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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Invitado Lun Mayo 07, 2012 10:04 pm

Simplicity Has A Paradox by The Seven Mile Journey on Grooveshark
«La verdadera locura quizá no sea otra cosa que la sabiduría misma que, cansada de descubrir las vergüenzas del mundo, ha tomado la inteligente resolución de volverse loca.»
-Heinrich Heine


Unas noches atrás había estado jugando, bebiendo y fumando con Dvořák y Einaudi. Sus bromas siempre eran pesadas y los golpes eran muy bajos, se trataba de tres egos descomunales, pero cimentados, eran arrogantes en igual medida pero en ejecución distinta y todos poseían armas que justificaban el tamaño de su soberbia; ninguno perdía la oportunidad de burlarse de los otros dos. Gregor y él, claro, solían unirse en contra de Nicola, pues su relación se remontaba a mucho tiempo atrás, pero en realidad se trataba de tres animales carnívoros a la espera del mejor momento de arrancar la cabeza de los otros. Chistes crueles, conversaciones doctas, pesadas, soporíferas para alguien ajeno, y para ellos, tan triviales como hablar del clima. Atentos siempre pues nadie solía jugar limpio en ese triunvirato en donde cada uno torcía la verdad y los conceptos como los de la moralidad y lo correcto, a su antojo.

Pasaron varias manos de cartas, varias botellas de licor consumidas (la mitad ingeridas por el anfitrión) y el ambiente se encontraba completamente enrarecido por el humo del tabaco. De igual manera los temas pasaron y pasaron, críticas a una sociedad de la que, al menos Lodewijk, no se sentía parte, y estaba seguro que los otros dos en menor o mayor medida, compartían esa idea. Miró con énfasis a Nicola, el más apuesto de los tres, el más «normal» si es que cabía esa palabra a la hora de describirlos. Y era tal vez por eso mismo, porque ninguno estaba cien por ciento cuerdo, que se reunían a jugar cartas y se toleraban dentro de su sucio juego de insultos, no tan seguido como lo harían los amigos más convencionales, lo suficiente para tener nuevas cosas que contar y no hartarse en el proceso. Lodewijk y Gregor en especial no eran realmente aficionados a la compañía de otras personas.

Entrados en descalificarse, aunque inteligentes como eran, ninguno se sentía realmente ofendido y en hablar de filosofía individualista sin saber que hablaban de eso, Gregor comenzó a platicar algo que le había pasado días atrás. Una mujer de apellido Offenbach lo contactó interesada en su negocio naviero, Gregor, que prefería hacer las cosas de frente fue a visitarla a su casa y tuvieron una breve pero acalorada discusión con la puerta de entrada de por medio, desde luego el Físico se dedicó a hacer malos y crueles chistes sobre la fobia de la mujer de abandonar su hogar o permitirle el acceso, terminó diciéndole que en todo caso, se comunicara con Lorcan Plaschg (emparentado por unas hermanas con el propio Nicola) el encargado de la empresa, pues Gregor no tenía interés alguno en aquel negocio, excepto tal vez el dinero que esto significaba y que le ayudaba a seguir con sus investigaciones. Lodewijk, que poseía un sentido del humor similar al de su ex compañero de universidad, quizá tal vez más sombrío y menos mordaz, añadió un par de comentarios ruines sobre la mujer, pero prestó atención más allá de la burla de Gregor, que para entonces ya estaba borracho y quizá drogado. Anotó mentalmente las poquísimas características que pudo obtener de aquella anécdota y preguntó la dirección. «No te abrirá la puerta» le advirtió Dvořák, «quizá tengas que usar a tus mascotas» continuó dando el extraño consejo y van Otterloo torció el gesto, no porque su amigo, o lo que fuera de él, hiciera referencia a su habilidad cambiaformas, después de todo, el tercero de ellos, Einaudi tenía capacidades mágicas y eso jamás había sido motivo de discusión entre ese trío tan peculiar, si acaso era un arma más para insultarse entre ellos, en dónde era común que el holandés y el italiano se burlaran del checo por no poseer ninguna habilidad. No, su molestia momentánea fue porque recordó que el científico descubrió su condición sin que él se la dijera; era jodidamente observador.

Lodewijk recordó el caso Debussy de un año atrás, el caso que acabó tan terriblemente y el que lo hizo dejar de ejercer la Psiquiatría para dedicarse a la tibieza de dar clases. No es que se dejara maniatar de aquel modo por un paciente al que no había logrado curar, pero la forma en cómo se dieron las cosas fue lamentable. Y como la mujer Offenbach, Élie Debussy padecía una agorafobia severa. No dijo nada, anotó la dirección en un trozo de papel y dejó la casa Dvořák al amanecer, sólo porque Gregor ya estaba inconsciente debajo del piano.

-:-

La locura lo rondaba como buitres a la espera del pobre diablo que se ha perdido en la llanura. Tenía que regresar a la Psiquiatría, a ejercer como doctor o su destino inevitable sería el mismo que el de Ilse y Maud, su abuela y madre respectivamente; quizá de todos modos así acabaría, pero al menos quería prolongar el momento en que sus pies se despegaran de la realidad. Un temor que no iba a negar era la base húmeda y fría de toda esa cruzada llevada a cabo en la obscuridad de su alma (o falta de alma, algunos lo acusarían), él había visto en primera fila la locura y sus consecuencias, no era bello, no era agradable, no era si quiera llevadero. Y luego, con insistencia el balcón de su oficina en la Universidad lo llamaba para que terminara ahí mismo con su zozobra.

Caminó desde su propia residencia a la dirección que, un muy ebrio Gregor le proporcionó esperando que fuese correcta, aunque no conocía a alguien como aquel iconoclasta científico con la capacidad de ser coherente estando sobrio y estando completamente colocado por las drogas y el alcohol; ese hombre nunca dejaría de ser un misterio, cómo funcionaba su mente no era normal y eso era obvio, era el único poseedor de un mapa mental que nunca logró completar con éxito, tenía conjeturas, pero siempre lograba sorprenderlo.

