AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Erase una vez...La locura.
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Erase una vez...La locura.
…Triple puñalada en el esternón. Grabado de marcas y simbolismos satánicos en la parte superior de la piel de la espalda y posterior retirada del corazón de la víctima.
Órgano no encontrado en las cercanías del asesinato pero si en las dependencias de un segundo acusado…
Pase la pagina del expediente y leí una decima vez mas… “Antecedentes del sospechoso” mientras continuaba caminando por el pasillo oscuro en dirección a la salida, caminando en medio de las distintas celdas donde los asesinos y los dementes se mezclaban a la espera de su sentencia.
¿Doctor? Indico el hombre a mi derecha.
Si… comente cerrando la carpeta y asintiendo al enviado del jefe de policía, quien volvió a sus documentos para apuntar entre sus informes, mientras el abogado del acusado a mi izquierda nos miraba ceñudo.
El acusado posee todas las características de un psicópata. Sin embargo no es una persona ajena a la realidad. El está al corriente en cada instante de sus actos, ha vulnerado normas con conocimientos de causa y…
El abogado se adelanto para hacernos parar mientras el ayudante del jefe de policía y yo nos deteníamos obligadamente para mirarle.
¿Y eso que quiere decir exactamente?
Eso quiere decir, que es una farsa. Que su cliente ha simulado un ritual satánico para poder alegar una inestabilidad mental. Pero el acusado no posee trastornos mentales. Lo que si posee es una personalidad psicopática. Me acerque al alterado abogado para que me mirase y me entendiera. Es un asesino, el no se arrepiente de nada, porque no siente nada. No se le puede adjudicar demencia, por lo que todo indica que su acusado será juzgado bajo la ley francesa.
El abogado comenzó a sudar y se acerco aun mas a mi para susúrrame mientras me apuntaba con su huesudo dedo índice.
Puede que ese malnacido sea culpable y no se arrepienta, pero es un miembro de la realeza rumana. ¡No puede ser juzgado! no solo por su posición, sino porque se crearía un conflicto internacional que no se puede permitir.
No sé qué cara le habré puesto, pero el abogado bajo el dedo, se enderezo y trago saliva mientras yo le miraba.
Me temo que ese cometido no es de mi incumbencia. Los hechos son claros.
Si desea una segunda opinión, búsquela, pero le aseguro que le dira lo mismo que le he dicho yo, a no ser que le compre. Porque…¿Es así como funciona hoy en dia la justicia con la alta sociedad y la realeza, verdad? ¿Oh me va a negar que esta sujetando un fardo de dinero en su bolsillo, deseando dejarlo en mis manos para que haga la vista gorda? Las dependencias eran oscuras y húmedas, como todas las celdas en las que almacenaban a los detenidos, pero aun así logre ver el intenso color morado que llenó el rostro indignado del abogado, uno que mantenía sus manos en sus bolsillos, quizás estrujando los billetes con verdadera cólera.
El agente del jefe de policía a mi lado, me acerco dos carpetas más que guarde en mi maletín antes de despedirme con un asentimiento de cabeza, caminando a la vez que el abogado se hacía a un lado, pudiendo salir al fin del edificio.
Tendría que controlar mi lengua o terminaría teniendo más enemigos que aliados en la ciudad. Pero es que habían intentado comprarme tantas veces que empezaba a rozar algo más que la propia indignación.
Y al fin se había acabado.
La luz del exterior me recibió cegándome un tanto, pero lo agradecí enormemente. Pues la brisa y la luz me despejo mientras caminaba hacia el carruaje que me esperaba. Y es que me alegraba profundamente poder salir de ahí y cambiar de aires, ya que llevaba toda la semana entrando y saliendo de las dependencias. Por lo que ahora me sentía un poco mas aliviado al saber que tendría un cambio de rutina.
¿El plan? Ir a mi despacho particular. Tenía planeado estar todo el dia alli, pues si bien habia una paciente que quería hablar conmigo de forma particular. Por otro lado quería poder idagar mas en las terapias “alternativas” Siguiendo diversos estudios y teorías que estaba investigando.
Yo solia trabajar de forma mas exclusiva para la policía o para el sanatorio. Sin embargo la insistencia de algunos conocidos para que tratara por mi cuenta a algunas personas fuera de las instituciones me habia hecho ceder para poder atenderles de forma mas personalizada y privada.
Seguramente, habían mejores formas de aprovechar mis viernes libres, pero en aquel instante, no habia nada que me interesara tanto como mi propia profesion. Algo que no tenia del todo claro, si era algo bueno o algo malo.
Apoye el mentón en la palma de mi mano, mientras observaba el tazon de café que descansaba en mi mano izquierda. Lo cierto es que me había quedado en silencio y pensativo ante el caso que había vivido al amanecer con el acusado y el abogado. Pues si bien era cierto, que aquel caso se estaba llevando con extrema urgencia, aquello solo se debía a que el acusado era un conde rumano. Un hombre cercano a distintos miembros de la realeza europea, un hombre con influencias suficientes para mover hombres y a la propia justicia de forma rapida por ser quien era. Y eso mismo, me hacia sentir un gran desagrado hacia el mundo. Porque un hombre normal, un hombre pobre y sin amistades, habría sido juzgado cuando a la justicia le hubiese convenido, su trato no habría sido diferenciado, ni distinguido de los otros, ni mucho menos algo rápido. Nadie habría seleccionado a los mejores abogados, ni nadie habría intentado comprar a los médicos para obtener el dictamen que necesitaba.
Un hombre pobre habría sido declarado a morir sin demora y a nadie le habría importado, mientras que aquel asesino seria tratado de forma especial, poseería un buen bufete de abogados y luego compraría al jurado y a los médicos que le atenderían después de mi… Y asi de fácil, aquel asesino saldría libre y en breve estaría en las reuniones de alta sociedad, celebrando sus triunfos, porque asi funcionaba la sociedad parisina de hoy en día. Ni la igualdad ni la justicia existían y tampoco importaban cuando tenias un nombre y un bolsillo lleno a rebosar con lo que comprar la libertad…
Deje la taza de café y me puse en pie para abrir. Pero al llegar a la puerta mire hacia mi asiento, lo cierto es que seguramente habría sido más adecuado llevar la chaqueta puesta y no solo la camisa y el chaleco, junto a las mangas remangadas como ahora iba. Pues eso me daba un aspecto más informal, sin embargo por una vez lo deje estar y simplemente me encamine hacia la puerta para abrir. Vislumbrando a una joven que de espaldas miraba de un lado a otro, girándose hacia mí con el rostro un tanto enrojecido y la respiración agitada, como si hubiese dado una ligera carrera. Contemple su aspecto pulcro y elegante con disimulo, apreciando como retorcía los dedos de sus manos, muy posiblemente por el nerviosismo.
