Los lazos del ayer [privado]

La habitación esta completamente cerrada, el piso alfombrado difícilmente haría emitiría sonido alguno si pasos se marcharan sobre el pero lo cierto es que nadie caminaba por el, las puertas estaba cerradas e incluso las ventanas, todas reforzadas con acero forjado por los mejores artesanos, escondido entre la madera cubiertos por el terciopelo la habitación se encontraba exquisitamente decorada, los enormes muebles de roble descansaban silenciosos, siendo los únicos acompañantes en el sueño diurno de su ama, en la enorme cama de dosel, con las cortinas cerradas descansaba la vampiresa, aquella que después de los milenios aun conservaba su cordura. En el exterior los últimos rayos de sol acariciaban los techos de los edificios parisinos. Las pestañas largas y pobladas pestañearon ligeramente cual tímido aleteo de mariposa y los ojos gris azulado se dejaron ver de a poco, el cuerpo femenino se movió despacio recuperando la conciencia y como un ritual sus pequeños pies descalzos buscaron el piso, la ropa de cama golpeo el suelo en cuanto se irguió y sus paso no hicieron mas ruidos que el de una hormiga en la mullida alfombra. La mujer que habitaba en aquella habitación era alguien difícil de no tomar en cuenta. Sus cabellos rojos parecían siempre estar en su sitio, el rostro hermoso, con facciones delicadas, una boca pequeña y una nariz respingada, las pestañas largas y los mas hermosos y grandes ojos hacían una mescla perfecta con el resto de su figura, , femenina y sumamente hermosa.

Después de despertar como siempre dedico largos minutos a su placer personal, el baño de rosas era uno de sus favoritos, dado que como vampiro no tenia aroma alguno gustaba e robar el de las flores. Para cuando salió de la protegida habitación la casa estaba completamente con “vida” parecía que el resto de los vampiros había despertado también, esta regla aplicaba a todos excepto por supuesto dueño de la casa. Yudea se las había ingeniado para evadir el sol incluso durante el día, el brujo que mantenía cautivo invocaba tormentas para el. El vestido banco que había escogido se ceñía a su cuerpo y una sonrisa que debería ser dulce pero siendo quien era salió sínica se dibujó en sus labios al ver a su “pequeña y dulce” hermanita jugando con la mascota de yudea, un cambiaformas oso al que no parecía importarle demasiado que la niña vampiresa subiera sobre el jaloneándolo y saltando.

-Despiertas tan bella como siempre Rosielle- la vampiresa le dirigió una expresión satisfecha al vampiro, habían conocido a Yudea por asuntos de Ethevi, la única amistad femenina que tenia y de momento parecía ser un aliado provechoso.

-y tus labios se llenan de verdad- hablo deteniéndose unos segundos en el gran salón- tiene Juno la dirección que te pedí?- pregunto con una sonrisa y Yudea extendió un papel hacia ella, el hombre podía ser ligeramente mas joven que ella, pero sabia como conseguir gente eficiente a su alrededor- perfecto- se acercó a Yudea y se inclino sobre el, sonriéndole- vendrás por mi si… me pierdo en el tiempo?

Yudea le sonrió un poco y enredo uno de sus dedos en los cabellos encendidos como fuego- es un favor personal?- ellos no tenían una relación sexual, los suyos eran meramente negocios, pero no había forma de que sus movimientos dejaran de ser lo que eran, no había forma de que cada gesto pareciere una caricia.

-completamente personal- contesto y Yudea le sonrió, el jamás dejaría pasar uno de aquellos, sabia que podía cobrarlos muy caros. Satisfecha con la respuesta la vampiresa se enderezo y camino a la salida-sabes donde estaré- le dijo casualmente mientras tomaba su abrigo de los dedos del joven mayordomo. Miro el carruaje esperándolo y se acomodó la melena roja, no lo usaría aquella noche, “revoloteo” por el bosque que rodeaba la mansión, directo a donde estaba su objetivo, por encima de los techos con las luces de las casas a veces acariciando sus formas, la luna sobre su cabeza y una ligera sonrisa. Finalmente aterrizo en un solitario balcón y sus pequeñas manos blancas abrieron el cerrojo sin dificultad alguna, aquella, debía ser la habitación de quien buscaba.