Revisó una vez más la anotación que llevaba; debajo del brazo, desde luego, un cuaderno de cuero negro que parecía parte de él, ahí anotaba todo, absolutamente todo. Llamaba la atención por su apariencia impecable porque simplemente en su cabeza no cabía otra forma de vestir, caminar y comportarse, no porque de hecho quisiese ser el objetivo de las miradas, apuesto no era y no lo acongojaba saberlo. Dobló la esquina, caminó un par de cuadras y conforme se fue acercando, prestó atención a la numeración de los edificios hasta que dio con el que buscaba, una edificación de apartamentos amplios aunque no ostentosos. Antes de subir la escalera anotó ese dato en la libreta que llevaba con él y ascendió hasta el tercer y último piso, que era el que buscaba. Se plantó ante la puerta del único departamento en la planta y antes de tocar se revisó el atuendo, aunque sabía que no iba lograr entrar, no ese día al menos, era simplemente que necesitaba comprobar que nada estuviera fuera de lugar. Que todo estaba en su maldito orden maniático. Tocó con el puño cerrado, un toque suave pero firme, educado para no molestar a nadie, pero sonoro para anunciar su presencia. Aguardó.


Última edición por Lodewijk van Otterloo el Dom Mayo 20, 2012 3:13 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Invitado Mar Mayo 08, 2012 8:42 pm

Un golpe seco contra la puerta, firme e inconfundible con algún otro sonido de la casa, luego de un par de minutos después uno igual.

El primer golpe le sonó distante, disperso, como toda respuesta tan sólo parpadeo y continúo leyendo. Los rayos del sol de la tarde inundaban la casa, pasaban de la hora de la comida y ella estaba completamente sola en casa, tal y como le gustaba. Sólo la soledad le daba cierta comodidad, la necesaria para llevar a acabo todo lo que aquel espacio, que era suyo y de nadie más, podía ofrecer, aunque no todos los días eran pacíficos, la soledad su aliada también podía resultar una cruel amiga. A ella le gustaba aquel color cobrizo que se colaba a través del vidrio, más cercano al dorado que al naranja, su calidez le reconfortaba y le hacia pensar que de alguna u otra forma su vida era como la de cualquier otro.

Un segundo golpe terminó por sacarla de su mundo y acercarla a la realidad. Giró la cabeza en dirección a la puerta y la observó con el ceño ligeramente fruncido. ¿Quién podría ser? Dejó de lado el papel que se encontraba leyendo así como la carta que acaba de escribir. Observó la punta de sus dedos ligeramente manchados por la tinta, masajeó con el pulgar la yema de los dedos índice y medio, torció el gesto y luego tomó un trozó de tela cercano, igualmente manchado por la tinta de días atrás. Se levantó a un tallándose los dedos enérgicamente contra el paño y se dirigió hacia la puerta. Sus pasos era el único sonido que en aquel momento rompían el acostumbrado silencio que reinaba en la casa.

Aquello era una novedad, aunque al parecer su puerta se había vuelto muy popular últimamente. Dos visitantes en menos de quince días, indeseables e inoportunos. Pero ella no tenía por qué perder la calma, tal vez sólo se tratara de la criada, hacía relativamente poco que se había ido, ella misma la había encaminado hacia la puerta para luego cerrarla minuciosamente, con tantas cerraduras era todo un ritual.

-¿Ria?- preguntó con un sonido impulsado desde la boca de su estomago. Cerró los ojos lamentándose, tal vez había olvidado las llaves de su propia casa en algún lugar del departamento, no era algo común pero tampoco imposible, había pasado ya un par de veces en el tiempo que Maria llevaba a su servicio. Al sacar las llaves del bolsillo se produjo un ligero tintineo metálico. La mujer era de su entera confianza, llevaba años trabajando con ella, casi todos los años que ella misma llevaba encerrada en aquel lugar y trabajó otros tantos al servicio de su padre en Alemania. Sacó las llaves y luego se detuvo con las llaves en el aire esperando una respuesta.

Realmente deseaba que se tratara de ella, no quería pasar otro trago amargo como el sucedido con Gregor Dvořák, aquel incidente se había prolongado más de lo necesario y había dejado marcas visibles en la madera la de puerta, huellas que en ese momento acariciaba con la palma de su mano libre. Aquel día había tenido una mala tarde, una de aquellas en las que las paredes de la casa le aprisionaban hasta asfixiarla y la presencia de aquel hombre y sus burlas, provocaban un zumbido iracundo dentro de su cabeza. No debió perder los estribos de ese modo, jamás debió empezar a lanzar objetos hacia aquella dirección, las marcas eran un recordatorio de que no debía hacerlo de nuevo. Cerró los ojos de tan sólo recordarlo y apretó fuertemente las llaves contra las palma de su mano, marcándolas ligeramente en su piel. Daba gracias de no tener que tratar más con aquel hombre, que no era estúpido y sabía que la sociedad que le proponía le convenía, le había remitido a su administrador Lorcan Plaschg, con quien ahora sostenía correspondencia.

Aspiró aire profundamente y enseguida volvió a guardar las llaves en el bolsillo.

-¿Quién es? ¿A quien busca?- preguntó cambiado al instante el acento de sus palabras por una pronunciación más nasal, más propia del idioma francés. Aún conservaba aquel fino olfato del felino, ese que ella ya no era más pero que por aquellos pequeños detalles no podía deslindarse de el completamente. Detrás de la puerta estaba un hombre, un perfume masculino inundaba sus fosas nasales. No era Dvořák, recordaba con claridad su aroma, el cual era difícil de olvidar, penetrante y agrio, apestaba a alcohol y drogas. El hombre detrás de la puerta no era él pero de igual forma se encargaría de despacharlo lo antes posible.
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Mensaje por Invitado Jue Mayo 17, 2012 11:49 pm