Sonreí con amabilidad y busque su mirada, que parecía estar preocupada en otras cosas. La dama se adelanto, antes de que la invitara a entrar, por lo que seguí su trayectoria así como las muecas de su rostro. Cerré con suavidad.
Buenos días. Adelante, está usted en su casa, bromee para romper el hielo ante su gesto de entrar sin más. Por lo que me quede apoyado en el respaldo de la puerta, a la espera de que ella iniciara el dialogo, pero parecía pensativa y curiosa con mi despacho por lo que le di unos minutos de calma mientras yo le contemplaba en silencio. Un buen amigo me había hablado de ella, describiéndome muy por encima algunos de sus problemas, y por su descripción entendí que era a quien esperaba.
Soy el Doctor Asrhan, pero puede llamarme Naeem si gusta. Usted es madame Ahearne ¿verdad? Comente sereno, acercándome para encajar mi mano con la de ella, sin sospechar siquiera que aquel simple saludo seria el desencadenante de todo lo demás.
Órgano no encontrado en las cercanías del asesinato pero si en las dependencias de un segundo acusado…
Pase la pagina del expediente y leí una decima vez mas… “Antecedentes del sospechoso” mientras continuaba caminando por el pasillo oscuro en dirección a la salida, caminando en medio de las distintas celdas donde los asesinos y los dementes se mezclaban a la espera de su sentencia.
¿Doctor? Indico el hombre a mi derecha.
Si… comente cerrando la carpeta y asintiendo al enviado del jefe de policía, quien volvió a sus documentos para apuntar entre sus informes, mientras el abogado del acusado a mi izquierda nos miraba ceñudo.
El acusado posee todas las características de un psicópata. Sin embargo no es una persona ajena a la realidad. El está al corriente en cada instante de sus actos, ha vulnerado normas con conocimientos de causa y…
El abogado se adelanto para hacernos parar mientras el ayudante del jefe de policía y yo nos deteníamos obligadamente para mirarle.
¿Y eso que quiere decir exactamente?
Eso quiere decir, que es una farsa. Que su cliente ha simulado un ritual satánico para poder alegar una inestabilidad mental. Pero el acusado no posee trastornos mentales. Lo que si posee es una personalidad psicopática. Me acerque al alterado abogado para que me mirase y me entendiera. Es un asesino, el no se arrepiente de nada, porque no siente nada. No se le puede adjudicar demencia, por lo que todo indica que su acusado será juzgado bajo la ley francesa.
El abogado comenzó a sudar y se acerco aun mas a mi para susúrrame mientras me apuntaba con su huesudo dedo índice.
Puede que ese malnacido sea culpable y no se arrepienta, pero es un miembro de la realeza rumana. ¡No puede ser juzgado! no solo por su posición, sino porque se crearía un conflicto internacional que no se puede permitir.
No sé qué cara le habré puesto, pero el abogado bajo el dedo, se enderezo y trago saliva mientras yo le miraba.
Me temo que ese cometido no es de mi incumbencia. Los hechos son claros.
Si desea una segunda opinión, búsquela, pero le aseguro que le dira lo mismo que le he dicho yo, a no ser que le compre. Porque…¿Es así como funciona hoy en dia la justicia con la alta sociedad y la realeza, verdad? ¿Oh me va a negar que esta sujetando un fardo de dinero en su bolsillo, deseando dejarlo en mis manos para que haga la vista gorda? Las dependencias eran oscuras y húmedas, como todas las celdas en las que almacenaban a los detenidos, pero aun así logre ver el intenso color morado que llenó el rostro indignado del abogado, uno que mantenía sus manos en sus bolsillos, quizás estrujando los billetes con verdadera cólera.
El agente del jefe de policía a mi lado, me acerco dos carpetas más que guarde en mi maletín antes de despedirme con un asentimiento de cabeza, caminando a la vez que el abogado se hacía a un lado, pudiendo salir al fin del edificio.
Tendría que controlar mi lengua o terminaría teniendo más enemigos que aliados en la ciudad. Pero es que habían intentado comprarme tantas veces que empezaba a rozar algo más que la propia indignación.
…
Asi habían comenzado mis ultimas madrugadas. En las dependencias de policia ,analizando el caso de aquel asesino, realizando los chequeos correspondientes, realizando pruebas y analizando conductas. Y al fin se había acabado.
La luz del exterior me recibió cegándome un tanto, pero lo agradecí enormemente. Pues la brisa y la luz me despejo mientras caminaba hacia el carruaje que me esperaba. Y es que me alegraba profundamente poder salir de ahí y cambiar de aires, ya que llevaba toda la semana entrando y saliendo de las dependencias. Por lo que ahora me sentía un poco mas aliviado al saber que tendría un cambio de rutina.
¿El plan? Ir a mi despacho particular. Tenía planeado estar todo el dia alli, pues si bien habia una paciente que quería hablar conmigo de forma particular. Por otro lado quería poder idagar mas en las terapias “alternativas” Siguiendo diversos estudios y teorías que estaba investigando.
Yo solia trabajar de forma mas exclusiva para la policía o para el sanatorio. Sin embargo la insistencia de algunos conocidos para que tratara por mi cuenta a algunas personas fuera de las instituciones me habia hecho ceder para poder atenderles de forma mas personalizada y privada.
Seguramente, habían mejores formas de aprovechar mis viernes libres, pero en aquel instante, no habia nada que me interesara tanto como mi propia profesion. Algo que no tenia del todo claro, si era algo bueno o algo malo.
...
