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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Melalo Minué Jue Jun 06, 2013 9:37 am

Más que nunca París se había comportado generosamente con Melalo y sus colegas ladrones; piedras preciosas, especias y objetos raros e inusuales habían ido a parar a su botín. Buenas noticias para cualquiera llenarse los bolsillos nuevamente, y más si era de manera abundante, pero así y todo el gitano sinvergüenza que había decidido permanecer soltero estaba de mal humor. Muy pocas veces podía vérsele así, y cuando se le detectaba en ese estado dicho malestar era atribuido a una pésima jornada en relación a lo económico o simplemente a la resaca de la fiesta de anoche, pero ninguna de esas cosas pasaba. Tenía suficiente dinero como para gastarlo sin modestia en dos semanas y no había bebido desde hacía un par de días, pero ahí estaba su cara larga. Era un rostro que Melalo aborrecía llevar, un rostro de desencantamiento con la vida apestoso.

Fumaba en la calle sus últimos gramos de tabaco antes de la medianoche. No tenía pensado regresar al campamento de su tribu hasta el día siguiente; bajar a relacionarse con su gente, su madre, sus hermanos… no tenía ninguna pinta apetente para alguien que sólo quería desconectarse un rato. ¿Desconectarse de qué? De ser un ladrón, de ser un gitano, de ser un ser humano y de ser Melalo. Quería sentir que podía romper con el lazo que lo unía a la puerca tierra que lo había visto emerger, sólo sentirlo, aunque no tuviera ni una lágrima de verdad.

Asqueroso lugar —se quejaba mientras pisoteaba el tabaco recientemente acabado sobre el empedrado. Había decidido hacer algo para no tener esa sensación asfixiante intoxicando su garganta. Su siguiente paso fue palpar sus desgastados bolsillos en busca de recursos; allí estaban guiñándole un ojo— Para algo has de servirme, bastardo y nauseabundamente útil dinero.

Aquella calle vio partir al domador de animales hacia su próximo destino ya resuelto. No, no iría a buscar a alguna fémina al bar para invitarla a un prolongado juego previo que terminaría en lo que los dos sabrían de antemano. Tal vez en alguna otra ocasión en la que no destilara agotamiento mental se daría la entretención del coqueteo mutuo disfrazado de una inocente charla, pero no esa vez. Esa vez quería ir directo al grano y, de ser posible, no decir una palabra. ¿La razón? Si su cuerpo hallaba el alivio, estaba convencido de que su mente obtendría un merecido descanso, puesto que su cerebro estaría tan ocupado emitiendo onda de delirio por cada zona de su anatomía que las confusiones mundanas pasarían a segundo plano. Un burdel, sí, eso necesitaba y a ese mercado del placer acudiría.



¿Qué tenía de adictivo ese lugar? Melalo, si bien su talón de Aquiles lo conformaban las mujeres, no era cliente frecuente de dicho establecimiento. Sería porque había pasado a formar parte de su costumbre quitarle a otros lo suyo, aunque fuera por unas horas. Tenía la teoría de que aquellos que no lograban satisfacer a sus esposas o también esos que estaban hartos de la monotonía de las enseñanzas sexuales de su religión eran los que hacían ricos a los dueños de lugares así.

Al entrar al prostíbulo, las cortesanas lo recorrieron de pies a cabeza para pesar cuánto podía pagar, porque no muchas lo habían visto antes. Los gitanos tenían lo suficiente como para mantenerse a ellos mismos y a sus familias, bien sabían las flores, pero sorprendentes fortunas no llevaban consigo a menos que acabaran de cerrar un trato beneficioso o llegaran a gastar las ganancias de mercancías robadas. Por la manera en que Melalo sonreía de manera suficiente y guardaba ambas manos en sus bolsillos con recelo, dedujeron que se trataba de la segunda opción.

Cruzó la estancia rápidamente para ir en busca de un trago en la cantina; las mujeres comprendieron el mensaje de que no quería ser abordado apresuradamente y siguieron con sus engatusamientos para con los demás varones que llegaban. La hora 0 era la hora feliz para las mujerzuelas. El circense bebería un solo vaso con el propósito de contemplar a cada una de las jóvenes y bellas hasta encontrar a la más adecuada para el humor que estaba vistiendo.

Dame un cognac —ordenó al cantinero depositando sobre la barra el monto del licor. Ni siquiera saludó a quien lo atendió. Le pagaba un servicio, no los buenos modales.

Una vez que tuvo en sus manos la bebida, sus ojos se dieron la libertad de recorrer pierna tras pierna, cadera por cadera a las mozas que allí trabajaban. Algunas hablaban demasiado para su gusto, otras eran tan malas actrices que Melalo no entendía cómo había hombres que caían en esa artimaña infantil y muchas otras eran extremadamente sensuales tanto para la vista como para los sentidos. No obstante la variedad ante él en oferta, su estado de ánimo se encontraba inmerso en tanta neblina que ni él mismo sabía qué era lo que quería, pero entonces vació el vaso de un solo trago y la vio bajar por las escaleras desde su habitación.

Morena, de ojos grandes y achocolatados, piernas largas, labios prominentes y cintura pequeña. Era joven, sin duda y eso le gustaba a Melalo. Inconscientemente se preguntó qué tanto se marcaría el contraste de su piel con la de ella y se contestó que quería averiguarlo, puesto que se trataba de una belleza inusual. Podía el gitano identificar distintas naciones en su estructura ósea, pero así y todo no pertenecía a ninguna de ellas. Tenía misterio, hermosura, exoticidad, y parecía no hablar demasiado.

¿Y ella quién es? —le habló por vez primera al sujeto que le había servido su cognac para reunir cierta información básica, pero valiosa— Esa gachí de labios gruesos.

¿Nuestra mudita? —preguntó el cantinero. Melalo volteó a verlo incrédulo.

No me digas… —pero el trabajador le asintió— Así que contratan mudas, ¿eh? —era perfecta para la ocasión.

Toda niña perdida que traiga dinero es bienvenida aquí, puedes creerme. No por nada he trabajado veinte años aquí —añadió el hombre— La llaman Psyche. No puede hablar, aunque sí oír. Es todo lo que se sabe de ella. Te diría lo que puede hacer también, pero no me está permitido tocar a ninguna de ellas.

Es más que suficiente —sentenció Melalo.

Dejó el recipiente sobre la barra y aclaró su garganta para dirigirse a la muchacha antes de que otro caballero apresurado tomara su turno. Ni siquiera preguntaría por su valor; su satisfacción estaba antes que el esfuerzo que había invertido junto con sus camaradas de la tribu para conseguir menuda cantidad de francos.

Psyche —llamó sin dejar su asiento. Ella volteó a verlo con esos ojos mortales. Melalo quería verla más de cerca— Ven aquí, linda.



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Mensaje por Psyche Sáb Jun 08, 2013 9:47 pm

Qué peligroso era para la mente de Psyche quedarse sola en su habitación; sus pensamientos volaba lejos hacia un lugar inexacto en los brazos de su amante inexistente. Era su ritual antes de trabajar, antes de bajar al burdel a reunirse con sus compañeras de trabajo, antes de interactuar con su jefe y sus compañeras, antes de todo se bebería una dosis de su propia fantasía. Sentada del borde de su cama, inhalaba el aire perfumado pensando que se trataba de la brisa del mar que la había visto crecer. Así se oxigenaba, así se preparaba. Las demás prostitutas podían alistarse pintando sus uñas o renovando sus corsés, pero aquello era demasiado superficial para el mar profundo en que se había convertido Psyche.

Creyendo que había sido suficiente, la cortesana se levantó del borde de su cama con un tranquilo semblante. Dentro de su utopía, ella no iba a atender clientes sexualmente a cambio de dinero, sino que iba a recibir a los ángeles en su cuerpo para que pudieran conocer las experiencias terrenales antes de volver al cielo. Por eso los trataba como si fueran divinidades en la tierra, aunque de ladrones y herejes se tratasen. Las demás cortesanas repetían que Psyche no era una verdadera y buena cortesana, porque no amaba al placer en sí, sino que al deleite producto de sus alucinaciones.

Abrió la puerta sólo los centímetros suficientes para asomar uno de sus ojos y así asegurarse de que ninguna compañera malintencionada tropezara “accidentalmente” con ella para hacerla rodar por las escaleras. Si bien era cierto que no podía gritar de dolor ni gemir de excitación, nadie podía decirle que lo que sentía no era real. Podía ser que ese universo en el que se sumergía antes de ejercer su oficio fuera algo inexistente, pero las sensaciones que la recorrían estaban ahí.

