Un tesoro para sus recuerdos - Isaac Southey

por **Corradine Grimaldi** Mar Nov 13, 2012 6:17 pm

Lo que una vez disfrutamos, nunca lo perdemos.
Todo lo que amamos profundamente se convierte en parte de nosotros mismos.

HELLEN KELLER

Dejó a un lado la pequeña novela que estaba leyendo desde hacía más de un mes, la había adquirido en una de las tantas librerías en la zona comercial de la ciudad. Había intentado mucho tiempo pasar de la quinta página pero ese sentimiento que le quitaba el sosiego no la dejaba concentrarse. Las tapas del libro fueron acariciadas por sus elegantes dedos de forma distraída y distante, descargó su frustración en un largo y triste suspiró.

Nada estaba saliendo como ella quería, va en verdad lo único que en verdad hubiera querido era tener la facultad de retroceder el tiempo atrás y salvar a su familia de aquella noche de terror y muerte. Tantos meses habían pasado desde su llegada a Paris y el sentimiento de inmensa tristeza la seguía embargando día y noche, lo sentía como un enorme peso en mitad de su pecho. Dejo aquel libro en una mesita cercana a su sillón y lentamente, con suma dificultad, como si en verdad tuviera todos los años del mundo se incorporó, se acercó a la ventana y a pesar de estar aun en primavera, ella observo el paisaje gris que frente a sus ojos se extendía, como si el otoño hubiera despertado esa mañana y se enseñoreara de los dolores ajenos.

Apoyó la frente en el cristal y dejó que aquella angustia se desbordara en lágrimas silenciosas que bañaron su rostro, dejándose abrazar por el llanto que poco a poco la fue tomando como un amante cariñoso, que por momentos se vuelve irascible y destructivo. Su dolor era tan grande que sus piernas flaquearon, y fue resbalándose y girando lentamente hasta quedar sentada en el suelo con su espalda apoyada en el cristal. Podía parecer patético, lo sabía, pero ella en esos momentos necesitaba dejar salir toda su amargura, su desdicha, para poder alguna vez llegar a ser la joven que había sido, aquella que iluminaba con su risa y su gracia los salones más importantes de Europa.

Debía poder de alguna forma dar un cierre a ese periodo doloroso y obscuro de su vida. Por eso se encaminó, ya entrada la tarde y en un coche de alquiler, a ver a uno de los relojeros más afamados e importantes de Paris, Isaac Southey, él era un relojero que se había ganado una reputación asombrosa, ya que sus obras eran adquirida por gran parte de la nobleza y eso a Chiara le decía mucho, ya que aun cuando no pudiera usar el título que por nacimiento le correspondería, ella sabía que la familia Di Moncalieri era parte de aquella nobleza a la que respetaba y en cierta forma seguía admirando. Por ello, deseaba encargar una joya muy particular, en realidad eran dos piezas, una para ella y otra gemela, para su hermano Girolamo. Quería que aquellas obras fueran vivido recordatorio de su familia. De que los acompañaría aunque ya no estuvieran de forma física pero si de forma simbólica, ese pensamiento le ayudó a reunir el valor suficiente para salir a realizar su cometido.

No tardó en llegar a la puerta del local, vestía un vestido de color azul oscuro y su pelo recojido en un tocado alto con sombrero de velo que le cubría parcialmente parte de la cara. Las puertas de madera de hermosa manufactura, mostraban a las claras que se trataba de un local de gran importancia, golpe con su mano enguantada de forma casi imperceptible y esperó que el relojero le abriera.

por **Isaac Southey** Vie Nov 23, 2012 6:34 pm

A veces estamos demasiado dispuestos a creer que el presente
es el único estado posible de las cosas.
Marcel Prosout.

Mis Hermanas habían venido a visitarme, ojala fuer así mas nunca venían con una sonrisa o buena disposición, ellas que vivían de la apariencias las aborrecía, las podía hasta odiar por ser quienes eran unas malditas zorras que se aprovechaban de mi trabajo esfuerzo y dedicación, pero no podía hacer nada solo conseguirles esposos a ambas, llegaron como suelen hacerlo tomaron cada una un reloj de oro, algo lujoso y costoso se los probaron, desordenaron cada rincón de la tienda buscando el más caro, y yo, como el menor no pude hacer nada mi madre me había amenazado con quitarme lo único que mas amaba en esta tierra la relojería, no tenia caso las mujeres de mi familia eran las más despiadadas y por ese motivo me costaba hacerme de amigas, mujeres no era que les tuviera miedo sino mas bien… que las usaba. Puse el cartel de cerrado mirando hacia afuera del Reloj de arena, hoy no estaría abierto al público tenía que ordenar aquel desastre reparar los relojes que se habían maltratado pulir uno que otro que habían rayado, mientras refunfuñaba me quite el saco, saque mi corbata y arremangando mi camisa me puse con el desastre.