¿Qué había hecho que un hombre tan consagrado a su campo de estudio de pronto y de la nada lo dejara? Dejando en manos dispuestas a los pacientes más graves, dando de alta por los que ya no se podía hacer más. En su larga trayectoria tratando de descifrar (por sobre curar) los padecimientos que aquejaban la mente humana, Lodewijk van Otterloo, el doctor van Otterloo para ser precisos, había perdido tantos pacientes que era imposible de cuantificarse, muchos, no iba a negarlo e incluso subrayaba sus nombres en rojo en aquellos cuadernos de cuero negro que guardaba con tanto recelo, de aquellos que murieron en sus manos, víctimas de sus experimentos, así sabía, sólo así, qué funcionaba y qué no, era parte de trabajo y tenía que hacerse, el cargo de consciencia no era algo que lo aquejara o le preocupara si quiera. Pero entonces, ¿qué había marcado la diferencia? Quizá que había perdido los estribos, cosa que odiaba que sucediera y que por lo mismo, era algo raro que sucederá, sabía controlarse, no dejaba que esos cánidos que habitaban dentro de él lo dominaran, era al revés, él los dominaba, los usaba a su antojo y para su beneficio.

Pero en realidad, no sabía de qué recóndito y olvidado lugar había nacido su arrojada decisión de dejar la Psiquiatría, porque eso había sido, un impulso, de esos que muy pocas veces se permitía, un lado de él que rara vez dejaba salir a la luz. Todo en Lodewijk era pensado meticulosamente y ejecutado con el mismo escrutinio, no simplemente aventaba todo por la ventana. Cuando le gustaba algo, lo hacía y lo disfrutaba, cuando no, lo hacía y se lo tomaba a reto, jamás dejaba las cosas a medias, mucho menos aquello que lo movía, el estudio de la mente humana. ¿Le pesaba en la consciencia lo que había sucedido un año atrás? Era complicado decirlo con exactitud, porque en realidad, nada podía decirse con certeza tratándose de él. Tenía ese rostro y ese gesto afable, amigable, carismático, y por dentro era el peor de los monstruos; simplemente impredecible dentro de su propia dinámica de perfección y refinamiento.

Y estaba ahí, como un último acto egoísta y ruin, nada que le fuese ajeno o desconocido, de tratar de salvar esa mente suya que caminaba por la cuerda floja entre la lucidez y la más terrible de las locuras. Lo de Debussy había sido un penoso accidente, uno que no era raro en su profesión, entonces no entendía qué le impedía regresar a ser el que era. Sacudió la cabeza y respiró profundamente, ahí estaba otra vez, perdiendo la calma, abrió y cerró los puños un par de veces y destensó el cuello moviendo la cabeza. Quizá, tras años y años de encargarse de destruir su propio interior, su alma, su consciencia, su moral, aun quedaba un remanente moribundo de todo eso en su interior, y era eso lo que le pesaba, lo que le dolía, porque le dolía tener que estar en el tedio atroz de dar clases en lugar de seguir ejecutando sus torturas y seguir haciendo sus experimentos. Tal vez, y muy probablemente, esa mujer a la que iba a visitar no era su salvación como él quería creer, pero… debía intentarlo, su último tiro, su último par de cartas, su último recurso.

Frunció el ceño al escuchar la voz al otro lado de la puerta, comenzaba desde ya a hacer trabajar esa mente que con tanto ahínco intentaba salvar de la demencia, formándose una imagen mental de la dueña de la voz, misma que se acercaba, el volumen y el sonido de sus pasos así se lo indicaban. Se acercó a la madera de la puerta rozando a penas la superficie con su piel.

-Soy el doctor van Otterloo –dijo con voz firme-, busco a la señorita Offenbach –su pronunciación del alemán fue impecable, aunque no era un experto en dio idioma. Se quedó callado y pensó que tal vez debía darle más información –sé… sé de su problema, quisiera ayudarla –sonó desinteresado, heroico, amable; nada más alejado de la realidad, Lodewijk era un maestro de la actuación, tenía que serlo para ganarse la confianza de sus pacientes, aunque sus fines y planes distaran mucho de esa fachada cordial. También sonó a quien sabe demasiados detalles, pues primero había dicho a quién buscaba y luego se había dirigido directamente a ella, sabiendo que era su motivo de estar ahí. Gregor había dicho que tenía una sirvienta, pero la entonación temerosa, renuente y distante al otro lado de la puerta le indicó que estaba hablando con la mujer correcta. Si alguien sabía leer las actitudes de las personas, ese era Lodewijk, eso era a lo que se dedicó por años, y con un poco de suerte –aunque no era un hombre que creyera en tales cosas- regresaría muy pronto a ejercer.


Última edición por Lodewijk van Otterloo el Mar Jul 24, 2012 2:09 am, editado 1 vez
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Mensaje por Invitado Sáb Jun 23, 2012 11:19 pm

Escuchó a aquel hombre presentarse “Doctor van Otterloo” y fueron las únicas palabras en las que se interesó a escuchar. Cerró los ojos pesadamente y las yemas de sus dedos rozaron la puerta para finalmente cerrarse en un puño, no era una seña iracunda, simplemente lo hacía por comodidad. No importó la pronunciación de aquel hombre, no importó lo bien que sonaba su apellido en aquella voz, tal vez en otras circunstancias se hubiera sorprendido, pocas veces escuchaba otra voz que no fuera la suya y la de su criada. Apoyó los puños ligeramente cerrados contra la madera de la puerta, sucesivamente apoyó su frente también.

Lo escuchó y la voz del desconocido resonó varias veces en su cabeza hasta perderse. Lo primero que quiso decir fue un “¿Qué es lo que quiere?” pero calló y dejó que él continuara. Un arrebató le obligó a pensar que María debía quedarse todas las horas del día en aquella casa y evitarle a ella tragos amargos cómo lo era este. El arrebató se disipó como la misma llamarada con la que surgió, aquello no le gustaba, no le gustaba sentirse vigilada, cuidada… aquella idea significaba abrirse por completo a una persona y ella no estaba dispuesta a compartir su monótona vida con nadie.