Se atrevió a salir de su alcoba para bajar a las escaleras hacia el centro de todas las interacciones previas a un acuerdo carnalmente profesional. Descendiendo por los peldaños veía más detalladamente cada uno de los hombres y mujeres que llegaban. Uno de esos ángeles podía elegirla para conocer una porción de la tierra. ¿Quién sabía? A los espíritus celestes no hacía falta hablarles; con acariciarles era más que suficiente para que ampararan a alguien bajo sus alas y ella lo haría con la esperanza de ser tocada por el velo celestial que según ella los envolvía.

¡Qué concurrencia de alas blancas! —exclamaba la moza muda dentro de su mente.

Psyche pensaba que había dos tipos de ángeles: los de alas blancas y los de alas negras. Los ángeles de alas blancas eran los rubios y pelirrojos, por sus pieles usualmente níveas y delicadas. El grupo de los ángeles de alas negras, en cambio, era conformado por aquellos de cabello oscuro y piel más tostada. Casualmente esa noche había sido dominada por plumas claras y casi transparentes, pero no compartiría con nadie así, no esa vez. El oscuro de unas alas que más bien parecían de murciélago que de ángel llegaría a sus ojos para extenderse por el resto de su joven cuerpo.

Psyche


Sintió un llamado, al que levantó la mirada al instante. Era una voz profunda y dominante, casi tiránica de lo segura que se escuchaba. Pudo descubrir el por qué de ese patrón de sonido tan particular cuando se fijó en el ángel que la había convocado a su lado.

Alas negras… —pensó la muchacha entrecerrando sus ojos, fijando la figura del que ella suponía, era un querubín. Ese ángel tenía algo desafiante y casi maligno.

Ella se acercó lentamente impulsada por el afán de la indagación más que por la orden. ¿Se trataría de un alado rebelde o de uno de emociones más intensas que las de los demás mensajeros del cielo? Cuando estuvo frente a él, se sonrió un tanto emocionada al apreciar el considerable nivel de atractivo del serafín casi como una experiencia celestial. Psyche jamás se olvidaba de ninguno de los espíritus celestes con los que compartía; el recuerdo que guardaba de cada uno de ellos le servía para sentirse afortunada, pero de este fiero ángel se preguntaba…

¿Acaso su recuerdo se olvidará de mí? —cerró momentáneamente sus anteriormente cerrados ojos.

Aunque que en la realidad no se tratara de nada más y nada menos que de un gitano conocido como Melalo por sus hermanos de tribu y como Lalo por los que no pertenecían a su casta, eso daba igual para Psyche, porque verlo a él como un cliente en busca de un cuerpo mediante el cual satisfacerse significaría aterrizar en la objetividad, cosa que ella se negaba a hacer.

El gitano la observaba de pies a cabeza, al igual que ella, pero pensaban cosas muy diferentes, hasta contrarias. Melalo intentaba averiguar de qué manera expresaría su éxtasis si no sería por la boca y Psyche se preguntaba si sería apta para compartir el lecho con el ángel. Una duda en específico invadió su cabeza y no pudo soslayar su actuar. Tomó una de las manos de Melalo y comenzó a examinar su palma como si estuviese tratando de revelar los secretos de un mapa antiguo, y es que para ella las manos decían mucho de una persona.

Para asegurar que el gitano no se ofendiera, el cantinero le ayudó a la cortesana.

Ella está tratando de saber a qué te dedicas y cómo vives. Tiene esa manía —explicaba el trabajador mientras terminaba de secar uno de los vasos.

A pesar de sus intentos, el cantinero nunca se explayaría exhaustivamente acerca de las intenciones de la muda meretriz. Quería conocer la textura de las manos de su comprador no solamente para conocer su vida cotidiana, sino también para averiguar de qué parte del cielo vendría ese ángel de tan altiva aura. Con esas manos él esculpiría en su cuerpo antes de volver a su mundo ahí, muy por lo alto y lejos de ella.



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Mensaje por Melalo Minué Dom Jun 09, 2013 8:30 pm

Algo había en el aire que envolvía a Psyche que a Melalo le agradaba. Era hermosa y callada, sí, pero había algo detrás de ese misticismo que se equiparaba a lo onírico. Debía ser que en silencio se apartaba todo lo innecesario y accesorio de las palabras y quedaba únicamente la seda de lo inesperado acariciando los sentidos. Lo mejor de todo era que el ambiente se daba espontáneamente, sin la necesidad de forzar un juego previo o una manipulación. ¿Qué había que forzar, cuando el misterio era su propio combustible? Nada había que añadir para que todo se quemara.

Melalo se sonrió cuando la cortesana muda tomó una de sus manos trabajadas sin decir palabra alguna. Podía ser que el hombre de la barra hiciera de traductor entre ambos, pero el gitano prefería pensar que había cosas —cosas realmente profundas e inquietantes dentro de la joven— que nadie más que ella podría manifestar jamás. Era una suerte que tuviera labios firmes; así la besaría con más ganas. Quizás eso le hacía falta a Melalo para olvidar su desencanto por la vida… el secreto de lo callado. Psyche parecía venirle como anillo al dedo para la ocasión, aunque después de esa noche no se toparan nunca más.

La contempló con un gesto divertido, como si tuviera entre sus manos su primer presente y la tomó desde su cintura para sentarla sobre él, interrumpiendo el contacto de la fémina con sus manos varoniles. Dolía dejar pasar los segundos sin indagar en el color del alma de la meretriz sin voz, porque no era probable volver a encontrarse a una joven y bella mujer como ella. Si resultaba ser tan apetecible como aparentaba, Melalo mismo la reconocería como una viva muestra de lo inmarcesible.

¿Serías tan buena conmigo si te dijera lo que hago para vivir, pequeña? —susurró en su oreja cálidamente, ya algo impaciente por degustar su piel. Corrió la larga cabellera de la moza hacia adelante, descubriendo su cuello y el lunar que lo coronaba— Pienso pagarte con la misma moneda y no matar el silencio con cosas sin sentido. Si sabemos demasiado del otro, nada nos sorprenderá, y yo no vine a mandar al demonio todo eso que quiero que ocurra. Tengo la certeza de que tú puedes cumplir muy bien con mis deseos —besó la piel expuesta.

El gusto dulce de la piel de Psyche había producido que uno de los peldaños en su escala de libido fuera superado. Ella olía a fresas y a primavera en flor, pero por sobre todo olía a mujer, a un excepcional ejemplo del género femenino, y Melalo concentraba su talón de Aquiles ahí, entremezclado con su aroma. El siguiente paso y los posteriores a él se darían en cuestión de tiempo, porque el primer paso —además de ser el más difícil— era también el más potente, y haría a esa cadena de impulsos seguir generando eslabones de placeres concupiscibles.

La palma derecha del domador de animales y ladrón cobró vida propia y deliberadamente comenzó a acariciar los muslos de Psyche. La piel de ella se encontraba tan tersa y húmeda que casi podía considerársele culpable de maltratar tan fina seda natural. Quería estar en su cama; la creciente necesidad lo ameritaba. El sólo hecho de idear a una mujer sin voz pidiendo más con los recursos comunicativos que poseía, le resultaba placentero. Exploraría su carne y todo lo demás. Podía descubrirla o no, pero ella nunca podría revelar exhaustivamente todo lo que pasaba por su cabeza.

Llévame a tu cuarto, Psyche. Quiero que te conviertas en mi acertijo esta noche. De ti hazme matar por saber, mas no saber. Ese es mi afán —murmuró con ahínco al mismo tiempo que alejaba sus atenciones de las extremidades de la chica— Tu recompensa será inmensa.

No sería rey de Francia, ni de ninguno de los países que había recorrido en las caravanas en las que había viajado, pero hasta un ladrón como él podía ser justo con quien él consideraba que merecía premios. Todo se decidiría en el acto, en el coito y en todas las cosas que pensaba experimentar con la morena con el fin de conocer todos los gestos que inundarían su rostro siempre callado. Sería un espectáculo y él lo vería. ÉL lo vería.

Cuando sintió la mano de Psyche buscando la suya para llevar al ladrón a otro sitio, Melalo supo que ella había aceptado su trato y dejó que la libido subiera otro escalón. Llegaría a la cima junto con el enigma que se había vuelto su amante pagada.



