AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Nubes apiladas en forma de montañas [Darla Whittard]
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Nubes apiladas en forma de montañas [Darla Whittard]
Había terminado su primer manuscrito desde que había llegado a París y se sentía bien, con los años se había hecho más lento a la hora de concretar obras y lo entendía, su mente ya no era la de un joven, no le molestaba, si bien su producción literaria había disminuido, le gustaba creer que en calidad había aumentado. Para su sorpresa, esa primera obra escrita bajo cielo galo era una obra de teatro, había escrito un par en Londres, pero nunca había sido su fuerte, sin embargo, algunas semanas atrás había tenido la idea y no dejó de escribir hasta terminarla, revisarla y pulirla, se trataba de una obra corta de dos actos dirigida al público infantil, desde que había perdido a su hija, los niños era un público que le interesaba cubrir, incluso llegó a publicar una recopilación de cuentos infantiles y entendía que al menos al francés, sí había sido traducido. Eran los infantes la audiencia más difícil de complacer pues no se andaban con rodeos políticamente correctos, si algo no les gustaba, lo expresaban, y lo mismo si algo llegaba a gustarles.
Tomó el maso de hojas, las guardó en un sobre amarillo y lo ató con un cordel café, se miró al espejo, todo debía estar en su lugar, sus obsesiones eran muchas como para permitirse un desatino en su vestimenta, suspiró y salió del apartamento que habitaba en París, convenientemente cerca del periódico donde actualmente laboraba (y de ese modo se ganaba la vida, al menos hacía lo que le gustaba). Caminó con una meta muy fija, sabía que en realidad no era nadie, nadie famoso –no quería fama, quería éxito, y al poder alimentarse y sustentar un techo gracias a su escritura, ya se sentía exitoso- pero que era respetado entre aquellos que habían leído su obra, por eso se sintió con cierta libertad de ir a aquel lugar sin avisar.
Había visto al encargado de la compañía de teatro un par de veces en las oficinas del periódico, nunca habían hablado de entablar una sociedad pero sí habían trabado un par de palabras, era un buen tipo, como de su edad, tal vez más joven, así que iría a presentarle su obra y que decidiera si se podía montar o no. Apresuró el paso hasta llegar al sitio, ya había ido antes, pero por las noches para presenciar obras teatrales por la compañía parisina, no así, no de día como un intruso que no corresponde a esa realidad. Se plantó frente al monumental edificio y lo miró un momento, llevándose la mano que no sostenía el manuscrito a la frente para taparse el sol de media tarde, arriba, como corona blanca y prístina, las nubes jugaban a esconder al astro rey de vez en cuando y sin pensarlo más, ascendió la pequeña escalinata y luego ingresó al sintió por la puerta principal que estaba entreabierta y sin vigilancia, hecho que le pareció curioso pero perfecto para sus fines.
Cruzó el lobby y entró por los pasillos que ya conocía como espectador, se dio cuenta que alguien llevaba a cabo ensayos y movido por la curiosidad, se dirigió al escenario, la música comenzó casi como si lo hubiese estado esperando, un simple piano marcando un compás y jóvenes comenzaron a ensayar, a bailar, alistándose para alguna función importante, supuso. Ranald sonrió, miró el paquete amarillo entre sus manos y supuso que su se atrasaba unos minutos no afectaría gran cosa, de todos modos no tenía una cita (si la hubiese tenido, no se habría tomado esa libertad, puntual era una virtud que poseía). Se sentó en la tercera fila, nadie parecía notarlo y se quedó observando los gráciles movimientos de aquellos que tenían un tesoro que él ya no: juventud.
Tomó el maso de hojas, las guardó en un sobre amarillo y lo ató con un cordel café, se miró al espejo, todo debía estar en su lugar, sus obsesiones eran muchas como para permitirse un desatino en su vestimenta, suspiró y salió del apartamento que habitaba en París, convenientemente cerca del periódico donde actualmente laboraba (y de ese modo se ganaba la vida, al menos hacía lo que le gustaba). Caminó con una meta muy fija, sabía que en realidad no era nadie, nadie famoso –no quería fama, quería éxito, y al poder alimentarse y sustentar un techo gracias a su escritura, ya se sentía exitoso- pero que era respetado entre aquellos que habían leído su obra, por eso se sintió con cierta libertad de ir a aquel lugar sin avisar.