-¿Ayudarme?- preguntó, sólo para hacer eco a las palabras del desconocido al otro lado de la puerta. –Busque a otra persona a quien ayudar, Doctor. A alguien a quien de verdad le moleste su problema.- Ella misma sabía que tenía un problema, lo aceptaba y se encargaba de el con resignación. Hasta entonces aquel modo de vida que había adoptado tiempos atrás no le había causado mayor inconveniente, más que uno o dos incidentes de los cuales no le gusta hablar pero con el tiempo había pulido aquella forma de vida hasta alcanzar la comodidad de la que hoy gozaba. – Yo no necesito ayuda alguna, no se la he pedido… ni se la pediré.- sin titubear, su voz fue clara y contundente sin llegar a ser grosera. –Hágame un favor, hágase un favor… No nos haga perder el tiempo.-

Un año después de la muerte de su hermano, aquel fatídico incidente que marcara su vida, fue cuando conoció al primer Doctor que trataría de “ayudarla”, sin importar que fuera su padre quien lo hubiera traído hasta la puerta de su cuarto, ella gritó, empujó, golpeó y al final impuso su voluntad, deseos que su padre respetó por pensar que no estaba lista, comprendiendo como suyo el mismo duelo que ella sentía. Pasaron los meses y llegó un segundo Doctor, un Tercero, un cuarto, un sin número de hombres que ya ni siquiera es capaz de enumerar. Varios, sin importar el impetú que ella puso en cooperar, terminaron en enormes ataques de ansiedad que derivaron en tratamientos que no dejaron marca en su cuerpo, gracias a la condición de convertirse en felino, aquella que había negado y posteriormente olvidado, junto a su propia libertad. Fue así, con sus anteriores experiencias que aprendió a aborrecer a los Doctores que proclamaban que podían curar aquellas trabas y medios que con relativa frecuencia se creaban en la mente humana. La tachaban de loca pero ¿era una total locura tratar de procurar su propia seguridad? Ella no lo creía así.

Se separó de la madera, la piel de su frente se despegó sin dificultad de ella y sin importarle si recibía replica alguna por parte del hombre comenzó a alejarse de la puerta. Podría hablar, incluso clamar su atención en alemán pero ella estaría lejos, escucharía su voz amortiguada por los muros de la sala, de su propia habitación y el relleno de plumas de ganso de alguna almohada. Tal vez se sentaría al piano a “hacer ruido” para callar la voz de aquel hombre. Él terminaría cansándose y largándose. De pronto se detuvo, cerró los ojos y presionó sus dedos índice y pulgar sobre el tabique nasal. Giró sobre sus propios talones y volvió a encarar la puerta.

Una duda atravesó su mente, hiriendo su tranquilidad, tal y cómo un arpón rasga y lastima la piel y la carne de la presa a la que va dirigida. Quería ahorrarse posteriores molestias.

-¿Cómo se ha enterado de MI problema?- hizo énfasis en el posesivo, enarcó una ceja y levantó el rostro, cómo si aquel hombre pudiera verla a través de la puerta.

Una duda que de pronto le resultó pavorosa, de vital importancia. El asesinato de su hermano y el pesar de su padre por cargar con una hija trastornada habían dejado de ser una noticia en la boca de los morbosos desde hace ya varios años. ¿Quién entonces estaba traicionando su confianza y exponiendo su persona ante este hombre? ¿Quién? Era la pregunta que le golpeaba certera e incesantemente las sienes. ¿Lo conocería en persona? Aquello no podía ser ¿Le conocería a través de la puerta? Muy pocos ¿Sería alguien en quien confió por medio de cartas? En ese caso tal vez tenía un par de sospechosos que durante sus años de correspondencia le habían insistido en que saliera de su hogar.

Entrecerró los ojos hasta que su mirada enfocó con extrema nitidez el punto donde ella calculaba debía estar la cabeza del hombre detrás de la puerta. Dio un par de pasos hacia él. No quería perderse su respuesta.
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Mensaje por Invitado Mar Jul 24, 2012 2:08 am

Desde luego y como era de suponerse, Lodewijk no era un hombre que diera espacio a la tregua, no era alguien que simplemente dejara de lado un lance que se hubiese fijado en la cabeza. Para el neerlandés todo era afrenta personal, todo era una misión designada y diseñada para ser cumplida con pulcritud y agilidad por él y nadie más. De algo pecaba, no… no pecaba porque se sentía orgulloso, de algo podía tachársele, y eso era de ser poseedor de un ego comparable al de su más célebre amigo y compinche, Gregor Dvořák, el físico de Praga y famoso iconoclasta. Aunque ambos ejecutaban su terrible menosprecio al mundo de manera distinta, si algo hacía sobresalir o marcar la diferencia al menos, al psiquiatra era su forma más brutal y vil porque escondía esa verdadera naturaleza detrás del amable Lodewijk van Otterloo. Ese mismo ser carismático y preocupado era el que estaba ese día frente a la puerta de una mujer sin rostro pero con un problema bien definido.

La señorita Offenbach, como se refería por ahora el hombre a ella, para su desgracia poseía la característica que más interesaba al doctor en ese instante, la de un mal que enclaustra no sólo en cuatro paredes, en pensamientos también. Ella era la menos culpable de lo que un año atrás había sucedido, que días antes el arrogante Gregor la visitara y se burlara de ella, que ese hombre tuviera por amigo a Lodewijk y ahora éste viera su única salvación en salvarla a ella. ¿Egoísta? Por supuesto, nada que hiciera Lodewijk iba exento de esa característica.

Sus orejas se movieron sutilmente, no como lo haría estando en su forma de perro, pero aun de humano tenía ciertas características caninas, agradecía por ellas (sus padres le enseñaron desde pequeño a no avergonzarse de su condición, pero sí a usarla a discreción) pues, por supuesto y como todo lo que tenía a su alcance, lo usaba en su beneficio. Escuchó atento muy cerca de la puerta, no esperaba, claro, no era tonto, que la mujer aceptara su “desinteresada” ayuda así nada más. Era un hombre paciente, ruin y malvado, pero paciente, podía pasar la vida entera aguardando con tal de ver sus metas cumplidas. Sí, necio y caprichoso también era.

