El veredicto [Magnus]

Ajusté el nudo de mi corbata y realicé unos estiramientos de mi cuello para liberar las tensiones acumuladas en él, masajeando mis sienes mientras respiraba acompasadamente con los ojos cerrados, abriéndolos justo antes de abrir las puertas con mis manos, recibiendo las primeras miradas de los presentes en aquella sala repleta de gentío. Con un asentimiento di por saludado al estrado y al juez del caso, deslizándome hacia la mesa situada a la derecha de las dos únicas columnas de bancos.

- ¡Se levanta la sesión!- anunció el magistrado, golpeando con su martillo de madera sobre la plataforma situada frente a él, llamando entonces a declarar, al acusado, el cuál habló con una frialdad escalofriante tras jurar ser sincero ante la bandera francesa y la Biblia.

Era mi momento. Después de escuchar, impasible, cómo su abogado defensor intentaba demostrar que su cliente había caído preso de una conspiración contra él por la que le habían suministrado alucinógenos -y por lo que pedía una reducción de la condena impuesta por el juez-, éste me dio paso al fin, representando a la familia de la única víctima identificada.

Me alcé en silencio y desabroché uno de lo botones del chaleco ocre que vestía, pasando mi mano por mis cabellos para peinarlos hacia atrás, antes de alzar la vista hacia el asesino.

- Señor... Falkenhorst... Si damos por cierta la argumentación que propone su abogado, ¿podría decirnos... cuándo empezó a sentirse distinto?

El hombre agachó la cabeza y miró por el rabillo del ojo a Strauss, quién le indicaba mediante gestos, que se lo tomara con calma y no se alterara. El asesino entrelazó sus dedos y alzó el mentón para responder precisamente cuando mi cuerpo cortó todo contacto visual con su aliado, buscando precisamente, que expresara ante toda aquella multitud su verdadera identidad. Aquél gesto le hizo tensar sus mandíbulas, apoyando ahora su espalda completamente contra el respaldo del asiento dónde se encontraba, mirándome desafiante.

- Desde que degusté la entrepierna de tu madre.- espetó fríamente, torciendo una sonrisa por la que pude entrever los sucios y desgastados dientes que poseía, seguramente, debido a su práctica.

- En realidad, es curioso que lo mencionara, dado que mi madre falleció hace años. ¿Admite entonces, que le atraen sexualmente los cadáveres? Uff.. vaya...- carraspeé riendo cuando entreví su semblante desencajado.- Eso plantea la verdadera motivación de sus actos, ¿no cree? ¡Repasemos su historial!- añadí alzando un tanto la voz, casi con un tono eufórico, dándole la espalda y girándome hacia el público que me miraba expectante.- Todo empezó cuando los vecinos se quejaron a la policía del pestilente olor que provenía de su vivienda, ¿correcto, señor Falkenhorst?- le pedí, girando la mitad de mi cuerpo para ver cómo él asentía, visiblemente irritado.- ¡Bien! La policía se presentó en su puerta y la tiró abajo cuando nadie respondió, sorprendiéndole cuando estaba a punto de lanzarse por la ventana para escapar. Ante su sospechoso comportamiento y debido que todas las paredes yacían pintadas de sangre, decidieron quedarse con usted para tomar un te, y ya sabe, charlar sobre sus quehaceres matutinos. Y fue cuando quisieron usar una cuchara para remover el azúcar de la taza con extraña forma craneal, que descubrieron que se trataba de un pequeño hueso humano, ¿cierto? ¡Menuda sorpresa se llevaron!- bromeé, haciendo caso omiso a los rostros desconcertados de los presentes, probablemente contrariados por mi sarcástica forma de explicar tales macabros hechos.- ¡Y ahí es cuando le cazan, sí señor! Aunque cabe mencionar, que uno de ellos murió a mordiscos... ¿me equivoco, señor Falkenhorst?- insistí, complacido cuando éste desvió la mirada de la mía y empezó a morderse los labios a la vez que un tic se apoderaba de su pierna derecha.- Vaya... parece que un gato le comió la lengua al señor Falkenhorst... ¡qué coincidencia! Porque todo parece indicar que él se alimentaba de las lenguas de sus víctimas, así como de otros órganos humanos que localizaron en su residencia.- añadí, ahora con un tono más sombrío y punzante, acercándome a él hasta apoyar mis codos en la baranda que nos separaba mínimamente.- Admítalo. Sabe que está acorralado y el espantapájaros de Strauss no hará nada para salvarle el pellejo, por ello pide atenuantes, con tal de ver éste caso como una victoria personal mientras vos es sentenciado a morir, quizás emparedado, puede que a la horca, o en la hoguera...- le susurré al oído justo antes de que un gruñido escapara del pecho de aquél hombre y de forma impulsiva, su rostro se contrajera y sus dientes se hincaran en mi cuello de forma desgarradora, haciéndome soltar un alarido para, aprovechar el momento, tomarle del cuello de la camisa y lanzarlo al suelo, a mis pies, habiéndose llevado parte de mi carne que entre desquiciadas carcajadas y sangre, fue saboreando antes de tragársela, mirándome como un completo perturbado.- Aquí, aquí tenéis al pobre demente en estado puro, señorías. Y por todos los cargos presentados por la família de la víctima, solicitamos la pena capital para éste hombre.