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Mensaje por Psyche Miér Jun 12, 2013 4:19 pm

Psyche entrecerró sus ojos ante el tacto de esas manos que más que del cielo, parecían venir desde el fondo de la tierra, ahí, forjado en el magma del corazón del mundo. La joven se preguntó dentro de su diálogo incesante con ella misma si acaso las palmas del ángel de alas sin luz tenían el poder de quemar aquello que tocara, porque sentía los vasos sanguíneos de sus piernas enrojecerse a su tacto y rindiendo sus provincias al paso de un dictador. Melalo quería tomar su cuerpo ilegítimamente primero, apoderándose de la mente de la cortesana, y dejaría en último plano el precio de una noche con esa joven. Así era él; no pedía permiso para coger por asalto sus ojos hallaban precioso.
Abrió los ojos casi por completo cuando escuchó la palabra “recompensa”. La muda no hallaba más utilidad en las cosas materiales que las básicas que le permitieran mantener en funcionamiento su organismo y en dignidad su exterior físico, por lo que más que una certeza, vino a ella una interrogante. ¿Qué obsequio celestial vendría alado a ella por complacer a un ángel tan peculiar como aquél? Para Psyche era un regalo más que suficiente quedarse con un retazo del cielo fruto acto carnal que compartirían bajo el amparo de la clandestinidad del burdel, y era por eso que le costaba imaginar —a ella, quien vivía el ochenta porciento de su tiempo en un escenario aparte— algo que pudiera sobrevolar los límites de lo que ella podía esperar para sí.
Quería ir a por ello, sin duda, fuera lo que fuera. Cualquier cosa que la alejara unos metros más de la desastrosa tierra  en la que tenía lugar, bien valdría una hazaña. El ángel le había puesto enfrente un laberinto en dirección a un bien concupiscible, y sólo estaba ella para guiarse a través del rastro de palabras y caricias que había dejado el ladrón. Fue por esas razones que tomó una de las manos del guardián del cielo que sólo ella conocía y lo impulsó a levantarse junto a su mirada suplicante. “Ven, sígueme” era lo que ella quería decir no en forma de orden, sino más bien de una humilde petición.
De la mano lo guió por las escaleras que conducirían a la perfumada habitación, el altar de su encuentro. No era su cliente humano, sino su invitado celestial. Así lo trataría, porque así lo veía, y cuando se fuera, por Dios que agradecería el haber sentido su piel contra la suya. Al menos del retrato que se quedaría en su memoria podría vivir. Ya estando en su cuarto, Psyche soltó la mano de Melalo sintiendo cómo los segundos avanzaban y le negaban hacer una pausa para conservar todo de manera total en su cabeza. ¿Cómo sabía ella si no conseguía sentir nuevamente sus palmas?
La textura de sus manos —grabó esa sensación— Su recuerdo es lo único que se quedará conmigo cuando vuelva adonde pertenece. Quedará su imagen, quedará su perfume fragante de cielo. Quedará todo eso, porque así también lo hará lo que deje en mí. Quedará todo aquello, y aún así será lo único que quedará.
Podía ser que para la mayoría de los seres humanos, los recuerdos y las ilusiones ahogadas y revitalizadas constantemente por la realidad fueran más un martirio que un deleite, pero ¡qué desolada sería la existencia de Psyche sin ellos! Esos pasajes mentales eran la única prueba de lo que había vivido no era mentira. Eran las pruebas de que todavía respiraba, que su mente funcionaba y que su cuerpo tenía un espacio y tiempo determinado en los cuales plantarse. Ya tenía memorizado la trama de sus manos, y quería conservar lo que pudiera admirar de él. Lo sentó en el colchón como si estuviera ofreciéndole asiento a un emperador, aunque se tratara de un ladrón más de entre los gitanos que rodeaban París. Para ella era un ser extramundano que venía por sólo unos instantes a compartir con ella la dicha erótica para saber qué se sentía.
Teniendo a su ilustre invitado sentado en su cama, ella apartó los cabellos que rebeldemente osaban tapar su tez, y así pudo apreciar completamente las facciones varoniles de su rostro. Era un ángel de alas negras, un moreno, un oscuro camino hacia lo ininteligible y enrevesado, a todo lo que ella quería alcanzar. A pesar de los cielos no se abrirían para ella como para él, Psyche se dejaría la idea del paraíso para vivirla en sus sueños. Después de todo, ¿qué eran los sueños sino una doble vida? La diferencia era que para ella la realidad era la mentira y las ilusiones eran el suelo firme y fértil sobre el cual podía plantar sus pasos. Confiaba tanto en ello que no sabía dudar.
Acarició ella su rostro, pasando por su frente, sus ojos, sus pómulos, su boca, su mentón y finalmente su cuello. Ella se quedaría con su imagen y su tacto. Psyche sonreía y a la vez lloraba en su rostro. No había lágrimas ni risas, pero sí dos mitades de sentimientos casi contrarios. Estando solos, los sentimientos se potenciaban y las aventuras comenzaban. Los latidos podían desbocarse con el viento mientras las almas se encargaban de pecar.
Tan hermoso… —se maravillaba en sus pensamientos la joven con el deseo de tenerlo a él, a su serafín de ébano, ése que tan pronto sintiera el gusto de su anatomía por completo, regresaría a su cuna divina.
Ya quería beber de su cuerpo, ya que no podía saciar su sed de expresión con las palabras que se su pronunciaba boca nunca saldrían, pero no correría; ninguna prisa tenía por cesar ese viaje antes de que llegase a la atracción principal. Para cumplir con su cometido, comenzó a desabotonar la parte superior de las ropas del gitano, conformándose con los tres primeros botones para comprobar algo que secretamente anhelaba conocer. Con la sutileza y feminidad que la caracterizaban, Psyche acercó su cabeza al pecho medianamente descubierto de Melalo, y entonces sintió sus latidos. La joven sonrió asombrada. Si hubiera podido exhalar un suspiro de encanto, lo hubiera hecho.
Lo sabía… seres que ven con el corazón no pueden sino latir de la misma intensa forma —levantó su cabeza a la altura del rostro de Melalo, gustosa con su descubrimiento.
Ya no tenía Psyche muro que levantar que le impidiera brindarle al ángel lo que había ido a buscar a sus brazos. Él tenía su firmamento y ella no tenía nada más que lo que él pudiera darle. Por ende, ella no se reservaría nada más que lo que la naturaleza le había clausurado para expresar. Su piel se tornó viva cuando acabó de librar el cuerpo de Melalo de las ropas que habían cubierto su torso, besando efusivamente las regiones de su piel que habían quedado descubiertas, recorriendo un río desde el ombligo del domador hasta su bien desarrollado cuello. Ya habiendo viajado por esas zonas había aprendido que su aroma se concentraba más en las esquinas de sus hombros y en el centro de su esternón. Y todo eso había conseguido aprenderlo siendo como ella misma… silenciosa.
Adquirido aquello, la muchacha miró con profundidad a los oscuros ojos de su amante y acercó su boca titubeante a la del hombre frente a ella para sellar su trato con un ósculo que calentaría sus huesos, sus pieles, y todo lo demás. Cegaría por completo su racionalidad, porque había abierto una puerta hacia lo que no se ponía categorizar. No pediría sinceridad, ni que él le correspondiera de la misma forma en que ella lo recibiría, sino sólo que ambos sepultaran la verdad con un beso apasionado, y que mientras durara, ninguno osara decir nada que tuviera relación con la realidad.
La cortesana se olvidó de su ocupación, entrelazó sus dedos con los de Melalo, e impulsó su cuerpo hacia delante para caer junto a Melalo enredados sobre el lecho. Increíblemente, el gitano resultaba ser un ladrón incluso cuando no delinquía; había llegado al burdel a robarle a Psyche por una noche la noción de la sustantividad tan deteriorada que tenía, y ella, gustosa, dejaría que él se llevara lo que su corazón le ordenase llevar al edén. 


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Mensaje por Melalo Minué Dom Jun 16, 2013 1:15 am

El silencio de Psyche inducía a los demás sentidos a abrirse y dejar entrar todo lo que no se podía captar por las palabras. El conjuro que ella estaba invocando causaba efectos en Melalo de una manera no incontrolable, pero sí adictiva. Quería explorar la riqueza de sus continentes, agotar lo que pudieran brindarle, y ¿por qué no? Jugar a quedarse allí para siempre, aunque al día siguiente se desconocieran mutuamente para continuar con sus vidas supuestamente humanas.

Y él, sentado sobre la cama destinada a ser la morada de sus delirios, se ocupaba de examinar afanosamente los impactantes ojos de la cortesana, como si en ellos se escondiera el secreto de un idioma casi extinto. No estaba tan lejano de la realidad; la comunicación verbal nunca lograba transmitir lo verdaderamente importante. La pasión no vivía de palabras, sino de intenciones, expresiones, besos, caricias, y del impacto irrefrenable de las expectativas. Todas esas cosas eran calladas por la falta de poesía de la lengua. Psyche era el contrario a los asesinos del frenesí; iluminaba como luceros las miradas, eternizaba los despegues de la fruición y dejaba escurrir gota a gota los anhelos hasta que se rebalsaran de la espera. Aquel era un poder muy grande como para reposar en una sola persona, y se preguntaba Melalo si es que acaso ella sería consciente de aquello.

Eres más peligrosa de lo que aparentas, ¿verdad? No quisiera tenerte de enemiga ni de testigo —susurró. No estaba seguro de haber sido oído, porque tampoco estaba en sus prioridades.