No dijo nada de inmediato, se separó un par de metros con la cabeza gacha, los ojos cerúleos clavados en la loza del piso del pasillo, los puños cerrados pero no con fuerza, a penas empuñados más bien sopesando sus opciones, la espalda formaba una figura parecida a una F minúscula de alguna tipografía con serifas. Suspiró y se llevó el pulgar y el índice al tabique nasal para masajearlo, pensando en qué carta jugar ahora, no era un tipo precipitado, podría parecerlo por esa ansiedad suya de conseguir lo que se proponía a toda costa, pero era brillante, era casi un estratega en el juego retorcido del actuar social, un experto de la actuación, todos eran actores en un patético escenario llamado vida, y si era de ese modo, al menos quería asegurarse ser el mejor.

Dio el paso que antes lo había alejado de la puerta, pero se volvió a acercar, carraspeó y se llevó la mano derecha al pecho como para acentuar su farsa aun sabiendo que no era visto, flexionó un poco las rodillas para exagerar.

-Por favor –sonó suplicante –para mí no será una pérdida de tiempo, este es mi trabajo –su voz era clara, era firme y era sincera. Desde luego eso último era un hito en su magnífica charada, de sinceridad no había nada. Una vez que pudiera acceder a la mujer vería de que forma espantosa quebraría su espíritu para hacerla creer que estaba curada y saliera al mundo, lo que fuese de ella después no podía importarle menos, con ese acto vengador su cuenta consigo mismo quedaría saldada y eso le bastaba. Eso era lo que buscaba. Por supuesto que ella parecía no querer ponérselo fácil pero estaba bien, por Lodewijk era perfecto, era un reto y amaba los retos. Fue a agregar algo más pero aquella pregunta lo descolocó de aquella posición en su tablero que ya había armado y organizado, tambaleó y desdobló las piernas para erguirse en su altura que no era demasiada –e incluso así lograba imponer por aquella mirada demente y ese semblante perpetuamente correcto, incapaz de salirse de su sitio- miró de nuevo la madera que los separaba y rio, seguro de que aquella risita socarrona no había sido detectada por su potencial paciente.

-Quien me haya informado de usted no importa –dijo, su tono mantenía el semblante calmo y amable. Había refinado esas artes a lo largo de su vida como que para un exabrupto tan pequeño echara por tierra todo. Desde luego no mencionó a Dvořák, eso significaba sellar su condena de nunca poder acceder a esa mujer, conocía a su viejo compañero de Universidad y si en algo eran diferentes, era en su forma de tratar a las personas, Gregor era descaradamente descortés, Lodewijk era un caballero-. Al menos acepta que tiene un problema –dijo en un tono de cándida broma, cualquiera que lo viera diría que ese que se mostraba al mundo era el real Lodewijk, pues su rostro tenía un cariz afable, sin duda su arma más valiosa, la combinación de lo físico, su inteligencia y su crueldad.

-Podemos hablar –propuso –de este modo, a través de la puerta; déjeme convencerla, si no lo consigo aceptaré mi derrota -¡Ja! La capacidad del doctor de decir mentiras sin inmutarse era impresionante. El jamás se daba por vencido, él siempre ganaba. Aguardó por una respuesta, no le estaba diciendo que la iba a someter a terapia ahí mismo (aunque lo haría sin el consentimiento ajeno, estudiando su interacción limitada por la puerta), del interior de su saco extrajo una pluma fuente y un cuaderno forrado en cuero negro, listo para comenzar a anotar, incluso si ya no respondía, aquello era digno de registrarse. Todo lo servía, todo hablaba en un idioma que debía ser descifrado y eso era una de esas misiones que él debía cumplir, traducir los comportamientos y ese lenguaje extraño que era la mente humana.
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Mensaje por Invitado Miér Sep 19, 2012 8:54 pm

¿Qué diablos había hecho ella para merecer aquella terrible visita? En los muros de su casa resonaba la voz de aquel hombre, esta creaba una perturbación en el ambiente, rompía con la quietud de una atmosfera que estaba acostumbrada al silencio; pasando la mayoría del tiempo sola, ella no necesitaba hablar, sus pensamientos eran claros y algunas veces, ensordecedores. Le escuchó contener una… ¿risa?. Entrecerró los ojos, y estos formaron dos finas rendijas por los cuales el color de sus ojos sólo se intuían negros.

La seguridad que le brindaba aquella puerta sólo podía significar la confianza de ella para expresarse como le viniera en gana, corporalmente no ocultaba ningún gesto, y en cuanto a voz, esta estaba llena de convicción. Continúo escuchándolo y de un momento a otro un gesto de genuina desesperación cortó silenciosamente el aire a su alrededor, sus brazos se alzaron y rozaron su cabello para luego caer de golpe, de nuevo, contra su cuerpo.

-Lo que usted quiere de mi es algo que no estoy dispuesta a ofrecerle.- por primera vez alzó la voz, aunque no lo suficiente para alcanzar el decibel de un grito. Parecía imposible deshacerse de aquel hombre, insistía en lo mismo, una y otra vez, como si sus palabras se cayeran en picada antes de alcanzar los oídos de él. -No es mi medico, no he pedido sus servicios. Vaya y busque a alguien más, seguramente tendrá pacientes que si estén después a curarse.

Parada a un par de metros de la puerta, sopesó la opción de acercarse a la voz y aunque titubeo un instante, decidió quedarse en donde estaba, tal vez cualquier movimiento podría indicar que estaba cediendo, o que de alguna mostraba algún interés en lo que la voz le ofrecía, y no era el ofrecimiento de un tratamiento lo que le parecía seductor, lo interesante era la voz misma.

-¿No es importante? Para mi lo es y si desea congraciarse conmigo debería estar dispuesto a decirme quien le ha hablado sobre mi, para mi es muy importante.- insistió, ella deseaba una respuesta, no podía permitir por ningún motivo una fuga de información, de ninguna forma podía perimir que en ella se sembrara de duda entre ella y las pocas personas que eran de su confianza.

