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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Klaus McQuoid Sáb Nov 16, 2013 1:20 am

París, ¿qué tanto podía esperar de aquella ciudad? No lo sé. Me resulta complicado hallar las respuestas más acertadas a esta pregunta que ronda en mi mente desde el primer momento en el que puse un pie en este lugar. Hace menos de un mes que llegué aquí en compañía de mi tío George, que parece disfrutar complacido de cada detalle de esta urbe. Él tiene más siglos encima y se ve siempre tan jovial, de en cambio yo, me siento tan decrepita;  admito que a veces siento envidia sana de mi pariente. Ese hombre que me salvó del abismo cuando creí haberlo perdido todo.

Ya han pasado casi doscientos años desde aquel incidente en el que mi vida había dio un giro repentino, dejando mi mundo de cabeza. Perdí mi humanidad y luego de eso, a mis amados padres pero, después de todo aquel nefasto karma, la esperanza llamó a mi puerta una vez más. Esto me hace pensar en ese destino que es tan incierto para todos, en el que te niegas a creer, pero que al final siempre está ahí atormentándote constantemente con un nuevo amanecer, aunque en mi caso, ya no habrá más amaneceres a los cuales deba esperar, sino largas noches por las que deba vagar eternamente. Quizás. No sé en qué me he convertido, muchos dicen que en vampiro, pero no soy ese vampiro al que temen por su crueldad, cada día que pasa me he negado a aceptar esa realidad en la cual vivo sumergida;  y es que el hombre puede ser más temible que cualquier criatura nocturna, que cualquier espectro y que cualquier demonio, lo he presenciado una y otra vez. Los filósofos hablan de estas cosas tantas veces que suelen perderse en los confines de los pensamientos.

Un estrepitoso ruido me ha sacado del universo en el que se ha convertido mi mente en escasos minutos. Algunas estrellabas trataban de brillar con más ímpetu en el cielo nocturno de París a pesar de la amenaza del celaje invernal, me hundí tanto en mis ideas y recuerdos que casi olvidaba mi posición. Esperaba al tío George en algún lugar de la estación de ferrocarriles, tenía que ir a Inglaterra a resolver algunos asuntos personales y regresaría lo antes posible a Francia, según me había comentado las noches anteriores. Iría a despedirlo, no me perdonaría a mí misma sino le acompañaba. A pesar de la hora, aquella estación no estaba tan desierta. Las personas iban de un lado a otro; unos caminaban por los andenes, otros salían con prisa de aquella estación, algunos esperaban los trenes, y otros más salían de aquellas bestias mecánicas inventadas por el hombre. Me sorprendían los avances que poco a poco lograba la sociedad.

—Curiosos los inventos del hombre… Curiosas y magníficas creaciones ¿no lo crees, mi querida Beltaine? —Preguntó el tío George mientras observaba maravillado al ferrocarril que se hallaba frente a sus orbes.

Mi mente viajera reaccionó de inmediato, posé mi mirada en la del hombre que me había hablado y con una leve sonrisa asentí ante su pregunta. El tío George apoyó su mano sobre mi hombro ahogando las palabras en su interior, su mirada estaría perdida en algún punto ciego de su horizonte; lo contemplé breves instantes, seguía siendo aquel hombre de 55 años que me contaba historias temibles cada anochecer. Esta vez su piel lucía más pálida y parecía de porcelana, atributos que había logrado a través de los largos años siendo un vampiro; lo más admirable en él era que no renegaba de lo que era, lo aceptaba con humildad y disfrutaba de cada segundo de su nueva vida. Deseaba tanto poder aceptarme tal cual era como lo hizo en su momento ese pariente al que tanto apreciaba.

—Bien, ya es hora de partir —comentó el vampiro a la vez que con un leve chasquido de dedos me sacaba de nuevo de mis pensamientos. —Andas muy distraída últimamente Beltaine, ya hasta me estoy arrepintiendo de ir a Londres y dejarte sola en París —expuso el hombre a la vez que asomaba una mirada preocupada.

No quería preocuparlo, él tenía sus compromisos y no podía permitir que los dejara a un lado sólo por mí, no era correcto. Tomé sus manos y esbocé mi mejor sonrisa, tomando aire suficiente para llenar mis pulmones y dejar escapar las palabras necesarias para hacerle confiar en mí.

—No te preocupes tío George, este viaje es importante para ti. Estaré bien, lo prometo, ve tranquilo —dije con un tono de voz cálido y tranquilizador.