Con un gesto un tanto brusco me acomodé el traje ahora ensangrentado y tras un asentimiento de cabeza hacia el magistrado, me adelanté a la mesa dónde se encontraban algunos de mis documentos y mi maletín negro, el que tomé en cuanto un guardia me pasó disimuladamente una carta sellada con procedencia de París y cuya letra procedía de Magnus, mi mentor. Sonreí y despidiéndome de aquél gentío silencioso ahora mientras los guardias se llevaban preso al asesino y el jurado dictaminaba su sentencia: culpable de todos los cargos, sentenciado a muerte por decapitación.

Tras de mí escuché el sonido de las grandes puertas cerrarse y el triunfo me supo fenomenal pese al escozor del cuello, por lo que mis pasos eran ahora alargados y casi parecía que saltara de alegría. Tras pasar por el apartamento a recoger mis escasas pertenencias y sanar la herida, puse rumbo a París, aun con aquella carta en mi bolsillo y la cuál no me había molestado aun en abrir, a sabiendas de lo que en ella habría escrito.

Por fin, había llegado mi momento.

Ajuste la lente de forma milimétrica y comencé a apuntar en mi libro de notas sin tener que mirar siquiera, estaba demasiado absorto en el microscopio.

….La esencia viva del compuesto, aparta toda materia orgánica de ella...y parece.... mantener una cadena unida de minerales…
Comente pensando en voz alta, repasando los hechos que me sabia de memoria, pues en realidad no estaba hablando con nadie y mis frases eran inconexas.

Entonces tome un pequeño gotero, acercándolo al recipiente que estaba mirando, vertiendo una sola gota carmesí en aquel recipiente de prueba. Observando como la gota de sangre era absorbida por la sustancia negra que analizaba, observando y sabiendo que mis pupilas se dilataban al contemplar como la sustancia se “comía” la gota rojiza, devorándola hasta hacerla desaparecer, como si destruyese su tejido y la eliminase.
Aparte el gotero y me aparte tambien del microscopio, tapando mis labios y palpando mi mentón.
Mi enorme laboratorio, iluminado por centenares de velas permanecía en el más completo de los silencios.

Mmmmmm. La muestra también contamina al agente sanguíneo del lycanthropus en un noventa y cinco por ciento…Apoye la espalda en la confortable silla y me palpe los labios repetidas veces, pensando en todos los agentes que intervenían en aquella prueba que había realizado, comparando datos mentalmente…Datos que coincidían una y otra vez en mi cabeza.
Había repetido la misma prueba infinidad de veces y el resultado siempre era idéntico con todas las muestras que había analizado…
Había encontrado un agente que contaminaba la sangre sobrenatural de cualquier ente que no fuese completamente humano.
Era una verdad irrefutable, que ya no me podía negar mas.

En aquel momento el mayordomo golpeo la puerta y entro en el laboratorio, acercándose a mí.

No Thomas, no quiero ni entrada, ni plato fuerte, ni postre. Pero necesito más café. El anciano mayordomo cerro sus labios entreabiertos y asintió…Oh, y…¿serias tan amable de decirle a la cocinera que no ponga curri a todas las comidas? El cordero pierde su sutileza si se le añaden demasiadas cosas exóticas…El mayordomo parpadeo perplejo y asintió. Lo cierto es que aun se asustaba de que supiera lo que había de cenar sin que el tuviese oportunidad de abrir los labios, cuando simplemente había que observar un poco para comprender lo que se tramaba en la cocina…y es que incluso sus ropajes mostraban diminutas marcas de polvos coloreados en la manga de su propio uniforme…pequeñas y diminutas motas de curri, un elemento que a la cocinera le encantaba mezclar con las carnes.

