AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Erase una vez un caníbal [Privado]
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Erase una vez un caníbal [Privado]
Cuando estaba en contacto con la sangre el cuerpo me temblaba, estaba consciente de que su olor a amoniaco despertaba mis bajos instintos, esos de los cuales en mi propia oscuridad estaba completamente orgullosa. Su piel delicada como la porcelana revelaba su corta edad casi quince años, la juventud plena se podía tocar con los dedos pero sus ojos esmeraldas reflejaban el terror de la escena. La adrenalina de mi primer asesinato la sentía al roce de piel, mis poros atrapaban los olores de la carne cortada y su líquido vital, podía incluso sentir cuando y en qué momento el alma se desprendía de su cuerpo, cuando los abandona, cuando mi momento cumbre estaba por llegar. En el proceso del recuerdo una estela de viento congelado se impregno en mi nariz y enseguida mi boca soltaba el velo de ese complemento que se formaba a la mezcla de mi aliento caliente, frente a mí, las calles repletas de tiendas y personas despertaban una vez más mi rabia por la sociedad ¿es que acaso no podía haber algo más repugnante que vivir del materialismo? Estaba peleada con las mejillas rosadas y los labios carmesí, las indumentarias extravagantes y los besos sobre dorsos de hombres que ni siquiera conocían -Cuan absurdos podían llegar a ser los seres humanos cuando se trataba de enganchar al mejor postor-
En cambio, la muerte era lo único que no nos engañaba, si de algo estábamos seguros cuando nacíamos y llegábamos a éste mundo era que la muerte nos esperaba al final de nuestro pasaje, todo el tiempo, aguardaba paciente para ir a nuestro encuentro y en el mejor momento cobrarnos lo que habíamos hecho en vida, y en sus diferentes faceta lucia hermosa. Inexplicablemente mis cabellos rollizos se desprendían por el incomodo ventarrón parisino, el vestido se ceñía a mi cuerpo desde el torso a mi cintura que caía en línea “A” y lo más curioso de éste era la connotación de los colores oscuros grises y azules que le daban un tono insípido a mi rostro pálido. El camino abrazó a mis pasos guiándolos entre las murallas, sus restaurantes más lujosos, hermosas tiendas que desbordaban el prestigio en sus prendas y les rodeaban como buitres hambrientos todas esas cabezas fáciles de cortar con cualquier guillotina, sonreí ante la idea, los iris de mis ojos se alumbraron y fue entonces que el impulso por asesinar se hizo más latente en mis venas, en mis anhelos.
“Y yo pensaba que me habías abandonado” murmuré desprendiendo mis manos hasta el estomago el cual rodee en un impulso para detener mis ansias, estaba desesperaba por probar la carne de una extranjera u extranjero “La última vez que estuvimos juntas tu no querías verme Schmetterling, tú me dejaste ir en aquel bosque ¿lo recuerdas? ¿Recuerdas tus palabras?” respondió la voz en mi interior. Conocía la conciencia que me atormentaba, tenía una voz que me repetía incansablemente mis pecados y cuando menos lo esperaba aparecía para recordarlo una y otra y otra vez. Mis ojos se inyectaron por el pánico, mis músculos se tensaron con la bulla de su risa, era inhumana -irónicamente como yo-. Busqué refugio entre los arboles del primer jardín que se mecía en mis ojos dejándome caer de rodillas exhausta como reacción a mi fatiga, el aire me faltaba. Por otro lado, el vestido deshecho por el color natural del césped y la tierra me envolvieron entre sí, la apariencia que ahora daba era distinta; era pues, una nómada, una errante en búsqueda del camino que buscaba de forma efímera, me asía a la salida falsa como eran los homicidios; sus carnes eran el pan que me alimentaba, el vino, el sabor que le daba la sangre a mis papilas gustativas ¡Eran deliciosos! ¡Jamás empalizaría con alguno! Eran objetos ¿Acaso tendría algún perdón de lo que sea que fuese un “Dios”?
Fue ahí que su voz me alejó de los fantasmas…
En cambio, la muerte era lo único que no nos engañaba, si de algo estábamos seguros cuando nacíamos y llegábamos a éste mundo era que la muerte nos esperaba al final de nuestro pasaje, todo el tiempo, aguardaba paciente para ir a nuestro encuentro y en el mejor momento cobrarnos lo que habíamos hecho en vida, y en sus diferentes faceta lucia hermosa. Inexplicablemente mis cabellos rollizos se desprendían por el incomodo ventarrón parisino, el vestido se ceñía a mi cuerpo desde el torso a mi cintura que caía en línea “A” y lo más curioso de éste era la connotación de los colores oscuros grises y azules que le daban un tono insípido a mi rostro pálido. El camino abrazó a mis pasos guiándolos entre las murallas, sus restaurantes más lujosos, hermosas tiendas que desbordaban el prestigio en sus prendas y les rodeaban como buitres hambrientos todas esas cabezas fáciles de cortar con cualquier guillotina, sonreí ante la idea, los iris de mis ojos se alumbraron y fue entonces que el impulso por asesinar se hizo más latente en mis venas, en mis anhelos.
“Y yo pensaba que me habías abandonado” murmuré desprendiendo mis manos hasta el estomago el cual rodee en un impulso para detener mis ansias, estaba desesperaba por probar la carne de una extranjera u extranjero “La última vez que estuvimos juntas tu no querías verme Schmetterling, tú me dejaste ir en aquel bosque ¿lo recuerdas? ¿Recuerdas tus palabras?” respondió la voz en mi interior. Conocía la conciencia que me atormentaba, tenía una voz que me repetía incansablemente mis pecados y cuando menos lo esperaba aparecía para recordarlo una y otra y otra vez. Mis ojos se inyectaron por el pánico, mis músculos se tensaron con la bulla de su risa, era inhumana -irónicamente como yo-. Busqué refugio entre los arboles del primer jardín que se mecía en mis ojos dejándome caer de rodillas exhausta como reacción a mi fatiga, el aire me faltaba. Por otro lado, el vestido deshecho por el color natural del césped y la tierra me envolvieron entre sí, la apariencia que ahora daba era distinta; era pues, una nómada, una errante en búsqueda del camino que buscaba de forma efímera, me asía a la salida falsa como eran los homicidios; sus carnes eran el pan que me alimentaba, el vino, el sabor que le daba la sangre a mis papilas gustativas ¡Eran deliciosos! ¡Jamás empalizaría con alguno! Eran objetos ¿Acaso tendría algún perdón de lo que sea que fuese un “Dios”?
Fue ahí que su voz me alejó de los fantasmas…
Última edición por Schmetterling Verner el Miér Mar 26, 2014 6:40 pm, editado 1 vez
Schmetterling Verner- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 31/08/2013
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Re: Erase una vez un caníbal [Privado]
El joven vampiro creía que al haber burlado a la muerte la había hecho su puta. Así de grandes y absurdas y bombásticas eran muchas de sus filosofías. Incluso antes de recibir el dulce y mortal beso de la eternidad. Y aunque sonaran demasiado grandes y demasiado absurdas y demasiado bombásticas esas ideas, de algún modo, se alineaban y tenían cierta coherencia dentro de los modos de Edvin. Bastaba con verlo, con mirada áspera y vehemente y porte altivo como el del rey del infierno.
Ahí iba. Caminando por las calles parisinas cubiertas por el manto nocturno que era su puerta al exterior. Su única puerta. Pero no se quejaba. La hora nocturna resultaba encantadora para el estonio. Su paso era resuelto. Ambos pies y luego el bastón coordinados como si así hubiera sido desde el principio de los tiempos. Pero esa costumbre del bastón no la adquirió sino hasta después de su transformación, incluso, hasta después de haber asesinado a Marius Ionescu, su protector.
Como cada velada, el joven barón se confundía con los mortales sólo para alimentarse, porque era raro, casi imposible, que encontrara a alguno interesante. Otra costumbre que arrastraba de su tiempo como mortal. De algún modo parecía que Edvin había nacido para ser vampiro, pues lo era incluso antes de ser convertido. Tenía un marcado desdén por el mundo y una sed de conocimiento insaciable. Parecía que el único destino correcto era ese: lo incorrecto.