El edificio donde había situado mi consulta, era un antiguo edificio de aire clásico que se situaba a unos diez minutos del bullicioso cenrto de la ciudad. Más que nada, porque no quería estar rodeado del ruido, de luces y del “escándalo” de las calles. Ademas la cierta tranquilidad que rodeaba el lugar, asi como las frondosas arboledas de las calles hacían mas acogedora la venida al “Loquero”. O al menos eso pensé yo cuando vi el lugar. …
Eran casi las nueve y media, pero yo no contaba con ello de lo distraído que me hallaba.Apoye el mentón en la palma de mi mano, mientras observaba el tazon de café que descansaba en mi mano izquierda. Lo cierto es que me había quedado en silencio y pensativo ante el caso que había vivido al amanecer con el acusado y el abogado. Pues si bien era cierto, que aquel caso se estaba llevando con extrema urgencia, aquello solo se debía a que el acusado era un conde rumano. Un hombre cercano a distintos miembros de la realeza europea, un hombre con influencias suficientes para mover hombres y a la propia justicia de forma rapida por ser quien era. Y eso mismo, me hacia sentir un gran desagrado hacia el mundo. Porque un hombre normal, un hombre pobre y sin amistades, habría sido juzgado cuando a la justicia le hubiese convenido, su trato no habría sido diferenciado, ni distinguido de los otros, ni mucho menos algo rápido. Nadie habría seleccionado a los mejores abogados, ni nadie habría intentado comprar a los médicos para obtener el dictamen que necesitaba.
Un hombre pobre habría sido declarado a morir sin demora y a nadie le habría importado, mientras que aquel asesino seria tratado de forma especial, poseería un buen bufete de abogados y luego compraría al jurado y a los médicos que le atenderían después de mi… Y asi de fácil, aquel asesino saldría libre y en breve estaría en las reuniones de alta sociedad, celebrando sus triunfos, porque asi funcionaba la sociedad parisina de hoy en día. Ni la igualdad ni la justicia existían y tampoco importaban cuando tenias un nombre y un bolsillo lleno a rebosar con lo que comprar la libertad…
*TOC TOC TOC*
Me sobresalte un poco, ante lo sumido que estaba en las funestas bases de las sociedades adineradas de hoy en dia. Y es que estaba tan sumido, que casi me había olvidado de mi paciente.Deje la taza de café y me puse en pie para abrir. Pero al llegar a la puerta mire hacia mi asiento, lo cierto es que seguramente habría sido más adecuado llevar la chaqueta puesta y no solo la camisa y el chaleco, junto a las mangas remangadas como ahora iba. Pues eso me daba un aspecto más informal, sin embargo por una vez lo deje estar y simplemente me encamine hacia la puerta para abrir. Vislumbrando a una joven que de espaldas miraba de un lado a otro, girándose hacia mí con el rostro un tanto enrojecido y la respiración agitada, como si hubiese dado una ligera carrera. Contemple su aspecto pulcro y elegante con disimulo, apreciando como retorcía los dedos de sus manos, muy posiblemente por el nerviosismo.
Sonreí con amabilidad y busque su mirada, que parecía estar preocupada en otras cosas. La dama se adelanto, antes de que la invitara a entrar, por lo que seguí su trayectoria así como las muecas de su rostro. Cerré con suavidad.
Buenos días. Adelante, está usted en su casa, bromee para romper el hielo ante su gesto de entrar sin más. Por lo que me quede apoyado en el respaldo de la puerta, a la espera de que ella iniciara el dialogo, pero parecía pensativa y curiosa con mi despacho por lo que le di unos minutos de calma mientras yo le contemplaba en silencio. Un buen amigo me había hablado de ella, describiéndome muy por encima algunos de sus problemas, y por su descripción entendí que era a quien esperaba.
Soy el Doctor Asrhan, pero puede llamarme Naeem si gusta. Usted es madame Ahearne ¿verdad? Comente sereno, acercándome para encajar mi mano con la de ella, sin sospechar siquiera que aquel simple saludo seria el desencadenante de todo lo demás.
Naeem J. Asrhan*- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 43
Fecha de inscripción : 01/08/2012
Localización : Estare donde no debo estar.
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Erase una vez...La locura.
Me escocían los ojos, sintiendo cómo se hinchaban de nuevo, preparándose para derramar las lágrimas matutinas con las que solía dormirme y despertar al día siguiente, más siempre me recordaba que era hora de remar aunque me sintiera balancear en hilos de coser, siempre a punto de caer. Apuré el café, aparté el periódico y desaparecí de la solitaria cocina, no sin antes arrancar el calendario de la pared, mintiéndome al pretender engañar al tiempo. Fuera, la luz parecía herir y al bañarme, el agua parecía empaparme de más. Se me oprimía el pecho, se me entrecortó la respiración, lamí mi sudor y me recordé que seguía latiendo mi corazón, que no era momento de hundirse.
El día era hielo en las calles desiertas de París y, sin embargo, yo ardía. Mientras ponía rumbo a mi destino, me di cuenta del temor al alma por su dictadura y cobardía que rompía al caer. Me iba consumiendo al pensar en cómo sobrevivir a semejante huracán que era mi vida, en cómo levantar a mi hijo de unas circunstancias que no le tocaban vivir. Hasta el silencio de la calle pareció responder a mis internos dilemas morales, pero entonces, recordé sus ojos, su sonrisa al despertarme por la mañana y todo cobró sentido, todo valía la pena por él, por mi hijo, y aunque sólo momentáneamente, el alivio volvió a sosegarme justo cuando abrí la puerta y un amable caballero con monóculo me invitó a sentarme frente a su mesa del pulcro despacho.
- Quisiera extraer de mi cuenta bancaria todo cuanto ahí posea, monsieur....- miré su etiqueta estampada en su americana marrón antes de proseguir con firmeza- ... Chassier. ¿Puede decirme qué me corresponde?
