All the gold and the guns in the world couldnt get you off [Friederike Offenbach]

por **Layla Kanté Knigstor** Sáb Nov 03, 2012 12:32 am

Alemania – 24 años atrás.

Layla miraba por la ventana del carruaje los paisajes pasar lentamente, los bellos arboles y el sol alumbrando el sendero que lentamente se iba transformando en calles llenas de gente, a los ojos de la niña no eran muy diferentes a la gente que veía en su natal Francia, se encontraba cansada, el viaje había sido largo, pero más que largo había sido aburrido, lo suficientemente callado y falto de actividad.

A sus ocho años Layla había viajado de un lado a otro, pero jamás los había visitado, pasaba la mayor parte del tiempo en las habitaciones del hospedaje esperando acompañada de su niñera, una diferente en cada viaje, ya que la pequeña era un terror para estas, pero siempre era la misma cantaleta, esperar que su padre realizara sus negocios, cerrar tratos, transportarse en busca de otro, comidas elegantes donde tenia que comportarse como una damita, sonreír, guardar silencio, siempre lo mismo.
En aquella ocasión en especial, solo viajaba ella y su padre, puesto que su ultima niñera había renunciado un par de días antes, sin tener con quien dejarla estuvo a punto de cancelar el viaje, pero su nuevo futuro socio había sugerido que la niña los acompañara, en su carta mencionaba que tenia hijos, pero que Layla se llevaría bien con su hija con la que solo se llevaban unos años de diferencia.

Y asi fue como llegó a Alemania, un poco más de media hora tuvo que pasar (sin contar las largas horas de viaje) para que el carruaje parara completamente, habían llegado a la mansión de los Offenbach, bajo del carruaje de un salto, acomodando su vestido azul cuando sus pies tocaron el suelo, su padre la tomo del brazo mientras caminaban hacia la puerta principal donde ya los estaba esperando el mayordomo, indicándole a ambos los caminos que debían tomar, uno se dirigiría a la biblioteca y la otra hacia los jardines, en cuanto oyó esa simple palabra “jardín” sus ojos avellana brillaron y su sonrisa también hizo su aparición.

Casi sale corriendo a toda velocidad hacia el lugar, pero la voz de su padre la detuvo un segundo antes “como toda una damita”, haciendo que girara el rostro a regañadientes mostrándole su sonrisa más tímida, tomo aire antes de empezar a andar con delicadeza hacia su destino, un, dos, los pasos retumbaban de sus pequeños botines, con la vista puesta en las siluetas que se visualizaban conforme estuviera más cerca…

Y este es el inicio.