De verdad deseaba que se fuera tranquilo y se concentrara sólo en sus asuntos en Londres. Aunque, su mirada fuera tan penetrante como si quisiera indagar en mi alma, terminó por confiar en mis palabras. Suspiré aliviada, como si hubiera escapado de un indescriptible peligro. Sus pasos fueron pausados y le acompañé siguiendo su ritmo, se despidió de mí con un tierno beso en mi frente y con un sermón tan peculiar en él. Lo vi subir en el ferrocarril y luego asomarse por una de aquellas ventanillas, me hacía un ademán con su mano alargando la despedida, yo le respondí de igual forma. Finalmente, luego de un par de minutos, aquella maquina se desvaneció en el horizonte. Observé a mis alrededores y para mi enorme sorpresa, poco a poco me estaba quedando sola en el terraplén. No me importó, continué de pie observando el lugar por el cual se fugaban aquellos trenes, la nostalgia hizo posesión de mi interior, después de tanto tiempo estaría sola sin la compañía del tío George; me sentía como un niño abandonado por sus progenitores y aunque, él sólo estaría afuera unos días muy breves, me asustaba tener que lidiar con París yo sola.

Mis dedos se entrelazaban en extrañas formas, mientras buscaba la manera de aceptar mi realidad. Creía haber escuchado la voz de Morrigan en alguna parte pero, sólo era producto de mi imaginación y mejor que así fuera. Temía por la presencia de ese terrible espectro y en esos momentos lo menos que deseaba era que hiciera una de sus apariciones. La brisa era gélida como si quisiera atravesar la piel de quien se cruzase en su camino, era una forma de anunciar la temporada de invierno.

No tenía ni sed ni deseos de regresar al hogar, quería quedarme plantada en ese lugar, anhelando algo desconocido. Eran deseos absurdos de una mente sumergida en melancolía, la noche apenas comenzaba y debía enfrentarla con sus tantas horas; horas que atormentan el alma a través de los pasadizos más oscuros de las memorias del tiempo, de aquel tiempo al que tanto aborrezco pero al cual estaré atada eternamente.


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Mensaje por Magnus Bane Lun Nov 18, 2013 2:06 pm

La figura sentada indolentemente en el vagón en penumbras se revuelve ligeramente ante una sacudida del tren, saliendo de su somnolencia. Otra vez la máquina se detiene en la estación, pero afortunadamente esta parada sí es la suya, por lo que se incorpora para acomodarse el elegante traje hasta que queda impecable y lanza una mirada al halcón blanco como la nieve, que lo observa desde el asiento contrario. ¿Cuántos días llevaba ya viajando? ¿Tres? Ya no los contaba, ese trayecto comenzaba a hacerse costumbre para él aunque no le resultara especialmente agradable pasar días haciendo transbordos o durmiendo cada noche en un hotel distinto, si es que tenía el tiempo para detenerse en uno.

Ah, París. Por fin en la ciudad que hacía algunos meses era su “nuevo hogar”, forma demasiado romántica para decirlo, pero sí era cierto que su nueva vivienda estaba ubicada allí. Primer lugar en el que vivía después del castillo de Rusia donde había pasado toda su vida, primero de varios, esperaba pues ansiaba recorrer el mundo que le había estado vedado hasta entonces. Quizás a otro le molestara la soledad de dejar su lugar de origen y a sus familiares en otro país tan lejano, mas no a él. Estaba acostumbrado a estar solo, siempre lo había estado, incluso desde antes de la muerte de su padre, y el tener un lugar al cual llegar sin que hubiera nadie más que los sirvientes que lo atendían era de hecho, un alivio. Podía por unos momentos quitarse su máscara de conde y descansar sin preocuparse por sus ladinos parientes o mantener la frágil salud de su abuelo. Todo eso había quedado atrás, en ese castillo que justamente era de donde regresaba esa noche. Después de todo, tenía que mantener en orden sus asuntos y asegurarse de que el castillo se mantuviera como correspondía. Pero al llegar allí, lo demás se desvanecía en el encanto que siempre trae una nueva ciudad a los viajeros y más una como la Ville Lumière, completamente deliciosa a los ojos tanto de los experimentados como de los recientes, como él mismo.

Sale tranquilamente del vagón con el halcón aferrado a su antebrazo derecho, cubierto por un guante más largo a prueba de sus afiladas garras ya que de otro modo destrozaría su traje, por no decir su brazo mismo. Es un pájaro particular, tan blanco como si le hubieran robado el color, excepto de los ojos, los cuales vistos de cerca brillan en un variable tono anaranjado y que ahora están fijados en el hombre moreno que camina hacia la salida del tren.

-Ah, por fin! Estos cachivaches que inventan ustedes son realmente extraños e incluso molestos. ¿Cómo puede gustarles viajar en algo que se agita tanto? –susurra una voz en la cabeza del joven, mientras el animal infla un poco las alas, inquieto y luego compone una expresión que de haber sido un rostro humano, sería una sonrisa sardónica- Aunque debo aceptar que son realmente divertidos cuando explotan

No hay sorpresa ni sobresaltos por esa voz que se cuela en su mente como si fuera parte de ella, es más, de hecho lo agradece, porque son pocas las ocasiones en que el ave utiliza esa habilidad sin que se lo advierta antes, pues prefiere proferir sus ácidas frases en voz alta. Por el contrario, una sonrisa lucha por asomar a sus labios mientras se expone a la noche invernal tras dar las indicaciones necesarias para el traslado de su equipaje, haciendo un movimiento negativo de cabeza como el que haría alguien acostumbrado a tratar con un niño especialmente caprichoso.