El ladrón mostraba una sonrisa de medio filo con una superficial ironía ante lo que estaba presenciando; había acudido al burdel decidido a satisfacer sus necesidades carnales sin tener que pasar por la molestia de seducir a una mujer con sus mismos menesteres, pero no todo estaba en manos del bandido, como solía ocurrir. Resultaba que el que estaba siendo seducido era él. Una prenda más en el piso despojada por la meretriz equivalía a un cabo menos en los impulsos del varón. ¿Cómo alguien podría pretender apagar ese fuego, cuando ella lo avivaba con su sola respiración rozando la piel de su ángel? El primer beso de la noche de parte de la muda joven había determinado que aunque la llama se apagara al alcanzar la cúspide, no quedarían cenizas, sino brasas lo suficientemente incandescentes como para generar un incendio sin aviso ni permiso en cualquier momento.

Una sola pregunta quedaba en la mente de Melalo al momento del encuentro labial, la cual iría respondiéndose poco a poco.

¿Cómo llegó a parar aquí una lujuria sin voz?

Se fundieron en un ardiente ósculo, en donde sus lenguas se abrazaron con desesperación y sus manos se desplazaron por rincones escandalosos e impensables para el mundo que afuera del distrito los esperaba. Los brazos de Melalo se sujetaron a la cintura con más fuerza, ansioso por sentir la calidez y las curvas de ese cuerpo femenino, y entonces se deshizo de la ropa que cubría el torso de su musa, exhibiéndola a la luz como si de la misma luna se tratase. Estaba más que claro que Psyche le gustaba, porque hacía que su mundo terrenal se elevara al universo celestial en el cual la cortesana danzaba. Se desconectaba de todo, menos de lo infinitamente placentero.

Sólo se separaron un momento por falta de aire. Ese instante bastó para que ella apeteciera más con lo cual quedarse.

La chica iba a seguir con sus atenciones, pero él recuperó el control volviendo a capturar sus labios; ya tendrían tiempo para un lisonjeo no verbal. Varios segundos después, Psyche se separó de él con la cara completamente sonrojada y olvidando completamente quién hacía qué. Melalo la acomodó mejor en sus brazos y giró sobre ella hasta quedar arriba de su cuerpo; Psyche curveó sus cejas al sentir la sábanas del colchón contra de su espalda indicándole que estaba en desventaja, pero no protestó; no aceptaba la manera de tocar del gitano, sino que la interiorizaba. La joven muda estaba más concentrada en los besos y en la calidez que estaban dando forma entre sus piernas y en la compresión en su vientre que en detenerse a pensar. Se mordió el labio con fuerza cuando el bandido descendió hasta su cuello, permitiendo a sus labios enrojecer su piel con su contacto y succionar un lugar particularmente sensible de esa área.

Melalo sintió cómo la cortesana llevaba sus manos hasta el pelo del afamado ladrón, incitándolo a continuar con su asalto de piel, mientras éste trataba de abarcar lo más que podía con su boca; estaba atónito de lo que podía descubrir con ella. Apenas la había visto bajando por esa escalera, había intentado averiguar cómo sería tener a semejante moza desnuda bajo su cuerpo, y a pesar de que la vestimenta que usaba no dejaba mucho a la imaginación, sería un crimen comparar su imagen con el poder tocarla. Esa flor… su seda nacarada era tersa y negligentemente cautivante para su tacto; sus pechos, firmes y redondos cabían perfectamente en las manos de su captor y su boca lograba transformarse en la escultura perfecta de un gemido, sin hacerlo audible por mediante los oídos, pero sí por la vista. Estaba seguro el ladrón de que podría hacerse un fiel admirador de las expresiones suplicantes que ella despilfarraba por la habitación cuando delineaba y mordía la punta de sus montes.

Sí, me gusta eso que haces. Sigue —ella arqueaba su cuello hacia atrás como un reo dispuesto a aceptar la muerte como a una amante empedernida. Ver esa piel expuesta, a Melalo le producía placer. Sus labios fueron desde el mentón de Psyche hasta más debajo de su garganta, y ella no hacía más que lo que sentía querer hacer con su cuerpo. El gitano sonrió ante una teoría que le surgió— Tu manera de ser buena amante es no preocupándote de serlo, ¿o me equivoco? —mordió el hueco entre el hombro y el cuello de la chica, estremeciéndola— Si no me lo puedes decir, demuéstramelo.  

Alzó la vista para mirar aquellos ojos de madera que tanto lo perseguían, sintiendo cómo su falo se endurecía en un mayor nivel al notar el humedecido y acalorado rostro de la muchacha. El retrato de sus pechos subiendo y bajando en un ritmo inconstante, hacía que Melalo la deseara, y deseara completamente en un solo encuentro. Ya se había desecho de parte superior de la ropa de la joven, pero no contento con eso, hizo que desapareciera el resto de las telas. Nada se interpondría, y mucho menos lo harían esas prendas que nada les duraban a las cortesanas encima.

Se lamió el labio inferior. Así que… así de emocionante era el acertijo de una mujer de la cual ninguna palabra se podría extraer.


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Mensaje por Psyche Dom Jun 23, 2013 1:16 am


Subía y subía la fantasía, única posesión de Psyche. Robaría los acordes y melodías de los sonidos de Melalo y se elevaría un poco más alto con cada suspiro arrebatado derramado sobre el colchón. Era perfecto, aquel ángel era el perfecto mensajero de sus necesidades. A rojo vivo quedaría grabado en su piel su mensaje, aunque sólo ella pudiera verlo. ¿Por qué los demás tenían que entenderlo? A Psyche le tenía sin cuidado el no poder nunca contarle a nadie de todas esas cosas que mordían sus labios y pensamientos; veía a la gente hablarse, mas no escucharse, así que ¿por qué querría pasar ella por eso? No… callando aprendía a vivir un mundo de ilusiones, un mundo en donde no existían las semanas de siete días, porque de partida no existían los días, ni las horas, sino que solamente tenían lugar los momentos, esos que podían durar desde un respiro hasta toda una vida. Podía irse al día siguiente del mundo y no tendría remordimientos, porque tampoco contaba sus años.

El rumbo no estaba perdiendo la muda, pero estaba siendo guiada por su deidad, quien se había girado sobre ella, apresando sus manos y limitando su actuar. Con sus fogosos besos colmaba su presente, y no le agradecía que no le esclareciera el futuro, como tenía que ser.

Que no corra el tiempo, Dios mío, que no corra —rogaba Psyche mentalmente en medio del beso, el cual volvió algo más agresivo al sentir que la piel del querubín se le escurría por las manos.

Y llegó el instante impensable del saqueo de ese punto especial que reposaba tímidamente en el cuello de la cortesana, ese sitio que curiosamente reposaba junto a su lunar. Atrajo la cabeza del hombre hacia sí fehacientemente, porque quería decirle mil cosas, y quería decirlas a través de su cuerpo. Así como las hojas se retorcían ante el calor abrasador del fuego, Psyche curveaba su cuerpo ante los estímulos. Sus ojos cerrados sin voluntad, su boca entreabierta exhalando su cálido aliento, y sus manos queriendo encadenar a su amante y a la vez hacerlo llegar a la cumbre a la vez eran la prueba de que ella estaba viviendo su sueño otra vez, porque participaba como actriz de su obra, pero pesaba la escenografía en donde ésta tenía lugar. ¡Qué contexto ni que nada!

Como una estatua griega fue expuesta la desnudez de los pechos redondeados de Psyche ante el alado ser que ella pintaba a pinceladas en su cuadro mental. Sorprendentemente y fuera de toda expectativa, por unos breves segundos fue visible en los ojos de la joven la tristeza que se camuflaba tras su razonar soñador e irracional. Oh, si tan solo los motivos que la hacían sonreír fueran ciertos, tal vez no tendría que aislarse cada noche en su cuarto para idear un espejismo que le permitiera atender a los clientes, que lejos de ser ángeles como ella creía, eran hombres comunes y corrientes, y la mayor parte de ellos eran más bien parecidos a unos demonios que a bondadosos alados. Aquellos instantes no bastaron para derrumbar la luz celestial que estaba acumulando en su pecho, y volvió a sonreírle al gitano como si el tenerlo cerca la dignificara.

Se sentían mariposas sobrevolar por todos los rincones de su cuerpo a la vez que Melalo degustaba de sus pechos, adueñándose de ellos a través de su lengua, sus labios y sus movimientos. Como si el cuello de Psyche no fuera lo suficientemente largo, ella lo hacía hacia atrás; una mujer en flor en pleno otoño quería dar lo que era y lo que tenía, aunque no hubiera nada terrenal que pudiera ofrecer además de su cuerpo. Sus manos vacías se llenaban en la anatomía del domador de animales, aunque éste rompiera su estabilidad con cada frase que le dedicaba. Se estremecía ella y todo lo que la componía; ¿esconderse dónde?, ¿esconderse cuándo?

Necesito más de él —se dio cuenta en medio de su delirio— No puedo dejar que se vaya así. Es demasiado pronto. Quiero mostrarle más.

