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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Siobhan Lundqvist Vie Nov 09, 2012 6:12 pm

"Adiós - Dijo el zorro-.
He Aquí mi secreto, que no puede ser más simple:"


Ya no se trataba de sólo unos meses. Llevaba un par de años, o un poco más en aquella nueva ciudad, ¿o vieja ciudad?, quizás nueva pues pocas habían sido las veces que salió de aquella gran mansión. Nada conocía, aunque hubiera salido un par de veces a la fuerza. Sus hermanos la obligaban a salir de aquella obsesiva investigación, y cuando lo hacía, se dedicaba a ver rostros masculinos, intentando encontrar el de aquellos dos hombres que llevaban su misma sangre. Cuatro años no eran nada, o quizás eran todo. Tiempo perdido, dolores acumulados, miedos que poco a poco se iban acrecentando, y la esperanza que se estaba apagando. No los encontraba, ella no podía encontrar a esos castaños muy parecidos a ella. Parecía que la tierra se los hubiera tragado, que simplemente los hubieran borrado del mapa. ¿Y si…? Negaba con fuerza, incluso lastimando su cuello cuando pensamientos más negativos de lo usual, abarcaban su memoria. Ella era la única esperanza de ellos, y ellos se habían convertido en su único motivo. ¿Era difícil de entender? No, no lo es, es más claro que las aguas cristalinas de un río, pero la cabeza cerrada, la falta de educación, y las habladurías de la sociedad habían podido más con los ideales de sus padres, que con el amor a sus propios hijos. ¿Quién tan desalmado sería capaz de hacer a un lado a la sangre de su sangre? Los había, y no sólo en esas situaciones, incluso en otras peores.

Algunas velas de la esperanza se van apagando, la flama ardiente se vuelve apenas perceptible, pero otras son las que llegan a sustituirlas, por eso la joven de castaños y largos cabellos, en ocasiones, muy en silencio, volvía a sonreír. En un pequeño cajón, dejó escondida dos circulares velas, pues ahora en sus manos llevaba un cirio, con detalles a los lados en forma de pequeñas flores, incluso pequeñas frutillas. Nunca había visto una flama tan grande y brillante, pero sobre todo, nunca había conocido luz más llamativa y cálida. Lo malo de aquello, es que aún no tenía un nombre, cómo las velas de sus hermanos portaban los suyos. Aún no tenía el valor suficiente para acercarse a ese desconocido. ¿Acaso él querría conocerla? Seguramente ni la conocía, o ni siquiera se la pasaba por la cabeza, pues cómo se había dicho, pocas veces salía de esa gran estructura. Incluso a escondidas de sus propias damas, le miraba, en las mañanas cuando salía a su patio, o en las noches cuando él se sentaba en las escaleras para ver las estrellas. Se podía decir que se había aprendido sus horarios, aunque eran muy variados dependiendo de los impulsos de aquel joven. Un hombre bastante peculiar, un hombre que llamaba su atención, de pies a cabeza, desde su físico, hasta sus modismos extraños que podía o intentaba descifrar a los lejos. Todo era a la distancia, la timidez de ella radicaba en el desconocimiento, si llegará a conocerlo, todo cambiaría.  

Siobhan llevaba en sus manos el deseo de conocer por completo a Slevin. Él, sin ni siquiera saberlo le había devuelto las esperanzas. Le recordaba demasiado a su persona favorita, a uno de sus hermanos perdidos. Recordarlo en sus formas le daba pequeñas corrientes eléctricas, era cómo tener a su hermano a su lado, aunque claro, con esa distancia, y no, ella no estaba enamorada de familiar, pero si valoraba que provinieran del mismo veinte. Quizás Slevin podría guiarla por el camino correcto, llevarla a encontrar lo perdido, ¿estaría equivocada? Si lo estaba o no, nada de eso importaba, lo único que si valía era tomarse los riesgos necesarios para una nueva búsqueda, y no detenerse en sólo investigaciones escritas en hojas de papel. Cualquier forma, o intento era bueno, sin importar lo absurdo o ridículo que llegara a parecer. Se sentía plenamente segura que al menos, aquel hombre que vigilaba tras los grandes ventanales de su mansión, al menos no la juzgaría, quizás incluso se sumaria a la divertida, o catastrófica búsqueda de sus hermanos. Ella de nada estaba segura, o quizás si, de una cosa: lo deseaba tener en su vida. Lo lograría, sin importar qué. No porqué fuera una joven caprichosa que siempre obtuviera lo que quería, sino porqué tenía grandes corazonadas, y a esas si les hacía caso.

Aquella mañana no sería igual, de hecho había marcado con colores los bordes de la fecha indicada en el calendario. No se quedaría más tiempo encerrada. La noche anterior había observado cómo de costumbre a Slevin, desde hace varias semanas había notado algunos patrones que tenía, tendencias, gustos, por lo que mandó a una de sus damas a comprar figuras de distintos tamaños de dinosaurios, y alguno que otro artefacto raro a la tienda de antigüedades. ¿Precios? ¿Gastos? Ella no tenía ni el mínimo interés en pensar en aquello, había ordenado que se comprarán cada una de las cosas sin importar cuanto se gastaran, todo lo que fuera necesario para hacerlo sonreír, a él. Sería su amigo, aquello no podía salir de su mente, haría hasta lo imposible para que aquello aconteciera, por ello, ya con regalos en mano, y con una emoción recorrer su cuerpo. Se dio un aseo rápido, y con la luna que aún no salía, se dispuso a salir de casa, y escabullirse a los terrenos vecinos. Sabía que no se darían cuenta que una intrusa estaría en propiedades ajenas, demasiado temprano para cualquier ser humano normal, y ella tenía que aprovechar la complicidad que Morfeo le estaba otorgando.

Caminó en total silencio, incluso de puntitas, por esa razón se demoró un poco más para llegar a su destino. Aunque de contarlo seguramente no le creerían, Siobhan comenzó a escalar el gran muro que dividía la propiedad de Slevin de las calles parisinas. En algunas ocasiones el bolso que llevaba sobre su hombro se atoraba con algunos relieves, por eso tardaba tanto en en subir. Cuando por fin lo hizo, sin importar la distancia al pasto, dio un salto. Cayó un poco doblada, pero al final se estiró y siguió su camino. No pretendía meterse completamente entre las paredes, simplemente buscaba llegar a la fachada, ahí sería el lugar correcto para poder montar el pequeño espectáculo para quien estaba segura, sería su amigo. Estaba demasiado convencida, tanto que incluso parecía algo enfermizo. Quizás lo era, pero dado que nadie estaba para negarle las cosas, o encerrarla para no cometer tales travesuras, no medía, y se convencía para poder realizar todo aquello que cruzara por su cabeza.  

Por fin había llegado a la meta. La entrada principal de la casa de Slevin, tenía unas escaleras pequeñas pero seguidas. Podía observarlas desde la planta alta de su casa, pues las propiedades al estar tan cerca, daban vista a detalles cómo esos. Siobhan se puso de rodillas frente a ellas (las escaleras), giró un poco su tronco, y comenzó a sacar algunas figuras. Todas ellas de distintas formas, y pesos. Cada uno de los figurines, eran de diferentes tipos de dinosaurios. Los más pequeños los colocó en las escaleras más elevadas, y así hasta llegar al más grande en el piso empedrado. Se movió un poco con rapidez, y con sus propias manos cortó el pasto verde, el poco que quedaba, acomodándolo de forma estratégica para que parecía que los dinosaurios estuvieran avanzando. Así estuvo unos minutos de dedicación, pero al escuchar ruidos provenientes de la casa. Corrió, sabiendo que no podría salir de la propiedad, se escondió entre los arboles de aquel hermoso jardín, deseando que nadie la encontrara.



"Sólo con el corazón se puede ver bien.
Lo esencial es invisible para los ojos. "
El principito.


Última edición por Siobhan Lundqvist el Dom Feb 01, 2015 4:41 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Daulte Claythorne Miér Ene 02, 2013 1:47 am

Y sobre todo, mirar con inocencia. Como si no pasara nada, lo cual es cierto.
—Alejandra Pizarnik.



Slevin era como un niño, se comportaba como tal, y como el niño que siempre lo había habitado, se sentía perdido en su propio hogar. El problema era ese: que no lo veía como su hogar, aún no lograba reconocerlo como tal. Se había mudado apenas dos semanas atrás; sus padres, aún dudosos de que el muchacho, al que seguían visualizando como a un crío de escasos años pese a andar en la treintena, se habían encargado de abastecerle la casa de todo tipo de cosas que él necesitaría, ropa y alimentos entre los más importantes. A la pareja la embargaba un mar de sentimientos encontrados respecto a la decisión de Slevin: por un lado agradecían que ál estuviera haciendo el esfuerzo de superarse y realmente les había sorprendido su iniciativa ante la vida; pero tampoco podían ocultar y dejar de lado su temor, el miedo a que Slevin no fuera capaz de hacerse cargo de él mismo, de conducirse por la vida y realizar todas esas actividades que normalmente hacía en compañía de alguien más, alguien de su familia o de alguien de su confianza. La prueba era difícil, más no imposible y Slevin estaba consciente de ello.