-Ammón, tú siempre tan encantador–musita con una expresión divertida asomando a su mirada, manteniéndose aún de pie a escasos metros de las vías para contemplar la agitada estación de ferrocarriles, donde los trenes siguen entrando y saliendo, indiferentes a las despedidas que allí tienen lugar o a los sentimientos de los pasajeros que dentro de ellos circulan. Todo de acuerdo al horario establecido, con retrasos claro, pero esas son las excepciones pues a los conductores a veces pareciera que les resulta divertido dejar atrás a un pobre distraído que no ha llegado a tiempo. Eso, claro, si no se trataba de una persona importante, pues a él jamás le había sucedido. Inclina el rostro hacia el halcón mientras levanta ligeramente el brazo.-Seguro estás harto de estar tan encerrado en mi compañía, así que nos vemos allí más tarde –dice con un tono despreocupado, asintiendo a algo que sólo él puede escuchar antes de que el animal se vuelva una pequeña silueta blanca que desaparece en la noche.

Irritante en ocasiones y en otras con una ácida maldad, es el único ser que ha estado con él desde que tiene memoria por lo que tienen un vínculo que va más allá del que los unió en un principio, si bien jamás se lo diría o Ammón aceptaría que, al fin y al cabo, tras casi 23 años, siente algo de cariño por ese humano que para él no es más que un niño, un suspiro de vida humana de las que nacen y desaparecen en un abrir y cerrar de ojos ante una existencia milenaria. El joven aferra con algo de fuerza su bastón y, saliendo de sus pensamientos, dirige su mirada hacia donde se encuentra el objeto del último comentario de su compañero. Bellísima joven la que se halla de pie al otro lado de la plataforma, digna de admirar, acepta en su mente mientras se encamina a su destino sin más miramientos, pero no se sentía con deseos de entablar conversación en aquellos momentos. O al menos eso creía, pues una imagen aparece fugaz ante sus ojos, haciendo que se detenga.

La fría estructura se desvanece para él, convirtiéndose en la nevada entrada del castillo, donde un niño de cabellos castaños y penetrantes ojos azulados contempla desde la lejanía, con una inexpresiva seriedad no acorde a sus infantiles facciones, las siluetas de las personas que se adentran en su hogar y entre las cuales capta su mayor atención el pálido rostro de una joven que se vuelve justamente hacia donde él se encuentra, cruzando su mirada con la del niño antes de perderse en el interior del edificio. Parpadeando un par de veces, vuelve su mirada hacia donde la figura femenina continua sola de pie con mayor atención, como si salida de sus recuerdos hubiera ido a posarse en esa estación parisina, exactamente igual que en esa ocasión. Sus pies se mueven solos hacia ella hasta dejarle casi a su lado, aunque manteniendo una distancia prudencial para observarla. Sí, es ella, esa muchacha que había hipnotizado sus ojos inocentes a los 6 años y que ahora contemplaba el cielo oscuro, quizás aún más bella que antes.

¿Cuáles eran las posibilidades? Una sonrisa ladeada asoma a su rostro. Muchas, claro, si se tenía en cuenta la naturaleza eterna de la joven, pocas si se tomaba a consideración el reencuentro. ¿Siempre había sido así de pequeña? Su mente se agitó, llena de recuerdos que se mezclaban con lo que ahora tenía en frente. No, claro, habían pasado más de 15 años, el que estaba más alto era él, pensó divertido, dando un paso hacia ella.

-Buenas noches, mademoiselle –dice con un tono de voz tranquilo y despreocupado, haciendo una elegante inclinación en dirección a la joven con una encantadora sonrisa adornando sus labios. No sabía que esperaba lograr con aquello pero no podía resistirse a entablar conversación con la muchacha que lo había encantado de niño.. Y que tenía demasiadas posibilidades de hacerlo de nuevo ahora que era un hombre. -¿Llega o se va? ¿O quizás sólo le gusta ver a los trenes partir? –añade con una ceja arqueada por la curiosidad, deseando que se trate de la última opción. Después de todo, no todos los días se reencontraba con una parte de su pasado que no le causara rechazo.


