Magnus Arklay

El caballero destaca no solo por la piel palidescente que adorna cada rincón de su cuerpo, un lienzo suave que ha perdido todo tono rosáceo o carmín al ser un ser nocturno, víctima de un destino sangriento. Solo sus labios y algunas otras zonas de su cuerpo logran teñirse de un color vívido y rojizo después de que se ha alimentado. Sus ojos, no obstante, delatan la fragilidad mortecina de su naturaleza. Estos, alguna vez orbes de color azul son ahora el reflejo gris y sin brillo de un crepusculo carente de todo color vivo. Su cabello asemeja diferentes tonalidades, tomando desde el castaño a un dorado que logra resaltar entre luces, dandole un brillo especial. Aun pese a su origen, lo cierto es que su cuerpo es justo en proporciones, denotando una silueta viril. Su complexión no es forzosamente tosca, aunque puede resaltar sus musculos bien definidos, sin rozar en la exageración. Ostenta una barba que adorna discreta y de manera limpia su rostro, solo para destacar los prominentes rasgos de su rostro. Usualmente, podemos verlo usar una máscara de serenidad, siendo dificil hallarle una mueca de jovialidad aunque no imposible.

La etiqueta que menos aplicaría para este "joven" vampiro, sería la de un misántropo. Por el contrario, es bastante afable con quienes le dan ese mismo trato, siendo intolerante ante la descortesía para su persona o seres a quién aprecia. Lo cierto es que no gusta de relacionarse tan a fondo con la gente que le rodea, especialmente si son humanos. No rechaza una buena conversación, pero prefiere mantenerse a distancia y evadir cuanto lazo crea con un mortal, a veces pasando por alguien apático, reservado o desinteresado en los demás. Es todo un caballero, siendo alguien que aplica siempre la razón antes que a sus impulsos, aunque a veces la tentación sea demasiada para no ceder ante ella. Quizás, por falta de contacto con uno, es que no cree a los Licantropos o cambiaformas como una amenaza o un enemigo natural, por el contrario, les son completamente indiferentes; Es más por la cuestión de "No juzgar antes de tiempo". Aunque su relación con los humanos, o al menos la mayoría de ellos, sea meramente un ciclo interminable de cazador y presa, lo cierto es que la matanza no es la fuente más grande sus placeres. No gusta al 100% de ser un asesino de tiempo completo, pero está consciente de que es la única forma de supervivencia posible, por lo cual, prefiere evitar dramas innecesarios creados por si y para si mismo y aceptar el papel que ahora desempeña, dejando el perdón para después de los fantasmas que le persiguen de todas sus víctimas. ¿Que se le va a hacer? Los pecadores son los mejores santos.

Evítemos los detalles de mi nacimiento. Donde crecí, con quienes, los orígenes detrás de este cuadro que ves ahora. No deseo ser tedioso.

Esta no es una historia especial. Lo cierto es, que no tiene nada de diferente a las que ya has escuchado. No lo protagonizan reyes o espadas. Tampoco es la cuna de una leyenda o de alguna hazaña. No es la vida de un heroe, ni tampoco será algo digno de volverse un himno a futuro. Soy un hombre, tan común, como cualquier otro. Y sin embargo, tan poco "natural" para pasar 100% desapercibido entre la delgada linea de lo "normal" y lo "extraordinario". No existe nada antes de abrirme a la oscuridad... Solo imágenes ilegibles y sombras.

Mi vida inicia donde acaba la de Ivy Coslett

Ella era mi joven esposa, o lo sería en cuanto el invierno en que cumplió 19 años diera paso al deshielo y brotaran las primeras flores. Aún me resulta tan peculiar la imagen de lo que éramos o como nos veíamos ante los ojos de desconocidos. Ella era aún demasiado joven para entender del todo lo complejo y lo absurdas que son las razones detrás de un matrimonio arreglado. Yo, un silencioso estudiante de literatura que disfrutaba de ir de caza todas las mañanas. Pero ella tenía el ímpetu y un espíritu demasiado vivo por los dos. Gozaba de una belleza exquisita, una que aun guardaba celosamente los rasgos de la niñez, pero con gestos y atributos que delataban la femineidad de una mujer adulta. Aun me parece recordar como solía peinarse los largos rizos castaños con los dedos y la forma en que me miraba con sus grandes ojos color lluvia cuando le leía.

No obstante, eso solo se volvería un recuerdo tan dulce como amargo.
Cierto día, cuando volvía de una de mis sesiones matutinas de mi "pasatiempo", recibí la noticia de que había caido en cama. Asistí en ir a verla tan pronto cuando supe lo que había sucedido. Esa sería la última vez que la vería con esa delicada belleza propia, tan dulce y sin mancillar. Poco sabía de lo que a futuro me enfrentaría.