Estuvo un rato andando sin rumbo. Observando. Era un voyerista social. Un espectador fantasmal que se deslizaba por el tejido que las personas urdían unas con otras. Ahí, siempre ahí, pero raramente siendo parte. No le interesaba. Esa era una aplastante verdad en una vida construida a base de embustes.
Miró entre la multitud a una joven, de unos 17, tal vez 18 años. Parecía provenir de la clase trabajadora, estaba esmeradamente vestida pero la tela de su vestido no era igual de fina a la del resto de las damas de sociedad. Su cabello negro brillaba como obsidiana reflejando la pálida luz de la luna. Pálida como la piel marmórea del vampiro. Sonrió satisfecho de su hallazgo. Serviría para entretenerse esa noche, que era lo único que buscaba. Pero antes de poder hacer su siguiente movimiento —acercarse— notó algo claramente más interesante. Por el rabillo del ojo observó a otra mujer, rubia ésta y olvidó a la morena de inmediato. ¿Por qué si la primera chica lucía como una víctima más fácil? Por eso precisamente.
Pareció ser el único al tanto de la repentina batalla interna que la chica libró. Entornó la mirada y la siguió y cuando ella se fue, Edvin salió tras ella pero no se hizo presente de inmediato. Se ocultó en la sombra aguardando. Aunque no por demasiado tiempo.
—¿Algún problema, señorita? —finalmente salió de su escondite. Su voz umbría fue como el aleteo tenue de un cuervo en medio de la tormenta. Apenas perceptible pero capaz de cambiarlo todo—. Yo podría ayudarle —la cortesía era algo que el vampiro tenía aprendido desde la cuna, y que a lo largo de su senda de sangre le había servido como arma. Como una puntada más a las costuras de su disfraz.
Poco a poco se fue acercando como bestia al acecho. Pero no, lo supo, esto era diferente. Ella era diferente. Y eso lo hacía más interesante. Y que Edvin considerara a alguien interesante ya era decir bastante. Ahora quedaba descubrir si era una percepción errada suya o una gloriosa verdad. Por supuesto, las cosas que llamaban su atención solía ser las más terribles. ¿y esta chica, delgada y bella, qué podía tener de terrible?
Muéstrame tu oscuridad, niña. Que ésta no es más que el miedo a los fantasmas vivos.
Ahí iba. Caminando por las calles parisinas cubiertas por el manto nocturno que era su puerta al exterior. Su única puerta. Pero no se quejaba. La hora nocturna resultaba encantadora para el estonio. Su paso era resuelto. Ambos pies y luego el bastón coordinados como si así hubiera sido desde el principio de los tiempos. Pero esa costumbre del bastón no la adquirió sino hasta después de su transformación, incluso, hasta después de haber asesinado a Marius Ionescu, su protector.
Como cada velada, el joven barón se confundía con los mortales sólo para alimentarse, porque era raro, casi imposible, que encontrara a alguno interesante. Otra costumbre que arrastraba de su tiempo como mortal. De algún modo parecía que Edvin había nacido para ser vampiro, pues lo era incluso antes de ser convertido. Tenía un marcado desdén por el mundo y una sed de conocimiento insaciable. Parecía que el único destino correcto era ese: lo incorrecto.
Estuvo un rato andando sin rumbo. Observando. Era un voyerista social. Un espectador fantasmal que se deslizaba por el tejido que las personas urdían unas con otras. Ahí, siempre ahí, pero raramente siendo parte. No le interesaba. Esa era una aplastante verdad en una vida construida a base de embustes.
Miró entre la multitud a una joven, de unos 17, tal vez 18 años. Parecía provenir de la clase trabajadora, estaba esmeradamente vestida pero la tela de su vestido no era igual de fina a la del resto de las damas de sociedad. Su cabello negro brillaba como obsidiana reflejando la pálida luz de la luna. Pálida como la piel marmórea del vampiro. Sonrió satisfecho de su hallazgo. Serviría para entretenerse esa noche, que era lo único que buscaba. Pero antes de poder hacer su siguiente movimiento —acercarse— notó algo claramente más interesante. Por el rabillo del ojo observó a otra mujer, rubia ésta y olvidó a la morena de inmediato. ¿Por qué si la primera chica lucía como una víctima más fácil? Por eso precisamente.
Pareció ser el único al tanto de la repentina batalla interna que la chica libró. Entornó la mirada y la siguió y cuando ella se fue, Edvin salió tras ella pero no se hizo presente de inmediato. Se ocultó en la sombra aguardando. Aunque no por demasiado tiempo.
—¿Algún problema, señorita? —finalmente salió de su escondite. Su voz umbría fue como el aleteo tenue de un cuervo en medio de la tormenta. Apenas perceptible pero capaz de cambiarlo todo—. Yo podría ayudarle —la cortesía era algo que el vampiro tenía aprendido desde la cuna, y que a lo largo de su senda de sangre le había servido como arma. Como una puntada más a las costuras de su disfraz.
Poco a poco se fue acercando como bestia al acecho. Pero no, lo supo, esto era diferente. Ella era diferente. Y eso lo hacía más interesante. Y que Edvin considerara a alguien interesante ya era decir bastante. Ahora quedaba descubrir si era una percepción errada suya o una gloriosa verdad. Por supuesto, las cosas que llamaban su atención solía ser las más terribles. ¿y esta chica, delgada y bella, qué podía tener de terrible?
Muéstrame tu oscuridad, niña. Que ésta no es más que el miedo a los fantasmas vivos.
Última edición por Edvin J. Pärt el Jue Mar 27, 2014 2:48 pm, editado 1 vez
Edvin J. Pärt- Vampiro/Realeza
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Re: Erase una vez un caníbal [Privado]
La batalla por mi propia suerte cesó al escucharle, la interrupción me sosegó en un asalto de tranquilidad me atraía lejos de esa voz áspera que trastornaba a mi consciencia e irónicamente me alejaba de la oscuridad que me perseguía como miles de manos desencarnadas que manaban de la tierra y me sostenían fieramente para nunca dejarme salir de la podredumbre. Finalmente, mi postura encorvada se contuvo por unos minutos, aún el contacto con el exterior me distanciaba de la realidad que vivía en mis mejores días –o peores para esos que formaban parte del menú- A lo lejos los pasos se detenían, los ojos curiosos me juzgaban con risas de contenida desfachatez, los labios de las mujeres se arqueaban con críticas que tachaban mi conducta, los hombres por otro lado se volvían objetos de culpa y vergüenza ajena.
¡¿Ahora entienden porque los devoro con las más enfermas intensiones?! Malditos, malditos sean aquellos que arrojan la piedra y esconden la mano, malditos quienes perfectos se creen y envuelven sus manos de crímenes peores que los míos ¿Pero es que es crimen aquel acto que te libra del mal que hay en el mundo? Deberían de vanagloriarme entre altares y rezos, pues velo por sus sueños, soy misericordiosa, soy una criatura que atrae a la muerte como un respiro próximo a la grandeza ¿Qué acto más fantástico hay después de la vida si no es la muerte misma? Esa misma con la que ésta noche me topaba en forma semejante pero hombre al final, sus ojos reflejaban el vacio que quedaba en una especie desinteresada en la mortalidad y el utensilio que ataviaba a su figura altiva no fungía otra tarea más que la de alardear sobre su propia presencia. Desvié la mirada hasta su rostro el cual transité con precaución desde el inicio de su barbilla sí alguien me conociera a la perfección hubiese asegurado que leía aquel rostro como si fuese un libro que contenía enormes secretos, pero sus ojos me detuvieron en un penetrante alto en seco que me alertó obligándome a retomar la postura ¿Debía responder a su interrogante? Y como si entre dos predadores se entendieran entre sí fingí la primer sonrisa de la noche -¿Cuál puede ser el problema que puedo tener señor? ¿Es que no puedo rebosarme entre los grandes árboles de éste parque tan bello que es testigo de la sociedad de París? No se preocupe si luzco trastornada o un poco tosca. Creo que ni siquiera debería de tomarse la molestia de concederme su ayuda cuando no la he pedido…Puede que prefiera sentirme como un gato acorralado por una jauría de perros muy rabiosos que tienen toda la intensión de comerme en la primera oportunidad…-Era…¿qué era ese tono espontaneó de frialdad y desprecio absoluto? ¡Oh Schmetterling ten cuidado! Me aseguró la voz interior que perpetuaba habitando en las profundidades de mis pensamientos ¿Que no ves que puede ser un mártir ideal? Míralo, obsérvalo pero no te pierdas en el enigma que envuelve a tu siguiente víctima.
