paz hasta ver cumplida esa meta.

Aquello era una grandísima mentira (o no tanto...), pero nada en mi rostro se expresaba de tal forma que ella así pudiese juzgarlo. Gaia en cualquier caso tenía escasa idea de los aspectos de la muerte, ese siempre había sido mi campo y le llevaba mucha ventaja. Demasiadas formas de aprovecharme de ella, de cumplir mi venganza, no matándola sino atormentándola hasta el fin de sus días.

-Así pues, seremos una familia feliz, “mi vida”, al menos de cara al público. Cuando tal cosa haya sido cumplida, fingiré mi muerte en un accidente en el que no haya podido recuperarse ni un trocito de mí. Tú seguirás con tu miserable y patética vida, y a mí me permitirás avanzar alejado del castigo de tu presencia.

Observé el reloj de pared, el cual se hacía notar mediante las campanadas que marcaban la hora.

-Hablando de familias felices… llegamos tarde a la iglesia.

por **Gaia Cavallari** Jue Mayo 09, 2013 5:05 pm

Ya empezábamos con las puñaladas traperas en la espalda. Leandro no tenía límite alguno, ni siquiera cuando su cuerpo putrefacto estaba enterrado en el jardín de detrás. No se conformaba con reaparecer, sino que además me llamaba estúpida, porque no había ideado un mejor plan para ocultar sus restos. Me daba igual, el caso es que estaba muerto, a partir de entonces podría enumerar en negativo los días que faltaban hasta que una noche cualquiera desapareciese por fin de mi vista.

- ¿Te crees que eres el único con dos dedos de frente? Siempre te has creído superior a mí...porque eres el hombre, porque eres el que siempre lo has tenido todo en la palma de la mano. Nadie te ha dicho nunca que no, por eso me odias tanto, porque jamás te daré el gusto, porque nunca te lo he dado.

Apreté los dientes aún con más rabia, emitiendo un sonido chirriante que provocó que se me pusiesen los pelos de punta.

- ¿Quieres quitarme el dinero, verdad? Para dárselo a esa zorra. ¿Te crees que así vas a hacerme daño? Allá tú, déjanos solos, a tu familia, a la que tanto dices querer proteger. No te preocupes, nos las arreglaremos.

Porque desgraciadamente y muy a su pesar, teníamos una familia, yo llevaba a su pequeño demonio en el vientre. Por las noches tenía pesadillas, imaginando que al nacer se pareciese a él. Temblaba al pensar que el bebé tuviese sus ojos pequeños y azules o su cabello oscuro y brillante.

- Lo único que hay patético en mi vida eres tú.

Así era, desde el instante en el que aún siendo una niña, me habían obligado a casarme con ese hombre, lo había odiado. Yo deseaba viajar, soñar, yacer en una cama distinta cada noche...ir a la India y montar en elefante. Mi único anhelo era vivir...y él me lo había arrebatado absolutamente todo.

-Tú crees que eres el que lo ha perdido todo...y yo he perdido mi juventud a tu lado.

por **Leandro Cavallari** Jue Mayo 09, 2013 5:06 pm

-No es una cuestión de dinero. Si por mi fuera, lo daría todo para no volver a verte.

De nuevo, me demostraba su estrechez de miras con aquella acusación. Nunca fue problema de dinero. Al menos por mi parte. No me habría importado contraer matrimonio con una mujer de clase media, que no gozase del mismo prestigio del que gozaba la familia de Gaia, si dicha mujer no hubiese resultado en un gran y doloroso desengaño. Al principio fui demasiado blando. No supe imponerme ante Gaia, pensando que tal vez podría hacerla feliz y que ella tuviese el pequeño gesto de tratar de hacer lo mismo conmigo. Y fui un estúpido al querer creerme ese auto engaño durante tanto tiempo. El resultado de mi tardía reacción e imposición ante su forma de ser estaba más que a la vista.

Había, sin embargo, una palabra que llamó mi atención en su frase. ¿”Nos” las apañaremos? ¿Quiénes? ¿Ella y Cécile? ¿O quizás un amante que ya había metido en MI casa?