Esa tarde la pasó encerrado en casa, tal y como había hecho el día anterior y la anterior a la anterior. No quería admitirlo, pero tenía pavor de salir al mundo. Lo más curioso de todo, era que, pese a su enfermedad, la cual padecía desde muy pequeño, antes de mudarse a su nueva casa, Slevin salía casi a diario y ahora sumaba dos semanas enteras encerrado, sin siquiera asomar las narices al jardín. Él no entendía que el vivir en otro sitio no significaba gran cambio en su vida, que el mundo giraba de igual manera, que su galería de arte continuaba situada donde mismo, siendo atendida por los mismos empleados y siendo visitada por casi la misma cantidad de gente diariamente; su enfermedad le hacía creer que el cambiar de residencia había alterado absolutamente todo y que ahora le llevaría un buen tiempo en volver a adaptarse, que debía hacer nuevamente horarios y rutinas, que debía reemplazar su anterior agenda por una nueva.

Estaba sentado frente a un grande ventanal cuando se preguntó a sí mismo si había cometido un grave error y en su creativa mente barajó la idea de regresar a vivir con sus padres, mientras aceraba su rostro al cristal y disfrutaba del tacto liso y fresco que éste le proveía. Un suspiro se escapó de sus labios y los siguientes quince minutos los dedicó a empañar el vidrio de la ventana con su propio vaho, como habría hecho un infante. A la mayoría de la gente le parecía increíble visualizar a un joven como Slevin realizando actos como ese, no podían entender como un hombre hecho y derecho que, además de poseer un buen porte, era de buena cuna, pudiera poseer una mente tan increíblemente indescriptible, sencillamente… extraña. Todos ellos consideraban que la naturaleza había sido cruel con el muchacho al haberlo dotado de tan poca inteligencia, y se compadecían de sus padres que tenían que lidiar con el problema y quienes jamás tendrían un hijo del cual sentirse orgullosos. Para todas esas prejuiciosas personas, la estirpe de los Shaw-Hackett se había truncado y probablemente para siempre, porque no creían posible que alguien como Slevin pudiera hacerse de una esposa educada y hermosa, mucho menos que llegara a procrear algún hijo, un heredero. Claramente Slevin sufría de una marcada discriminación.

Lila y Sheldon, sus dos perros sabuesos, entraron en la habitación donde Slevin se encontraba y se posaron, uno tras el otro, frente a su amo. Los animales miraron al muchacho con una expresión difícil de definir, una que probablemente no tenía significado alguno, pero que, sin embargo, Slevin juraba que reconocía. Les devolvió una mirada afligida y se agachó sobre la alfombra hasta quedar en cuclillas, para quedar a la altura de sus dos inseparables amigos.

No me miren así. Es fácil para ustedes, la única persona con la que deben tratar es conmigo y yo los amo —susurró a los canes.

Ellos eran los dos seres con quienes más hablaba Slevin, quienes mejor lo conocían; ellos dos sabían con exactitud sus miedos y sus anhelos, lo que más le gustaba y lo que tanto lo afligía. Era una lástima que fueran sólo dos nobles criaturas que carecían del don del habla y que no pudieran responderle, al menos no como una persona lo haría. La hembra se acercó a su amo, y como si fuera consciente de lo que ocurría, lamió su mano derecha y chilló levemente; Sheldon por su parte, comenzó a ladrar, alertando a su amo de algún tipo de peligro.

El animal no cesó los ladridos, por el contrario, los intensificó cuando estuvo junto a la puerta principal de la casa; ladró tan fuerte que le perforó los oídos a su amo y animó a Lila para que se le uniera a la causa. La perra comenzó a arañar la puerta de roble, tan insistentemente como si detrás de ella se encontrara el mismísimo demonio. Ambos animales lograron que Slevin se pusiera nervioso y pasara saliva al imaginar lo que ocurría. Se acercó a la ventana que tenía vista hacia el jardín principal, pero allí no había nadie, al menos nadie que fuera visible a sus ojos. Decidió quedarse dentro, pero al ver que los perros seguían intranquilos, la curiosidad pudo más que él y le obligó a aventurarse a la búsqueda del culpable de tanto escándalo.

Abrió la puerta con cuidado y se quedó detrás de ella, husmeando como si un niño asustado se tratase. Asomó la cabeza y sus ojos examinaron el jardín, temiendo encontrarse con una criatura demoníaca o peor aún, con un ladrón que quisiera robarle todo lo que era suyo y recién adquirido. Sus ojos recorrieron las hierbas que crecían alrededor de la entrada, las flores que su madre había plantado una semana atrás, y cuando su vista bajó hasta el enladrillado que cubría la entrada, los ojos de Slevin se abrieron se pura sorpresa al encontrarse con algo inesperado. Varios dinosaurios descansaban sobre el piso, formando una hilera que parecía digerirse hasta el interior de su casa. Slevin tuvo un inesperado impulso por ponerse en rodillas y examinar las figurillas de esos animales que tanto le gustaban, deseaba tocarlas, sentirlas, pero se contuvo y en lugar de ello volvió a examinar el jardín en busca del dueño de las increíbles figuras. Tuvo que luchar contra sí mismo para no sucumbir ante la tentación de tomarlas entre sus manos, como el niño que es reprendido a no abrir los regalos antes de tiempo en Navidad.

¿Quién está allí? —Se animó a preguntar en voz alta. Sus perros chillaron haciéndole segunda. —¿Hola? —Volvió a insistir, pero nadie respondió a su llamado y él prefirió cerrar la puerta para evitar tentaciones.

Se quedó allí, con la espalda contra la puerta, en espera de encontrar una solución al problema. No podía dejar allí esas bellas figuras, tal vez eran un regalo de alguien todavía más tímido que él y que por vergüenza había preferido dejarlas en su puerta a tener que enfrentarlo. ¿Qué otra razón podía ser? Después de todo estaban allí, a la entrada de su casa.

Abrió la puerta mas seguro de lo que hacía, pero cuando dio un paso al frente para agacharse y tomar las figuras, Sheldon pasó corriendo por entre sus piernas como alma que lleva al diablo y le hizo perder el equilibrio, provocándole caer. El perro se dirigió hasta las rosas en el jardín y comenzó a ladrar fuertemente en dirección a un arbusto, como si alguien se ocultara detrás de él.


Última edición por Slevin Shaw-Hackett el Mar Feb 05, 2013 12:58 am, editado 1 vez
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Mensaje por Siobhan Lundqvist Sáb Ene 26, 2013 12:01 am

Siobhan poseía una pequeña figura, todo en ella se reducía a un cuerpo de una mujer de escasa estatura, no es que eso le importara, al contrario, dado que era la consentida y la pequeña de la familia, aquel detalle le había parecido siempre conveniente. Su figura no era la de una enana obviamente, pero si se podía notar su delicadeza, desde la forma en que sus labios se torcían, hasta la manera en que caminaba. En ocasiones por eso la llegaban a subestimar, muchos llegaban a creer que ser una chica tan "frágil", la podría romper, creían que el que no fuera más robusta o alta como la mayoría le impedía ejercer algunas disciplinas, incluso en el hogar, pero todo lo contrario. Sus piernas eran fuertes, tanto que podía correr grandes distancias, eso lo había aprendido por sus hermanos, pues en el afán de escapar de ellos, tuvo que aprender técnicas de "supervivencia". Su cuerpo también ayudaba a esconderse en lugares reducidos, hacerse un pequeño ovillo y pasar desapercibida en medio de obscuridades, todo le era una ventaja que pocos sabían apreciar, y aquello era bueno, pues toda destreza relucían en situaciones que valían la pena como esa. Aunque la chica fuera pequeña, no se le restaba que también estaba bien formada, desarrollada, y que poseía una belleza especial, pero eso no importaba en esos momentos, lo que importaba era que se escondiera bien.

Vigilaba los movimientos del chico, desde la manera en que dejó ver su rostro, hasta la forma en que cerró con fuerza la puerta. Aquello hizo que la joven formara una mueca de desilusión en el rostro, pero recordó a su hermano, quien de no estar seguro en algunas situaciones iba a esconderse debajo de su cama, hasta que le indicaran que todo era terreno seguro. Una sonrisa se formó en el rostro níveo de la joven, sintiendo cómo el corazón se le comprimía a causa de la emoción, aquel chico le recordaba tanto a su hermano, le dio la esperanza de que, en algún lugar de París podría estar. Lo que la joven no quería, es que Slevin no tuviera la manera de sentirse seguro y volver a salir, pero como si estuvieran leyéndole la mente, pronto el joven salió. Aquello casi la hace brincar de alegría, pero se contuvo, sabiendo que de hacer cualquier movimiento en falso aquello se iría por una coladera. Ella tenía esperanzas de que todo podría estar bien, que quizás si le iba dejando pequeños detalles como esos el joven poco a poco buscaría la manera de dar con ella, poder cruzar sus primeras palabras y llegar a tener una bonita amistad. Él era su esperanza, su camino perfecto para llegar a la meta buscada, pero no se lo podía explicar, no al menos unos días más, cuando la confianza del muchacho fuera depositada en su persona, y eso si salía con suerte, claro que no todo el tiempo las cosas salen como se planean, de ser así ella ya habría encontrado a sus hermanos mayores.