El hombre asintió y removió entre varios archivos y papeles que se encontraban en un armario justo detrás de él, todos ellos ordenados alfabéticamente. Yo no era una clienta habitual en el banco, pero sí mi marido, con el que solían tener varios tratos e inversiones. Después de su muerte, la cuestión monetaria en mi familia cayó en manos de mis padres, los únicos administradores capacitados para dicha tarea, al menos, según ellos mismos, pues estaba claro que no confiaban en mi sano juicio. Y sin embargo, allí estaba, como legítima viuda de Hoel, reclamando lo que me pertenecía.
- Disculpe, soy un grosero, no le ofrecí nada para tomar. ¿Le apetece un te?
- En realidad... tengo un poco de prisa. Si no le importa, preferiría recibir lo que vine a buscar y así podré retirarme en brevedad, no quisiera tampoco importunarle con mi presencia demasiado tiempo.
El banquero asintió con una media sonrisa, volviendo su atención a los documentos que buscaba hasta que los encontró, sentándose frente a mí mientras se ajustaba el monóculo y revisaba las cifras y las operaciones pertinentes. Tanta espera y tanto silencio empezaban a hacer mella en mi paciencia, por lo que mis dedos empezaron así a juguetear entre ellos, nerviosos y ansiosos por salir de aquél pequeño cuadrilátero de paredes grises y tristes. Al fin, Chassier levantó sus narices de los papeles que sujetaba con ambas manos y me miró.
- Me temo que sus progenitores ya retiraron la mayor parte de los ingresos que vos teníais, madame. Lo único que queda en su cuenta bancaria es la pensión de viudedad cobrada el mes pasado y que aun no ha sido retirada.
Farfullé algo, no pude evitarlo, aunque no me sorprendió. Mis padres se estaban enriqueciendo gracias a los ahorros de toda una vida, no sólo de la mía, sino también de la de mi difunto esposo. Ellos se estaban aprovechando de mis debilidades y las absurdeces relacionadas con mi locura para robarme, para robar también el futuro que esperaba poder brindarle a mi hijo. Aquello no iba a perdonárselo jamás.
Carraspeé y me removí en el asiento, incómoda aunque queriendo dar una imagen respetable al banquero. Me incliné hacia él, en su mesa, dedicándole una sonrisa conciliadora.
- ¿A cuánto asciende la cifra?
Chassier volvió a sumergirse en los documentos, pero no tardó demasiado en responder a mi petición, mirándome ahora con el ceño fruncido.
- Novecientos ochenta y nueve francos, mi señora.
- ¡¿Cómo?!
Ni siquiera recordaba cuándo me había puesto en pie, con las uñas clavadas en la mesa y mi rostro desconfigurado por la ira que ya no intenté ocultar. ¡Novecientos francos! ¡Estaba arruinada completamente!
Mis ilusiones y esperanzas se iban esfumando a cada agitada respiración, decidiéndome a sentarme de nuevo cuando la cabeza empezó a darme vueltas y la sangre se arremolinó en mis pies, abandonando el resto de mi cuerpo. No pude evitar llevarme las manos al rostro, ocultando unas amargas lágrimas que estaban ya demasiado acostumbradas a ver la luz. El banquero pareció alarmado, corriendo hasta mí para situarse a mis pies, sujetando entonces una de mis manos para obligarme a mirarle. Parecía acongojado.
- Mi señora, dígame vos si puedo hacer algo para ayudarla, todo sea por la amistad que me unía a Hoel.
Me alcé, rechazando así su ayuda y su mano, dándole la espalda mientras barría con mis dedos las evidencias de mi llanto ahogado.
- Deme el dinero en metálico, por favor. Después de eso... cierre la cuenta.
- Pero mi señora, si hago eso... ¿a qué cuenta destinará la pensión de viudedad?
- Cancélela. No la necesito.
Chassier quiso insistir, pero ante mi mirada furiosa prefirió morderse los labios y asentir, realizando las labores indicadas. Al cabo de media hora, yo salía del banco con novecientos ochenta y nueve francos en el bolso, dispuesta a empezar una nueva vida lejos de mis padres, dispuesta a valerme por mí misma una vez consiguiera el trabajo al que había postulado hacía unos días como profesora de Historia. Y aunque ahora, lo único que podría sosegar los nervios y ansias que recorrían todavía mis venas fuera ver a mi hijo, aun tenía otra cosa que hacer antes de regresar por última vez a casa de mis padres.
Según el reloj de pulsera que lucía en mi mano izquierda eran ya las nueve y media de la mañana y llegaba tarde a la consulta, por lo que apreté el paso por la calle tranquila y perezosa, llegando incluso a correr hasta llegar a mi destino, aporreando la puerta con mis nudillos mientras esperaba que ésta se abriera, deseando que mis cabellos alborotados por la carrera y el visible nerviosismo que manifestaban mis manos no hicieran a ojos ajenos, una mala imagen mía, ya se sabe, de loca.
En cuanto la puerta se abrió y apareció el doctor en cuestión, focalicé mi mente en el motivo de mi visita, en el único motivo de mi visita. Mis padres me forzaban a frecuentar a un loquero como única condición para que me dejaran ver a mi propio hijo, firmes creyentes en que mi salud mental desquiciada podría dañar a mi pequeño Kahedrin. Y mientras tanto, ellos se dedicaban a robarme... Estaba claro que no pretendía ya seguir sus estúpidas normas, no después de lo acontecido. Yo sabía que algo me ocurría, que no era normal como los demás, pero aun así, me veía incapaz de lastimar a nadie. Iba a recuperar a mi hijo, pero a mi manera. Por eso había ido a ver al doctor, segura de mi decisión. Sólo pasaría con él una hora, él me firmaría un volante que justificaría mi visita y así mis padres me dejarían recuperar a mi hijo por unas horas... luego, no volverían a vernos jamás. Ni él regresaría a su casa, ni yo con él. Desapareceríamos de sus vidas para siempre. Ese era mi objetivo y no había tiempo que perder, así que me adentré en la habitación aun sumida en mis preocupaciones y haciendo caso omiso al doctor, quién, después de cerrar la puerta, rompió el silencio de la sala y captó mi atención al fin, ahora clavada en una sala en la que realmente, yo no veía nada.
Le miré ceñuda por un momento. ¿Naeem? Se me escapó una pequeña risa que intenté disimular con una tos repentina. ¿Cómo decirle, doctor, que no tendremos mucho tiempo para intimar?, pensé en mis adentros, siendo ese el motivo de mi pequeña carcajada.