Ella no podía concebir la presencia de aquel hombre, no entendía sus motivos para estar ahí, nadie hacia las cosas por caridad o…

-¿Es acaso que es tan malo en su profesión que tiene que ir de casa en casa para conseguir algún paciente?- pensó en voz alta, no fue un error, ella simplemente quería entender. Tuvo que ceder y comenzó a acercarse a la puerta. Tampoco comprendía aquella terquedad con la que se manejaba pero era evidente que no podría deshacerse de él tan fácilmente, la seguridad de aquel hombre podía palparse a través de la puerta, era aquella seguridad que uno encuentra en personas que son buenas en lo que hacen, o era muy buen doctor o era un buen farsante.

Alcanzó la puerta, apoyó su espalda en una de las paredes que la delimitaba y poco a poco se deslizó por ella con dirección al suelo, aspiró sonoramente con descaro. No tenia porque fingir que estaba contenta y cómoda con aquella situación.

-Hablemos- dijo una vez sentada en el suelo. -No me convencerá, se lo aseguro.- su voz era suave pero cada silaba se marcaba con seguridad, era su modulación acostumbrada de voz, aquella que era clara pero que a veces no le importaba si era escuchada o no. -pero usted esta dispuesto a perder el tiempo y yo realmente no estaba interesada en tomarme una siesta. Podemos hablar y podría comenzar a contarme el cuento del cómo se entero de mi existencia, no estoy jugando, Doctor van Otterloo, verdaderamente me interesa.

Él era insistente, ella también podía serlo. Si él deseaba hablar, ella pondría las reglas

Él quería ser escuchado, quería hablar y ella… no era algo que hiciera a menudo, sentía curiosidad.
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Mensaje por Invitado Miér Sep 19, 2012 10:19 pm

Era una pena que los dones que Lodewijk tenía para conocer y desentrañar los secretos de las personas fuesen usado para tan detestables propósitos. Progreso a través de la destrucción podía ser un excelente tagline que definiera al doctor especializado en la mente humana, roza y quema, prenderle fuego a bosques enteros para poder cultivar esa tierra. Era un verdugo necesario, así se veía a sí mismo, su crueldad arrastraba a la humanidad hacia adelante, sólo haciendo lo que él hacía y que nadie más se atrevía, se podía seguir avanzando. No se visualizaba como una especie de héroe, más bien como un mal necesario.

Aguardó, aguardó y aguardó, qué más le quedaba, tenía fija aquella meta que podía resultar absurda para la mayoría, pero que él se encargaba de cargar de un significado ulterior a las acciones. No lo decía en voz alta por dos razones principales, porque no lo entendería la mayoría de la gente, porque le dirían que era una pérdida de tiempo, porque así como existía esa mujer, había miles de personas con problemas en toda Francia, pero la segunda razón era más importante y esa era la que le avergonzaba, porque esa mujer, la señorita Offenbach era su último recurso, era su salvación, era su entrada a la cordura, una que creía no iba a encontrar, verdaderamente sentía, conforme pasaba los días enclaustrado en la Universidad, que su sanidad se iba así nada más, salía por la puerta, escapaba por las ventanas casi de una forma visible y física y no podía permitirse eso. Él, mejor que nadie sobre la faz de la tierra, conocía los estragos de la locura y no precisamente la de sus pacientes, sino la que vio desde pequeño en su abuela, la que hizo que su madre se colgara en el baño. Y no podía vivir con la idea de que eso le deparaba a él, que voces extrañas y foráneas le hablaran al oído respecto al fin del mundo, que viese serpientes marinas en la sopa, nunca volver a estar solo, que los demonios de su corazón vacío estuvieran siempre ahí para atormentarlo, y esos monstruos no eran pocos, ni bondadosos.

Suspiró al escucharla hablar, se alegró que no se quedara callada, eso daba pie a seguir ahí, insistiendo sutilmente ahora bajo la premisa de simplemente hablar. Fingiría, porque eso hacía él siempre, que se quería acercar a ella de forma personal y no profesional. No podía importarle menos esa mujer, él podía ser todo lo amable que quisiera, un caballero correcto y cabal como pocos, en extremo, exagerado, pero ¿amistad? Lo más cercano que tenía a eso era su relación con Gregor y Nicola y ni siquiera con ellos estaba seguro que se tratara de tal cosa. No le interesaba, empezando por ahí.

Se negó a contestar inmediatamente a su cuestionamiento sobre quién le había informado de su caso, rápidamente se puso a sopesar sus opciones, sabía que mencionar al físico era condenarse a muerte en ese juego en el que nadie estaba dispuesto a perder –pero que de antemano se intuía, no habría ganador-. Eso perdió importancia cuando continuó escuchando, no sólo esa voz que por ahora carecía de un rostro y un cuerpo, Lodewijk se negaba a dotar la voz de algo así, crearse una falsa imagen podía ser un arma de doble filo con la que no estaba dispuesto a jugar, sino también los movimientos por mínimos que fueran, podía captar frecuencias distintas a las de un humano promedio. Pasos titubeantes, aun guardando la distancia.

-No –dijo con voz firme, un poco divorciada de la amabilidad que había estado manejando, esta vez fue más contundente, más como una estocada de una precisa tizona –no se confunda –y sonrió levantando la mirada a donde creía encontraría sus ojos si es que no estuviese la puerta de por medio-, soy el mejor doctor, el mejor psiquiatra que conocerá, usted… -rio, rio contrariado ante su propia necesidad de justificarte –usted no lo entendería –sus razones para estar ahí, quería decir y calló. Su lapsus pasó, tuvo que tomarse unos momentos para volver a ponerse la careta de hombre amable, de doctor preocupado, aquellas palabras había calado en un sitio que verdaderamente molestaba al neerlandés: su ego.