- Vete de aquí, por favor - Le susurró al perro que no dejaba de ladrarle, la chica se llevó las manos a los oídos, pues el sonido del ladrido le lastimaba. De vez en cuando cerraba los ojos sintiendo que el animal estaba a punto de caerle encima, pero al no sentirlo volvía a abrirlos, de reojo observaba a Slevin, quien miraba extrañado en su dirección. Resopló un par de veces - Por favor, no me delates - Pero aquello era demasiado tarde, aunque, después de la siguiente suplica el animal sorpresivamente se cayó, dejando a la joven libre de esconderse un poco más, pero no lo hizo, no cuando vio el rostro lleno de curiosidad y quizás miedo del joven. Ella no estaba ahí para espantarlo, ni mucho menos para hacerlo infeliz, o que creyera que era algún fantasma o esas cosas que utilizaban los adultos para controlar a los niños. No, ella simplemente había buscado hacerlo sonreír, y terminaría aquel encuentro con las sonrisas no sólo de él, sino también de ella. De un saltó salió de entre los arbustos, dejando que sus cabellos le chocaran en el rostro, movió sus manos para dejar libre su mirada, fue entonces cuando sus ojos se toparon con los ajenos, la joven estaba en problemas, no sabía que decir, ni como actuar, por primera vez en mucho tiempo se encontraba en blanco, pero no se iba a permitir quedar con los brazos cruzados.

- Hola… - Si, fue lo primero que le salió, pues no estaba pensando demasiado. Los perros por fin se habían callado, ambos, pero se encontraban frente a ella, observándola con total curiosidad, cómo se estuvieran reconociéndola, como si la conocieran de algún lado. - Yo bueno… - Se llevó una mano a la mejilla, volteaba de un lado a otro. - Lamento mucho el haber entrado a su propiedad privada, es que lo observé al cambiarse hace unas semanas, quise recibirlo, darle la bienvenida, pero no noté que llegará a salir, suelo dar regalos poco comunes, me acostumbre a mis hermanos, y por eso le dejé esas figuras, como muestra de bienvenida - Comentó, dejando salir palabras sin sentido, o quizás él si podría entender todo lo que la joven intentaba decir - ¿Lo he asustado? De verdad lo lamento, y puede enojarse, y echarme de su casa si cree es lo correcto, no me opondré - ¿Qué más le podría decir? Él estaría en todo su derecho, y ella, bueno, no podría negarse, sino acatar toda regla que el joven le impusiera, incluso si le regresaba los dinosaurios, cualquier acción era probable.

Mientras el joven guardaba silencio, volvió a recordar la verdadera misión del porque se encontraba en Paris, se imaginó a sus hermanos aterrados de miedo si alguien les hiciera una sorpresa como esa, y de repente saliera entre los arbustos. Se comenzó a reír, de solo imaginar el rostro de ambos al notar a un extraño, seguramente saldrían buscándola, y se esconderían detrás de ella, como si en realidad les cubriera del todo. La chica negó repetidas veces, perderse en recuerdos no le llevaban a nada bueno, menos cuando añoraba tanto momentos cómo esos. Suspiró, y mordisqueó su labio inferior sólo para calmar sus ansias, se conocía perfectamente, y estar de esa manera la llevaría a un ataque de ansiedad, eso no le ayudaría para nada con su ahora conocido, al contrario, lo espantaría aún más. Avanzó entonces dos pasos, dejando que sus brazos colgaran como era debido a cada lado, los perros no se movieron, pero para nada le quitaban la mirada de encima, por lo visto estaban bien entrenado para cuidar al chico.

- Mi nombre es Siobhan - Se presentó, caminando a paso lento, pero seguro, hasta quedar a unos escasos seis pasos de distancia. - Supuse que te gustarían, cuando te estabas mudando observé una gran cantidad de ellos, todos de distintos tamaños, pero ninguno como estos - Le indicó, agachándose de forma divertida para tomar al más grande de ellos. Los pequeños muñecos estaban tallados a mano, incluso la pintura era estrictamente bien delineada, lo que Slevin no había visto, o más bien, lo que nadie podría observar sino le ponían atención, era que los dinosaurios tenían gravada la fecha de aquel día, su primer encuentro. La más grande figurilla llevaba gravada una "S", para que, si llegaba a correrla, o no se volvieran a ver, quizás la inicial le recordaría a la joven, en algún futuro, y ambos incluso de lejos llegarían a reírse al recordar aquella anécdota. Al menos esos eran los deseos de Siobhan, pero seguramente podrían ser demasiada distinta la cosa con él.

- ¿Me dirá algo, caballero? No me deje con está angustia por favor - Le miró a penas, sintiendo vergüenza por su acto, aunque en realidad estaba animada por haber dado el siguiente paso, y no quedarse con los brazos cruzados. - Es más, podemos jugar si lo desea… Estaría encantada ¿Me diría su nombre? - Preguntó, dedicándole una sonrisa amplia, sincera y cálida.
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Mensaje por Daulte Claythorne Miér Feb 06, 2013 1:58 am

Sheldon estaba mostrando su lado más descortés al ladrar de ese modo a la persona que se ocultaba entre los arbustos, mientras que Slevin estaba dejando, más claro que nunca, su incapacidad para controlar a sus propias mascotas. Se quedó allí, tirado en el piso, con la mirada clavada en el jardín, viendo con atención como su perro salía a su rescate. El animal ladró más fuerte que nunca y si alguien no le ponía un alto rápido lograría enervar a todo el vecindario con su escándalo; pero eso, Slevin no lo tomaba en cuenta, nunca pensaba en las consecuencias de las cosas, era algo que sencillamente nunca cruzaba por su mente.

Finalmente, la persona se dio por vencida y salió de su escondite. Slevin no pudo contener la admiración al darse cuenta de quien se trataba. ¡Pero si era la muchacha que vivía al lado, a la que había estado observando desde su llegada! ¿Se había dado cuenta de lo ocurrido y ahora venía a pedirle una explicación? El rostro del muchacho comenzó a tornarse caliente, adoptando un tono rojizo a causa de la vergüenza. No supo qué decir. La miró por unos breves instantes mientras ella intentaba dar explicaciones y finalmente desvió sus ojos clavándolos en Sheldon, que seguía al pie de la jovencita, olfateando su vestido en un intento de reconocerla. Slevin quiso decirle a su perro que no tenía porque estar asustado, que se trataba sólo de su vecina, pero se frenó enseguida al recordar las muchas veces que su madre y su antiguo médico le habían recomendado no hablar con sus perros en presencia de los demás. Él nunca había logrado entender por qué les resultaba tan malo el mantener conversaciones con sus animales, pero suficientes cosas había pasado ya como para pasar por alto las recomendaciones de quienes sabían mejor que él lo que le convenía y lo que no. Tampoco entendió por qué una muchacha como ella, que no lo conocía, quería darle la bienvenida, mucho menos por qué había elegido hacerle un obsequio tan espectacular como ese. Miró las figurillas sobre el piso y ahora más que nunca no se animó a tocarlas.

No estoy asustado —murmuró sin verla a los ojos, con la vista clavada en las figuras. Y en cierta forma no mentía, no era miedo lo que sentía, sólo mucha inseguridad, como cada vez que tenía que tratar con una persona nueva a la que claramente no conocía, de la que no sabía nada, lo que le molestaría, lo que le gustaría.

Sé quién es. Mi vecina, sí…. —las palabras brotaron tan torpes como cada uno de sus movimientos y gesticulaciones.

Mi nombre es Slevin —se presentó al fin.

En ningún momento cruzó por su mente el recriminarle el haberse adentrado en propiedad privada sin una invitación de por medio, ni el haber arruinado el par de pequeños arbustos que con tanto amor y dedicación su madre había plantado en su jardín. Sentía ganas de expresarle la emoción que le daba el verla al fin de cerca, sin tener que hacerlo a través de un cristal, pero no se animó y dio dos pasos atrás cuando ella comenzó a avanzar hacia él, como si ella representara un peligro, más se debía únicamente a su temor de no saber qué hacer en esa situación. Lila y Sheldon caminaron junto a Siobhan, escoltándola en un afán de proteger a su amo y de reconocer a la “intrusa”, quien empezaba a simpatizarles, pues habían dejado de ladrar. Slevin había retrocedido hasta la puerta y la sujetaba con el deseo de cerrarla, más no se atrevió.

Yo colecciono los juguetes, no juego con ellos. Tengo una gran colección. Yo… — hizo una pausa, intentando encontrar las palabras adecuadas.

¿Era correcto decir lo que estaba diciendo? Slevin pensó, se preguntó, una vez más, qué habría hecho una persona común en una situación como esa, pero de nada sirvió porque su mente no funcionaba como la de los demás. Era un gran error pretender ser otra persona que nunca sería. Suspiró en señal de resignación e intentó no sentirse tan temeroso.

¿Quiere pasar? —se animó a invitarla.

Nunca pensó en lo mal que podía verse que una muchachita joven, bonita y además soltera, entrara a la casa de un joven que además vivía solo, en que tales hechos podían desencadenar habladurías producto de las mentes corruptas y mal pensadas. Para Slevin esa invitación no era más que un inocente gesto de amabilidad y agradecimiento por el regalo que acababan de hacerle, el cual finalmente pareció aceptar cuando volvió a salir y cogió las figurillas entre sus manos.

Gracias, Siobhan —agradeció para adentrarse a su propia casa, sin esperar a ver si la muchacha había aceptado su invitación o no, sin quedarse a cerrar la puerta principal el mismo.