- Si me permite, me dirigiré a vos como Doctor Asrhan. Es más... profesional.- comenté, ahora dándole la espalda para hojear el libro de Jean-Martin Charcot, titulado Histeria y que estaba depositado sobre su mesa del despacho, dejándolo dónde estaba para encajar mi mano con la suya cuando él hizo el ademán de tal gesto.- Sí, soy mademoiselle Ahearne para vos...
Pero entonces, en aquél gesto, una punzada de dolor muy parecida a la que se siente ante un fuerte latigazo en la mano fue la sensación predecesora a lo que a continuación vi grabado en mis retinas, como si en ellas transcurriera una película basada en destellos rápidos de imágenes varias sin un sentido coherente. Sólo pude divisar el rostro de aquél doctor, un rostro desencajado por el pánico y el horror, seguido de algunos gritos como si llamara a alguien, como si corriera a salvar a alguien, unas manchas de sangre fueron el telón que cambió la imagen y dio paso a otra, en la que aparecía él mismo junto a un niño pequeño, ¿quién era él? ¿Kahedrin? Podría ser, ambos jugaban en un jardín un día soleado y no logré identificar el rostro del pequeño. Una sombra se cernió sobre ellos y otra estampa cruzó mis ojos, una más confusa, muy oscura excepto por una antorcha que iluminaba un pedregoso y húmedo pasadizo de piedra y una respiración agitada en mi oído... y unos ojos negros, los de Eskandar, que ahora se entrecerraban para hacer desaparecer la última visión tras la que, al volver a la realidad, me encontré tendida en el suelo con la cabeza situada sobre el regazo del doctor Asrhan, quién me miraba con el ceño fruncido y la confusión escrita en sus ojos. Tragué saliva. ¿Cómo explicarle ahora que no estaba loca?
- Lo... lo siento, doctor, me debo haber desmayado, será por el calor...- me excusé forzando una sonrisa trémula mientras me ponía en pie a trompicones y me agarraba a la mesa, recuperando poco a poco la compostura, sintiendo mi corazón a punto de escapárseme del pecho con tanta fuerza como mis piernas querían correr hacia la puerta de la consulta y desaparecer de tan bochornosa situación. Pero no podía hacerlo, no sin la firma que acreditara mi asistencia a la terapia.- ¿Podrí a ser tan amable de darme un poco de agua?- le pedí con un hilo de voz, sentándome frente a la mesa de su despacho a la espera de que él no le diera mayor importancia a lo acontecido y empezara cuanto antes la terapia.
El joven muchacho se desplazó por la sala en silencio para tomar la jarra de agua depositada sobre un mueble auxiliar cerca de la ventana, tras de mí. Pude escuchar el rumor del agua verterse sobre un vaso y poco a poco, me fui relajando como gesto inconsciente, empezando a hablar sin esperar que él me diera pie. Tenía prisa.
- Lo cierto es que no sé qué hago aquí, doctor... pero imagino que debéis estar cansado de escuchar estas palabras millones de veces en todos sus pacientes.- reí con cierta amargura, escondiendo mi rostro tras una de mis manos cuyo codo apoyé en la mesa.- Y también habréis escuchado cosas como que yo no estoy loca, o que no soy una paciente como las que vos tratáis. Pero en mi caso... es la verdad.- suspiré apesadumbradamente.- Así que le ahorraré tiempo, doctor Asrhan. Haced lo que tengáis que hacer para certificar mi buen juicio, firmad su conformidad y no tendréis que volver a verme por su consulta. Si lo que le preocupa es dejar de percibir su sueldo, puedo ofrecerle más dinero del que recibiréis por tratarme normalmente, así que ambos ganamos con esto. ¿Qué me decís?
Alcé el mentón cuando percibí su presencia imponente junto a mí, ofreciéndome el vaso de agua que le pedí. Lo atrapé entre mis dedos y sin que él soltara aun el vaso, algo sucedió con el agua de su recipiente, pues empezó su flujo a crear pequeñas ondas sin explicación aparente hasta que del agua emergió una pequeña burbuja congelada que se alzó en el aire mediante una levitación por la que la burbuja llegó incluso a rozar la punta de mi nariz antes de que yo soltara el vaso y éste cayera al suelo con gran estruendo, haciendo añicos el cristal del vaso, desparramándose el agua por doquier y fundiéndose la burbuja de hielo con el resto de agua. ¿Qué clase de brujería era esa?
- Quizás mis padres tengan razón y esté loca...- balbuceé desconcertada, sin comprender qué era lo que acababa de suceder en la consulta.
El día era hielo en las calles desiertas de París y, sin embargo, yo ardía. Mientras ponía rumbo a mi destino, me di cuenta del temor al alma por su dictadura y cobardía que rompía al caer. Me iba consumiendo al pensar en cómo sobrevivir a semejante huracán que era mi vida, en cómo levantar a mi hijo de unas circunstancias que no le tocaban vivir. Hasta el silencio de la calle pareció responder a mis internos dilemas morales, pero entonces, recordé sus ojos, su sonrisa al despertarme por la mañana y todo cobró sentido, todo valía la pena por él, por mi hijo, y aunque sólo momentáneamente, el alivio volvió a sosegarme justo cuando abrí la puerta y un amable caballero con monóculo me invitó a sentarme frente a su mesa del pulcro despacho.
- Quisiera extraer de mi cuenta bancaria todo cuanto ahí posea, monsieur....- miré su etiqueta estampada en su americana marrón antes de proseguir con firmeza- ... Chassier. ¿Puede decirme qué me corresponde?
El hombre asintió y removió entre varios archivos y papeles que se encontraban en un armario justo detrás de él, todos ellos ordenados alfabéticamente. Yo no era una clienta habitual en el banco, pero sí mi marido, con el que solían tener varios tratos e inversiones. Después de su muerte, la cuestión monetaria en mi familia cayó en manos de mis padres, los únicos administradores capacitados para dicha tarea, al menos, según ellos mismos, pues estaba claro que no confiaban en mi sano juicio. Y sin embargo, allí estaba, como legítima viuda de Hoel, reclamando lo que me pertenecía.