Partí por la entrada recogiendo unas cajas que habían votado al suelo, algunas ya no servirían y era lo que más lamentaban aquellas que no sabían cuidar lo que les daba todo aquellos lujos, apile sobre una vitrina un total de veinticuatro cajas refinadas y algunas bien malgastadas, tome los relojes de pulsera que habían en el suelo agradecí que no fueran tantos solamente dos, las vitrinas estaban todas desordenadas con los relojes mirando hacia abajo – Algún día… me desquitare… algún día – dije para mi mientras de la pura rabia sacaba todo los relojes de sus vitrinas y los dejaba sobre el gran mesón, ahora tendría que clasificarlos nuevamente y ver cuales joyas se habían llevado aquellas que decían llamarse mis hermanas.

Fui a la mesa donde tenía todos mis utensilios para reparar y crear relojes, era el único lugar donde ellas no se metían porque ahí sí que ardería Troya, al menos respetaban ese espacio el único que era completamente mío. Suspire tomando un lápiz grafito y mi libreta de anotaciones busque una página en blanco y comencé. Hacer mi lista

- 20 cajas Buenas
- 2 relojes en blanco de oro
- 10 relojes de bolsillo de bronce para iniciales.
- 15 pulseras de plata con terminaciones en oro.

La cuenta llego hasta ahí cuando escuche un pequeño golpeteo en la puerta, estire mi cabeza para ver de quien se trataba, pero no reconocí nunca antes la había visto, puse mi lápiz detrás de mi oreja y me apronte hacia la entrada, di un suspiro y abrí - Madeimoselle, por hoy la relojería está cerrada – hice un gesto lastimero, en realidad detestaba tener que decir aquellas palabras, no me gustaba que vieran el desorden del lugar, era demasiado perfeccionista como para que vieran lo vulnerable que me dejaban mis hermanas… - Lo siento – dije sin cerrar la puerta.

por **Corradine Grimaldi** Miér Nov 28, 2012 1:14 pm

La paz y la abundancia engendran cobardes; la necesidad fue siempre madre de la audacia.
(William Shakespeare)

El cielo se había cubierto por completo, en aquellos minutos frente a la relojería, las primeras lágrimas de lluvia fueron mojando el pavimento. Ella miró para sus costados buscando un lugar donde cubrirse. El coche de alquiler se veía a lo lejos y no había pensado en decirle que la esperara, en verdad creía que las tiendas ese día estarían todas abiertas. Pero en el momento que iba a caminar hacia un toldo que cubría parte de la calzada, la puerta se abrió. Se asomó un hombre joven, alto de buen porte y elegantes modales. Le pareció algo extraño ya que su apariencia decía una cosa y su movimientos otra. Con su camisa un poco desprendida y sus mangas arremangadas, parecía que era un empleado de la tienda. Este, le informó que la tienda estaba cerrada, Chiara que hasta ese instante había desplegado su mejor sonrisa, se quedó helada – no habías contado con este contratiempo ¿verdad? – Pensó mientras intentaba encontrar una solución al problema. Una sensación de desaliento la cubrió. Intentó mirar por sobre el hombro del muchacho aunque en verdad lo estaba haciendo por entre sus brazos ya que era mucho más pequeña que aquel hombre, lo que se podía observar le decía a las claras que la tienda había tenido mucho jaleo y que estaba desordenada.

No sabía que decirle, en verdad, no creía que tuviera otra oportunidad para salir sin protección y custodia de su casa. Su hermano estaba en Roma, por asuntos de trabajo y era el momento propicio para tal encargo – Disculpe… pero me es imperioso ver al Señor Southey – lo miró esperando que le dijera algo – es la primera vez que vengo a esta relojería – se ruborizó, en realidad era la primer relojería que había visitado en Paris, ya que siempre compraban sus piezas en Venecia, Florencia o Roma – No conozco al señor, pero me han dado infinidad de referencias, todas excelentes y… necesito encargarle dos piezas – estaba en verdad nerviosa y la lluvia pronto caería sin piedad sobre ella – solo déjeme que le explique, porque es tan importante que él, realice estas obras , estoy dispuesta a pagar lo que me pida.

La lluvia en ese momento se desató, con toda su furia y las pequeñas gotas le comenzaron a humedecer su rostro, el vestido al mojarse se le adhería al cuerpo provocándole estremecimientos. No se atrevió a intentar colarse dentro de la relojería, sabía demasiado bien que el lugar donde crea un artista es su santuario y no era su intención perturbarlo, aunque eso le pudiera costar un resfriado – ¿qué puedo perder? – pensó mientras miraba expectante al hombre.

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