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Mensaje por Klaus McQuoid Miér Nov 27, 2013 11:38 pm

Continuaba de pie y con mi mirada perdida en el horizonte, aún me hallaba en la solitaria estación de ferrocarriles, el terraplén se extendía hasta el infinito, era un juego óptico en donde no parecía tener fin. Me debatía internamente si debía regresar a casa o sólo permanecer ahí como una sonsa esperando a la nada. Era consciente de que ya el tío George no regresaría aún, apenas su viaje había iniciado. Debía valerme por mi misma durante los siguientes días pero, eso no era lo que temía, detestaba el hecho de estar sola. A medida que los años avanzaban, más me aterraba pensar en aquella amarga idea y sabiendo que mi vida cada vez se extendía más y más, me sentía atrapada en un laberinto sin salida.

Ignoraba cualquier actividad a mí alrededor, era como si el mundo se hubiera desvanecido en tan sólo minutos. Me sumergí de tal manera en mis pensamientos que olvidé el mundo exterior, podía llamar la atención de los curiosos que pasaban por el lugar, sería extraño para ellos ver a una mujer joven vestida de manera elegante, estar tanto tiempo en la plataforma de trenes sin siquiera cambiar de posición durante un largo rato. Eso, sencillamente me tenía sin cuidado, meditaba sobre muchas cosas, desde mi pasado hasta mi presente y hasta sobre algunas expectativas futuras.

En ese tiempo pude notar, una vez más, que mi humanidad no había muerto, ella se hallaba en mi interior atrapada en un cuerpo siempre perenne.  Realmente, no sabía si estar feliz por eso o sentirme desdichada por semejante idea. No lo sabía y no me agradaba la idea de saberlo, siendo honesta. Otro tren ingresó a la estación con sus característicos sonidos metálicos, logró sacarme de mis memorias. De nuevo, personas que iban y venían. Risas, llantos, saludos, miradas que hablaban por si solas y un sinfín de cosas más rondaban en el ambiente. Me aparté un tanto más, alejándome lo suficiente de la multitud, de vez en cuando echaba algunas miradas hacia todos ellos, humanos y otros no tanto. Ninguno levantaba la mínima emoción en mí, continué con la mirada clavada en el cielo oscuro, dejando pasar otros largos minutos más, para poder por fin decidirme regresar a casa.

Suspiré con pesadez preparándome para marchar, el terraplén aún se mantenía algo lleno. Tanto ruido me desconcertaba así que no me quedaba más alternativa que volver a mi hogar. Justo cuando me disponía a iniciar mi marcha, una voz me detuvo y sólo me limité a girar la cabeza para observar con más detalle a quien me hablaba. Era un hombre de facciones encantadoras, un tanto más alto que yo y que se me hacía bastante familiar. Estaba tan sumergida en mi mar de ideas que no reparé cuando se acercó a mí.

Le miré detalladamente, hallando respuestas en aquellos ojos claros. Creía conocerlo pero, lo cierto es que era la primera vez que lo veía, al menos eso pensé. No respondí a su saludo hasta no conseguir las respuestas que quería, clavé mis orbes en los suyos, como si tratara de decodificar algo desconocido en esa mirada que se me hacía aún más conocida. Era humano, eso pude notar, pero no cualquier mortal. Deseaba arrancar su nombre de sus pensamientos y poder saber qué me era tan familiar en ese ser.

—Magnus… Bane —pensé fugazmente cuando logré descubrir su nombre mediante telepatía.

Mi mente se agitó en un confín de recuerdos, él era parte de ese mundo. Lo había conocido hacía muchos años, él todavía era un niño de unos 6 años, me crucé con el infante en uno de los tantos viajes que había hecho junto con mi tío George. Todo aquello me vino a la mente en segundos y me quedé sin saber qué decir, ahora Magnus era todo un hombre que parecía estar aún hipnotizado con mi presencia. El tiempo pasaba demasiado rápido y muchas cosas iban cambiando y con ellas, las personas. Todo resulta ser tan efímero en este mundo, todo va y viene y con amargura recordé que yo no era parte de ese mundo efímero, quizás ahora mi piel era un tanto más pálida y gélida y dominaba con más precisión mis habilidades pero, seguía atada al mundo terrenal, sin saber cómo huir de él.

Esbocé una suave sonrisa, de esas pocas que dejaba ver por pocos segundos. No sé porque, pero me alegraba verlo después de tantos años, era un niño muy astuto pero, había dejado a un lado aquel hermoso niño para convertirse en todo un caballero.

—Magnus Bane… O debería decir, Monsieur Bane —mencioné de manera sutil mientras hacia una breve reverencia. —Tantos años han pasado y no me esperaba verlo ahora en esta forma… —Dije casi por inercia, dejando en evidencia mi sorpresa —disculpe usted, no quiero parecer imprudente… Pero, sabiendo usted mi condición, no es de extrañarse que me tome un reencuentro como este con cierto asombro.

No pude continuar con mis palabras, la mirada tan enigmática de él me había atrapado sin más y ya había olvidado mi regreso a casa, en ese instante, sólo quise quedarme de pie frente a aquel joven como si no hubiera un hasta luego de su parte. No todo el tiempo el destino te brindaba situaciones como esa, ni siquiera siendo un inmortal.