Enciérralo, acorrálalo y finalmente… MÁTALO.
¡¿Ahora entienden porque los devoro con las más enfermas intensiones?! Malditos, malditos sean aquellos que arrojan la piedra y esconden la mano, malditos quienes perfectos se creen y envuelven sus manos de crímenes peores que los míos ¿Pero es que es crimen aquel acto que te libra del mal que hay en el mundo? Deberían de vanagloriarme entre altares y rezos, pues velo por sus sueños, soy misericordiosa, soy una criatura que atrae a la muerte como un respiro próximo a la grandeza ¿Qué acto más fantástico hay después de la vida si no es la muerte misma? Esa misma con la que ésta noche me topaba en forma semejante pero hombre al final, sus ojos reflejaban el vacio que quedaba en una especie desinteresada en la mortalidad y el utensilio que ataviaba a su figura altiva no fungía otra tarea más que la de alardear sobre su propia presencia. Desvié la mirada hasta su rostro el cual transité con precaución desde el inicio de su barbilla sí alguien me conociera a la perfección hubiese asegurado que leía aquel rostro como si fuese un libro que contenía enormes secretos, pero sus ojos me detuvieron en un penetrante alto en seco que me alertó obligándome a retomar la postura ¿Debía responder a su interrogante? Y como si entre dos predadores se entendieran entre sí fingí la primer sonrisa de la noche -¿Cuál puede ser el problema que puedo tener señor? ¿Es que no puedo rebosarme entre los grandes árboles de éste parque tan bello que es testigo de la sociedad de París? No se preocupe si luzco trastornada o un poco tosca. Creo que ni siquiera debería de tomarse la molestia de concederme su ayuda cuando no la he pedido…Puede que prefiera sentirme como un gato acorralado por una jauría de perros muy rabiosos que tienen toda la intensión de comerme en la primera oportunidad…-Era…¿qué era ese tono espontaneó de frialdad y desprecio absoluto? ¡Oh Schmetterling ten cuidado! Me aseguró la voz interior que perpetuaba habitando en las profundidades de mis pensamientos ¿Que no ves que puede ser un mártir ideal? Míralo, obsérvalo pero no te pierdas en el enigma que envuelve a tu siguiente víctima.
Enciérralo, acorrálalo y finalmente… MÁTALO.
Schmetterling Verner- Humano Clase Alta
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Re: Erase una vez un caníbal [Privado]
La miró por un rato. Lacónico, algo ausente. Más bien pensativo. Con el mentón levantado y un dejo de arrogancia que, por más que quisiera, no podía borrarse de sus ojos cerúleos. Pero no quería borrarlo, claro. Podía ser todo lo amable y caballeroso que quisiera pero, alguien alguna vez había dicho que los ojos son la ventana del alma. ¿Y es que acaso Edvin tenía una? Por supuesto, sus ojos añil eran una ventana al insondable vacío. A la rapaz oscuridad.
Su rostro reflejaba algo de pereza, pero en cuanto habló sonrió. Como un trueno que irrumpe en la tranquila noche. Así sonrió. Una sonrisa torcida y pequeña. Una herida perpetua que no deja de sangrar. Avanzó de nuevo, resuelto pero cauteloso. Y observó a su alrededor. Ojos curiosos iban y venían, pero no importaban. La chica, por otro lado, merecía toda su atención, más ahora que con velado desdén había despreciado su avance. Esto era nuevo. Pero emocionante también.
—Tengo la impresión de que es al revés. Usted no es un gato, es un perro —continuó la metáfora de la mujer y la convirtió en quimérica metonimia. Sacudió la cabeza un poco—. Sólo creí que podría sentirse mal —uno, dos pasos más y ya estaba frente a ella, a un palmo. La olió. Su aroma era extraño, y encantador. No olía como otras jóvenes de su edad de las que se había alimentado toda su existencia vampírica —que no era muy larga, en todo caso—.
—Tal vez sólo necesite un poco de compañía —insistió. Edvin no era alguien que se diera por vencido con facilidad, eso el mundo ya debería saberlo—. Me presento: Edvin Pärt, barón de Rumania —el título nobiliario, aunque menor, no dejaba de tener peso. Sus ambiciones eran más grandes, pero todo debía ser a su tiempo. Aunque la paciencia no fuera una virtud que le caracterizara.
Observó con detenimiento al interior de los ojos de la mujer. Eran un espejo, de cierto modo, pero en ese instante no lo alcanzó a ver. Lo que sí pudo notar fue el extraño —¡hermoso!— tinte de oscuridad que manaba de ellos. Eso le gustó. Por eso se aferraría. Por eso y porque la empresa parecía divertida y comenzaba a toparse con el tedio que significaba ser inmortal (y apenas llevaba cuatro años).
—Es una noche muy hermosa como para pasarla a solas —terminó. Una maraña de frases trilladas que, sin embargo, en su voz cobraban significados diferentes. Más siniestros y más atroces. Pero intuía que esta chica no sentiría miedo. Quería sorprenderse. Lucifer, deja que me sorprenda.
—¿Y usted es…? —Su voz sonó suave. Arrulladora. Lúgubre—. Disculpe mi curiosidad. Pero la curiosidad es una de las emociones más primitivas. ¿Y no es mejor así, acaso? Nos recuerda quiénes somos.
Su rostro reflejaba algo de pereza, pero en cuanto habló sonrió. Como un trueno que irrumpe en la tranquila noche. Así sonrió. Una sonrisa torcida y pequeña. Una herida perpetua que no deja de sangrar. Avanzó de nuevo, resuelto pero cauteloso. Y observó a su alrededor. Ojos curiosos iban y venían, pero no importaban. La chica, por otro lado, merecía toda su atención, más ahora que con velado desdén había despreciado su avance. Esto era nuevo. Pero emocionante también.
—Tengo la impresión de que es al revés. Usted no es un gato, es un perro —continuó la metáfora de la mujer y la convirtió en quimérica metonimia. Sacudió la cabeza un poco—. Sólo creí que podría sentirse mal —uno, dos pasos más y ya estaba frente a ella, a un palmo. La olió. Su aroma era extraño, y encantador. No olía como otras jóvenes de su edad de las que se había alimentado toda su existencia vampírica —que no era muy larga, en todo caso—.
—Tal vez sólo necesite un poco de compañía —insistió. Edvin no era alguien que se diera por vencido con facilidad, eso el mundo ya debería saberlo—. Me presento: Edvin Pärt, barón de Rumania —el título nobiliario, aunque menor, no dejaba de tener peso. Sus ambiciones eran más grandes, pero todo debía ser a su tiempo. Aunque la paciencia no fuera una virtud que le caracterizara.
Observó con detenimiento al interior de los ojos de la mujer. Eran un espejo, de cierto modo, pero en ese instante no lo alcanzó a ver. Lo que sí pudo notar fue el extraño —¡hermoso!— tinte de oscuridad que manaba de ellos. Eso le gustó. Por eso se aferraría. Por eso y porque la empresa parecía divertida y comenzaba a toparse con el tedio que significaba ser inmortal (y apenas llevaba cuatro años).
—Es una noche muy hermosa como para pasarla a solas —terminó. Una maraña de frases trilladas que, sin embargo, en su voz cobraban significados diferentes. Más siniestros y más atroces. Pero intuía que esta chica no sentiría miedo. Quería sorprenderse. Lucifer, deja que me sorprenda.
—¿Y usted es…? —Su voz sonó suave. Arrulladora. Lúgubre—. Disculpe mi curiosidad. Pero la curiosidad es una de las emociones más primitivas. ¿Y no es mejor así, acaso? Nos recuerda quiénes somos.