Decidió que lo mejor sería seguir el regalo que le dejaba ese estremecimiento, y armada del deseo que salía despedido de su cuerpo en oleadas calientes, la joven empujó al hombre hasta quedar sentada sobre él, sobre su prominente dureza oculta bajo el pantalón. Parpadeó Psyche de manera traviesa; había conseguido más de lo que había ansiado, y él no se quejaba, sino que al contrario; parecía entretenido, tanto que cruzó sus brazos tras su nuca y dio su primera orden a la sumisa muchacha no a través de su voz, sino a través de una intensa mirada hacia su coxis.

Su voz era ronca y profunda, sumamente sensual pero también sumamente déspota y arrogante. Aquella melodía no hizo falta para que Psyche mordiera su labio inferior mientras sonreía de lado y bajara pausadamente por el torso de Melalo dejando un rastro de besos en él. Las delgadas manos de la meretriz sujetaron casi con admiración ese caliente trozo de carne; necesitaba oírlo gimotear, puesto que ella no podía hacerlo. Se ganó el primer gemido de parte del mozo al pasar su lengua desde la punta hasta la base de su pene; los ojos ónix del ángel no reprimían el placer, y se curveaban desordenadamente como consecuencia. Metió la punta en su boca, degustando su sabor, y paladeó con su boca el contorno del falo, sintiendo el sabor salado que los fluidos pre-seminales de Melalo habían dejado en su camino al éxtasis.

La respiración del azabache se aceleraba, pero Psyche no detenía el paso ni ralentizaba el ritmo. Dejaría cada porción de su carne recorrida, succionando el glande del ángel apoyada por una de sus manos, y con la otra jugaba con los testículos del varón. Sí, así sabría que la boca de una mujer era mucho más que una oradora devota y una alimentaria incondicional. De todas las funciones que tenía dicho fantástico instrumento, hablar era la más estorbosa de todas.

Psyche, aun pendiente de elevar los sonidos de su amante del techo de la habitación, no dejaba de mirar a Melalo; sus gestos gustosos quería hacerlos permanecer en su retina, aunque él terminara por desaparecer de la habitación. Era su anhelo que le contara si le gustaba lo que estaba haciendo o qué fantasías le gustaría vivir antes de volver al cielo. Cualquier tarea que él le dictara sería una búsqueda caballeresca para ella. Adonde fuera, quería que se acordara de su encuentro, aunque sólo fuese de un pasaje de miles.


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Mensaje por Melalo Minué Lun Jul 01, 2013 1:28 am

¿A qué había ido Melalo al burdel? Buscando el núcleo central de todo, no lo encontraba; el placer constituía una densa niebla que le impedía ver más allá de la exquisita sensación que desde su miembro se esparcía a sus centros nerviosos, pero había cosas que no hacía falta investigar, porque eran una verdad indubitable. No hacía falta excavar a fondo para darse cuenta de que Psyche no era una cortesana como todas, pero a diferencia de lo que pudieran pensar muchos, era algo que iba más allá de la mera ausencia de voz. Psyche era un reina, sí, tal cual. Paradójicamente, el reino de Psyche era la comunicación. ¿Quién más que ella podía transmitir lo que pasaba por su cabeza tan exhaustivamente, y sólo con un gesto, un tacto o un movimiento? Ya Melalo sabía que estaba siendo más que un cliente para ella. No era como si ella quisiera amor de parte de él; eso no se sentía, sino que sólo se sabía, y el gitano sabía que no era así, pero se sentía importante para ella. Psyche no estaba cumpliendo con su trabajo, sino que más bien parecía un anhelo irrefrenable por satisfacerlo, por complacerlo. La vanidad no la movía a eso, como pasaba con muchas cortesanas que gozaban deleitando a sus clientes sólo para engrandecerse ellas. La muda se centraba en él, y generaba su placer en conjunto, en un enredo de cuerpos desesperados en delirio.

La lengua de la joven se sentía un tesoro colosal, tanto que los jardines de Versalles pasaban por un común y vulgar patio trasero. Estaba ahí, inclinando su control cada vez más hacia el clímax. Lo estaba sintiendo, venía fuerte para apoderarse de sus movimientos y llegar a un cielo distinto del que la morena pensaba. Reuniendo voluntad antes de correrse en la boca de la cortesana, apartó la boca de esta de su falo con su mano derecha, y la miró complacido. Sus pulmones podían llenarse de oxígeno para vaciarse casi inmediatamente, pero él no lograba colmarse de la musa de labios discretos. Le sonrió con complicidad mientras acariciaba el mentón de la chica; todo iba perfecto.

Buena chica. Sería una pena que todo terminara tan pronto, ¿cierto? —su pregunta no produjo eco— Sé que puedes darme más. Quiero verlo todo.

La imaginación del gitano creció en creatividad. La habitación era pequeña, pero no así el margen de sus posibilidades. Estaba constituida la estancia por una cama, un velador, una mesa, y un espejo enfrente de ésta para que la muchacha trabajara en su imagen. Melalo le daría otra función. Caminó con su cuerpo desnudo y caliente hacia el mueble de cuatro patas, y acarició la superficie como quien sobaba el lomo de un animal. De todos modos, no sería él el primero en usarla.

Ven aquí, Psyche —rió mientras hacía que el índice de una de sus manos llamara a la muchacha, atrayéndola a acudir a él.

Obedientemente, la joven se levantó de su lugar exhibiendo su anatomía desnuda a la luz, como una Venus pariendo su belleza a lo mundano. Su caminar parecía hipnotizado algo que iba más allá de una persona o un ente determinado; jugaba con las sensaciones y con el gozo, como si dichas experiencias fueran dioses y no señales en su cerebro. Apenas el gitano la vio suficientemente cerca, con hombría la atrajo hacia él desde su cintura, quedando ella entre las piernas del hombre. Era una posición peligrosa, tanto para sus cuerpos como para sus miradas.

Prometo que te gustará —aclaro él al comprobar con sus manos que los vellos de ella se habían erizado un poco al notar las manos de él descender y ascender por su vientre firmemente plano, dejándola en la incertidumbre y no sabiendo qué esperar de su amante.

Con esas manos grandes manos sujetas a cada lado de la estrecha cintura de la cortesana, la acercó con deseo más hacia sí, generando la cercanía suficiente para mordisquear y saborear esa piel. Comprobaba que su piel no solamente tenía el ligero tinte de canela, sino que también ese era su sabor. Ese cuerpo femenino contra el suyo le estaba comunicando todo lo que necesitaba saber, y resultaba ser mucho más estimulante, sin que nadie le dijera qué hacer, ni en dónde tocar. Era un bandido, pero también un explorador.

Psyche bajó sus parpados ante el gusto que le causaba aquello, relajado sus gruesos labios mientras contenía las propias ansias que llevaba quemándose por dentro para gozar de las atenciones del moreno. ¡Santo Cristo! ¡¿Por qué tenía que surgir una avalancha de deseos en un solo encuentro sexual? Nadie podía pensar bien, ni mucho menos en una jerarquía para cumplir esos apetitos carnales. La verdad era que ninguno de ellos podía explicarse por qué se deseaba el mundo cuando no podía cumplirse todo a la vez.

De un arrebatado respingón salió de sus siempre inmanentes pensamientos al sentir la lengua de Melalo delinear su ombligo, introduciendo su lengua intermitentemente, y jugando con todo lo que eso podía provocar. Dicha acción le provocó a la cortesana un cosquilleo significativo que la forzó sin tregua a arrugar su abdomen. Rió el cíngaro ante la dulce y casi ingenua respuesta de ella. Era cautivadora, encantadora, y muy excitante para él generar eso en ella.

Se separó de la silueta de la fémina y la miró directamente a esos ojos de leopardo, ordenándole con su característica voz perfilada y carismática que tomara asiento sobre la mesa que usualmente servía de asesor de imagen, como si fuera un altar de algo poco santo. Psyche siguió el camino del entusiasmo recorriendo cada poro de su piel, preparando su cuerpo, porque ya olía aquello a lo que se atendría luego de haberse sentado en ese lugar. El impaciente calé repitió por segunda vez la orden, arrancando nuevamente a la florecilla de su tierra lejana para acatar sus deseos. Añadió algo significativo antes de que ella terminara de apoyar sus piernas por completo sobre el mueble.

Quiero que te toques para mí. — pidió él mientras la observaba reaccionar incrédula a la exótica mujer por lo que había dicho. Por alguna razón desconocida para el bohemio, ella no mostraba estar indignada, sino ilusionada. ¿En serio le preocupaba que fuera verdad lo que le estaba pidiendo el joven, y no si le pagaría más por acceder a su petición?— Me oíste.


