AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Péché. {Marcus Arklay}
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Péché. {Marcus Arklay}
Otoño.
Privado.
7:23 pm.
Privado.
7:23 pm.
No entendía porqué visitaba su tumba después de la manera en cómo fue tratada, especialmente ese día y a dicha hora. Era otoño y nada le inspiraba encanto, ni siquiera las hojas marchitas que anunciaba un invierno encantador. Nada. Estaba muerta por dentro aunque su belleza exterior fuese exuberante y llamativa para muchos. Lo único que deseaba hacer era actuar, dejar salir sus emociones a través del movimiento de sus labios, imitando un personaje famélico o alguien trágica a punto de suicidarse, dejando que las manos hablasen por si sola cuando tocase algún escenario improvisado del Teatro.
No traía consigo una flor que representara la desdicha y la perdida por un ser querido, sino le traía a Ivan un corazón muerto y gélido, estrujado por todo el dolor que le regaló antes de morir. Deseó pisar el cuerpo putrefacto de Ivan, una y otra vez, aunque en su mente lo hacia día tras día, pero no conseguía armarse del valor necesario para hacerlo en realidad -Espero que en el infierno te vaya mejor- Musitó con odio puro, una voz ácida aunque aterciopelada brotaba de los labios mortales -Que las prostitutas te den tanto placer para que te olvides de mí, patán- Era lo mejor que tenía por decirle. Ni siquiera estaba vestida de luto, sino que su vestido blanco sencillo representaba todo lo contrario: Invierno. Vestía así porque no era una reunión importante, era muy parecido a un pijama para dormir. La capa de terciopelo blanco le daba un aspecto elegante a su indecente indumentario, llevando consigo zapatillas con algún diamante incrustados en la punta; un regalo de algún admirador ricachón que visitaba el Teatro y veía las obras, y que ahora mismo no recordaba su rostro.
Nunca quiso ganar el corazón de Ivan, ¿o tal vez sí y se negó a aceptarlo porque él le robó su pureza de tal manera? Lo cierto es que lo visitaba para burlarse de él. Para hacer que su alma no descansara y deambulara trágicamente por el cementerio... Para que finalmente sintiera el dolor que acaecía el alma de ella, un alma femenina sufrida y destruida. Ya no tenía futuro. Se arrodilló, más bien cayó sobre sus rodillas y comenzó a tapar su rostro de mejillas durazno y labios pintados de un tenue carmesí contra las manos de dedos largos y delicados. Ni ella misma supo si estaba llorando.
Shavonne De Saint Jorus- Humano Clase Media
- Mensajes : 12
Fecha de inscripción : 02/10/2010
Re: Péché. {Marcus Arklay}
La noche era joven, fría como cualquier otra durante el otoño. Percibía de forma dulce el tenue olor a lluvia que había bañado durante el día el polvo acumulado durante el verano, llevandose consigo las remembranzas de otro año más. Había escuchado entre sueños el palpitar de las gotas, lejos de su alcanze como el propio sol. No sentía tristeza alguna por ello, era más bien, que encontraba cierto encanto encontrarse en ese tipo de escenarios. Era la misma sensación que cuando uno acude al teatro y es el ultimo en permanecer sentado, observando sin más como todos, incluso los propios actores, se han marchado y solo queda el vacío del lugar. La sensación de la soledad y el silencio que esta provocaba a veces era algo a lo que se había acostumbrado, y a la vez, había comenzado a agradarle en cierta manera. Era como en los viejos tiempos, cuando solía ir de caza y no había nada más que él y su entorno, sin problemas ni bullicio a su alrededor, donde el tiempo a veces se congelaba solo para él.
Había llegado a aquél sitio precisamente por ello. Siempre había sido muy solitario, incluso cuando asistía a reuniones o a eventos donde conocía a rostros amigables. Sabía que en aquél camposanto no tendría más compañía que aquellos que yacían dormidos a los pies de angeles de barro y piedra. Tenía cierta fascinación por la paz que aquello despedía. Encontraba cierta estética en cada elemento que componía ese ambiente. Fuera de cualquier motivo o razón tétrica, lo cierto era que disfrutaba de las caminatas nocturnas de vez en vez, sin importar cuan extrañas pudieran resultarle a ojos conocidos. Incluso, había llegado a extrañar o despertar la curiosidad entre un par de conocidos inmortales. Decían que pasear entre tumbas les daba la misma turbación que ser mortal y pasear entre los puestos de pescado crudo en el mercado de la plaza, cerca de Les Innocents. El aroma a muerte era ciertamente para muchos insoportable, pero no para él. Aquello le resultaba tan común como cualquier otro hedor.