Excitado con sus obsequios y ya sin el menor pudor de demostrarlo, fue hasta la sala, donde colocó cada uno de los dinosaurios sobre la mesa de ébano que yacía en el centro de la habitación; luego tomó asiento frente a la mesa y se dedicó a contemplar sus regalos con una ligera sonrisa en el rostro.

Este es un Seismosaurus. ¿Sabías que es el dinosaurio más grande que existió? Medía más de cuarenta metros y tenía el cuello más largo de todos —informó de manera segura, puesto que los datos que proveía a todo el mundo, la mayoría de ellos extraños y que casi nadie conocía, eran completamente ciertos y los sabía de memoria—. Y el más pequeño es este, el Saltopus, que media aproximadamente sesenta centímetros de largo y pesaba apenas unos dos kilogramos... —y de pronto, dejó de hablar de manera aprupta, como si algo se hubiera atorado en su garganta y le impidiera a su voz seguir resonando en la habitación.

“Slevin, tienes que pensar en que tal vez a la otra persona no le interesa saber ese tipo de cosas que a ti te roban el aliento”, la voz de su doctor resonó en su mente en ese momento, cuando recordó otra de sus recomendaciones. Slevin tenía esa costumbre de hablar sin parar dando todo tipo de datos sobre temas que eran de su interés, y hablaba tan rápido y tan confiado que nunca daba la oportunidad a la otra persona para expresarse o hacer algún comentario; era como una máquina de información cuyo motor nunca se agotaba y a menudo los demás debían ponerle un alto o él sencillamente nunca dejaba de hablar, sobre todo cuando más nervioso estaba. Se calló y miró a su invitada, luego, con sus ojos verdes recorrió la estancia mientras su pierna de movía insistentemente en señal de ansiedad. Finalmente se puso de pie al recordar lo que había estado a punto de hacer antes del incidente en el jardín.

Estoy hambriento —y con esa simple frase que sonaba un tanto descortés, abandonó la sala para dirigirse hasta la pequeña cocina que además carecía de una cocinera o una criada que preparara sus alimentos o le sirviera.

Tomó dos platos y sirvió en ellos un poco de la sopa de pollo con verduras –su favorita- que su madre había preparado un día antes y que él había recalentado, y las colocó en la mesa, donde tomó asiento para empezar a comer. Mientras se llevaba la cuchara a la boca observó a Siobhan, que se encontraba aún de pie ya que en ningún momento la había invitado a sentarse, pero le había servido un plato extra con esa intención.

¿No te gusta la sopa? —Preguntó dejando de comer por un momento, con un poco de sorpresa impregnada en la voz y en sus ojos.
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Mensaje por Siobhan Lundqvist Dom Mar 03, 2013 8:54 pm

Cuando por fin sus ojos se toparon con los ajenos de forma despreocupada, la joven simplemente sonrió, porque no había más que hacer. Se sentía un poco expuesta, cómo si todo el tiempo que pasó en soledad buscando a sus hermanos hubiera valido la pena, las esperanzas que poco a poco se habían desvanecido ahora retomaban fuerzas, era extraño porque apenas conocía al muchacho que tenía enfrente, pero sin importar eso las ganas retomaron el camino correcto. Desde que había observando a su vecino el primer día, hasta ese momento, supo que necesitaba adentrarse a esa vida, a la ajena, sonaba muy enfermizo, ella estaba consciente que probablemente lo era, pero no había de otra, dejar de lado sus tristezas podría ser cuestión de locuras, esas que hacía cuando vivía con todos sus hermanos, junto a sus progenitores. Las conductas que el joven tenía en vez de hacerla enojar o alterarse, le provocaban una oleada de ternura y comodidad que hace mucho tiempo no saboreaba. Quiso abrazarlo pero estaba consiente que eso podría ser contraproducente, quiso darle las gracias pero de hacerlo él se daría cuenta que estaba ahí por un propósito diferente, aunque claro, si estaba dispuesta a formar una amistad, esa era como un bonus, por el momento se trataba de su bálsamo personal, de el rayo de luz al final de un túnel obscuro. Apegarse a un desconocido había sido la idea más absurda que tenía, pero eso daba igual, estaba segura que Slevin no se pondría a hacerle mil preguntas para descubrir su secreto. De momento podrían distraerse con los dinosaurios, o con cualquier otra cosa que él quisiera, de todas formas necesitaba estar un momento más a su lado.

El silencio quiso incomodarla por unos momentos, pero comprendió que debía tener mucha paciencia. Había pasado ya demasiado tiempo desde "La separación", era lógico que perdiera la practica de la paciencia, encima que los días le habían quitado fuerzas, de todas formas buscaría el coraje para poder encontrar comprensión. ¿No era irónico? En realidad ella necesitaba ser salvada, no es que él tuviera algún desperfecto, al contrario, para ella Slevin en ese momento estaba jugando el papel de la perfección ante sus ojos. Lo anhelado estaba ahí, parado frente a ella. Para la buena suerte de la castaña el joven no la había pasado desapercibida, sabía que vivía a su lado, recordar esos detalles y que se los hiciera saber le llenaron el corazón de dicha. En su pecho se albergó una felicidad infinita, incluso se infló profundamente cuando ella aspiró el aire dulce del momento. La dulce voz de Siobhan seguía sin aparecer, ella necesitaba que él confiara un poco más en su presencia, así como los perros lo habían hecho, más tarde les traería alguna porción de comida especial, después de todo se lo merecían, y quizás de esa manera se los ganaría con más rapidez. Apenas había podido parpadear cuando los rápidos movimientos ajenos la hicieron alarmarse. Tenía ya las figuras entre sus manos con todo y la invitación a entrar a su morada, lo vio entrar, simplemente negó con una sonrisa dulce, torcida y animada. "Un paso a la vez" Se dijo, aunque hubiera querido acelerar las cosas, conocer la historia detrás de esos hermosos ojos.

- ¿Slevin? - Por fin rompió su propio silencio. Había sido demasiada información acerca de los dinosaurios, ella debía buscar algún método especial para poder seguirle el hilo, sin duda se sentía una lenta por no poder procesar tantas palabras en ese momento, quizás solo la emoción de estar a su lado la había imposibilitado en la compresión; se adentró a la cocina, observándolo a los ojos de nuevo. Sintió sus piernas temblar cuando esa mirada profunda y sincera la detallaba. Estuvo consiente que él sería el único ser humano con el que tratara, y que jamás le llegaría a mentir. Muchas emociones iban y venían dentro del cuerpo de Siobhan, era verdaderamente afortunada - Claro que me gusta la sopa, además esa que comes se ve deliciosa ¿Puedo quitar un poco de tú plato? Incluso se ve mejor que él mío- Le comentó entre risitas traviesas pero pronto se acercó a su silla - Supongo que me ha dado permiso caballero de acompañarlo en sus sagrados alimentos, soy verdaderamente afortunada - Le hizo una reverencia, jaló la silla, y se sentó tomando la cuchara con suavidad. ¿Cuándo había sido la última vez que una porción de alimento le resultaba más que amorosa al ser servida? Estaba consiente que él amor no partía demasiado en aquel encuentro, aunque si se ponía a pensar a detalle, lo que la había conducido a esa mesa en la que se encontraba sentada, era precisamente ese sentimiento. Por eso se sentía de esa manera.

- ¿Me seguirá contando de los dinosaurios? Parece que es un experto en la materia… Quisiera saber un poco más ¿Me enseñaría un poco de su mundo, Slevin? - Preguntó curiosa, inevitablemente sus mejillas se tornaron rosáceas, el definitivamente la ponía nerviosa. - Me recuerdas tanto a mi hermano, mi favorito, y yo lo amaba tanto - Comentó sin poder evitarlo, de nuevo otro suspiro lleno de emociones se hizo presente, desvió por fin la mirada hacía el plato se sopa, metió la cuchara, y se llevó el alimento a la misma para comenzar a comer, en realidad ella estaba hambrienta también - Sabe delicioso - Comentó encantada por el sazón tan perfecto que tenía aquel platillo - ¿Quién lo hizo? ¿Usted lo hizo? Quien sea debo felicitarlo, es la mejor sopa que he probado - Sentenció emocionada. No habló por mucho tiempo más pues las cucharadas iban con rapidez hasta sus labios, al finalizar la sopa se llevó una mano al estomago, probablemente había comido más de la cuenta, pero eso ya no importaba.

- ¿Vive aquí solo? ¿No cree que es una casa demasiado grande para usted? ¿No le da miedo? - Suspiró, pero pronto se puso de pie, recogiendo ambos platos, porque por lo visto ya habían terminado sus alimentos - A mi me da miedo muchas veces estar sola - Quizás decirle alguno que otro secreto suyo le vendría bien, eso podría darles mucha confianza, aunque dado que eran tan distintos, podría simplemente importarle poco a Slevin, de todas maneras siguió hablando - Antes dormía en una cama apretada con mis hermanos, cada uno tenía la suya por supuesto, pero nos gustaba poder pasar incluso dormidos juntos ¿no te parece gracioso? ¿Tienes hermanos? ¿Me contarías un poco de ti? Quisiera saber de ti, claro, si me permites conocerte - Sus manos se movían bajo el fregadero, terminando de enjuagar los trastes que habían utilizado en la sopa - Prometo hacerte algo de comer en estos días, yo lo prepararé todo para ti - Se giró para volver a verle a los ojos. Se sentía agradecida.