¿Desea algo más el señor?...
Si…indique mientras apoyaba los codos sobre la mesa, entrelazando los dedos por delante de mis labios, entrecerrando los ojos mientras le miraba.
¿Crees que sería posible una teoría inspirada en la del caos, fundada desde el principio de que el caos en si está almacenado en una sola criatura, capaz de almacenar muerte en las células vivas, que a su vez producen un estado degenerativo de la materia orgánica con agentes externos similares en su cadena de ADN?...
El buen hombre parpadeo repetidas veces hasta que sonó el timbre de la puerta.
Estaras contento...Te has salvado por el timbre, que conste, que ya no tienes la misma chispa de antes. Indique bromeando con tono de indignación, mientras el mayordomo intentaba esconder una mueca de sonrisa de alivio.

Entonces, volví la vista al microscopio, tomando uno a uno todos los goteros con sangre sobrenatural, vertiéndolos en la sustancia negra que pertenecía a mi pobre conejillo de indias. Observando como todas las gotas eran devoradas por la sustancia negra, sonriendo divertido, cual niño pequeño, ante un juguete que descubre que le permitiria hacer diversas travesuras…

Con una ligera inclinación de mi cabeza saludé al mayordomo que no tuvo tiempo de hablar ni guiarme hacia el despacho que tan bien conocía, tomándome la osadía de entrar y cerrar la puerta con cierta prisa, girándome veloz hacia el anciano que ocupaba el asiento y que se hallaba tan inmerso en aquellos trastos situados sobre la mesa del escritorio, completamente ensimismado. Extendí una amplia sonrisa y alcé la gran jaula decorada con un lazo azul.

- ¡Feliz cumpleaños, abuelo!- exclamé pletórico, dando largas zancadas hasta posicionar la jaula sobre el montón de papeles esparcidos por la mesa.- Aunque con cierto retraso...- murmuré desviando la mirada un momento.

- ¡Como te dé una miaja de apechusque, la roscas!- se mofó de repente el loro entre un graznido parecido a unas carcajadas, aludiendo así a la avanzada edad del inquisidor y la fragilidad que la misma le suponía.

Llevé mi mano a mis cabellos y sonreí a modo de disculpa a Magnus, que me miraba con el ceño fruncido.

- Oh, bueno... éste regalo proviene de Castilla y ya se sabe que los loros son bastante bocazas... Seguro que os divertiréis mucho, juntos.- bromeé guiñándole el ojo mientras me desabrochaba la chaqueta y la dejaba en el reposadero de la silla situada frente a Magnus, aflojando luego el nudo de la corbata que parecía asfixiarme.- He venido en cuanto he recibido la carta.- anuncié ahora ya con gesto serio e interesado, ignorando por completo el loro que saltaba de lado a lado de la jaula, moviendo sus alas y soltando varias plumas de colores que pronto ensuciaron la mesa, los cachivaches de Magnus e incluso su escaso pelo, aunque preferí no decirle que mejor sería sacudirse la cabeza.- ¿Hay novedades, verdad?

En aquél momento, la puerta se abrió y no dudé en fulminar a aquél que nos interrumpía, aunque al ver el plato de galletas y las tazas de café humeante las tripas me rugieron y mi ceño se suavizó, esperando impaciente como un niño que el mayordomo depositara la bandeja entre Magnus y yo, retirándose con sigilo y en silencio, sin que pasara inadvertido para mí el asombrado gesto que el siervo le dedicó a Magnus ante la presencia de aquél loro alborotador que estaba dejando la habitación como una pocilga.

Tras dar un largo sorbo de café de aquella taza de porcelana importada y masticar varias galletas de trigo y azúcar tuve que aclarar la garganta y recordar el motivo por el que me encontraba allí. Pero cuando quise abrir la boca para insistir en sonsacarle información, mis ojos se clavaron en aquellos papeles desperdigados y cubiertos por el plumaje del loro, momento en el que tomé una de aquellas hojas y leyendo en diagonal capté algunas palabras clave tales como debilidad, poder, sangre, metamorfo, error genético, pruebas, ADN, positivo y catástrofe. A continuación, todo se resumía en probabilidades, números y números que no me tomé la molestia en descifrar. Me sentía ansioso y esperaba que Magnus me desvelara aquél misterio que prometía ser revelador; la llave que terminaría con los seres sobrenaturales al fin. Aquello me hizo recuperar el buen humor inicial, torciendo una sonrisa antes de alzar la vista hacia él, que permanecía pensativa, casi titubeante. ¿Dudaba a caso en compartir su descubrimiento? Quise romper aquél silencio.

- Por cierto, su nombre es Quijote.- comenté con un encogimiento de hombros, señalando al loro que ahora colgaba cabeza abajo de uno de los postes horizontales, refunfuñando algo en castellano que no logré comprender.- ¡Y baila jotas!-exclamé como si por ello fuera una gran pieza que debía atesorar, escapándoseme una carcajada.