Sin embargo, aquella ocasión no parecía ser tan común como las demás. Algo quebraba con el rocío nocturno con el que tanto se deleitaba al pasear entre tumbas. Por momentos, se detuvo a contemplar las ramas parcialmente desnudas de laureles que brotaban como brazos desde la tierra entre las lápidas. No había nada ahí, ningun ave carroñera. Se volvió en sí mismo para descubrir entre la oscuridad si no le había seguido algún ladrón (estos ultimos ya eran muy comunes al parecer), y tampoco había nada. Incluso buscó la linterna del cuidador, pero no encontró más luz encendida que la de la calle a distancia. Estaba solo. Sin embargo, su rostro permaneció tan sereno como siempre. Aún era un ser nocturno relativamente joven. Seguro sus propis sentidos le había jugado una mala broma.
A medida que se habría paso entre las hojas secas y húmedas ornamentando al suelo, encontraba más encanto dentro de aquella escena mortecina. Vestía un traje casi nuevo, tan solo usado apenas en una o dos ocasiones y de tela marrón muy oscuro pero con botones de un marfil muy fino y blanco. Un chaleco negro debajo del saco y una prenda blanca debajo de todo aquello para contrastar los colores fúnebres que utilizaba. Zapatos bien lustrados que ahora se opacaban por la suciedad de la tierra húmeda donde había paseado y demás detalles. Tenía la costumbre de obervar el suelo en ocasiones donde pisaba cuando paseaba, no porque fuese alguien demasiado timido, era una vieja maña que había asquirido desde niño. Cuando se detuvo para recoger lo que parecía un pendiente, brillando a la luz de las lámparas con un fulgor tintineante y discreto pero lo suficientemente llamativo para captar su atención, algo más logró atraparla. Una voz dulce le perforó los oidos, y eso solo le detuvo de moverse más que solo inclinarse y volver a erguirse. Se quedó congelado. No se atrevió a moverse ni a decir absolutamente nada. Solo atinó a verle con cierta curiosidad, una curiosidad tan genuina como la tendría un pequeño infante sobre el origen de las estrellas. ¿Que hacía una persona a estas horas y en un sitio tan peculiar? No era uno de los suyos, de eso estaba seguro. Era el propio perfume de la chica lo que la delataba, asi como el rubor carmín que adornaba de manera preciosa sus mejillas. Era como ver el rostro de una de esas muñecas de porcelana de un sitio por el que justamente esa noche había visto desde la vitrina. Sus ojos fijos. La manera tan amarga con la que le hablaba al occiso de cuya lápida ella había visitado. El brillo del cabello rojizo que caía por sus hombros.
Era sin duda el personaje más interesante que había encontrado en años.
Había llegado a aquél sitio precisamente por ello. Siempre había sido muy solitario, incluso cuando asistía a reuniones o a eventos donde conocía a rostros amigables. Sabía que en aquél camposanto no tendría más compañía que aquellos que yacían dormidos a los pies de angeles de barro y piedra. Tenía cierta fascinación por la paz que aquello despedía. Encontraba cierta estética en cada elemento que componía ese ambiente. Fuera de cualquier motivo o razón tétrica, lo cierto era que disfrutaba de las caminatas nocturnas de vez en vez, sin importar cuan extrañas pudieran resultarle a ojos conocidos. Incluso, había llegado a extrañar o despertar la curiosidad entre un par de conocidos inmortales. Decían que pasear entre tumbas les daba la misma turbación que ser mortal y pasear entre los puestos de pescado crudo en el mercado de la plaza, cerca de Les Innocents. El aroma a muerte era ciertamente para muchos insoportable, pero no para él. Aquello le resultaba tan común como cualquier otro hedor.
Sin embargo, aquella ocasión no parecía ser tan común como las demás. Algo quebraba con el rocío nocturno con el que tanto se deleitaba al pasear entre tumbas. Por momentos, se detuvo a contemplar las ramas parcialmente desnudas de laureles que brotaban como brazos desde la tierra entre las lápidas. No había nada ahí, ningun ave carroñera. Se volvió en sí mismo para descubrir entre la oscuridad si no le había seguido algún ladrón (estos ultimos ya eran muy comunes al parecer), y tampoco había nada. Incluso buscó la linterna del cuidador, pero no encontró más luz encendida que la de la calle a distancia. Estaba solo. Sin embargo, su rostro permaneció tan sereno como siempre. Aún era un ser nocturno relativamente joven. Seguro sus propis sentidos le había jugado una mala broma.