Edvin J. Pärt- Vampiro/Realeza
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Re: Erase una vez un caníbal [Privado]
Esos dos pasos me hicieron retroceder, sin miedo, con precaución, aunque lo único que había en mi cabeza era la forma en cómo salir de aquel lugar sin estribos. La multitud, nos asediaba con miradas que sentenciaban nuestra arbitraria conducta pero ya me había acostumbrado a esas ojeadas querellantes, ni bien, espere el momento predilecto para desaparecer la falsa sonrisa de mi rostro y nuestras miradas permanecieron fijas en una escrupulosa tarea por leernos mutuamente. Mi sorpresa fue encontrarme con esa distancia que mantenía a pesar de estar físicamente frente a mí, su piel nívea me distrajo de los escamosos comentarios ¿Era posible que hubiese tanta perfección en un rostro? ¿O es que era que él era tan imperfecto que para mí era imposible discernir la realidad de la mentira?...dudé y mantuve mi distancia.
Su atisbo, -aunque perdido y taciturno- distaba de forma agobiante en si ése personaje tan peculiar se sintiera deleznable o amenazado, por otro lado, yo era un fiero depredador dispuesto a dar el primer golpe en cuanto bajara la guardia. Sin embargo, mi sexto sentido me contuvo -¿Un perro? No señor, los perros se pueden domesticar, son predecibles, son juguetones y siempre seguirán a un amo…En cambio yo, no pertenezco a ninguna clase de animal y si fuera alguno tendría que ser un Pulpo…¿Sabe usted porque?...bueno no se lo diré, pero si alguna vez me llega a topar en su papel podrá intuirlo...- contradije de manera sofisticada. En mi infancia se quedaba enmarañada la amabilidad, la delicadeza, la cortesía en pequeños frascos de cristal. Mi conducta más bien instintiva continuo omnipresente guiándome a través de los desconocidos pensamientos del sujeto que persistía ¿Disfrutaba haciéndolo? -Me sobre estima ¿Qué me hace más interesante que esas otras mujeres que lo persuaden con las miradas?...No, no mi lord, no se detenga y continúe…- y así interrumpí mis palabras al escuchar su distintivo acento con el que mencionaba el ostentoso rango dentro de la nobleza rumana. Al instante perdí la respiración….¡Como los adoraba!
Al transportarme por un segundo en el tiempo me cruce con las anatomías de esos dos deliciosos mellizos, su sangre dulce la mezclaba con el vino tinto vertido en la copa y en un finísimo platillo de porcelana oriental el distintivo sabor de la carne más fresca y extranjera que había probado me incitaba a probar y culminar el crimen perpetrado.
-¿Un barón? ¿en un jardín cualquiera de Francia? ¿Qué lo trae hasta estás tierras tan lejanas de las suyas, y precisamente estás que nada de tradicionales deben de tener? Dígame, mi lord, que lo hace caminar entre la viña de tantos mortales- expresé con la misma ironía con la que había despreciado su compañía, esperaba que pudiese notarlo, así contener mis pulsiones para devorar las podría saciar de una vez por todas.
Por segunda vez omití el nombre.
Su atisbo, -aunque perdido y taciturno- distaba de forma agobiante en si ése personaje tan peculiar se sintiera deleznable o amenazado, por otro lado, yo era un fiero depredador dispuesto a dar el primer golpe en cuanto bajara la guardia. Sin embargo, mi sexto sentido me contuvo -¿Un perro? No señor, los perros se pueden domesticar, son predecibles, son juguetones y siempre seguirán a un amo…En cambio yo, no pertenezco a ninguna clase de animal y si fuera alguno tendría que ser un Pulpo…¿Sabe usted porque?...bueno no se lo diré, pero si alguna vez me llega a topar en su papel podrá intuirlo...- contradije de manera sofisticada. En mi infancia se quedaba enmarañada la amabilidad, la delicadeza, la cortesía en pequeños frascos de cristal. Mi conducta más bien instintiva continuo omnipresente guiándome a través de los desconocidos pensamientos del sujeto que persistía ¿Disfrutaba haciéndolo? -Me sobre estima ¿Qué me hace más interesante que esas otras mujeres que lo persuaden con las miradas?...No, no mi lord, no se detenga y continúe…- y así interrumpí mis palabras al escuchar su distintivo acento con el que mencionaba el ostentoso rango dentro de la nobleza rumana. Al instante perdí la respiración….¡Como los adoraba!
Al transportarme por un segundo en el tiempo me cruce con las anatomías de esos dos deliciosos mellizos, su sangre dulce la mezclaba con el vino tinto vertido en la copa y en un finísimo platillo de porcelana oriental el distintivo sabor de la carne más fresca y extranjera que había probado me incitaba a probar y culminar el crimen perpetrado.
-¿Un barón? ¿en un jardín cualquiera de Francia? ¿Qué lo trae hasta estás tierras tan lejanas de las suyas, y precisamente estás que nada de tradicionales deben de tener? Dígame, mi lord, que lo hace caminar entre la viña de tantos mortales- expresé con la misma ironía con la que había despreciado su compañía, esperaba que pudiese notarlo, así contener mis pulsiones para devorar las podría saciar de una vez por todas.
Por segunda vez omití el nombre.
Schmetterling Verner- Humano Clase Alta
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Re: Erase una vez un caníbal [Privado]
Parecía más consciente de su alrededor que Edvin mismo. No es que el joven vampiro no lo estuviera, siempre lo estaba. Pero ahora, justo en ese instante concentraba su atención en la rubia y los transeúntes no eran más que sombras. Las sombras que se han quedado detrás al liberarse de las cadenas del mundo platónico. Guardó silencio por un rato. Escuchándola. Guardando bien esa conversación en su memoria. Le gustaba el juego que estaban jugando. La danza que estaban bailando. ¿Estaría consciente ella de lo que estaba sucediendo? Si no lo sabía, manejaba muy bien, en todo caso, sus límites. Y si lo sabía… si lo sabía era mucho más interesante.
Volvió a avanzar. Antes ya había notado cómo ella retrocedía cuando él iba en dirección contraria. Frontal. Pero no, no era temor; el temor que estaba, ya, acostumbrado a ver en sus víctimas. Era parte del ritual. Su sonrisa ondulaba como las olas del océano oscuro. Se acentuaba ante algunas palabras y disminuía ante otras, entre desconcierto y fascinación.
—Aquí no es importante lo que yo disfrute o no, sino lo que usted esté sacando de esta conversación. Creí que se sentiría un poco más halagada al dotarla de un diferenciador —sus párpados cayeron perezosos sobre sus ojos azules. Su voz seguía siendo suave, pero sus palabras eran más secas. Antes adornó de cortesía lo que estaba diciendo, ahora sólo estaba economizando; utilizando las palabras que debía utilizar, no más.
Finalmente se movió de nuevo, apoyando primero el bastón, el cual no necesitaba, y luego avanzando en sesgo alrededor de ella. Como rodeándola. Como estudiándola. Era evidente que, en efecto, lo estaba disfrutando. Lo que más le gustaba de la anómala situación era lo reacia que se mostraba ella. Eso era lo mejor de todo, sin duda.
—Ah, señorita… —dejó al aire la culminación de aquella frase, al carecer de un nombre al cual asociar el rostro que tenía de frente—, un barón no es como un rey, que apenas puede salir y zafarse de sus obligaciones. La baronía es sólo un bonito título, pero prefiero que no sea de adorno y aprovecharlo. Me gusta viajar, pero sobre todo, aprender. Eso hago aquí —esta vez sonó ligeramente más álgido, pero no demasiado. Increíblemente, estaba diciendo la verdad. Esto porque esa verdad en concreto no develaba demasiado sobre él—. Pero esa pregunta debería hacérsela yo a usted. No es normal ver a una señorita como usted sin compañía por la calle —concluyó, deteniéndose de nuevo.
«Mortales» había dicho ella y Edvin se preguntó con qué intención y bajo qué parámetro.
Volvió a avanzar. Antes ya había notado cómo ella retrocedía cuando él iba en dirección contraria. Frontal. Pero no, no era temor; el temor que estaba, ya, acostumbrado a ver en sus víctimas. Era parte del ritual. Su sonrisa ondulaba como las olas del océano oscuro. Se acentuaba ante algunas palabras y disminuía ante otras, entre desconcierto y fascinación.