Había visto al encargado de la compañía de teatro un par de veces en las oficinas del periódico, nunca habían hablado de entablar una sociedad pero sí habían trabado un par de palabras, era un buen tipo, como de su edad, tal vez más joven, así que iría a presentarle su obra y que decidiera si se podía montar o no. Apresuró el paso hasta llegar al sitio, ya había ido antes, pero por las noches para presenciar obras teatrales por la compañía parisina, no así, no de día como un intruso que no corresponde a esa realidad. Se plantó frente al monumental edificio y lo miró un momento, llevándose la mano que no sostenía el manuscrito a la frente para taparse el sol de media tarde, arriba, como corona blanca y prístina, las nubes jugaban a esconder al astro rey de vez en cuando y sin pensarlo más, ascendió la pequeña escalinata y luego ingresó al sintió por la puerta principal que estaba entreabierta y sin vigilancia, hecho que le pareció curioso pero perfecto para sus fines.
Cruzó el lobby y entró por los pasillos que ya conocía como espectador, se dio cuenta que alguien llevaba a cabo ensayos y movido por la curiosidad, se dirigió al escenario, la música comenzó casi como si lo hubiese estado esperando, un simple piano marcando un compás y jóvenes comenzaron a ensayar, a bailar, alistándose para alguna función importante, supuso. Ranald sonrió, miró el paquete amarillo entre sus manos y supuso que su se atrasaba unos minutos no afectaría gran cosa, de todos modos no tenía una cita (si la hubiese tenido, no se habría tomado esa libertad, puntual era una virtud que poseía). Se sentó en la tercera fila, nadie parecía notarlo y se quedó observando los gráciles movimientos de aquellos que tenían un tesoro que él ya no: juventud.
Invitado- Invitado
Re: Nubes apiladas en forma de montañas [Darla Whittard]
Practicar dos veces por semana te hace alguien mediocre, practicar tres veces por semana logra que estés dentro del promedio, practicar seis veces por semana es lo que ella hace, lo que Darla realiza aún cuando le tome parte de su dinero poder lograrlo. Le enseñaron que sólo hay dos formas de hacer las cosas: bien o mal; le enseñaron también que sólo hay un modo de conseguir el éxito y ese es a través del trabajo duro. Aún con sus pies marcados por el tiempo, con heridas que no alcanzan a sanar cuando ya son nuevamente abiertas, aún cuando a ratos parezca que las pérdidas son mayores que los beneficios, todo eso vale la pena. ¿Por qué? ¿Es simple conformismo o real motivación la que le obliga a seguir ese camino? Antes era amor a la danza, pero luego de la muerte de sus padres comenzó a preguntarse si no sería sólo porque aquello es lo único que sabe hacer, eso o tomar los hábitos y convertirse en una sierva del Señor. Pero pese a sentir muchas veces el llamado siempre ha creído que Dios le dio la vocación para ser esposa y también madre, que en algún lugar ahí afuera estará aquel hombre que acompañará su solitaria existencia y que pronto podrá cosechar todo lo que ha sembrado durante su vida.
Darla repite con insistencia los ejercicios aún cuando sus compañeros, la mayoría de ellos mujeres, abandonan el escenario. Sólo el hombre al piano la acompaña y al parecer también alguien que cree no ser visible en el público. Por un momento piensa que podría ser el director de alguna compañía de otra ciudad pero descarta la opción al notar que no observa su vacío espectáculo con los ojos de alguien que conoce en detalle los movimientos que hace, parece más un espectador que ha llegado temprano o quizás se ha equivocado de día. –Disculpe… - se ata una de las vendas de la rodilla con más fuerza mientras se acerca al borde de las escaleras que dan hacia la primera fila de la audiencia. – Señor, ¿busca a alguien? – se atreve a hablarle a ese desconocido solo porque no está a solas, el hombre del piano dejó de tocar apenas ella se detuvo y ahora la mira en silencio, con la misma precaución en los ojos que de seguro también la muchacha luce. Darla sonríe mostrando amabilidad, si él anda en busca de respuestas sobre la antigüedad del teatro o la frecuencia de las presentaciones no es la más indicada para dar esa información pero es probable que pueda guiarlo hacia alguien más o al menos sugerirle que regrese otro día.
-Hoy no tenemos espectáculo pero este fin de semana se estrena una nueva obra, para esa es la que estábamos practicando… pero… - ¿qué más puede decir? Cuando está nerviosa las palabras le salen sola y casi atropelladas, como una explosión de letras que con mucha suerte se convierten en algo coherente. No quiere revelar tanta información y decir además que ella se ha quedado sola, no sabe si el hombre al que mira con más recelo que antes es un acosador, un padre de familia o un asesino buscando su próxima víctima. Darla reza en silencio, sonríe más amplio que antes pero el gesto no llega a sus ojos, sólo espera que él no pueda ver todo eso desde la posición en la que se encuentra. – Las prácticas son privadas, no están abiertas al público, - y dicho esto da media vuelta y le indica al señor del piano, con un movimiento leve de cabeza, que comience nuevamente la melodía donde la dejó antes. Se mueve como si flotara sobre ese piso de madera, intentando concentrarse en el paso que debe hacer a continuación, ese que le ha tomado más horas perfeccionar y que ahora falla, cae sin la suavidad que ha demostrado durante toda la mañana y parte de la tarde y sabe, con certeza, que su error es debido a ese hombre que no se mueve y que le impide seguir con esa rutina tan bien aprendida dentro de su vida aún más rutinaria.