-¿ Ya les has dado de comer a ellos? - Su rostro se movió indicando que se refería a los perros con la mirada, aquellos que no se habían despegado por un momento de los comedores de sopa. -¿Les han dado ya de comer? - Les preguntó, ambos animales ladraron pero no como la habían encontrado entre los arbustos. Siobhan se agachó, ambos animales se acercaron a ella de forma lenta, insegura, pero al final estuvieron cerca de ella, Sheldon le dio una lamida en la mejilla, la castaña simplemente sonrió, y estiró ambas manos para acariciar sus cabezas, después se giró para volver su atención con Slevin - ¿Qué puedo darles de comer? - Preguntó con una sonrisa radiante.
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Mensaje por Daulte Claythorne Sáb Nov 09, 2013 8:55 pm

Aunque el muchacho no se atrevía a calificar como mala la compañía de Siobhan, no podía evitar sentirse extraño, un tanto incómodo. Esto se debía a que su padecimiento lo orillaba a ser una persona cuyas actividades diarias estaban religiosamente planeadas, con horarios exactos, y cada vez que algo o alguien provocaba que estos se alteraran, él se sentía inseguro, perdido al ver que sus actividades no se ejecutaban a sus debidos tiempos. En esos instantes Siobhan era como una intrusa en su vida, era el obstáculo que lo frenaba a llevar una vida “normal”. Una parte de él quería huir de su lado, evadirla a como diera lugar, no por disgusto, sino por miedo, pero en lugar de ello, Slevin permaneció en su lugar, esforzándose por no obedecer a la vocecita en su interior. Él odiaba esa voz por que era la causante de que él no pudiera comportarse como una persona normal; cada vez que la obedecía las cosas se complicaban, las personas le dedicaban miradas extrañas al mismo tiempo que juzgaban mal sus inapropiadas reacciones.

Hundió la cuchara en su plato y pretendió tomar su sopa de manera tranquila, pero la verdad es que ni siquiera pudo disfrutarla realmente, al menos no como hacía cada vez que la comía solo, solamente en compañía de sus perros o de personas a las que ya tenía confianza, como sus padres.

Puso todo el esfuerzo que le fue posible en no parecer descortés o desubicado frente a su invitada, pero sus preguntas, su cercanía y el abuso de confianza que esta tuvo al atreverse a tomar comida del plato de Slevin, fueron lo que activó la bomba que terminó por explotar cuando ella se acercó a sus perros con intención de alimentarlos.

¡No! —gritó él de pronto intentando detenerla, como si de ello dependiera el salvar una vida.

Se puso de pie, completamente alarmado, con los ojos grandes y fijos en sus amigos caninos que yacían a los pies de la muchacha. No les quitó los ojos de encima, apenas pestañeó, y miró a Siobhan como si representara una amenaza para ellos, como si en sus manos tuviera un frasco invisible del veneno más letal y quisiera dárselos a beber para provocar su muerte.

No, no, no… —repitió en muchas ocasiones, como si se hubiera trabado, como si se tratara de un chiflado con su episodio diario de locura.

Se alejó de la mesa y se le plantó enfrente a la jovencita, procurando mantener una buena distancia entre ellos. No se atrevía a acercarse más porque también eso lo llenaba de inseguridad y de miedos.

Yo lo haré. Sólo yo puedo alimentarlos —le hizo saber con un hilo de voz. Le avergonzaba tener que pronunciar aquello, por eso las palabras se le atoraban en la garganta y salían a regañadientes, apenas audibles.

Slevin permaneció en silencio, siendo consciente de lo mal que se estaba comportando, de la pésima imagen que estaba proyectando de sí mismo a una extraña que pretendía ser su amiga. No podía tranquilizarse pensando que el bochorno solamente estaría vigente durante ese día y que luego no volvería a verla, porque era ni más ni menos que su vecina, con la que inevitablemente se encontraría la mayoría del tiempo, cada vez que levantara la vista. Eso era horrible para él. Sentía ganas de abofetearse y castigarse de ese modo por ser tan tonto y miedoso. Sus manos formaron dos puños, sus uñas se clavaron en su propia carne y cerró sus ojos, porque era incapaz de seguir mirando los de Siobhan después de lo ocurrido.

Ya ni siquiera podría preguntarle más sobre su hermano o contarle que él era hijo único…

Yo… yo… —intentó decir y las palabras nuevamente brotaron torpes e inseguras—, necesito un momento… —añadió y rápidamente dio media vuelta, avanzando hasta la pequeña cocina, donde se refugió tras las paredes como si de un niño se tratase.

Apoyó su espalda contra la pared y cerró los ojos. Permaneció en silencio, escuchando su corazón latir con mucha fuerza. Se sentía mareado y pronto fue consciente de que estaba hiperventilando, el más claro signo de su ansiedad y pánico.  

Lo siento… —se disculpó desde su refugio—, lo lamento mucho, Siobhan, pero no podemos ser amigos, es mejor que te vayas… —la voz le salió quebrada y llorosa porque estaba tan apenado que estaba a punto de echarse a llorar de pura impotencia.

Por favor, vete, eso es lo mejor… —pidió muy a su pesar, casi suplicando con una voz melancólica, mientras que en su interior el corazón se le hacía chiquito.
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Mensaje por Siobhan Lundqvist Dom Nov 24, 2013 8:28 am

Cuando se encontraba con su hermano. la doncella se sentía confiada, el joven le sonreía, jamás se cohibía, de hecho se comportaba natural, sin complicaciones, pero cuando alguien perturbaba su entorno “seguro” la actitud cambiaba por completo, se volvía retraído, bajaba la mirada al suelo, jugueteaba con sus manos, e incluso la abrazaba llorando de forma desconsolada porque no entendía porque los molestaban. En un principio la muchacha se desesperaba, no comprendía los cambios tan bruscos o los rechazos naturales que él varón tenía, quizás la corta edad que tenía en ese entonces le imposibilitaba ver, pero con el tiempo comprendió que la naturaleza de su hermano siempre sería esa, se acostumbró, incluso la disfrutaba, porque prefería ayudarle a superarla a dejarlo sufrirla sólo.

Ver a su nuevo conocido de esa forma la transportó a todos esos recuerdos del pasado. Su corazón se estrujó en su interior, la presión del pecho la hundió, incluso su respiración se aceleró haciendo que su pecho subiera y bajara con rapidez. Sus manos temblaron. ¡Los extrañaba! A cada uno de ellos, consiente estaba al entrar a esa propiedad del golpe de vuelta a la realidad, no creyó que fuera tan fuerte, tan doloroso y al mismo tiempo lleno de esperanza. Un paso más cerca de ellos, un paso más cerca de la tranquilidad y felicidad que tanto le estaba costando y anhelaba.

Las manos de Siobhan se alzaron, incluso rebasaron la estatura de su cabeza, se puso de pie antes de que él interviniera, dio algunos pasos hacía atrás, su nueva posición dejaban en claro la rendición, el control que le dejaba para manejar la situación. Lo que menos deseaba la jovencita era perturbarlo, molestarlo, afectarlo como cuando su hermano se ponía mal.

- Calma… - No pudo finalizar la palabra dado el escape del joven. Llevó sus manos a la cadera, dónde el corsé descansaba, apretaba y formaba bien su figura. Si antes se sofocaba de forma natural por esa prenda, en ese momento era el doble su estado tan incomodo. Se llevó una mano a la cabeza para mover sus cabellos, tomó algunas bocanas de aire, ¿cómo se supone debía actuar con él? Esa pregunta la ponía tan de malas.

- Lo lamento, sólo quería ayudarte, en lo que comías, así no interrumpías tus alimentos, no sabía que te molestaba ¡De verdad me siento muy avergonzada! No volverá a pasar, ¡Lo siento! - Pero no lo decía simplemente para hacer que el joven se relajaba, en su interior había pesar, compromiso por querer hacerle un bien a un chico que le removía demasiado sin saberlo y a penas conocerse. Slevin representaba todas las esperanzas muertas, también todos sus sueños que día a día había tenido. ¿Cómo darle a alguien algo que simplemente no desea pero si necesita? Compañía, todos la merecen de vez en cuando; se mordió los labios con fuerza para no decir otra palabra, quizás no escogía las correctas, arruinar, hundir aún más las cosas no estaban en sus planes. Miró a su alrededor, incluso miró la sopa del chico que se quedaba sin ser ingerida. Tomó un trapo cercano para tapar el plato y no se mosqueara. Caminó con suavidad y se asomó por el marco de la puerta, disimulando que no lo veía.

- Entonces me voy, si eso quieres - Alzaba la voz, aunque pasaba a su lado miraba en otra dirección, si él se notaba observado de esa manera, se pondría peor, se haría la ciega, la desentendida - Agradezco su hospitalidad, señor. Le imploro no tenga una mala imagen de mi persona por la intromisión jamás fue mi intención. Si algún día desea hablar, podríamos hacerlo a través de las bardas que dividen nuestros hogares, así no tendría que verme a la cara, ni nada, sólo si desea compañía - Aclaró alejándose un poco, eran escasos dos metros los que los separaban. Siobhan moría de ganas por dar la vuelta, por darle un abrazo, aparte de que era inapropiado, lo mataría del susto.