- Disculpe, soy un grosero, no le ofrecí nada para tomar. ¿Le apetece un te?
- En realidad... tengo un poco de prisa. Si no le importa, preferiría recibir lo que vine a buscar y así podré retirarme en brevedad, no quisiera tampoco importunarle con mi presencia demasiado tiempo.
El banquero asintió con una media sonrisa, volviendo su atención a los documentos que buscaba hasta que los encontró, sentándose frente a mí mientras se ajustaba el monóculo y revisaba las cifras y las operaciones pertinentes. Tanta espera y tanto silencio empezaban a hacer mella en mi paciencia, por lo que mis dedos empezaron así a juguetear entre ellos, nerviosos y ansiosos por salir de aquél pequeño cuadrilátero de paredes grises y tristes. Al fin, Chassier levantó sus narices de los papeles que sujetaba con ambas manos y me miró.
- Me temo que sus progenitores ya retiraron la mayor parte de los ingresos que vos teníais, madame. Lo único que queda en su cuenta bancaria es la pensión de viudedad cobrada el mes pasado y que aun no ha sido retirada.
Farfullé algo, no pude evitarlo, aunque no me sorprendió. Mis padres se estaban enriqueciendo gracias a los ahorros de toda una vida, no sólo de la mía, sino también de la de mi difunto esposo. Ellos se estaban aprovechando de mis debilidades y las absurdeces relacionadas con mi locura para robarme, para robar también el futuro que esperaba poder brindarle a mi hijo. Aquello no iba a perdonárselo jamás.
Carraspeé y me removí en el asiento, incómoda aunque queriendo dar una imagen respetable al banquero. Me incliné hacia él, en su mesa, dedicándole una sonrisa conciliadora.
- ¿A cuánto asciende la cifra?
Chassier volvió a sumergirse en los documentos, pero no tardó demasiado en responder a mi petición, mirándome ahora con el ceño fruncido.
- Novecientos ochenta y nueve francos, mi señora.
- ¡¿Cómo?!
Ni siquiera recordaba cuándo me había puesto en pie, con las uñas clavadas en la mesa y mi rostro desconfigurado por la ira que ya no intenté ocultar. ¡Novecientos francos! ¡Estaba arruinada completamente!
Mis ilusiones y esperanzas se iban esfumando a cada agitada respiración, decidiéndome a sentarme de nuevo cuando la cabeza empezó a darme vueltas y la sangre se arremolinó en mis pies, abandonando el resto de mi cuerpo. No pude evitar llevarme las manos al rostro, ocultando unas amargas lágrimas que estaban ya demasiado acostumbradas a ver la luz. El banquero pareció alarmado, corriendo hasta mí para situarse a mis pies, sujetando entonces una de mis manos para obligarme a mirarle. Parecía acongojado.
- Mi señora, dígame vos si puedo hacer algo para ayudarla, todo sea por la amistad que me unía a Hoel.
Me alcé, rechazando así su ayuda y su mano, dándole la espalda mientras barría con mis dedos las evidencias de mi llanto ahogado.
- Deme el dinero en metálico, por favor. Después de eso... cierre la cuenta.
- Pero mi señora, si hago eso... ¿a qué cuenta destinará la pensión de viudedad?
- Cancélela. No la necesito.
Chassier quiso insistir, pero ante mi mirada furiosa prefirió morderse los labios y asentir, realizando las labores indicadas. Al cabo de media hora, yo salía del banco con novecientos ochenta y nueve francos en el bolso, dispuesta a empezar una nueva vida lejos de mis padres, dispuesta a valerme por mí misma una vez consiguiera el trabajo al que había postulado hacía unos días como profesora de Historia. Y aunque ahora, lo único que podría sosegar los nervios y ansias que recorrían todavía mis venas fuera ver a mi hijo, aun tenía otra cosa que hacer antes de regresar por última vez a casa de mis padres.
Según el reloj de pulsera que lucía en mi mano izquierda eran ya las nueve y media de la mañana y llegaba tarde a la consulta, por lo que apreté el paso por la calle tranquila y perezosa, llegando incluso a correr hasta llegar a mi destino, aporreando la puerta con mis nudillos mientras esperaba que ésta se abriera, deseando que mis cabellos alborotados por la carrera y el visible nerviosismo que manifestaban mis manos no hicieran a ojos ajenos, una mala imagen mía, ya se sabe, de loca.
En cuanto la puerta se abrió y apareció el doctor en cuestión, focalicé mi mente en el motivo de mi visita, en el único motivo de mi visita. Mis padres me forzaban a frecuentar a un loquero como única condición para que me dejaran ver a mi propio hijo, firmes creyentes en que mi salud mental desquiciada podría dañar a mi pequeño Kahedrin. Y mientras tanto, ellos se dedicaban a robarme... Estaba claro que no pretendía ya seguir sus estúpidas normas, no después de lo acontecido. Yo sabía que algo me ocurría, que no era normal como los demás, pero aun así, me veía incapaz de lastimar a nadie. Iba a recuperar a mi hijo, pero a mi manera. Por eso había ido a ver al doctor, segura de mi decisión. Sólo pasaría con él una hora, él me firmaría un volante que justificaría mi visita y así mis padres me dejarían recuperar a mi hijo por unas horas... luego, no volverían a vernos jamás. Ni él regresaría a su casa, ni yo con él. Desapareceríamos de sus vidas para siempre. Ese era mi objetivo y no había tiempo que perder, así que me adentré en la habitación aun sumida en mis preocupaciones y haciendo caso omiso al doctor, quién, después de cerrar la puerta, rompió el silencio de la sala y captó mi atención al fin, ahora clavada en una sala en la que realmente, yo no veía nada.
Le miré ceñuda por un momento. ¿Naeem? Se me escapó una pequeña risa que intenté disimular con una tos repentina. ¿Cómo decirle, doctor, que no tendremos mucho tiempo para intimar?, pensé en mis adentros, siendo ese el motivo de mi pequeña carcajada.