-¿”Nos”?-repetí haciendo eco de mis pensamientos.- ¿Tan rápido me has sustituido por otro?

Mi forma corpórea se deshizo momentáneamente, titilando ante sus palabras. Me llamaba patético, y esa era una de las cosas que menos soportaba. Gaia era una desagradecida. Lo había sido desde el principio, no había querido ver mis esfuerzos por tratar de darla lo mejor y se los había tomado como una correa alrededor de su cuello. Desde que era pequeña fue demasiado fantasiosa, siempre soñando despierta con los lugares que visitaría y las cosas que haría. Y yo seguí sus disparates. Los seguí hasta que crecí y me hice un hombre. Ella, en el fondo, seguía siendo una niña.

-Hay que ser realmente egoísta para atreverse a decir eso.-siseé entre dientes.- Una niña egoísta, es lo que eres. Traté de devolverte a la realidad, de dejarnos en una buena posición, de arrancarte de esos cuentos de hadas que tienes en la cabeza y no solo conseguí tu rechazo, sino un asesinato cobarde y un cuerpo pudriéndose en alguna parte del jardín.

Sabía que a ninguna parte llevaría aquella discusión. Nunca lo había hecho, y no veía por qué iban a cambiar las cosas ahora. Observé el reloj por última vez, perdiendo la mirada.

-Este domingo no llegaremos a la iglesia. Puedes decir que tu querido esposo se encontraba cansado después del frenético viaje de negocios. Tienes que empezar a ensayar tus mentiras.

por **Gaia Cavallari** Jue Mayo 09, 2013 5:07 pm

¿Que si lo había sustituido por otro? No, yo tenía principios. Jamás me hubiese acostado con otro hombre, principalmente porque le había prometido a mi familia que mantendría la imagen de esposa fiel e inocente hasta el final. Sí, lo había matado pero todos llegamos a morir algún día, ese era mi principal consuelo.

- No, no te he sustituido por nadie, tu lugar solo podría ocuparlo un perro - le dije con asco, rabia y recelo- Yo hice una promesa a mi familia y la he cumplido hasta ahora, tú, en cambio, no puedes decir lo mismo.

Yo no era ninguna puta barata como la joven de los Lafayette. Sí, había sido de clase media y aunque pareciese una mujer un tanto rebelde, tenía modales y conciencia; para aquello que me interesaba, claro.

Me crucé de brazos, en un movimiento un tanto instintivo, puede que para proteger el vientre. En ese mismo instante, Cecile nos interrumpió, ofreciéndonos café y pastas. El olor a café me provocó arcadas.

- ¿Se encuentra mejor, mi señora?

Yo asentí, callada, porque no quería hablar de aquel tema, él no podía enterarse de lo que estaba ocurriendo, el niño era mío y por ello lo protegía. De enterarse Leandro de aquella descendencia, haría lo posible por arrebatármelo, estaba segura.

- ¿Se lo ha contado ya al señor, verdad? Por eso ha regresado tan temprano de su viaje de negocios. Estoy tan contenta...esa criaturita va a alegrar esta casa.

- Cállate, Cecile, por Dios.

Agaché la cabeza, llevándome una mano a la frente, escondiendo el rostro para que él no pudiese verme. Nuestra ama de llaves tenía los días contados en aquella casa.

por **Leandro Cavallari** Jue Mayo 09, 2013 5:32 pm

Cécile interrumpió nuestra conversación o, mejor dicho, discusión. El ama de llaves dejó el café, el cual acabaría enfriándose sin que nadie lo tocara. Su pregunta a Gaia sobre su estado no me extrañó, pues probablemente habría inventado alguna excusa también para mentir a Cécile y al resto del servicio.

No me consideraba un hombre fácilmente impresionable. Tampoco me gustaban las sorpresas, si es que alguien conseguía sorprenderme. Y Cécile, con sus últimas palabras, lo había conseguido. Me consideraba lo suficientemente ágil de mente como para no errar en la interpretación de dichas palabras. El gesto de las manos de Gaia sobre su vientre cobraba entonces un nuevo sentido a mis ojos. No dije nada. No inmediatamente.