—Aquí no es importante lo que yo disfrute o no, sino lo que usted esté sacando de esta conversación. Creí que se sentiría un poco más halagada al dotarla de un diferenciador —sus párpados cayeron perezosos sobre sus ojos azules. Su voz seguía siendo suave, pero sus palabras eran más secas. Antes adornó de cortesía lo que estaba diciendo, ahora sólo estaba economizando; utilizando las palabras que debía utilizar, no más.
Finalmente se movió de nuevo, apoyando primero el bastón, el cual no necesitaba, y luego avanzando en sesgo alrededor de ella. Como rodeándola. Como estudiándola. Era evidente que, en efecto, lo estaba disfrutando. Lo que más le gustaba de la anómala situación era lo reacia que se mostraba ella. Eso era lo mejor de todo, sin duda.
—Ah, señorita… —dejó al aire la culminación de aquella frase, al carecer de un nombre al cual asociar el rostro que tenía de frente—, un barón no es como un rey, que apenas puede salir y zafarse de sus obligaciones. La baronía es sólo un bonito título, pero prefiero que no sea de adorno y aprovecharlo. Me gusta viajar, pero sobre todo, aprender. Eso hago aquí —esta vez sonó ligeramente más álgido, pero no demasiado. Increíblemente, estaba diciendo la verdad. Esto porque esa verdad en concreto no develaba demasiado sobre él—. Pero esa pregunta debería hacérsela yo a usted. No es normal ver a una señorita como usted sin compañía por la calle —concluyó, deteniéndose de nuevo.
«Mortales» había dicho ella y Edvin se preguntó con qué intención y bajo qué parámetro.
Edvin J. Pärt- Vampiro/Realeza
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Re: Erase una vez un caníbal [Privado]
La fabula del gato y el ratón se hacía notar a medida en que él se acercaba a mí, pero aproveché para que nuestra cercanía diera frutos fortuitos de mi silenciosa persecución, la cual, ideaba obtener a la presa de una forma muy particular. Continúe de pie, mis labios permanecieron juntos e inexpresivos mientras lo escuchaba, la falsa sonrisa había desaparecido, pues no tenía caso fingir en aquel caso.
Como dato anexo a lo que conjeturaba, el desplante de una idea se agitó en mi interior; pues el barco que se mecía en altamar entre las cadencias de las olas tomaba un rumbo distinto hasta uno de los lugares más desconocidos de toda mi existencia. Y así de improviso, su perfume natural me embriago haciéndome palidecer en el acto. A pesar de ello, su presencia todavía más cercana de lo que anteriormente se encontrara me distrajo de la multitud que nos perseguía y que por un momento, estos ignoraban mi presencia fijando su atención hasta aquel adonis que se filtraba misteriosamente hasta el encuentro con una asexuada mujer que se desinteresaba por su compañía.
Más sin embargo, sus diferentes respuestas surtieron en mi un efecto inesperado, provocando una desmesurada cólera que se alcanzaba a leer en los ojos, pues en ellas denotaba la simulada modestia que predicaba en mi cara -Disculpe usted, si quisiera yo sentirme halagada por un “diferenciador” me habría vestido para la ocasión. Pero debo admitir que tiene visión y alcanzó a verme entre tanta bruma, espero no haber causado en usted una impresión difícil de olvidar, si es que la he causado, no me extrañaría no hacerlo. -añadí con recato languideciendo la mirada en sus iris vacuos y tan profundos como la oscuridad del océano dónde no logré leer ninguna clase de emoción -Sépase, barón de Rumania, que rey o barón, la nobleza sigue siendo noble a final de cuentas…a menos claro, que su posición se deba a acciones sospechosas y un tanto aberrantes. Finalmente los privilegios les persiguen de aquí hasta su muerte…- mencionado lo último, reí por debajo de mi propio cinismo, ¿cuántas veces no había incurrido a mi posición para llegar deliberadamente a capturar a mis victimas? -Pero descuide señor Pärt, no parece un hombre que vaya a durar poco en ésta vida, todo lo contrario, creo que su lugar en el mundo ya fue definido desde que llegó aquí.- proseguí inadvertidamente, mezquina, airada, sin que un abuso de mi lengua se notara inmediatamente, hasta que finalmente me detuve -¡Oh! Disculpe si he sido inculta, no quisiera que usted me malinterpretara.-
Tarde o temprano la duda con algún rostro nos alcanza.
Como dato anexo a lo que conjeturaba, el desplante de una idea se agitó en mi interior; pues el barco que se mecía en altamar entre las cadencias de las olas tomaba un rumbo distinto hasta uno de los lugares más desconocidos de toda mi existencia. Y así de improviso, su perfume natural me embriago haciéndome palidecer en el acto. A pesar de ello, su presencia todavía más cercana de lo que anteriormente se encontrara me distrajo de la multitud que nos perseguía y que por un momento, estos ignoraban mi presencia fijando su atención hasta aquel adonis que se filtraba misteriosamente hasta el encuentro con una asexuada mujer que se desinteresaba por su compañía.
Más sin embargo, sus diferentes respuestas surtieron en mi un efecto inesperado, provocando una desmesurada cólera que se alcanzaba a leer en los ojos, pues en ellas denotaba la simulada modestia que predicaba en mi cara -Disculpe usted, si quisiera yo sentirme halagada por un “diferenciador” me habría vestido para la ocasión. Pero debo admitir que tiene visión y alcanzó a verme entre tanta bruma, espero no haber causado en usted una impresión difícil de olvidar, si es que la he causado, no me extrañaría no hacerlo. -añadí con recato languideciendo la mirada en sus iris vacuos y tan profundos como la oscuridad del océano dónde no logré leer ninguna clase de emoción -Sépase, barón de Rumania, que rey o barón, la nobleza sigue siendo noble a final de cuentas…a menos claro, que su posición se deba a acciones sospechosas y un tanto aberrantes. Finalmente los privilegios les persiguen de aquí hasta su muerte…- mencionado lo último, reí por debajo de mi propio cinismo, ¿cuántas veces no había incurrido a mi posición para llegar deliberadamente a capturar a mis victimas? -Pero descuide señor Pärt, no parece un hombre que vaya a durar poco en ésta vida, todo lo contrario, creo que su lugar en el mundo ya fue definido desde que llegó aquí.- proseguí inadvertidamente, mezquina, airada, sin que un abuso de mi lengua se notara inmediatamente, hasta que finalmente me detuve -¡Oh! Disculpe si he sido inculta, no quisiera que usted me malinterpretara.-
Tarde o temprano la duda con algún rostro nos alcanza.
Schmetterling Verner- Humano Clase Alta
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Re: Erase una vez un caníbal [Privado]
Una risa sombría se apoderó de pronto de él. Breve y lúgubre como el aleteo de un ave oscura en una noche sin luna. Entornó la mirada, preguntándose mil cosas y Dios en el cielo y Satanás en los infiernos sabían que la curiosidad era el motor de la vida y la existencia inmortal de Edvin. Esta chiquilla era tan condenadamente diferente y abría tantas brechas en su pesquisa por respuestas que simplemente no podía dejarla ir. No olía miedo en ella, y aun así, cada vez que se acercaba, ella retrocedía. Y sus ojos parecían un espejo a los propios. Era un joven de alta sociedad, vestida como tal, comportándose como tal, en cualquier otro caso, no hubiera encontrado nada interesante que ver. Pero la anomalía a la normalidad siempre intrigaba al vampiro. Ella lo era y se aferraría a ello con fuerza inaudita.
—Entiendo —la risa cedió. Alzó ambas cejas y dijo con un tono de voz plano—. Pero lamento decirle que la impresión que ha causado en mí, ahora ya es imborrable y no hay nada que podamos hacer —insistió. Y eso era, le gustara o no a ella, no le estaba pidiendo permiso. Poco a poco dejaba de lado la cortesía y se volvía más agresivo no sólo en la elección de sus palabras, sino en cómo eran soltadas desde su boca, incluso en su lenguaje corporal. Se tornaba más beligerante, menos cuidado de sus modos.
Luego la dejó terminar y la miró fijamente con un par de ojos que parecían poder desgarrar la piel. Es que ella no le tenía miedo, y eso era frustrante y atrayente a partes iguales. Sin decir nada, se movió rápido y en un par de zancadas estuvo frente a ella. Colocó el puño del bastón bajo el mentón de la rubia y la hizo alzar el rostro, la acorraló contra el muro que tenía detrás.