- Si me permite, me dirigiré a vos como Doctor Asrhan. Es más... profesional.- comenté, ahora dándole la espalda para hojear el libro de Jean-Martin Charcot, titulado Histeria y que estaba depositado sobre su mesa del despacho, dejándolo dónde estaba para encajar mi mano con la suya cuando él hizo el ademán de tal gesto.- Sí, soy mademoiselle Ahearne para vos...
Pero entonces, en aquél gesto, una punzada de dolor muy parecida a la que se siente ante un fuerte latigazo en la mano fue la sensación predecesora a lo que a continuación vi grabado en mis retinas, como si en ellas transcurriera una película basada en destellos rápidos de imágenes varias sin un sentido coherente. Sólo pude divisar el rostro de aquél doctor, un rostro desencajado por el pánico y el horror, seguido de algunos gritos como si llamara a alguien, como si corriera a salvar a alguien, unas manchas de sangre fueron el telón que cambió la imagen y dio paso a otra, en la que aparecía él mismo junto a un niño pequeño, ¿quién era él? ¿Kahedrin? Podría ser, ambos jugaban en un jardín un día soleado y no logré identificar el rostro del pequeño. Una sombra se cernió sobre ellos y otra estampa cruzó mis ojos, una más confusa, muy oscura excepto por una antorcha que iluminaba un pedregoso y húmedo pasadizo de piedra y una respiración agitada en mi oído... y unos ojos negros, los de Eskandar, que ahora se entrecerraban para hacer desaparecer la última visión tras la que, al volver a la realidad, me encontré tendida en el suelo con la cabeza situada sobre el regazo del doctor Asrhan, quién me miraba con el ceño fruncido y la confusión escrita en sus ojos. Tragué saliva. ¿Cómo explicarle ahora que no estaba loca?
- Lo... lo siento, doctor, me debo haber desmayado, será por el calor...- me excusé forzando una sonrisa trémula mientras me ponía en pie a trompicones y me agarraba a la mesa, recuperando poco a poco la compostura, sintiendo mi corazón a punto de escapárseme del pecho con tanta fuerza como mis piernas querían correr hacia la puerta de la consulta y desaparecer de tan bochornosa situación. Pero no podía hacerlo, no sin la firma que acreditara mi asistencia a la terapia.- ¿Podrí a ser tan amable de darme un poco de agua?- le pedí con un hilo de voz, sentándome frente a la mesa de su despacho a la espera de que él no le diera mayor importancia a lo acontecido y empezara cuanto antes la terapia.
El joven muchacho se desplazó por la sala en silencio para tomar la jarra de agua depositada sobre un mueble auxiliar cerca de la ventana, tras de mí. Pude escuchar el rumor del agua verterse sobre un vaso y poco a poco, me fui relajando como gesto inconsciente, empezando a hablar sin esperar que él me diera pie. Tenía prisa.
- Lo cierto es que no sé qué hago aquí, doctor... pero imagino que debéis estar cansado de escuchar estas palabras millones de veces en todos sus pacientes.- reí con cierta amargura, escondiendo mi rostro tras una de mis manos cuyo codo apoyé en la mesa.- Y también habréis escuchado cosas como que yo no estoy loca, o que no soy una paciente como las que vos tratáis. Pero en mi caso... es la verdad.- suspiré apesadumbradamente.- Así que le ahorraré tiempo, doctor Asrhan. Haced lo que tengáis que hacer para certificar mi buen juicio, firmad su conformidad y no tendréis que volver a verme por su consulta. Si lo que le preocupa es dejar de percibir su sueldo, puedo ofrecerle más dinero del que recibiréis por tratarme normalmente, así que ambos ganamos con esto. ¿Qué me decís?
Alcé el mentón cuando percibí su presencia imponente junto a mí, ofreciéndome el vaso de agua que le pedí. Lo atrapé entre mis dedos y sin que él soltara aun el vaso, algo sucedió con el agua de su recipiente, pues empezó su flujo a crear pequeñas ondas sin explicación aparente hasta que del agua emergió una pequeña burbuja congelada que se alzó en el aire mediante una levitación por la que la burbuja llegó incluso a rozar la punta de mi nariz antes de que yo soltara el vaso y éste cayera al suelo con gran estruendo, haciendo añicos el cristal del vaso, desparramándose el agua por doquier y fundiéndose la burbuja de hielo con el resto de agua. ¿Qué clase de brujería era esa?
- Quizás mis padres tengan razón y esté loca...- balbuceé desconcertada, sin comprender qué era lo que acababa de suceder en la consulta.
Mia di Marco- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 01/06/2013
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Re: Erase una vez...La locura.
Mire el agua derramada sobre el suelo de mi despacho con mi constante serenidad.
Básicamente, porque como psiquiatra lo había visto y lo había escuchado todo. Y porque como brujo, sabía perfectamente detectar la magia en otros seres, pues era algo que simplemente se sentía. Y es que mi paciente con mi influencia había manipulado el agua y me había dejado ver un más que fugaz retazo de pensamientos cuando nuestras manos se estrecharon. Era una certeza que me acababa de demostrar. y es que mi paciente era una bruja desconocedora de su poder, con lo que todo ello suponía.
Volví la vista hacia la estresada joven, sus pupilas estaban dilatadas, su respiración entrecortada, y casi podía percibir la tensión y la rigidez en sus hombros. Por lo que le hablé de forma conciliadora, tenía que inspirarle tranquilidad. Como si todo lo que sucediera fuera de lo más normal, como si no existiera algo “fuera de lugar” en aquel momento.
No se preocupe. Solo es agua, no pasa nada.
Por favor madame, venga conmigo. Indique tomándole de su brazo para que se levantara de la silla, conduciéndole al diván mientras le sostenía disimuladamente desde la muñeca, sintiendo de ese modo como sus pulsaciones –disparadas- no se sosegaban.
Situé algunos cojines a su espalda y me di la vuelta para darle un instante de calma. Tomando un segundo vaso que serví de agua, acercándoselo, pero dejándolo esta vez sobre una mesa auxiliar al lado del diván.
Deje que transcurrieran algunos minutos, básicamente para que se sosegara. Mientras yo recogía los cristales, mirando sobre mi hombro para ver como ella seguía de espaldas a mí. Momento que aproveche para mover mis dedos y hacer que el agua se evaporase del suelo sutilmente.