Volvió a escuchar con atención, otra vez pasos, pero esta vez, se acercaron hasta el lugar donde él estaba, la madera interponiéndose entre ambos, imposibilitándole leer las expresiones de la mujer. Luego el peso ajeno cayendo con cierta suavidad al suelo, se había sentado y eso era buen indicio. Miró a un lado y luego al otro del pasillo y decidió imitarla, se sentó en el suelo con la espalda recargada en la puerta, estiró una pierna y la otra la flexionó, donde descansó su brazo, miró al techo.

-La verdad no lo recuerdo bien –mintió, no era la primera, ni la última vez que lo hacía –en alguna reunión, no crea que fue delatada –tenía que cubrir la espalda de los involucrados y pensando en su propio beneficio, le echó la culpa a alguien más –en una reunión, Lorcan Plaschg habló de usted, fue un error que yo escuchara, no crea que el viejo Plaschg me mandó a su rescate, sólo la mencionó –recordó la historia de Gregor y aquello le sonó plausible, además Lorcan tenía esa aura de hombre confiable, daba miedo, eso era cierto, pero también siempre parecía respetable, seguro se tragaría el cuento de que el ex militar y administrador de Gregor había cometido un error honesto y nada más-. Si estoy aquí es por decisión propia, porque me interesa ayudarle –enfatizó en aquello –soy un doctor respetado –que no ejercía hacía un año aproximadamente pero eso no lo dijo –créame que trabajo me sobra –era verdad, incluso ahora la gente lo buscaba pero tenía que rechazarlos –es algo que quiero… quería –rectificó –hacer por su bien, pero si no lo desea, no he de obligarla, aun así, me gustaría poder conocerla mejor –hizo una pausa adrede, una pausa dramática si se quería clasificar así –está en usted dejarme hacerlo, le aseguro que no la analizaré –mentiras, sólo eso –que no vendré aquí como psiquiatra, sino como potencial amigo, pero la decisión está en usted, señorita Offenbach.

Le brindaría la ilusión de que ella tenía el poder de decidir.
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Mensaje por Invitado Jue Sep 20, 2012 12:05 pm

Lo escuchaba, y no lo hacía como si fuera una tarea banal, ponía atención en cada una de sus palabras. Tal vez fuera que le intrigaban sus razones para estar ahí al otro lado de la puerta, razones que no entendía por más que le daba vueltas al asunto, razones que no le parecían dichas con honestidad aunque él se empeñara en ellas, tal vez lo estaba juzgando mal pero así era ella, desconfiaba de todo el mundo que estaba al exterior de aquella puerta. Tal vez, ella misma no lo sabría explicar del todo bien, tal vez la cadencia de su voz le ayudaba a mantener toda su concentración en él. Sus palabras eran proyectadas con la firma intención de ser creídas, eso lo entendía, seguramente le fuera útil para su profesión pero aquella misma inflexión en su voz que hacía cada frase carente de significado.

De la misma forma que él esperaba cada una de sus respuestas, ella se empeñaba, infructuosamente, en encontrar significado a las mismas, luego hubo aquel ligero disturbio en su voz y era obvio el porqué, lo había conseguido poniendo en duda sus capacidades como profesionista. Sonrió, al fin había algo en él que en realidad le parecía genuino.

-Le creeré- dijo mientras decidía ponerse más cómoda. -Es usted el mejor psiquiatra de París, me siento honrada.- dijo y a pesar de que él no podía ver sus movimientos, se llevó la mano de los dedos manchados de tinta al pecho. - Me siento honrada, pero como ya le he dicho sus servicios no me interesan.

Enarcó una ceja cuando lo escuchó imitarla, por su parte ella comenzó una breve lucha con la tela de la falda del vestido, este era liviano y poco estorboso, el problema era su longitud, todo con el fin de adoptar una posición más cómoda, pasó un brazo por debajo de sus piernas para evitar que estas se enredaran con la falda, luego lentamente se llevó ambas piernas al pecho y las abrazó.

Volvió a escucharle y la expresión de su rostro se fue tensando conforme él fue desarrollando su escueta explicación. ¿Cómo debía sentirse? Su primer arranque fue el de levantarse y alejarse de la puerta, quiso dejarle sentado ahí, hablándole a un trozo de madera pero no lo hizo, para evitarlo incrementó con gran fuerza la presión que ejercían sus brazos al rodear sus piernas. ¿Una reunión social? Podría tratarse de un error, contemplaba aquella posibilidad y de igual forma se sentía herida.

Hubo una época en su vida en la que era sumamente consciente de que las personas hablaban de ella a sus espaldas, hacía ya tantos años y aún podía recordar a los sirvientes murmurando en los pasillos de su antigua residencia, aquella casa que había sido testigo de sus ataques más agresivos, que habían sido testigo del desarrollo de aquella condición que la mantenía prisionera pero finalmente segura y en paz. En aquel entonces se había imaginado que aquellos murmullos se convertían en los murmullos de los vecinos, de los agentes de policía que se habían encargado del asesinato de su hermano y se habían interesado en regresar y preguntar por su familia; lo había intuido todo pero realmente no le interesaba la opinión de estos, todos para ella eran un peligro, lo seguían siendo, sí y aún creía fervientemente que encerrarse en aquel apartamento era lo mejor para ella pero había pasado el tiempo, y con el transcurso de los años había descubierto que valía la pena conocer a ciertas personas, contadas sí, pero valían la pena, una de ellas, la más reciente, era Lorcan Plaschg. Incluso había pensado que el disgusto de intercambiar palabras con Gregor Dvorak sido necesario para conseguir un bien ulterior.

Mantenía los brazos tan tensos alrededor de sus piernas que comenzó a lastimarse, seguramente quedaría en sus muslos una línea rojiza marcada con la textura de la tela, marcas que en su cuerpo, en lugar de permanecer un par de días desaparecían con rapidez. Aquel ligero escozor le ayudó a despejar sus pensamientos, a alegarlos de esa rabia y pensar todo con mayor frialdad. Tal vez aquel desliz no fuera tan grave, sentía la necesidad de confrontar a Lorcan Plaschg, de darle una oportunidad. Guardo silencio y sobre ese tema no hizo ningún comentario.