Darla repite con insistencia los ejercicios aún cuando sus compañeros, la mayoría de ellos mujeres, abandonan el escenario. Sólo el hombre al piano la acompaña y al parecer también alguien que cree no ser visible en el público. Por un momento piensa que podría ser el director de alguna compañía de otra ciudad pero descarta la opción al notar que no observa su vacío espectáculo con los ojos de alguien que conoce en detalle los movimientos que hace, parece más un espectador que ha llegado temprano o quizás se ha equivocado de día. –Disculpe… - se ata una de las vendas de la rodilla con más fuerza mientras se acerca al borde de las escaleras que dan hacia la primera fila de la audiencia. – Señor, ¿busca a alguien? – se atreve a hablarle a ese desconocido solo porque no está a solas, el hombre del piano dejó de tocar apenas ella se detuvo y ahora la mira en silencio, con la misma precaución en los ojos que de seguro también la muchacha luce. Darla sonríe mostrando amabilidad, si él anda en busca de respuestas sobre la antigüedad del teatro o la frecuencia de las presentaciones no es la más indicada para dar esa información pero es probable que pueda guiarlo hacia alguien más o al menos sugerirle que regrese otro día.
-Hoy no tenemos espectáculo pero este fin de semana se estrena una nueva obra, para esa es la que estábamos practicando… pero… - ¿qué más puede decir? Cuando está nerviosa las palabras le salen sola y casi atropelladas, como una explosión de letras que con mucha suerte se convierten en algo coherente. No quiere revelar tanta información y decir además que ella se ha quedado sola, no sabe si el hombre al que mira con más recelo que antes es un acosador, un padre de familia o un asesino buscando su próxima víctima. Darla reza en silencio, sonríe más amplio que antes pero el gesto no llega a sus ojos, sólo espera que él no pueda ver todo eso desde la posición en la que se encuentra. – Las prácticas son privadas, no están abiertas al público, - y dicho esto da media vuelta y le indica al señor del piano, con un movimiento leve de cabeza, que comience nuevamente la melodía donde la dejó antes. Se mueve como si flotara sobre ese piso de madera, intentando concentrarse en el paso que debe hacer a continuación, ese que le ha tomado más horas perfeccionar y que ahora falla, cae sin la suavidad que ha demostrado durante toda la mañana y parte de la tarde y sabe, con certeza, que su error es debido a ese hombre que no se mueve y que le impide seguir con esa rutina tan bien aprendida dentro de su vida aún más rutinaria.
Darla Whittard- Humano Clase Media
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Re: Nubes apiladas en forma de montañas [Darla Whittard]
Su vista quedó fija en esa solitaria figura que danzaba, que parecía aferrarse a esa práctica o de otro modo moriría, le recordó a sí mismo, cuando se embebía en una escritura no dejaba la pluma fuente hasta terminar, hasta que los dedos sangraran, hasta que aquello tuviera una conclusión (los finales que Ranald solía darle a sus historias eran más bien agridulces), y ella bailaba de ese mismo modo, al compás de un solitario piano y pensó que la música también era matemáticas, compases y notas y ritmos y ondas, el escritor entonces se aferró al paquete amarillo que tenía entre las manos, lo apretó contra sus piernas, ese escrito era su baile personal, su ensayo en solitario, su pieza desamparada de piano. Su rictus cambió cuando se dio cuenta que no había pasado tan desapercibido como esperaba y la chica se dirigía a él, no valía la pena fingir que no la escuchaba, pues era el único ahí fuera de ella y el pianista, esbozó una sonrisa apenado, fue a decir algo pero calló cuando ella continuó hablando; alzó ambas cejas sorprendidos y se puso de pie de golpe, como impulsado por resortes invisibles y se llevó contra el pecho su manuscrito, apretándolo contra su cuerpo como si en cualquier momento le fuesen a salir alas y se marchara volando lejos de él.