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Mensaje por Magnus Bane Miér Dic 11, 2013 4:30 pm

El joven se mantuvo de pie, inmóvil como una estatua mientras contemplaba a la delicada figura que frente a él se hallaba. Su calmado exterior, sus ojos fijos en esa persona como si fuera lo único en el mundo que podría captar su interés, poco coincidían con el agitado pasar de sus pensamientos. Apenas si notaba el frío de ese otoño parisiene que no tardaría en dar paso al prístino manto de la nieve invernal, aunque para ser sinceros, tampoco le molestaría en circunstancias normales ya que estaba acostumbrado a climas bastante más fuertes, por no decir extremos en las peores noches del invierno ruso. Incluso aquel ambiente le resultaba algo cálido ya que justamente regresaba de Rusia, donde las temperaturas poco se parecían a su hogar actual.

La gente continuaba sus vidas, yendo de aquí para allá cargados de equipaje, sosteniendo niños o arrastrando mascotas, completamente ajenos a la silenciosa pareja de pie en pleno terraplén. ¿Qué pensar en esos momentos? Ni él mismo lo sabía, como tampoco estaba seguro de qué esperaba lograr acercándose a alguien que había pasado por su vida tantos años atrás sin ser consciente de la marca que dejaba en ella. Su mente constantemente lo consternaba comparando esos recuerdos con la joven que miraba en esos momentos, afianzando detalles que su infantil memoria no había podido retener. O quizás simplemente en ese entonces su interés se había centrado en otros aspectos, mucho más interesantes para él en aquel instante.

- Ammón…-pensó sin poder evitar que la sonrisa que adornaba su rostro se ampliara ligeramente. De verdad sabía cómo sorprenderlo, más aún por el hecho de que probablemente sabía que él no tendría noción de la naturaleza de esa persona y lo imaginó paseándose muy ufano por la mansión, pensando nuevos entretenimientos que podría lograr a costa de su “frágil humanidad”, como solía llamarla. Ya se las arreglaría con él cuando regresara.

La suave voz del objeto de sus atenciones le dejó por unos momentos sin palabras al pronunciar su nombre, si bien por alguna gracia divina, si es que tal cosa existía, consiguió evitar que el asombro asomara a sus ojos. Sólo una chispa indescifrable iluminó los orbes celestes pues el resto de sí continuaba con la flemática apariencia que le habían inculcado desde muy tierna edad.. No podía negar que se sentía complacido de contar con un lugar en los recuerdos de tan bella muchacha, quizás pequeño, pero lugar al fin. Después de todo, en esa época era sólo un niño y dudaba que pudiera ser de interés para alguien como ella, así que aquello resultaba un deleite inesperado.


Inclina ligeramente la cabeza, disfrutando del placer de saberse reconocido y ligeramente divertido con la idea de que pasar tiempo con lo que podría llamarse su primer amor o más específicamente una de las cosas más bellas que había adornado su pasado con su brillo fugaz, cual si se tratara de un cometa.

Repite su ligera reverencia como respuesta a la de ella, desaparecido ese hastío que había ido aumentando gradualmente con tan larga travesía de regreso. Esperaba que algún día existiera un método más rápido de traslado, los trenes, era necesario aceptarlo, no eran tan cómodos ni veloces como se decía, además que la presencia bulliciosa de esa gente que iba y venía como si de su casa se tratara llegaba varias veces a incomodarlo. Gracias al cielo que podía disfrutar de un compartimiento privado.

-Mademoiselle McAdden –Replica afianzando su mirada en la ajena.- Es un placer encontrarla nuevamente luego de todos estos años.. Lamento haberla tomado por sorpresa –Su voz brota acompañada de un breve gesto con la mano, siendo lo suficientemente sincero como para que aquella suene real por más agrado que le produzca ser el causante de esa encantadora expresión sorprendida.- Créame que también su presencia me ha tomado desprevenido, pero no quería dejar pasar la oportunidad de saludarla..

No iba a admitir que recién ahora era consciente de la naturaleza de la joven, pero tampoco iba  a mentir sobre ello. Era, sencillamente, más fácil dejarlo pasar por el momento, más aún teniendo en cuenta de que sus pensamientos poco se  acercaban a tal cuestión teniendo otros asuntos más interesantes en los cuales recrearse. El silbato suena otra vez, anunciando otra partida que comenzaba a causarle nuevamente molestias con la agitación que la acompañaba. Echa un vistazo en derredor, la noche es joven y ya no se siente cansado, mejores lugares había para pasarla que una abarrotada estación de trenes.