Así que mademoiselle Ahearne ha venido expresamente por un certificado. Lo comprendo. Comente mientras me levantaba con los cristales y los depositaba en la papelera.
Vera madame. Me temo que mi consulta…no funciona de ese modo. Yo no estoy aquí para entregar “papeletas de cordura”. Yo trato a mis pacientes, porque quiero corroborar a la curación, si el individuo necesita o puede obtener tal. Me acerque hacia la dama y me senté a su lado para continuar charlando con ella de forma tranquila.
Si lo que me preocupara realmente fuera el dinero. Ni usted ni yo estaríamos aquí. Yo me habría hecho comerciante, habría creado una fortuna, y ahora estaría en una hamaca, bebiendo de un cocotero en algún lugar del pacifico. No pude evitar esbozar un atisbo de sonrisa. Esa vida no sonaba mal, pero no era lo mío, algo me decía que tenía que hacer lo que estaba haciendo. Pero deje de lado las divagaciones y proseguí apoyando mi espalda en uno de los cojines.
Lo que quiero decirle, es que si está dispuesta a entenderse mejor a si misma, y a saber el porqué suceden cosas extrañas a su alrededor, o el porqué poseerá muy seguramente sueños extraños o conceptos que no logra entender, que se quede. Pues puedo proporcionarle una forma de lograr encontrar esos recuerdos o sueños que de algún modo se estancan en su pasado. Eso le daría las respuestas que busca. Oh quizás le diría quien es Eskandar…
Centre mi vista en las cortinas que ondeaban ligeramente, sin querer mirar a mi paciente. Sabiendo así que de algún modo me centraría mas y seria más distante, y es que podía sentir su mirada desorbitada sobre mí, por lo que me explique para que ella no se angustiara mas.
Menciono ese nombre mientras estuvo inconsciente un instante. Gire el rostro para mirarle. Porque, Supongo que no sabe quién es. ¿O me equivoco?
Me puse en pie y camine hacia la puerta, abriéndola.
Si desea ayuda, yo se la daré. Si no logro hacerlo no tendrá que pagarme nada. Si, por el contrario, lo único que desea es el certificado de su cordura. Le ruego que busque a otro especialista al que pueda comprar.
Básicamente, porque como psiquiatra lo había visto y lo había escuchado todo. Y porque como brujo, sabía perfectamente detectar la magia en otros seres, pues era algo que simplemente se sentía. Y es que mi paciente con mi influencia había manipulado el agua y me había dejado ver un más que fugaz retazo de pensamientos cuando nuestras manos se estrecharon. Era una certeza que me acababa de demostrar. y es que mi paciente era una bruja desconocedora de su poder, con lo que todo ello suponía.
Volví la vista hacia la estresada joven, sus pupilas estaban dilatadas, su respiración entrecortada, y casi podía percibir la tensión y la rigidez en sus hombros. Por lo que le hablé de forma conciliadora, tenía que inspirarle tranquilidad. Como si todo lo que sucediera fuera de lo más normal, como si no existiera algo “fuera de lugar” en aquel momento.
No se preocupe. Solo es agua, no pasa nada.
Por favor madame, venga conmigo. Indique tomándole de su brazo para que se levantara de la silla, conduciéndole al diván mientras le sostenía disimuladamente desde la muñeca, sintiendo de ese modo como sus pulsaciones –disparadas- no se sosegaban.
Situé algunos cojines a su espalda y me di la vuelta para darle un instante de calma. Tomando un segundo vaso que serví de agua, acercándoselo, pero dejándolo esta vez sobre una mesa auxiliar al lado del diván.
Deje que transcurrieran algunos minutos, básicamente para que se sosegara. Mientras yo recogía los cristales, mirando sobre mi hombro para ver como ella seguía de espaldas a mí. Momento que aproveche para mover mis dedos y hacer que el agua se evaporase del suelo sutilmente.
Así que mademoiselle Ahearne ha venido expresamente por un certificado. Lo comprendo. Comente mientras me levantaba con los cristales y los depositaba en la papelera.
Vera madame. Me temo que mi consulta…no funciona de ese modo. Yo no estoy aquí para entregar “papeletas de cordura”. Yo trato a mis pacientes, porque quiero corroborar a la curación, si el individuo necesita o puede obtener tal. Me acerque hacia la dama y me senté a su lado para continuar charlando con ella de forma tranquila.
Si lo que me preocupara realmente fuera el dinero. Ni usted ni yo estaríamos aquí. Yo me habría hecho comerciante, habría creado una fortuna, y ahora estaría en una hamaca, bebiendo de un cocotero en algún lugar del pacifico. No pude evitar esbozar un atisbo de sonrisa. Esa vida no sonaba mal, pero no era lo mío, algo me decía que tenía que hacer lo que estaba haciendo. Pero deje de lado las divagaciones y proseguí apoyando mi espalda en uno de los cojines.
Lo que quiero decirle, es que si está dispuesta a entenderse mejor a si misma, y a saber el porqué suceden cosas extrañas a su alrededor, o el porqué poseerá muy seguramente sueños extraños o conceptos que no logra entender, que se quede. Pues puedo proporcionarle una forma de lograr encontrar esos recuerdos o sueños que de algún modo se estancan en su pasado. Eso le daría las respuestas que busca. Oh quizás le diría quien es Eskandar…
Centre mi vista en las cortinas que ondeaban ligeramente, sin querer mirar a mi paciente. Sabiendo así que de algún modo me centraría mas y seria más distante, y es que podía sentir su mirada desorbitada sobre mí, por lo que me explique para que ella no se angustiara mas.
Menciono ese nombre mientras estuvo inconsciente un instante. Gire el rostro para mirarle. Porque, Supongo que no sabe quién es. ¿O me equivoco?
Me puse en pie y camine hacia la puerta, abriéndola.
Si desea ayuda, yo se la daré. Si no logro hacerlo no tendrá que pagarme nada. Si, por el contrario, lo único que desea es el certificado de su cordura. Le ruego que busque a otro especialista al que pueda comprar.
Naeem J. Asrhan*- Hechicero Clase Alta
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