- ¿Dónde está, joven? No puedo irme sin saber que va a cerrar de forma correcta la puerta, si se acerca sólo para cerrar estaría bien, no queremos que algún ladronzuelo quiera entrar a la propiedad - Dio otro paso al frente, su mano descansó en la manija para darle vuelta, estaba un poco pesada para ella, por lo que le costó un poco de trabajo empujar la madera por completo para poder salir al patio de enfrente. Atravesó el marco con lentitud, la joven esperaba poder escuchar los pasos detrás de ella, pero como no venían, siguió avanzando, bajando por las escaleras, notó entre su andar una pequeña figurita que se habían olvidado de traer. La recogió, avanzó hasta la rejilla principal, por lo que la atravesó, entre algunas la colocó, tocó la campana que se encontraba en la entrada - ¡Se olvidó uno de los dinosaurios, Slevin! ¡Ven por él! - Avanzó para esconderse en uno de los pilares cubiertos por cortinas de flores. Sólo buscaba que el muchacho le tuviera confianza, que supiera ella no le presionaría, mucho menos le haría un mal, pero debían dar un paso a la vez ¿no?
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Mensaje por Daulte Claythorne Jue Ene 23, 2014 11:11 pm

Era tan torpe, tan cobarde, tan… ¡estúpido! Le frustraba ver la facilidad que poseía para echar a perder la única posible amistad que se le presentaría en mucho tiempo, o en toda su vida, en unos cuantos minutos. Antes había pensado en ello y había llegado a la conclusión de que quizá estaba condenado a ser un solitario por siempre, a hacerse viejo sin más compañía que sus inseparables Lila y Sheldon. Compartir el resto de sus días con sus perros no le molestaba en realidad, porque los consideraba los mejores amigos, lo que le entristecía era que ellos nunca respondían a sus preguntas; no podía mantener una conversación con dos animales. Slevin era el más torpe manteniendo conversaciones, de hecho no recordaba haber tenido una que haya durado más de unos cuantos segundos, ya que por lo regular solía desviar la mirada evitando todo contacto visual con sus interlocutores y responder a todo con fugaces monosílabos que parecían atorarse en su garganta y salir a regañadientes, pero no podía negar que muchas veces le apetecía escuchar otra voz que no fuera la suya llevando a cabo interminables y absurdos monólogos. Solamente deseaba ser un poco más… normal, quizá no completamente porque sabía que era pedir demasiado, pero tal vez sí un poco, algo mínimo que le permitiera ser un ser humano más o menos decente y no el payaso en el que terminaba convirtiéndose todo el tiempo.

¿Qué podía hacer para lograr algo que parecía tan sencillo, pero que le estrujaba el alma cada vez que desafiaba a su propia naturaleza intentando llevarlo a cabo? Impedir que Siobhan se fuera parecía un buen comienzo, pero sus pies no se movían, permanecían pegados al suelo, atraídos por una fuerza magnética, invisible pero poderosa. Slevin sabía que sus obstáculos no eran físicos; la barrera más grande se encontraba en su cabeza. Para lograr sus objetivos solamente debía derribarla, pero parecía tan sólida, tan impenetrable. Intentó comenzar por bloquear sus pensamientos. Cerró los ojos, aspiró profundamente y, conforme las grandes bocanadas de aire entraron en sus pulmones, oxigenando su cerebro, él comenzó a sentir que la crisis de la que había sido preso comenzaba a disiparse lentamente.

Ya más tranquilo, se levantó del piso y miró a su alrededor mientras intentaba desarrugar la parte frontal de su camisa. Los perros chillaron a sus pies y el muchacho, que decía conocerlos mejor que nadie, interpretó los caninos sonidos como una frase de aliento. Se convenció de que Lila y Sheldon le animaban a ir detrás de Siobhan para que se disculpara y enmendara su error, así que fue exactamente lo que hizo. Le tranquilizó escuchar que ella aún no había abandonado la casa, así que bajó y con dudosos pasos llegó hasta la puerta principal donde había iniciado todo; por un segundo tuvo la ingenua sensación de que podía volver a empezar, regresar el tiempo y actuar de manera distinta esta vez, dar una mejor impresión a la joven que tan amablemente había acudido a él en busca de una amistad. Lo cierto es que no importaba cuánto lo deseara, era imposible volver atrás, debía conformarse con enmendar los errores que ya había cometido.

Por favor no te vayas, hay algo que quisiera… —hizo una pausa al darse cuenta de que no era el verbo correcto; lo corrigió enseguida— que debo decirte.

Expresarse en situaciones como esa parecía imposible. Cada vez que deseaba hacerlo empezaba a escuchar un montón de voces en su cabeza, una especie de música, según sus propias palabras. ¿Cómo era esa “música”? Slevin perdió la cuenta de cuantas veces le hizo esa pregunta el doctor Caparella, el terapeuta de origen italiano que solía atenderlo y que había dejado de ver hace algunos años. Cada vez que él le hacía la pregunta Slevin respondía lo mismo, que era como escuchar música a un volumen muy alto, sólo que ésta no provenía del exterior sino que estaba dentro de su cabeza. En una ocasión el doctor Caparella le pidió si podía intentar tararear la música porque quería conocerla, pero Slevin no pudo hacerlo, a lo que el médico argumentó que en entonces no se trataba de música, Slevin estuvo de acuerdo, pero al final eso no lo hizo sentir más tranquilo.

Yo… —comenzó a decir tímido y avergonzado, dando la impresión de que no tenía ni una mínima idea de qué era lo que quería decir, pero de de pronto pareció armarse de valor y tuvo uno de esos ataques de verborrea, donde hablaba sin hacer ninguna pausa, casi desesperado—, yo tengo algo, un tipo de padecimiento. No soy como los demás, como tú. Mi mente funciona de otro modo y entonces pienso todas esas cosas que… y no puedo, y me trabo, y no funciono, y… y… yo lo lamento.

Cuando terminó de hablar sentía que le faltaba un poco de aire. Alzó la vista y se atrevió a mirarla a los ojos, pero no aguantó por demasiado tiempo la presión que significaba para él el contacto visual. Se alejó de la puerta y se sentó en uno de los sillones de su sala, sólo entonces volvió a mirarla.

¿Estás molesta? Necesito que me lo digas porque no soy bueno identificando sentimientos en los demás, aunque puedo notar algo en tu rostro, algo que no noté antes. Yo… quisiera poder hacer algo para remediar mi torpeza pero no se me ocurre nada… No puedo pensar.
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Mensaje por Siobhan Lundqvist Jue Mayo 08, 2014 1:08 pm

Había pasado demasiado tiempo desde la última vez en que convivió con su hermano. Antes se trataba de una chica muy paciente, después de eso, con sus energías puestas en la búsqueda terminó por volverse inquieta, desesperada. No a culpen, todo es gracias a su mal trago. La reacción del muchacho era de esperarse, sin embargo lo que ella sentía no podía controlarlo. Se sentía triste, perdida, y pasos más atrás del inicio era lo que estaba dando; Siobhan estaba lista para salir de esa residencia sin éxito alguno. Debía volver a sus asuntos y no perturbar los ajenos. En una ocasión, cuando acompañó a su hermano al medico, le habían dicho que alterar los patrones comunes de aquellos que tenían esa enfermedad podría ser contraproducente. Si Slevin terminaba por tener una mala crisis sería su culpa, y la misma no la dejaría estar en paz. La jovencita abrió la reja entonces, dio dos pasos hacía afuera y echó una mirada hacía atrás, al mismo tiempo que el chico llegaba a su encuentro algo alterado. Eso no la ayudó en nada con lo que sentía, pero no podía seguir su camino y dejarlo después del avance que mostraba. Suspiró con profundidad para intentar mostrarse tranquila, quizás eso ayudaría también a brindarle confianza a joven, que supiera sus reacciones estaban permitidas, sin importar lo drásticas que fueran.

- Muchas veces no es necesario dar explicaciones. Lo sabes ¿verdad? - Le interrumpió por unos momentos - ¿Qué es ser cómo los demás? ¿Qué es ser cómo yo? Si sólo te castigas por lo que vives, imagina lo que harán los demás, eres igual que el resto si eso te hace sentir bien, pero eres diferente porque sino todo sería aburrido - Le ánimo, o al menos eso trató de hacer. Siobhan no tenía idea de cómo empezar, de cómo explicarle las cosas. - Sé que eres un hombre inteligente, también sé que has notado que te observó de hace días - Se sintió un poco más expuesta. La única persona que conocía por completo su problema era el investigador, y todo porque debía darle hasta el último detalle para encontrar el paradero de su hermano. Compartirlo de forma más abierta no le gustaba pero su idea había sido acercarse a su vecino, mínimo debía explicarle el porqué ¿no?

Siobhan avanzó con tranquilidad por la entrada principal de la casa. Mientras Slevin se ponía en resguardo dentro de la casa, ella le dedicaba sonrisas cálidas. Se sentó en el último escalón acomodando sus ropajes para que no se notaran ni siquiera sus tobillos. Ella también sufría ciertas crisis, pero las de ella sólo se relacionaban a los nervios. ¿Y si el chico se enojaba con ella por la comparación? Para ella el compararlo con su hermano era algo significativo, dado que aquellos que le habían arrancado sin permiso eran sus seres más amados, lo malo es que el dueño de Lila y Sheldon podría tomarlo a mal. ¡Pensar tanto la estaba poniendo en aprietos! Más valía que empezara o las cosas se pondrían peores para los dos.