-Me preguntaba si le gustaría acompañarme a un lugar más…calmado –Musita tomándose unos momentos para encontrar la palabra que mejor encaje con su descripción sin causarle rechazo.- Si no le importa, sería de mi mayor agrado el disfrutar de su compañía esta noche –Pide haciendo gala de sus mejores modales, una sonrisa ligeramente ladeada como complemento para tal invitación que por supuesto finaliza con un ofrecimiento de su brazo hacia la dama. Si así fueran todos sus viajes de vuelta a la ciudad luz, no cabía duda de que los enfrentaría con mayor agrado que antes.


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Mensaje por Klaus McQuoid Sáb Dic 21, 2013 6:53 pm

A veces pensaba que me había marchito para el mundo o que el mundo estaba marchito a mi lado pero luego, comprendía que no era así; George, mi tío me transmitía la fortaleza necesaria para continuar, de sentirme libre de esos sentimientos que me encadenaban a una constante incertidumbre. Cuando eres mortal temes a la muerte y estás consciente de que ese momento llegará pero, ¿qué pasa cuando esa espera se vuelve interminable? Todo se convierte en una vacía monotonía, por más que el contexto cambie, tú sigues siendo el mismo. Todo se maneja mediante constantes cambios pero en mi caso, seguiré siendo la misma que fui hace casi dos siglos y así será, hasta que pierda la cuenta del transcurrir de mis días, atada por siempre al mundo terrenal.

¿Cuáles eran las razones de seguir aquí? Bien podía dejar que el sol me destruyera lentamente pero, me aterraba la idea como para querer intentarlo. Estaba perdiendo toda fe en que las cosas cambiasen y ese cambio no había ocurrido desde hacía casi doscientos años; mi tío tenía razón, siempre conseguía cerrarme a las posibilidades que me brindaba el destino. Si mi corazón fuera capaz de latir, estuviera tan agitado que quisiera escapar de mi pecho; aún seguía siendo presa de las emociones y recordar mi condición me afectaba lo suficiente como para dejarme en shock.

De nuevo, mis ojos encontraron con aquellos orbes claros, sacándome de la oscuridad que me consumió por unos instantes, ya no era esa cara infantil que había visto hace unos años atrás, ahora era un rostro masculino perfectamente formado. No sé qué tanto impacto hubiera causado en Magnus durante su infancia como para que me recordara como lo hizo esa noche; no era como si yo habría cambiado mi apariencia, pero él era un niño y pocas veces los recuerdos de la infancia suelen quedarse a nuestro lado al menos, que sea algo que nos haya afectado positiva y negativamente y tal parece que yo era parte de ese algo.

Él seguía siendo el mismo muchacho solitario y de exquisitos modales que conocí una vez, ¿seguiría tan aferrado a sus libros y a ese halcón? Sus pensamientos tendrían la respuesta, esa respuesta que no querría buscar hurgando sin permiso en su mente, esa mente que había quedado devastada hace años, desastre que él ignoraba y que supe al momento que intercambiamos miradas por primera vez. Pero, entre todas esas cosas, no existía la posibilidad de que mi pregunta obtuviera una respuesta negativa.

Todo se había esfumado alrededor y sólo estábamos él y yo, era como si el tiempo se hubiera detenido en ese instante. No podía negar que me causaba cierto bienestar aquel foráneo encuentro, era de las pocas cosas que realmente me agradaban y me hacían sentir bien. Mis labios dejarían mostrar una suave y sincera sonrisa mientras le escuchaba atentamente, era un joven realmente encantador hasta en su forma de expresarse.

Asentí levemente ante su invitación aceptando el ofrecimiento de su brazo al cual tomé con suavidad. No tendría nada que buscar en casa y la situación había tomado un giro inesperado y bueno, ya no tenía que sentirme tan sola durante la ausencia del tío George.

—Para mí no hay inconveniente alguno en acompañarle esta noche, Monsieur. Al contrario, estaré encantada de estar a su lado un rato más —le mencioné a mi acompañante mientras le miraba con atención sin evitar esbozar una sonrisa—. Y sí, ciertamente deberíamos dirigirnos a un lugar más tranquilo dentro de la estación, al menos que usted tenga en mente otro lugar —agregué dejando que mi vista se posara en las personas que caminaban de un lugar a otro en el extenso andén.

Aunque, para ser sincera me importaba poco el lugar, sólo bastaba con estar al lado de aquel joven hechicero que tanto me había cautivado desde hace unos años, sólo que esta vez las cosas estaban tomando otro rumbo totalmente distinto. Ya no era aquel tierno niño de un invierno ruso sino que se había convertido en todo un galante hombre.



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Memoria da Noite [Magnus Bane] Empty Re: Memoria da Noite [Magnus Bane]

Mensaje por Magnus Bane Vie Ene 31, 2014 9:13 pm

Su sonrisa se amplia al ver su ofrecimiento aceptado, tomándose unos minutos para pensar el lugar adecuado para gozar de tan deliciosamente inesperada compañía, si bien sus pies comienzan a moverse casi por inercia por el simple hecho de poner distancia entre las personas que constantemente los rodean. Daba gracias que no fuera algo tarde porque la estación por el día solía ser un sitio insufrible. Aunque claro, si hubiera llegado en un horario más temprano probablemente no se hubiera encontrado con la dama que ahora camina a su lado.