—No sé si habla desde la ignorancia o empuñando cual espada una verdad irrefutable —le dijo muy cerca del rostro. ¿A dónde se había ido esa caballerosidad con la que se había acercado? Edvin no era hombre paciente y hasta ahí llegaba él—. En cualquier caso, creo que sabe más de lo que sus palabras dicen, pero… —se acercó a su oído, los transeúntes los ignoraban y seguían su camino sin intervenir—, ya me harté de acertijos —y se separó, pero no demasiado.
Para desgracia de la humanidad y beneficio del joven eslavo, conocía demasiado bien la naturaleza humana, sabía que nadie le plantaría cara para defender a la chica. Había sucedido tantas veces ya que era imposible contarlas. Además, esta mujer en especial parecía no necesitar quien la cuidara, podía hacerlo ella sola, estuvo seguro.
—¿Me dirá su nombre ahora? Estoy dispuesto a intercambiar información. Usted responde a mis preguntas y yo responderé a las suyas, si es que tiene alguna —enarcó una ceja y alzó el mentón. Sostenía el bastón con fuerza sin apoyarlo en el suelo, aún preparado para volver a hacer algo con él, de ser necesario.
—Entiendo —la risa cedió. Alzó ambas cejas y dijo con un tono de voz plano—. Pero lamento decirle que la impresión que ha causado en mí, ahora ya es imborrable y no hay nada que podamos hacer —insistió. Y eso era, le gustara o no a ella, no le estaba pidiendo permiso. Poco a poco dejaba de lado la cortesía y se volvía más agresivo no sólo en la elección de sus palabras, sino en cómo eran soltadas desde su boca, incluso en su lenguaje corporal. Se tornaba más beligerante, menos cuidado de sus modos.
Luego la dejó terminar y la miró fijamente con un par de ojos que parecían poder desgarrar la piel. Es que ella no le tenía miedo, y eso era frustrante y atrayente a partes iguales. Sin decir nada, se movió rápido y en un par de zancadas estuvo frente a ella. Colocó el puño del bastón bajo el mentón de la rubia y la hizo alzar el rostro, la acorraló contra el muro que tenía detrás.
—No sé si habla desde la ignorancia o empuñando cual espada una verdad irrefutable —le dijo muy cerca del rostro. ¿A dónde se había ido esa caballerosidad con la que se había acercado? Edvin no era hombre paciente y hasta ahí llegaba él—. En cualquier caso, creo que sabe más de lo que sus palabras dicen, pero… —se acercó a su oído, los transeúntes los ignoraban y seguían su camino sin intervenir—, ya me harté de acertijos —y se separó, pero no demasiado.
Para desgracia de la humanidad y beneficio del joven eslavo, conocía demasiado bien la naturaleza humana, sabía que nadie le plantaría cara para defender a la chica. Había sucedido tantas veces ya que era imposible contarlas. Además, esta mujer en especial parecía no necesitar quien la cuidara, podía hacerlo ella sola, estuvo seguro.
—¿Me dirá su nombre ahora? Estoy dispuesto a intercambiar información. Usted responde a mis preguntas y yo responderé a las suyas, si es que tiene alguna —enarcó una ceja y alzó el mentón. Sostenía el bastón con fuerza sin apoyarlo en el suelo, aún preparado para volver a hacer algo con él, de ser necesario.
Edvin J. Pärt- Vampiro/Realeza
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Re: Erase una vez un caníbal [Privado]
Estudie su rostro con detenimiento; las comisuras de sus labios torcidos enfatizaban su interés por encontrar algún tipo de respuesta en mí ¿Cuál? La desconocía, más mi sexto sentido continuaba advirtiéndome del inminente peligro que podía correr si no media la situación y me dirigía con sigilo cual león a punto de cazar a su presa. Por otro lado, las líneas expresivas de su semblante definían los detalles de los trazos faciales, aún con la cercanía pude apreciar la perfección con la que había sido hecho, momentáneamente, la idea de que hablase con una estatua de mármol me pasó por la cabeza: frío e inexpugnable como el material al que le aludía su parecido. En él, no parecía mandar la discreción frente a aquellos rostros deambulantes preocupados por las banalidades de sus propias existencias, sólo existía él y el monstruo que desplegaría sus garras en cualquier instante.
Sin embargo, por un instante alcance a olfatear el aroma que se desprendía de su piel intacta por el tiempo -“veinte tantos” - anuncie mentalmente continuando con mi análisis. Sí, esa podría ser la edad predilecta en la que el ser humano sabía mucho mejor. Su carne no era tan vieja y tampoco tan joven, el punto idóneo para cortarla cual mantequilla puesta para untar sobre un pan tostado ¿Ofrecería resistencia? Tal vez, quizá saldría un poco lastimada en el intento por capturar a la presa que se había cruzado intencionalmente conmigo, pero el riesgo valía su sabor. Imaginé la escena y un suspiro más de apetito me descubrió en el acto por lo que enseguida obtuve compostura mintiendo el semblante tan sereno como me lo permitiese la línea que separaba al hambre de la gula. -Los acertijos no son tan malos si lo ve desde mi perspectiva…- argumenté incisiva observándolo todavía fijamente. Detestaba sentirme condicionada a las exigencias ajenas, nunca mi vida sería condicionada a cumplir los deseos de los que me rodeaban. Esa no sería la excepción.
-Quizá este no sea el momento para que usted sepa tanto sobre mí, quizá no llegue el día en que eso pase y si así fuera, considérese afortunado, mi señor. Porque el día en que realmente me conozca sabrá que no es un placer el hacerlo –hablé deliveramente con soltura, como si la presencia de él no me sembrara en lo absoluto cualquier tipo de sentimiento fuera temor o respeto.
Sonreí cínicamente justo cuando lo pensaba ¿Temor? ¿Miedo? Era posible que la propia muerte fuese a temerse a sí misma ¡Qué tontería más absurda! Yo era el parasito de la carne descomponiéndose, por supuesto de forma figurada. Me alimentaba y lo disfrutaba; el semblante de la agonía justo cuando podía cortar finamente sus pieles cual corderos, sus ojos infectados por la impotencia, la ira y el miedo, el olor del amoniaco en mi nariz impregnándose hasta hacerme enloquecer, sus cuerpos retorciéndose por el dolor que en otrora se mantuvieran frescos y a salvo de un verdugo que no tenía el corazón de perdonar mientras se tratara de saciar su sed. Mi relación con el exterior desobedecida cualquier conducta normal, desafiaba al instinto del ser humano común que guiaba sus pulsiones hasta reprimirlos. Yo a diferencia de ellos no lo hacía.
Di un paso a mi costado entornando la mirada hacia un punto inexacto que se cruzaba de improvisto en mi sutil confrontación –Pero puedo decirle mi nombre sí lo pregunta con tesón: Schmetterling –dije a secas, sin énfasis de ninguna clase en ello, más bien al pronunciarlo no pude evitar imprimir el desagrado por el significado que representaba mi propio nombre ¿En qué pensaba mi madre entonces? A lo único en que me parecía a las mariposas era en que anidaba su habilidad por camuflajearse en cualquier hábitat como un hermoso animal en el que sólo la desgracia lo envuelve desde el momento de su nacimiento hasta el final de su corta existencia. Luego de mi analogía la cual me hizo rabiar interiormente volví a dirigirme a estonio –Podré participar en su juego de preguntas y respuestas ¿pero que le asegura a usted de que seamos plenamente honestos con nuestras respuestas? Si, hablo en plural porque no tengo la expectación de develarle a un extraño cualquiera de mis pensamientos por más oscuros que sean…- dibujé una sonrisa de autosatisfacción más que de encanto del cual carecía -¿Se aventurará a toparse con la pared en cualquier momento? Podría disgustarlo alguna de mis respuestas, tiendo a ser muy informal cuando se trata de cuestionar o responder.-
“Para medida de ganar tiempo sobre la presa hay que atraerlo hacia la telaraña”
Sin embargo, por un instante alcance a olfatear el aroma que se desprendía de su piel intacta por el tiempo -“veinte tantos” - anuncie mentalmente continuando con mi análisis. Sí, esa podría ser la edad predilecta en la que el ser humano sabía mucho mejor. Su carne no era tan vieja y tampoco tan joven, el punto idóneo para cortarla cual mantequilla puesta para untar sobre un pan tostado ¿Ofrecería resistencia? Tal vez, quizá saldría un poco lastimada en el intento por capturar a la presa que se había cruzado intencionalmente conmigo, pero el riesgo valía su sabor. Imaginé la escena y un suspiro más de apetito me descubrió en el acto por lo que enseguida obtuve compostura mintiendo el semblante tan sereno como me lo permitiese la línea que separaba al hambre de la gula. -Los acertijos no son tan malos si lo ve desde mi perspectiva…- argumenté incisiva observándolo todavía fijamente. Detestaba sentirme condicionada a las exigencias ajenas, nunca mi vida sería condicionada a cumplir los deseos de los que me rodeaban. Esa no sería la excepción.