- Puedo entender lo que tienes, Slevin, lo hago porque yo tengo un hermano que padece lo mismo, me recuerdas tanto a él, por eso me acerqué a ti, lo extraño, se lo llevaron de la casa y sé que lo internaron en París, por eso estoy aqui, sólo que verte, el tenerte cerca me hizo sentir más cerca de él, no tan sola, por eso he decidido buscarte, no pensé que fuera a interferir tanto en tu estabilidad, lo siento, sólo pensé en mi, no en ti, lamento mucho eso, no fue mi intención - Movió sus manos lentamente para frotarse la cara, más bien los ojos porque le estaban ardiendo. La joven ahora era quien se sentía incomoda - ¿Cuántos años tienes? También pareces de su edad, hay tanto en ti que me recuerda a él pero al mismo tiempo eres tan diferente - Sonrió con cierto pesar.

- Toma - Volvió a levantarse, está vez caminó para sostener una figura, dio la vuelta y se acercó a él. Estiró su mano delicadamente para ponerle la estatuilla del dinosaurio en su mano. Le sonrió y ahora fue ella quien tomó la distancia que creyó pertinente - Nunca busques parecerte al resto, si naciste así acepta como eres, tiene sus ventajas - Le guiñó un ojo con seguridad. Lamentablemente muchos enfermos abusaban de sus padecimientos para sacar provecho, o para evitar realizar ciertas actividades, aquellos que de verdad valían la pena con todo y enfermedad eran aquellos que buscaban salir adelante.

- ¿Te molestaría si vengo a verte en otra ocasión? Bueno, sólo vendré cuando tu me invites, ya no llegaré de está forma, lo prometo - Su mirada mostraba arrepentimiento - Así no volveremos a estar solos, ni tu, ni yo - Quizás ese podría ser el problema de ambos. La soledad.
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Mensaje por Daulte Claythorne Jue Jul 10, 2014 12:28 am

Slevin no estaba acostumbrado a la presencia de gente extraña, en especial si se trataba de mujeres. Cuando se veía obligado a compartir su espacio con una joven, su torpeza se triplicaba; su destreza física era patética, prácticamente nula, y tartamudeaba más. En pocas palabras, se ponía tan nervioso al grado de empezar a temblar como un cachorro y los dientes le castañeteaban, como si se encontrara en medio del Polo Norte. Podía llegar a morderse la lengua, si su ansiedad era mucha, o a darse de golpes contra la pared. En una ocasión había estrellado un gran espejo de pared con su frente, y lo había hecho a propósito; muy cerca de su ceja aun podía apreciarse una pequeña cicatriz que le había quedado. Por supuesto, no se había tratado de un acto suicida sino de impotencia, Slevin era incapaz de atentar contra su propia vida, por más difícil que esta fuera.

«Tonto, tonto Slevin, tranquilízate», se reprendió a sí mismo internamente antes de volver a hablar y se concentró en lo que le habían preguntado para no cometer otro error.

Tengo… casi treinta. La semana entrante… es mi cumpleaños  —increíblemente, las palabras le salieron casi ininterrumpidas, lo que lo hizo sentirse orgullo de sí mismo, algo que no ocurría a menudo.

¿Por qué le había mencionado una fecha tan especial si apenas la conocía? Si él hubiese sido un muchacho normal, cualquiera habría pensado que lo había hecho para con una doble intención, para comprometerla, pero él lo había dicho solamente porque pecaba de sincero, era parte del síndrome que padecía.

En efecto, Slevin había dejado de ser un niño hacía mucho tiempo, aunque en ocasiones se comportara como tal. Su frescura y jovialidad le hacían aparentar por lo menos cinco años menos, pero lo cierto es que ya era un hombre en edad casamentera que, de estar en óptimas condiciones psicológicas, tendría que haber estado buscando ya a su futura esposa.

Habría sido una gran mentira si Slevin decía que no había pensado nunca en encontrar a una mujer para hacerla su esposa y formar una familia con ella, era un hombre, era humano, ¡por supuesto que lo había hecho! Pero se decían muchas cosas sobre él, tantas, que de algún modo se había resignado ante la idea de que muy probablemente eso nunca ocurriría. Después de todo, ¿quién querría estar al lado de una persona cuyo mundo giraba alrededor de un par de perros? Además, él mismo no estaba seguro de poder cumplir óptimamente con las grandes responsabilidades que adquiría todo hombre de familia. Definitivamente, eso era demasiado para él.

Decidió dejar los absurdos pensamientos de lado y enfocarse en la inesperada confesión de Siobhan, en sus amables y tranquilizadoras palabras respecto a su padecimiento. Escucharla lo hizo relajarse un poco, porque realmente había empezado a creer que no debía esforzarse en lucir como alguien que no era, que nunca sería y cuyos intentos de parecerlo sólo lo hacían quedar en ridículo. Quitarse ese gran peso de encima lo hizo sentirse realmente aliviado, casi sereno.

Suspiró y entrelazó los dedos de sus manos que permanecían descansando en su regazo.

¿Cuántos años tienes tú, Siobhan? ¿Cuántos tiene tu… hermano y cuándo vas a sacarle de donde se encuentra? —preguntó sin darse cuenta de que podía herir la susceptibilidad de la muchacha con una pregunta tan directa. Ser entrometido era parte de su padecimiento, aunque por supuesto, para él no significaba una grosería, era algo normal, como dar los buenos días—. Esos… lugares son horribles. Los médicos no entienden, sólo te confunden  —él sabía bien de lo que estaba hablando, él que por tanto tiempo había acudido a terapia con un hombre que le había prometido curarlo y que le había fallado dejándolo aun más confundido.

Eso me gustaría, sí… que vinieras a visitarme. Yo… deseaba conocerte desde que te vi por la ventana, pero soy demasiado cobarde… y… y… y me alegro que estés aquí porque ahora no tengo que espiarte —confesó inocentemente delatándose él solo, al mismo tiempo que en su rostro se le iluminaban los ojos y su boca esbozaba una tímida sonrisa.

Siobhan era milagrosa, mejor que las terapias.
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Mensaje por Siobhan Lundqvist Dom Ago 24, 2014 4:27 pm

¡Pero sí eres realmente joven! — Comentó la pequeña con tranquilidad. Para ella la edad salía sobrando. A su cortos años de vida, había aprendido que cincuenta años no eran sinónimo de madurez o amor puro, y que cualquiera que tuviera sinceridad en su corazón, podría disfrutar de la vida. Los años salían sobrando. En casa tenía dos padres que parecían ogros sin cabeza, de esos que sólo debían seguir una normativa, enviar lejos a sus hijos, por ser distintos o mostrar una enfermedad, eso era cruel, ni siquiera los animales lo hacían, así que ¿Qué importaban treinta años o diez? Mientras se supiera que se quería y hacía donde iba sin llevarse entre las piernas a terceros. — ¿Celebras tú cumpleaños? — Preguntó curiosa. Su hermano Nikolay siempre los celebraba, era su mejor fecha porque las atenciones iban sólo a él y se le entregaban la cantidad de regalos que quisiera.

Siobhan sintió en ese momento angustia. ¿En la clínica le habrían celebrado su cumpleaños? ¿Habría estado acompañado o sólo? De nada le servía pensar en eso. Sólo arruinaría el momento y probablemente terminará llorando. Eso no lo deseaba.

Podríamos celebrarte, hacerte algo, sí deseas — Le invitó por lo menos a considerar la idea. Ahora que Slevin había accedido al acercamiento, no lo iba a dejar pasar. Para nada.

Recordar siempre le ponía en mal estado, lo cual resultaba bastante irónico dado que también le llenaba de fuerza para seguir adelante. La joven giró su rostro para poder captar el de Slevin, aquello no era un sueño, él no era una ilusión, era real y debía disfrutarlo antes de que el recuerdo se desvaneciera en la noche. Hace demasiado tiempo que la chica no disfrutaba de eso, de una compañía real y autentica, sin necesidad de hacerle pagos para poder seguirle el paso en su búsqueda personal.

Tengo diecinueve años — Hizo una pausa intentando ver la expresión del muchacho. ¿Le importaría a él la diferencia de edades? La verdad esperaba que no. — Es probable que mi hermano vaya a cumplir veinticinco, de hecho los cumple en dos meses para ser exactos — Sí sus cuentas estaban bien planteadas en su cabeza, la cosa debía de ser así, pero a veces Siobhan pasaba tanto tiempo encerrada buscando pistas que perdía la noción del tiempo — No lo sé, cuando lo encontré — Se encogió de hombros — Mis padres lo enviaron a París, según tengo entendido está en una clínica, pero también puede estar en una casa tratándose ¡No lo sé! — Se llevó las manos a la cabeza exasperada.

Siobhan había empleado demasiado tiempo y energía en la búsqueda de su hermano, estaba desesperada y llegaba en ocasiones al punto en que sentía lo mejor era tirar la toalla. Su confusión era tan grande. ¿Y si Nikolay no seguía con vida? Sí eso llegaba a pasar nada tendría sentido, su vida ahora tenía un propósito, y sin él ¿qué sentido tenía lo demás? Nada.