A medida que se habría paso entre las hojas secas y húmedas ornamentando al suelo, encontraba más encanto dentro de aquella escena mortecina. Vestía un traje casi nuevo, tan solo usado apenas en una o dos ocasiones y de tela marrón muy oscuro pero con botones de un marfil muy fino y blanco. Un chaleco negro debajo del saco y una prenda blanca debajo de todo aquello para contrastar los colores fúnebres que utilizaba. Zapatos bien lustrados que ahora se opacaban por la suciedad de la tierra húmeda donde había paseado y demás detalles. Tenía la costumbre de obervar el suelo en ocasiones donde pisaba cuando paseaba, no porque fuese alguien demasiado timido, era una vieja maña que había asquirido desde niño. Cuando se detuvo para recoger lo que parecía un pendiente, brillando a la luz de las lámparas con un fulgor tintineante y discreto pero lo suficientemente llamativo para captar su atención, algo más logró atraparla. Una voz dulce le perforó los oidos, y eso solo le detuvo de moverse más que solo inclinarse y volver a erguirse. Se quedó congelado. No se atrevió a moverse ni a decir absolutamente nada. Solo atinó a verle con cierta curiosidad, una curiosidad tan genuina como la tendría un pequeño infante sobre el origen de las estrellas. ¿Que hacía una persona a estas horas y en un sitio tan peculiar? No era uno de los suyos, de eso estaba seguro. Era el propio perfume de la chica lo que la delataba, asi como el rubor carmín que adornaba de manera preciosa sus mejillas. Era como ver el rostro de una de esas muñecas de porcelana de un sitio por el que justamente esa noche había visto desde la vitrina. Sus ojos fijos. La manera tan amarga con la que le hablaba al occiso de cuya lápida ella había visitado. El brillo del cabello rojizo que caía por sus hombros.
Era sin duda el personaje más interesante que había encontrado en años.
Magnus Arklay- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 19
Fecha de inscripción : 30/09/2010
Re: Péché. {Marcus Arklay}
Iba tan sencilla que delataba su estatus social, pero la verdad eso no le importaba. No sabía qué sería de sí misma esa noche si un ladrón llegase a hurtarle los diamantes de sus zapatillas y los pendientes que se había colocado por error, o mejor dicho porque ya estaba acostumbrada a colocárselos. Lo cierto es que había tenido tan poco tiempo para sí misma, que después de haberse cancelado una función lo “mejor” qué podía hacer era ir a visitar al bastardo de su ex-prometido. Los cabellos rojizos cayeron sobre sus hombros, rozándole con celos el rostro de porcelana. ¿De verdad estaba llorando? No sabía si era así, ni escuchaba sus sollozos, lo único que hacia era restregarse los dedos sin esmalte contra los pómulos y los párpados, en un intento de ser más humana... Más viva. Pero no lo consiguió. Había perdido toda fragilidad verdadera, todo destello que le daba el toque de aún estar viva con un cuerpo que se movía. Su alma murió hace unos años por culpa de quien visita, del difunto.
Tenía una sarta de palabrotas que decirle. Sentía tanto odio que se le podía ver a leguas y borbotones. Y simplemente no podía hacer nada, no podía romper la lápida, quitar el cemento, sacarle de su ataúd y comenzar a clavarle una estaca repetidas veces en el corazón, como si tratara de inmolarse a sí misma por todo el daño que le hizo ese hombre... A pesar de que solo estaría maltratando el cuerpo pútrido y no el alma de Ivan. ¿No existía alguien que le pudiese salvar? Quizá lo mejor era ir al mar y lanzar el anillo de compromiso que aún conservaba por razones equivocadas, o que lo tenía en su posesión por el valor sentimental; la verdad no entendía porque aún lo mantenía escondido, incluso, de sí misma. Quizá también era mejor lanzarse al mar para olvidar las penas.
Lentamente se levantó y acomodó la capa de terciopelo, esta se ensució un poco, mas no era lo más importante. Debía irse de allí lo más rápido posible antes de que la noche fuese excesivamente peligrosa de lo que ya era. Cuando se volteó para emprender camino a su casona, se encontró con el rostro de un hombre. Pegó un respingo del susto, porque era evidente que él le miraba fijamente. Dio unos pasos hacia atrás, como apenada por haberse topado con él, aún así sus orbes azulinos le admiraron por unos segundos; admiraron desde su indumentaria, el largo y color del cabello, la piel tan pálida que le impresionó porque guardaba una gran similitud con la luna y en especial, lo que captó su atención, fue el color de los ojos masculinos. Se perdió en aquel azul tan hermoso. Y no lo entendía. No. Había dejado de pensar en Ivan sin siquiera darse cuenta.