Día a día, su belleza se fue marchitando de la misma forma en que la llama de una vela se va a apagando lentamente. Su mal le estaba atacando algo más que solo con violentos arranques de tos. Se la estaba comiendo viva por dentro. ¿Podría alguien imaginar mi frustración? ¿Como salvarla de una muerte tan dolorosa e injusta? No había respuesta.

Me refundí en un mundo donde mi emancipación era solo la del alcohol. El fin estaba cerca, y temía por ello. Estaba molesto, irascible con todos y cada uno. Con cada médico mediocre que con cada receta personal parecía solo empeorar su salud. Con cada persona que me ofrecía el pésame, aun cuando mi amada no había muerto. Con el sacerdote que la frecuentaba, aconsejandome el buscar a un dios que había condenado a una inocente joven a padecer una agonía larga cuyo escape solo sería la muerte en si. Sobre todo, estaba molesto conmigo. No había nada que pudiera hacer, nada que lograse decir que consiguiera salvarla. Estaba desesperado. Nervioso. Ebrio. Y fue a raiz de mi estado de embriaguez lo que me llevó quizás a derrumbarme en un callejón, donde esperaba con suerte algún extraño tipo de milagro a suceder o que alguna de las prostitutas cerca de ahí acabaran de una vez conmigo. Si Ivy moriría, me adelantaría en la partida, rehusandome a cargar con el dolor de su partida. La invitación estaba abierta para quién fuese. Fue un ser maldito quién la tomó.

He conocido pocos que comparten mi misma condición, y yo con ellos. Algunos tuvieron la suerte de conocer a su "creador". Yo no tuve esa suerte. En aquél velo de sombras, jamás distinguí con claridad el rostro de aquél que me hizo lo que soy. Solo existe algo que me vincula a su recuerdo; el fuerte olor a brea que entonces experimenté segundos previos al suceso y la voz aterciopelada con la que me habló. Era un angel caido hablandome desde el abismo. Tan letal y tan gentil a la vez. Él unico recuerdo además del fuerte olor, fue el de jamás salir a la luz otra vez si no deseaba convertirme en cenizas.

No sé que pasó después de ello. No puedo decir con presición como es que desperté en el sótano de nuestro hogar la noche siguiente. Ignoro por completo como es que tuve la fuerza suficiente de levantarme y llegar hasta ahí. Recuerdo que me invadió una sed tremenda, casi insoportable. Podía sentir como cada parte de mi latía con necesidad de saciar aquello. Entonces el remordimiento y la angustia volvieron a mí; debía ver a Ivy.

Entonces, no sabía o no tomé muy en cuenta la vaga oración que recordaba de la noche anterior. pasado el crepusculo cuando me encaminé a la casa Coslett; Huir de las manos del sol.
Al llegar, noté que todos estaban ausentes. Salvo por Olga, el ama de llaves, y la enfermera personal de Ivy, la casa estaba completamente vacía. Al entrar, Olga me dijo que mis padres, los padres de Ivy y demás conocidos habían salido en mi búsqueda, creyendome muerto. Ignoro que fue lo que le dije después. Pero rapidamente, subí a ver a Ivy. Lucía tan delicada y a la vez, con un brillo hermoso dentro de la sombra mortecina en su rostro. Incluso si la muerte la cortejaba como ahora, nunca me pareció tan fragil.

La necesitaba. Quería estrecharla en brazos y decirle lo mucho que había deseado besarla todo este tiempo. Así lo hice, incluso ante sus advertencias y su miedo a contagiarme. Y el beso se hizo más y más profundo. Fue como si no nos hubiesemos visto ni tocado en más de mil años.

Y entonces sucedió.

Aquel impulso, aquel terrible instinto de apaciguar mi hambre surgió. Ivy murió en mis brazos mucho antes de que su mal la alcanzara. Le había robado a la muerte lo que por derecho era mío. Su juventud. Su hermosura. Su inocencia. Su vida.

Pero el pánico me invadió. No supe de la gravedad de mi acto hasta que sus ojos, sus enormes ojos color de lluvia se fijaron en mi, sin más vida que la de un maniquí. Intenté hacer lo mismo que me habían hecho a mí. Llevarla a una pequeña muerte para renacer en extasis. Pero era imposible. Le había robado lo poco de aliento que le quedaba. No escuché cuando me pidió a gritos detenerme. Lo que más me atormenta, es la idea de no haberle querido escuchar.