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Mensaje por Psyche Miér Jul 31, 2013 11:14 am


La mesa aguardaba. Psyche sabía lo que tenía que hacer. Desde el cuadro en que lo vio supo que él no sería alguien convencional. Sí que le había aguardado una grata sorpresa, aunque no había resultado ser tan extravagante como algunos otros visitantes que habían acudido a ella. Una sombra cruzó sus ojos, una que la disfrazaba de la femme fatale que su ángel requería, y con un movimiento de su larga melena que le tapó su ojo derecho, se hizo hacia atrás para subirse a la mesa. Si él quería un espectáculo, se lo daría.

Abrió las piernas y comenzó a acariciárselas mientras contemplaba a Melalo con cara lasciva, pero servicial. El deseo de disfrutar, pero a la vez mantenerse aparte que la consumía estaba desvaneciéndose bajo un torrente de pasión como que nublaba su vista y también sus pensamientos. Se estaba permitiendo disfrutar de sus propias caricias tanto como el gitano de seguirla con la mirada.

Sus manos reptaron sin demora hacia sus senos de doncella en cuerpo de meretriz, acariciándolos con ayuda de sus palmas. Bajo el camino que fue construyendo, apareció uno de sus pezones, y precisamente en él y en su hermano gemelo fue donde Psyche dedicó sus atenciones más evidentes, mientras no dejaba de mirar a su invitado de honor ni un solo segundo. No se daba ni cuenta que al mismo tiempo abría y cerraba sus piernas con irregularidad.

Ante sus propios estímulos su boca abrió, mas no respondió. Intentó decir algo, pero sus palabras no llegaron a salir. Nunca lo hacían. Sus ojos, sus labios, y el resto de su cuerpo hablaban por ella, pero no por eso no le surgía de repente el anhelo de poder enfatizar aquello. Se preguntaba qué diferencia haría.

Se irá de todas formas; es lo que tiene que pasar. ¿Por qué quiero que me recuerde? ¿me recordaría más si memorizara los gemidos que mi boca quiere expulsar? —y así llegaba un diluvio de preguntas a la cortesana en medio de aquella inusual sesión de placer.

Esto, lejos de hacer disminuir su rendimiento, hacía que incrementara. Con movimientos progresivamente más frenéticos introducía sus dedos dentro de su cuerpo y los volvía a sacar, frotándolos sobre su clítoris humedecido, y llevando a cabo de nuevo todo el procedimiento. Echando de menos el sonido imaginario de su voz, comenzó a jadear, siempre viendo directo al gitano cual arquero a su blanco, como gesto de sumisión y de complacimiento, puesto que todo lo que hacía era para él, y por él. Sin embargo, ello no quitaba que escarbando en esa capa superficial pudiera apreciarse el verdadero fin de Psyche.

Con un mudo jadeo se recostó contra la madera de la mesa. Podía sentir la familiar palpitación entre sus extremidades, percibir los labios de su intimidad inflamarse de sangre y calor, y la deleitosa sensación de su excitación rebalsarse de estos, su aroma personal tornándose vigoroso y significante. Psyche captaba así una metálica corazonada en la parte baja de su estómago, y sólo su propia mano deslizándose entre sus piernas, sus labios apretados y rodillas ligeramente separadas calmaba aquello, ya que el ángel de alas negras no había ordenado cosa diferente. Únicamente cuando empujaba tres de sus dedos dentro de esa desesperada y egoísta apertura de mujer impulsaba a su cuerpo.

Dentro de un rato, cuando el se fuera, su vida lo recordaría por completo, como ocurría con cada ángel especial que atravesaba su puerta. A pesar de todo, todavía pensaba en Eros, ese amante inexistente. Le llamaba y le rogaba que la perdonara y que viniera al burdel a por ella cuanto antes para llevársela lejos. El frenesí se apoderaría de ella cada vez que lo viera o pensara en él. No obstante, se volvería adicta al sexo con aquel ángel de alas negras que no era ni nada más ni nada menos que un gitano ladrón, aunque fuera sólo una noche lo que durara. Jamás se le ocurriría serle infiel con nadie que no fuera Eros, ni discutir cualquier capricho que él tomara. Sumisión y obediencia la harían actuar. Sus mayores deseos en su encuentro serían enseñarle el arte del deseo. Psyche entendía algo que ella misma se había impuesto: Que la única forma en la que podría ser feliz sería haciéndole feliz a sus ángeles, y así ser digna de Eros. Y se lo comenzó a repetir mentalmente en medio de caricias…

Cuando haga el amor, o practique cualquier clase de sexo, mi placer quedará supeditado al suyo. Jamás disfrutaré si él no lo hace, y cuanto mayor sea mi placer, mayor será el suyo. Ni aún brindándome yo misma oleadas de calor llegaré al orgasmo antes que él, a menos que él me lo pida, pero siempre para su propio goce. —era todo un decálogo de mandamientos que tenía para consigo misma. Era algo que iba incluso más allá de lo que demostraba— Desataré toda fantasía cuanto él me diga, incluso hacer el amor con otros hombres o mujeres, siempre que sea a petición suya. Disfrutaré de todos los juegos que él me proponga, e incluso indagaré e inventaré nuevas formas de darle placer. No importa que no pueda gemirle; haré todo lo demás.

Y en la pirámide de sus estrellas, estaba Eros, quien estaba incluso sobre sus ángeles, y por ende, por sobre Melalo. Eros era ese hombre que no existía, ese a quien añoraba como la única esperanza de su mundana vida. Alguien que no existía  se había convertido en el centro de su vida. Era toda su vida; su única razón para vivir. A medida que ahogaba en sus pensamientos, la intensidad de las caricias iba en aumento. Las muecas de su boca eran cada vez más exageradas y había mojado la mesa con sus jugos sexuales ante la mirada impaciente de Melalo. Podría haber estado toda la tarde masturbándose de aquella forma sin llegar al orgasmo, porque él se lo hubiera prohibido, pero su labor ya había sido realizada.

Y por encima de todo, por encima de sus ángeles y de su propia vida, estaba Eros. Su voluntad era primordial y sus ambiciones inapelables. Su vida era ese enamorado que nunca vendría, pero cuando lo hiciera, solo entonces dejaría de dedicarse a sus mensajeros del cielo para someterse, con más pasión si cabía, a sus deseos.

La cara de Psyche reflejaba un placer y una frustración extremos. Deseaba llegar a la cumbre del placer. ¡Necesitaba llegar!


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Mensaje por Melalo Minué Mar Sep 03, 2013 6:20 pm

Melalo no lamentaría jamás haber elegido a Psyche de todas las voluptuosas cortesanas del lugar, cincluso se sonreía de lo más que satisfecho que por el momento estaba con su decisión. Al verla acariciarse a sí misma, se daba cuenta de que la muchacha era una oda a la feminidad, por lo que tenerla a ella cerca era como saborear un poco de cada mujer sobre la faz de la tierra. El cuerpo del gitano se lo decía al tensarse sobre su asiento; su deseo estaba creciendo y le estaba pidiendo actuar. La necesidad de tomarla era tan grande como la que Psyche tenía por llegar al éxtasis. Las manos del domador de animales se aferraban a los lados de la silla para no interrumpir el ritual de la musa, pero estaba siendo insuficiente.

No bastó. El moreno se puso de pié de forma repentina y evidentemente endurecido por la excitación visual que ante sus ojos resplandecía. A pesar de su condición, no se permitiría llegar al orgasmo antes que ella; era parte de su orgullo como hombre. Fue por ello que tomó ambas manos de Psyche y las apartó de su actividad, impidiendo que se tocara. Melalo se lamió la boca de fogosidad. Le tocaba a él tomar las riendas del asunto.

Mírame, preciosa. No quites tus ojos de mí —le ordenó a Psyche, intensificando en sus ojos oscuros toda intención— Déjate llevar. —y así, el ladrón llevó dos de sus dedos al clítoris de la hetaira.

No hizo esperar la fricción que continuaría con el calor ascendiente de la mujer. Quería Melalo que la chica se corriera en su mano. Verla arquearse sobre su espalda exponiendo su cuello era un premio. La situación podía con Melalo, ella misma podía con él, y ni siquiera lo sabía. No sabía que él no podría negarse si lo miraba con esos ojos de imploración, si lo besaba, si lo tocaba… añadió un tercer dedo aumentando el ritmo y la presión, y ambos profundizamos su placer, al tiempo en que Melalo besó a la fémina para que su lengua encontrara la de ella y se acariciaran. No podía oírla gemir, pero sentí todo su cuerpo vibrar, haciendo que perdiera el auto-control. Sus dedos no podían quedarse quietos; necesitaba acariciarla, necesitaba sentirla contraerse en cada rincón. Veía que no era suficiente y que siempre requeriría más. Estaba codiciando demasiado.

Eso es, dame todo lo que tengas. Quiero ver tu cuerpo empapado —alentaba a la joven, notando en su mano cómo ella estaba a punto de llegar al cielo. Y de pronto… así fue.