Abrió los labios y pronunció lo más cortés luego de blasfemar -Buenas noches, señor- Seguro él no se enojaría, a pesar de que casi huía por temor creyendo que era un ladrón... Pero todo de aquel hombre dictaminaba muy lejos de sus propias creencias.
Tenía una sarta de palabrotas que decirle. Sentía tanto odio que se le podía ver a leguas y borbotones. Y simplemente no podía hacer nada, no podía romper la lápida, quitar el cemento, sacarle de su ataúd y comenzar a clavarle una estaca repetidas veces en el corazón, como si tratara de inmolarse a sí misma por todo el daño que le hizo ese hombre... A pesar de que solo estaría maltratando el cuerpo pútrido y no el alma de Ivan. ¿No existía alguien que le pudiese salvar? Quizá lo mejor era ir al mar y lanzar el anillo de compromiso que aún conservaba por razones equivocadas, o que lo tenía en su posesión por el valor sentimental; la verdad no entendía porque aún lo mantenía escondido, incluso, de sí misma. Quizá también era mejor lanzarse al mar para olvidar las penas.
Lentamente se levantó y acomodó la capa de terciopelo, esta se ensució un poco, mas no era lo más importante. Debía irse de allí lo más rápido posible antes de que la noche fuese excesivamente peligrosa de lo que ya era. Cuando se volteó para emprender camino a su casona, se encontró con el rostro de un hombre. Pegó un respingo del susto, porque era evidente que él le miraba fijamente. Dio unos pasos hacia atrás, como apenada por haberse topado con él, aún así sus orbes azulinos le admiraron por unos segundos; admiraron desde su indumentaria, el largo y color del cabello, la piel tan pálida que le impresionó porque guardaba una gran similitud con la luna y en especial, lo que captó su atención, fue el color de los ojos masculinos. Se perdió en aquel azul tan hermoso. Y no lo entendía. No. Había dejado de pensar en Ivan sin siquiera darse cuenta.
Abrió los labios y pronunció lo más cortés luego de blasfemar -Buenas noches, señor- Seguro él no se enojaría, a pesar de que casi huía por temor creyendo que era un ladrón... Pero todo de aquel hombre dictaminaba muy lejos de sus propias creencias.
Shavonne De Saint Jorus- Humano Clase Media
- Mensajes : 12
Fecha de inscripción : 02/10/2010
Re: Péché. {Marcus Arklay}
¿Que debía hacer en ese momento? Estaba tan cerca como para que ella pudiera escuchar su voz sin la mínima necesidad de alzarla ni un poco. Tan cerca como para salir corriendo tan de prisa sin posibilidad de delatarse así mismo. Pero daba igual. Estaba perdido. Sea como sea, sería descubierto de alguna u otra manera. Si las luces de las farolas no lo hacían al moverse, sería el crujir suave de las hojas secas bajos sus pies al caminar. Vaciló por algunos segundos. Quería retirarse antes de que cualquier alma le encontrase, sin dejar más rastro que el silencio de aquél sitio sagrado y de culto. Quería moverse, más las piernas no le respondieron. Quería desvanecerse entre las sombras una vez más, y sin embargo su propio cuerpo y voluntad parecían no acatar las ordenes dadas. Fue como si él mismo se hubiese enraizado a la tierra. Lo unico que parecía no hacerlo parecer tan tieso como una de las tantas figuras divinas y aladas de los mausoleaos y las tumbas, fue el jugueteo entre los dedos del pendiente de perla y topacio que había encontrado a tan pocos pasos de ella. Le observó, dentro de aquél interminable silencio. - Me ha visto. - Podía escucharse así mismo, lejos de ella, en la intimidad de sus propios pensamientos. - No parece tener idea de mi condición. Al parecer me ha tomado como un mortal.. Estará bien si tan solo no me acerco demasiado. -
Rompió aquél extraño trance en el que se vio sumergido durante una eternidad muy corta, carraspeando un poco la garganta al apartar la mirada cuando se dio cuenta de que la chica le veía de manera tan fija. ¿Tan cautivado había quedado por el aspecto tan fragil y agridulce de aquella mujer como para perder la noción de si mismo y lo demás a su entorno? No podía permitirse moverse más de lo permitido del sitio donde estaba de pie. Un solo paso hacia atrás podía vestirlo de la luz tenue de las farolas y denotar el aspecto mostruoso y sobrenatural de su rostro; Una máscarca blanca sin color alguno, con las venas sobresaltando somo serpientes de jade bajo una sábana blanca, su propia piel. El hambre comenzaba a cobrarle con creces y no se haría esperar por mucho. Sus ojos lucían tan azules en la luz como grises en las sombras, todo dependia si la iluminación era tan amable con ellos o no; Fuese el color que fuesen, no podía permitir entablar demasiado contacto visual con ella, porque incluso el color gris de sus ojos podrían delatar su naturaleza. No quería verse en la necesidad de lastimarla solo para ganar su silencio y proteger su anonimato. Era algo extremista, estupido y por mucho muy barbárico.