-Lo siento, yo… -hizo un ademán con la mano –no quería interrumpir, venía a buscar a alguien más, pero me quedé entretenido con el ensayo –su voz sonó casual, aunque se encontraba algo avergonzado, tampoco es que hubiese cometido un pecado imperdonable. Se quedó en el pasillo entre las butacas, de pie, con el sobre amarillo a la altura del corazón y observando a la chica, la idea de que era bailarina era como una gran verdad luminosa, es decir, era obvio que lo era, la había estado observando por un par de minutos, pero estuvo seguro que si se la hubiese topado en la calle, esa profesión le hubiese asignado, era delgada y grácil y su cuerpo se movía siempre con ritmo, o esa impresión le dio al menos. La miraba hacia arriba pues ella estaba sobre el escenario.
-Busco a alguien, sí –después comentó sin darle demasiada importancia al asunto –pero eso puede esperar –y sin mediar más palabras se dirigió a las escaleras laterales para subir al escenario aunque se quedó a la mitad-, dígame señorita, ¿esta compañía suya sólo baila o también monta obras? –porque de pronto le pareció que la desconocida era perfecta para la heroína de su nueva obra, no supo qué era, si esa misma gracia que ya había notado antes o algo más, un simple capricho porque aun podía darse esos lujos, quizá, cómo saberlo-. Verá, soy escritor, Ranald Hrasky a su servicio –se inclinó levemente, no esperaba que su nombre le sonara, era un escritor respetado, pero no famoso –y esto –alzó el sobre con su escrito –es una obra que vengo a proponer a este teatro, créame cuando le digo que no soy ninguna clase de psicópata –y rio de su propio chiste –la verdad no esperaba encontrarme a nadie, no sabía que el fin de semana habría un evento, estaré encantado de venir a verlo –fue cortés, aunque ahora sí que tenía ganas de ver dicho espectáculo, por curiosidad más que cualquier otra cosa.
Se mantenía en su lugar, en el segundo escalón de tres que eran para subir al entablado, aguardando a la chica, finalmente había dejado de ser aprehensivo con el sobre amarillo, incluso su posición se notaba más relajada. Aguardó en su lugar, sin moverse pero sin parecer que la presionaba, sólo de pie ahí, con ese semblante afable y bonachón que lo caracterizaba, de ese que quiere ser figura paterna de todo mundo porque la oportunidad de serlo con la sangre de su sangre le fue birlada por el fuego.
-Lo siento, yo… -hizo un ademán con la mano –no quería interrumpir, venía a buscar a alguien más, pero me quedé entretenido con el ensayo –su voz sonó casual, aunque se encontraba algo avergonzado, tampoco es que hubiese cometido un pecado imperdonable. Se quedó en el pasillo entre las butacas, de pie, con el sobre amarillo a la altura del corazón y observando a la chica, la idea de que era bailarina era como una gran verdad luminosa, es decir, era obvio que lo era, la había estado observando por un par de minutos, pero estuvo seguro que si se la hubiese topado en la calle, esa profesión le hubiese asignado, era delgada y grácil y su cuerpo se movía siempre con ritmo, o esa impresión le dio al menos. La miraba hacia arriba pues ella estaba sobre el escenario.
-Busco a alguien, sí –después comentó sin darle demasiada importancia al asunto –pero eso puede esperar –y sin mediar más palabras se dirigió a las escaleras laterales para subir al escenario aunque se quedó a la mitad-, dígame señorita, ¿esta compañía suya sólo baila o también monta obras? –porque de pronto le pareció que la desconocida era perfecta para la heroína de su nueva obra, no supo qué era, si esa misma gracia que ya había notado antes o algo más, un simple capricho porque aun podía darse esos lujos, quizá, cómo saberlo-. Verá, soy escritor, Ranald Hrasky a su servicio –se inclinó levemente, no esperaba que su nombre le sonara, era un escritor respetado, pero no famoso –y esto –alzó el sobre con su escrito –es una obra que vengo a proponer a este teatro, créame cuando le digo que no soy ninguna clase de psicópata –y rio de su propio chiste –la verdad no esperaba encontrarme a nadie, no sabía que el fin de semana habría un evento, estaré encantado de venir a verlo –fue cortés, aunque ahora sí que tenía ganas de ver dicho espectáculo, por curiosidad más que cualquier otra cosa.
Se mantenía en su lugar, en el segundo escalón de tres que eran para subir al entablado, aguardando a la chica, finalmente había dejado de ser aprehensivo con el sobre amarillo, incluso su posición se notaba más relajada. Aguardó en su lugar, sin moverse pero sin parecer que la presionaba, sólo de pie ahí, con ese semblante afable y bonachón que lo caracterizaba, de ese que quiere ser figura paterna de todo mundo porque la oportunidad de serlo con la sangre de su sangre le fue birlada por el fuego.
Invitado- Invitado
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