Tras unos momentos de duda, termina inclinándose por un pequeño y elegante café que se encuentra casi saliendo de la estación, obviamente con un acceso lo suficientemente restringido como para evitar tanto la multitud como compañías poco placenteras. En momentos como ese realmente disfrutaba de su aristocrática ascendencia, que le abría puertas con las que otros simplemente podían soñar, por más presuntuoso que eso pareciera a ojos ajenos. Bien sabía el costo que aquel cargo la había acarreado desde que tenía memoria, que incluso su padre se había visto obligado a soportar hasta el final. Pero no era el momento adecuado para ocuparse de eso, además de que hacía tiempo ya que mantenía la firme decisión de no dejarse aplastar por esa parentela que la naturaleza había considerado divertido otorgarle. Después de todo, él era el único dueño y señor del legado de los Bane.

El trayecto no les toma más que unos minutos, durante los cuales se dedica a guiar con delicadeza a su acompañante, haciendo un esfuerzo en concentrarse en el camino para no quedarse contemplándola atontado. Ya habría tiempo para eso, la noche era larga y con suerte aquel café sería sólo el inicio de una interesante velada, quizás de más de una si los hados estaban de su lado. Aunque aún si no lo estuvieran, eso no impediría que se saliera con la suya. Menos en aquella ocasión.

-Si mademoiselle está de acuerdo, podríamos primero tomar un ligero aperitivo aquí y luego decidir el resto –Propone señalando con un gesto la amplia puerta color caoba frente a la que se encuentran, remarcando sutilmente el “primero” al fijar durante unos momentos su mirada en la ajena antes de dirigirla al joven que se halla de pie junto a entrada con un aire completamente distinto. La calidez que brillaba en sus orbes claros al conversar con Beltaine se ve velada en la autoridad que transmite simplemente con esa silenciosa orden que el pálido muchacho de traje se apresura en cumplir, abriendo diligentemente una de las hojas de madera al reconocer a la figura que en poco tiempo se ha vuelto uno de los clientes asiduos de dicho establecimiento. Cualquiera diría que se trata de otra persona, pues apenas si quedan restos de la amplia sonrisa que anteriormente iluminaba su rostro. Por ahora es simplemente un elegante aristócrata y cumple su papel a la perfección, si bien no puede evitar que su gesto se suavice simplemente por ese brazo que continúa entrelazado al suyo.

Tras recibir sus abrigos, el muchacho se despide con una pronunciada inclinación, dejándolos ingresar en el sobrio y elegantemente decorado interior del café donde espera otra figura de traje, aunque esta vez se trata de un hombre de edad más avanzada y, dado su aplomo al recibirlos, con mayor experiencia. El maître musita una cordial bienvenida antes de guiarlos silenciosamente a uno de los apartados reservados para aquellos que desean pasar un momento de mayor privacidad y desapareciendo silenciosamente unos momentos después al ver que el joven moreno se adelanta para apartar la silla de su encantadora compañera. Era esa la clase de cosas por las que le gustaba aquel lugar, poco tenía que decir a los trabajadores para que acataran sus deseos, tenían un entrenamiento impecable y si bien era parte de su trabajo el apartar los asientos, no permitiría que le quitaran el placer de mantener siquiera unos segundos más la cercanía con el objeto de sus atenciones. La ligera irritación que le causaba la idea de otros hombres cerca de esa dama no tenía nada que ver. ¿Celos? Ni siquiera pasaba por su mente el admitir tal circunstancia, sin importar la risa apagada que resonó distante en algún rincón de su mente.

- Ammón, mantente fuera de esto –Ordena en silencio, sin que su expresión revele el tono amenazante de sus pensamientos, aplicando el método que había aprendido a lo largo de los años para mantener al demonio apartado de lo que sucedía en su cabeza. Estaban unidos más allá de lo imaginable, pero no implicaba que lo deseara interviniendo continuamente en la velada, cosa que probablemente haría de presentársele la oportunidad.

Sus labios no tardan en curvarse nuevamente cuando por fin se encuentra a solas con la vampiresa, dedicándose a estudiar su perfil con mayor atención que antes y olvidando temporalmente la idea de ordenar. Tantos años habían pasado y aún lo sorprendía su belleza. Realmente era comprensible que hubiera quedado prendado de ella siendo tan sólo un niño, pues tenía algo extraterrenal, como si no terminara de formar parte de aquel mundo y tenía la fuerte impresión de que aquello no tenía nada que ver con su naturaleza, sino que era más bien parte de ella desde antes de su transformación. Dejaría por ahora en manos de la joven el continuar la conversación si lo deseaba.


