Érase una vez una cortesana que se rehusaba a olvidar {Psyche's Flashback}

   Esa noche, con catorce años recién cumplidos, Psyche tenía trabajo con el ángel ciego. De vez en cuando la llamaba. Estaba casado, y no siempre había vivido así, con la luz desterrada de su mirada. Un accidente en su caballo había suscitado tal desgracia; se había caído del mismo una tarde en que iba atrasado a tomar el tren y el equino asustado le había pisado la cara, clavándole los cristales de sus gafas en sus globos oculares. Una cortesana común no debía recordar a sus clientes, pero Psyche era distinta; las demás prostitutas vivían cada noche con intenciones de olvidarla y retomar eso que llamaban vida al día siguiente, pero la muda, en cambio, vivía de las noches que ella misma creaba en su mente, en las cuales ni siquiera cabía pensar que era prácticamente una esclava del placer.

Ella recordaba a ese alado ser no precisamente por su ceguera, sino por la cantidad de dinero que invertía en ella teniendo a otras que costaban menos, incluso más experimentadas y curvilíneas que ella, que apenas llevaba un par de años ejerciendo el comercio sexual. Se le hacía raro, porque ya no pudiendo ver ¿qué más le debía dar una mujer de treinta francos o una de dos? ¿Cuánto debía importarle que fuera tentadora o repelente, gorda o delgada? La joven apátrida siempre había supuesto que en la ceguera la belleza se construía con los sentidos que quedaban, y que al liberarse de la tiranía de la imagen, la posibilidad de resultar fascinante se multiplicaba: bastaba una voz aterciopelada, un cuerpo níveo y suave al tacto, y un aroma floral para resultar tan atractiva como la misma Afrodita. No estaba la vista por ahí para bajar puntos y rebajar la potencia del embrujo de una persona, tan sólo porque su nariz midiera medio centímetro más de la cuenta, o porque el color de los ojos resultara demasiado vulgar para ciertos estereotipos de belleza. Debía dar igual que los pechos tuvieran un poco más de caída o que las aureolas fueran descomunales y oscuras. Incluso, si el labio no era lo suficientemente carnoso o si ligeras desviaciones milimétricas hacían que un rostro dejara de ser armónico y bello, aquello no debía ser tema para llenar el lecho. Al final las personas que aún podían ver se condenaban a una cantidad tan grande de restricciones a la hora de buscar el placer de la experimentación de la hermosura, que parecía preferible ser ciego para el sexo y así aumentar al doble las sensaciones. Parecía increíble pensar que existiera en el mundo toda una baraja de personas no agradables a la vista que pudieran hacerse mil veces más atrayentes sólo por virtud de esos atributos más profundos e íntimos que los ojos despreciaban en la distancia y la inmediatez con la que recogían sus datos.

Pues bien, todo eso que pensaba la manceba muda de la ceguera era falso en el caso de su cliente no vidente. Curiosamente él seguía prefiriendo a las chicas que los que podían ver calificarían como guapas, o más bien "cuyo precio valía la pena ganar". Su cliente le decía que había algo inteligible, algo que podía intuirse sin la participación de los sentidos para captar la belleza global de una mujer. Él lo notaba, sabía cuándo estaba con una mujer guapa y cuándo estaba con una fea. Se suponía que quienes podían ver, veían, y quienes podían hablar, hablaban. Aquello hizo que Psyche dudara de esa creencia; veía llegar al burdel a diferentes personalidades cada noche con ojos sanos que no lograban hallar a la más celestial de las cortesanas ni con la mitad de destreza que el ángel ciego. Ella misma había sentido morir sus cuerdas vocales, haciéndolas inservibles, pero su cuerpo hablaba de una manera que llegaba incluso a opacar a la voz, esa que la mayoría de las veces expulsaba palabras, pero no así significados.

Psyche no se diferenciaba mucho de ese cliente; ciego era el que no podía ver, y ella teniendo ojos no lo hacía; veía lo que quería visualizar, lo que su mente inventaba, lo que su corazón añoraba. Debía ser por eso que siempre se acordaba del ángel de ojos malogrados, de ese que con los ojos del alma identificaba a la ninfa divina entre todas las bellezas terrenales.

   ¿Cómo inició en ese negocio? Era una niña recientemente florecida cuando hizo su debut. Y la primera vez fue increíblemente sencila, probablemente porque pensó que se trataba de un juego con un nuevo amigo. Fue extraño, porque no se dio como cuando lo haces con alguien, sino con algo, como si la antigua Psyche quedara en una piel mudada; todo era frío y caliente.

Desde pequeña vio cómo las jóvenes y los poderosos acompañaban sus caricias con jugarretas. Al principio no las entendía, pero después de su primera vez supo que tenía que cobrar por hacerlo, que era a eso a lo que se dedicaría, aunque nunca vio un solo franco. Por ser muda era considerada incapaz, así que eran los otros los que decidían por ella.

Nadie le advirtió de los riesgos. Los peligros eran inmensos, desde ser contagiada de alguna enfermedad mortal, hasta ser víctima de diversas perversiones sexuales. La agresión física era el factor principal, pero los agresores eran los favoritos de la muda. Ellos y los tímidos, porque finalmente eran el mismo tipo de hombre: aquel eternamente triste, vetado de su amor propio. Pobres ángeles desorientados. Psyche se sentía dichosa de ser ella quien los volviese a encaminar al etéreo.

La cama se volvía es una parte más de su cuerpo y se dejaba ir en ella con tanta naturalidad que las alas de los querubines aleteaban con entusiasmo y querían poseer en ese instante. Luego le llovían las propuestas, las invitaciones diversas, el cuartito oscuro, los olores, los placeres inmediatos. Y la trampa que le enseñaron las otras meretrices fue: cuando alguien no te gusta te mueves tan rápido que logras una eyaculación en tiempo record. Pero Psyche nunca la usó; lo consideraba un insulto. Esos clientes le daban el don de la experiencia, único medio para prepararse para el momento en que Eros la hiciera suya. No podía. Simplemente no.

Después de todo, siempre volvía el momento en que regresaba su sueño de tener a su deidad. Quizás, pensaba, algún día su necesidad dejara de ser alimentarse y dormir, y pudiese dedicarse solamente a soñar. Pues para ella no hay cosa más fundamental que solamente amar.