Sin saber ni cómo ni cuándo, el cuerpo de Psyche llegó al éxtasis por primera vez esa noche, empapando su anatomía, haciéndola brillar de delirio en un beso compartido. Ella miraba hacia el cielo de manera inquietante, como si estuviera buscando algo. Fue allí cuando los labios del varón se apartaron de los de la cortesana para bajar por su barbilla, ante sus suspiros entrecortados. Bajó lentamente por su cuello, y ella llevó sus manos a su pelo, donde jugaba con él, mientras cerraba esos luceros que tenía por ojos y entreabría los labios, buscando aire. Melalo dejó una húmeda línea de besos hasta llegar a la clavícula de su amante; y luego de nuevo subió, hasta llegar al lóbulo de su oreja, que suavemente mordisqueó, provocando que ella dejara escapar esas muecas que al gitano habían encantado. ¿Por qué tenía que ser tan irresistiblemente dulce y tentadora?, ¿por qué sólo el hecho de tenerla cerca hacía que quisiera complacerla como si fuera una amante de toda la vida y no una cortesana? Tal vez era porque ella no lo trataba como a un gitano, sino como a un ángel, un verdadero mensajero del cielo. Todo eso hacía que el domador de animales se pusiera a pensar…

¿Puedes perder la cabeza tan solo una vez y perderla para siempre? ¿Pueden los sueños ser tan reales como para no distinguirlos? —acariciaba el hombre la mejilla de la hermosa Eva, preguntándose más acerca de su misteriosa manera de ser— Qué suerte tienes, Psyche.

Entonces la trataría como a una diosa.

No sin estar a punto de tropezarse varias veces en el trayecto, Melalo la cogió por la cintura, elevándola ligeramente, y la tumbó en la cama. Volvió a besarla con ahínco; no quería que se le escapara ni un solo grado de temperatura ni a él mismo ni a ella. Para ese momento sólo estaban ella, él y su deseo de tocarla. Sólo nosotros, sólo Psyche, sólo sus ojos suavemente cerrados, sólo su cuerpo... Recorrió cada provincia de la musa con sus manos, con sus labios; quería llegar a lo más profundo de ella. Lo cierto era que Melalo adoraba verla estremecerse de placer por él.

Lentamente las piernas de la joven rodearon su cintura; sabía el moreno lo que quería, y lo sabía porque él necesitaba lo mismo. No le hizo esperar. Suavemente entró en ella, gimiendo profundamente ante la sensación de calor y estrechez de estar dentro de ella. El contacto visual no se rompía, pero aquello no facilitaba la tarea de Melalo de descifrar a la cortesana muda. Tal vez era su mirada inocente, su personalidad frágil, la manera en que lo abrazaba mientras le hacía el amor, como temiendo el momento en que fuera a dejarla sola aún sabiendo de antemano que él, al igual que los demás que habían pasado por su cuarto, se iría.

El gitano procedió moviendo sus caderas hacia delante y hacia atrás, marcando sus manos en el cuerpo de la bella chica con cada estocada. Y todavía quedaba mucha noche…



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Mensaje por Psyche Mar Oct 01, 2013 7:58 pm

El latir del pobre corazón de Psyche retumbó salvaje contra su pecho cuando sintió los dedos calientes de Melalo adentrarse en su interior, haciendo correr la sangre furiosa por sus venas. La morena sentía un cosquilleo delicioso atravesar su vulva y luego sus pechos, presintiendo que estos se habían endurecido por la visión de aquel cuerpo desnudo tenso por complacer el de ella. El ángel estaba siendo generoso; con sus mágicos dedos buscaba que las provincias de la cortesana se rindieran y ardieran en el fuego más placentero que existía.

¡Dios, no sabía con qué fuerza de la naturaleza podía lograrse tamaña hazaña! Pero estaba ahí, haciendo sus caderas involuntariamente hacia delante, buscando aquello de lo cual no hallaba explicación. El cuerpo viril y sumamente atractivo del ángel de alas negras lograba provocar sensaciones que iban en aumento, siempre hacia arriba. La estaba acercando a un estado que para ella era superior al orgasmo: aquel en el que visualizaba a su Eros como si fuera él quien la estuviera acariciando. Todavía no llegaba allí, pero estaba cerca. Fijó la joven su mirada hacia el cielo, como si estuviera mirando a su amante inexistente, ese que había concebido en sus sueños más íntimos, y dejó ir el éxtasis en su cuerpo tiritón al mismo tiempo que se aferraba de los bordes de la mesa.

En ese instante, interrumpiendo sus espasmos e impidiendo bajar el nivel del placer, Melalo atrapó su boca. Unos hermosos ojos oscuros, una nariz respingada muy bien cincelada y unos labios finos formaron una sensual sonrisa en respuesta a su mutismo. Deslumbrada, ella le correspondió hiperventilada mientras jugaba con las hebras de su cabello y entrecerraba los ojos, sin realmente preocuparse si llegaba aire a sus pulmones o no. Saber que estaba deleitando a un ángel hacía que su cuerpo se doblegara e incendiara de adentro hacia fuera, alcanzando a consumir también su mente, la fuente de sus fantasías.

Después de unos cuantos y largos segundos de interacción ante las manos y la boca del gitano, se caló a su cuerpo cuando se sintió levantada por él para llegar en un vuelo nocturno al colchón. Desde allí hizo contacto con los orbes de Melalo, aquellos luceros de un extraordinario color carbón. Ellos lograron que se quedara hipnotizada, soñando sobre la espalda de su morocho amante un par de alas abanicando el aire perfumado de la habitación, seduciéndola en todos los niveles posibles, incluyendo el celestial.

Psyche lo besaba casi desesperada, porque con cada roce de lenguas oía más cerca los pasos de su ilusorio amor, su Eros llegando a visitarla. Fue en ese mismo momento en que el excitado hombre la cogió de la cintura para deslizar sobre su miembro duro y palpitante en el interior de la chica que Psyche viajó hacia su cielo. Ahí, en donde la figura de su Eros se hacía presente.

En un grito apagado por la mudez, sintió al alado ser penetrar su anatomía y elevar su energía sexual. La había estimulado bien y estaba cosechando los frutos. La manceba albergaba en su rostro la expresión de la dicha en respuesta a su invitado de honor llenándola por dentro, acercándola al rostro de su amado hasta verlo frente a ella en una ilusión. Todo esto ocurría con la joven manteniendo sus ojos cerrados para concentrarse en la imagen de su máxima deidad y sus piernas encadenándose a la cintura de Melalo para profundizas las embestidas. Era emocionante. No había dimensión ni estímulo que quedara inexplorado.

Psyche ―Sentía como la llamaban. Era una voz ronca y muy cercana a su oído, ¡oh, cómo amaba ese patrón de sonidos! Su respiración se volvía más elaborada a medida que Melalo la penetraba y el volumen de la voz se incrementaba― Psyche…

Volvió a llamarla esa voz. Esta vez, el aliento cálido de esa persona chocó contra la piel tersa de su cuello. Un suspiro escapó de sus labios rosas. Ante tal reacción, percibió a la misma presencia que sentía tan cerca reírse gustosa entre dientes. Psyche abrió sus ojos esperanzada, volviéndose sus mejillas de un fuerte color rojizo. Parpadeó varias veces aún inmersa en las oleadas de placer que le propinaba Melalo. ¿Estaba volviéndolo a ver? Enfocó su mirada y atrapó con ella la figura de su perfecto e inexistente amador. Por él, solamente por él vivía cada día. Por él abrazaría al infierno. Por él volvía a cada ángel que ingresaba a su habitación el real soberano, aunque fuera del burdel volviera a ser esclavo.

Tú… oh, mi cielo, eres tú ―llamó mentalmente la cortesana al imaginario hombre de rostro indefinido, viéndolo acercarse para contemplarla a ella satisfaciendo a su mensajero del cielo.

Visualizaba a su Eros de pié, a escasos centímetros de ellos. Podía ser que sólo fuera fruto de su imaginación, de sus ilusiones frustradas, pero para ella era real; sentía su aliento embriagador, ese olor a sándalo que emanaba de su cuerpo y lograba aturdirla. Cómo odiaba echar de menos aquello. ¡Cómo lo amaba a él!

¿Querías verme otra vez, Psyche? ―preguntó la silueta de voz ronca― Entonces hazme saber que me necesitas.

Aquello fue suficiente para que la muda arqueara sus cejas de placer ante la estimulante visión, se aferrara con deseo a la espalda de su amante, y le pidiera más enterrando sus uñas como si quisiera desprender de su piel todo el calor que tenía aún oculto. Sólo así estaría más cerca de que Eros finalmente la hiciera suya. Sólo así su existencia tendría sentido; en los brazos de un ángel.