-Quizá este no sea el momento para que usted sepa tanto sobre mí, quizá no llegue el día en que eso pase y si así fuera, considérese afortunado, mi señor. Porque el día en que realmente me conozca sabrá que no es un placer el hacerlo –hablé deliveramente con soltura, como si la presencia de él no me sembrara en lo absoluto cualquier tipo de sentimiento fuera temor o respeto.
Sonreí cínicamente justo cuando lo pensaba ¿Temor? ¿Miedo? Era posible que la propia muerte fuese a temerse a sí misma ¡Qué tontería más absurda! Yo era el parasito de la carne descomponiéndose, por supuesto de forma figurada. Me alimentaba y lo disfrutaba; el semblante de la agonía justo cuando podía cortar finamente sus pieles cual corderos, sus ojos infectados por la impotencia, la ira y el miedo, el olor del amoniaco en mi nariz impregnándose hasta hacerme enloquecer, sus cuerpos retorciéndose por el dolor que en otrora se mantuvieran frescos y a salvo de un verdugo que no tenía el corazón de perdonar mientras se tratara de saciar su sed. Mi relación con el exterior desobedecida cualquier conducta normal, desafiaba al instinto del ser humano común que guiaba sus pulsiones hasta reprimirlos. Yo a diferencia de ellos no lo hacía.
Di un paso a mi costado entornando la mirada hacia un punto inexacto que se cruzaba de improvisto en mi sutil confrontación –Pero puedo decirle mi nombre sí lo pregunta con tesón: Schmetterling –dije a secas, sin énfasis de ninguna clase en ello, más bien al pronunciarlo no pude evitar imprimir el desagrado por el significado que representaba mi propio nombre ¿En qué pensaba mi madre entonces? A lo único en que me parecía a las mariposas era en que anidaba su habilidad por camuflajearse en cualquier hábitat como un hermoso animal en el que sólo la desgracia lo envuelve desde el momento de su nacimiento hasta el final de su corta existencia. Luego de mi analogía la cual me hizo rabiar interiormente volví a dirigirme a estonio –Podré participar en su juego de preguntas y respuestas ¿pero que le asegura a usted de que seamos plenamente honestos con nuestras respuestas? Si, hablo en plural porque no tengo la expectación de develarle a un extraño cualquiera de mis pensamientos por más oscuros que sean…- dibujé una sonrisa de autosatisfacción más que de encanto del cual carecía -¿Se aventurará a toparse con la pared en cualquier momento? Podría disgustarlo alguna de mis respuestas, tiendo a ser muy informal cuando se trata de cuestionar o responder.-
“Para medida de ganar tiempo sobre la presa hay que atraerlo hacia la telaraña”
Schmetterling Verner- Humano Clase Alta
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Re: Erase una vez un caníbal [Privado]
¿A qué jugaba esta mortal? «Mortal», la sola palabra inundaba de sabor a sangre la boca de Edvin. ¿Había alguien que disfrutara más de la inmortalidad acaso? El joven vampiro lo dudaba. Nacido, destinado para la inmortalidad, como escrito en piedra arcana. Un hecho inamovible. Una verdad absoluta. Sin embargo, el sabor a hierro y sal se acentuaba tratándose de ella. ¿Qué terrible soga te estás echando al cuello, pequeña niña rubia? Su esquiva forma de ser y su misteriosa manera de manejarse sólo provocaban que Edvin se aferrara más.
Esto no es lo que quieres.
—Pero esa es la cuestión —dijo con un tono parecido a un juglar que va a contar la épica de un caballero que muere en garras de un dragón rojo—, no puedo verlo desde su perspectiva, señorita. Jamás se me ha dado bien eso que dicen, ponerme en los zapatos del otro —una expresión suave, casi burlona, para declarar que era incapaz de empatizar. ¿Qué idioma hablan los psicópatas? Bastaba escuchar aquella conversación para saberlo.
Jugó con el bastón, lo hizo girar con pericia en su mano y luego lo clavo con fuerza —saña— en la tierra. La punta se hundió un poco. Fue un movimiento violento que parecía no venir al caso. Pero venía al caso. Lo de ellos dos, un par de desconocidos, se había vuelto una lucha de poder. ¿Qué trono y qué corona ganaría el vencedor? De humo y ceniza. De nada. Pero quien ganara, podría decir que lo había hecho y eso parecía suficiente para ambos.
De nuevo ese gesto torcido y maldito apareció en el rostro del joven barón tan pronto escuchó el nombre que tanto había insistido en obtener.
—Schmetterling —repitió y lo memorizó. No supo por qué, tal vez por la obsesión que nacía como flor sangrienta o simplemente porque sí, Edvin supo que debía tener siempre presente ese nombre—. Interesante nombre —«interesante» era un halago mayor y de más valor viniendo de Edvin que palabras como «hermoso» o «bello»—. ¿Lo ves, Schmetterling? No era tan difícil, ¿verdad? —Sonó condescendiente e hizo una reverencia, aún apoyado en el bastón.
—Por supuesto, ¿qué de interesante tendría que todo fuera tan sencillo? Prometo portarme bien —y todo sonaba tan jodidamente siniestro viniendo de él que daba escalofríos—. Yo he hecho la primera pregunta, creo que la desperdicié en preguntar tu nombre —chaqueó la lengua—, sé que tal vez no luzco tan interesante, pero seguro alguna duda podré despertar en ti. ¡Ah! Pero advierto, yo tampoco prometo que será todo sencillo —aunque a diferencia de ella, Edvin más bien era vago y enrevesado. Podía estarle diciendo la verdad en forma del más complicado de los acertijos. O simplemente mentirle con descaro. Como se le antojara, así hacía las cosas él.
Le sonrió entonces. Era como si, poco a poco, hubiera subido el tono de la conversación. Primero había sido blanco, ausente de color y luego rojo, luego del color del vino y la sangre y ahora se tornaba tan oscura como la noche. Edvin no tenía puntos medios, así que este crecimiento había sido poco paulatino, abrupto más bien, pero era más de lo que se podía decir o esperar de él. No solía tomarse esas consideraciones pero sentía que valía la pena.
Un conejito blanco que escapa al cazador. Huidizo y huraño. Pero extraño, que vale la pena la ardua caminata por el bosque en pos de la presa.
Esto no es lo que quieres.
—Pero esa es la cuestión —dijo con un tono parecido a un juglar que va a contar la épica de un caballero que muere en garras de un dragón rojo—, no puedo verlo desde su perspectiva, señorita. Jamás se me ha dado bien eso que dicen, ponerme en los zapatos del otro —una expresión suave, casi burlona, para declarar que era incapaz de empatizar. ¿Qué idioma hablan los psicópatas? Bastaba escuchar aquella conversación para saberlo.
Jugó con el bastón, lo hizo girar con pericia en su mano y luego lo clavo con fuerza —saña— en la tierra. La punta se hundió un poco. Fue un movimiento violento que parecía no venir al caso. Pero venía al caso. Lo de ellos dos, un par de desconocidos, se había vuelto una lucha de poder. ¿Qué trono y qué corona ganaría el vencedor? De humo y ceniza. De nada. Pero quien ganara, podría decir que lo había hecho y eso parecía suficiente para ambos.
De nuevo ese gesto torcido y maldito apareció en el rostro del joven barón tan pronto escuchó el nombre que tanto había insistido en obtener.