-Cécile, retírate por favor.

Con simple asentimiento, el ama de llaves abandonó la sala, dejándonos a solas. Un hijo… Gaia esperaba un hijo mío. Había perdido la cuenta de las veces que había tratado de convencerla para quedar embarazada y formar una verdadera familia. El primer hijo era el paso que todo hombre debía dar en su camino hacia la perfecta familia, pero también hacia el hacerme la vida junto a ella ligeramente más soportable. Sabía que ni siquiera un hijo nos uniría, pero al menos obligaría a Gaia a comportarse para darle lo mejor a nuestro primogénito. Debería de transformarse entonces en una mujer más sumisa, algo que ella detestaba con todas sus fuerzas. Por eso, en las escasas ocasiones que habíamos compartido el lecho, siempre había ideado sus propios métodos para evitar quedar embarazada, causando mi dolor y el crecimiento de mi odio hacia ella.

-Llevas más de un mes ocultándomelo… pretendías quitarme a mi hijo, ¿verdad?

Respiré profundamente, o más apropiado sería decir que imité una respiración profunda. Mi rabia ante aquella revelación era tal, que varios libros de las estanterías y cuadros de las paredes comenzaron a caer con estrépito al suelo. Podía llamarme patético, podía amenazar con desprestigiarme, podía incluso asesinarme… pero jamás, bajo ningún concepto, permitiría que me negara a mi hijo.

La encaré frente a frente, a escasos centímetros de su rostro. El aura helada que desprendía era cada vez mayor, tanto que podía ver el vaho de su respiración.

-Te creía capaz de muchas cosas. De muchas, menos de esta.-mi fría mano se posó sobre su vientre en un gesto en absoluto cariñoso, sino iracundo, aunque sin pretensión de dañarla.- Lo que llevas en tus entrañas es tanto mío como tuyo y, como tal, será criado.

por **Gaia Cavallari** Jue Mayo 09, 2013 5:51 pm

No hubiese nunca deseado tener que afrontar una situación como esa.

Aquella noche tenía sueño y yacía sobre la cama, acurrucada entre las mantas de seda, esperando que él atravesase el pasillo para poder cerrar los ojos y respirar en paz. Por alguna razón, se detuvo en el umbral de la puerta de mi habitación, metiéndose en mi cama e intentando conmigo lo que tantas veces había rehusado hacer. Se lo permití, estaba tan cansada que cerré los ojos y dejé que hiciese conmigo lo que quisiera.

Después de mes y medio, aquel era el maldito resultado: un bebé. Leandro había realizado un tiro espectacular, la flecha había dado justo en el corazón de la víctima, el desgraciado tenía tanta puntería que me había dejado embarazada.

Lo primero que pensé es que me desharía de él, le estuve dando vueltas durante varias semanas hasta que al final caí en la cuenta de que no solo era una parte de él la que estaba dentro de mí, sino una parte de lo que yo era y por ello, esa criatura no merecía morir. Aquel acto hubiese sido como herirme y mutilarme a mí misma, porque ese bebé era un pedacito de mi y había decidido que también siguiese mis propios pasos. Por eso le maté, porque sabía que no habría forma de que el niño y yo estuviésemos solos, sin él.

- ¿Tú qué crees, que te lo iba a dar sabiendo que es lo que quieres? Es mío, no tuyo, yo lo llevo dentro.

Sentí su gélida respiración atravesarme como una corriente de aire polar. Mi piel se erizó ante su roce y me agité cuando palpó la barriga posesivamente.

- Olvídate de él.

Maldita fuese Cecile, maldito fuese ese día...Todas mis ilusiones se habían ido por la borda, ese idiota no dejaría que saliese de casa sin su permiso.

- Dile a tu puta que te de un hijo, este es mío y seré yo quien lo criará.

Me aparté con agresividad, mirándolo irascible.

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