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Mensaje por Melalo Minué Mar Feb 18, 2014 3:47 pm

Las manos de Melalo se apoderaron de las caderas de la cortesana con tal fuerza que hasta él se asustó. Su férreo control se estaba desvaneciendo con cada movimiento de su cuerpo, con cada gemido que le producía a su amante. Él deseaba poseerla guiado por el instinto primitivo de una bestia salvaje, pero se aferró a la última línea de control que le quedaba. Entonces, lentamente, la colocó encima de él en una perfecta subida. Así, con ella trepaba a la cintura de él y rodeándole bien con las piernas coronarían la noche. El gitano sentía que ella estaba lista para un contacto más directo que la llevara a arquear esa espalda que tanto le había gustado, y la urgencia de su miembro era suficiente para hacerlo olvidar de sus promesas susurradas y hundirse profundamente dentro de ella.

El sabor del rocío de la pasión femenina permanecía humeante en los labios de Psyche cuando Melalo volvió a acaparar su boca.

Me temo que moriré si no te tomo de esta manera —él gimió. Psyche tembló, pues su voz era salvaje.

Se quedó hipnotizando esos ojos de nocheros mientras su pulsante virilidad se deslizaba en la entrada de su sexo. Él entró lentamente, como prolongándolo todo. Que ella no viera en la línea apretada de sus labios que le estaba llevando su autocontrol enterrarse completamente dentro de ella, pues la mirada de la muda tenía una ternura que lo sorprendía y amenazaba con subyugarlo.

Como Melalo sospechaba, el cuerpo de ella lo recibió apretándose firmemente para aceptarlo. Él gimió levantando la cabeza como un lobo que estaba por aullar. El gitano entró más completamente de lo que Psyche tal vez habría creído posible. Inundándola de calor, la penetró hasta que ella gritó con sus gestos, pero ahogó el ese sonido mudo con la pasión de sus besos. Le encantaba esa musa de garganta encerrada, y se lo recalcaba diciéndole al oído lo tibia y apretada que estaba. Y luego la impulsó a ella a moverse sobre él. Melalo pensó que si hubiera sido un demonio como lo tildaba su nombre, ella no podría sobrevivir a sus envestidas, pero vio en el rostro de ella que el dolor retrocedió y el placer tomó su lugar. De esa manera el bohemio se sumergía y se movía lentamente en su cuerpo. Una serie de impulsos eléctricos crecieron en su cuerpo hasta que se hicieron insoportables e hizo que ella levantara las piernas para cruzarla alrededor de su masculina cintura para responder al llamado de hambre salvaje. Jadeó, gimió, examinando con deleite el rocío humedecido de los labios de la meretriz. Las envestidas del domador se hacían más duras, más profundas. El éxtasis que hizo que su conciencia quedara olvidada, la llevó a aferrarse a los músculos de las caderas femeninas.

Tu fuego me consume. Tan potente, tan etéreo —Los gestos de Psyche era como un azote para Melalo, empujándolo a estallar dentro de ella.

Él retrocedió, lentamente, tortuosamente, casi se retiró completamente, y luego la llenó nuevamente. Le encantaba verla retorcerse lánguidamente. Y así comenzó su vaivén de entrada y salida, sonriendo maliciosamente ante la respuesta de la ninfa al sentirse completada con su miembro. Disfrutando cada espasmo, así estaban. La sentía arquearse y por respuesta el gitano cerraba sus ojos, sumergiéndose con más fuerza, volviéndose loco por los movimientos sensuales del cuerpo de Psyche bajo el suyo. Capturó sus muñecas y las sujetó encima de la cabeza de  la chica. Estaba sonriendo. Había un encanto único en tomar las flores más inusuales.

El cliente disfrazado de ángel rozó sus labios ligeramente, tomando una respiración profunda.

Mi derrota llegará pronto, Psyche —Él susurró. Melalo lanzó su cabeza hacia atrás y un gemido profundo cortó el aire. Sintió su líquido derramarse dentro de ella. Los espasmos convulsionaron su cuerpo, estallando en una lluvia de colores. Sus uñas se clavaron en la espalda de su presa, mientras oleadas de placer los devoraban a ambos.

El peso de Melalo cayó sobre ella, creando una sensación deliciosa, mientras él besaba su cuello.

Me sorprendes, linda. Te has ganado un premio —Él levantó su cabeza y la miró a los ojos con una pasión demorada. Le gustaba darle obsequios a muchachas lindas, así que apenas recobró el aliento depositó un brazalete de rubíes en la mesita cercana— Sí, te lo has ganado. —La pasión oscureció sus ojos— Pero este es sólo el primer asalto. Quisiera probarte en todas tus batallas. Así que… podría pasar a verte otra vez.


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Mensaje por Psyche Dom Feb 23, 2014 7:50 pm

Los ojos de Psyche se agigantaron con el cambio de posición. Veía a Eros sonreír; lo hacía cada vez que un ángel la tomaba de esa manera, desafiando sus límites.

¿Es tal su fuerza que pareciera de la tierra quererme arrancar? —se preguntaba mientras sus piernas eran atadas tras la espalda de Melalo.

Al mismo tiempo que ella se autointerrogaba, sentía al moreno endurecerse dentro suyo preparando un ataque más frontal. Sintió el salvajismo con el que su divino visitante la tomaba, con la pasión completamente suelta. Las envestidas de su cuerpo eran como puñaladas mientras sus manos vagaban acariciando sus pechos, sus muslos, y levantando sus caderas mas alto. El ángel negro la tomó por sus nalgas, amasándolas con sus dedos, empujándola una y otra vez para que se encontrara directamente con su miembro. La dama del placer acariciaba el cuello de su amante, lamía sus labios buscando humedad y lo mordía.

El dios que imaginaba la miraba de cerca y le sonreía cómplice. La cortesana no conseguía ver su rostro con nitidez, pero sabía que hacia ella se dirigían sus ojos siempre.

Yacerás conmigo y aprenderás todo lo que te enseñe, ¿verdad, alma mía? —Un gruñido salió de su garganta después de que escuchó a su amante inexistente hablar y eso hizo que Psyche arqueara su espalda aún moviéndose hacia arriba y hacia abajo sobre las caderas de Melalo.

¡Oh, adoración mía! Todo lo de lo que me hagas merecedora.

Podía darse cuenta de que el querubín la tomaba con un aire especial, aunque no podía descifrarlo con esa tozuda mente que le impedía ver que aquel morocho no era un ángel, sino un cliente. Melalo se acostaba con ella como tomaba todas las cosas, con una energía que daba explicación a sus ocupaciones: el ladrón y el domador. La mujer se sintió saborear como asimilando que sería la última vez que la tomaría , disfrutando su cuerpo del mismo modo que gozaba perfumar su cuerpo antes de cada encuentro, pero nunca con la misma intensidad con la que se extasiaba con sus fantasías. Y al final él salió victorioso, pero la derrota de Psyche fue dulce. Lo escuchó susurrar adulaciones del placer por venir. Ella lo recibió, mirando hacia el cielo, buscando la aceptación del paraíso soñado.

Agachó su rostro nuevamente y lo miró. La imagen de él con su cabeza lanzada hacia atrás en un estado de éxtasis lánguido le hizo temer su olvido; tal vez un placer tan grande no dejaba espacio a la memoria para que recordase.

Psyche se quedó estupefacta cuando vio al hombre depositar tan preciado tesoro en su buró. ¿Le dejaría un recuerdo terrenal para recordar una experiencia celestial? Eso dolía, porque se podría tener entre las manos el obsequio, pero nunca más a quien lo había dejado. ¿Por qué no podía dejarla con sus memorias y ya, si con ellas revivía el cielo entero?

Eros , estoy asustada. —dijo mentalmente la meretriz. Él se arrodilló al lado de ella y acarició su cabello.

No te lastimará —la consoló el fruto de sus ilusiones.

Pero… ¿cómo alcanzarte, si cada ángel que llega se tiene que ir y me hace recordar su partida? —Ella murmuró. Él sonrió ante su inocencia .

Querida niña, no olvides que vendré por ti —él susurró , besándola.— Hasta entonces, yo haré que cada día que pase lo haga suavemente. Haré que el tiempo duela menos, Psyche.

Así, el sol se levantó encima del horizonte, como presintiendo el campo de batalla recientemente abandonado por el gitano y la cortesana. Él no la observaría hasta quedarse dormida; eso no formaba parte del ritual de una cortesana. Ser una prostituta implicaba al final de la velaba sonreír con simpatía y dejar un hilo coqueto para que el cliente sintiera la necesidad de regresar pronto, pero eso tampoco correspondía a la esencia de la muda. Ella siguió su propio código una vez más; vio salir al ángel de alas negras de su cuarto, escuchó cerrarse la puerta, y dejó que un par de lágrimas se le escaparan de los ojos para perderse en el colchón donde anteriormente dos cuerpos los habían hecho.

Fin


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