Estiró las piernas, relajó los brazos y él continuó hablando, empeñado en aquella insistencia que repetía como un mantra y que ella era incapaz de entender, de creer. Respiró, lento y profundamente, un par de veces, debía terminar con aquella visita y seguramente no le sería fácil. La cabeza comenzaba a punzarle, tal vez por el breve enojo.

-No creo en la ayuda desinteresada, si es tan bueno, debería suponerlo.- echó la cabeza hacia atrás y apoyó la nuca en la pared. - Luego de escuchar su presentación, no puedo aceptar su compañía. Pide conocerme y yo no me siento cómoda ¿Quién me asegura que no tratará de analizarme? ¿Qué no es lo que ustedes hacen? Escuchar y deducir el porqué del comportamiento de las personas.

Negó con cierta tristeza, tal vez le hubiera agradado conocer a ese hombre en otros términos pero no podía sacarse de la cabeza que él había venido hasta ella con un objetivo, movido por una razón que no entendía pero era un objetivo bien defino.

-Si yo le diera la oportunidad... ¿Cómo trataría de convencerme de que debo confiar en usted? ¿Sobre qué hablariamos?- Frunció ligeramente el ceño y cerró los ojos que hasta ese momento había mantenido fijos en el techo. –No confío en usted, no creo que pueda ganarse mi confianza.-
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Mensaje por Invitado Jue Sep 20, 2012 11:07 pm

Notó el sarcasmo en su voz al decir que sentía honrada por la presencia de tan afamado doctor, giró el rostro a un lado y su expresión se volvió plana, imposible de leer, porque no supo qué sentir, una ofensa tremenda, eso era seguro, pero también un cierto atisbo de atracción, no la que se siente por el sexo opuesto, sino la que se experimenta por el acertijo que se busca descifrar, era por ello que por un instante no supo qué expresión vestir en su rostro y optó por ninguna, luego sonrió, casi rio divertido y no dijo nada, se removió ahí donde estaba sentado, hacía años, no mentía, que no se sentaba así en el suelo, ¿cómo? Un hombre respetado como él, siempre pulcro y correcto, no podía sentarse sin más en el sucio suelo, pero esa tarde había hecho una excepción porque esa tarde estaba siendo edificada a base de éstas, empezando por haber acudido al lugar, de algún modo Lodewijk sentía que aquello era ceder en su inquebrantable ego, esa mujer, sin pedirlo, sin saberlo si quiera, hacía doblar las manos al psiquiatra, un poco nada más, lo suficiente para incomodarlo.

Acomodó el cuaderno de cuero negro en su regazo y mordió un extremo de la pluma fuente, luego anotó en una página que ya llevaba rotulada con el nombre de Friederike Offenbach. Anotó palabras sueltas y sin ningún orden, luego puso el instrumento de escritura entre las páginas de la libreta y la cerró. Escuchó atentamente las palabras y tuvo tiempo incluso de algo más, de prestar atención a la voz, qué tanto la distorsionaba la madera, qué tanto la modulaba, qué tanto era en verdad esa la voz de la mujer y no una ilusión de las ondas distorsionadas por los obstáculos entre ellos. Suspiró.

-Tiene razones para desconfiar –finalmente abrió la boca, echó la cabeza hacia atrás, miró al techo una vez más y con una mano sostenía firmemente el cuaderno de anotaciones –si se encuentra… bajo estas circunstancias, es porque el mundo le ha demostrado que no es digno de confianza -¡enternecedor sin duda! Lodewijk podía decir esa sarta de estupideces con tal de conseguir sus metas. Cuando ejercía como médico, solía tomar la mano de sus pacientes, hablarles en tono calmo y mirarlos a los ojos con una compasión tan falsa como creíble. Chasqueó la lengua y negó con la cabeza aun sabiendo que no podía verlo, desaprobando esa desconfianza que la humanidad impregnaba en la perspectiva de la señorita Offenbach. Desde luego, nada de eso nacía de su alma o corazón (¿acaso tenía alma y corazón?), él era la muestra más irrevocable que no se podía confiar en nadie.

-También sé separar mi profesión de mi vida personal, si le estoy ofreciendo esa opción, es porque en verdad pretendo hacer la diferenciación, porque vine como doctor, pero me estoy quedando como persona que se preocupa –suspiró larga y sonoramente, apropósito para ser escuchado, para que notara ese agotamiento y ese deseo supuestamente real de hacerse su amigo o lo que fuera –su vida debe ser solitaria y tener con quien conversar debería sentarle bien, ¿por qué no yo? No creo que mucha gente venga a verla con este único propósito –muy veladamente para no delatarse, estaba hablando de su encuentro con Gregor, que seguramente no le había dejado un buen sabor de boca. Sí, estaba manipulando la información que tenía para convencerla.

-La confianza se gana, usted bien lo ha dicho –apuntó y dejó el cuaderno a un lado, sobre el frío piso –no digo que confíe en mí ciegamente, cualquiera puede esconder los más obscuros propósitos –el cinismo desbordaba, pero era bien ocultado por la habilidad actoral de Lodewijk –pero si no da esa oportunidad, no sabrá quién oculta cosas y quién es completamente sincero, no pido algo regalado, pido algo a lo que me haga acreedor por mi esfuerzo –calló un momento-. ¿Qué haré para convencerla? Sólo eso, si me deja, claro –insistía en hacerle creer que al final era decisión de ella, cuando en realidad así dijera que sí o que no, él encontraría en modo de acercarse y curarla, el modo de entrar y destruirla y luego largarse, creyendo que él ya estaba curado.

Aguardó entonces, comenzaba a sentirse cansado de las piernas causa del pésimo asiento que ocupaba, pero era un sacrificio necesario y nimio en comparación a lo que podía conseguir. Había dado un discurso convincente, nada de lo que de su boca había brotado era algo en lo que él creyera, pero eran conceptos universales que funcionaban, y por eso los usaba a su antojo. ¡Ja! Confianza, ganársela, constancia, amistad, todo era una sarta de idioteces para él. Nunca hablaba desde el alma, nada nacía de ese sitio marchito dentro de él.
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