Lo sé, cuando éramos más pequeños íbamos muy frecuentemente a esos lugares, no me gustaba dejarlo sólo, siempre lo acompañaba — Se sentía tan extraña al hablar con alguien de su hermano, alguien que sí parecía interesado. Se sintió agradecida y muy aliviada, y las ganas de abrazarlo crecieron, pero se mantuvo sentada por el bien de la tranquila conversación que estaban teniendo.

Se puso de pie y giró su cuerpo, está vez se sentó alado de Slevin y le tomó la mano con aprecio.

Puedo venir dos veces a la semana sí eso deseas, pero sólo esos dos días al inicio, de esa forma no modificamos tanto tú rutina, que el cambio sea brusco puede ser contraproducente para ti, y no deseamos más que hacerte bien — Le dio un apretón a su mano — Debes escoger los días que desees que venga, piénsalo bien, por el momento no, tú sabrás cuando decirme, y no tienes porque espiarme, si deseas verme puedes decirlo, con gusto me asomaré por la ventana para que me veas mejor — Aquello la hizo sonrojar, pero era sincera, no tenía porque esconderse cuando alguien que le agradaba la reclamaba.

¿Quieres terminar de comer? Puedo calentar tu sopa, o hacerte algo más, pide, este día es para consentirte — Se puso de pie y dio un suave tirón a la mano que los unía.
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Mensaje por Daulte Claythorne Dom Nov 16, 2014 10:12 pm

Slevin no quiso hacerlo, pero de todas las cosas que ella había dicho, centró toda su atención en una sola, la que más le había gustado, y las demás las desechó. No era algo que hiciera a propósito y eso mucha gente no lo comprendía, aunque probablemente Siobhan lo haría. En todo caso, eso a él no le preocupó. Era un muchacho maduro y muy inteligente, pero su padecimiento, algo que él no había aprendido a controlar del todo, le impedía tener conciencia sobre muchas cosas, lo orillaba a actuar como un niño en muchas ocasiones, y esta no era la excepción.

¿Una celebración? Como… ¿una fiesta? —preguntó sin poder ocultar el entusiasmo que le provocaba la idea. Se lo imaginó. Por supuesto, en la mente de Slevin el festejo no significaba una gran reunión con más de cincuenta invitados, al contrario, solamente tomó en cuenta a los seres más cercanos a él: sus padres, sus perros y, por supuesto, su nueva amiga Siobhan, que no podía faltar.

Todos los años, sus padres se esforzaban en no dejar pasar una fecha tan importante como lo era el nacimiento de su único hijo. Acudían a su casa y ella le preparaba una deliciosa tarta de chocolate, la favorita de Slevin. También lo llenaban de regalos que casi siempre eran ropa, libros o algún objeto relacionado con el universo, tema que a él le fascinaba. Slevin sabía que ese año no sería la excepción, que ellos acudirían como cada vez, que lo llenarían de mimos y de comida, pero por alguna razón, en esta ocasión le emocionaba aún más la idea porque, en su escasa lista de invitados, estaría ella.

Me encantaría —dijo al fin esbozando una gran sonrisa y por primera vez dio la impresión de ser feliz y estar tranquilo.

Estuvo seguro que, de realizarse, esa no sería como esas fiestas a las que se había sentido obligado a asistir, donde la ansiedad, imposible de controlar, había hecho de las suyas con él, orillándolo a permanecer agazapado como un animal temeroso en un rincón, perdiéndose toda la diversión y la posibilidad de convivir y conocer a otras personas, implorando silenciosamente el momento en que pudiera regresar a la seguridad de su hogar. Y qué decir de aquella vez que una compañera del museo le había preguntado sobre los planes que tenía para la Nochebuena, y que después de decirle que no tenía ninguno, lo había invitado a cenar a su casa en compañía de sus padres. Había sido un rotundo fracaso.

Pero esta vez no sería así. Estaba seguro. Pondría todo de su parte para lograrlo, para no decepcionar a Siobhan, como había decepcionado a muchos otros.

Gracias por ser mi amiga, Siobhan. Eres la primera y la única que he tenido. Me encantará tenerte aquí todas las veces que quieras. Tu compañía… tu compañía me es grata —entonces, sucedió algo insólito. Slevin se acercó y tomó su mano.

Era la primera vez que se animaba a hacer algo que él nunca consideraba. Jamás sentía la necesidad de tocar a otras personas, el contacto físico lo alteraba más que cualquier otra cosa y por eso lo evitaba, pero en ese momento, lo deseó y ocurrió sin planearlo, tan espontáneamente.

Algo en él había cambiado.
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Mensaje por Siobhan Lundqvist Sáb Ene 03, 2015 1:43 pm

La calidad de su mano le hizo sonreír. Aquella proximidad y gesto le regalo esperanza, esa que le hacía falta. La imagen de su hermano apareció en su memoria, quizás él tendría una amiga, esa que ella estaba siendo para Stevin. No podía estar tan mal, no debía sufrir, incluso tendría una vida. No todos eran malos, no todos resultaban carecer de corazón, en París debían existir más chicas cómo ella que podían darle alegría y calidez a los demás. Estrujó con suavidad la mano ajena, buscaba no hacerle sentir miedo, y tampoco que se arrepintiera de la cercanía, pero no podía tener tampoco de cada paso dado. Si él estaba feliz, sí el estaba cediendo era porque deseaba un poco más al igual que ella. Después del apretón dio dos pasos al frente, acercarse un poco más ayudaría.

¿A qué ayudaría exactamente? A acercarse más, a tenerse más confianza, o al menos estaba probando dar un paso más. No perdía nada, ganaban ambos mucho. Con nerviosismo le dedicó una sonrisa media y le miró a los ojos por escasos segundos.

¿Alguna vez planeaste una fiesta? Creo que sí me dices tus deseos podríamos tener algo hecho a tú medida — Se encogió de hombros, quizás hacerle pensar de más lo podría poner nervioso. Stevin tenía mucho que procesar en ese momento, empezando por la aceptación que estaba dando a la joven para entrar en su vida. Ella comprendía lo fuerte y al mismo tiempo valioso que eso era, por eso deseaba darle también su espacio — Podría venir en un par de días para que hagamos los planes ¿Que te parece? — Arqueó una ceja, buscaba la mejor respuesta. Siobhan dejaría que él encaminara la vida de ambos, su situación, que se sintiera capaz de tener el control de una situación.

De un momento a otro le soltó la mano. No porque estuviera incomoda, sino porque creía más bien que primero debían aprender a gatear antes de correr. Antes de dar dos pasos hacía atrás pasó la yema de sus dedos en la mejilla ajena en gesto de aprecio, y luego dio dos pasos hacía atrás.

La jovencita dio un paso hacía adelante. Con sus manos hizo un gesto delicado para que Stevin avanzara por la casa, de esa forma llegarían hasta la cocina nuevamente. Cuando llegaron le invitó a sentarse y buscó los platos de sopa, también el restante que se encontraba en la vasija. Se decidió a poner a calentar las cosas, y buscó en las gavetas algo más. Encontró lo básico para realizar unas galletas. Le miró de reojo. ¿Sería bueno pedirle ayuda o mejor se dedicaba a hacerlo lo suyo? Incluirlo en la actividad podría ser una fascinante idea. Siobhan deseaba que el joven se sintiera útil. Aunque quizás podían empezar a planear. Estaba tan confundida, sólo quería ganárselo un poco más.

¿Y si traes un papel y algo de tinta? Hagamos una lista de las cosas que quisieras tener para tú fuiste mientras yo te preparo un pequeño regalo para que me recuerdes cuando no este — Se giró y le miró por sobre encima del hombro para dedicarle una sonrisa — Anda, ve por algo y nos pondremos a hacer una lista, será como una lista de deseos que yo cumpliré para ti — Suspiró y miró al frente, sus manos comenzar a moverse de forma profesional. Agradecería después a su nana por sus clases básicas de cocina, podría darle un buen regalo a su ahora nuevo amigo.

Siobhan se quedó sola por un momento, el anfitrión de la casa había salido de la cocina para ir por lo que ella solicitó, lo cual le dio la seguridad que no quería que se fuera pronto, o al menos eso creía. La chica tragó saliva por un momento nerviosa. ¿Y si él llegaba a tener una nueva crisis? ¿Tendría que irse de nuevo? Se dio cuenta que estaba entrando en un terreno difícil, que suficiente tenía con su búsqueda, sin embargo quiso seguir adelante.

Primero pensemos en lo que quieres comer. ¿Cuál es tú comida favorita? No vayas a poner sopa, pon algo distinto, algo que quisieras comer, o que hayas comido una vez y te haya gustado, piénsalo por un momento, recuerda que será tú día — Le animo, se giró para verle mientras batía un par de huevos con leche. Aquello era moderno de hacer, y de hecho resultaba extraño cocinar en algo distinto a su entorno, pero al menos esperaba que sus galletas fueran solidas, que llegaran a ser crujientes.

¿Y cómo decoraríamos? ¿Cómo sería tu pastel? — Guardó silencio. Que se pusiera a pensar un rato, eso les daría tiempo juntos, les daría más confianza. Ella se sentía segura y a gusto, sin embargo tenía miedo, mucho miedo de asustarlo.
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