- Buenas Noches. Le pido me disculpe. No pretendía asustarla. - Dijo con una pequeña sonrisa afable entre labios, tan solo contrastando con su peculiar acento británico. Extendió el pendiente hacia la chica, sin moverse ni un poco de su lugar, mirando unicamente la pequeña joya, y por instantes, a la dama en si. - Me he encontrado esto al dar la vuelta en el mausoleo. ¿Es suyo de casualidad? - Al terminar la oración, fue cuando sus pupilas nuevamente se encontraron con los de ella, mostrandole la preciada gema que yacía sobre la palma de su mano, tal y como el capullo de una gardenia a punto de florecer.
- Dios, si estás ahí en algún lugar, haz que tome el pendiente y se marche cuanto antes. No sé cuanto más pueda resistir este terrible apetito... -
Rompió aquél extraño trance en el que se vio sumergido durante una eternidad muy corta, carraspeando un poco la garganta al apartar la mirada cuando se dio cuenta de que la chica le veía de manera tan fija. ¿Tan cautivado había quedado por el aspecto tan fragil y agridulce de aquella mujer como para perder la noción de si mismo y lo demás a su entorno? No podía permitirse moverse más de lo permitido del sitio donde estaba de pie. Un solo paso hacia atrás podía vestirlo de la luz tenue de las farolas y denotar el aspecto mostruoso y sobrenatural de su rostro; Una máscarca blanca sin color alguno, con las venas sobresaltando somo serpientes de jade bajo una sábana blanca, su propia piel. El hambre comenzaba a cobrarle con creces y no se haría esperar por mucho. Sus ojos lucían tan azules en la luz como grises en las sombras, todo dependia si la iluminación era tan amable con ellos o no; Fuese el color que fuesen, no podía permitir entablar demasiado contacto visual con ella, porque incluso el color gris de sus ojos podrían delatar su naturaleza. No quería verse en la necesidad de lastimarla solo para ganar su silencio y proteger su anonimato. Era algo extremista, estupido y por mucho muy barbárico.
- Buenas Noches. Le pido me disculpe. No pretendía asustarla. - Dijo con una pequeña sonrisa afable entre labios, tan solo contrastando con su peculiar acento británico. Extendió el pendiente hacia la chica, sin moverse ni un poco de su lugar, mirando unicamente la pequeña joya, y por instantes, a la dama en si. - Me he encontrado esto al dar la vuelta en el mausoleo. ¿Es suyo de casualidad? - Al terminar la oración, fue cuando sus pupilas nuevamente se encontraron con los de ella, mostrandole la preciada gema que yacía sobre la palma de su mano, tal y como el capullo de una gardenia a punto de florecer.
- Dios, si estás ahí en algún lugar, haz que tome el pendiente y se marche cuanto antes. No sé cuanto más pueda resistir este terrible apetito... -
Magnus Arklay- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 19
Fecha de inscripción : 30/09/2010
Re: Péché. {Marcus Arklay}
Supo al instante que cuando los orbes azulinos se desviaron había logrado que el hombre se incomodara. No se percató que le miró con tanta insistencia por lo inusual de ver a alguien vestido de aquella manera a estas horas de la noche y en un cementerio. Ella tampoco podía decir mucho; no venía en luto y tampoco vestía como si tuviese lástima del difunto al que visitaba... Porque no la poseía. Sintió que había sido un poco grosera, aunque se reservó las ganas de decirle que le mirase fijamente cuando se dirigía a ella; parecía que la atención del hombre con acento británico estaba en otro lugar, como si estuviese preocupado. Lo cierto es que le encontró extraño, que el color de ojos ajenos era excesivamente brillante, pero supuso se debía a su ascendencia ya que parecían casi transparente como el cristal. No le echó una importancia extremista como para pensar que el hombre era un fantasma del cementerio. Y tampoco le prestó demasiada atención a la piel pálida, la cual era normal en las personas provenientes de países muy fríos.