—Schmetterling —repitió y lo memorizó. No supo por qué, tal vez por la obsesión que nacía como flor sangrienta o simplemente porque sí, Edvin supo que debía tener siempre presente ese nombre—. Interesante nombre —«interesante» era un halago mayor y de más valor viniendo de Edvin que palabras como «hermoso» o «bello»—. ¿Lo ves, Schmetterling? No era tan difícil, ¿verdad? —Sonó condescendiente e hizo una reverencia, aún apoyado en el bastón.
—Por supuesto, ¿qué de interesante tendría que todo fuera tan sencillo? Prometo portarme bien —y todo sonaba tan jodidamente siniestro viniendo de él que daba escalofríos—. Yo he hecho la primera pregunta, creo que la desperdicié en preguntar tu nombre —chaqueó la lengua—, sé que tal vez no luzco tan interesante, pero seguro alguna duda podré despertar en ti. ¡Ah! Pero advierto, yo tampoco prometo que será todo sencillo —aunque a diferencia de ella, Edvin más bien era vago y enrevesado. Podía estarle diciendo la verdad en forma del más complicado de los acertijos. O simplemente mentirle con descaro. Como se le antojara, así hacía las cosas él.
Le sonrió entonces. Era como si, poco a poco, hubiera subido el tono de la conversación. Primero había sido blanco, ausente de color y luego rojo, luego del color del vino y la sangre y ahora se tornaba tan oscura como la noche. Edvin no tenía puntos medios, así que este crecimiento había sido poco paulatino, abrupto más bien, pero era más de lo que se podía decir o esperar de él. No solía tomarse esas consideraciones pero sentía que valía la pena.
Un conejito blanco que escapa al cazador. Huidizo y huraño. Pero extraño, que vale la pena la ardua caminata por el bosque en pos de la presa.
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Re: Erase una vez un caníbal [Privado]
¿Duda? Reí eufórica en el interior esperando a no ser tan evidente de dicho acto, la única duda que despertaba en mi persona era esa en la que estaba involucrada el sabor de su carne y la consistencia de ésta cuando la mordiera, por supuesto saber qué clase de acompañante sería mejor para disfrutarle me llenaba de incertidumbre ¿tal vez un vino tinto? O posiblemente el blanco, una buena cosecha de unos cincuenta años en la cava familiar. Mis labios se fruncieron suavemente para frotar la saliva de mi lengua entre estos, en ella.
El sabor del amoniaco concentrado en mi boca por el tentempié poco habitual de la mañana volvió a trajinar con recuerdos al período en el que las lágrimas se mezclaban con el dolor insoportable de una mutilada “Buena niña Schmetterling, con el tiempo afirmas tu habilidad con el bisturí, recuerda a sus cuerpos como la margarina más fina que ha probado tu paladar. El corte es lo que hace que el sabor de sus pieles permanezca en la consistencia apropiada y después condimentarla con las especias perfectas te brindaran un magnifico banquete digno de salón” Sí, estaba trastornada por mezclar la realidad del peligro en el que me inmiscuía al acto deliberadamente frente aquel hombre con los escurridizos pensamientos que traicionaban mis anhelos más perversos. Nuestras miradas permanecieron fijas mutuamente hasta que finalmente decidí andar de frente sin cuidados, mi avance premeditado rompió con el hilo de nuestra conversación pero lo retomé enseguida de que me alejé lo suficiente –Entonces somos dos muy parecidos al respecto, barón. Tampoco he logrado ponerme en “los zapatos de otros”, cito.- indiqué moviéndome con naturalidad -¿Qué de interesante puede tener un nombre tan difícil de pronunciar? ¿O es de los que piensan que el nombre es el reflejo de quienes somos?...Yo, por otra parte, lo odio.- afirmé con la veracidad indemne en esas palabras.
Lo odiaba desmedidamente, sin control, odiaba lo que era y al mismo tiempo lo amaba. Abrazaba la oscuridad que me envolvía aunque de algún modo deseara un poco de luz en ella, abrazaba la vida así como podía llegar a afianzarme a la idea de quitárselas a esos pobres idiotas que se atravesaban en el camino -No se desgaste conmigo, deje atrás la curiosidad, continúe con su camino…- me aventuré a advertirle ésta vez, mi expresión en el rostro había cambiado por otro más oscuro y parco. El juego se volvía cada vez más fastidioso a medida que las indiscreciones ampliaban nuestra búsqueda por una verdad que se mantenía en el hueco más oscuro de ambas existencias.
La paradójica idea que lo retenía en mi presencia obstinada, me avoco al primer mohín de descrédito así como descortesía los cuales no dudé en acentuarlos al instante en que retorné mi rostro para observarlo. Lejano, lucia a modo de cualquier hombre en la aristocracia; envuelto en ese talante soberbio que repelía a como fuera lugar -¿Porqué continua indagando en algo que puede tener o no importancia…O una de dos señor Edvin; es usted una persona a la que le gusta el masoquismo, o muy estúpidamente diré que me pretende más allá del interés común, puesto que mejores mujeres y prospectos para usted debe haber, así que descarto esto último, para finalizar, puede ser usted un psicótico con muchos deseos de cazar el día de hoy y saciar alguna clase de perturbación mental...-
Lo irónico es que la que apetecía estar hasta el gollete atiborrando aquella perturbación mental, era yo.
El sabor del amoniaco concentrado en mi boca por el tentempié poco habitual de la mañana volvió a trajinar con recuerdos al período en el que las lágrimas se mezclaban con el dolor insoportable de una mutilada “Buena niña Schmetterling, con el tiempo afirmas tu habilidad con el bisturí, recuerda a sus cuerpos como la margarina más fina que ha probado tu paladar. El corte es lo que hace que el sabor de sus pieles permanezca en la consistencia apropiada y después condimentarla con las especias perfectas te brindaran un magnifico banquete digno de salón” Sí, estaba trastornada por mezclar la realidad del peligro en el que me inmiscuía al acto deliberadamente frente aquel hombre con los escurridizos pensamientos que traicionaban mis anhelos más perversos. Nuestras miradas permanecieron fijas mutuamente hasta que finalmente decidí andar de frente sin cuidados, mi avance premeditado rompió con el hilo de nuestra conversación pero lo retomé enseguida de que me alejé lo suficiente –Entonces somos dos muy parecidos al respecto, barón. Tampoco he logrado ponerme en “los zapatos de otros”, cito.- indiqué moviéndome con naturalidad -¿Qué de interesante puede tener un nombre tan difícil de pronunciar? ¿O es de los que piensan que el nombre es el reflejo de quienes somos?...Yo, por otra parte, lo odio.- afirmé con la veracidad indemne en esas palabras.
Lo odiaba desmedidamente, sin control, odiaba lo que era y al mismo tiempo lo amaba. Abrazaba la oscuridad que me envolvía aunque de algún modo deseara un poco de luz en ella, abrazaba la vida así como podía llegar a afianzarme a la idea de quitárselas a esos pobres idiotas que se atravesaban en el camino -No se desgaste conmigo, deje atrás la curiosidad, continúe con su camino…- me aventuré a advertirle ésta vez, mi expresión en el rostro había cambiado por otro más oscuro y parco. El juego se volvía cada vez más fastidioso a medida que las indiscreciones ampliaban nuestra búsqueda por una verdad que se mantenía en el hueco más oscuro de ambas existencias.
La paradójica idea que lo retenía en mi presencia obstinada, me avoco al primer mohín de descrédito así como descortesía los cuales no dudé en acentuarlos al instante en que retorné mi rostro para observarlo. Lejano, lucia a modo de cualquier hombre en la aristocracia; envuelto en ese talante soberbio que repelía a como fuera lugar -¿Porqué continua indagando en algo que puede tener o no importancia…O una de dos señor Edvin; es usted una persona a la que le gusta el masoquismo, o muy estúpidamente diré que me pretende más allá del interés común, puesto que mejores mujeres y prospectos para usted debe haber, así que descarto esto último, para finalizar, puede ser usted un psicótico con muchos deseos de cazar el día de hoy y saciar alguna clase de perturbación mental...-
Lo irónico es que la que apetecía estar hasta el gollete atiborrando aquella perturbación mental, era yo.
Schmetterling Verner- Humano Clase Alta
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