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Mensaje por Klaus McQuoid Mar Feb 18, 2014 10:32 pm

La vida solía dar giros inesperados, incluso para un inmortal y justo aquella noche formaba parte de uno de esos vuelcos. Jamás pensé, ni en mis más remotos pensamientos, poder coincidir con alguien como él, a pesar de que nuestro primer encuentro lo presidían nuestras diferencias de edad y condiciones de raza. Era un niño que consiguió robarme una sonrisa y a pesar de que han pasado algunos cuantos años, logró hacerlo de nuevo, sólo que esta vez ya no era un simple infante sino se había convertido en un hombre; Magnus había madurado no sólo físicamente. Era obvio, su naturaleza mortal así se lo permitía, en cambio yo, permanecía atrapada en la perennidad de este cuerpo; un cuerpo que muchos creían que no poseía alma, que sólo era un cuerpo vacío y maldito. En algún momento llegué a creer lo mismo cuando me hallaba perdida en las penumbras y hundida en la soledad, fue entonces, cuando aparecieron personajes que lograron cambiar esa concepción en mí y ahora que estaba frente a Bane, aquellas palabras adquirieron mayor sentido para mí.

Caminé a su lado, dejándome guiar por sus pasos con delicadeza y con tranquilidad. De vez en cuando, esquivábamos a alguien que se interponía accidentalmente en el camino, no era mayor problema para mí, esas cosas pasaban la mayor parte del tiempo en los lugares concurridos de la ciudad. No estaba segura a donde nos dirigíamos pero confiaba en aquel joven hombre, podía seguirlo a donde fuera con los ojos cerrados y en el fondo poco entendía porque. A pesar de haber crecido seguía cautivándome aunque esta vez, de otra manera. Internamente me reí de mí misma por sentirme así, era la primera vez que lo veía ya siendo un hombre y si él no me hubiera reconocido en la estación, quizás aquellos recuerdos seguirían dormidos en alguna parte de mi mente. Sin embargo, la esencia de Magnus era la misma, no había cambiado ni un poco y eso era lo que realmente me atrajo de nuevo a él.

Nos tardaríamos unos pocos minutos caminando por el terraplén de la estación; me sorprendí un poco al notar que París no sólo era lugar de humanos sino de otras criaturas. El hombre ya no era tan único a pesar de sus intentos por hacerse el líder de la Tierra tratando de ignorar que, la naturaleza jamás se lo permitirá. Asentí levemente ante la propuesta del joven brujo al momento en el que nos detuvimos frente a aquella inmensa puerta, tallada con la más fina caoba que aún entre las sombras, podía notarse su brillo y su superficie impecable.

—Me parece perfecto, Monsieur Bane —musité mientras mi mirada se fijaba en la ajena y mis labios se curvaron, ofreciéndole a mi acompañante una agradable sonrisa.

El muchacho de la entrada reconociendo al heredero de la familia Bane, se dispuso a abrir una de las enormes láminas de caoba para permitirnos el paso al interior de aquella estancia en donde podría estar más a gusto con Magnus. El sitio, me fue bastante agradable a la vista, y sin duda alguna encajaba perfectamente con el gusto del hechicero; pude percibir el dulce aroma que se esparcía el interior, ese olor a café y a otros aperitivos que solían consumir los humanos pero, que obviamente no era el alimento adecuado para una inmortal.

Fuimos dirigidos a uno de los lugares más reservados de la estancia; la atención de los trabajadores del lugar era bastante buena y agradable. Tomé asiento cuidadosamente en la silla que habían apartado para mí. Esbocé una suave sonrisa al momento en que mi compañero tomara asiento, fijé mi mirada en sus orbes por unos instantes, olvidándome de las palabras. Aquellos ojos tristes que alguna vez me conmovieron ahora poseían un brillo totalmente diferente. Apoyé las manos sobre la mesa y llevé mi diestra hasta una de las manos ajenas, tomándola con firmeza, quería transmitirle un poco de seguridad.

— ¿Cómo ha estado durante todos estos años, Monsieur, Bane? —Pregunté con tranquilidad, esperando que la respuesta no fuera a incomodarle—. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que coincidimos, quizás demasiado. Me sorprende saber que aún me recuerde, en ese entonces era tan sólo un niño, un encantador niño aunque, debo confesar que aún  sigue siendo encantador.

Reí por lo bajo por haber comentado aquello. Estaba siendo sincera y extrañamente me sentía más en confianza en compañía de Magnus, era como si su presencia hubiera cambiado muchas cosas en tan poco tiempo y lo que sea existiera en mi interior se regocijaba con tales sensaciones. Podría permitirme por primera vez en mi vida inmortal, enamorarme y de corresponder a esos sentimientos. Las voces mudas que en mi mente se esparcían, así me lo hacían saber y aunque, fuera algo nuevo para mí persona, nada perdería en intentar a abrirme a un mundo que por los momentos era desconocido para mí.


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