Esa noche su personalidad había dado un giro drástico, transformándole en alguien apacible, a pesar de que aún guardaba el odio natural contra Ivan -No, está bien. No pasa nada...- Musitó con un leve tono animado para hacerle saber que también sentía un deje de pena por haberse asustado de tal manera. Estaba bastante paranoica últimamente, sobretodo con los hombres. Cuando él extendió un pendiente, preguntando, automáticamente se llevó ambas manos de dedos esqueléticos y famélicos a las orejas; palpó los lóbulos carnosos y rojizos por el frío leve de otoño, dándose cuenta que el izquierdo había perdido la pequeña joya y ni cuenta se dio cuando sucedió -Me temo que sí- Por un momento titubeó en tomar el zarcillo, fue evidente que, a pesar de tener su mano zurda extendida hacia el caballero, no lo tomó al instante. Tenía un tanto miedo al tocar a un hombre. Tal vez en las obras de teatro olvidaba que todos eran hombres y mujeres y solo se volvían cuerpos asexuales por los trajes y el maquillaje, pero ahora ese hombre era diferente a todos los demás. Desde que murió Ivan, no había tocado, salvo a los hombres del Teatro y solo por canjes del oficio, a un hombre... Y mucho menos a un caballero.
Y finalmente lo tomó, luego de un silencio incómodo. Fue un toque rápido, rozando los dedos masculinos, aún así fue suficiente para hacerle temblar levemente de temor. Trató de atribuir su temblor a la fría noche, disimulando por todos los medios su pesar cuando ocultó su vientre con el terciopelo blanco. Con el zarcillo en mano, se lo volvió a colocar en el lóbulo de la oreja izquierda -Muchas gracias. Si fuera otra persona, se lo hubiera robado, en cambio usted fue amable- Alzó un poco el rostro, observando nuevamente al extraño caballero, sumamente misterioso y le sonrió con amplitud. Volvió a admirar, aunque esta vez no de manera evidente, los ojos marinos que yacían frente suyo como dos fantasmas y guardianes a la vez.
Esa noche su personalidad había dado un giro drástico, transformándole en alguien apacible, a pesar de que aún guardaba el odio natural contra Ivan -No, está bien. No pasa nada...- Musitó con un leve tono animado para hacerle saber que también sentía un deje de pena por haberse asustado de tal manera. Estaba bastante paranoica últimamente, sobretodo con los hombres. Cuando él extendió un pendiente, preguntando, automáticamente se llevó ambas manos de dedos esqueléticos y famélicos a las orejas; palpó los lóbulos carnosos y rojizos por el frío leve de otoño, dándose cuenta que el izquierdo había perdido la pequeña joya y ni cuenta se dio cuando sucedió -Me temo que sí- Por un momento titubeó en tomar el zarcillo, fue evidente que, a pesar de tener su mano zurda extendida hacia el caballero, no lo tomó al instante. Tenía un tanto miedo al tocar a un hombre. Tal vez en las obras de teatro olvidaba que todos eran hombres y mujeres y solo se volvían cuerpos asexuales por los trajes y el maquillaje, pero ahora ese hombre era diferente a todos los demás. Desde que murió Ivan, no había tocado, salvo a los hombres del Teatro y solo por canjes del oficio, a un hombre... Y mucho menos a un caballero.
Y finalmente lo tomó, luego de un silencio incómodo. Fue un toque rápido, rozando los dedos masculinos, aún así fue suficiente para hacerle temblar levemente de temor. Trató de atribuir su temblor a la fría noche, disimulando por todos los medios su pesar cuando ocultó su vientre con el terciopelo blanco. Con el zarcillo en mano, se lo volvió a colocar en el lóbulo de la oreja izquierda -Muchas gracias. Si fuera otra persona, se lo hubiera robado, en cambio usted fue amable- Alzó un poco el rostro, observando nuevamente al extraño caballero, sumamente misterioso y le sonrió con amplitud. Volvió a admirar, aunque esta vez no de manera evidente, los ojos marinos que yacían frente suyo como dos fantasmas y guardianes a la vez.
Shavonne De Saint Jorus- Humano Clase Media
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